14.6.06

Niños jugando al fútbol

Ya te conté que mi archienemigo, durante la infancia, fue el aburrimiento. Y mira que pude tener archienemigos, siendo el pequeñajo de la clase, teniendo cero aptitudes deportivas, siendo tímido y sacando buenas notas, una diana andante para todos los macarras que pasaban por la clase.

Pero no me iba mal. Recuerdo que cuando era pequeñajo tenía un compañero de nombre impronunciable y apellidos hermosísimos (creo que el padre era Sirio y la madre americana, o algo así), que se decía mi amigo, supongo que porque nadie más lo aguantaba, que pasaba el rato diciendo que mis padres no podían quererme porque yo era feo, bajito y usaba gafas y aparato dental, en fin. Un sol de muchacho, al que dejaba hablar y compadecía porque aquello lo decía porque necesitaba pensar que al resto del mundo le iba de pena y así llevar mejor las tortas que le pegaba su padre y el resto de sus desajustes psicológicos, que eran bastantes. Luego no era mal chico y a veces me he preguntado qué habrá sido de él, y hasta hice una tentativa de buscar su nombre por el Google, pero ya digo, la complicación del nombre y los apellidos complican la tarea. Pero bueno, imagino que a estas alturas estará trabajando de reponedor en algún hipermercado o preso en Guantánamo, y que habrá conseguido ser un absoluto gilipollas o curarse y ser una buena persona (ojalá sea esto último, pero nunca hay que esperar mucho de la gente). Y luego, años más tarde, conocí a Fran, que terminó metido como personaje principal en aquella especie de libro/atentado terrorista que empecé a escribir hace unos años, y del que él y Blanca protagonizaron las mejores partes. Fran era repetidor, era enorme y era hijo de una profesora y un profesor del colegio, lo que le hacía ser problemático para marcar una cierta distancia con el entorno familiar y, supongo, para darles disgustos a sus padres, que al fin y al cabo es una actividad habitual en los adolescentes. Bien, Fran apareció en mi vida cuando yo llegué a octavo de EGB, y pasó de ser una amenaza lejana y latente en los campos de fútbol de los mayores, a los que a mí ni se me pasaba por la cabeza acercarme, para convertirse en un compañero de clase. Y la tomó conmigo. Me empujaba contra las paredes de los pasillos, me empujaba contra las mesas, y en general cada vez que tenía la oportunidad me empujaba contra cualquier cosa, y solía tener muchas oportunidades, porque el jodío las buscaba, porque por lo visto todo aquello le resultaba divertido.

Yo entonces no era como soy ahora, pero uno no sale de la nada, y algo debía haber en aquel chaval tímido, silencioso, apacible y tristón que era yo entonces del estúpido que soy ahora, así que comencé a insultarle a la menor oportunidad. Así que él me empujaba, y la clase le reía la gracia, y yo le insultaba, y la clase me reía la gracia. Nos convertimos en una especie de dúo cómico. Y como mis insultos tenían su gracia, y como mi actitud suicida tenía mucho encanto, sin saber cómo nos hicimos colegas. Tal vez tuviese algo que ver que por aquel entonces empezase a jugar al fútbol, cuando dejó de convertise en ese juego de críos en el que todos corren detrás de la pelota para ser algo más arcano y elaborado, donde algunos se concentraban en defender, otros en repartir juego y otros en intentar regates y llevarse patadas. No sé si yo me hice defensa porque siempre había sitio libre en esa parte de los equipos o simplemente porque ser defensa te dejaba bastante tiempo para no hacer nada; cuando el equipo atacaba, yo me quedaba hablando con el portero, y cuando venían los otros atacando, ahí iba yo a intentar quitarles la pelota.

Y recuerdo como si fuese ayer el día que di mi primera patada. Yo iba a la pelota, y enfrente venía un amigo mío que, como tanta gente a esas edades, no era malo del todo, y se veía jugando de mayor en el Bernabéu, en fin (ahora a veces lo veo por las partes remotas de mi barrio, repeinado y en chandal. Mantiene los andares altivos, pero me da a mí que ya no sueña con noches de Copa de Europa. Qué crueles son algunos sueños), él venía corriendo, yo le di una buena patada a la pelota, y con la inercia me lo llevé por delante. Rodó por el suelo de tierra, y cuando se detuvo levantó hacia mí unos ojos dolidos e incrédulos. Y yo me sentí de puta madre.

Así que me convertí en un buen defensa (en términos de los defensas de un patio de colegio, se entiende), e incluso en un jugador apreciado y, muérete de risa, a veces hasta temido. Con mis cosas, como negarme a dar a la pelota con la cabeza, pero bueno.

El caso es que en un mundo en el que todos querían ser delanteros era raro ser defensa, pero Fran también lo era, solo que él era muchísimo mejor que yo, y los partidos que recuerdo con más cariño eran aquellos en los que teníamos detrás a Rubén en la portería, y estábamos él y yo como centrales. Y yo podía ser ligeramente temido, pero a él directamente le tenían pánico. De vez en cuando enganchaba la pelota y galopaba campo adelante, y era increíble ver cómo la gente se apartaba a su paso, hasta que llegaba a una distancia nunca demasiado cercana y soltaba un zapatazo que el portero rival deseaba que no le pasase demasiado cerca. Grandes tiempos.

Luego vino COU, la Selectividad, la universidad. Él dejó el fútbol y se pasó al rugby, deporte para el que parecía diseñado, y yo no supe nada de él hasta que un día volvía de clase, estaba en el andén del metro intentando montarme en un vagón y de él salió una mole que me levantó en vilo, a mí y a toda la parafernalia que puede llevar encima un estudiante de arquitectura técnica, y a la carrera me estampó contra la pared de la estación. Qué abrazo y qué alegría, con toda aquella avalancha de recuerdos matándonos de risa. Y no he vuelto a saber nada de él, pero supongo que le irá bien.

También tuve un par de encontronazos con gente que no era así de soportable o de noble, pero el truco de Fran funcionó con ellos, por peligrosos que entonces pareciesen y por miedo que yo pudiera tener descubrí que tenía el poder de sacarles de quicio y pintarles las cosas de forma que no pudiesen tocarme. Así que me dejaron tranquilo. Con mi archienemigo el aburrimiento, claro.

Pensaba yo que el aburrimiento era la muerte solo que peor, porque uno era consciente mientras duraba, y a día de hoy a veces lo sigo pensando. Menos mal que la adolescencia me trajo las hormonas, que no veas lo que distraen con tanta chica guapa suelta por mundo, y la música, que después de construir altares a ciertas diosas debe ser el más profundo e intenso de mis vicios.

Y yo venía a hablar del aburrimiento, pero con tanto recuerdo infantil he olvidado qué iba a decir. Así que me voy a ir a trabajar un rato, y si me acuerdo pues ya lo cuento otro día.

3 comentarios:

  1. Qué gracioso te ha quedado el titulo, parece el de un cuadro pictórico de Sorolla (por ejem.)je je je

    Ya veo que desde ninio lo tuyo era la defensa personal, qué tierno.

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  2. Vaya un abuelete, contando batallitas y olvidando qué era lo que ibas a decir XD

    En todo caso me gustan estas historias de infancia. Y como sé que te gusta que tus comentaristas te cuenten sus vidas, te diré que yo era también una diana andante: empollona, tímida, torpe y enorme (bueno, tú enorme no). Sin embargo, inexplicablemente, apenas se metían conmigo, y sobre los que lo hacían caía de inmediato la furia desatada de los demás. No sé por qué me defendían esos mamarrachos, pero estaba bien ^_^

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  3. La señora de las bestias, je je.

    De todas formas en realidad no olvidé lo que iba a decir (ya, ya sé que lo dije: mentí), no puedo olvidar algo que no sé, y esto suele ser más ponerme a contar algo y ver qué sale que pensar algo y luego contarlo... así que yo vine a teclear sobre el aburrimiento, y me salió lo otro, y como luego ya no me apetecía volver al aburrimiento solté esa mentirijilla en la que tú basas tu comentario despectivo. Asquerosa.

    Pero qué maja la gente de tu cole, instituto o lo que fuese, oye.

    Y por alguna razón extraña e incomprensible no me molesta que tú me cuentes tu vida. Qué mal.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.