6.8.09

metro

A veces en el metro levanto la cabeza del libro que voy leyendo y tengo, de pronto, la impresión de estar asistiendo a la proyección a mi alrededor de una película a cuyo argumento no le he hecho ningún caso hasta la mitad.

Las caras, los gestos, las miradas fugaces, los traqueteos, los vaivenes de la luz, la súbita embestida del ruido del entorno por fuera, alrededor de la música de mis oídos. Todo enredado, anudado, fluyendo sobre los raíles en la misma dirección de ese yo que me pregunto ¿de qué iba todo esto?

Luego, claro, me acuerdo de que la vida no es literatura, que la mirada rara de aquel tipo está simplemente balanceándose sobre el escote de la morena que se sienta frente a él, que el empujón de la mujer que pasa no implica ningún mensaje secreto (aunque cómo no chequear si uno sigue con la cartera donde corresponde, pero en fin), que la suma de los argumentos de las docenas de personas del vagón no suman ni confluyen en un argumento común. Y así llego al fin a mi parada y cuando todo el mundo sale yo me aparto a un lado y contemplo como todas esas tramas separadas se bifurcan y divergen por los pasillos y las escaleras mecánicas con mayor o menor velocidad, con una velocidad diminuta la del tipo que ahora sigue a la morena que se sentaba frente a él, con las pupilas, soñolientas y maravilladas, prendidas de los tobillos de ella, que corre escaleras arriba.

2 comentarios:

  1. La vida no es literatura, no. Y, sin embargo, eso no quiere decir que en esas escenas (aparentemente) disconexas no haya una trama sutil que las engarza. Como cronopio que eres, la intuyes, se te asoma en momentos sueltos, invitándote a descubrirla. Pero luego, lamentablemente, no nos dejan (o no nos dejamos) seguir jugando.

    Me ha gustado el texto.

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  2. Gracias, Don Miroslav.

    Tramas sutiles, ah, la trampa es la palabra sutil. ¿Qué hay más sutil que lo que no existe? No sé yo si adivinándolas no estaremos cayendo en la versión narrativa de la pareidolia.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.