30.6.08

Paguí, Paguí, Paguí

¿Por qué después de entrar en el restaurante Polidor fui a sentarme en la mesa del fondo, de frente al gran espejo que duplicaba precariamente la desteñida desolación de la sala?

Julio Cortázar, casi al principio de 62 / Modelo para armar

Para hablar de París tengo que empezar hablando de fútbol: como bien sabes y las bocinas se han hartado a recordar, anoche España ganó su segunda Eurocopa, jugando como quienes han vendido el alma por ganar la virtud, maravillando, me consta, al mundo, y haciéndome ganar los 115 € de la porra de la secta a lo grande, en plan triunfal, habiendo puesto a España, España, ra ra ra, en la final, que todo el mundo me llamó imbécil cuando lo vieron y ahora qué, ¿eh?, quien ríe el último, etcétera etcétera. El único gol del partido lo marcó Torres obviando al lateral alemán Lahm, que se coló entre él y la pelota cuando hizo el control orientado del pase de Xavi. Pues bien: me pongo yo hoy a escribir sobre París sintiéndome como tuvo que sentirse Lahm anoche, cuando vio que la pelota se separaba de Torres, se colocó en medio pensando "mía mía" y descubriendo de pronto y con horror que Torres ya no estaba detrás sino delante, picándole la pelota a Lehmann para que entrase mansa y rotando como loca en la portería alemana.

Bueno, sintiéndome igual excepto por lo del horror. Pero el caso es que llego tarde a esta crónica, porque ya la ha hecho la Muchacha. Y como redundar es de cansinos redundantes y como mi cansinez es de otro tipo, voy a cumplir la amenaza que le hice a la Muchacha y hablar de lo que más me ha gustado de París: los pubs irlandeses. Viéndolo todo desde el punto de vista cronopieril desde el que hay que mirar este viaje (y dicho sin jactancia: un viaje que empieza con Juanito llevándonos bostezante al aeropuerto preguntando ¿y qué terminal es? y yo respondiendo ah, no sé, y él insistiendo ya sin bostezar ¿y el vuelo? y yo respondiendo ah, ni idea, y la Muchacha y él mirándome, ella homicida, él "está loco", y yo murmurando "pero sale a las 8:30... creo..." creo que tiene ganado el privilegio desde el principio), es normal que lo que a uno más le guste del paradigma de lo francés sea irlandés, supongo. Al fin y al cabo, La Ciudad de 62/Modelo para armar (cuyo lóbrego restaurante inicial, el Polidor, nos encontramos como todo lo más bello que nos encontramos, caminando al azar) no tenía muy claro el asunto de las nacionalidades y los contornos geográficos.

Eso sí, ya quedó rota, rotísima esa norma no escrita que mantuve durante años de asumir que los irlandeses están ahí para que uno beba Guinness y/o Jameson. En dos días fuimos a dos de estos paraísos de maderas oscuras y luces tenues (de hecho el sábado fuimos a los dos), y allí tomamos los postres, el de la comida un litro de vino que luego nos hizo ir dando tumbos bajo el sol del mediodía, y el de la cena una considerable cantidad de mojitos. En el primero cumplimos la hazaña de estar en una terraza céntrica parisina sin tener que vender un riñón para pagar la factura, y en el segundo la música que sonaba cuando llegamos era árabe. La globalización, en sus manifestaciones tan tangenciales, es un asunto maravilloso.

Inmediatamente después de los irlandeses, yo creo que lo que más me ha gustado de París, como turista, es la parte de París que no está diseñada como telaraña atrapaturistas. Al margen de la fascinación, el vértigo y las chiribitas que provoca meterse debajo de la torre Eiffel y exclamar eso de "¡hostia puta, que cosa más grande!" (y es que hostia puta, ¡qué cosa más grande!), el resto del París "imprescindible" era un hervidero de gente de lo más deprimente y de lo más comprensible. Así que todo muy bonito pero lo mejor, para mí y como suele pasar, fue perdernos por las callejuelas, girar siempre por las esquinas contrarias al resto y dejar que la casualidad se pusiese su gorrito de guía turística. Así por ejemplo encontramos la tumba de Sthendal buscando la de Cortázar (sospechamos que incluso erramos el cementerio) y la salida y el primer irlandés buscando la de Truffaut, descubrimos que nuestro hostal estaba en el centro del mundo cuando lo asumíamos perdido en el corazón de algún laberinto misterioso y polvoriento. Así encontramos e invadimos los irlandeses, y vagamos sin rumbo por las calles pensando, equivocados, que el norte estaba al este o el oeste al sur hasta que algún cruce de calles y un sol delator nos sacaba del error dándonos de lleno desde el supuesto este, por ejemplo. Así encontramos esos rincones en los que la Muchacha jugaba a secuestrarme la cámara y hacerme fotos en poses de intelectual bohemio, Galoise en los labios y libretita y bolígrafo en mano, que sospecho que ya no me va a dar tiempo a tratar de destruir.

Llega uno pensando y sintiendo que fascinante ciudad, pero claro, a saber hasta qué punto es fascinante. A saber si un vertedero de residuos tóxicos a las afueras de Minsk no me hubiese parecido igual de fascinante, con la Muchacha al lado (y este aprecio inmenso por la ruina por eso de las fotos decadentes). Pero no, la ciudad es fascinante. Que esa fascinación se catalice y se proyecte hasta donde lo hace no significa que no pudiera existir por sí sola. Pero después de probar sangre humana los tigres de los cuentos de mi infancia le cogían gusto y siempre querían repetir (para hastío de los cazadores arañados que tenían que ir a jugarse el tipo y ver devorados a sus guías pegándole un tiro al felino en cuestión), y de igual manera yo le estoy cogiendo gusto a la vida en general y a París, ahora, en particular, viviéndolo junto a y en los ojos de ella. Por mucho que a veces entrañe el peligro de ser linchado por una masa de franceses que sin sentido del humor alguno pudieran entender como burla que nos pasásemos las horas muertas exclamando ¡oh la la! y hablando todo el ggato en espaniol con asento fgancés, mon dieu.

Supongo que vuelvo algo pastelero pero qué quieres: la llaman la Ciudad del Amor, y hay clichés que está de puta madre vivir.

Así que mi opinión y mi veredicto es este: Está bien París, es bonita, si uno evita el turismo masivo, se pierde por las callejuelas de cuando en cuando y viaja con la mujer de su vida.

26.6.08

víspera entre sueños

–No te subas a ninguna noria –me advierte la Muchacha, porque desde las profundidades proféticas de algún sueño está viéndome encaramado a una noria que se precipita al mar, mientras ella pone cara de susto y Conde-Duque, a su lado, grita “¡se nos mataaa!”. Yo apuro mi café y pienso en las escenas de noria de 1941 y en aquel mítico “hay un portasubmarinos japonés aterrizando en la playa”, y pienso también que ya le vale no haberse subido conmigo a la noria, que qué majete Conde-Duque incluso en sueños y que al menos no le ha dado por soñar con Esperanza Aguirre (otra vez). Y termino el café, la prometo que hoy nada de norias, le doy un beso, la miro por última vez, abracadita a la almohada y sonriente en sueños, pongo cara de bobo, bostezo, compruebo por decimoséptima vez que me he subido la bragueta del pantalón (para evitar así esa escena, por otra parte habitual debido a mi naturaleza volátil, en la que descubro su estado de apertura debido a la mirada alarmada de alguna venerable ancianita el metro o a la sonrisa maléfica de algún viandante; mismamente ayer acerté a subírmela frente a una cámara de seguridad del Metro, que ya debe tener un expediente considerable de mí como exhibicionista), y salgo a la calle y le aprieto al play del iPod. Paul Bostaph ha vuelto a Testament, y en cuanto comienzo a escucharle me dan ganas de oír a Dave Lombardo aporreando algo. La rutina de siempre, y como de costumbre últimamente Simon O'Laoghaire termina llevándose el gato al agua, y suena Primordial. Camino hacia el metro pensando de nuevo en el sueño de la Muchacha y en el mío, que aún recuerdo a jirones; he soñado con una plaza grande sin cesped ni árboles, a la que daba un callejón en el que había un bar donde estaban los autores de los blogs que visito a cuyos autores sólo conozco de la cortesía distraída de las respuestas mutuas de cuando en cuando: Martín, Ángel, Lui y otros que en realidad sí que conozco de más cosas. Los enumerados en puesto impar me regañaban por mi francés de broma y me enseñaban, a toda prisa, cómo decir “me cago en tu padre” y “por favor, querría un café” en la lengua de Alejandro Dumas, y en mi sueño, claro, aquello sonaba como “me cagüen tu padgue” y “excuse mua a café si vu ple”, aunque cuando yo lo repetía así ellos me decían “no no no no no, se ne pa de guian du lo burdè quis qui sì pe te mi tuas”, o algo así, que no sé ni qué intentaba mi subconsciente que significase. Caían tintos de verano a la sombra de una sombrillita de mahou y la Muchacha y yo les mirábamos pensando que qué graciosos y que qué salaos, sobre todo Martín, que tenía un aspecto francamente gracioso, probablemente porque la única imagen con la que mi sueño construía su rostro era el del dibujo de su avatar (lo que explica que Lola estuviese siempre en penumbra y sin una cara definida, porque ni eso).

Me cruzo con una mujer que viene leyendo, en voz alta, algo que lleva escrito en unos folios que sostiene ante sus ojos, y eso me hace sonreír y me da ganas de meter la cabeza a ver si reconozco esas líneas cortadas de la poesía, pero pienso que da igual, que esa estampa, una lectora caminando por la calle San Bernardo a las 9 menos diez de la mañana, es poesía, sin necesidad de la reiteración de los versos.

Pienso entonces en los versos de la Muchacha, en esa escritura que me deja siempre como un cervatillo cegado por las luces de un trailer de 20 ejes, que ocupa sólo parte de cada línea porque el resto de lo escrito no tiene tanto que ver con la reprografía como con la neurología, y pienso que qué boba es, siempre pensando que a mí esas cosas que no entiendo no me gustan, aunque en rigor tiene razón y gustar no sea la palabra, que debería ser otra con ingredientes de fascinación y de entraña y de pulso y de vuelos rasantes.

Termino pensando en cuánto hay que leer y qué poco sitio para ponerlo en papel, y que en ese sentido que gran hallazgo es internet, en cuánta gente escribe y en esta gente que escribe y se me cuela en los sueños: qué curioso tiempo este en el que hasta los personajes de los sueños se los puede uno terminar bajando de Internet, y meto mi billete en el torno del metro y le saco a la lengua a la cámara que hoy se queda sin función de antistriptease, sintiendo que de alguna manera que me da pereza pasar a limpio todo esto no es más que el zarpazo mortal que la SGAE tiene partiéndole la yugular en dos.

Y luego juega España, y unos cuantos escritorzuelos nos iremos a verlo mientras tomamos mojitos en el Quiet Man de la calle Valverde, porque tomar mojitos en un irlandés es obligatorio de puro absurdo, esperando que se cumplan nuestros pronósticos, y que España gane digamos que 7 – 2 a Rusia (goles de Ashavin, Torres en jugada ensayada, Senna de falta, Ashavin otra vez, luego Silva por tres veces y luego Torres otro par) en el tiempo reglamentario, que hay que irse prontito a la cama que mañana a las 8:30 sale nuestro avión rumbo a Olalalandia.

24.6.08

la venganza de la literatura

“Y el jueves, a vengar al Chikilicuatre”

Ignacio Escolar




Estoy, supongo que se nota, un tanto ausente estos días, lo cuál está muy bien porque estoy, y así no se nota, un tanto frenético estos días. Normal: aún no he hecho la declaración de la renta, estamos en plena Eurocopa, estoy en plena desintoxicación tabacalera –lo siento, Nán– y el viernes volamos a París: todo en mi cabeza es un collage de escenas de jueces aporreando mazos y arrebatándome mis nimios ahorrillos, de desmarques y entradas a las rodillas, de deliciosas humaredas y de imagenes de torres y parques y charcos y acordeonistas que gritan constantemente “olalá” ataviados con camisetas a rayas horizontales negras y blancas y bigotitos puntiagudos enroscados, no entiendo muy bien por qué.

Lo del fútbol me lo tienes que disculpar, igual que espero que me lo disculpe cada persona con la que me cruzo estos días, teniendo en cuenta que es que me voy a llevar 115 € por la porra que hemos hecho aquí en la secta, y en la que gracias a lo que uno lee acerté absolutamente todos los equipos que se clasificaron para los cuartos, encima con el orden bien excepto por holandeses e italianos, y como la porra es progresiva y todas las cosas cuentan, tanto acertar y las derrotas de Portugal y Holanda (que muchísima gente había puesto arrasando en semifinales y más allá) y la victoria de Rusia hacen que ya no la pueda perder y, ole, la de España ante Italia han hecho que ya mis compañeros sólo pueden sumar puntos si los sumo yo también, y encima estoy con más puntos, ergo he ganado un dinerito que va a venir de perlas para invitar a la Muchacha a comer en París, olalá, qué mejor fin para una porra, y que me va a servir de consuelo pase lo que pase el jueves, por genial que Ashavin quiera ponerse. Pero aún así les ganamos, ¿eh?, pero esta vez si puede ser sin penalties, que por graciosos que sean al día siguiente servidor y Muchacha tienen que levantarse tempranito para saltar un par de nubes y plantarnos en Olalalandia.

Lo del tabaco, una cosa muy sorprendente. Tengo ganas de fumar, pero vienen a ser las mismas que tenía antes de dejarlo a los 10 minutos de tirar un cigarro (si no antes: recuerdo que más de una vez me he encendido un cigarro con ganas de fumar sin darme cuenta de que ya tenía uno encendido apoyado en algún cenicero. Qué entretenido es ser despistado). Ando algo histérico, pero creo que estoy más representando un papel que viviéndolo. Por lo pronto la cosa es bien sencilla. Consiste en no fumar, pedir a la gente que nos diga que no cuando pidamos un cigarro, y no comprar tabaco. Apelando a la objetividad, es más fácil no fumarse un cigarro que trepar el Aconcagua. Es un suponer: tampoco es que lo haya trepado nunca.

Y respecto a París, hemos releído Rayuela a toda prisa, hemos vuelto a ver Amelie (servidor prestándole mucha atención al color y la luz, a ver si me salen fotos así), hemos hecho acopio de cosas que sabemos decir en francés, hemos reservado una habitación estupendísima para el viernes, y el sábado nos vamos a buscar la vida por las calles. Creo que en algún momento de nuestras vidas le hicimos demasiado caso a Victor Hugo, ella, y Bryce Echenique, yo, y tengo la paranoica sospecha de que este fin de semana la literatura nos va a pasar la factura con intereses.

Pero a nosotros plim, porque somos de natural optimistas, y seguro que lo pasamos bien.

En otro orden de cosas, y esto se merece foto:



¡En septiembre un bar va a mancillar sus paredes colgando de ellas fotos mías! En rigor, lo llaman exposición. Yo, que soy literal, voy a insistir con lo de mancillar. En cualquier caso, es en un bar. Nunca hacen falta muchas razones para ir a un bar. Además voy a omitir, al menos por ahora, que me han dicho que si grabo un CD lo pondrán de vez en cuando, por no acojonar ya del todo. En fin. Seguiremos informando. Tienen pinchos muy ricos, tortilla rellena de cosas, y cosas rellenas de tortilla. Y cosas que no tienen tortilla ni en continente ni en contenido, también, no os vayáis a pensar.

20.6.08

querer no ser

Escribí lo que escribí hace dos días porque en el metro me tocó ir al lado de una pareja de adolescentes un tanto pintoresca. Ella tenía una melena exhuberante, vestidito rosa, sandalias y risa efusiva de refulgente aparato dental. Él, bueno, un peinado inquietante, camiseta rosa, pantalones cortos, sandalias y una considerable colección de pulseras con la bandera española. Y por completar el desfile de modelos (imagina música de ascensor y luces suaves ametralladas por los ladridos de los flashes) yo acababa de embutirme la corbata en un bolsillo y sacarme la camisa por fuera, para tener un aspecto civilizado. Pero a mí déjame en paz y mírales a ellos, que voy a hablar de ellos un par de párrafos más.

Es curioso como cualquiera de esas tres cosas, un peinado como aquel, una camiseta como esa o esas pulseritas, me bastaría por sí sola para descubrir a uno de esos orgullosos y sonrientes miembros de las juventudes del PP, pero yo los vi tan críos que pensé que no podían tener edad para votar. Que igual sí, igual los chavales de 18 pueden ser así, pero sinceramente, viéndoles la cara de críos le dan a uno de ponerse a pedir que suban la edad del voto a un término relativo que sea 1 año después de que a la gente se le quite esa cara, si la tuviere.

Pero a lo que iba. Eran la mar de llamativos, por ese contraste entre rosácea saturación, leve ridiculez, adolescencia y aspecto de derecha moderna, así que yo, claro, les miraba, y mis ojos y los del chaval se cruzaron un par de veces o tres. En la primera no hubo nada, fue espontánea, y ya, pero en la segunda el chaval me miró como si fuese, no sé, un matón de feria o el dueño de una petrolera o el hijo de un concejal de urbanismo. Una mirada que significaba una actuación, del estilo de mira qué malo soy, de mira qué soy. Y yo me puse a pensar en todo esto del querer ser y el querer no ser porque lo primero que se me vino a la cabeza fue que ese chaval, desde su desastrosa pose, no era la persona que pretendía a todas luces ser, la persona que fantasea ser, sino una versión ridícula y caricaturesca de la misma. Y me dije que yo ya querer ser cosas me da igual, pero por Gödel, que nunca me toque ser una caricatura de nada.

Conozco a gente que sí, que lo es. Conozco a un tipo que es inmenso, va de duro y sólo puede hacer pensar en cómo sería Bud Spencer si pasase dos años sin lavarse. Conozco gente que ante el empuje del querer ser, dejan de ser para fingir ser, solo que encima se les da fatal, y entonces se convierten en las mediocres caricaturas de sueños mediocres.

Ante ese peligro y como decía un día Vega tal vez lo mejor sea reinvindicarse en la mediocridad y no pretender escapar a ella. Reconocerse como se es, y asumir el lugar en el mundo. Y si en vez de un malote de comedieta italiana de los ochenta eres un tipo gordo que apesta y no tiene gracia, pues mala suerte, y si en vez de un joven de derechas muy comprometido con Su País, que pese a que es también el tuyo no es tan tuyo como suyo, eres un idiota con dos kilos de laca en el pelo, pues asume que ni tu país ni tu pelo son lo que crees que son y actúa en consecuencia.

Claro, uno también puede convertirse en un esperpento sin proponérselo. Pero hay tanta gente que lo hace por activa, en vez de por pasiva, que nunca está de mal tenerlo presente y estar vigilante, y vivir en la alegre y cuerda mediocridad, recordando que los sueños sueños son, que decía aquel de allí, y que la realidad, pese a esas corrientes de pensamiento que promueven casualmente medios probablemente afines al chavalito de la camiseta rosa y las pulseritas, es la que es, y no se cambia por fingir que sea otra.

Lo sé, lo sé. A estas alturas de la vida estoy lleno de prejuicios.

Pero estadísticas hice, oiga.

19.6.08

¡vif la frans!

¡Ye ne se pas!

¡Merde alors!

¡Cusín, ui, avec mua!

¡Ye team, madmuasel, zizú!

¡Champán! ¡Or vua!

¡Baguet! ¡Audri Tatú! ¡René! ¡Vu le vu!

¡Le tur de Frans! ¡Deschamps!

¡A los enfans de la patrí, ye ne parle fransé!

¡Eiffel, vermú, Karembé, Makelelé!

¡Teté de la course!

¡Ici Chacal, ici valmi!

¡Le Tissier, menas a trua, Le Corbusier!

¡Vif la frans, vif la frans!

Le petit madmuasel et mua tené a problé. No sul me tené un considerablé problemé de orientasieu, es que les tua cuando nes poné nos hacemos unos liettes del carajette. Y así pasé, que andabamos busqué que te busqué une desissión para el findé de la siguiount semané, que si Asturié, que si Barceloné, que si Cadissette, e ye ne se cua passé que aquí andamé, con dos billeté para la capital de la Frans, et moi tené que desí al meu jefé que me de un die libré para la semané que viené, sí o sí, que le petit muchachette et moi nos vamos a París. ¡Qué cosa tan ggagga, la geografiá!

Et mua tenua planeé decir absoluté tode lais gelipollets que adorneté esté posté.

¡Liberté, ecualité, fraternité!

¡Etceteré etceteré!

18.6.08

querer ser

Es habitual escuchar a la gente decir que ellos querrían ser tal o cual cosa. Yo me daba a esas ensoñaciones cuando era pequeño, soñando en la cama con ser astronauta o guerrero o soldado (leía mucha ciencia ficción, novela de espada y brujeria y literatura bélica), y luego más tarde, de adolescente, cuando me imaginaba arquitecto, rico, con un BMW y habitando un chalet blanco que siempre, en los recuerdos de mi fantasía, tenía un seto rarísimo que caía en cascada de uno de los muros y un cuarto de baño muy poco práctico con el que una vez soñe cinco noches seguidas, pero con el tiempo sospecho que voy dejando de hacerlo. Tal vez es porque debo estar en ese momento en el que, como decía bastante mejor Xavie, uno deja de poder ser cosas para ser lo que es. Tal vez que con el tiempo he ido volviendo la vista hasta los sueños de antaño y, las cosas como son, ya sea por la pereza o la Muchacha o esa lánguida excitación de mi vida día a día, aquellos sueños ahora no me parecen gran cosa. Ni quiero ser arquitecto, ni un BMW, ni habitar un chalet blanco, ni ser soldado, qué horror, ni guerrero ni astronauta, y si no me importaría ser rico sería, básicamente, porque así espero que me diese más tiempo para ver series, pasear, hacer fotos, leer, dormir y llevarme a la Muchacha a dar paseos por Nueva York y Hong-Kong y, claro, el DF y Córdoba y Veracruz. Pero ya no quiero ser cosas. Fantaseo con alguna, pero me doy por servido. Ni siquiera tengo sueños húmedos respecto a ser escritor ni fotógrafo, ni nada. Ya escribo. Ya saco fotos. Tengo para comer, y lo hago por diversión. A mí me parece la leche, la verdad.

Así que ahora en lo que yo suelo concentrar mis esfuerzos es en no querer ser cosas. Pero ahora mismo tengo un poco de prisa y estoy harto de estar en la oficina, asi que nada, sigo mañana.

 

 

 

17.6.08

mortalidad

He leído o oído por ahí que una de las cosas que diferencia al ser humano de los animales es que el primero es consciente de su mortalidad. A mí, en general, todas las frases que empiezan con las palabras “lo que diferencia al ser humano de los animales” suelen terminar pareciéndome soberanas estupideces, creo que tal vez por haber convivido con tantos gatos y perros cuando era pequeñajo. Mírale a los ojos a un perro o a un gato, obsérvales vivir, y toda esa palabrería antropocéntrica es incapaz de mantenerse en pie. ¿Que no son conscientes de su propia mortalidad? Pues bien convencidos que parecen estar de querer seguir viviendo cuando se ven en peligro. Y por algo será, digo yo.

Por otro lado, conozco a más de un inviduo que es bastante poco consciente de su propia mortalidad. Por ejemplo, yo, antes del seis de enero del 2004 (o tal vez fuese el siete del 2005, en fin; las fechas y yo). Porque ese día es el día que yo tengo marcado en rojo para mis biógrafos como el día en el que fui consciente a fondo de mi mortalidad.

No es que me viese implicado en un accidente tremebundo ni que me encontrase a bordo de un ascensor al que le fallasen al tiempo frenos y cables, ni que me atragantase con un trozo de roscón de reyes y, ahogándome, viese mi vida desfilar ante mis ojos, no. Yo estaba en casa en pijama, pasando frío, pegado a un radiador que funcionaba cuando le venía en gana y escuchando música a toda hostia. Estaba como los personajes protagonistas de las pelis malas navideñas cuando empiezan las películas: odiando a conciencia y con mucha efusividad. Solo que siendo consciente de que, no viviendo una comedieta navideña (ya quedamos en que mi vida es una serie de Showtime, en todo caso), ni iba a haber música de campanillas ni era razonable esperar un ridículo final feliz de nieve de pega y puesta de sol sobre edificios de cartón piedra. Aunque sí hubo música. Para empezar, aparte de esa con la que yo retransmitía mi tormento al vecindario, la del teléfono. Estaba solo, todo el mundo tenía mucho que hacer y mi familia andaba lejos, así que me sorprendí cuando sonó.

–¿Sí? –dije.

–Hola. ¿Qué te han traído los reyes? –me preguntó mi amigo Bin, que se ha casado hace nada, ¡felicidades, Bin!

–Un libro pequeñajo y aburrido que me compré anteayer.

–¿Y qué haces?

–Estoy aquí, muriéndome de asco en pijama.

–Pues vístete y corre, que los Reyes te han dejado aquí una invitación para ir a ver a Les Luthiers.

Y por la sorpresa, exclamé

–¡Coño!

Y luego salí corriendo hacia el Bernabéu, donde habíamos quedado. Y fuimos a ver a esos enfermos mentales argentinos, y nos reímos mucho –y, de paso, hubo música, como prometí–. Pero en mitad de una carcajada, me descubrí pensando que esa escena que vivía, esa risa que me corría por dentro, todo ese cúmulo de sensaciones se perdería un día con mi muerte, si antes no lo borraba poco a poco el paso del tiempo. Y pensé que eso es morir, en realidad. No que se te pare el corazón, ni que te pille un coche o que una radial te corte en taquitos, sino perder lo vivido. Perder la vida. Qué eufemismo tan literal.

Y sentí una tristeza que me atravesó a una velocidad pasmosa, y me reí con ganas. Porque estaba contento. Porque vivir estaba bien. Porque si esas son las reglas, las acepto y juego. Y porque saber que todo se perderá le da un valor incalculable a todo. Es decir, se lo quita, y eso, precisamente, es lo que lo hace incalculable.

Luego tomamos algo y me fui a casa. Viví otros cuantos años. Conocí a la Muchacha. Y cuando aquella noche la besé y ella, oh maravilla, no me voló un moflete de una torta, sentí que, efectivamente, el precio a pagar es poco, para lo que uno puede vivir.

Que vale, es algo que he vivido muchas veces, antes de aquella noche y sobre todo, claro, después.

Pero sólo por aquello...

Como decía el título de la última canción que compuso Cliff Burton, qué apropiado, vivir es morir. Cuando terminas de hacer una cosa, terminas de hacer la otra.

Y, mirándolo en perspectiva, morirse así, despacito y con gusto, es la leche.

16.6.08

viaje al centro de la tierra

Digo yo que si tenemos algo que se llama Planeta y nos posamos en su superficie y descendemos a su mismísimo fondo, entonces, ¿estaremos en el centro de la Tierra, no? ¡Viva Julio Verne!

Pues a eso se terminó dedicando el viernes los integrantes del Untergrundkommando. A eso, a ingerir todo canapé que pasaba cerca, a beber todo lo bebible (mezclando, claro, que cunde más) y a echar a codazos a todo el que quiso acercársenos a compartir las vistas desde la barandilla de la azotea. Pero de buenas maneras, ¿eh?, que venían diciendo eso de “oh mira Paquita, ¡qué bellas vistas, si desde aquí se ve el hospital donde está la abuela!” y nosotros les explicábamos pacientemente al grito de ¡fuera, coño, que estamos haciendo fotos! Espido Freire era bajita, Lucía Etxebarría, bueno, es Lucía Etxebarría, con perdón por lo peyorativo, y ambas dos se vestían de una forma tal que distinguirlas desde un avión a gran altura fuese sencillo para aquellos observadores que, no aquejados de daltonismo, se dignasen a dirigir su vista al nivel del suelo. Del suelo de quienes no están en el avión, o sea, no al suelo del avión. Porque los suelos no son únicos. Cada par de pies tiene el suyo, excepto cuando uno salta o hace el pino o los deja colgar de un taburete, o dos, cuando por ejemplo reposan a alturas distintas. Y no descarto otras posibilidades pero, supongo que se nota, tengo un poco de prisa y, qué le vamos a hacer, el cuerpo me pide correr. Igual es por solidaridad con la Eurocopa, y con esos futbolistas (ojo, no todos) que se pasan el partido corriendo que parece que el entrenador los ha castigado, ale, Sköhhansker, dese usted ochocientas catorce vueltas al campo mientras el resto de sus compañeros juegan el partido, y la próxima vez que se coma usted todo el helado de chocolate del postre se lo piensa antes, por si lo quiere compartir, y si no le vuelvo a ayudar con otra carrerita.

En fin, volviendo a los niveles, no hicimos gran cosa. Ni arrojamos desde la azotea a ningún autor de prestigio ni nos zambullimos en ningún recipiente de ponche ni le bajamos los pantalones a ningún editor todopoderoso. Es más, andábamos tan distraídos que la capulla de Virginia, cuya tarea era inmortalizar los escarceos amorosos de los asistentes por si sacábamos alguna foto digna de chantaje, hizo todas las fotos de ese palo encañonándonos a la Muchacha y a mí. Y no sé, da una cierta cosa estar en una fiesta ajena atestada de gente y sentir sobre el cogote de uno el repiqueto constante de un flash, yo creo que con unos cuantos cientos de millones de euros en el banco igual podría acostumbrarme.

Y volviendo a volver a los niveles, cuando terminamos de no hacer gran cosa, que vino a ser cuando terminamos con los canapés y las bebidas gratis, nos fuimos. Pero es que van provocando, oye, y uno no es de piedra: para subirnos a la azotea, unas azafatas profesionalmente hipersonrientes (lástima que no tenga planeado usar las palabras azafrán, azada y azaroso en breve, qué de azas juntas podría poner) nos llamaron un ascensor, nos embutieron en él y como en la pelis de espías activaron el botón del ático con una llavecita, pero para bajar nadie le recogía a uno y nada impedía dar a multitud de botones, así que por esas necesidades de hacer el ganso que a veces tiene el ser humano cuerdo terminamos en el cuarto sótano, contemplando una caja fuerte cerrada que había allí, en mitad de un pasillo, y pensando qué maravillas podría contener. Pero como nadie tenía bolsillos del tamaño y la resistencia adecuadas la dejamos allí y nos fuimos a un bar en el que las copas eran infinitamente caras, así que nos limitamos a entrar, ir hasta la barra, gritar por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero y luego irnos a otro bar, más barato, donde nos dieron las mil hablando de viajes transoceánicos, de vidas tormentosas y de Naranjito, aunque no sé si eso último lo soñé, porque yo soy perfectamente capaz de malgastar una noche de sueño así, mientras a mi lado la Muchacha nos sueña de vacaciones en México, que yo no sé quién es el que nos vende los sueños pero vamos, que en cuanto pueda yo me cambio de operadora.

 

Y más o menos eso fue todo, aparte del 2-1 a Suecia, pero vamos, que para hablar de eso ya tenemos a Juanma Trueba, y yo soy indigno.

13.6.08

the untergrundkommando strikes back

Pasamos nuestros cuchillos sobre el humo de una hoguera, para matar el brillo del metal. Nos pintamos la cara de negro. Estudiamos mapas, planos, distribuciones, recorridos de instalaciones eléctricas, de agua y de luz. Redoblamos los castigos que infringimos a nuestros cuerpos (las marchas de cincuenta kilómetros por terrenos embarrados de alta montaña, cargados con ametralladoras y cantidades ingentes de munición). Apretamos los dientes y nos empleamos a conciencia, porque el deber nos llama, otra vez.

Dado el éxito de la primera misión del Untergrundkommando, hoy se prepara un nuevo raid del grupo infiltrado hasta las profundidades más íntimas de las entrañas de la literatura. Hoy, con un par, el plan es colarnos en la fiesta de Planeta, y desde dentro sabotearla. Arramblaremos con los canapés, derramaremos la bebida en las corbatas de la gente, romperemos los vidrios que tengan más aspecto de caros, hablaremos con acento rural y cometiendo toda tropelía lingüistica que seamos capaces de imaginar. Si tenemos suerte acorralaremos a los escritores famosetes que encontremos y los confundiremos sistemáticamente con aquellos otros a los que más odien. ¡Oh, Ana Rosa, me encantó tu novela!, ¡oh, Ruiz Zafón, bellísima tu antología de poesía barroca!, etcétera. Y cuando por fin caigan al suelo llorando, rendidos, aferrándose la cabeza con las manos sobre un charco de champagne de baratillo y saliva de aduladores previos, nos preguntarán

–¡Quiénes sois!

Así, con mucha urgencia, con admiraciones en vez de interrogantes. A lo que nosotros responderemos

–Somos el fin de tu sueño. Somos el comienzo de la pesadilla.

Porque lo somos.

Y luego nos reiremos maquiaveliquísimos. Llevamos meses entrenando las risas maquiavélicas y las fieras expresiones faciales. Son más complicadas de lo que parecen. Sobre todo teniendo en cuenta las máscaras mexicanas.

Lo de hoy es simplemente por echarnos unas risas y porque conviene tener vigilada a la vieja bestia moribunda, léase la industria editorial. Pero los tiempos cambian, e igual que Gutenberg acabó con el gremio de los copistas y el monopolio de las bibliotecas eclesiásticas, Internet ya le ha dado zarpazos de muerte al enquistamiento de las industrias musicales, cinematográficas y televisivas, y sospecho que sólo la ausencia de posibilidades de encuadernamientos decentes y baratos en plan doméstico salva, por ahora, al mundo editorial.

Por ahora. Pero en estos tiempos en los que todo cristo escribe, en los que publicar es más una cuestión de referencias que de habilidades, nosotros, los sin voz...

Pero bueno, eso lo cuento otro día, mejor.

Hoy, esta noche, la segunda infiltración. Luego, los que sobrevivan a la infiltración, se citarán por ahí en cualquier bar improvisado para, en fin, la terapia post-traumática que estas misiones de infiltración producen. Nada mejor para alejar el miedo a la muerte y el gusto agrio de la adrenalina que media docena de copas.

12.6.08

breve currículum

 

Por razones que no vienen al caso me piden un breve curriculum (la típica reseña para tener algo que decir cuando me den el Nobel de Literatura y cosas así). Así que yo les mando esto, yo en 161 palabras:

 

Breve currículum:

Nací el 17 de diciembre de 1.975. Hice una carrera medio en broma, y luego me licencié en Matemáticas por la Universidad Autónoma de Madrid, institución esta en la que en 1.999 resulté ganador de un accesit por un concurso literario, en cuya correspondiente antología vi publicarse dos relatos. ¡Qué alegría! Luego, la nada; el silencio de la pereza y la resignación, dos novelas entusiastas felizmente abandonadas, una docena o dos de cuentos horribles convenientemente perdidos y un cambio de tercio artístico hacia la fotografía, hasta que a el pasado otoño me enrolaron a la fuerza en un taller literario del submundo cultural madrileño (literalmente. Se reune en un sótano). En la actualidad, me afano en abandonar el tabaco y en hacer algo digno de escribirse en los breves currículums, para no tener que ponerme a divagar en ellos, y mientras tanto hago fotos, escribo cuentos, trabajo para una secta y camino por ahí, con las manos en los bolsillos.

10.6.08

informe de prendas de género #2: los tacones

No voy a distraerme, no: Por mucho que hoy la Muchacha se haya contado que tuvo un sueño en el que su vecino de abajo se dedicaba a plantar drogas y yo a robárselas y que desde que lo soñó cada vez que se cruza con él en la escalera se siente culpable, no voy a distraerme. Tengo una misión en la vida. O en esta semana, vaya. O hoy. Sigamos con las prendas absurdas. Hoy, volvamos la vista hacia las damas.

A veces, cuando hablo de corbatas delante de alguna mujer, como lo hago con tanto sentimiento y le pongo tanto drama al asunto (el tratamiento rutinario que le doy a todo, en realidad. Deberías verme llorar mares, soltar alaridos que hacen crujir y rajarse las copas finas y darme en el pecho esos porrazos tamtámicos), esta me compadece y dice que hay pobrecito y que la suerte que tienen ellas, su género, es que dentro de lo arregladillo pueden venir como les venga en gana, y sonríen, sintiéndose en ventaja.

Y una mierda, contesté yo a eso mentalmente cuando, estando en la puerta de la secta mirando a los taxis pitarse, vi pasar a una moza que calzada con unos tacones cruzaba la acera con unos movimientos de robot de cine malo de ciencia ficción de los años ochenta. O de insecto desgarbado. O de títere manejado por titiritero artrítico, epiléptico y borracho. O de vieja plataforma petrolífera en pleno proceso de hundimiento y demolición. O de derrumbe de andamio. O de gigante de carnavales. O de palillos chinos manejados por gaijin inexperto dentro de cuenco de sushi.

Y luego pensé que pese a verse tan terriblemente incómodos incluso desde mi distancia, mi ausencia de empatía y mi instinto, que implacabla tiraba de mis ojos como un metro más arriba, se veían también considerablemente enternecedores. No supe por qué, y me dio pereza ponerme a pensarlo, así que dejé que una esquina cualquiera se tragase a la robocop con tacones, le eché una mirada distraída a la última pareja de taxis beligerantes, me encogí de hombros, di la vuelta y fui hacia el ascensor, pensando otra vez en lo de las plataformas petrolíferas, y pensando también que a veces se me va un poco la mano con las comparaciones y las metáforas.

9.6.08

informe de prendas de género #1: la corbata

Bueno, creo que ya he venido usando esta prenda el tiempo suficiente como para emitir un informe definitivo, exahustivo y concienzudo sobre la corbata. Este es:

En invierno no quita el frío, y en verano da calor.

En consecuencia, es una mierda.

8.6.08

9 clics

i.

A la Muchacha le vacilan los pequeños chinos de su barrio. Entramos en uno de los comercios de su estirpe a hacer una compra de urgencia, y un pequeño infante parlotea en su idioma. Pongamos que dice
-¡Hin gon kuan con chi pong ta ong li!
-Ji ji ji, ¡ha dicho "con chi"! -dice la Muchacha, encantada, porque su madre, ya conté, se llama McConchi.
-¿Algo más? -pregunta la probable madre del zagal.
-No -dice la Muchacha.
-"¿Algo más? No", ji ji -dice el chinito.
Y la Muchacha lo fusila con una mirada tan gélida que las latas de cocacola que hay bajo el mostrador se cubren de escarcha.

ii.

Como el palacete es tan inmenso, hay que afrontar los desplazamientos por su interior con vigor, alegría y grandes dosis de dispuesto resuello, para encarar el paseo por las escalinatas, los corredores, los pasadizos, los salones, los pórticos, las almenas y los miradores. Por eso a veces cuando la Muchacha está en la cocina o su dormitorio y tiene algo que llevar al dormitorio o la cocina, da voces a través de uno de los patios de justas, a ver si hay alguien en el otro lado. Y si lo hay, le arroja lo que sea por la ventana. Una dinastía Ming entera de jarrones ha pagado ya con sus fragmentadas y estruendosas muertes el precio de la inevitable pereza.

iii.

Pensando en lágrimas; hay lágrimas y lágrimas. Unas están de sobra conocidas y se les ha escrito y compuesto demasiado. Otras le hacen a uno hincharse de orgullo. Pensando en esas lágrimas, concretamente. Y si tenemos un perro, ¿le llamamos Sproket?

iv.

Más Chinatown. En otra compra de urgencia, voy a por una botella de ron. Me atiende el que supongo será el padre del zagal vacilamuchachas.
-¿Tenéis Brugal? -inquiero.
-¡B-R-U-G-A-L! -grita, sonriente.
Y me da la botella.

No sé si el énfasis es por demostrarme que a pesar de todo lo que leí en mi infancia, los chinos no hablan plonunciando las elles como eles, y diciendo pol ejemplo cosas como esta flase, sino que pueden ronrronear como el que más.

v.

La feria del libro es un lugar de lo más literario: Se perdió una niña que, obviamente, se llamaba Alicia.

Lugar peligroso, también. Horchata, cuatro euros el vasito. Aún me sangra la puñalada.

Y dado a las confusiones. Que alguien se llame igual que alguien que conocemos no significa que quien conocemos haya escrito un libro. El descubrimiento nos costó un libro, precio a pagar por no romperle el corazón a una escritora. Porque claro, no va uno a decir "ah, pues si no te conocemos no queremos el libro", qué feo.

vi.

Más sobre libros. La Muchacha me regala 2.666, de Bolaño. Un libro suyo más que tengo, un pasito más hacia las obras completas. Siempre me da un cierto reparo conseguirlo todo de un autor muerto. Es como, no sé, talar el último árbol de un bosque, o atropellar el último lince, o volarle la tapa de los sesos al último oso pardo. Es certificar que en un mundo ajeno no queda ningún charco del que beber. En parte, es matar al autor.

Así que creo que nunca jamás me compraré Estrella distante, por si las moscas.

vii.

Domingo. Mi compañero de piso y yo somos malignos. Vemos a Christian Bale arreándole capones a Liam Neeson, y reímos, ji ji ji. Nadal acertarle un pelotazo infernal en la línea más remota a Federer, y de nuevo reímos: ji ji ji. Vemos a un fórmula 1 que va directo a un muro, sin poder girar porque el alerón delantero se le ha colocado bajo las ruedas y estas no alcanzan el suelo, y mientras el coche se desliza inexorable hacia el muro y la lluvia de trocitos de fibra de carbono, reincidimos: ji ji ji. Y en cuanto termine la carrera a poner el fútbol, para ver las faltas y reírlas a coro, ji ji ji.

viii.

Actualizados los links. Y recortados. He puesto algunos de los del Bremen. Y quitado otros que o no escribía, o no leía, o no tienen sentido que estén ahí (¿alguien puede entrar a la Wikipedia por mi blog?). Una excusa como otra cualquiera para ponerle links, de una maldita vez, a Martin, a Ángel y a Lui. Ah, sí, y a un tan Jaime, sí.

ix.

Fotos de la semana. Mañana la Gran Vía. Bah, efectismo. Las otras dos son retratos del patio del Palacete. Nocturnos de larga exposición, pseudohdrizados. Voy a patentar ese verbo, pseudohdrizar. Y entonces mis fotos serían pseudohdrizos, o cuando me complico, pseudohdrtirabuzones. El caso es que las dos fotos son casi la misma (la diferencia es apuntar hacia arriba o hacia abajo desde un mismo punto, básicamente), pero curiosamente incompatibles. La de arriba fluye, la de abajo paraliza. Qué cosas más contradictorias hace el mundo, y qué difícil es verlo sin trocearlo primero.

6.6.08

informe del untergrundkommando

Pues he aquí el informe del Untergrundkommando que ayer el S. S. Bremen envió tras las líneas enemigas. Iré al grano, aunque tenga que omitir la entretenida e instructiva parte del adiestramiento en el uso de explosivos, el arduo entrenamiento físico, las clases para resistir la tortura, la construcción de nuestras identidades falsas, el salto nocturno a gran altura con apertura retardada tras las líneas enemigas y el aprendizaje de las más letales técnicas de combate cuerpo a cuerpo. Aunque como va a quedar un poco largo, de todas formas, voy a hacer dos versiones, la completa y la compacta, la 1ª empezando aquí debajo donde pone “1” y la otra, más abajo, donde pone “2”. Prometo que la 2ª no llega a las cinco palabras.

 

1

 

Al grano: En la librería, sin contar al personal que trabaja allí, había cuarenta y dos personas. Así, cuarenta, ellos, y dos, nosotros. Un miembro de la Escuela de Escritores hizo una breve presentación, explicando que aquello era una especie de ceremonia “fin de curso” de su ídem (curso) de escritura, y que para la ocasión habían seleccionado seis textos de los escritos durante el taller por un grupo que, de más estaba decirlo, rebosaba calidad por los cuatro costado, etc etc. Los relatos, dijo, habían sido adaptados para ser leídos en público, y acortados, en ocasiones, para no matar de aburrimiento a nosotros los oyentes, comentario este que luego recordé yo unas cuantas veces mientras contaba las pilas de folios y folios que cada lector manipulaba con garbo. Después, por fin, en dos tandas con breve pausa para fumar un cigarro y divagar sobre el polvo centenario (no malinterpretar, aunque lo dijese quien lo dijo), los autores leyeron sus cuentos.

Y ahora enumero los pensamientos que fui teniendo mientras leían.

Primer pensamiento: “somos mejores”.

Segundo pensamiento: “bridas. Aparejos. Correajes. Ataduras”.

Tercer pensamiento: “si señora, la librería está llena, o cree que estoy en la puerta porque me gusta estorbar”.

Cuarto pensamiento: “¿¡esto es un relato, un cuento!? Qué relata, qué cuenta!?”

Quinto pensamiento: “¿cómo era eso que decía Andrés Neuman sobre que cada cuento tiene su final y se encarga de manifestarlo, y que normalmente los cuentos terminan antes que la vanidad de sus autores? Porque este cuento ya ha pedido a gritos un final unas catorce veces”.

Sexto final: “O sea que este tipo que lee se llama Conde-Duque –no pensé “Conde-Duque”, sino su nombre, pero en los blogs, somos blogs–. Habla de Roma. Pero no es Conde-Duque. Qué más quisiera. El nuestro le da mil vueltas. ¡Farsante! ¡Copiota!”

Séptimo pensamiento: “¿Será una constante universal, la existencia, en cada taller literario, de un tipo que se llama Conde-Duque, que alguna vez hable de Roma?”

Octavo pensamiento: “Plan de infiltración social abortado. Plan de irnos de cañas a marujear: preferible”.

Y ahí terminó todo.

Cuento a cuento:

El primero: demasiado largo. Chica consigue muñeco de látex que pasa a ser su hombre perfecto. Se lo folla continuamente (risas varias: el efectismo, en fin). Vecina cotilla que se entromete y grupo de amigas con las que de distancia. Al final empieza a desvariar. Igual sin haber visto Lars y una chica de verdad me habría parecido mejor.

Segundo: La crueldad de descubrirse diferente durante la infancia, el ser tildado de monstruo y sometido a la crueldad de los niños “normales”. O como coger una idea medianamente buena y la mar de interesante, como una abuela con tentáculos (¡tira por lo lovecraftiano, por dios!) y convertirlo en cuento costumbrista mil veces leído.

Tercero: Amiga-rottenmeyer sale de marcha con amiga-putón-verbenero. Putón-verbenero baila y se lía con un italiano. La otra se emborracha, rechaza una raya de coca en los baños, conoce a un tío muy guapo que no para de hablar de un trabajo insoportable, se lo lleva a casa, se lo tira, y en cuento se termina sin que realmente haya pasado nada digno de contarse.

Cuarto: Este me gustó más, pero igual fue porque me distraje ojeando libros de Monterroso y de Pàmies. Es que en la misma estantería estaban los dos libros de cuentos mejor titulados de la historia de la humanidad, “El último libro de Sergi Pàmies”, de Pàmies, obviamente, y “Obras completas (y otros cuentos)”, primer libro de Monterroso. Hablaba de un oficinista que habla con su exmujer o examante, muerta o huida o algo que implicaba blancura en los labios, mientras tontea con una compañera del trabajo y se siente muy culpable al respecto.

Quinto: Este sí; fue divertido y fue el primero que no estaba narrado en primera persona: todo un respiro. Contaba la historia de un hombre normal al que de pronto todos los medios decían que era el ganador del Nóbel de Química. Incluye un suicidio, que siempre quita puntos, pero me gustó bastante.

Sexto: Un tipo habla mucho de roma y de las fotos, esas cosas que, mentía él, congelan el tiempo. Hacía muchísimas. Por lo visto lo ha dejado con la novia, ha quemado todas menos cuatro, y le habla, en una carta, de las cuatro que no ha quemado y que le envía. Demasiado texto para cuatro fotos. Que lo de que una imagen vale más que mil palabras no era literal, joder.

 

Las conclusiones que sacamos fue que a nosotros, el Untergrundkommando, nos dio la impresión de que esa gente estaba encorsetada, sujeta a recetas y normas que probablemente sean una consecuencia de la estructura de su taller. Miro en su web, y leo su programa. Tiene puntos, que si el ritmo, que si la naturalidad, que si el conflicto, que si el cambio, qué y cómo contar, recursos, visualización, composición, narrador y autor, escenas, tensión, metáforas, diálogos. Nosotros no hemos hecho absolutamente nada de eso porque, aunque en rigor nos llamamos “taller”, no somos un taller. Nadie nos ha dado ninguna clase de nada. Simplemente leemos y escribimos. Esto probablemente pueda implicar una serie de inconvenientes que yo, que siempre he opinado que a escribir se aprende escribiendo y, sobre todo, leyendo, no veo muy importantes (todo es cosa de releerse libros buscando eso, estructuras, formas, métodos, técnicas), pero también nos da una libertad anárquica en la que yo siento que reside nuestra mayor virtud. Al no tener quien nos dirija (qué cosa más metafórica el hecho de que las dos organizadoras desertasen del cargo y pasasen a ser miembros de la tripulación, sin más), buscamos dónde ir. Además lo hacemos por dos vías, mediante la elección del tema, que a veces nos impone unas formas o una meta y que, por lo general, suele ser más una excusa para buscarse nuevos métodos de romper la forma y esquivar la meta, y mediante la propia inquietud personal, que ejercemos sin freno y sin piedad. Esto igual nos hace ser menos formales, o menos teóricos. Aunque quien más y quien menos lo suple aprendiendo del innegable talento general que hay en el grupo. Honestamente, creo que en lo referente a ritmo, naturalidad, conflictos, cambios, etc, nuestros seis mejores cuentos ganaban por varios cuerpos de diferencia a los que escuchamos ayer.

Resumiendo, mi conclusión fue que somos libres, salvajes y audaces. Que esas son nuestras virtudes. Y que son unas virtudes bellísimas, que han de ser, también, nuestro orgullo.

Vamos, ...

2

 

...que somos la hostia.

 

 

Y después, hablamos de lo humano y lo divino, comenzamos a pensar en buscarnos más complicaciones a futuro, de las que ya se está hablando hoy en una bonita riada de correos electrónicos, y la Muchacha y yo nos fuimos a ver un concierto donde un amigo suyo tocó la guitarra como un ángel. O un diablo. El blues tiene más de diabólico que de angelical. Mejor un diablo, sí.

Y luego un poquito de higiene personal y ala, a dormir, que hoy alguno, ejem, tenía que trabajar.

5.6.08

evolucionismo aplicado

Esta tarde la gente de la Escuela de Escritores va a ir a leer cuentos a la librería Tres Rosas Amarillas (San Vicente Ferrer, 34). El secretario de nuestro taller, tipo de una malignidad evidente pero sutil (y que dice que lo de maligno, viniendo de mí, es mucho, y no sé por qué lo dirá, siendo como soy de natural entrañable y bonachón), dio aviso, y sugirió, con sutil malignidad, desplazar allí un comando infiltrado para ver las mañas y méritos de esa gente a quienes, en rigor, hemos de considerar El Enemigo. La Competencia. Son parte del underground literario madrileño, como nosotros, o lo que es lo mismo, son gente que aspira a lo que nosotros. O sea, eso, enemigos. Futura competencia. O sea, gente de la que debemos librarnos. Así que vamos a escuchar, a aprender, a observar, y si se puede, a sabotear. Iremos camuflados, con máscaras de lucha libre mexicana y con los bates de beisbol, adornados con combativos mensajes pro-literarios y clavos oxidados empapados de cicuta, bien escondidos debajo de las chaquetas. Ah, pena que no me de tiempo a hacer una escapadita al campo y traerme a Mordisquitos*. O a Sopla**.

Da curiosidad. ¿Cómo serán de buenos? ¿Qué escribirán? Dice Xavie que nosotros andamos sueltos, que tenemos facilidad, que somos de buena pluma. ¿Lo serán también ellos? Caso de saber de nuestra existencia ¿querrán ser nuestros amiguitos? ¿O también serán guerrilleros darwinistas? ¿Sigue existiendo esa zapatería que se llama “Los Guerrilleros”, que de pequeño me producía tanto shock? (era normal, ¿por qué sus miembros no van con pasamontañas, ceñidos los lomos por la correa de un Kalashnikov?) ¿Que tendrá que ver la revolución con los zapatos? ¿Por qué siempre hago tantas preguntas? ¿Quién pretendo que me responda? ¿Podría alguien responderme? ¿Querría que alguien me respondiese? ¿No es obvio que sí, o no preguntaría? ¿Pero quién? ¿Si no fuese ateo, no sería mi vida más fácil en este sentido? ¿Y en otros? ¿No me estoy saliendo demasiado del tema?

A esa última me respondo yo solo: Sí. Vale. Me centro. Eso. Que esta tarde, un reducido kommando irá sonriente –bajo las máscaras mexicanas, por eso del anonimato, pero sonrientes, que eso inspira confianza– y armado a asomar la nariz y ver qué se cuece fuera de nuestra cueva. Es bonito hacer el taller en una cueva, lo coloca todo en su justo sitio. En el albor de algo, que los albores como que piden cuevas. Es dentro de tres horas o así, luego aún queda tiempo para mejorar el plan. Proveerse de objetos punzantes, puños americanos y cócteles molotov. Ensayar preguntas amigables y tiernas para romper el hielo, como

–¿Con ese cuento pretendías hacerle un evidente homenaje a Roberto Bolaño?

o

–¿Con ese cuento pretendías hacerle un evidente homenaje a Alessandro Baricco?

o

–¿Con ese cuento pretendías hacerle un evidente homenaje a Julio Cortázar?

o

–¿Con ese cuento pretendías hacerle un evidente homenaje a Ernst Sprengfelt?

Todas haciendo un irónico énfasis en las palabras “evidente homenaje”, así para que suene como, digamos, “plagio”. Y que nadie busque a este último tipo, Erst Sprengfelt en la Wikipedia, sintiéndose ignorante. Me lo acabo de inventar. Es para usar en el hipotético caso de que alguien escriba algo que no suene a Bolaño, el nuevo Cortázar, en este sentido (de hecho Cortázar sólo está ahí por si alguien se pone muy clasicote). A día de hoy ¿qué no es bolañiano? ¿Y siendo Bolaño como fue no iba a querer serlo, estando en su sano juicio? ¿Claro que, quién está, en serio, en su sano juicio? ¿Qué clase de trauma del subconsciente refleja equivocarse escribiendo “sano” y escribir “asno” dos veces seguidas? ¿Y ya en serio, por qué siempre hago tantas preguntas?

Así que te reto. Reto al mundo. Reto a quien sea. ¡Respuestas! A quien me responda, le dedicaré el primer puente que construya en mi vida. Palabra de honor.

4.6.08

el ensañamiento y la politoxicomanía

Tengo el corazón desgarrado, y una serie de heridas de diversa índole en el alma. El ser humano no se merece esto, el ser humano está diseñado para ir tirando por la vida con sus alegrías y sus disgustos sucediéndose escalonados en el tiempo. Así desde el mismo principio, donde los primeros homo sapiens tenían días como este que no me cuesta nada imaginar,

–¡Qué bello día hace! –dice el homo sapiens al levantarse y ver que ha salido el sol. Sale de la cueva, corretea por ahí, pisa una astilla.

–¡Cagüenlaputa! –dice, y en su cerebro bulle la inventiva, intentando sacar del mundo de las ideas el concepto de zapatos de suela de seguridad. Se repone, y sigue caminando.

–¡Coño, un cerezo! –dice, y se pone a comer cerezas. Viene su familia, y un puma salta sobre el grupo.

–¡Endiola, que el gato gordo se ha merendado a la abuela! –se consterna.

–Ven aquí amorcito, que yo te consuelo –le dice su santa esposa.

Y así. Con rachas con más alegrías que penas, y periodos de crisis con más atribulaciones que jolgorios, pero las cosas por orden, y escalonaditas. Pero en estos tiempos horrendos en los que nos ha tocado vivir las cadenas de televisión se pasan esas leyes de la tolerancia del corazón humano por el forro de sus metafóricos y catódicos cojoncillos, y así en nada de tiempo he sido testigo de los finales de How I Met Your Mother, House, M.D. y Lost. La primera me dejó tiritando, pensando que esa no, por dios, que no me convence y viene con hijo y no puede ser. Me pasé unas horas balbuceando “no... no... no...” No muchas porque al poco vino el zambombazo de House, el remate del capítulo doble con el que terminó la ronda (creo, sospecho, aventuro, porque no lo sé a ciencia cierta, que ayer Cuatro puso los dos del tirón. Mala puntería esa. La tensión que crea ver el penúltimo capítulo, el mejor de la temporada, y tener que aguantarse una semana muerto de ganas de remate). Y me dejó pensando que desde la mitad de la temporada hasta ahora todo ha sido un modo de calma chicha pensado para soltar ese zambombazo final. Y el viernes, el fin apoteósico de Lost, que se resume en una frase que dijo la Muchacha según terminamos de verlo, reflejo de su asombro, arrobamiento, estupefacción y éxtasis argumental:

–Qué lío –resumió.

Y claro, como los guionistas buscan del crecendo final y gustan de hacer redobles y ritmos cardíacos con las constantes vitales de la audiencia, entre unos finales y otros debo andar con la tensión disparadísima. Anteayer (antier, que dicen en mi aldea), di voz a la parte desagradable de este diálogo callejero,

–Perdone, ¿tiene hora?

–¡¡¡NO!!!

–¡Saprist! –salto atrás del preguntante.

–¡¡¡LO SIENTO!!! ¡¡¡NO LLEVO RELOJ!!!

–Vale... vale... cálmese... yo... sólo...

–¡¡¡NO, DISCÚLPEME USTED A MÍ!!! ¡¡¡ES QUE ESTOY UN POCO ALTERADO!!!, ¿¡¿SABE?!?

–Oiga, yo... yo...

–¡¡¡PERO NO ME LO TENGA EN CUENTA!!! ¡¡¡YO, DE NATURAL, SOY ENCANTADOR!!!

–...¿Es dinero? ¿Quiere mi cartera, o algo?

–¡¡¡ES QUE ANTEAYER VI EL FINAL DE LOST...!!!

–¡Socorro!

 Sucede todo eso (lo de que se acaben series, no lo del buen hombre que, en fin, no fue nada, una angina de pecho y para casa con calmantes) y uno se queda ahí, tirado, abandonado por actores, guionistas y televisiones, que se ensañan con uno, que se turnan para atropellarlo y dejarlo ahí, en la sucia y fangosa cuneta de la desesperación, la intriga y el atontamiento, a verlas venir hasta que empiecen las nuevas temporadas, en septiembre. ¿Y hasta entonces qué? Yo me mesé las barbas y (¿existe un verbo para decir con una palabra “dar alaridos”? ¿”Alaridé”? No tiene pinta, ¿no? Pues bueno, venga) di unos cuantos alaridos, y luego pensé que pues nada, que lo bueno que tiene la politoxicología es que cuando un camello no te vende tal droga, siempre puedes darte un paseito hasta otro arrabalesco lugar y colocarte con otra cosa, así que me empecé a meter The Wire en vena, mientras por el rabillo del ojo miro el calendario, que Weeds vuelve a mediados de este mes, por fin.

Así que nada. Una vez vistos los 5 primeros capítulos de The Wire, ya puedo declararme fan de otra serie. Qué gloriosos los policías estúpidos, qué grande la microhistoria que da principio al capítulo 4º, qué genial eso de gastar planos y planos y escenas y escenas por reflejar, no sé, un viaje en ascensor en el que nadie dice nada, o la situación de un sofá en un plano. Qué ritmo, qué personajes, y qué todo. ¿Alguien más la ve?

3.6.08

in by rarity!

Hace unos días llegó al buzón un sobre blanco impoluto, del tipo de las que reciben un franqueo industrial y se ven así privadas de los arabescos y los barrocos borrones de sellos y matasellos (ah, la vieja violencia postal. ¿Qué queda de aquello en estos tiempos 010101íticos en los que nos ha tocado vivir?). En el lomo, en contundentes y claras letras mayúsculas, se leía con mucha facilidad

NO TIRE ESTA CARTA, PUEDE SERLE DE UTILIDAD

Naturalmente nada más leer aquella frase fui corriendo a tirar la carta a la basura, y luego me puse a pensar en la ineficiencia de la publicidad postal, y en a cuánta gente convencerán de que una misiva comercial es importante con ese truco tan ingenuo (y tan cachondo, las cosas como son) de decir que es que es importante.

Y luego volví a pensar en el spam. Es normal. Después de ver esa simplificación estratégica en la publicidad impresa, debí tener un rebote cerebral que terminó pensando en la complejidad creciente de la publicidad electrónica.

El spam se está haciendo listo. Estos últimos tiempos se ha visto que me quedé sin gallina de los huevos de oro. Yo, que podía pasarme una semana entera narrando entusiasmado las gilipolleces que me encontraba en el buzón, de pronto me vi dándole gusto a Óscar, que decía que ya cansaba el tema, y no hablando más de esos bellos correos que tanto ardor ponían, faltas tipográficas mediante, en que encargase viagra a mansalva, o me alargase el pene, o trabajase a tiempo parcial para hacerme multimillonario, o ayudase a la hija de un afable dictador africano a limpiar su fortuna vertiendo parte de ella en mi cuenta corriente, o les facilitase mis datos para que ya si eso se encargasen ellos de la limpia. Todo ese alegre caudal de correo dejó de llevarme porque aquí en la oficina el Informático Que No Es Informático blasfemó un día y se puso luego a hablar mucho por teléfono y a hacer muchos clics con el ratón, y se nos cerró el grifo. El spam dejó de llegar. Oooh.

Luego, la semana pasada o la anterior, nos quedamos sin correo dos días. Para una secta como esta, que se gana la vida mandando salmos y cánticos por correo electrónico a los acólitos del mundo, fue una cosa bastante frustrante. Los sectarios se pusieron mustios y durante ese par de dias caminaban por aquí cabizbajos, sin saber qué decir cuando la gente llamaba preguntando que donde estaban sus plegarias sangrientas y los textos de acompañamiento para los sacrificios rituales. Al fin el Informático Que No Es Informático se puso a blasfemar y a llamar por teléfono y a hacer clic muchas veces y descubrió que lo que pasó es que la empresa que nos lleva esto del internet nos había catalogado, a nosotros, como spam. Yo lo vi muy poético y muy divertido, la verdad.

No lo conté en su día, pero aprovecho para contarlo hoy para celebrar que un correíllo de spamoetry ha conseguido burlar el cerco, y llegar a mi buzón. Con versos que dicen cosas como

by insufficient siege proton

or vignette a astrophysics bunker

in by rarity!

Y yo lo leo y pienso ¡di que sí, in by rarity!, y me emociono, y pienso que qué envidia, y que si alguna vez trabajo en alguna empresa que se dedique al asedio postal escribiré consignas poéticas y feroces como esa, y no pavadas lloriqueantes que imploren que no tiren mi pobre carta, que prometo que es importante, hombre, por favor.

2.6.08

la escisión del pp

Me decía hoy la Muchacha que le da un cierto reparo una de las múltiples formas que tiene de referirse a mí (crueldad esta que no puedo criticar yo que, al fin y al cabo, siempre me refiero a ella aquí como Muchacha, y en persona con otros cuantos simpáticos y cariñosetes sustantivos) porque sus siglas, puestos a simplificar, coinciden con las del partido político más gracioso del mundo, que, es tan obvio que da cosa decirlo, es ahora mismo el Partido Popular, quién lo iba a decir, que incluso ha desplazado en el podio de lo risible a las facciones palestinas de La Vida de Brian (no confundir con Salvar al Soldado Brian, ojo). Y esto nos da repelús no porque las siglas coincidan con las de un partido gracioso, sino por puro rencor y pura cerrazón nuestra, que somos así de brutos, porque aunque apreciamos los enormes esfuerzos que ese partido está haciendo por desempolvarse las corbatas y consagrarse a las narices de payaso, los exagerados maquillajes faciales, los zapatones y las florecillas esas que reparten chorritos de líquido, aún no ha logrado tal partido ganarse nuestro cariño. Qué le vamos a hacer, las simpatías políticas son así de injustas y la desconfianza es un sentimiento persistente.

Pero yo me he quedado pensando en el PP, y en qué pasaría si, como sueñan algunos comentaristas, terminase pasando por el hacha escisorio y se separase en dos partidos, los rajoyistas y los cualquierotromenosrajoyporfavoristas, por llamarlos de alguna manera. Tal mitosis no daría ningún problema en lo de las gaviotas, porque en estos tiempos ecológicamente correctos que corren nadie querría mutilar una y llevarse gaviota y pico, pero sí generaría un serio problema a la hora de aplicarse a las siglas del partido, porque en fin, teniendo sólo dos ¿cómo se plantearía la escisión?

¿Con un corte vertical, con lo que podríamos tener dos partidos llamados P? ¿Qué lío, no? Sobre todo para mí, que si así a bote pronto me dices “¡rápido, palabras que empiecen por P!” siempre digo de primeras puteros, polvorones, pringaos y pusilánimes (siempre esas cuatro palabras y siempre en ese orden; es una cosa la mar de curiosa). E imagínate, después de las elecciones, los rótulos de la tele diciendo “el P, tanto % de voto, el P, otro % de voto”... ¿Con un corte vertical que no fuese por el espacio intersiglil, sino que abarcase parte de una letra? Eso plantearía el problema de dejar el trozo curvo de la P ahí como una C invertida rara, lo que sería una faena para la facción a la que le tocase (podrían usarla como C y escribir su nombre al revés pero sacarían cuatro votos, ¿quién mira los retrovisores hoy día, eh?), cosa sumamente injusta sobre todo teniendo en cuenta que la otra facción podría tener una increíble I o incluso una fabulosa F en su repertorio. ¿Con un corte vertical, dejando por encima las siglas DD y por debajo II? Ésta, sin duda, sería mi opción favorita.

Así podríamos tener un partido que se llamase Desesperación Domingera y otro llamado Intersecciones Intermitentes, por ejemplo. O Díscolos Dodecumenales a un lado, e Insalubridad Ingominiosa del otro. O Dulces Dadaístas, junto a los Increíbles Inconclusos. O Draconianos Degenerados frente a Invocadores Invertebrados. O Drogadictos Duraderos vs Instigadores Implacables.

Claro, ocupados con sus juegos de poder ni los dirigentes del Partido ni los del Popular (o ni los del DD ni los del II, según como se mire) piensan en esto. Y tal vez deberían. Yo tendría serios problemas para negarle el voto a un partido llamado Draconianos Degenerados, por mucho que promulgasen el catolicismo obligatorio, la flagelación pública de los homosexuales, la ejecución sumarísima de los nacionalistas, la obligatoriedad del gorro con orejas de asno para los no aficionados a los toros, la privatización de la Sanidad, la Educación y la Atmósfera y la inmediata incorporación de Raúl González a la Selección Española de fútbol.

Así que espero que nadie de derechas lea este blog. Ni los miembros del P, ni los del P.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.