7.3.07

costumbres ascentrales

Quería decir ancestrales, y no ascentrales, pero el error me ha parecido divertido y preocupante. ¿Qué le pasa a mi cabeza, está empezando a confundir las palabras, o es que se aburre de ellas y les inventa variantes? ¿Pero cómo podría aburrirse de una palabra como ancestral, que desde luego no es una de las que más utilizo?

Supongo que será, para variar, la falta de sueño.

Es inevitable, es mi sino, no dormir. Yo juro que lo intento, que le pongo empeño, que cada noche me propongo meterme en la cama a las doce (y cuarto a más tardar), darme un ratito para el onanismo del lector compulsivo y luego apagar la luz (y la música quizá sí quizá no, depende, cada noche es un misterio) y esforzarme por estar un rato despierto, reconciliándome con la cama y canturreando por lo bajini eso de "ay papito, ay mamita, qué bien se está en la camita", sintiendo ese placer de las sábanas en su punto (ni muertas y colocadas con el rigor mortis de las camas hechas ni destrozadas por una semana entera de caos y forcejeo nocturno) para luego deslizarme en el sueño como quien baja por un tobogán, contento, feliz y agitando los brazos, venid a mí, oh sueños, etc.

Pero nada. Una noche, que si acabo de bajarme el último programita para trastear con las fotos y hay que probarlo. Otra, que si hay que fregar y la tarea es ineludible (uno sabe que tiene que fregar cuando la pila de platos del fregadero se vuelve autoconsciente y la descubres, al entrar en la cocina, asomada a la ventana fumándose un cigarro o tumbada en la terraza a la caza de un rayo de sol perdido o, sospecho, una paloma despistada). Otras, que si la paranoia le incita a uno a lanzar andanadas hiperactivas de ayuda que, tecnicamente y qué despiste, no hace falta (pero no sé, espero que esas cosas nunca estén de más. Claro que no me queda otra, o asumo un punto de vista optimista y bucólico al respecto o habrá que aceptar que desvarío, que soy un cansino y que debería recluirme en lo alto de una columna perdida en la campiña a entablar amistad con las cigüeñas y meditar sobre si el ser es y el no ser no es o si por el contrario el ser no es y el no ser sí, y dejar a la pobre gente en paz de una puta vez). Hay mil razones, que surgen de la nada, como esos pares partícula-antipartícula que Hawking dice que pueblan el vacío surgiendo de la nada y volviendo a ella al momento a no ser que el puñetero agujero negro de turno se trague a una de las partículas dejando a la otra desorientada y mustia, convertida en triste radiación. Al final tiene su gracia y la propia vida es como una mala serie de ficción sin anuncios de treinta segundos engastados cada poco rato (lo peor, por cierto: Antes en los anuncios daba tiempo a recoger, a fregar si uno andaba listo, a lavarse los dientes, a ir a ver cómo iba de cargada la mula. Ahora la brevedad ¡obliga a ver la publicidad! Horrible), ¿qué sorpresas traerá el destino esta noche para impedirme roncar como un bendito lo que merezco?

Y yo compro mis palomitas y aguardo impaciente y resignado, atento cada noche a un desenlace que cada vez tiene menos gracia.

A ver qué pasa hoy. En principio el plan no es de los que tienen que terminar con un "mierda, otra vez, mira qué hora es"; he quedado para ver el fútbol. Ya sé que la inmensa mayoría de lectores de esta página (al menos de los que opinan) odia y aborrece el fútbol, lincharían a todos los directivos y a la gran mayoría de los futbolistas, donarían sus ahorros a ONGs y utilizarían los campos para echarse siestas y montar picnics, pero es que ver el fútbol, aparte de ser un coñazo por lo general, es también un evento social.

Yo tengo un amigo con el que desde hace años mantengo una relación basada en el fútbol. Desde que tengo memoria quedamos, nos vemos, hablamos y nos contamos nuestras vidas mirando una tele en la que el Real Madrid se arrastra más cansino y más triste cada vez, como si aún jugasen sin descanso el primer partido suyo que vimos juntos, mientras a nosotros nos da bastante igual porque estamos hablando y disponemos de un buen surtido de cervezas y tapas (las noches de Copa de Europa no hace falta preparar la cena, todo un pequeño sabotaje al monstruo formado por sartenes pringosas, vasos sucios, platos sin fregar y cazos con trocitos de tallarines chamuscados pegados al fondo). Cuando vivía en Leganés solíamos quedar para ir siempre al mismo bar, donde nos cuidaban casi mejor que nuestras familias y donde por cada caña nos ponían dos platos rellenos de tapas, y donde los atléticos irreductibles terminaron adoptándome, incrédulos ante mi madridismo atípico, porque ni ellos tienen de Raúl una opinión tan nefasta como la mía. Luego el bar cambió de dueño y nosotros cambiamos de bar, y finalmente yo me mudé y desde entonces no nos hemos visto. Hasta esta tarde, cuando le he llamado diciéndole que es probable que esta noche nos elimine el Bayern y aún no hemos quedado para verlo, o sea para vernos, y la próxima temporada pinta terriblemente lejos en el horizonte, así que tras discutir un rato sobre qué zona nos pilla a los lo más cerca posible de nuestras respectivas casas hemos quedado a las ocho en una boca de metro, para ir con tiempo y coger sitio, para empezar a informarnos de qué nos ha pasado en estos meses (hablaremos deprisa) sin la distracción de los veintidos tipejos corriendo de un lado para otro empujando la pelotita sobre el césped. Y luego cada uno a su casa, y yo no puedo llegar mucho después de las once, con el tiempo justo de darme una ducha, atender a las amistades que se resignen a perder un rato de sueño dándome conversación, tal vez destripar algunos marines en una partidita rápida, leer un poco y a dormir no menos de siete horas. Suena posible. Suena factible. Como cada noche. Así que nada, a embeberse de estoicismo, prepararse para la subida del telón, y a ver qué excusa se busca hoy la fatalidad.

Dará igual. Me iré a dormir contento, por ver por fin a un amigo de toda la vida. A ver si de paso y contra toda nuestra desesperación gana el Madrid, más que nada por tocarle las narices al Van Bommel y al inefable Kahn. O pierde, e igual nos libramos de Capello, cualquier resultado es bueno en el fondo. Y mañana es jueves, y los jueves uno empieza a bracear con más alegría, por eso de ver ya la orilla despuntando en el horizonte.

1 comentario:

  1. Hace años pasaba las noches pegada a la pantalla del ordenador. Me gustaba, lo reconozco, mis amigos de entonces (o lo más cercano que tenía en aquella época que mereciera ese nombre)estaban justito al otro lado, asi que ... la decisión era fácil.

    Supongo que tanto insistí que, al final, el sueño se acostumbró y llegó un momento en el que, aunque yo quisiera, no podía dormir: el insomnio se había arrebatado de mi voluntad.

    Ahora, que duermo a pierna suelta, todo lo que puedo y me dejan (la vida en sí misma, el señor despertador, la multitud de estímulos que puede uno encontrarse sin ni siquiera buscarlos ...)aún hay ocasiones en las que me acuerdo de aquellas noches largas e intensas con una sonrisa.

    Tú sigue intentándolo, seguro que, a fuerza de insistir, un día de estos consigues acostarte a la hora justa que habías previsto hacerlo, y, luego, vas y nos lo cuentas ...

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.