Se me acumula el trabajo porque a los comandos secuestrantes también se les acumula el suyo.
Descubrimos la receta para devolver a la vida al viejo Utopía, el canta-bar en el que la Muchacha, en sus tiempos aquí, pasaba la vida entera, trova para allá cantautores para acá. El viejo bar se ha trasladado de sitio, ha engordado, se ha llenado de gente fresa, como llaman aquí a los pijos, y además de menos cantautores, entre directo y directo propina en los tímpanos unas considerables dosis de chundachunda que hacen las delicias de los fresas adolescentes.
La Muchacha, claro, torció el gesto, igual que lo torció, por cierto y antes de que se me olvide, cuando leyó lo que puse de Oaxaca y me recriminó haber olvidado mencionar que estuvo recitando el poemita que da nombre a su librillo (Veinte años sin lápices nuevos) en un bar de allí. En fin: que la Muchacha, al ver la digievolución del viejo utopía puso el grito en el cielo y maquinamos un plan para devolver a la vida al viejo.
Bastó con comprar unas cuantas patatas, aceite de oliva, cebolla, ajo y jitomates (aquí los tomates se llaman así. Sin el ji, que quizá sea gi, son tomates verdes) y hacer salmorejo y tortillas de patata. Con eso y bastante alcohol al ratito estaban cantando Oswaldo, la Rana y el Chucho los temas de antaño, uno a la guitarra, el otro al teclado y el otro a los bongos, en ese orden o en otro, qué asco dan los multiinstrumentistas con eso de saber tocar cualquier cosa.
Se suponía que al día siguiente, es decir ayer, nos iríamos por fin de Córdoba, y parecía un plan sencillo, y no sabemos muy bien como se nos complicó. Oswaldo nos acercó a la estación con las maletas para sacar un billete a Veracruz y de pronto nos vimos cruzando las montañas rumbo a Cuetzalan, en Puebla. En parte fue consistente: si el día anterior habíamos invocado el antiguo Utopía, ayer fuimos al bar en el que Oswaldo dijo "hum, estaría bien montar un bar de cantautores en Córdoba". Antes de verlo, y después, esta mañana, asistimos a dos espectáculos de voladores. Los voladores son cinco tipos que trepan a un poste inmenso y se ponen a descender dando vueltas cabeza abajo, sujetos por una cuerda enroscada a uno de sus pies. Bueno, así bajan cuatro, tocando el tambor y soplando su flautita. El quinto se queda arriba dando vueltas y vueltas y luego puede ser, como esta mañana, que baje descolgándose y haciendo piruetas por una de las cuerdas de sus compañeros. Si no diese el pavor que da pensar en las carencias de seguridad del invento sería algo muy bonito de ver.
Cuetzalan es un pueblito precioso. Empinado, pero precioso. Y aún más abarrotado de vendedores ambulantes de la media del resto de México (es decir, de uno cada 30 segundos o así), pero precioso. Con un enjambre de zopilotes que rondan la torre de la iglesia justo cuando uno apunta la cámara a otra aparte para huir veloces cuando uno les enfoca, pero precioso. Lo peor fue que durante el camino de ida, ayer por la tarde, el sol se ponía, la luz parecía una avalancha de miel, las montañas se recortaban en la bruma y yo, dando tumbos en el coche, no podía ni enfocar la cámara a tiempo ni pedir que nos detuviésemos en un arcén, porque no los había. Y aunque los hubiese, como los Mexicanos son muy prácticos y les dan mucho uso, tampoco habría sido otra cosa que un suicidio bobo intentarlo.
Bebimos un licorcillo muy rico y muy peligroso con cacahuates, ayer, en un bar absolutamente localista en el que hasta sonó K-Paz (dejo como ejercicio buscarlo en goear.com a quienes no lo conozcan), y luego unos doce mil jarritos de tequila con toronja en el bar apropiadamente llamado Los Jarritos, inspirador de Utopía. Dicen que no se parecía en mucho salvo en el concepto cantautoril, porque más que bar era restaurante, pero estuvo bien. El único problema fue que yo estaba ahí aguantando estoicamente trova y más trova, convertido al sentimentalismo mexicano como un aplicado converso más, y de pronto mi vegiga dijo holaaa, tuve que ir al baño y a la vuelta el cantautor estaba cantando una canción sobre un unicornio azul que se le había perdido, y que si dónde estará mi unicornio, y que si cuánto lo quería yo.
-Pero qué gilipollez de canción está cantando este hombre -dije yo, subitamente cuerdo. Y la Muchacha me informó que era una de Silvio Rodríguez, y que efectivamente le parecía una gilipollez pero que hasta que no lo había oído en mis labios inocentes jamás se atrevió a admitirlo en voz alta. Convinimos los dos que era una especie de plagio del Mi Carro de Manolo Escobar pasado por los tripis y la pantomima intelectual, y nos fuimos a dormir.
Hoy estamos otra vez en Córdoba, de donde por lo visto es imposible salir a la primera. Esta vez estamos con unos billetes en el bolsillo, los de un autobús que sale hacia Villahermosa esta noche, tarde. A ver si con la ayuda de los billetes, con su presencia abultándonos la ropa y actuando de talisman, conseguimos irnos, para poder echar esta ciudad de menos de una vez por todas, y hasta la próxima vez.
Me voy con la primera impresión que me dio la ciudad, que sí que me gusta. O con las dos primeras: que sí que me gusta, y que qué majetes son los cordobeses que cuidaron tanto y tan bien de la Muchacha, entonces.
17.8.09
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Precioso Córdoba (jajajaja, te enfermé)
ResponderEliminary (dado el sentimentalismo que nos emborracha) tú
Te miro y te lo respondo todo, ¡mira, mira!
ResponderEliminarAsí que tú eres el cronista mexicano.... Voy a ir leyéndote p'atrás porque insiste la Muchachawey y porque tu relato (el del Bremen) me gustó tanto.
ResponderEliminarCon permiso.
También éste me gustó -ando mal de reflejos-. Algo mojado en alcohol -tal vez- pero precioso.
ResponderEliminarSea usté bienvenida, muchas gracias por el piropo al cuentito, y en fin, a esta, mi crónica de la ingesta masiva de micheladas, slurp.
ResponderEliminarno se, quiza ...
ResponderEliminarseas el trovador
de un disco llamado
¿"melancolias olvidadas..."?
Uf, ¡me temo que me confundes con otro! Yo jamás podría haber titulado un disco "Melancolías olvidadas". "El renacer de los zombies mutantes que tiran rayos láser por las orejas" quizá, pero "Melancolías olvidadas" definitivamente no, ja ja.
ResponderEliminarbueno, graciaas por responder...
ResponderEliminarcreo que te confundi, quiza por tu
forma de redactar o por que conoses a oswaldo, pero de todas formas gracias por respoder!!