29.3.07

el terrorismo literario

Qué oficina, señores. Qué oficina. Una mañana tranquila, semiinconsciente, quién más y quien menos en una paz que roza lo onírico, bostezos, calma chicha, cada uno con su música y sus tareas a ritmo pausado, y de pronto una escalada de violencia como no se recuerda y pelotas de goma volando de un lado para otro, un tiroteo que para sí quisiera cualquier western, un ametrallamiento de pelotitas digno del mismísimo Michael Mann,



Escribía Milton en El Paraíso Perdido que si Dios no quería una guerra en el cielo entonces por qué puso espadas en él. ¿Llenaron nuestros jefes la oficina de pelotitas de goma para que pudiésemos masacrarnos los unos a los otros un día?

Pero bueno, no ha habido daños de mucha consideración. No veo por el ojo izquierdo, anegado en sangre tras un brutal impacto logrado por Sheila, una mujer cuyas tendencias violentas se reducen, por lo general, a hablar como Ned Flanders y a ponerse en el msn nombres como "hola tronkis!" y "que vuelva el soleteee". Creo que soy el peor parado de todos, el resto vivirán con toda probabilidad. Yo no me atrevo a prometer nada, veremos cómo evoluciono en las próximas horas.

Pero yo venía a hablar de terrorismo literario, no de violencia laboral. Me llevó ayer Elena a una librería especializada en gastronomía. Bien que hacía, teniendo en cuenta el tipo de preguntas con las que, con su vocecita más amable (a la que tengo terror. ¡Desconfiad siempre de las voces de niña buena en mujeres con tan mala leche!) acorrarló a la pobre dependienta. ¿Y vienen aquí recetas para, digamos, especies de animales vágamente emparentados con las ovejas de una especie de la que quedan 50 ejemplares en el mundo, todos ellos concentrados en Sicilia? ¿Y explica cómo macerar un mamut? ¿Cómo preparar unas chuletas de canguro? ¿Cómo hacer morcillas de koala? ¿Cómo servir un leviatán en su salsa? ¿Cómo aliñar una boa constrictor? La dependienta tragaba saliva al ritmo de dos litros por segundo, con los ojos como platos, y era fácil leer lo que ella misma se estaba preguntando; ¿terminará preguntando también por recetas caníbales?

Viendo que la cosa iba para largo, porque a Elena, cuando aterroriza a algún dependiente, le gustan las torturas lentas, yo deambulaba por la librería, única que conozco cuya sección infantil es, claro, sobre gastronomía infantil. Pero descubrí un par de estantes que NO y repito NO porque era una novedad, en serio, NO iban de cocina. Rarísimo, porque había una buena colección de libros sobre, por ejemplo, el chocolate, o el gazpacho, o cualquier cosa que se coma. En esos estantes se apilaban, siguiendo un orden que no comprendí, colecciones de libros de otras clases, con la maravillosa virtud de que como la mayor parte de la librería era sobre cocina el resto de los libros se hallaban concentrados en un área pequeña, que por lo tanto tenía una gran densidad de títulos y no tenías que ir corriendo de un lado para otro como pasa en superficies más grandes. Lo cuál está muy bien, porque te da tiempo a repasar estantes enteros. Vi ahí mil cosas leídas y ya olvidades, mil escritores que forman parte de nuestro legado genético literario, y me sentí brutalmente amnésico, tan consciente de mi ignorancia ganada a pulso, perdida recuerdo a recuerdo. Medité con tristeza sobre ello, agachado frente a estantes repletos de libros con los lomos tapizados por pelos blancos de una perra que había en la tienda yendo de un lado para otro con un juguete de goma naranja estrujado entre los colmillos y que consolaba mi tristeza exigiéndome caricias para hacerme testigo de cómo aporreaba literatura con su cola. Vi luego un rincón estrecho y abandonado donde tenían las novedades internacionales, y vi así que Baricco tiene un libro nuevo de cuya existencia yo no sabía nada. Y pensaba en comprarlo, amparándome en que algo tendré que leer cuando termine Campos de Londres para no pensar lo consumista que soy (porque es un síntoma del que tiene más papeletas para ser mi desorden mental, por cierto), cuando me levanté porque ya venía Elena con un par de libros de doce kilos de peso cada uno, arrastrando tras de sí a la dependienta exhausta y cadavérica, y allí, en el mostrador, vi El niño del pijama de rayas, libro del que Verónica la que no es mi agente hablaba hace un tiempo en su blog y por el que sentía yo mucha curiosidad; sobre todo por esa nota críptica de la contraportada, por eso de no querer revelar ningún detalle del libro, por dejárselo entero para el lector. Ahí estaba el libro, que si tuviese bracitos los estaría agitando, y casi podía escuchar su voz que decía "cógeme, cógeme". Así que yo que soy muy obediente para ciertas cosas lo cogí, para alegría de la dependienta y de su santa madre, que estaba ahí junto a ella, tras la caja. Y dijo la dependienta "ah, dicen que está muy bien, tú te lo has leído, ¿no, mamá?". Y ¿qué hizo la madre, mientras la hija me daba el cambio? Se puso a contar el argumento del libro, para pasmo mío, de Elena y de su hija, que en cuanto pudo saltó sobre ella, tapándole la boca.

Un libro que uno debería leerse por sorpresa, cosa que comprenden hasta los editores, siempre ávidos de contar la historia, medio destripado así en un momento por una dulce viejecita de ojos azules. Si no hubiese tenido esa sonrisa mientras hablaba, si no se notase en su voz tanto amor por los libros, si la librería no fuese tan genial, si no hubiese estado ahí la perra blanca con el muñeco de goma naranja estrujado entre los dientes, yo ahora estaría a la fuga acusado de asesinato. Pero así no había manera no ya de matar a nadie, sino ni siquiera de cabrearse.

Para bien o para mal ya sé más del libro de lo que a estas alturas, sin haberlo abierto siquiera, me gustaría saber. Y no sabré el alcance de esa herida hasta que no lo lea, pero el libro ha quedado marcado. Pero no, y esto es de agradecer, como un libro desvelado y una trama que ya no me va a ser todo lo sorprendente que debiera, sino como el recuerdo de una bonita tarde de expedición gastronómicoliteraria con una buena amiga, de una bonita librería, de una perra simpática, y de una familia que amaba la literatura con tanta pasión como para no poder evitar dar detalles de la trama. Una historia que, por todo, me va a costar la vida olvidar. Y hay que agradecer que la compra del libro venga con su historia propia, al fin y al cabo.

Respecto al a faena en sí, me consolaré pensando que lo más probable es que el editor pusiese esa nota al final del libro, en vez del resumen habitual, porque no llegase a leérselo y perdiese la nota-resumen de su secretaria.

11 comentarios:

  1. ¿Y quién es el autor? que si lo encuentro lo cogeré en la biblioteca la próxima vez que la visite ^_^

    Yo el nuevo de Baricco ya lo tengo, ñañaña

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  2. ¡Oh! ¿Y ya te lo has leído? ¿Qué tal está?

    El autor de El niño con el pijama de rayas es John Boyne.

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  3. No, no me lo he leído. Lo he dejado en la pila de libros para leer >_<

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  4. reconozco que lo del "leviatán" en salsa me ha pillao con el pie cambiao

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  5. Iba a darte el pésame por lo sucedido, pero, tal y como lo has contado, casi que no me atrevo a hacerlo ..... (eso sí, me pasa a mí, y armo la de dios, qué me conozco).

    Una pequeña anécdota: mi plural y yo solemos leer los mismos libros, aunque, eso sí, no a la vez (parecía obvio pero no siempre lo es, por eso matizo). El caso es que cuando adquirimos el del pijama (que era para regalar, recuerdo), no pude evitar la tentación y me lo leí de tirón, antes de regalarlo. Me impresionó tanto que no pude evitar decir que teníamos que comprarlo para nuestra propia biblioteca, pero, me negué a contar nada de la historia (y mira que me resultó difícil).
    Dos días después, mientras buscaba una página en la que hablaran de él para colgarla en mi blog, abrí una que, antes de nada, contaba, exactamente, lo que el editor y yo queríamos esconder con tanto celo .... Mi plural estaba delante, casualidades de la vida, así que ... ¡se jodió el invento!

    En fín .... una lo intentó, al menos, me queda eso.

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  6. Repor, vamos, que intentas darme envidia diciéndome que tienes el libro cogiendo polvo. Pos mu mal. Si quieres darme envidia tienes que leértelo, tiene que está de puta madre y tienes que hacerme sufrir muerto de impaciencia por leerlo. O mentirme diciendo que ya te lo has leído, que está de puta madre y que cada segundo que tarda en empezar a leerse es una tortura :P

    Oscar, era por no decir un Cthulhu en su salsa, que me parecía un poco friqui.

    De todas formas me pregunto qué cosas cocinas tú para no haberte sorprendido hasta llegar a ese último ejemplo ó_Ô

    Y Verónica, ese testimonio me interesa, me interesa... porque tu plural (qué gramatical) está en mi misma situación, es decir, sabía algo antes de leérselo. Así que cuéntame, ¿qué le pareció, a pesar de ello?

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  7. Pues no me lo he leído... Ya destripado y todo a la señora Verónica no le pareció bien el gasto extra y deberé esperar a que se lo lea la persona regalada... En cualquier caso, no destripes tú más por estos lares, por si acaso. Gracias de antemano. Un placer.

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  8. Doy envidia igual porque sé que tú te lo leerías si lo tuvieras en tu posesión, tal como yo lo tengo. Lo que haga con él no tiene nada que ver con la envidia que provoca el hecho de que lo tenga ^_^ (pero sí, me lo leeré pronto, aunque antes tengo otros pendientes).

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  9. Vaya ... veo que mi plural se me ha anticipado. Es cierto, todavía no lo hemos adquirido, asi que, de momento, pese a lo mucho que te interesa su versión, te vas a quedar igual. Eso sí, cuando la persona regalada nos lo pase y él se lo lea, te informaremos puntualmente.
    De todas formas, sí te puedo anticipar algo: la parte mágica de enfrentarte con algo de lo que no sabes absolutamente nada te la has perdido ya, sobre eso, no hay duda alguna. Para mí, las primera hojas fueron un cosquilleo directo a esa parte de curiosidad infantil que todos conservamos, pese a la edad. Pero ... el resto está todo ahí, a tu disposición, esperando que lo descubras. Eso, David, no puede quitártelo nadie ... ni tan siquiera la maravillosa ancianita de ojos azules.

    Ya nos contarás ....

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  10. Plural, tranquilo, antes me destriparía a mí mismo que a un libro.

    Repor, lo que dices no tiene sentido, lo sabes, y sigues discutiendo por llevar la contraria. O sea, ¿debo tenerte envidia porque lo tienes apilado cogiendo polvo? Pues no veo por qué, porque en realidad yo lo tengo igual, apilado cogiendo polvo. Que tú lo tengas en tu casa y yo en una librería es cosa de complementos circunstanciales que dan igual, porque yo no le hincaría los dientes según lo comprase (y si pensase así, de hecho, lo habría comprado y lo estaría haciendo), porque estoy con Campos de Londres y porque después viene el chavalín con el pijama.

    Y Verónica, no te preocupes demasiado, soy muy bueno negando saber cosas que en realidad sé, cuando me pongo. Tanto enamoramiento juvenil absurdo mantenido más allá de toda esperanza al fin va a tener su utilidad :)

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  11. ¿Y qué tiene de malo seguir discutiendo por llevar la contraria? ¿eh? ¿eh? repelente :-P

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.