Si esto fuese un guion comenzaría explicando el sitio, CENTRO COMERCIAL, y supongo que la hora del día, TARDE, aunque en los centros comerciales todas las horas suelen ser la misma, o al menos todas las horas en las que uno puede estar comprando dentro (un centro comercial de noche debe ser un sitio fabuloso para visitar y fotografiar; todos esos pasillos desiertos, toda esa mercancía expuesta a los ojos de la nada).
Yo voy rumbo a la caja paseando con mi carrito por los pasillos que, como la hora no es NOCHE, están llenos de otras personas que, como yo, empujan sus carritos, cada uno con sus compras tiradas, apiladas o como le plazca ponerlas, y todos los carritos van colocándose en filas intentando optimizar sus tiempos de espera, midiendo con los ojos la longitud de las colas de carritos acumuladas ante cada cajero, el volumen de los mismos y hasta la posible velocidad de manipulación de los mismos de los compradores a la hora de ubicarlos sobre la cinta y recolocarlos luego de nuevo en el carrito antes de alejarse rumbo al maletero de su coche. Y como siempre yo llego, evalúo y me equivoco terriblemente: escojo una caja en la que hay un carrito terminando y otro esperando. Y cuando ubico mi carro tras él me doy cuenta de que ese hombre se está preparando para el apocalipsis zombie: cuento seis paquetes de pan bimbo (sin bordes), seis botellas de aceite, seis paquetes de carne picada… seis de todo.
El hombre manipula sus lotes de seis productos con eficacia y si me eternizo tras él es tan solo porque por lo visto ha comprado seis cosas de absolutamente todo lo que vende el supermercado. Y como me aburro esperando me entretengo pensando, y pienso: cuánto puede aprender uno de otra persona estudiando su carrito de la compra. Yo por ejemplo he adivinado que ese hombre tiene un búnker, una familia numerosa y muchas armas de fuego tan sólo echándole un vistazo a su compra, impúdicamente expuesta al mundo tras las paredes de malla metálica de su carro. Y miro mi propio carro, que está coronado por un paquete de pañales y un pack de seis Grimbergen. Y pienso, efectivamente, lo que le suelto, de vuelta a casa, a mi suegra y a la Muchacha, que se entretienen diciéndole abububú a nuestro primogénito:
—Hay que ver cuánto mostramos de nuestro interior al mundo en un centro comercial, mientras hacemos la compra.
La Muchacha levanta los ojos de nuestro hijo, hacia mi persona.
—¿¡Has ido así, con la bragueta de los pantalones bajada!?
Así que sí, lo que mostramos de nuestro interior.
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