¿Por qué después de entrar en el restaurante Polidor fui a sentarme en la mesa del fondo, de frente al gran espejo que duplicaba precariamente la desteñida desolación de la sala?
Julio Cortázar, casi al principio de 62 / Modelo para armar
Para hablar de París tengo que empezar hablando de fútbol: como bien sabes y las bocinas se han hartado a recordar, anoche España ganó su segunda Eurocopa, jugando como quienes han vendido el alma por ganar la virtud, maravillando, me consta, al mundo, y haciéndome ganar los 115 € de la porra de la secta a lo grande, en plan triunfal, habiendo puesto a España, España, ra ra ra, en la final, que todo el mundo me llamó imbécil cuando lo vieron y ahora qué, ¿eh?, quien ríe el último, etcétera etcétera. El único gol del partido lo marcó Torres obviando al lateral alemán Lahm, que se coló entre él y la pelota cuando hizo el control orientado del pase de Xavi. Pues bien: me pongo yo hoy a escribir sobre París sintiéndome como tuvo que sentirse Lahm anoche, cuando vio que la pelota se separaba de Torres, se colocó en medio pensando "mía mía" y descubriendo de pronto y con horror que Torres ya no estaba detrás sino delante, picándole la pelota a Lehmann para que entrase mansa y rotando como loca en la portería alemana.
Bueno, sintiéndome igual excepto por lo del horror. Pero el caso es que llego tarde a esta crónica, porque ya la ha hecho la Muchacha. Y como redundar es de cansinos redundantes y como mi cansinez es de otro tipo, voy a cumplir la amenaza que le hice a la Muchacha y hablar de lo que más me ha gustado de París: los pubs irlandeses. Viéndolo todo desde el punto de vista cronopieril desde el que hay que mirar este viaje (y dicho sin jactancia: un viaje que empieza con Juanito llevándonos bostezante al aeropuerto preguntando ¿y qué terminal es? y yo respondiendo ah, no sé, y él insistiendo ya sin bostezar ¿y el vuelo? y yo respondiendo ah, ni idea, y la Muchacha y él mirándome, ella homicida, él "está loco", y yo murmurando "pero sale a las 8:30... creo..." creo que tiene ganado el privilegio desde el principio), es normal que lo que a uno más le guste del paradigma de lo francés sea irlandés, supongo. Al fin y al cabo, La Ciudad de 62/Modelo para armar (cuyo lóbrego restaurante inicial, el Polidor, nos encontramos como todo lo más bello que nos encontramos, caminando al azar) no tenía muy claro el asunto de las nacionalidades y los contornos geográficos.
Eso sí, ya quedó rota, rotísima esa norma no escrita que mantuve durante años de asumir que los irlandeses están ahí para que uno beba Guinness y/o Jameson. En dos días fuimos a dos de estos paraísos de maderas oscuras y luces tenues (de hecho el sábado fuimos a los dos), y allí tomamos los postres, el de la comida un litro de vino que luego nos hizo ir dando tumbos bajo el sol del mediodía, y el de la cena una considerable cantidad de mojitos. En el primero cumplimos la hazaña de estar en una terraza céntrica parisina sin tener que vender un riñón para pagar la factura, y en el segundo la música que sonaba cuando llegamos era árabe. La globalización, en sus manifestaciones tan tangenciales, es un asunto maravilloso.
Inmediatamente después de los irlandeses, yo creo que lo que más me ha gustado de París, como turista, es la parte de París que no está diseñada como telaraña atrapaturistas. Al margen de la fascinación, el vértigo y las chiribitas que provoca meterse debajo de la torre Eiffel y exclamar eso de "¡hostia puta, que cosa más grande!" (y es que hostia puta, ¡qué cosa más grande!), el resto del París "imprescindible" era un hervidero de gente de lo más deprimente y de lo más comprensible. Así que todo muy bonito pero lo mejor, para mí y como suele pasar, fue perdernos por las callejuelas, girar siempre por las esquinas contrarias al resto y dejar que la casualidad se pusiese su gorrito de guía turística. Así por ejemplo encontramos la tumba de Sthendal buscando la de Cortázar (sospechamos que incluso erramos el cementerio) y la salida y el primer irlandés buscando la de Truffaut, descubrimos que nuestro hostal estaba en el centro del mundo cuando lo asumíamos perdido en el corazón de algún laberinto misterioso y polvoriento. Así encontramos e invadimos los irlandeses, y vagamos sin rumbo por las calles pensando, equivocados, que el norte estaba al este o el oeste al sur hasta que algún cruce de calles y un sol delator nos sacaba del error dándonos de lleno desde el supuesto este, por ejemplo. Así encontramos esos rincones en los que la Muchacha jugaba a secuestrarme la cámara y hacerme fotos en poses de intelectual bohemio, Galoise en los labios y libretita y bolígrafo en mano, que sospecho que ya no me va a dar tiempo a tratar de destruir.
Llega uno pensando y sintiendo que fascinante ciudad, pero claro, a saber hasta qué punto es fascinante. A saber si un vertedero de residuos tóxicos a las afueras de Minsk no me hubiese parecido igual de fascinante, con la Muchacha al lado (y este aprecio inmenso por la ruina por eso de las fotos decadentes). Pero no, la ciudad es fascinante. Que esa fascinación se catalice y se proyecte hasta donde lo hace no significa que no pudiera existir por sí sola. Pero después de probar sangre humana los tigres de los cuentos de mi infancia le cogían gusto y siempre querían repetir (para hastío de los cazadores arañados que tenían que ir a jugarse el tipo y ver devorados a sus guías pegándole un tiro al felino en cuestión), y de igual manera yo le estoy cogiendo gusto a la vida en general y a París, ahora, en particular, viviéndolo junto a y en los ojos de ella. Por mucho que a veces entrañe el peligro de ser linchado por una masa de franceses que sin sentido del humor alguno pudieran entender como burla que nos pasásemos las horas muertas exclamando ¡oh la la! y hablando todo el ggato en espaniol con asento fgancés, mon dieu.
Supongo que vuelvo algo pastelero pero qué quieres: la llaman la Ciudad del Amor, y hay clichés que está de puta madre vivir.
Así que mi opinión y mi veredicto es este: Está bien París, es bonita, si uno evita el turismo masivo, se pierde por las callejuelas de cuando en cuando y viaja con la mujer de su vida.
París es la ciudad más hermosa y más cara del mundo.
ResponderEliminarLo mejor para evitar al turista, váyase un lunes por la mañana a las ocho a Monmartre, y disfrute.
El primer párrafo (fútbol, argh) me lo he saltado. El resto, fantástico, como de costumbre.
Sé que voy a romper la magia pero si Stendhal levantara la cabeza y viera cómo ha bailado esa hache, seguro que no le dejaba visitar su tumba.
:P
Un abrazo.
Me voy al de la muchacha.
Y por lo visto en Paris las tazas se pierden también con mucho encanto y de formas graciosísimas! ;P
ResponderEliminarQue envidia me dais cabrones!
ah, lamúr; cést une chóse tremendé.
ResponderEliminarA mi París me parece bien siempre. Visitándolo con cualquiera...
ResponderEliminarPero claro, como vosotrs es mucho mejor.
Y todo esto por no decir Ohhhhhhhhh (sin el la, la)
asi que pubs irlandeses.
ResponderEliminarsabes dende hay muchos pubs irlandeses?
En Dublín.
Tambien hay rio y catedral, y mal tiempo.
Y yo.
Manana hablamos
un besote!
Martin, ¡ala, ahí, venga a pensar mal de primeras! ¿Y si vimos la tumba de un tal Sthendal, y no la de ese Stendhal, eh? ¡Grrr!
ResponderEliminarYo no lo recuerdo exactamente, pero voy a darme el beneficio de la duda, ejem ejem.
Vero, calla, canalla, que lograste tu objetivo. Otro grrr.
Nán, güi güi, che une cosé tremende.
Vega, danke, digooo megsí, megsí.
Beleeén, jooo, es que hay algo que Dublín tiene y París no, ausencia de vuelos baratillos, jope.
Pero era el plan inicial. Pregúntale a la Muchacha :<
¡Mañana hablamos! ¡Güelcom bac!