Tras tres días viviendo en la selva de Tulum, a un paseíto de lo que para Platón sería la Idea de Playa, nos hemos vuelto a la tierra de la civilización, las duchas calientes y la ausencia de mosquitos. Playa del Carmen, ciudad de cordura y, perdón por la redundancia, depravación.
Atrás queda el pasado. Es lo que tiene. Van pasando presentes y presentes y los pasados, pues eso, van quedando atrás, excepto para los trolls de Terry Pratchett. Atrás queda así ese cenote en el que hemos navegado, nadado y hecho el ganso la Muchacha y yo a la búsqueda del caimán. Por lo visto, dice el propietario, no es uno, en realidad, sino tres. Y no es pequeño, sino que el conocido es pequeño y los otros dos grandes. Pero por lo que cuentan son bastante dóciles. Como somos muy crédulos asentimos a sus palabras y perdemos toda gana de confirmarlo nosotros con intrépido espíritu.
Anoche al final lo del tequila peligró, si tenemos en cuenta que medio olvidamos comprarlo, medio decidimos que quizá fuera demasiado. Menos mal que el par de hermanas canadienses que conocimos la noche que nos convertimos en choferes mexicanos y el par de mozos que las rondaban fueron más cazurros y llevaron tequila para todos. Después pretendíamos ir ellas y nosotros a la playa, en mitad de la noche, para ver si, como decían, podíamos presenciar el espectáculo del desovar (¿lo escribí ayer con hache intercalada? ¿la lleva? ¿sí, no?) de la tortuga marina.
Problema: no teníamos linternas.
Solución: pedir alguna a los compañeros de hostal.
Consecuencia: el hostal entero fue en bandada a ver el deshueve de las torgugas marinas.
Imagina entonces una horda de guiris borrachos como cubas corriendo por la playa en plena noche sin luna, con la ayuda de dos o tres lucecitas azules. Qué entusiasmo le ponían. Hasta que de pronto hicimos recuento de lucecitas y en vez de dos o tres eran tres o cuatro, e incluían una lucecita roja, de cuyo lado salía una voz de inconfundible acento mexicano que preguntaba algo así como que qué coño era tal escándalo. Pero no así, sino a la mexicana, o sea, sin decir coño, y con una educación rara. Tan rara que cuando Lucecita Roja entendió que éramos la horda guiri borracha encaprichada por ver tortugas, y nosotros que Lucecita Roja era alguien de algún organismo oficial (llevaba una libretita, lo que nos dio la gran pista al respecto), en lugar de despacharnos a la española mandándonos a todos a la mierda y de vuelta al hostel, nos dijo vale, hay una ahí delante, pero si le vais con las luces y el despiporre la vais a espantar y vais a cargaros el deshueve, así que si os sentáis ahí un ratito ahora os acompaño yo a que la veáis.
Accedimos unos con entusiasmo y otros, los pretendientes de las canadienses y ellas mismas, con más entusiasmo todavía. Nos tiramos en la playa y esos cuatro se pusieron a hacer manitas, pista de algo que sucederá unos cuantos párrafos más abajo.
Como media hora más tarde Lucecita Roja volvió y dijo "vengan, en silencio", obviando amablemente el ataque de hipo estruendoso que acababa de darle a la Muchacha, perfectamente audible desde Cuba, que por lo visto intentaba así contribuir a la extinción de tan venerables reptiles amurallados. Fuimos, y en mitad de la oscuridad de la playa una mancha de oscuridad tamaño mesa-camilla se movía a golpecitos hacia el mar. Todos dijimos "oooh, una mancha negraaa". Pero como ya había realizado la puesta y por lo visto andarle tocando las narices al animalillo era admisible, Lucecita Roja hizo honores a su nombre y la iluminó en rojo. Y todos nos maravillamos en la contemplación del épico y exhausto animal, que iba a golpe de aleta de vuelta al mar dando como tres o cuatro llamémosle pasos y luego haciendo un sucedáneo de desplome (no literal porque, bueno, no puedes desplomarte cuando ya lo estás, y te mueves arrastrando una panza acorazada por el suelo) y retomando el aliento, mientras Lucecita Roja y Tipo Que No Habíamos Visto le saltaban encima y le tomaban medidas que transcribían a la libretita oficial, como para un traje.
Al fin Tortuga Marina alcanzó las olas, lo que le alegró bastante por eso de Pitágoras y el empuje de los cuerpos sumergidos hacia arriba igual al volumen del agua que desalojan, y de la alegría que tal principio le daba a la hora de desplazar ese corpachón inmenso. Al ratito, se perdió bajo una ola profunda, y todos la dijimos, tarde e inutilmente, adiós, y nos congratulamos, y nos dimos la vuelta, y bajo el cielo más estrellado que jamás he visto, que la Vía Láctea parecía una autopista, nos volvimos, jauría desatada de nuevo, esquivando cangrejillos y correteando entre las dunas. Hasta que de pronto ¡coño, otra mancha oscura tamaño mesa camilla que trepa playa arriba! ¡Encontramos una segunda tortuga, esta camino de descarga! Me daba yo media vuelta para advertir a los guiris que nos seguían que moderasen su galope y apagasen sus lucecitas azules (algo así como "shut the fuck off and turn those goddam lights off for Satan's sake, there is another turtle in delivery progress right in front of our noses!". Los guiris adoran mi inglés), cuando otra canadiense le enchufó con su lucecita azul, que hasta entonces llevaba apagada, en los morros a la tortuga, mientras gritaba "another turtle, another turtle!"
La redujimos a mamporros (a la canadiense, no a la tortuguita), y nos fuimos de allí antes de quedarnos a que la evidencia decidiera el debate de si la tortuga estaba girando espantada hacia el mar o ignorándonos, playa arriba.
Luego regresamos al hostal, lo que no era tarea baladí, pues había que determinar, en medio de la oscuridad absoluta, el punto exacto de playa por el que una finca amiga del hostal nos daba acceso al mismo. Entendiendo "amiga" como "quizá ya a estas horas no tanto" y "alambradas mediante" y "con perros". Superamos los cruces por la misma sin más heridas que las recibidas por el pantalón de una francesa maleducada y estirada, que a nadie le preocupó mucho, la verdad, y cuando volvimos al hostal y nos contamos descubrimos que faltaban cuatro. Ups, dijeron los operarios del mismo. Eran las canadienses y los pretendientes, descubrimos, por descarte de los presentes. Aaah, comprendimos, y nos fuimos todos a dormir, en la jungla, pensando en los perdidos y escuchando, obviamente, las trompetillas de J. J. Abrams y la voz esa de "Previously On Lost".
Al despertar esta mañana ahí estaban los cuatro desaparecidos, sin dirigirse la palabra y con pinta de no haber dormido mucho. Con miedo de alguna realidad tonta y ramplona, no les hemos preguntado nada. Nos hemos despedido chapuzón mediante del cenote y, lo dicho, nos hemos vuelto a Playa del Carmen, donde la Muchacha se ha desvelado como una güerita contradictoria. Harta de guiris (yo creo que por las francesas estiradas y bobas y por los yanquis que bailan salsa) ha empezado a proferir una vez cada 5 minutos, puntual como un reloj suizo, el indignado grito de guerra de "¡Fuera los Guiris de Yucatán!"
Descubro así que estoy saliendo con una xenófoba mexicana.
Pero yo se lo perdono, por lo guapa que se pone cuando se indigna.
P.D.: si alguien del taller me lee, que sepa que me estoy pensando seriamente llevar esto a la siguiente sesión. ¿Queríais periodismo gonzo? Hete aquí.
P.D.2: ¡qué idioma fascinante el inglés! ¿Habrá otro que lo sea más? Ayer, en algún momento de la tarde haciendo el lagarto en la playa, pensé que no, que imposible, que ninguno puede ganar a esa fácil confusión entre the whole beach for us y the whore bitch for us.
26.8.09
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Arquímedes, casi mejor. Pitágoras era el de la hipotenusa y los catetos.
ResponderEliminar(He leído toda tu fantástica crónica mexicana, y disfrutádola mucho, y que este sea mi único comentario a tanto gozo mío y vuestro es una ordinariez desproporcionada, lo sé. Es mi carácter. Y además, es que ya se me han acabado las vacaciones.)
Sí que lo leemos, sí.
ResponderEliminarY no es despreciable, la propuesta.
¿Ciudad del Carmen, en Campeche?
Si es así, ¿Han pasado ya por las Puertas de Tierra? ¿Han visitado la Reserva de aves de Padazul?
Y (esto sí que es imperdible): ¿La tumba del "astronauta" en Palenque?
Si aún están a tiempo... denle, denle.
Saludos a la Muzacha.