31.8.09

me cago en la madre que parió a todo el mundo

Si más excepciones que todas las madres del mundo, que qué culpa tendrán las pobrecitas de que a mí hoy me corroa la mala hostia.

Es que me corroe la mala hostia.

Es que he dejado de fumar.

Sí, sí, la hostia. Llevo un día.

Y me desahogo cagándome en la madre de todo el que se me cruza por delante.

Aunque luego, eso, me siento cuerdo y culpable, y pienso que es un decir, que patatín patatán, que pobres madres, qué culpa tendrán de que yo ande con el mono de la nicotina.

 

Esta tarde, cuando me consuele con otros vicios (como el Need for Speed, por ejemplo, o ver alguna película con muchas vísceras, en la que el protagonista fume como un carretero, o no, o quizá Constantine, o algo así, algo con cánceres de pulmón galopantes, sí, por qué no), escribo otra vez.

Cuando pueda escribir sin cagarme en la pobre e inocente madre de nadie.

Ese luego, ese día llegará.

Y si no, aprenderé a fingir.

Por lo pronto no me sale.

27.8.09

Chichen Itza, Yucatán: esto se acaba

De despedida, las últimas pirámides, las últimas ruinas.

De despedida la verdad es que no tengo mucha gana de escribir, la verdad.

Sólo me viene a la cabeza una palabra: saciado. Nos vamos saciados de aquí. De pirámides en ruinas, de selva, de playas increíbles, de los amigos de la Muchacha, de recorrer país y de ver doce de sus mil caras, un puñado de sus rinconcitos.

Y conste que saciado significa saciado, satisfecho. Nunca harto. Cómo podría ser, si precisamente para acá vimos otro Ford Mustang blanquito, descapotable, esperando, en un cruce, a que me hartase de mirarlo. Ya la Muchacha, resignada, ni me pega ni grita cuando nos encontramos uno de esos coches sublimes y a mí me da el arrebato místico.

En fin, en el fin: Chichen Itzá. Fuimos en un tour organizado, una van, que llaman aquí, con 10 personitas de diversas procedencias. Dos ingleses altos, dos uruguayos, dos portugueses, dos mexicanos, una de Seattle (lo dijo así, porque sabe que todo el mundo sabe dónde está Seattle. Y porque, sospecho, los gringos son aquí un poco como los franceses en España, pero peor, aunque con más higiene, dada la compulsión de la buena mujer por el uso del gel antibacterias).

A la ida no nos hemos dado cuenta de mucho. A la vuelta la furgoneta nos ha ido dejando a cada uno en nuestros respectivos lugares de alojamiento. Así hemos entrado en el complejo residencial vasto y concéntrico de la gringa, y en otro lugar parecido, un bastión de campo de golf y garitas de seguridad y verjas donde se metían los portugueses. Así de raros parecían.

Hemos tomado el café a la vera de un último cenote. Uno inmenso que había en mitad de Valladolid, donde nos hemos dado un chapuzón en aguas de 30 metros de profundidad, entre pececillos y guiris y nativos (no muchos, cinco o diez en total), mientras por encima de nuestras cabezas revoloteaban los murciélagos entre estalagtitas y donde el cenote estaba descubierto relumbraban y arrancaban ecos los relámpagos y los truenos. El café traía sorpresa: el bar incluía el número musical de una especie de Kelly Family a la mexico-hippieña. Cuatro chamaquitas güeras cantando a varias voces, con su presunto padre detrás, melena al viento y barba luenga, camisa de colorines y guitarra en las rodillas. La Muchacha no se ha podido resistir y ha tenido que comprarles el disco que vendían.

En las pirámides nuestro guía se llamaba Sergio, y lo decía todo primero en inglés y luego en español, o al revés. Todo. Cuando ha empezado a tronar ha dicho "hey, it's coming a thunderstorm,..., eh, viene tormenta". El ",...," era el espacio que le costaba a su disco duro mental engranar la transición idiomática.

Nos ha llevado hablándonos todo el rato de los cenotes, técnica, geológica e hidráulicamente hablando, y de los cosméticos hechos a base de bichos aplastados. Entre una cosa y otra no nos ha dicho ni el nombre de la pirámide principal de Chichen Itzá. Cuando cruzábamos al lado de otro grupo guiado escuchábamos, de pasada y con envidia, historias de esqueletos enjoyados, de duras batallas en la jungla, cosas por el estilo. Encima, cuando hemos pasado al lado de una excavación, la Muchacha, curiosa, le ha preguntado ¿y qué sacan de aquí?, a lo que el tipo ha mirado pensativo y ha respondido finalmente "piedras".

Decía que había sido guía en Chichen Itzá más de 2500 veces.

Al terminar el viaje nos han pasado una hojita de evaluación. Hemos puesto la valoración de José, el conductor, por las nubes. A él le hemos dejado una nota diciendo que menos cosméticos y más evisceraciones. Y nos hemos ido corriendo hostal adentro, muertos de miedo, sabiendo que leería nuestra notita en cuanto le diéramos la espalda.

Ahora nos vamos a cenar, y en cada esquina vigilaremos, no sea que aparezca para hablarnos de la importancia de la geología y la cosmética. Y cuando terminemos dormiremos, y cuando despertemos cogeremos aviones y pasará un día que allí serán dos, y ya estaremos en España.

De la impaciencia por sentirla, ya se nos vienen escapando los primeros ramalazos de nostalgia de aquí.

26.8.09

Tulum, Quintana Roo: Previously On Lost

Tras tres días viviendo en la selva de Tulum, a un paseíto de lo que para Platón sería la Idea de Playa, nos hemos vuelto a la tierra de la civilización, las duchas calientes y la ausencia de mosquitos. Playa del Carmen, ciudad de cordura y, perdón por la redundancia, depravación.

Atrás queda el pasado. Es lo que tiene. Van pasando presentes y presentes y los pasados, pues eso, van quedando atrás, excepto para los trolls de Terry Pratchett. Atrás queda así ese cenote en el que hemos navegado, nadado y hecho el ganso la Muchacha y yo a la búsqueda del caimán. Por lo visto, dice el propietario, no es uno, en realidad, sino tres. Y no es pequeño, sino que el conocido es pequeño y los otros dos grandes. Pero por lo que cuentan son bastante dóciles. Como somos muy crédulos asentimos a sus palabras y perdemos toda gana de confirmarlo nosotros con intrépido espíritu.

Anoche al final lo del tequila peligró, si tenemos en cuenta que medio olvidamos comprarlo, medio decidimos que quizá fuera demasiado. Menos mal que el par de hermanas canadienses que conocimos la noche que nos convertimos en choferes mexicanos y el par de mozos que las rondaban fueron más cazurros y llevaron tequila para todos. Después pretendíamos ir ellas y nosotros a la playa, en mitad de la noche, para ver si, como decían, podíamos presenciar el espectáculo del desovar (¿lo escribí ayer con hache intercalada? ¿la lleva? ¿sí, no?) de la tortuga marina.

Problema: no teníamos linternas.
Solución: pedir alguna a los compañeros de hostal.
Consecuencia: el hostal entero fue en bandada a ver el deshueve de las torgugas marinas.

Imagina entonces una horda de guiris borrachos como cubas corriendo por la playa en plena noche sin luna, con la ayuda de dos o tres lucecitas azules. Qué entusiasmo le ponían. Hasta que de pronto hicimos recuento de lucecitas y en vez de dos o tres eran tres o cuatro, e incluían una lucecita roja, de cuyo lado salía una voz de inconfundible acento mexicano que preguntaba algo así como que qué coño era tal escándalo. Pero no así, sino a la mexicana, o sea, sin decir coño, y con una educación rara. Tan rara que cuando Lucecita Roja entendió que éramos la horda guiri borracha encaprichada por ver tortugas, y nosotros que Lucecita Roja era alguien de algún organismo oficial (llevaba una libretita, lo que nos dio la gran pista al respecto), en lugar de despacharnos a la española mandándonos a todos a la mierda y de vuelta al hostel, nos dijo vale, hay una ahí delante, pero si le vais con las luces y el despiporre la vais a espantar y vais a cargaros el deshueve, así que si os sentáis ahí un ratito ahora os acompaño yo a que la veáis.

Accedimos unos con entusiasmo y otros, los pretendientes de las canadienses y ellas mismas, con más entusiasmo todavía. Nos tiramos en la playa y esos cuatro se pusieron a hacer manitas, pista de algo que sucederá unos cuantos párrafos más abajo.

Como media hora más tarde Lucecita Roja volvió y dijo "vengan, en silencio", obviando amablemente el ataque de hipo estruendoso que acababa de darle a la Muchacha, perfectamente audible desde Cuba, que por lo visto intentaba así contribuir a la extinción de tan venerables reptiles amurallados. Fuimos, y en mitad de la oscuridad de la playa una mancha de oscuridad tamaño mesa-camilla se movía a golpecitos hacia el mar. Todos dijimos "oooh, una mancha negraaa". Pero como ya había realizado la puesta y por lo visto andarle tocando las narices al animalillo era admisible, Lucecita Roja hizo honores a su nombre y la iluminó en rojo. Y todos nos maravillamos en la contemplación del épico y exhausto animal, que iba a golpe de aleta de vuelta al mar dando como tres o cuatro llamémosle pasos y luego haciendo un sucedáneo de desplome (no literal porque, bueno, no puedes desplomarte cuando ya lo estás, y te mueves arrastrando una panza acorazada por el suelo) y retomando el aliento, mientras Lucecita Roja y Tipo Que No Habíamos Visto le saltaban encima y le tomaban medidas que transcribían a la libretita oficial, como para un traje.

Al fin Tortuga Marina alcanzó las olas, lo que le alegró bastante por eso de Pitágoras y el empuje de los cuerpos sumergidos hacia arriba igual al volumen del agua que desalojan, y de la alegría que tal principio le daba a la hora de desplazar ese corpachón inmenso. Al ratito, se perdió bajo una ola profunda, y todos la dijimos, tarde e inutilmente, adiós, y nos congratulamos, y nos dimos la vuelta, y bajo el cielo más estrellado que jamás he visto, que la Vía Láctea parecía una autopista, nos volvimos, jauría desatada de nuevo, esquivando cangrejillos y correteando entre las dunas. Hasta que de pronto ¡coño, otra mancha oscura tamaño mesa camilla que trepa playa arriba! ¡Encontramos una segunda tortuga, esta camino de descarga! Me daba yo media vuelta para advertir a los guiris que nos seguían que moderasen su galope y apagasen sus lucecitas azules (algo así como "shut the fuck off and turn those goddam lights off for Satan's sake, there is another turtle in delivery progress right in front of our noses!". Los guiris adoran mi inglés), cuando otra canadiense le enchufó con su lucecita azul, que hasta entonces llevaba apagada, en los morros a la tortuga, mientras gritaba "another turtle, another turtle!"

La redujimos a mamporros (a la canadiense, no a la tortuguita), y nos fuimos de allí antes de quedarnos a que la evidencia decidiera el debate de si la tortuga estaba girando espantada hacia el mar o ignorándonos, playa arriba.

Luego regresamos al hostal, lo que no era tarea baladí, pues había que determinar, en medio de la oscuridad absoluta, el punto exacto de playa por el que una finca amiga del hostal nos daba acceso al mismo. Entendiendo "amiga" como "quizá ya a estas horas no tanto" y "alambradas mediante" y "con perros". Superamos los cruces por la misma sin más heridas que las recibidas por el pantalón de una francesa maleducada y estirada, que a nadie le preocupó mucho, la verdad, y cuando volvimos al hostal y nos contamos descubrimos que faltaban cuatro. Ups, dijeron los operarios del mismo. Eran las canadienses y los pretendientes, descubrimos, por descarte de los presentes. Aaah, comprendimos, y nos fuimos todos a dormir, en la jungla, pensando en los perdidos y escuchando, obviamente, las trompetillas de J. J. Abrams y la voz esa de "Previously On Lost".

Al despertar esta mañana ahí estaban los cuatro desaparecidos, sin dirigirse la palabra y con pinta de no haber dormido mucho. Con miedo de alguna realidad tonta y ramplona, no les hemos preguntado nada. Nos hemos despedido chapuzón mediante del cenote y, lo dicho, nos hemos vuelto a Playa del Carmen, donde la Muchacha se ha desvelado como una güerita contradictoria. Harta de guiris (yo creo que por las francesas estiradas y bobas y por los yanquis que bailan salsa) ha empezado a proferir una vez cada 5 minutos, puntual como un reloj suizo, el indignado grito de guerra de "¡Fuera los Guiris de Yucatán!"

Descubro así que estoy saliendo con una xenófoba mexicana.

Pero yo se lo perdono, por lo guapa que se pone cuando se indigna.

P.D.: si alguien del taller me lee, que sepa que me estoy pensando seriamente llevar esto a la siguiente sesión. ¿Queríais periodismo gonzo? Hete aquí.

P.D.2: ¡qué idioma fascinante el inglés! ¿Habrá otro que lo sea más? Ayer, en algún momento de la tarde haciendo el lagarto en la playa, pensé que no, que imposible, que ninguno puede ganar a esa fácil confusión entre the whole beach for us y the whore bitch for us.

24.8.09

Selva de Tulum, Quintana Roo: la lucha por la supervivencia

Porque qué bonito es poder respirar y constatar que uno sigue vivo y que ha sobrevivido a una titánica batalla contra los elementos, la meteorología, las diversas adversidades y la lucha contra los caimanes.

Así estoy yo ahora, respirando y sintiéndome como Conan después de rebanarles el cuello a todos los malos del negro raro ese que se convertía en culebra.

Entiendo que desde fuera parecerá menos, parecerá sólo que esta mañana me he tirado al Cenote (y qué rica y qué transparente está ese agua profunda y clara y fresquita y llenita de peces), he chapoteado un rato y desenredado un par de kayacs para que la Muchacha y yo remásemos un ratito y echásemos un par de carreras y guerras de agua, y que el único caimán que hay es ese del que hablaba ayer, que es XXL, y al que ni siquiera hemos visto (y mira que lo hemos buscado, lo prometo). Pero yo siento later la hazaña dentro de mí, y eso debe ser lo que cuenta.

Más objetiva azaña debió ser la de anoche, supongo. Cerquita de nuestro hostal había noche de salsa. Es decir, un bar en la playa con un concierto de salsa, un montón de gringos bailando, y una barra donde pedir copas y chelas. ¡Queremos ir, queremos ir!, dijimos la Muchacha y yo, dando saltitos, más emocionados por la playa de noche y por las copas (es que nos gusta mucho brindar) que por la salsa. A los del hostal les dio pereza llevarnos, así que nos dijeron ¿sabéis qué, alguno de vosotros tiene carnet de conducir aquí? ¡Yo, yo, yo lo tengo! Pues toma las llaves, güeyyy.

Y a la que íbamos preguntamos si alguien más quería ir, y para allá que fuimos con 4 canadienses la mar de simpáticos, con los que hemos quedado ya esta noche para irnos a la playa a ver deshovar a las tortugas marinas, bajo ese cielo estrellado inmenso y cuajado de estrellas que hay aquí. Y para bebernos una botella de tequila con toronja, hemos pensado la Muchacha y yo (en serio, cuánto nos gusta brindar), pero eso los canadienses no lo saben todavía, es sorpresita, ji ji.

Así que así estabamos anoche, conduciendo por las carreteras de Tulum, esquivando cangrejos y topes. Con las ventanillas bajadas y la risa de hilo musical. En cuanto nos bajamos del coche y nos metimos en las cabañitas el cielo se puso a tronar y relampaguear, y nos fuimos durmiendo mientras fuera la lluvia desanimaba a los moscos y hacía gotear la jungla alrededor de la cabañita.

23.8.09

Ruinas de Tulum, Quintana Roo: ah, lo bonito, esa cosa tan rara

Según íbamos a las ruinas de Tulum pensaba yo que cómo se me está complicando el asunto de escribir todos los días en el blog nuestras andanzas mexicanas. En parte es porque siendo esta parte la de las vacaciones de las vacaciones, o meta-vacaciones, no hacemos muchas cosas (despertar, desayuno, ver ruinas, playa, comer, playa, beber, playa, dormir). En parte también es por culpa de lo bonito que es todo. Porque la belleza, como la felicidad, son conceptos difíciles de atacar desde el frente literario. A no ser que uno decida ponerse cursi, supongo. Es por eso que cuesta menos escribir sobre melancolía, tristeza y demás. Como que se sueltan los verbos y corretean y fecundan palabras y forman frases. Pero ante la felicidad y/o la belleza, el ojo se queda extasiado y el único pensamiento que nos sale (o al menos que me sale a mí) es "¡uoooh!". Ante la felicidad y lo hermoso se nota hasta donde le llega a uno el calado literario, de qué es capaz y donde se le atraganta el motor. A mí se me atraganta, definitivamente. Pensándolo bien por eso mismo casi nunca escribo de la Muchacha, y ella simplemente es una presencia que revolotea sobre estos posts, o que de vez en cuando dice algo.

Tiene todo esto un algo de observar al sol por su reflejo, por su proyección.

El caso es que hemos ido a ver las ruinas de Tulum, esta mañana.

Tulum, como Palenque y demás cosillas de esta inmensa parte de México, era feudo Maya, aunque hay que decir con una mano en el corazón que de todos los Mayas que poblaron mesoamérica, los de Tulum fueron los más listos y los más adelantados a su tiempo. Los más listos porque en vez de plantar su templo en mitad de la selva, o en lo alto de una montaña, o en mitad de un pantano, como hicieron los Aztecas, estos debieron pasarse por aquí, ver la playa y pensar "coño, ¿y si montamos el negocio aquí, y a la que terminemos los ritos nos damos un chapuzón?" Y los más adelantados a su tiempo porque con la playa y demás, el conjunto de templos y ruinas de Tulum tienen toda la pinta de haber sido, en su día, el primer hotel con spa y toda la vaina del mundo.

Así que pensando esas cosas y trepando senderos y contemplando iguanas hemos pasado la mañana. He hecho la foto típica de Tulum, obligatirio hacer esa foto que, me constaba ya antes de venir, todo el mundo hace. De hecho había hasta cola para colocarse en el sitio donde se ve el templito y la playa. En cualquier caso y por buscar algo más de originalidad he hecho otras cuantas fotos que espero menos convencionales, con la reserva que me da pensar que tampoco es que haya sido tan rompedor, que no me he descolgado por ningún acantilado ni me he tirado de codos al suelo ni nada por el estilo. Salvaré la honra en el post-procesado, espero.

Pero ahí están las fotos. Son preciosas porque aquello lo es. Son preciosas, y lo único que me duele es que son tan preciosas como las de cualquier otro que hacía cola ante aquella barandilla para hacer la foto. No dejan de ser la versión fotográfica del "uoooh", única respuesta instintiva a la belleza.

Y en definitiva, son preciosas porque son preciosas, porque esto es precioso. Y quizá lo que me duela es que no veo mucha forma de embellecerlas mucho más, que pensar en procesarlas y tal me da la mala espina de intuir que poca cosa se podrá cambiar. Y por eso quizá sean más artísticas la fealdad, el drama, lo trágico, lo sucio. Porque se puede dejar bonito. Pero es que lo bonito ya está así, y lo más fácil si se toquetea, si uno no anda fino, es que empeore.

Pensándolo bien, lo bonito es un asco. ¡Pero es que es tan bonito!

Tulum, Quintana Roo: a mí esto ya no me lo cuentan

Hay bien poco que decir de Tulum, en realidad.

Mirando las fotos, he hecho unas 20, y unas 10 piden fotoblog a gritos, y tampoco creo que haga muchas más (pienso esto como autoconvencimiento, porque me he dejado el cargador de la cámara en Playa del Carmen y ando casi sin batería. Déjame que me lo crea). Tengo foto de nube sobre el mar, foto de palmerita con playa de fondo, foto de grupo de palmeritas con playa de fondo, y variantes.

Tampoco se puede hacer más porque el paraíso es como es, cada palmera es perfecta, cada trocito de mar bonitiquísimo, y así todo el rato. Hasta un fan como yo de la grieta, la roña, la decadencia y la herrumbre no puede dejar de decir pues sí que hay que joderse, sí, qué bonito todo.

Como experimento, cuando caminábamos este mediodía por la playa, me puse a pensar si no sería quizá Tulum la playa perfecta porque siendo como es una playa estupenda le falta todo lo que le sobra a otras muchas playas que podrían haber sido estupendas, o al menos estar bien.

Por ejemplo, si a cualquier playa española del levante le quitas la gente, la arena que hierve, el agua demasiado fría o caliente, los hoteles en primera línea de playa cada 10 metros y la gente gritando, sale algo parecido. Si luego encima lo plantas aquí en el Caribe, pues eso, Tulum debería llevarse un 5 de nota, porque juega con mucha ventaja.

Anotado me queda como uno de los lugares más bonitos que he visto en mi vida.

Dice la Muchacha, que me lee por encima del hombro mientras escribo, que salude a su madre y que diga también que se ha echado la siesta más bonita de su vida. Tirada en la playa. Tengo una foto suya de como 5 segundos antes de que dejase de leer a quedarse roque, la pobre.

Antes de esa siesta que me obliga a contar nos hemos metido a un hotelito a comer. Es decir, al Hotelito, porque no había otro a la vista, ni nada, porque ¿he dicho que la playa está desierta? Yo pensaba que era una metáfora, en fin, qué maravilla. Ah, sí, la comida. Hasta me ha dado por pedir pescado, yo qué sé, por ponerle alguna pega al día, y ni así, qué rico todo. La camarera era bastante simpática. Nos ha estado preguntando que dónde nos alojábamos y bla bla bla, y resulta que es la novia de uno de los encargados de nuestro hostal. Vecinos en Tulum, tenemos ya.

Nos hospedamos en una cabaña en el sitio del que hablaba, un hotelito u hostalito o lo que sea de Justino. Tenemos una mosquitera y un bote de repelente para mosquitos, y la playa a un cigarro de paseo. El hostelito tienen un cenote, que pese a lo que pueda parecer no es una gran cena, sino un estanque profundo y con cuevas y matojos todo alrededor y hasta un cocodrilo. Dicen que es pequeñito y que no muerde, que para la única que tiene peligro es para Lola, la perrilla de Justino, que sí tiene un tamaño más confundible con el de una cena de mini-cocodrilo. Hemos salido a buscarlo en una canoa, la Muchacha y yo, pero no lo hemos visto.

En fin, sufro mucho pensando en mi batería descargada, no me convenzo mucho, la verdad, con lo de bah, si ya tengo mi foto arquetípica de palmera, patatín patatán. Otro consuelo viene de pensar que mañana iremos a las ruinas famosérrimas de aquí, donde haré el resto de fotos obligatorias que hay que hacer aquí. Y luego a quemar lo que me quede de batería y después a consolarme dedicándonos a hacer cosas que impliquen mucha agua salpicando o mucho estar tirado en la playa leyendo sin hacer nada más. Y resignarse bañándonos y dormitando y dorándonos al sol. Será un terrible sufrimiento, pero en fin, por intentarlo que no quede.

Qué bonito que es esto, leñe.


Edit: otra visión (desde otros ojillos) del hostal de cabañitas de Tulum, aquí.

21.8.09

Playa del Carmen, Quintana Roo

Y mis pies, que ya han pisoteado ruinas milenarias y junglas eternas, han chapoteado por fin en el Caribe.

Tal cual lo pintan las pelis de piratas, el Caribe este. Un mar dócil y amable, las olas en vez de intentar dislocarte los omoplatos te lamen, slurp, slurp, el agua está calentita, la brisa no congela, la arena, blanquísima, no quema. Y encima te calman el ansia de chilaquiles en un bar con terracita empotrada en la misma playa.

Y eso que aún no estamos en el Paraíso en la tierra, sino en Playa del Carmen. Al Paraíso nos vamos mañana.

De ayer hay poco que contar, lo que naturalmente no es excusa para que cuente poco o nada, ¡escaseces a mi verborrea, ja! Como nuestro autobús salía a las 8 de la tarde y como los billetes los compramos a ¿qué hora sería, Muchacha, la una?, tuvimos mil horas para comer y pasear por Palenque.

Maldita la gana que teníamos de pasear por Palenque con la que estaba cayendo y después de las agujetas de haber trotado escaleras arriba escaleras abajo por las mil pirámides de Palenque. En consecuencia, porque a veces nos da por ahí y somos consecuentes, no caminamos por Palenque. Comimos con toda la calma del mundo y luego caminamos por una calle que por lo visto pretenden forrar de hoteles estupendos (y muy, muy fresas), y nos metimos en la cafetería de uno a tomar el café. Una terraza inmensa con techo de palma, hamacas, tumbonas, sofás, ventiladorcillos y un camarero simpático que a partir de las dos horas de estancia tirados en su bar leyendo empezaba a mirarnos raro, como si en vez de en hoteles nosotros nos hospedásemos en los bares. Al menos le fuimos subiendo el octanaje a lo que consumíamos, a primera hora cafés, a última margaritas.

Nos fuimos de ahí y ale, a agarrar el autobús a Playa del Carmen. Ah, los tiempos en los que éramos Los Turistas, qué lejos quedan. Ayer como una tercera parte del autobús éramos españoles. El viaje fue nocturno, aderezado por los cien mil baches que cruzó el autobús (topes, los llaman las señales, y putada, les llamábamos los que intentábamos dormir) y por dos controles del ejército. En el primero un tipo subió al autobús y estuvo manoteando algunas mochilas al azar, como quien detecta napalm o heroína con palmaditas. En el segundo un retén del ejército nos dijo que bajásemos del autobús y estuvieron revisando unas mochilas y maletas al azar. Fusiles en ristre y dedos en el gatillo. Hay más México del que estoy pintando aquí, pero ese me le reservo para un post desde lejos. Quede esto como pincelada o costura que unirá con él, como probablemente la única referencia concreta que haga ahí.

Y amanecimos llegando aquí. Conocí al último de los míticos tipos de los que la Muchacha siempre habla, Justino, y mañana creo que será él quien nos lleve al Paraíso. Se le ve buen tipo, pero estaba, digamos, trabajando, y hasta después de la siesta le dejaremos en paz.

Y poco más que contar. Tengo sal del Caribe sobre la piel, curando las picaduras de los moscos, y esta tarde repetiremos la terapia, y flotaremos en el agua fingiendo ser náufragos piratas o esponjas o flotadores o astronautas.

Y después más margaritas.

20.8.09

Palenque, Chiapas

Al final la migración al este va a ser mucho más repentina de lo que llegamos a pensar, pero no importa. Decidimos plegarnos a la suerte, no pensar demasiado donde ir, visitar esta mañana las ruinas mayas (los mayas nos caen mejor que los aztecas. Eran más intelectuales, menos guerreros, y mataban gente, pero al menos no a cientos), y luego venirnos a la urbe y coger autobuses según la hora y la conveniencia, decidir la ruta en función del cartel de partidas de la estación.

Nos ha dejado poca opción: a cualquier punto intermedio al que quisieramos ir tardaríamos cinco o seis horas en llegar y llegaríamos en mitad de la noche, y a Playa del Carmen salimos a las 8 y llegaremos a las 7 de la mañana. Lo menos complicado. Así que toca ver playa, y en fin, los margaritas, las micheladas, qué le vamos a hacer, habrá que resignarse al vicio.

Allí además me quedan amigos de la Muchacha por conocer. Hablando de ellos dijo el Chapu que Tulum y Playa del Carmen parecían haber sido hechos para ellos, para ser su ambiente. Da miedo pensar que de todos los que hemos conocido se supone que los más fiesteros (aunque el Chucho y Oswaldo lo sean un rato) son los que aún no he visto.

Nos hemos hospedado en el Panchán, como creo haber dicho ayer. Cenamos y diluvió, un diluvio de los que uno espera en la selva, de los que se ven en las películas. Solo que el Dolby Surround de la realidad es aún mejor que el del cine, claro. Incluía tormenta, así que le pude dar rienda suelta a ese vicio mío de contar los segundos entre el relámpago y el trueno, de calcular la distancia del sitio en el que cayó el rayo. Del primero conté hasta uno y medio. Así sonó. Impresiona, ahí, rodeado de montañas verdes que dicen que son árboles, con el aguacero cayendo compacto, victorioso, apoteósico. Después dormimos en una cabaña acunados por los ruidos de la selva. Los monos (los changuitos) gritaban sobre nuestras cabezas y en las ventanas, jugando a agitar las ramas, a prolongar la lluvia. Por el día la jungla es un hotel humano, un conjunto de restaurantes y bares y demás. Por la noche los animales la reclaman como suya, y los perros, urbanitas sin saberlo, no saben dónde meter el rabo, dónde mirar asustados. Y los insectos dan pequeños pasos para ellos pero grandes pasos para la Insectidad, y plantan sus agijones en nuestros tobillos y nuestros codos.

Todo lleno también de hippies, por cierto, lo que me hizo hacer un comentario que la Muchacha celebró con jolgorio: viéndoles con los pelos largos y las chanclas de cuero y las camisetas raídas, viéndoles aquí igual que en la India o Madrid o cualquier lugar, están globalizados contra la globalización, esa palabra que profesan aunque dicen que les da alergia. Ah, los hippies. Sin el LSD y los 60, protestando por la lentitud de Internet y la temperatura de las quesadillas, las cosas ya no son lo que eran.

Y hoy hemos ido a ver las ruinas, como decía. Me queda claro que si los pueblos mesoamericanos no inventaron la escalera al menos deberían recoger ese mérito. Mira que las usan por todas partes en las pirámides. Y que los Mayas definitivamente sabían cómo hacerse un jardín bestial: desde la puerta de los templos hasta que se acabe la selva, toma árboles y lianas y arroyos y claros y bichos y más bichos por todas partes.

También me ha quedado claro, con tanto sube y baja, que no debía haber muchos sacerdotes mayas con problemas en el oído interno.

Y poco más. Ahora nos toca hacer tiempo hasta que salga el autobús, dentro de 7 horas y pico. Comeremos, tomaremos unas chelas, nos buscaremos una cantina cómoda en la que leer un rato y tomar un café. Y luego, lo dicho, resignación, y rumbo al paraíso en la tierra, a tirarnos en la playa, ponernos morenos y tratarnos bien.

19.8.09

Oloxotán - Palenque: welcome to the jungle

Últimamente me paso los días canturreando esa canción y el Run to the Jungle de la Creedence. Cómo no hacerlo. Ayer, día prorrogado de nuestra estancia en el paraíso con sauna incluida de Oxolotán, nos fuimos la Muchacha y yo a lo que llaman la cascada de Villa Luz. Lo de Villa Luz pues bueno, vale, es un nombre, no tengo muy claro de qué porque no vimos ninguna villa por ninguna parte (una tienda / parada de autobús / sitio con sombra, y un par de chiringuitos donde vendían no sabemos qué). Lo de la cascada es pura humildad y puro mal vender: después de caminar un cuarto de hora y cruzar el río por uno de los puentes tradicionales de la zona, es decir un puente colgante, yo ya comenzaba a pensar que todo era una treta de alguien para perdernos en la jungla y someternos a algún rito canival, pero no: al fin el ruido del agua nos fue llamando (entre los muchos, muchos otros ruidos de la jungla. Que lugar más entretenido para los detallistas del sonido) y lo que llamaban la cascada quizá fuera la primera, pero tenía por encima unas lagunas y más cascadas y arroyos y lagunas y más selva por todas partes.

En la selva, o en ese trozo de ella al menos, está prohibido llevar bebidas alcohólicas, bebérselas, tirar basura, mantener conductas indecentes y cuatro cosas más que no recuerdo y que en cualquier caso no pude ver bien, porque un guardia se estaba apoyando contra el cartelito mientras lo leía.

Caminamos por allí y vimos un lagarto muy amable. No huyó hasta que le hice una foto. Después nos fuimos corriendo, no fuera a ser que el bicho se hubiera ido a por sus parientes mayores.

También vimos la casa de Tomás Garrido. Por lo visto Tomás Garrido era un tipo que tenía fobia al catolicismo y los dialectos, y mucho cariño por el comunismo. Debió ser governador del estado o algo, y se montó esa casita que vimos. Nos horrorizó pensar en la mudanza. A esas alturas habíamos caminado como media hora por ahí dando vueltas por la selva, y vale que imagino que cuando se llevaran los muebles para allá no irían parando bajo cada árbol descomunal o junto a cada charca magnífica a hacerse fotos, pero el cabreo de los amigos del tal Tomás cuando se viesen aquello después de que los llamase diciendo "¿qué hacéis este finde, me ayudáis con la mudanza?" debió ser descomunal.

Luego nos mojamos los pies, la Muchacha recogió unas cuantas caracolas fósiles y nos fuimos a un pueblo que se llamaba... da igual, no recuerdo cómo se llamaba. Ni la Muchacha lo recordaba -lo que causó una conversación muy Hermanos Marx con el conductor del camión-. Soy tremendo con los nombres. A Cuetzalán incluso una vez lo llamé Kazajistán, cuando fuimos. Así que a esto podría llamarlo Tegucigalpa. Aunque que conste que no lo es. Bueno. A lo que iba. Tomamos un camión (escribí "cogimos", torpe de mí), que fue el segundo camión auténtico que he tomado en mi vida. Los camiones son los autobuses, aquí, y los auténticos son los de las pelis, los inmensos y cochambrosos, abarrotados de ancianitos, señores, macarras y chamaquitas que vuelven del cole, donde retumban versiones mexicanas de lo que para nosotros sería Julio Iglesias, conducidas por evidentes suicidas. El primer autobús fue mucho más auténtico que el segundo, por cierto. Nos llevó al pueblo que decía, el Tegucigalpa que no es Tegucigalpa, donde ya habíamos ido el día anterior con el Chapulín y su familia, como le contamos al guia que nos asignó un amable señor al llegar al pueblo, un chamaquito de unos, qué sé yo, ¿diez años? Nos llevó a un restaurante (que no era el que buscábamos, pero qué más nos daba) y comimos con vistas al río, la jungla y la tempestad que se desató a los 5 minutos de entrar. Estuvimos con un timing perfecto, ayer.

Impagable eso de comerse un plato típico y tomarse un cafecito mientras fuera el mundo es verde y un río continuo cae del cielo.

Cuando amainaba salimos de vuelta a Oxolocán. Los tres taxistas del pueblo se nos rifaron y yo creo que el que nos llevó nos cobró por los tres. Nos dio igual, y quien sabe, quizá a la vuelta se pagase unas chelas a nuestra salud. Llegamos justo cuando Mónica, la mujer del Chapu, estaba a punto de decretar la alerta naranja por nuestra tardanza en aquella tarde de tempestad (como todas las tardes allí hasta el otoño, en cualquier caso).

Luego hicimos fiesta. Vinieron un compañero del Chapu con su familia y nos bebimos una botella de vino y una indecente e ingente montaña de chelas. Hablamos de todo y Renata, la hija del Chapu, continuó haciéndome un extraño caso. Qué sorpresa que los niños me quieran, caramba. Yo creo que es porque como ni ellos no saben de qué palo voy yo ni yo de cuál van ellos, esa coincidencia crea una especie de empatía.

En fin, nos fuimos a dormir y hoy nos hemos dedicado a viajar hasta aquí. El balance de transportes ha sido: el coche del Chapu, un primer camión que nos ha dejado a 30 kilómetros del destino, y luego un colectivo, que es un taxi que se coge entre varios, por ahorrar. Desde casi donde salimos hasta donde casi llegamos hay una vía de tren directa, que no se usa porque los monopolios de autobuses de aquí compraron los ferrocarriles para que se pudriesen.

En cualquier caso esto también es jungla, solo que contiene más turistas. Hemos pasado de ser los dos únicos del valle, para asombro de todos los niños y niñas y miradas curiosas de absolutamente todo el mundo, a ser dos más entre la manada de turistas. En parte es horrible, porque en fin, qué asquito damos los turistas, pero por otra parte se agradece volver a ser anónimos.

Nos hemos instalado en un lugar que se llama El Panchán, antiguamente un rancho, ahora un conglomerado de "hoteles", restaurantes y espectáculos junto a las ruinas de Palenque. El entrecomillado es porque el hotel es de cabañitas. Así que nos hospedamos en una que hay cruzando un puentecito, la segunda a la derecha. Tiene baño, un ventilador en el techo y para comer me he pedido unas fajitas de pollo riquísimas.

Mañana madrugaremos para ver Palenque con las primeras luces, porque si no vendrá el Chapu y nos desollará vivos. Luego no tenemos muy claro qué haremos. Probablemente iremos moviéndonos ya hacia el este (con Tulum y Playa del Carmen en la mira bizca de nuestro objetivo), renunciando ya a darnos un garbeo por Chiapas, que tampoco es cosa de abarcar mucho y no descansar nada.

Además, como decíamos ayer en la cena, estaría bien dejarlo para otras vacaciones, 2010, 2011, algo así.

Además, al este también hay mil cosas que ver.

Me queda espacio para unas 700 fotos.

Más o menos a mitad de las vacaciones, he hecho ya entre 400 y 600. Mi mayor preocupación antes de partir se tornó vana.

18.8.09

Oxolotán, Tabasco

El Chapu tiene un chapulín de mimbre colgado del retrovisor (junto a un mono araña) y conduce como pienso que deben conducir todos los antropólogos. Opuesto al resto de la mexicanía -y de la humanidad- conduce despacito y mirando, y mientras no para de hablar, saludar a los coches con los que nos cruzamos y de decir que si habla demasiado lo mandemos callar, que se lo dice a sus alumnos, que es un no parar de comentarios y datos.

-Papá, papá -le reclama atención su hija desde el asiento de atrás.

-¿Qué, Renata? -le responde.

-¡Compra Davides! -grita ella.

Yo creo que le caigo bien a Renata. Es la viva estampa de la niñita de Monstruos S.A.

Estamos incomunicados en Oxolotán, su pueblo. Nada de cobertura telefónica ni nada que se le parezca. Si el universo entero excepto Aroa y los cordobeses opinaban que Córdoba era un lugar al que ir era una pérdida de tiempo, de este lugar lo opinaban los cordobeses. No sé si esto significará "hasta ellos" o será algo polar, menos por menos más, y entonces el mundo debería pensar que este lugar es la leche.

En realidad lo es. Cuando llegábamos, contemplando las montañas por las que nos encaramábamos, con su verdor indecente y su vegetación pervertida y sus miles de bichos cruzando la carretera, pensé que Peter Jackson hubiese montado los escenarios de Hobbitón aquí si hubiese conocido este lugar. O quizá no: unas temperaturas que no bajan de 30º y una humedad que no cae del 90% quizá hubiese complicado el asunto del maquillaje más allá de la tolerancia del Photoshop.

En cualquier caso aquí estamos, sudando y tan contentos que ya andamos prorrogando los días que íbamos a pasar aquí (en principio iba a ser uno). Nos cuenta el Chapu que Tabasco tiene menos de 20 municipios y Veracruz más de 200, y que junto a Chiapas es lo más pobre que tiene México. Nos cuenta que eso es contradictorio, porque Tabasco, debajo de su manto de montes y vegetación, tiene petróleo. Nos habla de la gente aquí, del alcoholismo, la pobreza y los suicidios. La verdad es que lo que cuenta es bien triste, pero después de cada tristeza y cada concesión al pesimismo el Chapu firma las frases con una risa.

A mí me caen estupendamente él, su mujer Mónica y Renatita, que juega al escondite conmigo cada vez que deja de verme; ¿dónde está David, dónde está David?

Además a la Muchacha le cambia la r del nombre por una d y me mata de risa.

Para venir aquí cruzamos un buen trecho de México de noche, dormidos en un autobús lleno de durmientes. Siete horas desde el adiós a Córdoba y los cordobeses (con tequila para cerrar las heridas de la boca, y con el cielo que indeciso entre lloriquear y montar una fiesta se decidió por hacerlo todo a la vez y nos soltó tormenta tras tormenta). A veces yo me despertaba y miraba por la ventana. Se tenían así visiones de pesadilla: el tránsito de los inmensos camiones mexicanos, el cielo negro súbitamente violeta y azul oscuro rasgado por el trazo de un relámpago. Nos despertaron, ya amanecidos, los baches de la estación de Villahermosa, donde ya nos esperaba el Chapu agitando los brazos.

Villahermosa es una ciudad con un crecimiento a la DF, o sea, cancerígeno. Contradice totalmente su nombre, y los conductores parecen madrileños (excepto el Chapu y, asumo, el resto de los antropólogos que hubiera conduciendo).

Así debería llamarse este pueblo, si los nombres fuesen fieles a lo que nombran. Y lo de Oxolotal, con su eco de nomemclatura médica, se lo dejamos a esa ciudad de crecimiento exponencial y cemento sucio.

Ahora nos vamos a dar brincos por los puentes colgantes que cruzan el río, a dar un paseo en barca, a buscar unas cascadas en las que remojarnos. Luego nos tomaremos unas chelas y espero que conozcamos la universidad donde da clase el Chapu. Y mañana, si el paisaje no nos gana los ojos otro día más, nos iremos a San Cristobal de las Casas.

17.8.09

Vieja Utopía, Córdoba - Cuetzalan, Puebla

Se me acumula el trabajo porque a los comandos secuestrantes también se les acumula el suyo.

Descubrimos la receta para devolver a la vida al viejo Utopía, el canta-bar en el que la Muchacha, en sus tiempos aquí, pasaba la vida entera, trova para allá cantautores para acá. El viejo bar se ha trasladado de sitio, ha engordado, se ha llenado de gente fresa, como llaman aquí a los pijos, y además de menos cantautores, entre directo y directo propina en los tímpanos unas considerables dosis de chundachunda que hacen las delicias de los fresas adolescentes.

La Muchacha, claro, torció el gesto, igual que lo torció, por cierto y antes de que se me olvide, cuando leyó lo que puse de Oaxaca y me recriminó haber olvidado mencionar que estuvo recitando el poemita que da nombre a su librillo (Veinte años sin lápices nuevos) en un bar de allí. En fin: que la Muchacha, al ver la digievolución del viejo utopía puso el grito en el cielo y maquinamos un plan para devolver a la vida al viejo.

Bastó con comprar unas cuantas patatas, aceite de oliva, cebolla, ajo y jitomates (aquí los tomates se llaman así. Sin el ji, que quizá sea gi, son tomates verdes) y hacer salmorejo y tortillas de patata. Con eso y bastante alcohol al ratito estaban cantando Oswaldo, la Rana y el Chucho los temas de antaño, uno a la guitarra, el otro al teclado y el otro a los bongos, en ese orden o en otro, qué asco dan los multiinstrumentistas con eso de saber tocar cualquier cosa.

Se suponía que al día siguiente, es decir ayer, nos iríamos por fin de Córdoba, y parecía un plan sencillo, y no sabemos muy bien como se nos complicó. Oswaldo nos acercó a la estación con las maletas para sacar un billete a Veracruz y de pronto nos vimos cruzando las montañas rumbo a Cuetzalan, en Puebla. En parte fue consistente: si el día anterior habíamos invocado el antiguo Utopía, ayer fuimos al bar en el que Oswaldo dijo "hum, estaría bien montar un bar de cantautores en Córdoba". Antes de verlo, y después, esta mañana, asistimos a dos espectáculos de voladores. Los voladores son cinco tipos que trepan a un poste inmenso y se ponen a descender dando vueltas cabeza abajo, sujetos por una cuerda enroscada a uno de sus pies. Bueno, así bajan cuatro, tocando el tambor y soplando su flautita. El quinto se queda arriba dando vueltas y vueltas y luego puede ser, como esta mañana, que baje descolgándose y haciendo piruetas por una de las cuerdas de sus compañeros. Si no diese el pavor que da pensar en las carencias de seguridad del invento sería algo muy bonito de ver.

Cuetzalan es un pueblito precioso. Empinado, pero precioso. Y aún más abarrotado de vendedores ambulantes de la media del resto de México (es decir, de uno cada 30 segundos o así), pero precioso. Con un enjambre de zopilotes que rondan la torre de la iglesia justo cuando uno apunta la cámara a otra aparte para huir veloces cuando uno les enfoca, pero precioso. Lo peor fue que durante el camino de ida, ayer por la tarde, el sol se ponía, la luz parecía una avalancha de miel, las montañas se recortaban en la bruma y yo, dando tumbos en el coche, no podía ni enfocar la cámara a tiempo ni pedir que nos detuviésemos en un arcén, porque no los había. Y aunque los hubiese, como los Mexicanos son muy prácticos y les dan mucho uso, tampoco habría sido otra cosa que un suicidio bobo intentarlo.

Bebimos un licorcillo muy rico y muy peligroso con cacahuates, ayer, en un bar absolutamente localista en el que hasta sonó K-Paz (dejo como ejercicio buscarlo en goear.com a quienes no lo conozcan), y luego unos doce mil jarritos de tequila con toronja en el bar apropiadamente llamado Los Jarritos, inspirador de Utopía. Dicen que no se parecía en mucho salvo en el concepto cantautoril, porque más que bar era restaurante, pero estuvo bien. El único problema fue que yo estaba ahí aguantando estoicamente trova y más trova, convertido al sentimentalismo mexicano como un aplicado converso más, y de pronto mi vegiga dijo holaaa, tuve que ir al baño y a la vuelta el cantautor estaba cantando una canción sobre un unicornio azul que se le había perdido, y que si dónde estará mi unicornio, y que si cuánto lo quería yo.

-Pero qué gilipollez de canción está cantando este hombre -dije yo, subitamente cuerdo. Y la Muchacha me informó que era una de Silvio Rodríguez, y que efectivamente le parecía una gilipollez pero que hasta que no lo había oído en mis labios inocentes jamás se atrevió a admitirlo en voz alta. Convinimos los dos que era una especie de plagio del Mi Carro de Manolo Escobar pasado por los tripis y la pantomima intelectual, y nos fuimos a dormir.

Hoy estamos otra vez en Córdoba, de donde por lo visto es imposible salir a la primera. Esta vez estamos con unos billetes en el bolsillo, los de un autobús que sale hacia Villahermosa esta noche, tarde. A ver si con la ayuda de los billetes, con su presencia abultándonos la ropa y actuando de talisman, conseguimos irnos, para poder echar esta ciudad de menos de una vez por todas, y hasta la próxima vez.

Me voy con la primera impresión que me dio la ciudad, que sí que me gusta. O con las dos primeras: que sí que me gusta, y que qué majetes son los cordobeses que cuidaron tanto y tan bien de la Muchacha, entonces.

15.8.09

Córdoba, Veracruz: La Venganza de Moctezuma

Esto debería ser la segunda parte de lo de ayer, y llevar un título apropiado, pero la vida manda, y ayer me mandó La Venganza de Moctezuma.

Pero voy por partes. ¿Y por cuál iba yo? ¡Ah, sí!, despertar pronto en Oaxaca.

Como despertamos pronto los secuestradores nos llevaron de compras (y compramos pañuelitos) y a desayunar. Para desayunar se va al mercado, donde miles de vendedores solícitos te dicen que te pongas en tal mesa. Cuando te sientas en ella vas a los puestitos con un plato grandote y te van poniendo carnes y verduras y tortillas y demás, y luego ala, a desayunar. Desayunamos de todo, incluyendo un chapulín, para pasmo de mis captores, sorprendidos quizá por la cara de asco con la que durante todo el secuestro yo había respondido a sus consigas pro-ingesta de chapulines. Pero en fin, qué son los saltamontes sino proteínas, me dije, y me comí uno.

Me premiaron con una camiseta de la selección mexicana, el atuendo más apropiado para hacer un alto en el camino de vuelta y ver en Tehoticán (quizá esté mal escrito: ¿Maríaaa? ¿Quieres protestaaar?) la revancha del 0-2 con el que nos ganaron los pinches gringos en la Intercontinental.

Anteayer todo correcto. Aunque se adelantaron los yanquis México fue medrando y con dos golazos resolvió el partido.

Volvimos a Córdoba con el tiempo justo de hacer otro buen montón de fotos del valle y de darnos una ducha, meternos en un hotel al que nos han invitado (y es que de verdad, qué bien que nos trata esta gente incluso cuando no secuestra) y fuimos al bar del Chucho a tomar tequilas y luego al legendario Utopía, a que la Muchacha refunfuñase por el traslado y el ambiente fresa que tiene ahora y a que yo dijese qué bonito. En el trance creo que nos tomamos unas dos botellas de ron, algún tequila más que me trajo Oswaldo (y, de tanta sonrisa, cómo le iba yo a decir que no) y misteriosas bebidas con las que aparecía Chucho cuando no estaba ocupado saludando gente o levantándole las cejas a las señoritas. Fue una noche desproporcionada en todos los sentidos, y echando cuentas ya me han dedicado canciones en el doble de conciertos aquí, en México, de las que me han dedicado en Madrid en toda la vida. Llevo dos aquí, y esa noche Oswaldo se cebó. Hasta igualó la cantidad de referencias a matemáticos de las que he sido objeto en toda mi vida micrófono mediante, y pensándolo bien es estupendo que la persona que duplica el uno que llevaba sea, esta vez sí, un tipo estupendo, y no la Tía Vinagre, como la otra vez. Ji ji.

La consecuencia más patente de la noche utópica fue, al día siguiente, La Venganza de Moctezuma, y llegamos por fin al título del post: por lo visto Moctezuma lanzó en su día una maldición según la cual todo español que pisase su tierra lo pagaría enfermando. Y yo, que soy tan bien mandado, me puse a ello con fervor, con saña y con un uso intensivo y constante de todos los baños de todas las zonas que visitamos, que no pudieron ser muchas porque cada veinte pasos yo ya estaba preguntando ¿cómo será el baño de esa cafetería? y entrando a la carrera para verlo.

Total, que de pasarme el día sufriendo la venganza se me ha quedado un tipito de sílfide que ya quisieran para sí las modelos de cualquier pasarela.

Al fin de la tarde, cuando comenzaba a hacerme efecto la medicación que me consiguió la Muchacha, comenzó a llover, si es que a lo que cae aquí se le puede llamar lluvia. Se le queda corto, la verdad: lo que pensé, según oímos comenzar el diluvio y corrimos a la terraza del hotel a ver cómo se empapaba la plaza, era que mienten los mapas que dicen que Córdoba no tiene mar. Sí que lo tiene, solo que encima, y de vez en cuando abren el grifo, y la ciudad se convierte en una versión mexicana de Venecia, con pick-ups y bochos en lugar de barquitas.

Como la venganza de Moctezuma debió venir embotellada, alcanzó marginalmente al resto de los amigos que la Muchacha tiene por aquí, así que por la noche nos limitamos a una cenita ligera y sólo la Muchacha y el Rana se atrevieron a pedir cervezas que los demás miramos con un temor arcaico y visceral y que no nos atrevimos ni a tocar, excepto cuando yo me descuidé y le di un sorbito a la de Aroa, porque una cosa es estar malo y otra ser un infiel a las religiones propias.

Y hoy, ya curadísimo, nos hemos dedicado a hacer lo que pensábamos haber hecho ayer si mis intestinos lo hubieran permitido. Nos hemos ido al mercado, nos hemos comprado un cd de música lamentable, una máscara mexicana y chile para hacer micheladas en casa (si en la aduana no las confunden con cocaína o similar, que está por ver), y hemos ido al antiguo barrio donde vivía la Muchacha. En la puerta de su casa se le han saltado las lagrimillas, a la pobre, y deshidratados y contentos caminábamos por la calle, donde cómo no, siendo tan adorable como es, la han terminado por reconocer, y la dueña de la tienda donde antaño compraba el periódico la ha invicado al grito de "¡¡¡güeritaaa!!!", y ahí hemos acudido, a saludar y a darnos todos un atracón de sonrisas contentas.

Y tengo que ir terminando que hay una cierta prisa: tengo que arrancarme todo el sudor de la caminata y tenemos que ir a comprar materia prima para montar una cenita española, como agradecimiento y excusa para bebernos otra vez todo lo que se nos cruce por delante. Mañana partiremos de aquí rumbo al puerto de Veracruz, y luego por la noche creo que pondremos rumbo a Palenque. Sigue la ruta, volvemos a mover los piececillos, y en fin, ya contaré más cuando pueda coger un ordenador y apretar teclitas un rato.

Y ya sabes, que la envidia, si viene, sea de la que incluye sonrisa, no dientes rechinando.

14.8.09

Oaxaca: tiembla Chapulin, tiembla, parte 1

No es siquiera que nuestros secuestradores no llegaron pronto, sino que sólo vino uno, y tuvimos que pasarnos a buscar al otro. Después nos montamos en el coche y comenzaron con la tortura. Para mí, claro, porque era musical, y consistía en hacer sonar cantautores y más cantautores, y claro, la Muchacha imagínate.

Al rato paramos en no sé qué pueblito. A los secuestradores se les antojó pulco, y no sé cómo terminamos comiendo unas tortillas rellenas o un caldito, según el comensal. Después seguimos, y si el acto de conducir las calles era un misterio irresoluble, aún más enigmática resultó la conducción por las carreteras de las montañas de Veracruz. Por ejemplo, en determinadas curvas hay que cambiarse de carril. En una carretera de doble sentido y un carril para cada lado, claro.

Todo tiene una lógica subyacente, un sentido, un propósito. Pero para qué desentrañarlo, con lo bonito que es ese misterio.

Después recorrimos kilómetros y kilómetros por la carretera 135. La carretera 135 se ha convertido en la carretera de mis sueños, sobre todo si mis sueños consisten en conducir un Ford Mustang. A la derecha, el océano de la Sierra Madre. Al principio verdor, luego cáctus. En un rato la carretera se convierte en un catálogo de la vegetación de cierta parte de México (iba a poner toda, pero no, claro, porque en fin, no cabría, por larga que fuese la carretera). Y finalmente llegamos a un atasco y alrededor del atasco estaba Oaxaca, ciudad estupenda en la que aprendí que "Gracias" significa "no" y "por favor" significa sí. La ciudad es tremendamente bella, pero yo creo que no he dicho más veces que no ("gracias") en mi vida. Cada treinta segundos venía alguien a ofrecerte chicles, cigarros, separadores de páginas, sombreros, mecheros, muñecas, pañuelos, en fin, de todo.

Por la noche fuimos a un bar en el que se cantaba y se leía poesía. La Muchacha leyó un poema. Ella dice que se rieron de ella porque cuando al presentarse se descubrió como española, alguien la imitó diciendo "Eshpaña, joder" (aquí para imitarnos dicen siempre palabrotas, y pronuncian las eses así, "sh"). Pero quien lo hizo sonreía, y cuando terminó la gente aplaudió y nosotros nos fuimos a otro bar donde tocaba un grupito muy simpático de ska y reagge, o como se escriba. Nos bebimos una botella de Don Q y nos fuimos a uno de los hoteles más estupendos y más bonitos en los que he estado nunca. El único pero que se le puede poner es que deberían proveerse de persianas o al menos de unas cortinas que tapen la luz. Las mañanas de los resacosos (los crudos, dicen aquí) son demasiado claritas con lo que tienen.

Por culpa de esa iluminación nos dio tiempo a despertarnos pronto. E hicimos más cosas que cuento cuando tenga más rato.

11.8.09

Córdoba, Veracruz


Si tomamos (había escrito "cogemos", pero en fin, ese verbo, aquí) un paquete de un kilo de azucar y separamos un grano podemos asumir que todos los granos del paquete son la gente que cuando les decíamos que nos pasaríamos por Córdoba contestaban ¡pero si es horrible!, o ¿y para qué?, o algo similar.

El granito suelto sería entonces la Muchacha diciendo ¡sí, sí, Córdoba, yuhu!
Como ella es la organizadora del viaje, ganó ella, y bien que me alegro.

El viaje desde el DF fueron cuatro horitas de autobús. Suena un tanto tremendo para un españolito de a pie como tu humilde servidor, pero para las distancias inmensas de este lado del océano viene a ser como darse un paseíto a, qué sé yo, Toledo, por ejemplo. Al final se pasó rapidísimo. No paramos en Puebla, lo que hizo que la Muchacha se pusiera a gruñir y a refunfuñar que debían haber parado allí, que en ese sitio ella siempre se compraba un paquetito de platanitos fritos, y que sin los platanitos fritos el viaje no era lo mismo, nada era lo mismo, nada tenía sentido, volvámonos a España.

Le duró el enfurruñamiento hasta que terminamos de trepar las últimas montañas y apareció a nuestro costado un barranco y al fondo un valle verdísimo, rodeado de montañas inmensas. Ahí ya se puso a brincar en el asiento y a dar grititos de alegría, mientras yo sacaba como loco fotos que tendré que borrar, porque las mataban los reflejos del cristal, en fin, alguna sobrevivirá, supongo.

Y bajó al valle el autobús, dando rodeos por las faldas de las montañas, y cuando por fin nos acercábamos a Córdoba el conductor dio un volantazo y tras él un paseo turístico por Orizaba. Más gruñidos de la Muchacha. Y por fin salió de ese pueblo y nos dejó en Córdoba.

Fuimos a un hotel, dejamos el equipaje, y nos fuimos al bar de Chucho, a tomar cervezas y, esto debería callármelo por vergonzoso, los primeros tequilas que me he tomado desde que estoy aquí. Bueno, ya nos tomamos aquel del avión, pero ese no fue mi primer tequila en México, claro, sino mi primer tequila sobre el Atlántico. En cualquier caso el desagravio de la espera duró poco. En la terraza del bar de Chucho (terraza literal, en un primer piso con vistas al valle, a las nubes que lamían las montañas) nos tomamos media botella de tequila y parte de una de licor de tequila acompañados por el Chucho, la Rana y Oswaldo. Tres mosqueteros, tres personajes más que conozco del panteón mitológico mexicano que con sus historias la Muchacha ha formado en mi cabeza. Terminamos en la Divina, en otra terraza de otro primer piso, limando las pocas asperezas que todavía nos separaban de la borrachera plena, hablando de todo (de todo, hasta de la alineación del Madrid de este año, qué cosas), brindando por cualquier cosa, comprometiéndonos a hacer un día una tortilla de patata.

Luego nos fuimos a dormir, el hotelito estaba exactamente al lado de la Divina, lo que fue de agradecer.

Ahora la Muchacha tiene que enseñarme todos los lugares míticos de la ciudad, como por ejemplo la casa en la que vivía, o la azotea desde la que se cayó Laura La Que Se Cayó (todo el mundo aquí, logicamente, la llama así). Pero hoy por lo visto no podrá ser. Según parece Oswaldo y el Chucho nos van a secuestrar para llevarnos a Oaxaca. Id juntando dinero para pagar nuestro rescate. Por el mío probablemente nadie en su sano juicio pida más de 20 pesos, pero por el de la Muchacha la cosa puede salir cara.

En cualquier caso lo pasaremos bien, y ala, a hacer más y más fotos todavía.

10.8.09

México DF

Llega un punto en el que la avenida insurgentes entra en razón y asume que ninguna calle (ninguna) es infinita. Entonces se transforma en carretera, y lleva a las pirámides de Teotihuacán. Hemos ido hoy. A la vuelta, en una carretera perpendicular, un ciclista pedaleaba a una mano, mientras se las apañaba para calmar un picor en la espalda.

No sé por qué eso me ha parecido una metáfora tremenda de algo. Una pena no terminar de entender de qué.

En cualquier caso en el camino de ida y vuelta de Teotihuacán hemos atravesado los bordes de la ciudad, que son una capa tampoco infinita (porque tampoco las ciudades son infinitas) de casas miserables de bloques de hormigón. La ciudad, en su crecimiento cancerígeno, comenzó devorándose a si misma en los tiempos de Cortés, construyendo sobre lo construido, y a estas alturas ya consigo misma no le vale, y se come los valles, los montes, todo.

En estos dos días he estado buscando formas de describir México DF.

La primera: si fuese una pulga, llegar a México desde Madrid sería como ser un piojo y pasar de una musaraña a un Mamut.

La segunda, es como coger Cádiz 10 veces y 5 de Budapest y mezclarlas, y añadirle toneladas y toneladas de picante.

Los policías aquí, en esta ciudad que es más grande que muchos países, parecen prepararse para una guerra. Chalecos antibalas, equipos militares. Chevrolets deportivos para la policía estatal, equipados con unos tremendos parachoques. Van a menudo con las sirenas iluminadas, aunque sin correr, sin ruido, todo extraño.

Los pasos de cebra tienen un funcionamiento aquí que se me escapa. No parece importar mucho; los conductores, rarísimos, no intentan atropellar peatones a la menor oportunidad, como pasa en Madrid,

En las ruinas del antiguo templo, junto a la Catedral que lo derribó y fagocitó, un policía descansaba a la sombra, sin nada que hacer mas que mirar a los turistas, sin el chaleco antibalas, que tenía apoyado contra una verja. Tan feliz de la vida, el hombre, en su sombra, con el eco de la cantidad inmensa de gente que vociferaba fuera y no muy lejos, en el zócalo.

Junto a ellos, la vieja catedral se hunde, lentamente y desacompasadamente, haciendo ondear su suelo, por estar construida sobre un pantano, y sobre los restos del antiguo templo. La iglesia del dios contemporaneo se cae, muy despacito, como si fuese un chiste secreto y largo. Con cosas así, me encanta el DF.

Aunque no hubiera cosas así, me encantaría por la comida. Sobre todo cuando es casera y la hace la madre del señor Alejandro, amigo de Aroa.

Y aunque no hubiese ni catedrales hundiéndose ni esta comida, me encantaría por la gente. Aunque esta incluya a Alejandro, que tuvo un Ford Mustang (están las calles repletas de ellos, caramba) y lo vendió, razón esta por lo cual yo le odio, por majo que sea y bien que me caiga.

6.8.09

previsión meteorológica

Le pregunto a la Muchacha que mire si nos va a acechar algún tifón, tornado, tempestad, huracán o similar.

Me dice que mañana la máxima será de 27 grados. La mínima, de 13. Soleado.

Para el miércoles esperamos las mismas temperaturas, pero quizá lloviendo.

¡Eso es el exotismo! ¡Lluvia en agosto!

Después, ya iremos viendo. Pero para cuando estemos en la playa más maravillosa del mundo, esperamos unos 30 grados y unas vistas así.


O dicho en cuatro palabras: nos vamos de vacaciones.

Que el calor os de tregua en nuestra ausencia.

metro

A veces en el metro levanto la cabeza del libro que voy leyendo y tengo, de pronto, la impresión de estar asistiendo a la proyección a mi alrededor de una película a cuyo argumento no le he hecho ningún caso hasta la mitad.

Las caras, los gestos, las miradas fugaces, los traqueteos, los vaivenes de la luz, la súbita embestida del ruido del entorno por fuera, alrededor de la música de mis oídos. Todo enredado, anudado, fluyendo sobre los raíles en la misma dirección de ese yo que me pregunto ¿de qué iba todo esto?

Luego, claro, me acuerdo de que la vida no es literatura, que la mirada rara de aquel tipo está simplemente balanceándose sobre el escote de la morena que se sienta frente a él, que el empujón de la mujer que pasa no implica ningún mensaje secreto (aunque cómo no chequear si uno sigue con la cartera donde corresponde, pero en fin), que la suma de los argumentos de las docenas de personas del vagón no suman ni confluyen en un argumento común. Y así llego al fin a mi parada y cuando todo el mundo sale yo me aparto a un lado y contemplo como todas esas tramas separadas se bifurcan y divergen por los pasillos y las escaleras mecánicas con mayor o menor velocidad, con una velocidad diminuta la del tipo que ahora sigue a la morena que se sentaba frente a él, con las pupilas, soñolientas y maravilladas, prendidas de los tobillos de ella, que corre escaleras arriba.

4.8.09

una boda, dos aplausos y un abucheo

1. una boda

Cuando Gema y David comenzaron a salir juntos yo llevaba un par de años o tres estudiando Matemáticas, los años aún comenzaban por otro dígito y el Efecto 2000 era un asunto ya de chufla pero del que nos reíamos con cierto temor reverencial, quizá intuyendo incrédulos que, como al final nos pasó (a nosotros y por lo visto sólo a nosotros), se concretase en un apagón real.

Comenzaron a salir un uno de agosto. Por eso se fueron a vivir juntos también un uno de agosto y por eso se casaron el sábado, uno de agosto. Porque así se olvidan de complicaciones a la hora de recordar fechas. Con apuntarse en la alarma del móvil que el 1 de agosto tienen que decirse felicidades se olvidan de un montón de rutinas felicitatorias. Son gente razonable.

Es decir, gente, aunque sólo fuese por eso, muy distinta a mí.

Él, además, es distintísimo en otros muchos aspectos. Por ejemplo, en política, donde es patriota y de derechas (aunque le honra no ser un enrocado político, y siempre he aplaudido esa amplitud de miras que le permite votar, para su ayuntamiento, a Izquierda Unida, porque según dice, al margen de cuestiones políticas, le parece que lo están haciendo bien. Supongo que también somos muy diferentes en eso, en la amplitud de miras).

No diré que somos amigos, porque nos vemos mayoritariamente en el pueblo, porque no nos seguimos en el día a día, porque nos encontramos de pascuas a ramos. Pero sí diré que él es una de esas personas que uno sabe que aunque no estén, estarán si hace falta y se los llaman.

Además, si alguien me dice la palabra “noble”, la primera imagen que me viene a la cabeza es la de David.

Estoy hablando más de David que de Gema, pero tengo mi excusa: para la boda me ficharon los dos, pero Gema me secuestró como su fotógrafo.

Así que por escrito hablo más de él. Por compensar. Y también porque me resulta curioso que con tanto que nos separen nos llevemos tan bien (aunque ¿cómo llevarse mal con alguien así?).

2. dos aplausos

Los dos aplausos van para las víctimas de la campaña de marketing que David realiza con mi fotoblog entre la gente de su curro. Según deambulaba yo con Canita para arriba y para abajo se acercaron dos compañeros suyos. Una tiene en su salón una ventana a Madrid que es una foto mía. El otro dijo ser fan del fotoblog y del blog. Así que desde aquí, aplausos agradecidos a los dos. Casi ya puedo decir que tengo fans y todo, ¡qué cosa estupenda!

3. un abucheo

Hay más gente de la que me separan más cosas todavía que de David. Por ejemplo, podría suceder que además de, digamos, de derechas y patriota, perteneciese a alguna secta de integristas católicos de esas que en mi mapeado mental yo siempre ubico a la derecha del Opus (más por gusto de exagerar que porque sepa nada al respecto, pero en fin, mi cabeza es mía). Gente con la que a pesar de todo, pensaba yo, se puede mantener un respeto mutuo, una educación, una cortesía.

Yo pensaba que se podía porque, de hecho, ese respeto, esa cortesía y esa educación se han mantenido durante, también, muchísimo tiempo.

Pero resulta que no, que esas cosas deben tener fecha de caducidad.

Ya me sorprendió a mí bastante, durante la despedida, escuchar una conversación en la que salía mi nombre (en realidad, mi apodo). No aposta, líbreme el dios del tipo del que hablo; es que las paredes eran de papel, y lo que se decía en un rincón de la casa se oía con claridad si no por toda ella sí, al menos, al otro lado de una pared, como estaba yo aquella noche, intentando dormirme y escuchando que yo había sido quien se había puesto a criticar que había poca bebida, y que patatín patatán. ¿Yo –pensé–, el tipo que cuando se acabó el whisky y el ron y la gente comenzó a protestar, dijo y predicó con el ejemplo que a qué venían las quejas, cuando teníamos cerveza, para darle volumen al trago, y orujo, para darle octanaje?

Alguien debe estar confundido, me dije yo. Y no le di más importancia que esa suspicacia que uno no puede evitar sentir cuando escucha a alguien echarle mierda encima cuando ni tiene razón ni el inculpado está presente para aclarar cualquier malentendido, cualquier duda. Defenderse de una acusación absurda, vaya.

Pero no, claro. Para qué. Y además, me dije yo, dándome media vuelta en la cama, qué me importa a mí lo que puedan decir de mi persona. Digo yo que a estas alturas quienes me tengan algún aprecio ya serán capaces de distinguir qué he podido decir, y qué nunca he podido decir.

Y en fin, maledicencias al margen yo suponía que el estatus de la cortesía y la educación a pesar de tanta diferencia irreconciliable se mantenía. Y resulta que no: que el viernes el tipo en cuestión se dedicó a saludar a todo bicho viviente (…que salude, porque ya había con quién hacía excepciones), excepto a tu humilde servidor, para luego pasar todo el fin de semana dándole la espalda a uno como si no estuviera, y hablando por encima de su hombro hacia un interlocutor situado detrás cuando algún mensaje podía ser, también, para mí.

Y a mí más que nada me decepciona un poco el tema. No porque no me hable, ya digo que somos tan distintos que probablemente no tendremos nada de qué hablar (aunque debo confesar que me pirraría un buen debate teológico con alguien así, la verdad). Sino por la ruptura de esa cortesía que yo, la verdad, valoraba. Porque me gusta pensar que puedo llevarme bien con gente diferente.

Aunque que no sea así la verdad es que tiene sus cosas. Por ejemplo, puedo decir cosas como: Pablo, vete a la mierda. Y dedicarle un abucheo.

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.