19.8.09

Oloxotán - Palenque: welcome to the jungle

Últimamente me paso los días canturreando esa canción y el Run to the Jungle de la Creedence. Cómo no hacerlo. Ayer, día prorrogado de nuestra estancia en el paraíso con sauna incluida de Oxolotán, nos fuimos la Muchacha y yo a lo que llaman la cascada de Villa Luz. Lo de Villa Luz pues bueno, vale, es un nombre, no tengo muy claro de qué porque no vimos ninguna villa por ninguna parte (una tienda / parada de autobús / sitio con sombra, y un par de chiringuitos donde vendían no sabemos qué). Lo de la cascada es pura humildad y puro mal vender: después de caminar un cuarto de hora y cruzar el río por uno de los puentes tradicionales de la zona, es decir un puente colgante, yo ya comenzaba a pensar que todo era una treta de alguien para perdernos en la jungla y someternos a algún rito canival, pero no: al fin el ruido del agua nos fue llamando (entre los muchos, muchos otros ruidos de la jungla. Que lugar más entretenido para los detallistas del sonido) y lo que llamaban la cascada quizá fuera la primera, pero tenía por encima unas lagunas y más cascadas y arroyos y lagunas y más selva por todas partes.

En la selva, o en ese trozo de ella al menos, está prohibido llevar bebidas alcohólicas, bebérselas, tirar basura, mantener conductas indecentes y cuatro cosas más que no recuerdo y que en cualquier caso no pude ver bien, porque un guardia se estaba apoyando contra el cartelito mientras lo leía.

Caminamos por allí y vimos un lagarto muy amable. No huyó hasta que le hice una foto. Después nos fuimos corriendo, no fuera a ser que el bicho se hubiera ido a por sus parientes mayores.

También vimos la casa de Tomás Garrido. Por lo visto Tomás Garrido era un tipo que tenía fobia al catolicismo y los dialectos, y mucho cariño por el comunismo. Debió ser governador del estado o algo, y se montó esa casita que vimos. Nos horrorizó pensar en la mudanza. A esas alturas habíamos caminado como media hora por ahí dando vueltas por la selva, y vale que imagino que cuando se llevaran los muebles para allá no irían parando bajo cada árbol descomunal o junto a cada charca magnífica a hacerse fotos, pero el cabreo de los amigos del tal Tomás cuando se viesen aquello después de que los llamase diciendo "¿qué hacéis este finde, me ayudáis con la mudanza?" debió ser descomunal.

Luego nos mojamos los pies, la Muchacha recogió unas cuantas caracolas fósiles y nos fuimos a un pueblo que se llamaba... da igual, no recuerdo cómo se llamaba. Ni la Muchacha lo recordaba -lo que causó una conversación muy Hermanos Marx con el conductor del camión-. Soy tremendo con los nombres. A Cuetzalán incluso una vez lo llamé Kazajistán, cuando fuimos. Así que a esto podría llamarlo Tegucigalpa. Aunque que conste que no lo es. Bueno. A lo que iba. Tomamos un camión (escribí "cogimos", torpe de mí), que fue el segundo camión auténtico que he tomado en mi vida. Los camiones son los autobuses, aquí, y los auténticos son los de las pelis, los inmensos y cochambrosos, abarrotados de ancianitos, señores, macarras y chamaquitas que vuelven del cole, donde retumban versiones mexicanas de lo que para nosotros sería Julio Iglesias, conducidas por evidentes suicidas. El primer autobús fue mucho más auténtico que el segundo, por cierto. Nos llevó al pueblo que decía, el Tegucigalpa que no es Tegucigalpa, donde ya habíamos ido el día anterior con el Chapulín y su familia, como le contamos al guia que nos asignó un amable señor al llegar al pueblo, un chamaquito de unos, qué sé yo, ¿diez años? Nos llevó a un restaurante (que no era el que buscábamos, pero qué más nos daba) y comimos con vistas al río, la jungla y la tempestad que se desató a los 5 minutos de entrar. Estuvimos con un timing perfecto, ayer.

Impagable eso de comerse un plato típico y tomarse un cafecito mientras fuera el mundo es verde y un río continuo cae del cielo.

Cuando amainaba salimos de vuelta a Oxolocán. Los tres taxistas del pueblo se nos rifaron y yo creo que el que nos llevó nos cobró por los tres. Nos dio igual, y quien sabe, quizá a la vuelta se pagase unas chelas a nuestra salud. Llegamos justo cuando Mónica, la mujer del Chapu, estaba a punto de decretar la alerta naranja por nuestra tardanza en aquella tarde de tempestad (como todas las tardes allí hasta el otoño, en cualquier caso).

Luego hicimos fiesta. Vinieron un compañero del Chapu con su familia y nos bebimos una botella de vino y una indecente e ingente montaña de chelas. Hablamos de todo y Renata, la hija del Chapu, continuó haciéndome un extraño caso. Qué sorpresa que los niños me quieran, caramba. Yo creo que es porque como ni ellos no saben de qué palo voy yo ni yo de cuál van ellos, esa coincidencia crea una especie de empatía.

En fin, nos fuimos a dormir y hoy nos hemos dedicado a viajar hasta aquí. El balance de transportes ha sido: el coche del Chapu, un primer camión que nos ha dejado a 30 kilómetros del destino, y luego un colectivo, que es un taxi que se coge entre varios, por ahorrar. Desde casi donde salimos hasta donde casi llegamos hay una vía de tren directa, que no se usa porque los monopolios de autobuses de aquí compraron los ferrocarriles para que se pudriesen.

En cualquier caso esto también es jungla, solo que contiene más turistas. Hemos pasado de ser los dos únicos del valle, para asombro de todos los niños y niñas y miradas curiosas de absolutamente todo el mundo, a ser dos más entre la manada de turistas. En parte es horrible, porque en fin, qué asquito damos los turistas, pero por otra parte se agradece volver a ser anónimos.

Nos hemos instalado en un lugar que se llama El Panchán, antiguamente un rancho, ahora un conglomerado de "hoteles", restaurantes y espectáculos junto a las ruinas de Palenque. El entrecomillado es porque el hotel es de cabañitas. Así que nos hospedamos en una que hay cruzando un puentecito, la segunda a la derecha. Tiene baño, un ventilador en el techo y para comer me he pedido unas fajitas de pollo riquísimas.

Mañana madrugaremos para ver Palenque con las primeras luces, porque si no vendrá el Chapu y nos desollará vivos. Luego no tenemos muy claro qué haremos. Probablemente iremos moviéndonos ya hacia el este (con Tulum y Playa del Carmen en la mira bizca de nuestro objetivo), renunciando ya a darnos un garbeo por Chiapas, que tampoco es cosa de abarcar mucho y no descansar nada.

Además, como decíamos ayer en la cena, estaría bien dejarlo para otras vacaciones, 2010, 2011, algo así.

Además, al este también hay mil cosas que ver.

Me queda espacio para unas 700 fotos.

Más o menos a mitad de las vacaciones, he hecho ya entre 400 y 600. Mi mayor preocupación antes de partir se tornó vana.

2 comentarios:

  1. No me ha quedado claro, ¿entonces no habeis visto San Cristobal de las casas?

    Si vais hacia el este no dejeis de pasar por Campeche, la plaza de noche es preciosa, aunque sea menos cosmopolita (o quizás gracias a ello) que Mérida, a mi juicio es mucho más bonita.

    Pd. Por la zona de la costa el cazón les sale cojonudo. ¿Has probado ya la cerveza Bohemia? Si no, ¡estas tardando!

    Un abrazo

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  2. Nop, no lo hemos visto.

    Pero tranquilo, eh, y para, para, alto ahí con las recomendaciones. Te recuerdo que vengo con guía, y que vayamos donde vayamos veremos cosas, y que no hemos parado.

    Y que, además, estamos ya pre-pensando una expedición para el año que viene centrada en Chiapas, Oaxaca y el Pacífico, que aún no lo he visto (yo creo que con ver un lado nuevo de un océano cada vez ya vale, ¿no?).

    Mérida finalmente también nos la saltaremos. Mira el post de hoy: nos hemos encomendado al azar del horario de camión conveniente, y ha ganado Playa del Carmen.

    Y probaré el cazón, y la siguiente michelada será con Bohemia. ¡A mandar!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.