29.3.07

el terrorismo literario

Qué oficina, señores. Qué oficina. Una mañana tranquila, semiinconsciente, quién más y quien menos en una paz que roza lo onírico, bostezos, calma chicha, cada uno con su música y sus tareas a ritmo pausado, y de pronto una escalada de violencia como no se recuerda y pelotas de goma volando de un lado para otro, un tiroteo que para sí quisiera cualquier western, un ametrallamiento de pelotitas digno del mismísimo Michael Mann,



Escribía Milton en El Paraíso Perdido que si Dios no quería una guerra en el cielo entonces por qué puso espadas en él. ¿Llenaron nuestros jefes la oficina de pelotitas de goma para que pudiésemos masacrarnos los unos a los otros un día?

Pero bueno, no ha habido daños de mucha consideración. No veo por el ojo izquierdo, anegado en sangre tras un brutal impacto logrado por Sheila, una mujer cuyas tendencias violentas se reducen, por lo general, a hablar como Ned Flanders y a ponerse en el msn nombres como "hola tronkis!" y "que vuelva el soleteee". Creo que soy el peor parado de todos, el resto vivirán con toda probabilidad. Yo no me atrevo a prometer nada, veremos cómo evoluciono en las próximas horas.

Pero yo venía a hablar de terrorismo literario, no de violencia laboral. Me llevó ayer Elena a una librería especializada en gastronomía. Bien que hacía, teniendo en cuenta el tipo de preguntas con las que, con su vocecita más amable (a la que tengo terror. ¡Desconfiad siempre de las voces de niña buena en mujeres con tan mala leche!) acorrarló a la pobre dependienta. ¿Y vienen aquí recetas para, digamos, especies de animales vágamente emparentados con las ovejas de una especie de la que quedan 50 ejemplares en el mundo, todos ellos concentrados en Sicilia? ¿Y explica cómo macerar un mamut? ¿Cómo preparar unas chuletas de canguro? ¿Cómo hacer morcillas de koala? ¿Cómo servir un leviatán en su salsa? ¿Cómo aliñar una boa constrictor? La dependienta tragaba saliva al ritmo de dos litros por segundo, con los ojos como platos, y era fácil leer lo que ella misma se estaba preguntando; ¿terminará preguntando también por recetas caníbales?

Viendo que la cosa iba para largo, porque a Elena, cuando aterroriza a algún dependiente, le gustan las torturas lentas, yo deambulaba por la librería, única que conozco cuya sección infantil es, claro, sobre gastronomía infantil. Pero descubrí un par de estantes que NO y repito NO porque era una novedad, en serio, NO iban de cocina. Rarísimo, porque había una buena colección de libros sobre, por ejemplo, el chocolate, o el gazpacho, o cualquier cosa que se coma. En esos estantes se apilaban, siguiendo un orden que no comprendí, colecciones de libros de otras clases, con la maravillosa virtud de que como la mayor parte de la librería era sobre cocina el resto de los libros se hallaban concentrados en un área pequeña, que por lo tanto tenía una gran densidad de títulos y no tenías que ir corriendo de un lado para otro como pasa en superficies más grandes. Lo cuál está muy bien, porque te da tiempo a repasar estantes enteros. Vi ahí mil cosas leídas y ya olvidades, mil escritores que forman parte de nuestro legado genético literario, y me sentí brutalmente amnésico, tan consciente de mi ignorancia ganada a pulso, perdida recuerdo a recuerdo. Medité con tristeza sobre ello, agachado frente a estantes repletos de libros con los lomos tapizados por pelos blancos de una perra que había en la tienda yendo de un lado para otro con un juguete de goma naranja estrujado entre los colmillos y que consolaba mi tristeza exigiéndome caricias para hacerme testigo de cómo aporreaba literatura con su cola. Vi luego un rincón estrecho y abandonado donde tenían las novedades internacionales, y vi así que Baricco tiene un libro nuevo de cuya existencia yo no sabía nada. Y pensaba en comprarlo, amparándome en que algo tendré que leer cuando termine Campos de Londres para no pensar lo consumista que soy (porque es un síntoma del que tiene más papeletas para ser mi desorden mental, por cierto), cuando me levanté porque ya venía Elena con un par de libros de doce kilos de peso cada uno, arrastrando tras de sí a la dependienta exhausta y cadavérica, y allí, en el mostrador, vi El niño del pijama de rayas, libro del que Verónica la que no es mi agente hablaba hace un tiempo en su blog y por el que sentía yo mucha curiosidad; sobre todo por esa nota críptica de la contraportada, por eso de no querer revelar ningún detalle del libro, por dejárselo entero para el lector. Ahí estaba el libro, que si tuviese bracitos los estaría agitando, y casi podía escuchar su voz que decía "cógeme, cógeme". Así que yo que soy muy obediente para ciertas cosas lo cogí, para alegría de la dependienta y de su santa madre, que estaba ahí junto a ella, tras la caja. Y dijo la dependienta "ah, dicen que está muy bien, tú te lo has leído, ¿no, mamá?". Y ¿qué hizo la madre, mientras la hija me daba el cambio? Se puso a contar el argumento del libro, para pasmo mío, de Elena y de su hija, que en cuanto pudo saltó sobre ella, tapándole la boca.

Un libro que uno debería leerse por sorpresa, cosa que comprenden hasta los editores, siempre ávidos de contar la historia, medio destripado así en un momento por una dulce viejecita de ojos azules. Si no hubiese tenido esa sonrisa mientras hablaba, si no se notase en su voz tanto amor por los libros, si la librería no fuese tan genial, si no hubiese estado ahí la perra blanca con el muñeco de goma naranja estrujado entre los dientes, yo ahora estaría a la fuga acusado de asesinato. Pero así no había manera no ya de matar a nadie, sino ni siquiera de cabrearse.

Para bien o para mal ya sé más del libro de lo que a estas alturas, sin haberlo abierto siquiera, me gustaría saber. Y no sabré el alcance de esa herida hasta que no lo lea, pero el libro ha quedado marcado. Pero no, y esto es de agradecer, como un libro desvelado y una trama que ya no me va a ser todo lo sorprendente que debiera, sino como el recuerdo de una bonita tarde de expedición gastronómicoliteraria con una buena amiga, de una bonita librería, de una perra simpática, y de una familia que amaba la literatura con tanta pasión como para no poder evitar dar detalles de la trama. Una historia que, por todo, me va a costar la vida olvidar. Y hay que agradecer que la compra del libro venga con su historia propia, al fin y al cabo.

Respecto al a faena en sí, me consolaré pensando que lo más probable es que el editor pusiese esa nota al final del libro, en vez del resumen habitual, porque no llegase a leérselo y perdiese la nota-resumen de su secretaria.

28.3.07

todo es mentira

Cada vez estoy más convencido de que dentro de unos siglos los historiadores de la filosofía, cuando lleguen a estos tiempos nuestros, tendrán que salirse de la autovía habitual del pensamiento profundo para recorrer un millón de caminos de cabras que pasan por los lugares más insospechados, que debería pasar por lugares como las letras de mil canciones ("abran bien los ojos tuertos, que ha llegado un perdedor" y cosas por el estilo. No, no pienso citar nada de Sabina, por quién me tomas), o los alrededores de los campos de fútbol. O lo que es lo mismo, que no es cierto pero como es peor nos vale igual, las páginas de la prensa deportiva. Ayer citaban al seleccionador nacional (qué nombre tan artificial) diciendo esto:

"Todo es mentira".

Se asume que se refería a sus supuestas broncas con jugadores, esos alegres partidos de voleibol con la pelota de la culpa y la red de la... la red de la... bueno, la metáfora se termina aquí. Pero las palabras del graciosamente llamado Sabio de Hortaleza, con esa grandilocuencia exagerada a la que el fútbol es tan dado con sus quince partidos del siglo al año y demás son las que son (o tal vez no, porque en más de una ocasión un titular así luego corresponde a un resumen un tanto dramático e impactante de una frase más larga que tal vez incluso sea un párrafo o dos o tres o cuatro), y como tal tienen un significado que es el que es, fuese el que el seleccionador nacional (es que cuando lo digo pienso en un tipo que selecciona países, digo naciones; imagínatelo, "Andorra... no... Francia... pse, venga... Holanda sí... Alemania sí... España, bfff...") quiso darle. Es igual que si yo quiero decir "esta tarde he quedado con Elena, aunque hay una diferencia de criterios sobre para qué, porque ella piensa que vamos a comprar un libro de cocina y yo que vamos a tomarnos un café" pero en vez de eso las palabras que salen de mi boca son "me cago en la madre de ________" siendo ________ el nombre de alguien conocido. Pues claro, se creará confusión, pero mis palabras, aun pretendiendo yo haber tenido otro significado en mente, adoptarían en cuanto fuesen transmitidas al mundo su significado propio que podría ser objeto de debate, causar reacciones, e te ce coma e te ce punto

En ese sentido, esas palabras, pese a ser solo tres, que es un número que a mí me parece bonito porque
a) es primo y
b) es impar, como probaba el resultado de aquel teorema chorra que encabezaba cierta lista de perogrulladas con las que matamos muchas clases coñazo en la facultad, que decía que sólo existe un número primo par (lo bonito del asunto es que tenía su rigurosa y estúpida demostración. Una amiga añadió un corolario que decía que ese núemero en concreto es el 2. Su número favorito era el 4, qué lamentable)

...por lo cuál, decía, a pesar de ser sólo tres palabras, que por bonito número que sea el tres (¿mis números favoritos? Oh, bueno. Primos altos, que no tengan nada que ver con los primos de Mersene ni nada por el estilo. 17, 53, 137, 217645177, etc), vienen cargadas de significado.

Todo es mentira.

En serio, son tres palabras, todo 1, es 2, mentira 3. Sólo tres, pero dan, por ejemplo, para resumir Matrix, de los hermanos Wachoswski. O al menos la primera película; quizá hiciesen falta seis palabras para definir la segunda y la tercera ("esto va empeorando" y "vaya basura, joder" respectivamente).

Esto se me está yendo de las manos, en realidad yo quería escribir de otra cosa, en serio.

Todo es mentira. Voy a convertirlo en un mantra, un rato, a ver qué pasa. Todo es mentira. Todo es mentira. Conste que no copio y pego, tecleo cada maldita letra (un mantra no puede uno grabarlo en un mp3 y ponerlo en modo repeat). Todo es mentira. Sí, ¿no notas esa tensión, como si fuese a desencadenarse algo? Todo es mentira. Algo que evidentemente iba a importar poco si todo fuese mentira. Todo es mentira. Claro que puestos a ponernos en ese plan, todo es mentira, si uno repite cualquier cosa el tiempo suficiente termina por desencadenarse, todo es mentira, algo, ¿verdad?

Todo es mentira.

Vale. Nada. Como mantra es un fraude.

Pues a descuartizarlo. Me he cansado del juguete, hora de ampliar el juego; si el osito de peluche ya aburre es hora de probar a jugar, a la vez, con el osito de peluche y las cerillas. Un paso atrás, guantazo a la capa, chillido de metal saliendo de su funda y a acuchillarlo a base de lógica;

Hipótesis: Todo es mentira.

Contraejemplo: Rajoy es un bastardo.

Y la hipótesis cae muerta al suelo atravesada de lado a lado.

En fin. En serio, quería hablar de otra cosa. Quería contar algo un poco más serio, más filosófico. Pero hace falta ventilar algo el blog, pasarle la aspiradora, dar la vuelta a los cojines después de pegarles un par de hostias con hache bien dadas (¿por qué somos tan crueles con los cojines?). Así que otro día. Por hoy, hagamos el tonto un rato.

27.3.07

hacer trampas

0. La canción del día (es de las que puedes escuchar sin que te reviente algo, dale, dale).

1. La gente es un asco.

Voy caminando por la calle, deprisa, jugando mentalmente al Need for Speed. A un lado, una valla, mobiliario urbano típico. Al otro, un escaparate. En medio, lo que en terminos peatonales serían dos carriles. Y yo avanzando, esquivando gente, escuchando a mis espaldas el ruido inventado de las sirenas aun por encima del retumbar de Chimaira en los oídos. Ante mí camina una señora, infinitamente lenta, y yo me acerco a velocidad de crucero cuando ella decide frenar, girar, y detenerse en contemplación extásica del escaparate de la derecha. Según lo hace su visión periférica tiene que verme, soy esa cosa que se acerca embalada, con una nube de polvo brotando de mis pies. ¿Y qué hace ella? ¿Se aparta, deja el paso libre? No, naturalmente la señora se para en mitad del todo, dejando el espacio justo para que pase media persona por cada uno de sus lados. Yo, persona completa a pesar de lo que a veces parece, freno en seco, y la odio hasta un buen rato después de que se haya apartado.

Voy conduciendo, dos carriles también, yo por el de la izquierda, y en el de la derecha, delante, una hormigonera. Delante, al fondo, una rotonda, y cuando llegamos a ella yo ya estoy por delante del camión. La rotonda también tiene dos carriles, así que yo la cojo por el de la izquierda, y comienzo a girar cuando el camión entra en ella por el de la derecha y dispara sus cláxones contra mí porque no puede hacer el giro sin invadir el carril en el que yo, que estoy realmente delante suyo, me encuentro. ¿Y qué pretende que haga? ¿Y yo qué culpa tengo de que él ocupe más de un carril? ¿Qué tengo que hacer? ¿Quedarme en casa y no coger el coche para que el señor camionero tenga dos carriles para él? ¿Y no podría levantar el pie del acelerador un segundo, dejarme pasar, y aprovechar el vacío infinito que hay a mi espalda para conducir invadiendo todos los carriles que quiera? Yo piso el acelerador, y le odio hasta un buen rato después de que desaparezca del retrovisor.

Son dos ejemplos, pero hay mil. Van sucediendo, yo pienso que la gente es imbécil, declaro mi odio a la humanidad y gruño rencoroso.

2. La gente es genial.

También en coche, también en un carril izquierdo, también con una hormigonera adelantada a la derecha, pero sin rotonda, de noche y en la montaña rusa que es la actual M-30 a la altura de Carabanchel. Subídas, bajadas, alegrías y penas. Yo voy más rápido que la hormigonera, y esta va quedando atrás cuando llega una de las infinitas curvas cerradas que adornan los espacios entre cambios de rasante y de pronto el espacio que queda entre el costado izquierdo del camión y el guardarraíl de mi lado es de metro y pico. Yo lo miro, mientras me acerco, claro, y comprendo que por ahí no pasa mi coche ni de coña. Y el camión prosigue el giro y el espacio se sigue reduciendo: frenazo, pausa asustada, visiones fugaces en mi mente sobre mi pobre cochecillo prensado como un acordeón. Pasa el camión, acelero, y me mantengo respetuoso y acojonado a una distancia prudencial. Hasta que llegamos a una recta larga (es decir todo lo larga que puede ser en ese tramo de la carretera, o sea de 20 o 30 metros), y el camión frena de golpe, sin otro motivo que dejar que yo lo pase sin necesidad de exprimir el coche en el sentido púramente físico de la palabra. Yo sonrío agradecido y me desvanezco en un alegre acelerón (que naturalmente se desvanece en la siguiente curva).

Estoy en casa, escribiendo, huraño y jodido, y como hace tiempo que no escribo por aquí me pongo a intentar pintar un autorretrato. Predominante uso del color negro, en el tono. Me voy a dormir, o a intentar dormir, o a esquivar la cama, o a perder el tiempo; lo que hago por las noches, semanas como la anterior. Amanece, suenan los relojes, mueren las treguas, hora de salir de casa, hora de ir a trabajar, y uno se encuentra con conocidos y desconocidos llenándole el blog de palmadas en la espalda, preguntando en el correo que como estoy, cargados de buenas intenciones y deseándome lo mejor. Yo sonrío agradecido y piso el acelerador hasta donde da el motor.

Caminamos por la calle, de noche, viaje sin escalas del restaurante al bar abarrotado. Los azares del caminar nos barajean como quieren, uno entra y sale de las conversasciones como los jugadores de balonmano del banquillo al campo, se forman subtramas, pequeñas conjuras, círculos de confidencias. Un comentario casual respondido de forma literal preocupa a una amiga. Me mira raro, pero no es cosa de ponerse a contar la vida en un paso de cebra a treinta segundos del bar de destino. Pasa la noche, uno naufraga, el domingo manda un mensaje, y el lunes, café mediante, la amiga en cuestión me ayuda a hacer trampa; cuando uno piensa en soledad está solo, y el pensamiento, aunque podamos dirigirlo más o menos en alguna dirección, siempre tiene sus ideas propias sobre en qué dirección le apetece cabalgar, por masoquista que esta pueda ser. Pero cuando uno piensa en voz alta, cuando uno habla con una amiga, esta puede dedicarse a hacerle placajes a uno, a ponerle zancadillas cuando corre hacia determinados lugares. Lo que digo comienza a parecerse a un partido de rugbi, se forman montoneras, y al final sólo queda un ser pequeñito y voluntarioso corriendo con la pelota a toda velocidad; ese pequeño optimista que decías echar de menos. Mi amiga no lo placa, naturalmente. Lo jalea, e incluso le amenaza con darle de patadas si no corre más.

Yo sonrío, aprieto los dientes y corro todo lo que me dan las piernas.

25.3.07

la cara en el espejo

(Por motivos que desconozco pero intuyo deprimentes, como todo a esta hora, goear.com no me deja poner aquí una ventanita con la canción de este momento. Pero puedes escucharla haciendo click aquí)



Llego a casa y en el espejo me espera una cara incongruentemente sobria. Destrozada por el alcohol, el cansancio, esto que definitivamente no es astenia a no ser que exista una versión perenne y eterna, el sueño y la desesperación. Una cara a la que le ha resbalado el alcohol, una cara cuerda a la que no le gusta lo que se encuentra cuando encuentra un espejo cualquiera, una cara que no quiere encontrarse, que intenta evitarse pero que de todas formas a veces se obliga a hacerse comparecer ante si misma. La cara de un imbécil consciente de su imbecilidad que bebe, deprimido, aún sabiendo que el alcohol es un depresivo.

Estoy hastiado de Madrid. Hastiado de que tantos bares cierren tan pronto y tanta gente se acueste tan tarde, hastiado de que terminemos todos en los mismos sitios, saturando los mismos metros cuadrados. Hastiado de tener que pegarme y que me peguen para pedir otra copa (rezando sin fe para que sea la que derribe la autoconsciencia, rezando sin fe para que sea la que me tumbe). Hastiado de recibir empujones, pisotones, zarandeos e incluso un puñetazo accidental en un pómulo sólo por querer ir al baño. Si no fuese porque esos de ahí son mis amigos, a los que quiero tanto y que inexplicablemente me quieren tanto a mí, si no fuese porque esos otros son los amigos de mis amigos, a los que veo tan tristemente poco, a los que echo de menos en cuanto se van, pensando en lo poco que he hablado con ellos distraído por mi astenia que no es astenia, por mi empanamiento innato, por mi cruzada autodestructiva que me resbala para desconcierto de espejos y odio retinal, si no fuese por todo eso, renegaría de bares, de locales, de aglomeraciones, de masa social... y moriría de aburrimiento.

El viernes fue diferente. El viernes estaba aún más cansado, y no había plan. Así que montamos, un amigo y yo, uno que no por ser de circunstancias era menos deseable: Vinimos a casa, a intentar diezmar en lo posible el armario-bar (es que no es un mueble, es un armario), a intentar devolver a un estado razonable a esta casa de locos en la que, inexplicablemente, cada vez queda más alcohol. Y mientras, cenar comida rápida y ver películas. Y vimos The Hire de BMW Films, esa orgía de Clive Owen, BMWs y directores de lujo, repitiendo el capítulo Star, con ese glorioso Guy Ritchie demostrando en ocho minutos que aún le queda ese don que yo ya temía quemado, demostrando que su mujer, Madonna, es genial interpretando la versión más odiosa de lo que podría ser ella misma. Y vimos El secdleto de la tlompeta, y aún nos dura la risa recordando a la pareja de Telefónica. Y vimos 1941, y aún nos duele el estómago (aparte de por la inútil tortura de hoy, estas mil copas que han fallado en blanco en pleno) recordando a los temibles guerreros ninja disfrazados de arbolitos de navidad y a John Belushi persiguiendo y derribando inexistentes Zeros japoneses sobre los cielos de Los Ángeles.

Dormí bien, dormí mucho, a pesar de meterme en un debate político con otro vociferante neofascista que pretendía estar dando argumentos (o un bonito y riguroso catálogo de falacias lógicas, según se mire) justo antes de irme a dormir (definitivamente fue una mala idea. Aunque hay que repetirla, porque alguien tiene que llevarles la contraria, porque alguien tiene que defender la cordura). Me desperté escamado, desconfiado, cauto. Temeroso de presagios que se formulaban en la ausencia misma de los presagios, en el buen tiempo, en el sol azulísimo, en la perfecta nube que adornaba el cielo sobre mi ventana. Pasé mucho tiempo en la terraza, que me relaja, con su vista de edificios euclídeamente obedientes, con su muestrario de amarillos, naranjas y blancos que tan bien encuadran la fractura rectilínea y poligonal del cielo. Y se cumplen ahora, uno por uno, aldabonazos que firman un fracaso que ni siquiera comprendo, que no alcanzo a entender. El enemigo ya no tiene nombre, el enemigo vuelvo a ser yo. O tal vez sólo esté cansado, pienso, haciendo acopio de toda mi cobardía. Tal vez sólo necesite quejarme, llorar mis pisotones, mis cardenales, mis heridas de guerra del bar abarrotado, el dolor egoísta y absurdo de otra noche de cama tan vacía.

Voy a concentrarme en eso, a aferrarme a esa explicación tan fácil. Ayuda saber que es la cierta, que no soy nada original. Ayuda saber que cuarenta segundos después de darle al botón de enviar (mas lo que tarde en mi cruzada política, tiempo indeterminado, inexistente, imprescindible) estaré inconsciente, soñando sin soñar sueños comatosos, olvidados, inadmisibles. Ayuda saber que mañana me despertaré, leeré esto y menearé la cabeza, que luego iré al baño y mi reflejo me dirá, condescendiente y piadoso, que tenía razón, y que simplemente estaba cansado. Y sabré con absoluta certeza que tengo razón, tan bien como sabré también con absoluta certeza que no la tengo.

23.3.07

la pesadilla anticipada: lo que busca el PP


Día viajero, día fotógrafo, día de cena con los amigos en torno a unas cervezas, unas patatas cuatro quesos, unas cocretas (siempre "¿croqué? ¡cocretas!", gracias al Combo Linga) y unas salchichas en rica salsa de veteasaberqué (soy un despiste, nunca me pidas detalles que no sean estúpidos). Cansancio. Constatación de un hecho intuido; los 500 megas de la actual tarjeta de la cámara no son suficientes, llené la tarjeta a pesar de borrar unas 60 o 70 fotos sobre la marcha. Solución en curso, este lunes, como cada lunes hasta la fecha, Juan debería conseguirme ocho veces más capacidad de disparo. El problema es que semana tras semana cierta comercial le dice que si eso ya el lunes siguiente. Pero alguno se romperá el maleficio, esta especie de semana de la marmota, y yo conseguiré las tarjetitas. Digo yo.

Espero que sea antes de mayo, porque por lo visto en mayo nos vamos. ¿Alemania? ¿Amsterdam, otra vez? ¿O tal vez una ruta Bélgica-Holanda? Eso ya se verá. Pero lo que va estando claro es que en mayo nos vamos. Tiembla, Europa, y esconde tu alma, por si es verdad que las fotos nos la roban (que yo creo y espero que no, la verdad y a pesar de ciertos políticos y ciertos personajes de la vida pública muy dados a aparecer fotografiados).

Total, que pasa el día, uno se va a ir a la cama, y el cerebro sigue con su pasatiempo privado, que por otra parte lleva practicando todo el día: Pensar cosas extrañas. Sólo así se explica que a media tarde me viniese a la memoria la canción aquella que decía "estaba el señooor Don Gaaato, sentadito en suuu tejado marramamiau, miau, miau", etc, o que mientras caminábamos por ahí, cruzando ríos, trepando montes, eludiendo a los mercaderes del templo que pretenden cobrarte 6€ por entrar a la catedral (ni de coña. ¿Seis de mis euros, para la Iglesia? Ni de coña), me diese por pensar que dos elevado a cinco (2^5) es 32, que anda cerca de 31'62... que es la raíz de 1000, lo que facilita mucho la vida a la hora de contar en potencias de dos, porque 2^10 entonces viene a ser como 1000, que es la razón por la que los informáticos llaman kilobit a los 1024 bits, en vez de a los 1000. O como esas imágenes siempre tan vívidas que se monta mi imaginación, tan literal a la hora de desbocarse, ante cualquier tontería o cualquier exageración (que tan bien vienen cuando se hacen chistes de contenido sexual cerca de mujeres guapas). En fin, nada supera a lo de Don Gato así que paro aquí la lista, simplemente confía en mí cuando te digo que llevaba todo el día así, si no toda la vida (no es la primera vez que una vocecita del coro interior sugiere que a lo mejor eso es el problema o parte del problema. Malditas vocecillas, siempre tan plastas, tan difíciles de discutir, tan insistentes, tan olvidadizas de lo que uno las responde). Pero cuando me fui a la cama, o más exactamente hacia la vigésimonovena vez que pensé que sería bueno, bonito y razonable meterme ya en la cama y dormir un rato, me vino la mayor de ellas.

De un tiempo a esta parte hay algo que me preocupa, en torno a la política nacional. Que me preocupa y que me desquicia: La actitud del PP, últimamente. De unos años a esta parte el PP se ha salido del comportamiento democrático para perseguir sus fines a cuelquier precio y de cualquier manera. Vocean por el caso De Juana, que por no ser especial ni siquiera es único, sino la repetición de un buen montón de historias que han venido repitiéndose cada vez que un terrorista cumplia su condena sin que nadie acusase al gobierno de turno de claudicar ante ETA. Hablan de la liberación de un terrorista que, a día de hoy, es un simple preso común, pues ya cumplió su condena por terrorismo, y está cumpliendo condena por las supuestas amenazas de dos artículos suyos (1, 2) que si se leen teniendo en cuenta lo que sale de las bocas de Losantos y de Rajoy, Acebes y compañía no tiene gran cosa de especial. Y yo me pregunto ¿qué es lo que busca el PP con tanto ahinco? ¿Tan importante es volver al poder? ¿Por qué? ¿Y justifica eso la campaña de ensuciamiento y prostitución de la democracia, el convertir lo que debería ser debate y diálogo en un espectáculo de francotiradores del insulto que se limitan a armar jaleo, manipular los hechos hasta que encajen con sus conveniencias y luego repetirlas ad nauseam? Obviamente no. Pero no extraña tanto cuando luego recuerdo que ese partido, cuando gobernaba, intentó hacernos creer que ETA estaba detrás del 11-M para garantizarse otras elecciones. Que ese partido me llamó a mí y a quienes estaban la noche del 13-M conmigo en la Calle Génova antidemócratas, violentos y peligrosos simplemente por concentrarnos ante la sede del partido del gobierno a preguntar por la verdad y a protestar por lo que ya era la evidente mentira de un gobierno a nosotros, el pueblo a quien en teoría sirve.

Es el problema de la derecha; que ese concepto se les encasquilla, al fin y al cabo la derecha lo que pretende es justo lo contrario, el pueblo al servicio del gobierno.

El caso es que yo me preguntaba por qué tanto ruido, qué intenciones había detrás. Y cuando empezó el juicio del 11-M creí ver resuelta la duda: Simplemente se trataba de un ejercicio de distracción para arrastrar la atención pública lejos del juicio que desmonta sus paranoias y sus excusas. Visto así es hasta reconfortante, porque la voluntad de tapar algo implica el reconocimiento implícito de que hay algo que tapar, de que algo se hizo muy mal y aún apesta. Probablemente no lo hagan por vergüenza ni por remordimientos de conciencia, sino cuidando el voto futuro, pero algo es algo.

Pero anoche, pensando en el caso De Juana, en cómo el PP arremete contra la ley, en la invasión del poder judicial por parte del poder político de un partido de la oposición, me puse a hacer política-ficción, y perdí el sueño, y conseguí, despierto, mi primera pesadilla de la noche.

Imaginémonos el país dentro de un tiempo, después de las siguientes elecciones generales. Imaginemos que el PP, desgastado por el hartazgo de unos votantes hastiados de tanto ladrido y que finalmente han visto los sinsentidos que se les ordena creer (tal vez peque de optimista al imaginar eso, pero bueno, este es mi gedankenexperiment), pierde. Por mucho o por poco, pero pierde. ¿Qué ocurriría entonces? ¿Meditarían sobre dónde les habría conducido su campaña de lanzamiento de mierda, de vocerío y de ataques contra ideas básicas de la democracia, como el diálogo, el entendimiento y la negociación, dejarían este enroque constante en su realidad, en su mundo de fantasía donde su 'verdad' es cierta?

Yo, visto lo visto hasta ahora, empiezo a verlo como improbable. Empiezo a temer un futuro así en el que el PP, habiendo perdido, se pusiese a gritarse vencedor. Total, si ahora ya profesan la fe en sus mentiras contra viento y marea, ¿por qué no creer una más, por qué no inventar una nueva? Y entonces, si el PP fuese el ejército, vendría el golpe de estado, la guerra civil. Pero el PP no es el ejército, y esto es Europa, y se supone que uno de los deberes de la Comunidad Europea es velar por sus democracias. Eso tranquiliza. Eso y recordar que el pueblo tiene su poder, que ya salimos a la calle contra sus mentiras y que seguimos aquí, aguantando el chaparrón de salivazos que nos disparan día sí día también, pero sequimos aquí. En las últimas elecciones, el 70% de los españoles NO votó al PP. En las últimas votaciones del congreso (la ley de igualdad), todas las formaciones políticas salvo el PP han estado de acuerdo en su contra.

Eso significa algo maravilloso; que por mucho ruido que hagan no son tantos. Que no son toda España, por mucho que digan y por mucho que insulten y roben la bandera que debería ser de todos. Que en realidad están solos. Que el resto los aborrece. Que sólo pueden gritar, por ahora, y que si ese por ahora tuviese fecha de caducidad ahora, y gracias a ellos, sabemos que tenemos una voz, que ahora duerme abochornada, pero que un día, si se salen con la suya, va a carraspear y va a ponerse de nuevo a funcionar.

20.3.07

el barrio #4: frenazos, vocerío y sirenas

Llego a casa, subo las escaleras, entro al baño libro en mano y cuando voy a salir suena un frenazo, suena un plaf. Yo no le doy más importancia hasta que regreso a mi habitación, porque puede haber mil causas para un frenazo. La gente es muy burra aparcando, los autobuses son muy anchos, la calle muy estrecha, en fin, para nada se pone uno a pensar posibles consecuencias hasta que entra a la habitación y escucha el clamor de la multitud bajo mi ventana. Mala señal. Subo la persiana, después de un intenso minuto de debate sobre si levantarla implica ser un cotilla morboso o si no levantarla implica ser un egoísta inhumano, y me encuentro una escena que todos tenemos vista mil veces. Apenas mis ojos distinguen la calle la persiana vuelve a su sitio cayendo a plomo. Porque no hace falta ver más. Porque todos hemos visto esta escena en algún capítulo de Urgencias, de House, de Anatomía de Gray, en mil películas. La gente discute con el conductor, que se defiende, a gritos y ofendidísimo, que iba despacio; a sesenta, dice, por una calle estrecha de dos carriles. Yo me pregunto si sabrá que 60 km/h son más de 15 metros por segundo. Y me pregunto también a qué velocidad conduzco yo por esta calle (normalmente despacio, porque voy buscando dónde aparcar). También qué hacía alguien ahí, en mitad de la calzada, donde no hay ningún paso de cebra. Y también si escribirlo no me coloca al nivel del segundo fotógrafo de ayer, el de la foto de la niña moribunda y el buitre.

Qué lástima. Con el tiempo wagneriano que tenía el día. Con la primavera jugando al escondite pero acercándose a toda máquina. Qué pena. ¿Por qué nos matamos así tan tontamente? ¿Por qué corremos con el coche? ¿Por qué pensamos que estas cosas nunca ocurren?

Sólo queda una opción. Odiar con saña a la gente que pita, indiferente a la tragedia, a las luces de la ambulancia, al masaje cardiaco de los enfermeros, pensando sólo que llegan tarde a casa, que les van a cerrar el supermercado, que cuanto más tarden peor va a estar el buscar aparcamiento, que hay que duchar a los niños (y menos mal que hoy no hay fútbol). Odiar también al círculo de curiosos, al debate improvisado sobre civismo y velocidad punta. Que hay momentos y momentos, que la vida no es un programa matinal de televisión, que no todo sitio es bueno para una mesa redonda. E intentar aprovechar esto. Para correr menos, y no matar a nadie. Para mirar a ambos lados antes de cruzar, y que no nos mate nadie. Y dejar que pase el tiempo e ir olvidando, y volver a correr, y volver a cruzar dejándole el asunto de la elección del momento al instinto muerto de sueño.

Así que ya sabes. Mira a ambos lados antes de cruzar, y cuando cojas el coche no corras, ¿eh?

donde dije digo digo... uh, otra cosa

Imposible escribir nada en plan escoplo por ahora. Entre que no soy capaz de robarle ratos al trabajo y que las horas de ocio se me van en comprar regalos (qué orgía de cumpleaños y de días del padre y de historias, joder), trastear con el photoshop, dormitar, vagar por ahí, hacer de chofer y atender llamadas telefónicas transoceánicas que pretenden y consiguen matarme de envidia... Además la historia con la que me he puesto a crecido para ser cuento de más de un día y esas cosas hay que respetarlas.

Así que ala, a darle vueltas a la vida, al día a día. Hoy los termómetros se han puesto súbitamente mustios, han decidido que ya no tienen ganas de fingirse primaverales y han invocado un previoso manto de nubes furiosas que amenazan de todo (sombra, lluvia, nieve, castillos a los que trepar vía judías transgénicas; de todo).

Yo bostezo, medito sobre esta nueva tendencia mía a dormirme durante las películas y sobre todo durante las retransmisiones de la Fórmula 1, escucho música que restriega limones recién cortados sobre los múltiples raspones de mi sangrante alma, trabajo y pienso en fotos.

Es curioso. De pronto las últimas noticias de El País han sido monotemáticas, respecto a la fotografía. Primero con unas fotos de Elsa Pataki, qué guapa ella, que andaba haciendo un inocente reportaje para la revista Elle, posando en topless de espaldas... y a la que cazaron de frente para Interviú. La fotografía hecha frivolidad e invasión de la intimidad. La fotografía como reflejo del pajillero adolescente que, imagino, todos llevamos dentro, más o menos apaleado. Segundo con la foto de la bandera del pollo en la manifestación archidemocrática de Rajoy. Por lo visto medios moderados y cabales como Libertad Digital y la Cope argumentan que es un montaje y/o que la foto es de una manifestación previa del Foro de Ermua (donde por lo visto no pasa nada porque vayan fachas). La fotografía como conflicto con la realidad, aunque esta foto da más que pensar en la capacidad del ser humano, en especial del ser humano de derechas, de negar la realidad cuando no le conviene, de fabular un mundo alternativo propio, donde ETA se transfigura en una célula de Al-Qaeda y Bin Laden y Zapatero hacen un trato para arrebatarle al PP el poder de Su País para hacer guarrerías como la ley de los maricones, traerse a los soldados de Iraq y demás felonías. Claro, claro. Y ya puestos, distribuyeron fotos desde distintos ángulos para que otra gente pudiese retratar al señor en cuestión desde otro ángulo. Y tercero una foto que valió un Pulitzer, a costa de una niña moribunda... y que luego se llevó también la vida del fotógrafo. Y leyendo el reportaje se ve otro punto de vista de la fotografía: La fotografía como escudo frente al mundo. La cámara como línea divisoria. Lo que pasa delante de la lente es el exterior, sólo es el objetivo, el mundo queda simplificado al encuadre, a la profundidad de campo, a la luz y a la velocidad del obturador. El fotógrafo, convertido en pura insensibilidad, para que el mundo pueda sentir la tragedia. La vida como objeto a ser fotografiado, y cuanto peor esté la vida, mejor la foto.

Yo mientras voy por ahí, haciéndole fotos a las nubes, las piedras, los edificios, mi Madrid, tan pequeño cuando me lo comparan con Sudamérica, con Londres. Pero es mi Madrid, y yo la quiero, porque es por donde yo camino, donde yo respiro, donde yo vivo y sobre todo donde vive tanta gente a la que quiero. Una ciudad que contiene y que se alimenta de los reflejos de sus miradas, de los alientos de sus respiraciones, tiene que terminar siendo un lugar especial, a su manera triste y resignada de la chica más fea del baile.

16.3.07

Madrid de noche


Empieza temprano este viernes: Avisa el móvil a las 4:30 de la madrugada, hora a la que jamás me he levantado. Yo salto de la cama, sorprendentemente audaz, sintiéndome muy despierto y muy despejado. Pero una fracción de segundo después ambas sensaciones se desperezan, se yerguen sobre la cama en plan tsunami psicológico, y se abaten sobre mí, cataplaf: Ah, pues no, estoy muerto de sueño.

Pues bueno. Hoy es por una buena causa, porque un favor es una buena causa.

Correteo por la casa, rápidamente. Una carrera al baño, vago recogiendo lo que me pueda hacer falta (no son tantas cosas), salgo y confirmo que mi mayor terror nocturno, esta vez como tantas otras (no todas, ojo), era infundado: Nadie me ha bloqueado el coche aparcando en doble fila. Así que monto, arranco, doy las luces, suspiro y busco un buen CD para el paseo. Gana Eluveitie de calle. Lo pongo y me lanzo por las calles del barrio, absolutamente desiertas, salvo por un conductor confuso y onírico que vagaba de carril en carril. Me salto semáforos a cien kilómetros por hora, esquivo un par de taxis noctámbulos, medito que probablemente valga la pena madrugar, algún otro día, por el simple hecho de coger el coche y recorrer Madrid a estas horas; la ciudad está desnuda, entregada. Puede uno surcar su piel a cualquier velocidad, acariciarla en cada curva, saborear cada destello de cada farola. Terminan las meditaciones cuando aparco en doble fila, llega mi pasajera y, como siempre, me cambia el disco.

Pues bueno. Es mi pasajera, es su derecho elegir la música.

Además tampoco pone nada que no vaya a gustarme.

Nos zambullimos en la M-30. El Need for Speed, una mierda al lado de aquello. Subidas, bajadas, giros imposibles, focos deslumbrantes, oscuridades infinitas. Finalmente salimos de La Zanja, entramos en lo que puede llamarse una carretera, empiezan los carteles, empiezan los nervios estúpidos, porque es estúpido tenerlos porque los carteles están hechos para nosotros los estúpidos, para que no nos perdamos demasiado, para darnos segundas y terceras oportunidades. Somos muy felices cada vez que un cartel va acompañado de la silueta esquemática de un avión, los enfilamos, confirmamos que hay más gente torpe ahí fuera. Incluso gente más torpe que nosotros. Y también que por lo visto a esas horas, aparte del aeropuerto, hay pocos sitios donde ir.

Llegamos, nos creamos la duda artificial sobre el camino a la Terminal 1, porque si no la cosa parecería demasiado sencilla. Aparcamos en prohibido, buscamos la fila que toca y la compañera de viaje de mi pasajera, lo encontramos todo demasiado fácilmente. Yo decido callar esa intuición mía sobre la fatalidad en los viajes con el tema de los aeropuertos, no ha habido viaje en el que no me haya tocado pasar un susto y correr por pasillos acristalados. Igual esta vez no pasa, igual el gafe soy yo. Así que cierro la boca, me callo mi miedo tonto y las miro muertas de envidia. Se van a Londres, las muy capullas. A ver el Big Ben y a patearse la ciudad (herejes sin saberlo, sin escuchar mientras tanto Godspeed You! Black Emperor).

Facturan toneladas de peso en libros y ropa (es un viaje de tres días, al fin y al cabo), me acompañan de vuelta al coche, se despiden, vuelvo a casa. Por otro camino, tentando a mi suerte de explorador. No me pierdo. La ciudad está más despierta, pero no mucho más. Me da tiempo a recorrer de nuevo algunas calles desiertas, a ver tras el cuentarrevoluciones el comportamiento de una bestia feliz y veloz. Y llego al barrio, y encuentro un sitio exactamente al lado del que tenía antes de partir. Vuelvo a casa, subo las escaleras, enciendo el ordenador, escribo esto.

Y aún me da tiempo a echarme una siesta, y a morirme de envidia un rato más. Aunque esto último, como todo lo ruin de mi persona a lo que logro aplicar el tratamiento (lo que trasluce, bueno, es que uno sólo tiene dos manos y no se da abasto con tanto), lo ocultaré, fingiré no sentirlo, intentaré que no se me note en la cara cuando las recuerdo muertas de risa y les deseo un buen vuelo y que se lo pasen muy bien. ¡Qué hijas de puta! (ups, se me escapó).

15.3.07

esconderse / escapar / escoplos

Esconderse y escapar son dos métodos diferentes para encarar cosas que uno teme. Desde muy pequeño yo resulté ser buenísimo jugando al escondite. Como no era el más rápido a la carrera ni de lejos no podía confiar en esperar a que me encontrasen y adelantar en un sprint al encargado de buscar, así que aquel niño que era yo se puso a pensar por qué y cómo éramos descubiertos, y llegó al a conclusión de que a uno, cuando estaba bien escondido, siempre lo pillaban cuando asomaba la cabeza para, irónicamente, ver si se acercaban a pillarle.

Así que mi sistema consistía en buscar un buen escondrijo, refugiarme en él e ignorar el mundo exterior. Llegué a ser tan bueno que más de una vez mis compañeros de juegos, hartos de buscarme, me dieron por perdido y continuaron jugando sin mí.

A veces, a día de hoy, pienso que esa habilidad, que descubrí tan joven, he debido perderla en alguna parte. A día de hoy no soy capaz de quedarme quieto en un rincón dejando pasar el tiempo y destrozando los nervios de mis perseguidores (debe ser que mis propios nervios ya no son lo que eran, a estas alturas. Debe ser también porque ahora suelo perseguir más de lo que me persiguen). Ahora que ya nunca se hace con las piernas, me he convertido en un velocista, tal vez siguiendo la estela que la envidia hace brillar en el recuerdo de aquellos niños ágiles y audaces que afrontaban su avistamiento con indiferencia y luego corrían como el maldito viento. Ahora mi forma de resolver mis penas suele implicar mucha actividad, mucha, digamos, aceleración y velocidad punta, muchas revoluciones en el motor.

Necesito hacer cosas.

Necesito sentir cosas.

Necesito ocuparme en cosas.

Necesito tener planes, sueños, retos, tareas. Por ahora dormir es, en sí, algo que hacer, algo que sentir, algo en que ocuparme, un plan, un sueño, un reto y una tarea, pero sobre todo es el tiempo muerto en la gasolinera, mientras lleno el depósito para poder afrontar todo lo demás. Pero, cosas de la velocidad, me pierde la impaciencia, así que la agenda se va poblando de planes, de puntos en el horizonte a los que hay que llegar en tal momento y a toda velocidad. Por ejemplo dentro de una semana Juan (que se ha convertido en mi médico y terapeuta, cosa que le agradezco infinito) y yo nos hemos cogido un día de vacaciones para irnos a Toledo, a hacer fotos y a pasar el día. Por ejemplo hoy empiezo un curso de Photoshop. Y por ejemplo, según volvía hoy para casa, meditando que no me da tiempo a gran cosa entre el trabajo, las cosas de la casa y la foto al día, y he dicho que cuando las cosas aprietan es momento de hundir el pie aún más en el acelerador. Con un par.

Eso sí, me voy a permitir unas mejores condiciones, esta vez. Que las cosas no son igual que antes, y ahora no puedo quedarme un día sin ir a trabajar o una noche sin dormir (esto último sobre todo ahora no) por terminar un cuento. Así que será sólo una vez al día, los lunes, probablemente. Y no sé por cuánto tiempo será. Pero a partir del lunes que viene, el Proyecto Escoplo compienza su segunda edición. Ea.

Y como en el fondo soy tan previsible ya no hace falta ni que diga qué voy a hacer ahora mismo, ¿verdad?

14.3.07

¿astenia primaveral?

Sugiere Juan que esto es astenia primaveral.

Preguntado Tío Google, dice que es algo bastante común, que afecta al 10% de la población, y que tiene los siguientes síntomas;

* Tristeza inexplicable: Correcto.
* Irritabilidad: Eh, uh, bueno, eso siempre.
* Falta de apetito: Hmmm, correcto (y es raro).
* Cierta pérdida de memoria: Correcto.
* Tensión arterial baja: Correcto.
* Tono vital bajo: Totalmente correcto.
* Ausencia de interés sexual: Por increíble que suene, correcto también.
* Dolor de cabeza y malestar general: Correcto.
* Debilidad muscular para hacer cualquier esfuerzo: Correcto.
* Cansancio: Correctísimo.

Así que puede ser. Y es útil darle un nombre, reconocerlo como algo común, ubicado, y sobre todo combatible. Pautas para afrontarla, según tío Goo:

* Dormir todo el tiempo necesario.
* Practicar ejercicios de relajación.
* Hacer ejercicio.
* Seguir una alimentación a base de alimentos energéticos: dátiles, frutos secos, plátanos, legumbres, pastas, chocolate.

No suena como no ya como algo que no sea factible, sino como algo, excepto tal vez lo de las vitaminas, que yo ya estaba intentando hacer de forma intuitiva. Dormir más, matarme a caminar, darme duchas hirvientes y largas, leer un rato antes de dormir (hoy me salto el programa para dar señales de vida, para que veas). Dátiles no creo que coma, pero lo compensaré con ración doble de chocolate.

Tiene nombre. Antes de derrotar algo, debemos poder nombrarlo. Ahí está, y tal vez se llame así. Pues ea, a la carga. ¡A dormir!

11.3.07

el miedo y la pérdida de la razón

El título de esta entrada puede dar lugar a equívocos. No, a pesar de lo que pone, no voy a referirme al estado en el que tenemos el país ahora mismo ni al comportamiento del Partido Popular (qué nombre tan gracioso). Para debatir al respecto ya paso el tiempo en otros blogs o en los foros del mundo, repitiendo obviedades una y otra vez.

No, estoy demasiado ocupado con mi rica y últimamente desquiciada vida interior como para dedicar mi blog a reiterar lo de siempre, total para que nadie haga caso (porque quien reconoce esas verdades ya se las sabe, y quien no ni me va a leer ni, caso de hacerlo, iba a hacer el menor caso).

El miedo al que alude el título es el mío, y lo tengo cuando considero mi estado. De salud, de ánimo, mental, llámalo como quieras. No es que sea un estado nuevo, este en el que el mundo parece un pantano de ceniza, en el que ando hundido hasta el cuello y por más que pataleo no consigo hacer pie en ninguna parte. Pero esta vez hay señales que se salen de lo habitual, que distinguen esta crisis (porque sí, esto merece el nombre de crisis, ya) de las que ya vinieron antes. Son detalles tontos, estúpidos, pequeños, pero que a mí me disparan todas las alarmas, imagino que por culpa de la intuición, el cariño al anecdotario y la dosis clásica de paranoia. Por ejemplo, antes, cuando un fin de semana dormía horrores, no seguía sintiendo la necesidad de seguir durmiendo a toda costa (se me está pasando por la cabeza pedir un par de días libres simplemente para dormir. En serio). Antes nunca me dormía en el cine. Y ahora me cuesta horrores permanecer despierto, me guste la película (The Host, hoy) o no (Cartas de Iwo Jima, el viernes).

Supongo que eso significa que estoy cansado. Pero evidentemente a estas alturas de fin de semana no es un cansancio físico, porque aparte de dormir la actividad a la que he dedicado más tiempo ha sido estar tirado en un sofá, una silla o la butaca de un cine. Quitando lo físico, ese cansancio se vuelve preocupante, por el ámbito que le queda y porque aunque tengo una vaga idea de por qué estoy cansado no veo forma de combatir eso ni desde dentro ni desde fuera.

El problema, o una cabeza de la hidra que es el problema, es que me siento solo. Me siento jodidamente solo. El mundo es un lugar vacío a mi alrededor. Y da igual que no lo esté, que alguien se venga conmigo al cine, que esté celebrando un cumpleaños: La conexión que tengo con el mundo se ha reducido a un simple hilo que desemboca en un páramo desierto, a mil kilómetros de la persona más cercana, y da igual que esa persona esté efectivamente a mil kilómetros o sentada a veinte centímetros.

Sé que no estoy solo. Sé que, simplemente, no estoy siendo razonable. Sé que la parte lógica de mi cerebro está intentando hacer la guerra desde dentro, pero no puede hacer nada. Eterna putada de los paladines de la razón; explicarás al mundo, pero no te convencerás a ti mismo de que no estás solo, de que las llamadas telefónicas (según escribo esto ha sonado el teléfono para preguntarme qué tal me encuentro), la gente que te busca y quienes se acuerdan de ti implican con su sola existencia lo falso de mi soledad. Pero a quien firma los decretos sobre lo que siente todo mi ser todo eso se la suda soberanamente, y en ese sentido soy como Rajoy; El mundo no es como es, el mundo es como a mi oligarquía sentimental interna le de la gana que sea.

Van pasando los días, y pesan muchísimo los sueños rotos, los recuerdos de las pérdidas, las derrotas, lo que no fue bien, lo que no pudo ser, lo que se jodió. Hago balance, no sé por qué, sin pretenderlo, y por más que miro al pasado no veo una fecha que fuese buena, en la que algo marchase bien. Si iba así, todo era cuestión de esperar un poco. Y cada historia viene a dar su puntapié a la espinilla de mi autoestima, cada cosa que yo jodí forma para proclamar mi imbecilidad, y cada cosa que yo no jodí desfila para demostrar cómo incluso lo que yo no rompo se viene abajo solito.

Estoy cansado. Como estoy cansado, ando con las defensas bajas. Cuando estoy cansado miro al suelo, arrastro los pies y los ojos por las aceras y el asfalto de esta ciudad, cosa estupenda cuando uno colecciona tornillos, pero nefasta cuando lo que buscas son esos signos de los que hablaba ayer, esas señales de que la vida sigue siendo un juego divertido.

Por eso no voy a descartar ese consejo/sugerencia de buscar ayuda externa y profesional, pero primero, aunque sea por amor propio (y es buena señal que siga ardiendo una llamita de amor propio), voy a intentar, paso a paso, cavar una salida de este agujero con mis propias manos. El primer paso es seguir descansando. Dormir cada día al menos siete horas, a ser posible ocho o más. Recuperar fuerzas para poder levantar la cabeza, para mirar al cielo, a los pisos altos, a los ojos de la gente. Y una vez descansado, a por el segundo paso, que tengo una idea de cuál debe ser, pero vayamos por partes.

Así que con carácter retroactivo declaro comenzada la Operación Dormir Hasta Romper la Cama, y, claro, me voy a dormir.

10.3.07

el suicidio

Yo tendría dieciocho años la noche que me puse un chuchillo en la muñeca y me puse a pensar razones por las que seguir viviendo. En aquel momento no se me ocurrió ninguna. Probablemente siempre quede alguna pero a veces, simplemente, es difícil recordarlas y encontrarles un sentido.

Mi cita favorita de Albert Camus dice que sólo hay un problema filosófico autenticamente importante, y es el suicidio; juzgar si la vida merece ser vivida o no es la pregunta fundamental de la filosofía, y todo lo demás es juego y viene después.

Aquella noche yo descubrí dos cosas. La primera, que suicidarse es insultantemente sencillo, que no hay nada que diferencie el gesto de colocarse un cuchillo en la muñeca que el de colocarlo sobre una barra de pan, el segundo que no hay mayor dificultad en cortarse las venas que la que puede haber en la tarea rutinaria de partir un trozo de carne en el plato. Aquello me pareció inquietante, horrible; uno debería salirse de los cauces habituales, de los gestos aprendidos, de los movimientos mecánicos mil veces ensayados para poder terminar con su vida. Tal y como están las cosas nos pasamos la vida ensayando nuestros suicidios (tomamos pastillas, manipulamos objetos cortantes, abrimos y cerramos espitas de gas y hornos, subimos y bajamos escalones, saltamos, manipulamos mangueras, motores y elevalunas electricos). Así que si alguien se responde de forma negativa a la pregunta fundamental de la filosofía según Camus, es inhumanamente fácil ser consecuente al respecto.

La segunda cosa que descubrí es que los motivos pueden ser ajenos a nosotros. Imaginar a mi familia deshecha dolía más que imaginarme el siguiente amanecer, con la depresión arreciando. Los otros no tienen la culpa, pero son siempre quienes pagan el precio, un suicidio nunca sale gratis.

Así que aquella noche yo decidí darme una prórroga. Pensaba que no me gustaba mi vida, que la vida no valía la pena, y por eso cogí aquel cuchillo (por eso y por la fascinación malsana de ser capaz de hacerlo), pero también pensé que terminar con ella no iba a mejorarla. Que seguir adelante consistiría en irme levantando cada mañana, acostándome cada noche, comiendo cuando tocase, estudiando, caminando, respirando. Así que acepté la razón de no destrozar a mi familia, pero me di un año de plazo para buscar mis ganas de vivir.

No me hizo falta un año completo para buscarlas. La vida es de tal forma que día sí día también, si uno se fija, le descubres algo que vale la pena ver. Tal vez no bonito, tal vez no agradable, tal vez dolorosamente remoto y ajeno, pero son cosas que están ahí. Por eso al año siguiente di por respondida la pregunta de Camus, y por eso desde entonces soy, ante todo, unos ojos que van por la vida haciendo un inventario de lo maravilloso que hay en el mundo.

Y con el tiempo vinieron otras razones que básicamente se resumen en que cuando uno está muerto no puede hacer gran cosa por la gente que le necesita (ni escuchar el próximo disco de Porcupine Tree).

Por eso a día de hoy, cuando estoy jodido, siempre me viene a la mente, como una única frase con dos partes, la posibilidad del suicidio (porque hay una parte de mi cerebro que se dedica a enunciar todas las posibilidades) y la negativa radical. Lo pienso igual que cada vez que entro a una autovía pienso en meterme por el carril contrario, o cada vez que me cruzo con una chica guapa pienso en hacerla el amor, o cada vez que veo una película buena pienso en dirigir otra igual. Cosas que nunca sucederán, pero que saltan a la memoria. Cosas que me planteo sabiendo la respuesta y teniendo una certeza absoluta en ella, como cuando me planteo si soy heterosexual o si realmente me gusta la música o alguna foto que otra.

Así que aquí ando. En mitad de mi depresión, como tantas veces, y como tantas veces, repasando la lista de posibilidades. En la S viene "suicidio". Y está tachada.

En cualquier caso, como Google es así y este post tiene unas cuantas veces la palabra suicidio, puede que alguien termine llegando aquí intentando evitar uno, o pensando en el tema. Si es así, te recomiendo que leas esto,

http://www.metanoia.org/suicide

Está en inglés. Pero si alguien necesita una traducción al español, sólo tiene que pedirla.

9.3.07

entre dos parpadeos


Se abren las puertas, salimos en tropel hacia el tunel que conduce al recodo y luego a las escaleras mecánicas. Hay gente que baja y emprende la carrera para cazar el metro antes de que se escurra por el túnel hacia la siguiente parada, Moncloa. Entra en escena una muchacha (primer parpadeo) que ve el tren que pita, avisando del cierre de las puertas. Su cara se ilumina con una sonrisa y comienza a correr, pasando a mi lado (segundo parpadeo).

No sonríe porque vaya a coger el tren. Es más, probablemente ya no llegue. Sonríe porque ha decidido correr. Y eso me hace sonreír a mí.

Salgo a la calle a media tarde. El señor Oracle se está peleando con la señora Memoria, una batalla doméstica en la que yo no pinto nada, y como sé que les va a llevar un rato he huído a tomar el aire, a ver pasar gente, a matar el rato, a acechar en los ascensores a las profesoras de la academia del sexto piso. Levanto la vista, para verificar que todo sigue en su sitio (la torre coronada por una cruz que has visto en ya demasiadas fotos, la combinación edificio/rama, el paso de cebra, etc. Tengo toda la zona retratada, ya). Cae el sol por el oeste, cosa nada sorprendente dada su costumbre y la hora de la tarde. Y de pronto (primer parpadeo) un grupo de aves (¿palomas grandes? ¿patos?) vuelan en una formación deshilachada y distraída, con algunos miembros rezagados. La calle ya está en sombra, pero los pájaros, iluminados por el sol a la fuga, arden en el cielo azul (segundo parpadeo).

Yo disfruto y me lleno los ojos de ese fuego frío con plumas enmarcado en azul. No he bajado la cámara, claro, así que el espectáculo es exclusivo para mí, es mi deber asistir a él, beberlo con los ojos. Así lo hago.

Enciendo el ordenador y surge una ventana donde se desarrolla una conversación (excepto las cotas de los parpadeos, el resto es cortar y pegar):

(...)
david dice:
uy qué mala idea el paraguas con estos vientos, ahora que lo pienso.
Pajarillo dice:
aquí ya pasó el viento, después de arrancar árboles y tirar tapias
david dice:
sí, lo he visto por la tele. Yo hoy he visto pájaros, ayer no vi ninguno. (primer parpadeo) Como ave que eres ¿cómo os las apañáis con tanto viento, para no terminar estampados en una tapia?
Pajarillo dice:
Somos dioses
(segundo parpadeo)

8.3.07

perdedor

No hay sabor más dulce y más amargo que el de una derrota sentida. Hoy el Madrid (no, no voy a hablar de fútbol, palabra) no ha jugado su mejor partido, ni se ha clasificado, ni ha conseguido más que volver con las narices de Sergio Ramos partidas y con el regusto amargo de haber perdido un partido por un gol (golazo del tipo de la nariz partida) mal anulado. Pero hacía tiempo que no disfrutaba tanto viendo un partido de fútbol. Influye el reencuentro con el viejo amigo, demasiados meses después, y revivir ese ritual de preguntas que solemos recorrer siempre en el mismo orden; primero el trabajo, luego el corazón, después la miscelánea, las batallas, las azañas y las escasas derrotas que no tenían cabida en el segundo apartado, siempre tan pocas en proporción. Pero sobre todo influye que habiendo perdido no ha sido un partido como el de ayer del Barcelona, aunque esto tal vez sea porque ayer ni me iba ni me venía nada. Vale, hoy tampoco, pero caray, yo soy del Madrid (se supone), ha sido un partido bien perdido.

Como perdedor profesional que soy sé reconocer una derrota épica. No se hacen las cosas bien, pero se intentan, no se consigue lo que se quiere, pero por un instante, una gota del licor con el que se destila el alcohol que corre por las venas del mundo cae en nuestra garganta, y creemos ver con toda claridad que se va a conseguir... y luego la ilusión se desvanece y miramos la realidad incrédulos, pensando que es una broma, y no, las mujeres se dan la vuelta y se alejan, los árbitros confirman que han pitado mano, los jurados no responden, el sol no sale, el paquete de tabaco está vacío, alguien no llama, llueve de aquella manera, no sale la mancha, te muerdes la lengua otra vez, el libro termina mal, no encuentras aquel disco, la película en cuestión ya no está en ningún cine, alguien no se presenta, y el autobús acaba de irse, y ya ha cerrado el metro, y no queda nada en el frigorífico...

Sentimos la vida en toda su intensidad justo antes de comprender que ese es el sabor de la vida que podría ser, de la vida que no es.

Sí. Ocurre todo eso. Pero aún así la sentimos más nuestra que nunca, más dura y más hermosa y más amarga. Uno sólo da su auténtica medida en las derrotas, ya te lo habré dicho mil veces; somos el mapa que dibujan nuestras cicatrices. Por eso la tristeza tiene la belleza más sincera. Por eso algunos preferimos ciertas derrotas a cualquier victoria.

7.3.07

costumbres ascentrales

Quería decir ancestrales, y no ascentrales, pero el error me ha parecido divertido y preocupante. ¿Qué le pasa a mi cabeza, está empezando a confundir las palabras, o es que se aburre de ellas y les inventa variantes? ¿Pero cómo podría aburrirse de una palabra como ancestral, que desde luego no es una de las que más utilizo?

Supongo que será, para variar, la falta de sueño.

Es inevitable, es mi sino, no dormir. Yo juro que lo intento, que le pongo empeño, que cada noche me propongo meterme en la cama a las doce (y cuarto a más tardar), darme un ratito para el onanismo del lector compulsivo y luego apagar la luz (y la música quizá sí quizá no, depende, cada noche es un misterio) y esforzarme por estar un rato despierto, reconciliándome con la cama y canturreando por lo bajini eso de "ay papito, ay mamita, qué bien se está en la camita", sintiendo ese placer de las sábanas en su punto (ni muertas y colocadas con el rigor mortis de las camas hechas ni destrozadas por una semana entera de caos y forcejeo nocturno) para luego deslizarme en el sueño como quien baja por un tobogán, contento, feliz y agitando los brazos, venid a mí, oh sueños, etc.

Pero nada. Una noche, que si acabo de bajarme el último programita para trastear con las fotos y hay que probarlo. Otra, que si hay que fregar y la tarea es ineludible (uno sabe que tiene que fregar cuando la pila de platos del fregadero se vuelve autoconsciente y la descubres, al entrar en la cocina, asomada a la ventana fumándose un cigarro o tumbada en la terraza a la caza de un rayo de sol perdido o, sospecho, una paloma despistada). Otras, que si la paranoia le incita a uno a lanzar andanadas hiperactivas de ayuda que, tecnicamente y qué despiste, no hace falta (pero no sé, espero que esas cosas nunca estén de más. Claro que no me queda otra, o asumo un punto de vista optimista y bucólico al respecto o habrá que aceptar que desvarío, que soy un cansino y que debería recluirme en lo alto de una columna perdida en la campiña a entablar amistad con las cigüeñas y meditar sobre si el ser es y el no ser no es o si por el contrario el ser no es y el no ser sí, y dejar a la pobre gente en paz de una puta vez). Hay mil razones, que surgen de la nada, como esos pares partícula-antipartícula que Hawking dice que pueblan el vacío surgiendo de la nada y volviendo a ella al momento a no ser que el puñetero agujero negro de turno se trague a una de las partículas dejando a la otra desorientada y mustia, convertida en triste radiación. Al final tiene su gracia y la propia vida es como una mala serie de ficción sin anuncios de treinta segundos engastados cada poco rato (lo peor, por cierto: Antes en los anuncios daba tiempo a recoger, a fregar si uno andaba listo, a lavarse los dientes, a ir a ver cómo iba de cargada la mula. Ahora la brevedad ¡obliga a ver la publicidad! Horrible), ¿qué sorpresas traerá el destino esta noche para impedirme roncar como un bendito lo que merezco?

Y yo compro mis palomitas y aguardo impaciente y resignado, atento cada noche a un desenlace que cada vez tiene menos gracia.

A ver qué pasa hoy. En principio el plan no es de los que tienen que terminar con un "mierda, otra vez, mira qué hora es"; he quedado para ver el fútbol. Ya sé que la inmensa mayoría de lectores de esta página (al menos de los que opinan) odia y aborrece el fútbol, lincharían a todos los directivos y a la gran mayoría de los futbolistas, donarían sus ahorros a ONGs y utilizarían los campos para echarse siestas y montar picnics, pero es que ver el fútbol, aparte de ser un coñazo por lo general, es también un evento social.

Yo tengo un amigo con el que desde hace años mantengo una relación basada en el fútbol. Desde que tengo memoria quedamos, nos vemos, hablamos y nos contamos nuestras vidas mirando una tele en la que el Real Madrid se arrastra más cansino y más triste cada vez, como si aún jugasen sin descanso el primer partido suyo que vimos juntos, mientras a nosotros nos da bastante igual porque estamos hablando y disponemos de un buen surtido de cervezas y tapas (las noches de Copa de Europa no hace falta preparar la cena, todo un pequeño sabotaje al monstruo formado por sartenes pringosas, vasos sucios, platos sin fregar y cazos con trocitos de tallarines chamuscados pegados al fondo). Cuando vivía en Leganés solíamos quedar para ir siempre al mismo bar, donde nos cuidaban casi mejor que nuestras familias y donde por cada caña nos ponían dos platos rellenos de tapas, y donde los atléticos irreductibles terminaron adoptándome, incrédulos ante mi madridismo atípico, porque ni ellos tienen de Raúl una opinión tan nefasta como la mía. Luego el bar cambió de dueño y nosotros cambiamos de bar, y finalmente yo me mudé y desde entonces no nos hemos visto. Hasta esta tarde, cuando le he llamado diciéndole que es probable que esta noche nos elimine el Bayern y aún no hemos quedado para verlo, o sea para vernos, y la próxima temporada pinta terriblemente lejos en el horizonte, así que tras discutir un rato sobre qué zona nos pilla a los lo más cerca posible de nuestras respectivas casas hemos quedado a las ocho en una boca de metro, para ir con tiempo y coger sitio, para empezar a informarnos de qué nos ha pasado en estos meses (hablaremos deprisa) sin la distracción de los veintidos tipejos corriendo de un lado para otro empujando la pelotita sobre el césped. Y luego cada uno a su casa, y yo no puedo llegar mucho después de las once, con el tiempo justo de darme una ducha, atender a las amistades que se resignen a perder un rato de sueño dándome conversación, tal vez destripar algunos marines en una partidita rápida, leer un poco y a dormir no menos de siete horas. Suena posible. Suena factible. Como cada noche. Así que nada, a embeberse de estoicismo, prepararse para la subida del telón, y a ver qué excusa se busca hoy la fatalidad.

Dará igual. Me iré a dormir contento, por ver por fin a un amigo de toda la vida. A ver si de paso y contra toda nuestra desesperación gana el Madrid, más que nada por tocarle las narices al Van Bommel y al inefable Kahn. O pierde, e igual nos libramos de Capello, cualquier resultado es bueno en el fondo. Y mañana es jueves, y los jueves uno empieza a bracear con más alegría, por eso de ver ya la orilla despuntando en el horizonte.

6.3.07

días y días

Hoy es uno de esos días en los que la ciudad amenaza con agranderse, con hacerse eterna y transformarse en un laberinto desconocido de longitudes inabarcables. Llueve, lo cuál está bien, como siempre, pero algo en el tono gris de estos días ha renunciado a su discurso tranquilizador y calmado y se ha vuelto frío y cortante como el viento que me recibe (o más bien patea) cada vez que cruzo una puerta que me expone a él.

En días así uno se siente un poco solo. Igual es eso.

Pero yo he tomado mis medidas. Música bruta para los paseos, y renuncia total y absoluta a paraguas, compañía para pasar la tarde. Y a ver, una vez se rinda el gris, qué tono trae el negro nocturno.

Y si no siempre puedo excavar la pila de libros en busca de Oliverio Girondo, o quedarme hasta las tantas destripando aliens en el ordenador. O leyendo. O deambulando por ahí. Esperando que el viento se lleve estos colores tan hostiles, que yo no sé qué les habré hecho, y me traigan de vuelta los de todos los días.

5.3.07

londres, fin del mundo

Se supone que uno de los quehaceres de los matemáticos y de los neuróticos (cumplo por ambos lados) consiste en buscar pautas en cosas que en principio no la tienen. Así los matemáticos buscamos reglas subyacentes y estudiamos las cosas, y los neuróticos encontramos paranoicas teorías sobre el funcionamiento de La Realidad, esa cosa tan hilarante. O al revés, da igual, al fin y al cabo no conozco ningún matemático que no sea un neurótico ni ningún neurótico que no lleve dentro, aunque muy de incógnito, a un pequeño matemático tocapelotas.

Y una de estas pautas que he notado yo últimamente es que ha habido un cambio en el cine catastrofista a nivel mundial desde los atentados de las Torres Gemelas, que ha producido primero un tono bastante más siniestro en el cine de debacles y calamidades, y segundo un cambio de ubicación. Y muchas de estas películas se han desplazado a Londres.

Total, que entre las películas que he visto en el último año o año y pico podría montar un pequeño festival que se llamase Londres, fin del mundo. Y la programación sería así:

El primer día, para abrir boca, 28 Días Después, peli que no es tan buena como el resto, pero que como tiene a Godspeed You! Black Emperor en la banda sonora pues como que ya todo lo demás da igual. En esa película un virus arrasa una cantidad desconocida de mundo, y el protagonista se mueve por un Londres desierto mientras suena la música de este que sin duda es uno de mis grupos favoritos. Y la consideraríamos como una película tangencial sobre zombies. Por qué no.

El segundo día, por alternar en el menú, V de Vendetta. El apocalipsis en forma de terrorista pedante y megalómano que desafía a un regimen dictatorial. Aligerando el tono para la que se nos viene encima al día siguiente...

El tercer día, Shaun of de Dead (en español, ejem, Zombies Party (!?), no sé muy bien por qué); Shaun, un joven no tan joven empieza a ser consciente de que su vida se estanca y es lamentable el mismo día que su novia le deja por capullo. Todos andan muy metidos en sus vidas como para darse cuenta de lo que va pasando a su alrededor en la ciudad. Hasta que por fin se dan cuenta, y hacen algo al respecto. Gloriosa comedia con personajes francamente entrañables, cosa que no creo que se pueda decir de muchas pelis de zombies.

Y para terminar, Children of Men, y volvemos a las tendencias fascistas, y nos metemos de lleno en el terrorismo que jode, en la inmigración salvaje (por las medidas contra ella, sobre todo), a los militares en las calles y los sin techo apedreando los trenes que van de las zonas residenciales a la City ante la indiferencia de la clase media. El mundo se va a la mierda porque no nacen niños, pero también porque los últimos niños que nacieron, los adultos, se lo han cargado. Y esos adultos, en realidad, somos nosotros, o son indistinguibles de nosotros.

¿Y por qué Londres? Imagino que porque es una ciudad conocida y cosmopolita. Porque todo el mundo conoce a alguien que ha estado allí, ha visto el Big Beng, las orejas del Príncipe Carlos y el enorme reloj ese de carrillón (el tal Big Ben. ¿A quién se le ocurre llamarle Ben a un reloj así, por cierto, y volviendo al tema de ayer de los nombres?). Porque Londres tiene rincones que son indistinguibles de los rincones de cada una de nuestras respectivas ciudades.

¿Y por qué el fin del mundo? Supongo que porque las situaciones límite son estupendas para ambientar dramas, pero también porque tememos el fin, y quieras que no cada vez se huele más cerca que algo siniestro va a pasar si no comenzamos a comportarnos como deberíamos de una puta vez. Supongo que se hacen películas sobre el fin del mundo porque, después, no habrá forma de decir "ya os lo decía yo". Sólo queda intentar decirlo antes, y para que lo veamos, sólo queda hacer una película con ello.

4.3.07

los nombres de las cosas


Lo bueno de tener amistades en eso que llaman blogosfera (y que a mi gusto merece un nombre mejor. Mordor, Arcadia, ESO son nombres decentes, y no "blogosfera". Más sobre nombres a partir del siguiente párrafo, es un tema recurrente que tengo hoy) es que ahorran bastante trabajo. Por ejemplo, ¿que no tienes tiempo para contar qué tal el fin de semana? Pues nada, una foto de estos días, un link a un blog que lo cuente, y santas pascuas. Aunque sea un blog con unas fotos tan espantosas. Nadie es ferpecto, ya sabes.

Así que, una vez satisfechas las necesidades informativas, uno puede dedicarse, por entero, a divagar. Y hoy, volviendo del campo, a mí me ha dado por divagar sobre nombres; los nombres de las cosas, de los productos, de los modelos de los coches. Así que mientras mis dos pasajeros intentaban dormirse sin éxito han tenido que aguantar cómo yo divagaba al respecto, sin poder quejarse con sinceridad porque al fin y al cabo yo les estaba haciendo de chofer y ya sabemos todos que ese trabajo, cuando no se hace por dinero, tiene que tener alguna compensación directamente proporcional a lo intempestivo de la hora. Ejem. Y en mitad de la divagación me he dado cuenta, primero, que a veces no es muy razonable abstraerse filosofando mientras se pisa el freno, y segundo, que estaba en el coche usando los mismos engranajes mentales que utilizo aquí cuando escribo y pienso en algo. Así que mis dos acompañantes han sido testigos únicos e irrepetibles de un post en vivo.

Toda la culpa ha venido de un coche que teníamos delante, de una marca o modelo que se llamaba "Tata". ¿Tata? ¿¡Qué clase de nombre es ese!? Y ya, claro, he comenzado a fijarme en los demás coches, y a preguntarme cosas como si Seat tendrá un departamento de márketing dedicado a hacer listas de nombres de ciudades y pueblos de españa y si, como ha pensado uno de los pasajeros, esos nombres buscarán una relación entre la ciudad en cuestión y el modelo de coche.

Imaginemos treinta segundos dentro de la piel de dos de esos empleados:

-Hola Fermín.
-Hola Toño.
-¿Qué tal el puente?
-Oh, bien. Fuimos a Altea, el pueblo de mi madre.
-¿Altea? ¿Y cómo es ese sitio?
-Uh, pues, no sé. Alto y con forma de huevo.
-¡Hum!

¿Habrá realmente gente dedicada a pensar nombres para las cosas, como sugería Clementine Kruczynski (Kate Winslet) en Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Sí, siempre que diga el título de esa película pienso poner el original entre paréntesis, para hacerle justicia)? Suena como un trabajo interesante, aunque supongo que dependerá del producto a nombrar.

Da que pensar, en cualquier caso, cómo se eligen los nombres de las cosas. Por qué cierta empresa busca nombres que suenen exóticos o sugerentes, o incluso eróticos, a sus coches, y por qué otra se limita a letras y números. Renault no ha vuelto a ser lo mismo desde que dejó de fabricar R-11, R-4, R-19 y R-21 y comenzó a hacer Twingos y Clíos y Meganes y demás. Twingo. ¿Cómo coño le puede llamar nadie a un coche Twingo y esperar que se le tenga algún respeto? ¿Se escribía así, Twingo? Puestos a ello, yo en ese sentido admiro profundamente a los yanquis; siempre sonará mejor Impala que S8, por muchos caballos que tenga el dichoso S8.

Lo curioso de pensar tonterías como esta es que al final uno termina descubriendo que en realidad ya llevaba tiempo pensándolas, o cociéndolas a fuego lento, por estúpido que sea gastar recursos en eso. Así, por ejemplo, tengo bastante claro qué nombre le gustaría ponerle, caso de que surja el tema, que no sé yo, a mis hijos. O qué películas tienen los mejores títulos. O qué canciones.

Y que soy un friqui irredento, por mucho que me joda (no por ser friqui en sí, sino porque de esta clase hay muchos y yo, como cualquier ególatra, aspiro a la exclusividad), si termina apareciéndome en la mente el pensamiento de que para nombres geniales los de los destructores imperiales que aparecían en Star Wars, y sobre todo en aquel juego de ordenador viejísimo que tuve hace diez o mil años.

Tal vez debería dormir más. No puede ser muy normal pensar a renglón seguido que si tuviese una hija me gustaría llamarla Inés, y que si tuviese un destructor imperial lo llamaría Retributor.

2.3.07

libro al vuelo


La amiga Pip es una persona de esa clase de gente, tan radicalmente distinta a la mía, que no le crucifica a uno por ignorante y por listo cuando alude al humo y los espejos y se la contesta que lee demasiado Terry Pratchett (como hice yo aquí) cuando Humo y Espejos es un libro de Neil Gaiman. El caso es especialmente psicodélico porque cuando compró el libro en cuestión yo iba con ella, y yo me compré otro libro también de Neil Gaiman (Stardust. Si no lo has leído, corre a por él).

El caso es que hace un tiempo, más o menos cuando la ínclita versión hespañola de Mr. T, el señor Mr. J vino a visitarnos a Trantor (léase Madrid, si se quiere), la buena mujer me dejó el libro, que yo acogí con mucho cariño e inmediatamente escondí en algún lugar de mi habitación donde pudiese olvidarme de él por tiempo indefinido. Pero el derrumbe de una pila de cosas que tengo en la habitación (déjame que no diga de qué se trata, que luego esto lo lee la Guardia Civil y me meto en un lío por una tontería) lo dejó al descubierto así que hace unos cuantos días lo embutí en mi bolsito de revisor de tren y desde entonces lo he venido leyendo. Son cuentos, y algunos me dejan un poco frío, un par de ellos o tres o cuatro (que para algo soy un intelectual y un envidioso y un gruñón, leñe), bastantes son buenos y unos cuantos son simplemente brillantes, sobre todo el que, sospecho, va a ser mi favorito, El Barrendero de Sueños, que no copio aquí porque le tengo mucho cariño al señor Gaiman y no quiero pisotearle el copyright, pero lo que sí puedo hacer es dejar la dirección donde otros, con menos remordimientos, ya lo han copiado. Es increíble la capacidad de este hombre para reinventar la fantasía, para volverla creíble, para integrarla en el mundo real (épico también ese cuento donde una ancianita inglesa compra el Sagrado Grial en una tienda de deshechos de segunda mano), o lo que es lo mismo, para reinventar la realidad, volverla fantástica e integrarla en el mundo de los sueños. Nadie que yo haya leído tiene ese don para construir un mundo como el que él construyó a partir del Metro de Londres en Neverwhere, o para narrar la caída de una estrella fugaz como hizo en Stardust, etc etc.

El caso es que tenía que ser un libro suyo el que demostrase aptitudes poco comunes en el resto de los libros: Hasta ayer ningún libro que yo haya leído había salido volando de mis manos. Sucedió anoche en el metro, yo leía tan pancho cuando de pronto plaf, el libro salió volando, agitando las páginas como si fuesen alas... pero al metro escaso de recorrido ascendente la evolución demostró estar bastante más retrasada en el desarrollo de las páginas de lo que lo está, digamos, en el diseño de las alas de las aves (excepto en el caso de gallinas, avestruces, pingüinos y demás) y cayó al suelo entre la gente, con mucho escándalo. Claro, como ver un libro que vuela no es una cosa nada común aquello captó la mirada de medio vagón, y cuando el libro terminó su aterrizaje forzoso todas las miradas, menos una, se dirigieron más o menos hacia donde estaba yo, con las manos aún con la posición y gesto que tenían al sostener el libro aventurero, y llovieron sobre el tipo cuya mirada siguió por un momento enfocada en el libro, un caballero mayor de pelo blanco, ojos azules y mirada de niño al que van a castigar por rotura de ventana, que se giró hacia mí y musitó "lo siento" con muchísima pena, pues el detonante de todo aquello probablemente fue que su hombro golpeó el libro en el costado (y yo, como soy tan majo, me quedé inmóvil, mirándole con esa cara de odio helado que, sospecho, pone muy incómoda a la gente, hasta que el hombre cogió la indirecta, caminó hasta el libro y me lo trajo de vuelta). Y todo el mundo asumió esa cadena de causas efectos y el episodio quedó catalogado en la memoria colectiva de todos los allí presentes menos tu seguro servidor como choque de hombro con libro. Pero no. No fue un golpe fuerte ni seco como para lanzar el libro a esa distancia. Así que, por qué no, asumamos que el libro salió volando. Que el choque aflojó mis dedos y le dio la excusa. Así que advertidos quedáis, los libros, o al menos los libros de Neil Gaiman pueden volar.

Lo cuál me hace despreocuparme totalmente por el asunto de devolvérselo a su legítima dueña una vez lo lea; si las palomas mensajeras vuelven al hogar y tantos otros pajarillos migran, ya hará el libro lo que le parezca cuando vea que llega el momento.

(La foto no tiene nada que ver con esto pero es que me he bajado un programita para procesar las HDR sin tener que hacerlo con el Photoshop y me encanta cómo quedan. El fin de semana me voy al pueblo pero seguirán subiendo fotos HDR durante unos días. Y como me siento muy contento con la foto, pues yo me la autopublicito aquí).
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.