30.6.06

Poniendo proa al puerto

Ya llega el fin de semana y va siendo hora de recogerse, darle un giro al timón de este pequeño submarino que se convierte en barquito pesquero cuando llega la hora de buscar música... Ahora todo eso no es más que una metáfora algo costrosa, pero esta tarde, cuando aquí mi agente, Lúa y yo nos metamos en el coche camino del pueblo será algo más real... en un sentido figurado, claro, porque mi coche no es un barco ni un submarino, claro, pero en fin, bueno, ¿qué más da?

¡Tampoco es para ponerse tan quisquillosos, carajo!

A lo que iba: Esta semana he pescado un bonito grupo que se llama Kuraia, después de haber soltado muchísimo carrete y haberme puesto a recoger hace un par de noches. Una noche, hace un par de fines de semana o tres, no sé si lo conté, volvimos a ver V for Vendetta un par de amigos y yo, y al salir del cine un taxista que no le tenía mucho apego a la vida (ni a la suya ni a la de los peatones que pretendían cruzar los pasos de cebra ante él) nos llevó al Gruta 77, donde nos tomamos unas cuantas copas hasta que cerraron y luego nos fuimos a dormir, qué remedio.

El caso es que en el Gruta ponen buena música, y en un momento dado no sé de qué estábamos hablando cuando me quedé escuchando la música, un stoner rock sucio y cojonudo que sonaba con una voz en español, y yo me puse a proclamar lo terriblemente ignorante que soy, y que cómo podía ser que a un grupo así no lo conozca. Total, que saqué libretita y boli, me puse a escuchar y apunte un par de palabras que entendí del estribillo: "demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock and roll", y luego decía algo de una habitación. Mis amigos me miraron así como me miran habitualmente y yo les dije que luego siempre podía preguntarle al tío Google y si había suerte descubrir qué grupo era aquel. Hubo un alzamiento generalizado de cejas y volvimos a la conversación, a la música y a las copas.

Y yo, claro, me olvidé de todo el asunto hasta hace eso, un par de noches, así que fui al trote a buscar la libretita, le susurré las palabras al tío Goo, y este me dijo que no era viejo, sino vieja, pero que por lo demás el grupo que buscaba se llamaba Kuraia, que es un grupo más o menos vasco (todas sus canciones menos tres son en vasco, y una de las otras tres es en aragonés o algo así. Las otras dos, incluida Infierno, la que escuchamos en el Gruta, en castellano) aunque el cantante es aragonés. En fin, un grupo que formaron dos músicos que estaban en otras bandas, naturalmente por mí desconocidas, que con el tiempo han desaparecido o quedado en segundo plano.

El grupo está bien, no es que sea el mejor grupo de la historia (en lo referente al País Vasco será imposible que nadie desbanque a Ilbeltz en mi corazoncito), no es que se curren los mejores solos del mundo ni que suenen mejor que nadie, pero aún así son buenos de cojones, y tienen al menos una canción, Egunsentian, con la que terminan el primer disco, que es una auténtica obra de arte, tan espesa, melancólica y hermosa como para recordarme el Hil Da Jainkoa de Pi LT.

No te quejes, hoy o hablaba de música o me ponía a gritarle mi agradecimiento al verano por esos vestiditos amplios que tanto dejan ver al trasluz, por los escotes y por las minifaldas, buf, buf.

29.6.06

Kuu kuuera

Jueves, 29 de junio, día de San Pedro y San Pablo, como si eso significase algo. Cielo despejado y azulísimo, temperatura que ya sube dando brincos. Nada de viento, nada de nubes.

Curioso lugar, la memoria. Ayer leí una reflexión casual de un yanqui sobre la Luna, y de ese laberinto turbio saltó, como un salmón a la busca de su oso, el recuerdo de mis ideas al respecto del Sol y la Luna de cuando yo era muy, muy, muy pequeño. Yo es que desde pequeñito era muy cuerdo y le buscaba explicaciones a las cosas, en vez de andar por ahí preguntando, así que tras dedicar un tiempo de observación para nada exclusiva al Sol y la Luna llegué a la conclusión de que eran dos discos brillantes que se movían por el cielo, y como me parecía bien claro que el cielo era una especie de gran pared azul que estaba relativamente lejos de mí supuse que había unos señores o seres encargados de ir moviendo aquellos discos por el cielo, probablemente con unos palos que los enganchaban en un extremo. En principio supuse que esos seres o señores irían subidos en alguna nube, pero un verano como este, sin nubes por ninguna parte, pensé que la pared azul debería tener una especie de raíl por el que deslizar el palo, y que los seres o señores irían por detrás de la pared.

Luego claro, mi tío empezó a dejarme libros de astronomía, y yo empecé a leer sobre el tamaño del sol y la distancia a la que estaba y pensé uau, una explicación mucho más convincente y mucho más genial que la mía, que quieras que no tenía sus lagunas, por ejemplo ¿por qué aquellos tipos o seres movían el Sol y la Luna? ¿Cómo se ponían de acuerdo para ver cuándo iba cada uno y a qué velocidad tenía que ir? ¿Qué había al otro lado de la pared? ¿No estaría muy caliente el palo que sujetase al Sol?

Yo creo que fue entonces cuando empecé a entender que la explicación natural de las cosas suele ser bastante más hermosa, simple y genial que las que nos inventamos, y que por eso siempre me gustó tan poco la religión, que se parecía tanto, a su manera, a mi historia de los señores armados de palos que sujetaban al Sol y a la Luna.

Como los conocimientos casuales siempre pueden valer una sonrisa, ahí te va uno. Aurinko y Kuu son los nombres del Sol y la Luna, respectivamente, en finlandés, cosa que obviamente sé porque hay una canción de Moonsorrow que se llama así, Aurinko ja Kuu, porque casi todo lo que sé de finlandés es por culpa de este grupo excepto para las palabras perkele, suomi y rabintola, que son consecuencia, supongo, de tratar con indeseables fineses de vez en cuando, y a los que nunca es posible tomar en serio, por inmensos que sean, con un lenguaje tan gracioso como el que tienen.

En otro orden de cosas el día se presenta tranquilito. En la oficina estamos solo mi jefe (bueno, uno de ellos) y yo, con dos portátiles a mano, dos teléfonos fijos y dos móviles, pensando si de pronto no me habré convertido en dos personas. Y acaban de llegar unos tipos de Microsoft para reunirse con mi jefe y matan el rato paseando detrás de mí a la espera de que el jefe termine una llamada telefónica. Mientras yo, canturreando por lo bajini, instalo Linux en uno de los portátiles, el otro, a la vez que en este una pestaña del Mozilla (claro, no podía ser el Explorer, ji ji ji), que visito con frecuencia, está llena de imágenes de pingüinos (es que estoy leyendo tutoriales y páginas de ayuda, que el Linux ya sabes, me tiene manía. Y por cierto, que una de las páginas es de un grupo de linuxeros iraquíes, así que de cuando en cuando aparece en mi monitor una bandera iraquí ondeante tras un pingüino sonriente, algo de lo más increíble). Vamos, que los tipos de Microsoft me miran con una cierta desconfianza, y yo me siento maligno, ji ji ji.

En fin, a ver qué tal se portan hoy los hados pingüineros. Oh, Richard Stallman, oh Linus Torvalds, sed buenos conmigo, que a mí me caéis muy bien.

28.6.06

Triste religión

...esta en la que los dioses, periódicamente, nos fallan a la primera de cambio, siempre en octavos o en cuartos, en fin. Cuando se dice que el fútbol es la nueva religión del pueblo yo creo que no se tiene en cuenta esto. Es que mira a los judíos, a los católicos, a los musulmanes, a los budistas y demás, ¿cuántos de ellos se ven sometidos al estrés de ver a sus dioses peleándose con los dioses de los demás cada dos años, entre Eurocopas y Mundiales? Ninguno, y por eso la religión del fútbol da satisfacciones más intensas que las otras (a no ser que uno tenga una ligera confusión sobre las señales que emite su cuerpo, digamos en plan Santa Teresa, o sea hermitaño y se alimente a base de las setas que encuentre en los bosques), porque si bien es cierto que los creyentes tradicionales suelen encontrar en sus creencias y su fe un consuelo para las vicisitudes de la vida, este no suele ser más que la esperanza de que al final alguien le va a llegar, le va a decir que todo era broma y que ya que se muere es cuando empieza lo divertido (sinceramente y lo siento por si algún creyente me lee y se ofende pero que se ponga en mi lugar, hay que ser bobo para creerse algo así). Pero claro, uno sólo se muere una vez, y Eurocopas y Mundiales puede tragarse unos cuantos. De acuerdo, no es lo mismo la vida eterna que un partido del mundial, por mucho que los partidos de Italia puedan hacerse eternos ni que la idea de la eternidad no sea considerada como la pesadilla que sería por gente que al fin y al cabo lo que busca es darle esquinazo al miedo a la muerte, pero entre un consuelo siempre aplazado que se revela una estafa cuando nadie puede denunciarlo y ver unos cuantos partidos buenos al año, me quedo con el fútbol.

Además tiene sus ventajas. Las ceremonias de las otras religiones mayoritarias no suelen permitir que durante su celebración uno se esté tomando cañas y tapas en cualquier bar, que siempre es un plus, y luego el fútbol es un lugar muy útil en el que invertir un montón de tiempo de reflexión que, sin esa excusa, siempre podría terminar en la forja de alguna paranoia.

En fin, que España perdió anoche, y tampoco mereció ganar a Francia, porque mucho bailarles y poco llevárnolos al huerto. Así que hoy el día se ha presentado súbitamente amplio, sin ese espacio que se le come el mundial, que ya tiene bastante menos interés. Las paranoias dan saltitos de alegría mientras forman una desordenada fila para desfilar por mi mente. Yo preparo una buena cuerda para atarme al mástil de mi barquito en plan Ulises y dedicarme al estoicismo, mientras medito si será buena idea hacer eso siendo mi barquito un submarino como es.

Mientras el sol pinta las cortinas de la oficina, la gente que camina por la calle va sonriendo, el cielo tiene un tono azul que me provoca ganas de gritar y el mundo sigue girando gordo y perezoso mientras cuenta las vueltas que le faltan para el fin de semana, donde pueda dejar la rutina semanal un poco de lado sabiendo que aquellos que le vigilamos andaremos distraídos en otras tareas. Vamos, que el apocalipsis del fútbol parece bastante más llevadero que el que describía la Biblia.

27.6.06

NP: Dark Tranquillity - Hours Passed in Exile

Canción oficial del día de hoy, porque mi exhilio mostoleño por fin ha terminado... Bueno, no sé por qué escribo "por fin", tampoco estuvo tan mal, excepto por detalles como que el sillón que tengo aquí, que gira, rota, se balancea y hace feliz a mi espalda, todo mullidito él, se sobra y se basta para hacerle a cualquier alma sensible como la mía añorar esta oficina como si fuese el paraíso perdido. O detalles como poder disponer de mi conexión a internet sin tener que usurpar el ordenador de nadie, o como conocer a todo el mundo que hay a mi alrededor y tener la costumbre de comunicarme con ellos, porque algún día que el deber y el honor reclamaban a mi compañera mostoleña en otro lugar podía pasarme bien a gusto 7 horas y media sin comunicarme con nadie, siendo además esas comunicaciones las frases "hola, qué hay" y "bueno, pues yo me voy, hasta mañana", respectivamente. O como salir antes del trabajo, que aquí a las tres echamos el cierre, y poder levantarme media horita más tarde, con el permiso de esos gorriones que me despierto odiando todos los días: hoy un macho especialmente eufórico se ha anticipado a las alármas de teléfonos y equipos de sonido para sacarme de mis sueños, y yo no he podido evitar que me saliese el rencor y visualizase con cierto placer la imagen que produce un gorrión cuando es alcanzado por un perdigonazo, y el silencio y la paz de plumas flotando en el viento que se produce a continuación. Luego me he dicho que en realidad es un lujo poder disponer de un despertador natural, en fin, ese tipo de cosas que me digo para intentar no odiar al pajarillo, pero me jode, me jode porque sí, es útil como despertador porque es eficaz, pero es una putada porque no puedo convencer al pájaro para que me despierte a cierta hora. En fin. Me veo durmiendo en plan sauna con la ventana cerrada a cal y canto... o despertándome por la mañana y cerrando la ventana si aún es pronto, que quieras que no es una solución bastante buena. Y como al fin y al cabo el pájaro no tiene la culpa de ser como es, le termino perdonando.

Ya ves tú, como si yo tuviese el derecho o la posibilidad de perdonar a un pájaro. En fin, es una forma de hablar. Cambiemos eso de "le termino perdonando" por "dejo de tener alegres visiones sobre su muerte y posterior silencio".

Pero me voy del tema. Como decía ya estoy de vuelta a mi torre con vistas de todo Madrid, y encima hoy me está tocando enfrentarme de nuevo a mi némesis: Linux. Supongo que recuerdas la ilusión con la que yo me propuse pasarme a ese sistema operativo filosóficamente perfecto, y cómo terminé escaldado y frustrado porque, las cosas como son, la habilidad que hace falta para que el asunto funcione está más allá de mis artes y de las capacidades de mi viejo y moribundo ordenador de casa, que pide a gritos la jubilación... cuando no directamente el entierro de alguna de sus partes, como el monitor. Así que el entretenimiento del día de hoy es meterle el Mandrake y el Apache a un portátil (glups), que para más risa resulta que reniega de su unidad de cd, y que después de haber tenido que abrirla en plan delincuente, hurgando con un clip en un agujerito, no lee nada que le ponga en él, así que habrá que tirar de una unidad externa, lo cuál me da a mí que va a multiplicar por mil las risas que el Linux y yo nos vamos a echar.

En fin. Todo sea por pasar la mañana.

Ya, ya sé que me ha quedado un post bastante insustancial, y que quieres metafísica o paranoias o por lo menos algo mínimamente interesante, pero entiéndeme, es martes, todavía. Yo calculo que para el jueves ya tendré algún otro lóbulo cerebral operativo.

23.6.06

Un brindis por Elena

Una de las cosas buenas que tiene ser un friqui de la música es que uno tiene algo a lo que aferrarse cuando piensa en el futuro. En no mucho tiempo van a sacar discos Isis, Moonsorrow, Pain of Salvation, Circles Over Sidelights (espero), Dark Tranquillity y mil grupos más cuyas agendas no llevo al día o que, qué impaciencia, aún no conozco. Y eso, la verdad, resulta muy terapéutico, porque las personas obsesivas con arranques paranoides tendemos a angustiarnos bastante cuando pensamos en el futuro y lo vemos o confuso o directamente nefasto.

No es que yo lo vea nefasto, tranquila, que para eso me estado medicando durante años a base de gente como Roberto Bolaño (nunca podré agradecerle lo suficiente a Anna aquel regalo de cumpleaños, ay), Martin Amis (a quien creo que nadie me presentó y que descubrí por azar) y sobre todo Julio Cortázar (que conocí gracias a la protagonista del párrafo siguiente), complementados con una variada y polivalente dieta musical y unas compañías increíbles que merecerían un amigo mejor que yo que les hiciese justicia, pero bueno.

El caso es que para contar cómo conocí a Julio Cortázar tengo que contar cómo conocí a Elena, una flamante matemática que a partir del uno de enero de este año tiene planeado irse a vivir con su novio, un filósofo (no puedo imaginármelos discutir, pero debe ser la risa. Claro que siempre es la risa discutir con ella, a no ser que a uno le duela que le descubran que nunca tiene razón, en fin). Elena tuvo la desgracia de empezar a estudiar matemáticas el mismo año que yo, y encima con tan mala suerte de conocer a un tipo de su clase que, casualmente, era también del pueblo, un chaval que finalmente no terminó la carrera, sino que como la mayoría de la gente terminó K.O. y pensando que casi mejor prefería ser feliz yéndose a otra carrera donde de vez en cuando fuese posible aprobar algo. Así que claro, el primer día ella estaba en un cambio de clase fumándose un cigarro, sola y callada, y mi paisano, que siempre ha sido muy sociable con las chicas guapas hasta que le dijeron que pasando, se acercó a saludarla y se la trajo a nuestro nutrido grupo rural (él y yo no éramos los únicos toledanos, también estaban mi primo... bueno, ya sabes la historia con los parentescos, y otra mujer que también desapareció barrida por las andanadas de suspensos, que nunca me habló antes de compartir pupitre conmigo ni ha vuelto a hacerlo después). Así que a partir de aquel día se sentó a mi lado y nos hicimos amigos, a pesar de que aquel día, como me cayó bien (es de izquierdas, se conocía de memoria todas las canciones de Platero y conocía más escritores que nadie que yo hubiese conocido), yo fui especialmente simpático con ella (siempre soy así con la gente que me cae bien, es curioso): Cuando se enteró de que yo, de paso, era aparejador, me preguntó que cómo podía haberme dado tiempo a estudiar una carrera y estar ya empezando la segunda, y yo la respondí que porque no había estado perdiendo el tiempo como ella.

Años más tarde me reconoció que cuando la dije aquello se quedó alucinada de cómo un tipo que acababa de conocer le vacilaba de aquella manera, con tanta familiaridad y tanta mala leche, y que aquello la llevó a esmerarse conmigo a la hora de ser hiriente y cortante, cosa que yo siempre he agradecido, así que nuestras conversaciones siempre han tenido un algo de duelo de esgrima, con cada cuál intentando cada vez que puede colocarle una puñalada trapera al otro: Es divertidísimo hablar con ella, y siempre había que estar en guardia, recuerdo un día que volvíamos en tren y yo iba mirando los edificios de Chamartín, y no sé qué cosa la dije, algo íntimo y muy melancólico, y ella aprovechó el hueco a mi corazón abierto de par en par para soltarme una estocada de la que me acuerdo con una risa cada vez que vuelvo a ver aquellos edificios, y bueno, también a veces cuando no los veo, que ahora están un poco lejos.

Elena es, probablemente, la persona más inteligente que conozco, y además resultó ser una persona de valor inestimable como amiga, porque además de ser ocurrente y encantadora a pesar de llevar tanto veneno dentro siempre tuvo las ideas muy claras y era coherente a más no poder, y ninguno de los consejos que me ha dado desde entonces, y han sido muchos, ha sido malo, y ha sido una lástima no poder haberlos seguido todos. Y tengo que agradecerla que sospecho que ha sido una de las mayores influencias en mi vida, y estoy seguro de que de no haber sido por ella yo sería, a día de hoy, aún más gilipollas de lo mucho que lo soy. Y si te gusta leerme, también tienes algo que agradecerle, porque de no haber sido por ella dudo mucho que yo estuviese ahora mismo escribiendo nada.

Al poco de conocernos ella se enteró de que yo escribía, lo cuál no tenía gran mérito porque al fin y al cabo yo lo iba pregonando a los cuatro vientos, y se interesó por leer las patochadas que perpetraba yo entonces, y me dijo que le gustaron. Mucha gente lo decía, pero por lo que la había conocido aprendí que Elena no decía esas cosas a la ligera (aún recuerdo el ejercicio de sinceridad y crítica honesta que le hizo a otro compañero con aspiraciones de poeta, que me hizo darme cuenta de lo afortunado que yo había sido y del valor que tiene una crítica positiva cuando viene de alguien honesto), y cuando se enteró de lo que yo venía leyendo decidió encargarse de mi educación cultural. El primer libro que me dejó fue Cien años de soledad, y yo, por primera vez en mi vida, terminé dejándome el walkman en casa (en aquel entonces aún tirábamos de walkmans) y llevarme el libro para pasar el rato en el metro o el autobús. Y luego vinieron muchos más escritores, y por fin llegó Julio Cortázar, con quien en principio ¡no podía! Me dejó Rayuela y una de las cien mil recopilaciones de cuentos suyos que hay editadas, y yo abrí Rayuela, me encontré con esto,
A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes:
El primer libro se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue.
El segundo libro se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente:
73, 1, 2, 116, 3, 84, 4, 71, 5, 81, 74, 6, 7, 8, 93, 68, 9, 104, 10, 65, 11, 136, 12, 106...

Y yo decidí que no estaba preparado para aquello, así que abrí el libro de cuentos. Y comencé a leer, y aquello no prendía. No me arrancaba. No veía luz. Me costaba horrores pasar cada página, así que la primera semana no paré de quejarme a Elena, y sólo conseguí leer 50 páginas. Como ella me decía que perseverase, lo hice, y la segunda semana se repitió la historia, 50 páginas que me costó sudor y sangre dejar atrás. Y a la semana siguiente me leí el resto del libro en dos días, y fui con ojos como platos diciéndole que cómo podía nadie ser tan endiabladamente bueno. Así que aquel verano me planté un día en el patio de la casa, con el gato Bartolo dormitando junto a mí, y abrí Rayuela, y aún se me ponen los pelos de punta cuando leo...
Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinamos. Entonces es mejor pactar como los gatos y los musgos, trabar amistad inmediata con las porteras de roncas voces, con las criaturas pálidas y sufrientes que acechan en las ventanas jugando con una rama seca. Ardiendo así sin tregua, soportando la quemadura central que avanza como la madurez paulatina en el fruto, ser el pulso de una hoguera en esta maraña de piedra interminable, caminar por las noches de nuestra vida con la obediencia de la sangre en su circuito ciego.

Cada palabra es una joya, cada idea una revelación, y cada frase una sugerencia, una inspiración. No sé si Elena sólo pretendía que yo viese que había más armas en el arsenal de los escritores, y alguna demostración de su uso, pero aquello cambió tantas cosas en mí que no creo ser capaz de enumerarlas, porque Rayuela no es sólo un libro, es un ensayo de literatura con ejemplos prácticos, y un tratado filosófico también con ejemplos prácticos.

Por ejemplo, supongo que hay una relación directa entre el hecho de que yo coleccione tornillos y este párrafo que también está en ese primer capítulo 73,
En uno de sus libros, Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo.

Pasaron los años, Elena se fue a Badajoz a vivir una vida de estudiante en tierras remotas, donde la hicimos alguna visita épica Perico y yo, y luego regresó a Madrid, donde terminó la carrera en la Complutense, curiosamente más o menos a la vez que yo (qué simetría, qué coordinación). Y ahora anda tan contenta en un trabajo que por lo visto se parece a este, con ese novio filósofo al que no conozco pero que me cae de puta madre porque la hace feliz, y cuando las agendas nos dejan nos vamos por ahí a tomarnos algo y terminar borrachísimos, a discutir para terminar reconociendo a regañadientes y casi nunca de forma explícita que siempre tiene razón y a contarnos cómo nos van las vidas. Y yo, cada vez, pienso que tal vez la mayor de mis deudas impagables sea la que tengo con aquel paisano mío que aquel primer día de universida tuvo la feliz idea de acercarse a saludar a una antigua compañera de instituto a la que apenas conocía de vista.

De todo corazón, Gracias, Miguel, estés donde estés, por cambiarme la vida.

22.6.06

¡No os odio, emplumados vecinos!

Me he despertado esta mañana como me despierto todos los días: Como debió hacerlo el londinense medio en Shawn of the Dead, cuando amaneció Londres poblado de zombies. El teléfono sonaba, la radio sonaba, y en mi ventaba trinaban unos pajarillos. Suena muy bucólico, sí, pero cada primavera/verano es una tortura, porque los muy urbanitas tienen su nido a cosa de metro y medio de mi ventana que, claro, se abre a principios de mayo y no se cierra, salvo caso de diluvio o desastre climático, hasta bien entrado septiembre, y porque los muy musicales tienen la, si pilla de lejos, hermosa costumbre de saludar al amanecer con sus trinos y sus gorjeos... y luego ir saludando a la mañana, al mediodía... de forma que da igual a qué hora te despiertes, siempre están ahí, y son, de todo el bloque de diez plantas, los vecinos más ruidosos con diferencia.

Total, que esta mañana me he despertado, y entre el ruido, la alegría despreocupada con que lo perpetran y mi inconsciencia dolorosa, y teniendo también en cuenta que mientras su agenda del día debía ser algo así como: "de 7 a 22 horas: Cantar" la mía era algo bastante mucho infinitamente peor (canto menos, yo), les he odiado. A la pareja de gorrioncillos, que pronto me proveerá de una prole de aún-más-ruidosos vecinitos, les he odiado. He pensado en traerme la escopeta de perdigones del pueblo, en ponerles ballestas (así llamamos en mi pueblecillo a los cepos para pájaros), en lanzarles cóckteles molotov, en saltar al vacío esgrimiendo un bate de beisbol, todo esto mientras reptaba fuera de la cama camino del cuarto de baño, desde cuya ventana, naturalmente, también se les escucha. Y ahí he visto mis ojos hundidos, mi cara de muerto en vida, mis legañas megalíticas y mis cuatro pelos transgrediendo la naturaleza euclídea de esta escala del universo, y me he dicho "pero si los pájaros no me han despertado, y si quien me ha despertado ha sido el despertador, ¿por qué odio a los pájaros?"

Ante lo cuál he alzado las cejas, he encogido los hombros, he sumergido mi cara en el agua más fría que el grifo se ha dignado a darme y, qué cosa rara esto de la lógica, se me ha pasado la mala leche.

Ahí siguen, dale que te pego, se les oye desde aquí (fíjate que he quitado Moonsorrow y todo para confirmarlo) y por culpa de esta reflexión tan tonta yo me he pasado el día pensando que en el fondo no debo de ser tan mal bicho como medio mundo dice. No sólo por no odiarles por descubrir que en realidad no tengo razones para ello, o por darme cuenta, sino porque por lo menos yo, cuando me vaya a dormir, no les despertaré poniéndoles música a todo volumen.

Al vecino de abajo, en cambio...

21.6.06

Más sobre héroes y guerras

Sigo dándole vueltas al tema de los héroes de guerra, a los que se dedican calles y plazas y que a los que la gente recuerda con orgullo y una sonrisa hasta que alguien va y dice que "héroes de guerra" es sólo una forma limpia y cómoda de referirse a alguien que al fin y al cabo no deja de ser una persona que se suele haber distinguido por matar mucho y bien. Esta vez la culpa es de mi pobre abuela, que este fin de semana me sacó el tema del hombre al que hicieron un homenaje en nuestro pueblo hace poco, y por el que se montó ese lío con el impresentable ese diciendo esas cosas tan bonitas de mí, supongo que te acuerdas, claro.

En fin, mi abuela defendía la bondad de este hombre que, según ella, lo único que hizo fue defenderse y defender el sitio en el que estaba de un ataque moro, y yo la respondía que no creía que lo hubiese defendido con insultos o ruegos, sino a tiros, que son una cosa que al ejército, sobre todo al de entonces, le gustaba bastante más a la hora de estirarse con las medallas, y que era más que probable que algunos de esos tiros diesen en algunos de aquellos atacantes en cantidad suficiente como para que el resto se deprimiesen y decidiesen irse a otro sitio donde les quisieran más y les mataran menos. Y claro, salió el tema del origen de cada uno. Al fin y al cabo, pensé yo, es más que probable aquellos enemigos de entonces considerasen aquel lugar como su hogar, su país o lo que fuese, y nuestro paisano, quieras que no, era un extraño en tierra extraña equipado con fusil, y mi abuela dijo que en cualquier caso fue un valiente por haber ido allí.

Y yo, desde entonces, vengo pensando en toda esta cosa del heroísmo, el valor y el honor, que tradicionalmente han venido siendo inventos que han tenido mucha utilidad a la hora de conseguir carne de cañón barata y en abundancia, y si no que levante la mano quien de pequeño no haya jugado a la guerra y soñado ser abatido en el cumplimiento del deber y la defensa de la libertad, la justicia, etcétera etcétera. Sueños heredados de un romanticismo bélico que busca lo que busca y del que es difícil librarse antes de cumplir los veintitantos, cuando uno empieza a filosofar y la sangre que no es tan caliente, es decir, cuando uno ya no vale para soldado, que no es casualidad que los recluten tan jóvenes. El caso es que uno debe hacer lo que le dicen, obedecer y si improvisa y se mancha con mucha sangre ajena entonces bueno, se le perdona el desliz. Pero por aquel tiempo en el que nuestro paisano se distinguía como un heroe, un familiar mío se convirtió en un cobarde, en términos militares, y en un traidor.

La guerra de Marruecos necesitaba más madera, así que la Guardia Civil vino e hizo una batida. En aquel entonces, por lo que me han contado, según quién fueses, de qué familia vinieses y cuanto dinero tenías pues ibas a la guerra o ya si eso iba otro por ti, y claro, del pueblo tuvieron que ir unos cuantos. Y mi pariente tenía que ser uno de ellos, pero a él la idea de irse a Marruecos a que lo matasen no le hacía ninguna gracia. La Guardia Civil lo estuvo buscando por su casa, y su madre no hacía más que decirles que se había ido al campo y que tardaría una semana o dos en volver, y los guardias esperaban, y para cuando se cansaron de esperar mi pariente ya estaba en un barco a Buenos Aires, con los papeles de un amigo.

Y se cruzó medio mundo, y empezó otra vida, y tuvo una familia de la que, hasta hace bien poco, no hemos sabido nada. ¿Y se supone que él es el cobarde? ¿Que lo fácil era hacer eso, renunciar a todo lo que tienes y a toda la gente que conoces, irte a un mundo nuevo y desconocido, y no obedecer a los pelotones de reclutamiento, no coger el fusil que te decían que cogieses y no disparar a la gente que te decían que disparasen?

Debe ser que yo tengo los conceptos cambiados, supongo, pero yo tengo bien claro a quién admirar, entre el cobarde y el héroe.

19.6.06

Perdóname, J

Pero es que hoy tengo que hablar de fútbol. Lo siento, lo siento, lo siento.

(Pero espero que no me lo tengas en cuenta cuando te facture a mi prole para que con la excusa de que les enseñes arte les des unas cuantas lecciones de filosofía, que para mí hubiese querido yo un profesor como tú)

Es curioso el tema este del Mundial, y lo bien que se lo han montado este año. Para una vez que va el equipo con todo el mundo convencido de que se vienen en cuartos y de que no podrían meterle a un gol a nadie aunque les dejasen veinte minutos solos en el campo, y van y se ponen a jugar de vicio, a meter goleadas y a remontar arrasando. Ay, si sólo metiesen unos cuantos más de todos los que desperdician...

Pero me pasan cosas extrañas con todo esto. Por ejemplo la bandera. Como bien sabes yo no le tengo demasiado cariño a la bandera, porque normalmente, como la palabra España, se la agencian en propiedad segmentos políticos que a mí me pillan lejísimos por la banda de Sergio Ramos (ejem); hasta me salen granitos cuando paso mucho tiempo mirando a una, y me entran picores y un desasosiego general así en mi espíritu flamígero. Pero hoy, cuando llegaba de recoger a mi pobre agente, a la que la fatalidad ha privado, pobrecita, de su monedero, una tarjeta de crédito, el DNI y 40 euros (tengo una agente indocumentada, voy por buen camino si quiero ser un escritor maldito), nos hemos metido en un bar de su barrio a ver el partido. Y decorando las puertas de los bares de su calle tenían puestas banderas de España, y yo, YO, con mis tics, mi urticaria y mis granitos de apátrida conmocionado hasta me emocionaba.

En fin, qué partido, qué confusión de sensaciones. Encima con el gol del comienzo de la remontada cortesía de Raúl, el jugador a quien más he puesto a parir en toda mi vida. ¿Y por qué? Bueno, siempre he dicho que Raúl es más un jugador de coraje que de talento, y a mí me gustan los futbolistas de talento. Pero hay otras razones y qué coño, esto es mi blog, si no enseño aquí mi alma sucia ¿dónde la voy a enseñar? A mí lo que me jode es que, bueno, yo también jugaba al fútbol, y ya conté que yo era un paquetillo, pero mis sueños nunca han volado a la misma altura que mis habilidades, así que bueno, uno nunca dejaba de imaginarse, algún día, jugando en el Bernabéu en un partido de Copa de Europa, metiendo un golazo y recibiendo las caricias de cariñosas rubias de bonitos ojos y cuerpos esculturales (no en el sentido de Botero, ojo), y aunque según iba creciendo los fui dejando en el rincón de los sueños que no se visitan desde años ha, los escuché gritar de dolor y de agonía el día que debutó Raúl. Un crío más joven que yo jugando en el Bernabéu y convirtiéndose en estrella, lo que significaba que por mucho que me diese prisa ya no había oportunidad para mí de montar un imperio de placer con rubias esculturales de bonitos ojos forofas de mi habilidoso juego en el centro de la defensa (bueno, ahí como en la vida yo ya me escoraba a la izquierda, porque todo es parte de todo y yo, dicen, tiendo a ser coherente a veces). Y luego, supongo que por ese rencor oculto y malsano, fui de los primeros (y yo juraría que, empatado con los atléticos, el primero) en proclamar que venía jugando de pena cuando comenzó a jugar de pena.

Pero sale, mete un gol de esos suyos, de estar ahí para dar el toquecito cuando al portero se le escapa, y todo se perdona, y mi garganta grita con la de la otra gente que le odia o le quiere y a todos, odiemos o veneremos, nos da igual, porque aquello era la justicia divina, el premio al arte y la garantía de que las familias reunidas en torno a la tele se iban a dormir con una sonrisa y una ilusión que, tenga fecha de caducidad o no, por una puta vez tiene unos hechos detrás que la justifiquen.

Y ahora, el viernes, a regodearse, a disfrutar y a meterle unos cuantos a Arabia Saudí, y mientras a ver a los otros equipos y a disfrutar sabiendo que nadie excepto Argentina, que al fin y al cabo es una segunda patria para todos los que amamos a la Bersuit, a Cortázar, a Les Luthiers y a la carne asada, entre tantas otras personas y cosas, le pone tanto arte a esto.

Y coño, los países no sirven, las banderas me dejan indiferente, pero por una vez el equipo al que me gusta ver, en una competición de estas, coincide con el de la gente de aquí. Y hay algo bonito en ese amor compartido, aunque sea circunstancial, o tal vez por ser así, circunstancial, casual, una bonita coincidencia, como deben ser todos los buenos amores, esos que siempre se recuerdan con una sonrisa y con el recuerdo del olor de una cabellera y del tacto de una piel.

En fin, 3-1, y con qué tontería me voy contento a dormir. Pero me voy contento. Viva el fútbol.

Nada que decir

Llevo un ratito pensando qué escribir y no para de venírseme a la cabeza esa letra del Fito que se limita a repetir "y es que no tengo / nada que decir" una y otra vez durante toda la canción. Porque está visto que aquí lo que vende son o las historias con un cierto componente de friquismo para que la gente que lee esto (ya sabes cómo son, en fin, qué le vamos a hacer) se sienta identificada, o mis andanzas infantiles. Pero no me apetece demasiado ninguno de los dos temas, la verdad.

Así que puedo recurrir a lo que es contar mi vida, cómo me va el trabajo y todo eso, pero lo veo una salida así como muy fácil, y las cosas fáciles tampoco están bien.

También podría opinar sobre la palabra sutileza y sobre el derecho de la gente a no serlo, pero en ese tema estoy súbitamente contento y hasta esperanzado, y no quiero deprimirme dándole vueltas.

O sobre felicidades súbitas por comentarios dichos de pasada, confesiones a regañadientes y nostalgia de ciertas rutinas de las que como puedes ver tampoco tengo ninguna gana de escribir en plan explícito, porque vaya párrafo más vago y abstracto. Podría estar hablando hasta del Mundial. Hey, tal vez lo esté, y diga estas dos últimas frases para despistar. Qué cabroncete.

Así que voy a contar que por culpa de mi agente (que se ha hecho un blog, por cierto, cuya dirección, por respeto a la audiencia, no voy a poner aquí hasta que no me obligue a punta de tenedor, azuzándome a la gata o amenazándome con no venirse a bailar nunca más) anoche me empecé a releer un libro que me leí de pequeñajo y por culpa del cuál soy muy tolerante con las ratas y me dio una pena bárbara cuando me leí La Peste de Camus y palmaban todas (bueno, me dio pena por eso y porque el libro me pareció un puto sopor): La señora Frisby y las ratas de Nimh. Supongo que habrás oído hablar de él, porque quien más y quien menos se conocía el catálogo de la colección Barco de Vapor, que a ratos y a páginas hizo de mí un niño feliz. El caso es que el cuento va de las aventuras de la señora Frisby, una ratona de campo, que vive con sus cuatro hijos en una huerta, esquivando al gato, buscando comida y huyendo de la ruta del arado, y de unas ratas muy curiosas que viven debajo de un rosal. Oye, me encantó el libro.

Y en algún momento, mientras comenzaba a releerlo, me descubrí pensando que ese es un libro a conservar por si algún día tengo algún churumbel y en esos tiempos aún se estila eso de cogerse un libro y leer, en vez de apretar botones de la consola. Y eso, a su vez, me hizo pensar que va a ser jodido educar a cualquier churumbel en estos tiempos nuestros de pantallas y luces relampagueantes. Pero bueno, tengo a una amiga pensando en opositar para profesora y la considero lo suficientemente inteligente y bruta como para reformar, para mejor de una vez, la educación de los chavales. Al menos yo la querría como profesora de mis niños. Claro que sería mejor que no los reconociese, o se vengaría, al saber que mis genes estaban en ellos. Bueno, siempre podría decirle que la madre me engaña y que los niños no son míos... no creo que recurra a las pruebas de ADN.

En fin, que me voy del tema. Lo de cómo hacer que un niño lea tiene que ser jodido, sí. Pero siempre he leído (claro que lo he leído: qué sospechoso) que los niños imitan a sus padres, y que si te pasas el día viendo la tele verán la tele, y si te pasas el día leyendo, al final cogen un libro y te imitan, pero no sé yo, porque en el fondo ¿quién no hace lo contrario de lo que hacían sus padres? Pero bueno, digo yo que recurriendo al ensayo y error, y sobre todo con el cebo de la magia que hay en algunos libros, al final nos las apañaremos. Porque no sé, yo tengo la intuición de que los libros son como la carne humana para aquellos tigres de leyenda, de nuevo escrita, que una vez que la probaban no querían otra cosa.

Aunque no dejo de pensar si todo eso, llegado el momento, no será una excusa para volver a Malvenor Castle para trabajar de fantasma, o para ir a veranear a Isla Kirrin con los niños de Enid Blyton, recorrer el Caribe pegando cañonazos con el Corsario Negro, desmontar a HAL9000 en la órbita de Saturno, cruzar otra vez el Cabo de Hornos a bordo de la Surprise, ganarle a base de derrotas una guerra al Imperio Galáctico en el futuro de Asimov o sentir de nuevo cómo temblaba la tierra a las puertas de Minas Tirith cuando, por fin, llegaron los Rohirrim y se pusieron a repartir estopa (no, si al final tenía que salir el friquismo. Estaréis contentos), y para revivir todas esas vivencias a través de los ojos de mis hijos.

Claro que ¿eso sería una excusa, o un regalo para ellos y una recompensa para mí?

Ellos dirán, cuando lo padezcan, crezcan y opinen, supongo.

16.6.06

Las alas de los balrogs

Durante siglos los friquis de la vida han discutido sobre el sexo de los ángeles hasta el punto de bautizar un género de conversación (la bizantina). Vale, eran teólogos, y no friquis, pero ¿qué diferencia, en realidad, a un teólogo de un friqui? Veamos:

- Los dos conocen un montón de información sobre una mitología particular.
- Los dos hacen de esa mitología una parte de su vida.
- Los dos tienden a aburrir al personal con sus ideas al respecto de cualquier cosa.
- Los dos conocen de memoria los textos (u otros formatos) de su mitología.

De lo que yo concluyo que los friquis son (o somos) los herederos directos de aquellos contertulios bizantinos que debatían si los ángeles meaban de pie o sentados mientras el turco les invadía alegremente. Es, simplemente, que ciertas sagas no dan para más, y ahora en vez de ser alegres fanáticos de la biblia el friqui tiene mucho más donde elegir; el marco tolkieniano, el marco starwarsiano, los simpsons, el manga en general o alguna oscura obra de culto en particular, el cine independiente y en versión original, la música folclórica finlandesa, start treck, los juegos de rol, los juegos de cartas (aunque probablemente debería incluirlo no me refiero al mus, sino a esos otros juegos que tienen tierras, bichos, ataques, defensas y tal), y además hemos aprendido que la misma realidad es una buena base para el friquismo, si uno la procesa con la mirada adecuada -como ejemplo, cuál mejor que la Uncyclopedia, y convertir así a Chuck Norris en una especie de semidiós cuya patada giratoria no tiene nada que envidiarle al martillo de Thor, a los rayos de Zeus o a la mala leche de Dios en sus buenos tiempos, cuando iba por ahí arrasando ciudades y probando su sentido del humor con todo tipo de bromas.

Yo me considero un post-friqui en algunos campos habituales, como Star Wars, la vida y obra de Indiana Jones o la Tierra Media, en los que como todo ser viviente de mi generación me defiendo sin problemas, y un friqui de pleno derecho en el campo de la música rara esta que no conoce ni Peter, y en la que, sospecho, fomento las mezclas inverosímiles (como prueba documental, siempre tendremos las estadísticas de last.fm) como The Decemberists y Gojira, en fin. Y aunque como todo buen post-friqui miro con algo de indiferencia madura y distante a los campos de mi anterior friquismo (pensando cosas como "yo ya pasé por eso" o "madurad" o "córtate el pelo y adelgaza" o "no me extraña que no ligues" cuando veo a los que siguen dando el callo) siempre llega un momento en el que uno termina volviendo a las conversaciones friquis, cosa que ocurre con especial alegría cuando la conversación no es precisamente seria (desde luego que nadie espere verme en un debate sobre la cantidad de disparos por minuto que puede hacer la pistola laser de Han Solo o sobre el nombre de los primos de Elrond). Como ejemplo, un debate que en el foro de Blind Guardian se viene extendiendo desde el principio de los tiempos: ¿Tienen alas los balrogs o no?

A lo que tú, ahora mismo, te estás respondiendo con auténtico convencimiento. ¿Pero qué te estás respondiendo, "sí" o "no"?

Resulta que el bueno de Tolkien no especificó en ningún momento si los balrogs llevaban alas o no, pero muchos, yo incluido, siempre hemos entendido que los balrogs eran bichos alados. ¿Que por qué? Pues supongo que porque tener alas es algo guay, y porque los bichos en cuestión eran descritos como una especie de demonios chungos como estibadores de puerto puestos hasta las patas de esteroides y cocaína y aumentados de tamaño varias veces, y todo el mundo sabe que los demonios tienen alas (aunque los estibadores de puerto habitualmente no las tengan, por lo que yo sé, aunque esto habría que preguntárselo a Perrico, que quieras que no vive más cerca del mar, y por ende de los puertos, y gusta más del contacto humano y del roce con ciertos sectores demográficos, por decirlo eufemísticamente). Total, que sólo hay conjeturas y las pruebas definitivas a favor de una versión u otra terminan estrellándose con la incertidumbre.

Argumento a favor: En las películas Peter Jackson le puso alas al suyo, y bien guapo que le quedó, y además Peter Jackson gastó una pasta en consejeros friquis, y si al final lo hicieron así siempre sería por algo.

Argumento en contra: Y si tiene alas ¿por qué narices se cae cuando Gandalf hunde el puente de Moria? Anda que no hubiese quedado graciosa la escena si Gandalf lo rompiese con ese "Thou shall not paaaaaaAhahahah..." y cayese por el abismo mientras el bicho se quedaba aleteando muerto de risa, flop, flop, flop.

Defensa habitual del argumento a favor: Porque puede que las tengan atrofiadas, como las avestruces.

Y a partir de ahí la cosa puede desvariar bastante.

Pero para mí hay otro argumento a favor, que en realidad, sospecho, está detrás de cualquier otra pretendida argumentación que pretende probar que mi versión es la correcta: Con alas queda mucho más chulo.

Asi que a mí plim. Me da igual que Tolkien lo viese, en su imaginación, con alas o sin ellas, como me da igual qué cara le pusiese a Arwen o el rostro que le imaginase a los uruk-hai. En la mía, los balrogs llevan unas alas temibles, como Arwen me vale Liz Taylor (a falta de Naomi Watts, a quien pondría en cualquier papel, también está como un queso) y los uruk también me valen como Jackson los pintó.

Eso sí, por lo que no paso es por Orlando Bloom como Legolas. Que me perdone media humanidad, pero mi Legolas no iba de ninja pastillero y flipado por la vida, y molaba mucho más.

¡Pero no, en serio, que yo ya no soy friqui de esto, palabra!

Y si piensas que sí, prueba a preguntarme cuántos grupos escandinavos conozco que usen acordeón, y échate a temblar.

15.6.06

¡Hai-yo-hu-ah-hai-yo-hu-ah!

(Ese ruido soy yo cantando la danza de la lluvia, y si el canto te parece de risa deberías estar viéndome bailar)

Pues sí, pues sí, ¡que suene el Riders of the Storm de los Who, el Storm de Blackmore's Night, el Back to Times of Splendor de Disillusion y demás canciones que le hayan cantado a las tormentas! (y no digo más porque tampoco es cosa de saturar y porque, la verdad, ahora mismo no recuerdo más) Esta mañana no le dio tiempo al despertador a hacer su trabajo. Para cuando quiso sonar yo ya estaba despierto por culpa de la lluvia y los truenos, y de todas formas no he podido oírlo, con el escándalo del agua, cuando por fin se ha arrancado tímido y con voz ofendida: Esta mañana aquí ha caído agua para llenar doscientos pantanos, con truenos y relámpagos a porrillo. Total, que he salido de mi casa dando brincos entre los charcos oceánicos, con cazadora y zapatos, intentando que no se me volase el paraguas y que no se me cayese el portátil a una sima. Y el coche, oooh, ayer parecía un muestrario de polvo y hoy resplandecía, su piel brillando como la de un delfín, los limpiaparabrisas deseando batir records de velocidad y demostrar que los diseñan para funcionar durante tifones orientales, las luces contentas de poder funcionar tan tarde (¡a quién no le gusta trasnochar!). Así que me he puesto un disco de Agalloch, que no voy a decir cuál porque mira si fuese el último, Ashes Against the Grain, que sale el 8 de agosto, qué clase de valores estaría transmitiendo a los niños, y zas, me he metido de cabeza no ya en un atasco, sino parafraseando a Sadam Hussein la madre de todos los atascos. Hay una calle que cruza mi barrio y que yo debo recorrer, como el protagonista de Back to Times of Splendor, y he tardado en cruzarla cosa de 50 minutos o una hora. Pero claro, yo eso aún no lo sabía, así que me he visto ahí y ¿qué he hecho?, pues lo que es de rigor en estas ocasiones. Nervios, gruñidos entre dientes, miradas al reloj y mala leche en general.

Pero entonces esa vocecita que a veces dice tantas tonterías me ha dicho: A ver, ¿tienes prisa? No. ¿Te gusta la lluvia? Sí ¿Estás cómodo? Sí ¿Te mojas? No ¿Te puedes divertir más aquí que en el trabajo? Hmmm... bueeeno, sí, por lo menos era toda una novedad... así que me he puesto el disco a tope, me he puesto cómodo y me he dado el gustazo de concentrarme en él enterito, mientras de vez en cuando tocaba el embrague y el freno, y muy de vez en cuando raspaba el acelerador con la suela. Y el mundo tan gris, la lluvia tan densa, las luces tan sesgadas, tan húmedas, tan metálicas y tan centelleantes, y la música tan propia, porque, convencido estoy, Agalloch se inventó para los días de lluvia.

Total, que cuando salía de Leganés he terminado el disco, y por contrastar me he puesto otro disco, este soleado: El sentimiento garrapatero que nos traen las flores, de Los Delinqüentes, que nunca cansan por mucho que los pongan y menos aún después de haberles visto otra vez la semana pasada (encima, ahora que lo pienso, en otra noche de lluvia torrencial: No, si al final mucho ser de Jerez y poco llover pero joder, van a terminar pareciéndome gallegos), así que imagina la estampa, el resto de los coches llenos de gente más o menos furiosa, resignada o impaciente y yo dando palmas y cantando a gritos cosas como

Soy un bohemio de la vida que yo no tengo ná que ver
con los bigotes señoriales que se pasean por Jerez
yo ya no tengo obligaciones yo ya no tengo mas que ver
los charquitos de la plaza cuando termina de llover

los dias de colores...
en la plazuela...
fumando flores...

¡El aire de la calle a mi me huele a goma fresca!
yo lo asumo me lo fumo, y me escapo por la cuesta
qué pena, mira que pena, que mi mechero no tiene piedra
quién pudiera, ay quién pudiera, pintar colores en la arena...


Total, que metido en esa canción ha muerto el atasco, la tormenta se ha ido prometiendo volver esta noche y zas, el cielo se ha vuelto azul y ha salido el sol. Y yo he llegado a trabajar como una hora y veinte minutos tarde, con una sonrisa enorme y cantando a ratos entre dientes y a ratos no tan entre dientes, con la tranquilidad que da que los atascos no sean culpa mía y sin saber que al fin y al cabo que yo llegase tarde o pronto daba igual, bastante tenía la pobre empresa con sacar ordenadores fritos de las partes que se le han inundado (es la primera vez que veo una empresa a punto de naufragar tan literalmente).

Qué grupos, qué música, qué alegría. Y qué pena que se muriese el Migue, con esa alegría que tenía el hombre, con esa tristeza de mecheros sin piedra y de sangre envenenada. Y qué huevos los de sus amigos y compañeros, de seguir sacando discos, después de aquello, tan pachangueros y tan alegres como siempre, y qué don ese de poder montar las fiestas que se montan y, todavía, acordarse del amigo muerto, y dedicarle el espectáculo, y convertir un recuerdo triste en lo que deberían ser los recuerdos de los seres queridos, actos de pura alegría.

Hoy no, porque es jueves y me estoy reservando, pero ¿mañana? Mañana le voy a meter un buen viaje a una botella de whisky, y va a ser a la salud de ese pedazo de artista.

Y ya vuelve a chispear: Mi canción funciona. ¡Hai-yo-hu-ah-hai-yo-hu-ah-hai-yo-hu-ah-hai-yo-hu-ah!

(postdata: Mira que pinta de inocentes tenían anoche las nubes, y con lo que nos han sorprendido esta mañana. Ay pillinas.)

14.6.06

Niños jugando al fútbol

Ya te conté que mi archienemigo, durante la infancia, fue el aburrimiento. Y mira que pude tener archienemigos, siendo el pequeñajo de la clase, teniendo cero aptitudes deportivas, siendo tímido y sacando buenas notas, una diana andante para todos los macarras que pasaban por la clase.

Pero no me iba mal. Recuerdo que cuando era pequeñajo tenía un compañero de nombre impronunciable y apellidos hermosísimos (creo que el padre era Sirio y la madre americana, o algo así), que se decía mi amigo, supongo que porque nadie más lo aguantaba, que pasaba el rato diciendo que mis padres no podían quererme porque yo era feo, bajito y usaba gafas y aparato dental, en fin. Un sol de muchacho, al que dejaba hablar y compadecía porque aquello lo decía porque necesitaba pensar que al resto del mundo le iba de pena y así llevar mejor las tortas que le pegaba su padre y el resto de sus desajustes psicológicos, que eran bastantes. Luego no era mal chico y a veces me he preguntado qué habrá sido de él, y hasta hice una tentativa de buscar su nombre por el Google, pero ya digo, la complicación del nombre y los apellidos complican la tarea. Pero bueno, imagino que a estas alturas estará trabajando de reponedor en algún hipermercado o preso en Guantánamo, y que habrá conseguido ser un absoluto gilipollas o curarse y ser una buena persona (ojalá sea esto último, pero nunca hay que esperar mucho de la gente). Y luego, años más tarde, conocí a Fran, que terminó metido como personaje principal en aquella especie de libro/atentado terrorista que empecé a escribir hace unos años, y del que él y Blanca protagonizaron las mejores partes. Fran era repetidor, era enorme y era hijo de una profesora y un profesor del colegio, lo que le hacía ser problemático para marcar una cierta distancia con el entorno familiar y, supongo, para darles disgustos a sus padres, que al fin y al cabo es una actividad habitual en los adolescentes. Bien, Fran apareció en mi vida cuando yo llegué a octavo de EGB, y pasó de ser una amenaza lejana y latente en los campos de fútbol de los mayores, a los que a mí ni se me pasaba por la cabeza acercarme, para convertirse en un compañero de clase. Y la tomó conmigo. Me empujaba contra las paredes de los pasillos, me empujaba contra las mesas, y en general cada vez que tenía la oportunidad me empujaba contra cualquier cosa, y solía tener muchas oportunidades, porque el jodío las buscaba, porque por lo visto todo aquello le resultaba divertido.

Yo entonces no era como soy ahora, pero uno no sale de la nada, y algo debía haber en aquel chaval tímido, silencioso, apacible y tristón que era yo entonces del estúpido que soy ahora, así que comencé a insultarle a la menor oportunidad. Así que él me empujaba, y la clase le reía la gracia, y yo le insultaba, y la clase me reía la gracia. Nos convertimos en una especie de dúo cómico. Y como mis insultos tenían su gracia, y como mi actitud suicida tenía mucho encanto, sin saber cómo nos hicimos colegas. Tal vez tuviese algo que ver que por aquel entonces empezase a jugar al fútbol, cuando dejó de convertise en ese juego de críos en el que todos corren detrás de la pelota para ser algo más arcano y elaborado, donde algunos se concentraban en defender, otros en repartir juego y otros en intentar regates y llevarse patadas. No sé si yo me hice defensa porque siempre había sitio libre en esa parte de los equipos o simplemente porque ser defensa te dejaba bastante tiempo para no hacer nada; cuando el equipo atacaba, yo me quedaba hablando con el portero, y cuando venían los otros atacando, ahí iba yo a intentar quitarles la pelota.

Y recuerdo como si fuese ayer el día que di mi primera patada. Yo iba a la pelota, y enfrente venía un amigo mío que, como tanta gente a esas edades, no era malo del todo, y se veía jugando de mayor en el Bernabéu, en fin (ahora a veces lo veo por las partes remotas de mi barrio, repeinado y en chandal. Mantiene los andares altivos, pero me da a mí que ya no sueña con noches de Copa de Europa. Qué crueles son algunos sueños), él venía corriendo, yo le di una buena patada a la pelota, y con la inercia me lo llevé por delante. Rodó por el suelo de tierra, y cuando se detuvo levantó hacia mí unos ojos dolidos e incrédulos. Y yo me sentí de puta madre.

Así que me convertí en un buen defensa (en términos de los defensas de un patio de colegio, se entiende), e incluso en un jugador apreciado y, muérete de risa, a veces hasta temido. Con mis cosas, como negarme a dar a la pelota con la cabeza, pero bueno.

El caso es que en un mundo en el que todos querían ser delanteros era raro ser defensa, pero Fran también lo era, solo que él era muchísimo mejor que yo, y los partidos que recuerdo con más cariño eran aquellos en los que teníamos detrás a Rubén en la portería, y estábamos él y yo como centrales. Y yo podía ser ligeramente temido, pero a él directamente le tenían pánico. De vez en cuando enganchaba la pelota y galopaba campo adelante, y era increíble ver cómo la gente se apartaba a su paso, hasta que llegaba a una distancia nunca demasiado cercana y soltaba un zapatazo que el portero rival deseaba que no le pasase demasiado cerca. Grandes tiempos.

Luego vino COU, la Selectividad, la universidad. Él dejó el fútbol y se pasó al rugby, deporte para el que parecía diseñado, y yo no supe nada de él hasta que un día volvía de clase, estaba en el andén del metro intentando montarme en un vagón y de él salió una mole que me levantó en vilo, a mí y a toda la parafernalia que puede llevar encima un estudiante de arquitectura técnica, y a la carrera me estampó contra la pared de la estación. Qué abrazo y qué alegría, con toda aquella avalancha de recuerdos matándonos de risa. Y no he vuelto a saber nada de él, pero supongo que le irá bien.

También tuve un par de encontronazos con gente que no era así de soportable o de noble, pero el truco de Fran funcionó con ellos, por peligrosos que entonces pareciesen y por miedo que yo pudiera tener descubrí que tenía el poder de sacarles de quicio y pintarles las cosas de forma que no pudiesen tocarme. Así que me dejaron tranquilo. Con mi archienemigo el aburrimiento, claro.

Pensaba yo que el aburrimiento era la muerte solo que peor, porque uno era consciente mientras duraba, y a día de hoy a veces lo sigo pensando. Menos mal que la adolescencia me trajo las hormonas, que no veas lo que distraen con tanta chica guapa suelta por mundo, y la música, que después de construir altares a ciertas diosas debe ser el más profundo e intenso de mis vicios.

Y yo venía a hablar del aburrimiento, pero con tanto recuerdo infantil he olvidado qué iba a decir. Así que me voy a ir a trabajar un rato, y si me acuerdo pues ya lo cuento otro día.

13.6.06

Hechicería

¡Quién le iba a decir hace siglos a un friqui como yo que un día terminaría currando en el negocio de la hechicería!

Aquí donde trabajo tengo un aparatito que, así a secas, no vale para nada. Es el ordenador que nos dan. Pero uno puede saber ciertas palabras de poder, ciertos sortilegios así cortitos, que lo van convirtiendo cada vez en una herramienta con más poderes, en una ventana cada vez más nítida, que puedes enfocar hacia donde las palabras te dejen.

Para llegar a esta ventana en la que escribo era necesario saber tres claves, tres palabras mágicas. El ábrete sésamo del ordenador, el abracadabra para acceder a internet, y el susurro íntimo que es mi clave de Blogger. Pero es que para trabajar es increíble la cantidad de palabras que utilizo y he conseguido memorizar así como si tal cosa. Claves de correos, de cuentas de soporte, de programas, de accesos a servidores, de bases de datos.

Y como en toda hechicería existen dos niveles, está ese, el de las palabras mágicas, que uno suelta y pasa una cosa, o se le deja hacer una cosa, y el de la magia elaborada: Este ordenador, los programas que utilizamos y mi linda cabecita se conjuran para convertir una masa de datos a granel, una versión no demasiado simplificada del mundo real, y ordenarlo, ponerlo del revés, mirarlo desde otra dirección y sacar conclusiones al respecto. Así que mi trabajo se puede ver como hechicería de segundo grado, más allá de las palabras mágicas colocamos el mundo de cierta manera y preparamos nuevas palabras mágicas para que otros hechiceros del nivel anterior puedan ver lo que nosotros les preparamos para que vean. Y lo bonito, lo genial que tiene este programa es que nosotros no les preparamos todo lo que podrán ver: Nosotros sólo les damos unos permisos, les damos una herramienta y nos aseguramos de que los datos vayan a seguir viniendo colocados, y cuando nos vayamos ellos se buscarán la vida para buscar nuevas perspectivas y buscar nuevos mundos donde, es lo que tienen los hechiceros, puedan tener coches más potentes, casas más caras, mujeres más guapas y amantes más flexibles.

Yo escucho música y divago al respecto. El mundo está girando, despacito, a toda leche, como siempre. Y cada diferencial de ángulo que gira el presente avanza un pasito, acumula nuevos datos para que nosotros los procesemos, los miremos, los escuchemos, los interpretemos o no, al gusto, y hagamos hechicería con ellos. Claro que en el mundo real es más complicado conseguir permisos de administrador. ¿Alguien sabe cuál es la palabra mágica que da permisos para entrar en todas las camas?

12.6.06

Manual de uso

Estaba yo ya emocionado contando mi fin de semana, que ha consistido en una serie de repeticiones, con ligeros cambios, de circunstancias que en su momento fueron causa de grandes noches, como conciertos de Los Delinqüentes, visitas al cine para ver V for Vendetta, incursiones al Gruta 77, paseos por el Retiro, finales de Roland Garros y carreras de Fórmula 1, pero de pronto he recordado que esto no es un diario, ¿verdad?

Así que en lugar de todo eso voy a dar unas instrucciones o de uso de mí mismo, que siempre son útiles y creo que pueden evitar algún que otro problemilla en el futuro. Así pues,

Manual de instrucciones para evitar mordeduras

  1. este ejemplar de David pertenece a su clase adulta. Así que no lo alimente exclusivamente a base de leche, y no se confíe; por mucho que pueda parecerlo, tal vez no convenga tenerlo todo el día en brazos ni acunarlo.

  2. tenga cuidado con las figuras paternales y protectoras. El ejemplar tiende a sacar sus uñas para intentar hacer lo propio con los ojos de las mismas, en especial si son del tipo afable que da palmaditas en la espalda y hace halagos y/o comentarios condescendientes sobre el ejemplar.

  3. si desea que haga algo, pruebe a no decirlo y esperar a que él se de cuenta de que desea que ese algo se haga. Si no funciona, puede probar a decirlo, pero dígalo sólo una vez: No hay mejor forma de conseguir que el ejemplar no haga algo que repetirle que por favor (o sin él) lo haga.

  4. pero tenga presente que tal vez no quiera hacerlo. La segunda mejor forma de conseguir que el ejemplar no haga algo es intentar que haga algo que no quiere hacer...

  5. ...claro que no tiene por qué darse cuenta de ello. Si lo engaña de forma que no sepa o recuerde que no quiere hacerlo, probablemente funcione.

  6. no es necesario que sea educado. Probablemente el ejemplar tampoco lo vaya a ser, una vez coja confianza con usted.

  7. tampoco sea amable. La amabilidad tiene algo de paternal (ver más arriba)

  8. sea sincero, no malgaste tiempo ni esfuerzo no siéndolo.

  9. si escucha comentarios hirientes, es o que el ejemplar le ha cogido cariño o que le ha cogido asco: La forma de mostrar ambos sentimientos es la misma. Para distinguirlos puede intentar descifrar la mueca de su cara o preguntar directamente.

  10. y si pregunta, no se ofenda con las respuestas. Las preguntas están para ser respondidas, no para dar pie a demostraciones de mano izquierda y consideración.

  11. tenga cuidado con el concepto del respeto. El respeto del ejemplar consiste en ser claro, sincero e ir de cara, no en callarse cosas.

  12. a la hora de alimentarlo, dele cualquier cosa, pero es un agradecido carnívoro.

  13. y si lo quiere considerar parte de la alimentación, en lo que al sexo se refiere el ejemplar es un optimista que profesa una pobre y maltratada heterosexualidad. Muéstrele fotos de Naomi Watts y moverá el rabo agradecido. Ejem.

  14. en lo que a beber se refiere, no tolera el limón, a no ser que sea una rodajita del mismo en otro tipo de bebida, ni el Martini, el vodka o el tequila, cuando es en cantidades industriales.

  15. si se considera usted de derechas, no hable con él de política. Si se considera usted de centro, no hable con él de política (pensará que es usted de derechas). Si considera usted que ya no existen ni izquierdas ni derechas y que todos los políticos son iguales, no hable con él de política (pensará que es usted un imbécil de derechas).

  16. si se considera usted creyente de cualquier religión mayoritaria, no hable con él de religión.

  17. si lee usted a Ken Follet, Dan Brown o similares, no hable con él de literatura.

  18. si escucha usted a gente a la que puede escucharse sin dificultad por la radio, en general, o a algún subproducto musical televisivo en particular, no hable con él de música.

  19. pero no se preocupe si es usted creyente y/o de derechas y/o tiene un gusto musical básico y sin complicaciones: Siempre puede hablar con el ejemplar de cine. No importa que se refiera usted a Los Albóndigas en Remojo, a Los Cuatrocientos Golpes, a El Último Boy Scout o a Primavera, Verano, Otoño, Invierno y Primavera. El cine es siempre cine.

  20. pero por favor, no se deje engañar. El ejemplar ni lo ha leído todo, ni ha escuchado todo, ni ha visto todo, en parte por impaciencia y en parte por falta del infinito tiempo necesario. Así que no lo sobreestime.

  21. si es usted mujer y desea que el ejemplar NO se enamore de usted, finja que le gusta. Es infalible.

  22. si es usted mujer y desea que el ejemplar se enamore de usted, proceda al revés, y sea hostil, hiriente, desagradable y graciosa. Si acompaña eso con una camiseta o blusa escotada, un buen perfume y no lo mira de forma muy reveladora, puede funcionar.

  23. si es usted mujer y el ejemplar se enamora de usted, acójase a un programa de protección de testigos: es la forma menos complicada de zanjar el tema.

  24. y si es usted mujer y el ejemplar, una vez, la quiso, no se ponga mustia cuando lo vea beber los vientos por otra. Aún la quiere, y si silba verá cómo acude dando saltos y con ganas de jugar.

  25. a no ser, claro, que sea usted una gilipollas, y que él se haya dado cuenta recientemente, en cuyo caso el punto anterior no tiene valided.

  26. y si es usted hombre y desearía poder aplicarse alguno de los puntos anteriores, cámbiese de sexo, pero no exagere con los pechos.

  27. y nunca se confíe, piense que lo conoce o que sabe qué está pensando. Si ni él suele saberlo, no hay forma de que usted lo sepa.

  28. y si a pesar de todo le coge cariño, trátelo bien (allá usted), pero por la cuenta que le trae más vale que el ejemplar no se de cuenta.

9.6.06

Black Friday Rule

Lo peor de este tiempo es que cuando la lluvia no viene con mucho amor propio no hace otra cosa más que manchar los limpiaparabrisas. Cada gota cae, nota aquello caliente y antes de esperar el refuerzo de sus compañeras ya se ha desvanecido de nuevo en pos de las alturas. Total, que nada se moja, y es una pena. Las cosas mojadas son bonitas, brillan más y quedan muchísimo mejor en las fotos.

Pero no voy a quejarme, que por lo menos tenemos nubes, y eso ya es una buena novedad respecto a hace una semana.

En fin, es viernes. Cómo se pasan las semanas, cuando uno no encuentra ratos libres para las cosas. Es inaudito (¿recuerdas que me da por darme cuénta de la primera vez que utilizo una palabra? Creo que nunca antes había utilizado esa: Hoy es un día de estrenos). Pero bueno, aunque el fin de semana también se presenta cargado al menos la gran cantidad de cosas por hacer hará que parezca, espero, más largo de lo que en realidad va a ser, el pobre. Hoy tocan Los Delinqüentes en Getafe, y habrá que ir a verles otra vez, con la excusa (como si hiciese falta una) de intentar reparar de una vez la deuda histórica que el grupo tiene con mi agente, que aún no les ha visto. Tampoco es que yo les haya visto mucho precisamente, porque la de hoy será sólo la segunda vez, pero una vez de diferencia en estas cotas es un mundo de diferencia. Claro, un todo o nada. O les has visto, o no. Ella no, yo sí. Y mañana toca ir a casa de un primo (es una forma de hablar, ya sabes también que para explicar el parentesco que tengo con ciertas ramas de la familia necesito un buen párrafo que no me apetece escribir ahora, cuando puedo librarme con este breve comentario entre paréntesis, que vale, no es breve, pero no es ni de lejos lo largo que podría ser el párrafo en cuestión), que acaban de darle el piso y para celebrar el acontecimiento nos ha invitado a ir a verle. El problema es que, como todos los pisos que dan y que no cuestan tanto como para quitar todas las ganas de cualquier celebración, está, redondeando, a infinitos kilómetros de toda tierra civilizada, así que mañana el día será uno de estos de mucha carretera y, con lo que soy yo para las carreteras y los viajes, mucha pérdida y rodeo. Y como lo de hoy supondrá una paliza y lo de mañana una segunda paliza, la verdad es que no me atrevo a pensar en el domingo. Pero lo suyo sería quedar con alguna cronopia sonriente que esté lo suficientemente corta de reflejos como para no decirme que no a tiempo, y aprovechar para hacer algo de ese turismo (urbano o rural dependiendo de la cronopia en cuestión) que siempre tiene más de coartada para una tarde de charla y paseo que de turismo en sí.

Y si andan hábiles, me iré al cine.

Qué crueles somos con los viernes, ahora que lo pienso. Con eso de que son el fin del páramo laboral y la transición a las cimas findesemanescas nunca les hacemos demasiado caso: Por la mañana es como un jueves descafeinado, y por las tardes como un sábado con doble de cafeína (para quien la tome). Así que por reivindicar el día me dan ganas de contar algo suyo, propio, único, pero no se me ocurre nada. Podría contar por ejemplo que a la puerta de este edificio se escuchan todos los aparatos de aire acondicionado de la fábrica, y que uno de ellos emite un ruidito chirriante, gracioso y rítmico, algo así como "scrhblfsh, scrhblfsh, scrhblfsh", como un alegre mantra cthulhuiano, y decir que hoy por primera vez he sido consciente de ese ruido que sin duda lleva sonando toda la eternidad sin que yo (torpe como siempre) me diese cuenta, así que por primera vez me he sentido obligado a adaptar mi caminar al ritmillo de la maquina cantante, y plantar el pie en el suelo cada vez que sonaba "scrhblfsh", lo que me obligaba a caminar algo más despacio de lo normal, con lo desconcertante que eso resulta siempre. Pero en realidad eso no es cosa del viernes, porque ya te digo, probablemente sonase igual ayer, y anteayer, y podría haberme dado cuenta ayer, o anteayer, pero por inconsciencia innata no me he dado cuenta hasta hoy.

No, darse cuenta de cosas, de pronto, no cuenta. Pero recordarlas tal vez sí, porque creo que recordaré esta mañana como la mañana en la que una compañera se puso a silbar el Paint it Black de los Rolling Stones, habiéndose ganado con ello mi eterno y anónimo respeto.

Más razones para redimir a los viernes... no, no voy a contar al negrito sumiso de Robinson Crusoe... pero sí que es un punto a su favor que una canción de Flogging Molly los incluya en su nombre, Black Friday Rule. Y qué pedazo de canción, por cierto (sí, otra vez incluyo el link a algunas de sus canciones y otra vez que no te gusten es merecible de una condena a la lapidación, por lo menos).

En fin. Es hora de ir recogiendo el chiringuito, que el hambre empieza a impedirme pensar con claridad y lanzarle muecas carnívoras a las muchachas que pasan por el pasillo.

Así que hasta mañana, si la agenda lo permite, o hasta pasado, o como mucho hasta el lunes. O el martes. Nunca hasta más tarde del miércoles, en cualquier caso. Creo. ¡Espero!

Buen fin de semana, en cualquier caso.

8.6.06

Mundo desierto

Cuando era un adolescente comencé a tener una fantasía que aún revisito, de vez en cuando: Que de pronto en el mundo no quedaba casi nadie, que toda la gente desaparecía sin dejar rastro. Era una idea de vuelta a casa en la madrugada de los fines de semana, o de paseos muy nocturnos, o de ratos de extraño silencio asomado a una ventana. Todo seguía ahí, los coches, los edificios, las calles, pero no había nadie en ellas. De alguna forma era una imagen paradisiaca. Yo planeaba mi supervivencia, pensaba qué debería hacer para subsistir, y me montaba pequeñas novelas de acción en la cabeza, tan malas como todas las novelas de acción, porque si desaparecía la gente no quedaba muy claro de dónde podría salir la heroína de bonita voz, hermosos ojos, tetas turgentes y sexo hambriento que toda novela de acción debe incluir.

El caso es que ayer por la mañana no reviví mi fantasía, sino que la viví. El coche lo había dejado aparcado en un sitio nuevo, en pleno centro de mi barrio, en lugar de en un borde, junto a las carreteras de salida, como suele ser lo habitual, y mientras iba hacia allí sólo me crucé con otro peatón con pinta de zombie, y luego nadie, ni coches, ni personas, nada. Pensaba yo ¿no será que es sábado o domingo, o que es fiesta, y yo sin enterarme?, imagínate el mosqueo. Luego claro, la Nacional V deshizo el hechizo, o tal vez no, porque empiezo a creer que incluso después de un festival de bombas termonucleares esa carretera seguiría abonando sus raíces con el atasco perpetuo, es algo que ya forma parte de ella, como los arcenes, las manchas del asfalto y las líneas primorosamente pintadas. Pero luego al llegar a la empresa donde mi compañera y yo seguimos destinados la ilusión regresó: La planta donde trabajamos estaba casi desierta, y del comité de informáticos no vimos a nadie en todo el día. Yo le conté mi fantasía a mi compañera, que se llama Cristina (por ahorrar tiempo), y ella descartó que fuese festivo, pero según iba pasando el día ya no estaba tan convencida.

Así que así ando. Es imposible andar mucho tiempo sumergido, cantando en ruso y bebiendo vodka de garrafas a gollete, si el mundo se empeña en disfrazarse para recordarme viejas ensoñaciones. No, claro, mundo saboteador, mundo tocapelotas, tienes que ponerte a jugar conmigo para que no me quede sentado en el suelo lloriqueándome y mirándome hacia dentro. No, claro, mundo con déficit de atención, mundo caprichoso, siempre tienes que hacer algo para que te mire y juegue contigo.

¡Así no hay quien se deprima a gusto, cojones!

7.6.06

¿Alergia a la estupidez?

Claro, uno se levanta con pensamientos como ese y en seguida tiene que ponerse a buscarles motivos, porque uno siempre se dice que no puede ser, che, si nada ha cambiado de ayer a hoy ¿por qué hoy el mundo parece un páramo hostil y paralítico, y ayer no? Ya no recuerdo qué parecía ayer. Pero no un páramo hostil y paralítico, uno se fija en esas cosas. ¿O no? ¿Cómo saberlo? ¿Me hubiese fijado? ¿Será siempre así y no me habré fijado nunca?

Ciertas cosas ayudan. Salir de casa y encontrar el barrio súbitamente desierto y festivo, ¿me habré perdido una guerra nuclear o un día de fiesta? Pero es miércoles, no sábado ni domingo, y sé que en estas fechas no hay puentes ni cosa parecida, hmmm: Desconcierto.

Y pienso si no sería la exposición de ayer a la estupidez. En la empresa en la que estamos destacados mi compañera y yo, alguien celebraba que el viernes se casa (pobre) trayendo queso, jamón, patatas y alguna botella de vino. Así que claro, a última hora la gente no trabajó mucho, y se dedicó a montar una tertulia en la cuál uno que hay por aquí al que se encanta escucharse y tener opiniones interesantísimas sobre todo disfrutó como un enano. A mí ya me estaba quemando, porque no hay confianza y no le puedo responder así como así (ya me conoces, así que me comprendes). Pero es que entonces llegó Mr. Licenciado en Físicas, un impresentable que no hacía más que soltar tonterías y defenderlas diciendo "que sí, que sí, que está matemáticamente probado", y yo cada "matemáticamente" lo sentía como una puñalada en el orgullo, como una coz en la barbilla, como un estrujar de huevos. En fin, uno de esos productos criados a base de acumular lecturas de Asimov, revistas Año Cero y toda gilipollez que pasase ante sus ojos, que decía que la ciéncia había demostrado que sólo existía un único dios y que al fin y al cabo ya Santo Tomás había demostrado su existencia. Con qué alegría usaba la palabra "demostrado".

Yo tuve que irme a la calle un rato, a que me diese el aire y a gritarle a un buzón de voz mi desesperación y mis ansias homicidas. Santo Tomás no era un gran lógico, y su argumento era del tipo "si A entonces A", que en fin, para monjes y curas que asumen A es muy bonito.

O tal vez no sea nada de eso, y esta melancolía venga de otra parte, no sé, del transcurrir habitual de los ciclos maníacodepresivos, o tal vez esté enamorado, o tal vez, o tal vez, o tal vez. Se empiezan a acumular los tal vez, y de seguir así encontraré tantas posibilidades, tantas causas, que lo raro será que de vez en cuando me olvide y esté contento y sonría y vaya por ahí dando brincos.

Así que nada, renuncio. Se cierran las escotillas, se hace ulular la sirena, se despierta a la tripulación, se gana profundidad y a dormitar escuchando el hipnótico "bip, bip" del sónar, y que la tormenta arrecie en la superficie, que yo no voy a asomar ni mi periscopio, con su lacito rosa en la cumbre y sus guarrerías pintadas por un marinero festivo en el visor. Saquemos el schnapps, o como se llame, y recemos porque nos alcance el diesel.

5.6.06

Una firmita de Carlos Taibo

Por segunda semana consecutiva aquí mi agente me ha llevado a la Feria del Libro, en el madrileño Parque del Retiro (siempre quise soltar esa frase: Otra tarea pendiente cumplica. Temblad, tareas pendientes, soy implacable). La semana pasada la dedicamos a satisfacer mis ansias consumistas, y hoy ha tocado satisfacer las suyas, aunque al final ni satisfacción ni leches, después de ver tanto libro uno termina más con los dientes largos y frustrado porque el sueldo y la esperanza de vida no dan para tanta lectura, pero bueno, se hace lo que se puede. El caso es que hemos ido y la mujer buscaba libros de antropología e historias por el estilo, ya se sabe, cada loco con su tema. Y por allí andábamos, caminando, eludiendo en lo posible a la bestia humana, criatura de un millón de cabezas, dos millones de piernas y amplio volumen corporal que se empeña en frotarse con nosotros y robarnos nuestro oxígeno, e intentando también evitar formar parte de la cola para que Vargas Llosa nos estampase una firma, cosa complicada, porque era casi imposible estar en cualquier punto que no fuese parte de esa cola, asunto no por comprensible menos absurdo, cuando nuestros pies nos han conducido a la caseta de Traficantes de Sueños, donde mi agente, con toda la alegría del mundo, se ha puesto a vociferar, viendo la firma de unos libros allí expuestos "¡mira, de Carlos Taibo, es un escritor genial!", y se ha puesto a explicar, más o menos a gritos, como siempre hace cuando la alegría la rebosa y salpica a la gente de alrededor torciéndoles el gesto hasta la sonrisa sincera, lo mucho que le gusta cómo escribe y lo coherente que es y cómo en un examen disfrutó con un texto suyo. Así que ha cogido uno de los libros, y tras un hábil juego de malabares ha conseguido ver el precio, que era, cosa rara en la feria, visto lo visto, baratísimo, y decidida se lo ha tendido al tipo que tenía delante, tras el mostrador, con la intención de que se lo cobrasen. Y el tipo en cuestión la dice "¿quieres que te lo firme?". Cara de sorpresa, la de mi agente. Y otro tipo detrás de la barra, este sí dependiente, explica con una sonrisa divertida "no te está vacilando, es que es el autor". Así que "sí, por favor", y nos hemos ido muertos de risa.

Caminábamos, y de pronto, en un claro, hemos visto bloqueado nuestra ruta por un payaso dotado de zancos, periódicos y pegatinas, que en un tono muy parrandero nos ha estado vacilando un rato y nos ha regalado dos papeles publicitarios y un ejemplar de Diagonal. Y se despide diciendo "y ahora Chuky os dará una cosa", y antes de poder inquirir, algo atemorizados por la altura de nuestro interlocutor, qué clase de persona o cosa era Chuky, el tal Chuky nos ha sacudido en la cabeza con un martillo de esos de coña de los que tienen una bocina. Y nos hemos ido también muertos de risa.

Qué curioso asunto el de la disposición de las casetas. Qué coherencia, qué orden intrínseco, y cuanto cachondeo y mala leche: Había tres casetas en orden, con evidentes relaciones entre unas y otras: Primero una de filosofía, ¿y de qué filosofía desciende la nuestra más directamente? De la Griega, y todos sabemos que los filósofos griegos profesaban la homosexualidad con empeño, así que la siguiente caseta era sobre homosexualidad.

Y la siguiente, sobre Griego.

Y uno se debate sobre si ser inocente o no serlo y claro, siempre gana el no.

Qué grande la Feria, qué grande la tarde, qué grande mi agente, qué grande Carlos Taibo y qué bonita es la luz en el Retiro, cuando el sol ya va pensando en recogerse para dormir.

(El corolario del día de hoy es que ser de izquierdas siempre es, ha sido y será más divertido que no serlo)

2.6.06

La posesión de la Verdad

Es una cosa que la gente que discute conmigo seguramente no se crea, pero yo casi nunca me considero en posesión de la verdad, a no ser que se esté discutiendo de algo demostrable y pueda probar que tengo razón, lo que limita la cosa al campo de las matemáticas y al de las verdades obvias del estilo de 'hoy hace sol', 'el cielo es azul', 'salgo del cine a las 11 y cuarto', 'eres muy guapa' o 'no, no soy un pelota'. Lo que pasa es que como paso mucho tiempo pensando asumo que si yo no puedo estar seguro de la verdad, porque tengo demasiadas exigencias que cumplir para considerar algo como cierto más allá de toda duda (y no pongo razonable porque las dudas que cuentan son precisamente esas y no es cosa de ponernos redundantes, que es viernes), mucho menos puedo estarlo de las verdades de los demás, que por lo general, y creo que esto no es menospreciar a nadie sino constatar, basándome en la estadística de lo hasta ahora vivido, que soy más obsesivo con estas cosas que el ser humano medio. Y claro, yo no tengo la culpa de poder estarle siempre viendo agujeros a las verdades ajenas, y claro, la gente cuando le ataca sus ideas tiene esa ridícula manía de entender aquello como un ataque personal, y no, es sólo que a mí me gusta saber que algo que creía cierto no lo es, para dejar de perder el tiempo y pasar a otra cosa, lo cuál probablemente explique por qué en general me llevo bien, desde la distancia, con cierta gente, exnovias, antiguos amigos y demás. Y a mí me parece muy bien que alguien se empeñe en creer que algo es falso, pero si tiene la desvergüenza de proclamarlo como cierto lo mínimo que debería admitir son las críticas a esa certeza, y una discusión al respecto, y no deberían ponerse tan tensos cuando alguien vuelve esa idea más improbable.

Por eso ya no me gusta discutir de religión. Los creyentes, o se aferran a la fe escurridiza y a que hay muchas cosas que no conocemos (argumentos ambos que podrían utilizarse para defender la existencia de los Reyes Magos pero que no por eso se toman menos en serio, los pobres), o directamente se cabrean, pero a día de hoy aún no he encontrado a nadie cómo la idea de un dios omnipotente y omnipresente es compatible con las leyes de la relatividad y la física cuántica.

Ya, estoy desvariando, pero es que hacía demasiado que no desvariaba por aquí, así que déjame un ratito. De todas formas ya termino.

El caso es que a falta de verdades yo me refugio en eso, en mirar las cosas bien para detectar, al menos, qué es probable que no sea verdad, y en una intuición que de vez en cuando me dice las cosas con tal convicción que no puedo hacer menos que entender a los creyentes (...que no hayan estudiado nada de la física del último siglo, se entiende). Y es fabuloso cuando una de esas intuiciones se cumple, se demuestra cierta y de pronto todo brilla y el mundo es un lugar estupendo.

Lo digo porque siempre he pensado que mi idea sobre la música como un tesoro a descubrir, como una búsqueda y una caza más que como un menú a la carta, era mejor que esa otra de gente que se deja guiar por las radios, las televisiones, los tops-manta y ahora también los politonos de los móviles. Al fin y al cabo si hay tanta música, por qué molestarse en buscarla, si ya te la traen y te la procesan y te dicen qué es mejor y qué es peor. Pero yo acabo de descubrir, haciendo mis deberes, a Head Control System, que me están gustando muchísimo y a quienes no podría conocer si no conociese ya, viejos trofeos de estas búsquedas, a Arcturus ni a la discográfica The End Records, a quienes no conocería si no escuchase Agalloch, The Gathering, Antimatter, Winds o Lilitu.

Así que escucho música y sonrío, y ahora me daré una ducha, subiré al fotoblog la foto más minimalista que he tomado en mi vida, me iré al cine, me tomaré una copa, buscaré alguna sonrisa cansada y me vendré contentísimo a dormir.

¡Y si quieres que te siga dirigiendo la palabra, más te vale usar los links anteriores para escuchar Legions de Antimatter y Liberty Bell de The Gathering!

1.6.06

Una historia triste

Creo que la madre se llamaba Leticia (faltaban años para que las zetas se pudiesen de moda), y los hijos Óscar y Ángela. Del padre no recuerdo el nombre, y él y la madre vinieron a vivir a este edificio, como mis padres, en cuanto lo construyeron. Luego comenzamos a nacer los críos, y como los que venían a poblarlo eran parejas de casados más o menos recientes que empezaban a traer niños al mundo, hubo toda una generación de chavales que, año arriba año abajo, teníamos todos la misma edad. Los parques, entonces, eran lugares estupendos para jugar con excavadoras de juguete, coches, balones (aunque a mí eso del deporte siempre me acojonó, por eso de ser en el cole el más pequeño y torpe de la clase), palos de helados que afilábamos para convertirlos en armas endebles con las que jugar a la edad media, pinzas que usábamos para construir metafóricas maquetas de aviones biplanos y de vez en cuando algún juego de mesa que algún chaval audaz se bajaba a la calle, dispuesto a pagar el riesgo de que subiese destrozado a cambio de la fortuna y la gloria del liderazgo de una tarde en el parque.

Yo casi nunca coincidí con Óscar hasta que ya fuimos más o menos mayores. Era gordito, grandullón y tímido, y para mí, que era gordito, pequeñajo, tímido y paranoico, descubrir que alguien grandullón podía no ser un beligerante homicida en ciernes fue todo un descubrimiento. Recuerdo que era muy pálido, que tenía el pelo muy lacio y muy negro y que llevaba unas gafas de esas de montura plateada y cristales siempre limpísimos. De ella no recuerdo gran cosa, excepto un aire ausente y silencioso que, a día de hoy, intuyo muy hermoso. Pasamos un verano jugando más o menos juntos, en el mismo grupo, un año que a los del bloque nos dio por hacer piña, y un año que, sospecho, todos hemos olvidado (o no nos miraríamos así cuando coincidimos en el ascensor dos sobrevivientes veinte años después), y no comencé a considerarlo mi amigo porque yo amigos en Madrid no tenía, que ya tenía yo muy claro que esto no era el pueblo ni aquella gente la vería aquí, y algo en la inmensidad de Leganés me hacía entender que cualquier amigo se vería irremediablemente alejado por las calles largísimas y el horizonte sin barreras naturales que frenasen a las inmobiliarias.

En fin, pasó el verano, o llegó esa parte del verano en la que me iba al pueblo y a la salvación del aburrimiento eterno, y luego cuando volví al parque ya la cosa fue algo más distante y aunque seguíamos tratándonos bien y siendo educados y nos sonreíamos al cruzarnos en el ascensor o por la calle, la cosa ya no fue lo mismo, y poco a poco, es lo que tienen las calles larguísimas y los horizontes sin barreras, fuimos dejando de saber el uno del otro, y por eso no tengo recuerdos de él hasta que mi madre empezó a contarme que se habían metido en no sé qué iglesia, a la que no sé si llegamos a ir, invitados por ellos, o ese recuerdo es en realidad un sueño mal etiquetado (y si fuimos o me falla la orientación o hoy día donde estaba aquella iglesia con pinta de chalet adosado hay un aparcamiento). El caso es que les dio por cantar, por ir mucho a la iglesia esa y demás, y finalmente un día la madre y los dos hijos se fueron con su congregación, iglesia o como quisieran llamarse. Y cada cierto tiempo su madre escribía (y creo que sigue escribiendo a la mía) contándonos lo estupendo que es aquello y diciendo que vayamos un día a verles y lo bonita que es la religión y etcétera etcétera. Yo pienso en una niña guapa y silenciosa y en un chaval grandón y tímido creciendo en vete a saber dónde y cantando y contemplando pasar fechas previstas para el fin del mundo y algo se me retuerce por dentro, qué lástima.

Y el padre se quedó, sólo en su piso, y siguió trabajando, haciendo su vida de puertas para fuera e imagino que siendo devorado por tanto espacio y tanto vacío de puertas para adentro. Y ya digo, han pasado años y años de aquello. No recuerdo cómo era entonces, lo recuerdo como lo veo ahora. Tiene ojos de no dormir mucho, el pelo liso y ralo peinado hacia atrás con mucha obstinación, y una cierta predilección por las prendas de ropa marrones.

Yo olvidé todo esto, a los niños, a la madre, y al padre me lo difuminó la memoria lo justo para no estar seguro de si se trataba de él o de otro vecino, al fin y al cabo siempre los estoy confundiendo. Y dejé de pensar en aquellos niños y en aquella mujer.

Hasta el otro día, cuando entré en el bar de al lado de mi bloque para pedir cambio, y mientras esperaba a que la cajera terminase de hacer acopio de monedas él, el padre cuyo nombre no recuerdo y a quien muchos días veo dentro en el rincón de la barra desde el que mejor se ve la tele, cruzó la puerta y saludó. El bar estaba casi vacío y el dueño lo recibió con simpatía, y lo preguntó por su mujer; y a mí se me abrió de pronto la memoria para soltarme encima un mar de tristeza cuando el hombre, de pronto recordado sin posibilidad de error, comenzó sonriente a mentir diciendo que fueron al médico la semana pasada y que se había ido esta a un balneario, donde le habían dicho que el agua era muy buena para las articulaciones, que ella siempre...
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.