4.3.07

los nombres de las cosas


Lo bueno de tener amistades en eso que llaman blogosfera (y que a mi gusto merece un nombre mejor. Mordor, Arcadia, ESO son nombres decentes, y no "blogosfera". Más sobre nombres a partir del siguiente párrafo, es un tema recurrente que tengo hoy) es que ahorran bastante trabajo. Por ejemplo, ¿que no tienes tiempo para contar qué tal el fin de semana? Pues nada, una foto de estos días, un link a un blog que lo cuente, y santas pascuas. Aunque sea un blog con unas fotos tan espantosas. Nadie es ferpecto, ya sabes.

Así que, una vez satisfechas las necesidades informativas, uno puede dedicarse, por entero, a divagar. Y hoy, volviendo del campo, a mí me ha dado por divagar sobre nombres; los nombres de las cosas, de los productos, de los modelos de los coches. Así que mientras mis dos pasajeros intentaban dormirse sin éxito han tenido que aguantar cómo yo divagaba al respecto, sin poder quejarse con sinceridad porque al fin y al cabo yo les estaba haciendo de chofer y ya sabemos todos que ese trabajo, cuando no se hace por dinero, tiene que tener alguna compensación directamente proporcional a lo intempestivo de la hora. Ejem. Y en mitad de la divagación me he dado cuenta, primero, que a veces no es muy razonable abstraerse filosofando mientras se pisa el freno, y segundo, que estaba en el coche usando los mismos engranajes mentales que utilizo aquí cuando escribo y pienso en algo. Así que mis dos acompañantes han sido testigos únicos e irrepetibles de un post en vivo.

Toda la culpa ha venido de un coche que teníamos delante, de una marca o modelo que se llamaba "Tata". ¿Tata? ¿¡Qué clase de nombre es ese!? Y ya, claro, he comenzado a fijarme en los demás coches, y a preguntarme cosas como si Seat tendrá un departamento de márketing dedicado a hacer listas de nombres de ciudades y pueblos de españa y si, como ha pensado uno de los pasajeros, esos nombres buscarán una relación entre la ciudad en cuestión y el modelo de coche.

Imaginemos treinta segundos dentro de la piel de dos de esos empleados:

-Hola Fermín.
-Hola Toño.
-¿Qué tal el puente?
-Oh, bien. Fuimos a Altea, el pueblo de mi madre.
-¿Altea? ¿Y cómo es ese sitio?
-Uh, pues, no sé. Alto y con forma de huevo.
-¡Hum!

¿Habrá realmente gente dedicada a pensar nombres para las cosas, como sugería Clementine Kruczynski (Kate Winslet) en Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Sí, siempre que diga el título de esa película pienso poner el original entre paréntesis, para hacerle justicia)? Suena como un trabajo interesante, aunque supongo que dependerá del producto a nombrar.

Da que pensar, en cualquier caso, cómo se eligen los nombres de las cosas. Por qué cierta empresa busca nombres que suenen exóticos o sugerentes, o incluso eróticos, a sus coches, y por qué otra se limita a letras y números. Renault no ha vuelto a ser lo mismo desde que dejó de fabricar R-11, R-4, R-19 y R-21 y comenzó a hacer Twingos y Clíos y Meganes y demás. Twingo. ¿Cómo coño le puede llamar nadie a un coche Twingo y esperar que se le tenga algún respeto? ¿Se escribía así, Twingo? Puestos a ello, yo en ese sentido admiro profundamente a los yanquis; siempre sonará mejor Impala que S8, por muchos caballos que tenga el dichoso S8.

Lo curioso de pensar tonterías como esta es que al final uno termina descubriendo que en realidad ya llevaba tiempo pensándolas, o cociéndolas a fuego lento, por estúpido que sea gastar recursos en eso. Así, por ejemplo, tengo bastante claro qué nombre le gustaría ponerle, caso de que surja el tema, que no sé yo, a mis hijos. O qué películas tienen los mejores títulos. O qué canciones.

Y que soy un friqui irredento, por mucho que me joda (no por ser friqui en sí, sino porque de esta clase hay muchos y yo, como cualquier ególatra, aspiro a la exclusividad), si termina apareciéndome en la mente el pensamiento de que para nombres geniales los de los destructores imperiales que aparecían en Star Wars, y sobre todo en aquel juego de ordenador viejísimo que tuve hace diez o mil años.

Tal vez debería dormir más. No puede ser muy normal pensar a renglón seguido que si tuviese una hija me gustaría llamarla Inés, y que si tuviese un destructor imperial lo llamaría Retributor.

4 comentarios:

  1. No sé yo... a mí lo de pensar tonterías me surge con una espontaneidad inaudita. Y claro, voy todo el día de espontáneo.

    Si tuviera una hija la llamaría Julia y si tuviera un destructor imperial le llamaría Manolo Escobar.

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  2. Uf, he leído la última línea por encima y por un momento he pensado que a quien ibas a llamar Retributor era a tu hijo.
    En algo estoy muy de acuerdo: no sé en qué están pensando los de Renault. Vaya nombrecitos se buscan.

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  3. Wow, por una vez, parece que sé algo que tú no... en efecto, hay gente cuyo trabajo consiste en inventarse nombres para las cosas. Absurdamente a tan poética profesión se la conoce vulgarmente con el patético nombre de "naming" (como era de esperar, por otro lado).
    Te dejo un link de una multinacional que se dedica a eso.
    Recuerdo, no obstante, haber leído en un periódico una entrevista a un poeta madrileño que también era "nominador" (mucho más artesanal, menos globalizado, dónde va a parar...). Qué pena que no lo encuentro ahora, porque al parecer el tipo este le había puesto nombre a varias empresas y productos importantes. Y cobraba una pasta, por cierto.

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  4. Gauss, qué responsabilidad, yo no sé si podría.

    Bueno, cobrando una pasta imagino que sí, hum.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.