31.10.07

la sentencia del 11-M

Hoy es uno de esos días en los que a uno se lo lleva por delante la realidad: Imposible dedicar hoy el día a mis filosofías ateas, imposible incluso dedicarlo al dulce sonido de los cañones de la victoria en la madrugada, genial música nocturna. Mientras escribo esto están leyendo la sentencia del juicio del 11-M, que si alguien lee esto rápido puede seguir probablemente en cualquier web de radios o televisiones (yo estoy escuchándolo rebotado de TVE en la web de Público).



Después de un juicio eterno y del espectáculo dantesco de los abogados de la AVT defendiendo a los terroristas por no ser etarras (!), después de la infinidad de agujerologías y barrabasadas de los llamados peones negros, por fin sale esta sentencia que va a decir lo que todos sabemos. Efectivamente la sentencia, según la escucho, está construyendo la narración según ya sabíamos que ocurrió; Cómo se compraron los explosivos, quién los compró y a quién (van por esa parte, ahora), solo que añadiendo que se considera probado y por qué, y qué se dijo y ha quedado probado como falso. Y así cuando termine, efectivamente, tendremos lo que sabíamos que íbamos a tener, lo que a pesar de LibertadDigital, el PP y demás, ya sabemos.

El problema es que también sabemos qué van a decir ellos, después. Si hasta ahora les importó un pimiento la verdad, la realidad y lo ocurrido, ¿para qué van a empezar ahora? Lo único que va a ser divertido, si uno logra ponerse tan cínico, va a ser y ya viene siendo la actitud del PP al respecto: Estos días ya han estado diciendo que ellos nunca jamás utilizaron el 11-M con fines electoralistas y que jamás de los jamases intentaron llevar la investigación por los convenientes cerros de Úbeda que vienen muy bien para perderse cuando a uno no le conviene que lo encuentren.

Pero el mayor problema, para mí, va a ser que Acebes, Zaplana, Aznar y demás gente que en su día nos engañaron y nos mintieron, cuando eran nuestros gobernantes, para poder seguir siéndolo, para poder utilizar una masacre brutal y terrible que era consecuencia directa de su empeño en participar en una guerra que nosotros, el pueblo y sus amos, que para algo son políticos en democracia, ni quisimos ni buscamos y a la que nos opusimos con todo lo que teníamos, y convertirla en su baza segura del terrorismo vasco, con la consiguiente mayoría absoluta. ¿Hay alguna diferencia entre una dictadura y una democracia en la que el partido gobernante miente y engaña para conseguir el poder y luego, es de suponer, planea falsear la investigación del mayor atentado terrosista de la historia de un país para que cuadre con sus fantasías necesarias? ¿Por qué esa gente sigue viviendo en sus casas y no, como deberían, entre rejas?

O tal vez el mayor problema es que a día de ayer una tercera parte de los votantes del PP seguían creyendo que ETA está detrás del 11-M. Que los políticos mientan y engañen para permanecer o conseguir el poder, para perpetuarse en él y para obtener mayor control de nosotros es reprobable por lo que tiene de perverso, de zafio, de vil y de miserable, pero que haya gente que les siga el juego, que se crea sus mentiras a pesar de las evidencias, que acepten vivir en el mundo de fantasía que el PP necesita y construye para poder seguir llamándose partido político y no, directamente, organización criminal, que haya gente tan estúpida o (porque estúpidos hay, obviamente, en cualquier partido) tan dispuesta a ser estúpida, tan dispuesta a ignorar la realidad, es simplemente deprimente. ¿Esa gente pertenece a mi especie?

En fin. Habrá que intentar mirarlo por el lado positivo y ver que a pesar de toda la basura informativa emitida por el PP y sus afines dos terceras partes de sus votantes saben, aceptan y admiten que les mintieron.

Para los otros, para ese tercio de fanáticos, va dedicada la canción de hoy:



edit: ¡El Egipcio absuelto! O_O Y todos los asturianos menos Trashorras, por falta de pruebas, si no he entendido mal... Trashorras condenado a 39.000 años de cárcel y otros dos. Las autorías intelectuales quedan sin probar. En fin.

edit 2: añadiendo el vídeo.

30.10.07

el buen blog

Pues nada, iba yo a seguir filosofando sobre el ateísmo, que me está dando que pensar el tema, pero me ha caído un marrón y toca atenerse a él, el deber es el deber. Así que hoy, con todos ustedes,

Consejos del buen blogger
versión yo, o sea que lo del buen blogger habrá que entenderlo en su contexto de miseria y cerrilería


Primero, ¡música de escuela!, y a ver quién se esperaba esta canción, je,



Y segundo, el temario,

i.- Cuida a tus visitantes. Un blog crea una relación profundamente asimétrica entre el propietario, algo así como el sheriff del pueblo, y quienes lo visitan y se atreven a responder; equilibra la balanza dedicándoles un tiempo a quienes se han molestado en tomarse un rato primero para leerte, que ya es de agradecer, y luego, encima, para responderte; hazles sentir correspondidos. A no ser que seas de aquellos que tienen blogs multitudinarios, que no podrían dar abasto, por lo general hace mucha ilusión que llegue gente nueva a leer las tonterías de la casa. Si se tercia, manda correos de agradecimiento, cuando la aportación de alguien haya sido muy buena y tienes dudas de que vaya a volver a ver si le has respondido o dejó sus ideas en una vía muerta.

ii.- Sal de excursión por la blogosfera. Esa gente que te visita por lo general tiene sus propios blogs. Se majete con quienes te visitan, que al fin y al cabo es gente a la que le gusta leerte, visita sus blogs, participa de ellos. A la gente le gusta que aquellos a quienes van a comentar les lean y piensen que vale la pena comentarles a ellos. Y así al final con la tontería siempre viene gente de lejísimos, asociando y pinchando los enlaces de lo que lee la gente que ellos leen. A su vez, haz click en sus enlaces; Ver las aportaciones de un desconocido en un blog conocido es la mejor invitación que existe para leerlo.

iii.- Intenta ser original. Está jodido, con tanta personita en el mundo haciendo su blog, pero un buen método consiste en hacer lo que te de la real gana. Esto implica no dedicarte, por ejemplo, a repartir noticias, que para algo están los periódicos. Si quieres hablar de lo que has leído en algún periódico o blog, hazlo tuyo, cuéntalo desde tu punto de vista, da tu opinión. A no ser que seas un periodista de investigación, claro. Y ya que Rincewind, que me pasó este meme, habla de que mantengas un tema, me toca a mí llevarle lo contrario: Diversifica, cambia, explora, juega. Un blog que sorprende y que se reinventa cada día, al menos a mí, me da ganas de volver, aunque sólo sea por ver qué pasa la próxima vez.

iv. En la línea de lo anterior pero con entidad propia, cúrrate un poquito la plantilla; es la cara de tu blog, y hará que la gente recuerde, además de un contenido, una forma. En Blogger no es tan difícil monear un rato con los colores y la distribución de los elementos. Además con esto definirás la navegación de tu pequeño imperio de egolatría; piensa dónde y cómo vas a poner los archivos, piensa qué etiquetas vas a utilizar, y piensa qué inventitos vas a meter. Para hacerte una idea de qué hay disponible, nada mejor que dar una vuelta a ver qué tiene el personal.

v.- Se educado con los contenidos ajenos: Cuando copies algo o te refieras a algo o te estés inspirando en algo, cita y enlaza la fuente. Si estás copiando fotos, mi política siempre es acreditar al autor y hurgando un poco en el código de la imagen cambiar la dirección de la del archivo mismo de la imagen a la de la página en la que yo la encontré, para que quien haga click sobre ella pueda verla en su contexto. A su vez, haz que tus links sean explicativos o den una idea de a qué se refieren: Nadie tiene tiempo para perder intentando averiguar dónde narices enlaza una palabrita.

vi.- No escribas microposts que no cuentan nada ni inmensas parrafadas infumables que echen para atrás a la gente. Esto último, además, lo consideraría intrusismo blogueril: Ese es mi negocio, forastera, y bastante hace la gente jugándose la vida frente al tedio al leer esto como para rematarles con otra ronda de eternidad. Lo de ser ultraconciso es especialmente insoportable cuando eres culpable de saltarte mi quinto mandamiento y te conviertes en un rss de titulares de prensa.

vii.- Ameniza el contenido con alguna cancioncilla, alguna foto y algún vídeo de vez en cuando. Este es un recurso peligroso, por ejemplo las canciones que yo pongo suelen ser más tortura que desahogo y, por reciprocidad, no suelo escuchar música de ningún blog (¡qué barbaridad!, tendría que darle al stop de mi Winamp y eso es impensable), los vídeos, a la que uno se descuida, aniquilan la idea del texto, y las fotos tres cuartos de lo mismo. Pero bueno, esto se trata de dar consejos sobre cómo mejorar el blog, no sobre qué hago yo al respecto, y hay una diferencia y mi música es mía y yo la quiero. ¡Ven aquí, bonita!

viii.- En esto coincido con el capullo que me fuerza a escribir esto; sé constante. El ritmo da un poco igual, yo intento escribir una vez al día, y suelo darme una vuelta por los blogs del mundo una, dos o tres veces por semana; tampoco supone mucha molestia leer unos cuantos posts seguidos. Pero lo que importa es coger un ritmo con el que uno se sienta cómodo y que no le haga esto pesado, y más o menos cumplirlo; así la gente se hace una idea de cada cuánto volver. Y evitarás a tu público la terrible depresión que supone visitar los blogs geniales que pasan eterninades sin ser actualizados y ver que todo sigue igual.

ix.- Hazte una cuenta en Google Anaytics. Te servirá para saber cuánta gente te visitia, de dónde vienen, cuándo vienen, cuántas veces vienen y qué vienen buscando. Siempre es útil saber esas cosas y a veces puede ayudarte a inferir qué estás ofreciendo a la gente. Y qué palabras meten en Google para llegar hasta ti, naturalmente.

x.- O puedes ir hablando de trabajo y utilizar a menudo la palabras más populares de los buscadores, digamos mamada, putas, sexo, cómo follar, cómo satisfacer a un hombre en la cama, cómo satisfacer a una mujer en la cama (increíble la cantidad de gente que sigue viniendo buscando eso), porno duro, mujeres desnudas, zoofilia, etc etc. Sergito es un maestro en esta original técnica (y frustrante para quien llega mediante ella, imagino, excepto tal vez en su blog que aunque sea en otro contexto anda a esto de merecerse el calificativo de hardcore).



En fin, se supone que esto es un meme y se supone que uno tiene que sentenciar a cinco personas para que sufran y escriban sus consejos sobre cómo hacer un buen blog. No he leído nada de que tengan que ser 10 normas, así que si a alguno de los agraciados le da por hacer algo más original, todo suyo.

Y los nominados para repetir esta solemne tontería son naturalmente Perro, Vero y Vega, cuando pueda salir de su nirvana estudiantil, pobrecita ella. Los otros dos puestos tengo que declararlos desiertos porque la gente a la que le preguntaría o no tiene tiempo o no va a tener ganas de responder. Pero me quedo pensando qué dirían al respecto y para poder fantasear a gusto tengo que dejar las dos plazas que quedan vacantes. Si es que había que nombrar cinco candidatos, que no lo sé, y quedándome con la tranquilidad de que estos tres memeados incluirán alguno de los links que a mí se me estarían olvidando aunque llenase esas dos plazas desiertas.

Mañana, volvemos al tema de la religión, aunque desde un punto de vista tristemente, hasta ahora, poco habitual. Pero qué le voy a hacer, estoy yo poco guerrero últimamente.

Y hoy, bueno, al menos tendrás que reconocerme que la canción ha sido pelín sorprendente.

29.10.07

el ateísmo políticamente incorrecto

Hoy, por esos azares hijos de la entropía y el aburrimiento (vamos, porque lo he visto mencionado en un foro, aunque sospecho que también tengo cierto interés en este tema porque este fin de semana estuvimos tratándolo tangencialmente una bonita madrugada; aunque realmente todo el mundo anda con pies de plomo estos días y nadie dijo ninguna cosa absurda como, digamos, que creía en la Biblia o que Dios es un simpático barbudo encaramado a una nube), he conocido a Pat Condell. En el sentido de haber visitado su página y haber visto un par de vídeos suyos. Pat es un ¿comediante? inglés que se dedica, básicamente, a hablar de religión con pocos pelos en la lengua, con lo cuál ya le han tachado de islamófobo, si esa palabra existe y es así (sigo apelando a la velocidad de crucero y que le den a la RAE), y por lo visto hay integristas católicos que le mandan correos deseándole la condenación eterna.

En fin, por compartirlo, cuelgo dos cosas suyas, primero un video suyo que he encontrado doblado al español, dándole caña al Islam...

...y la transcripción de otro que se llama...

Hola, cristianos furiosos


Hola a todo el mundo. Me gustaría darle las gracias a los cristianos furiosos que han estado escribiendome para contarme lo mucho que ansían mi tormento eterno en las llamas del infierno. Es bonito saber que estoy en vuestras oraciones. Y os habéis estado frotando las manos con anticipada satisfacción, también, algunos de vosotros, por cómo suena cuando no estáis transcribiendo rabiosamente páginas y páginas de las escrituras. Y aún así, si yo os llamo locos, aparentemente soy yo quien está resultando ofensivo. Es un viejo mundo gracioso este, ¿no es cierto?

Para ser honestos, de hecho logro comprenderos hasta cierto punto. Quiero decir que debe ser bastante desquiciante para la gente religiosa ver ateos como yo yendo por la vida sin la más mínima señal de culpa o autoarrepentimiento, y desde luego nada propensos a rezar o hacer penitencia de ningún tipo, y para nada preocupados por ninguna forma de castigo eterno. Tengo que admitir que si fuese religioso probablemente pensaría para mis adentros: "Cómo puede ser que yo tenga esta carga en mis hombros mientras esos cabrones consiguen su paseo gratis?" Y ni siquiera creo que pudiese encontrar consuelo, como algunos de vosotros cláramente hacéis, ante la perspectiva de su tortura eterna en las llamas del infierno, abrasándose en agonía y atormentados por los demonios, porque ese escenario no me convence. Pienso que si existe el infierno, probablemente será no un lugar en el que ardas físicamente por siempre, sino más bien una metáfora de algo más sutil que consuma por dentro. Algo como el arrepentimiento eterno, quizas. Sobre algo que no se ha hecho, que no se ha intentado, que no se ha arriesgado, que no se ha amado lo suficiente. O tal vez sea sólo el asunto ese de arder entre las llamas. No quiero ponerme pesado al respecto.

Ya es lo suficientemente malo que Jesús muriese por mis pecados -aún no consigo metérmelo en la cabeza- y gracias por recordármelo otra vez, por cierto. De hecho me siento culpable de alguna manera por no sentir mayor agradecimiento hacia Jesús, pero simplemente me gustaría que se hubiese molestado en preguntarme antes de tirar para alante, porque me siento como si me estuviesen pasando la factura de algo que yo no pedí. Y esa es precisamente la historia, ¿no es así? Si eres cristiano ya has nacido con tu deudad con Jesús, y esa es una deuda que sólo puedes pagar por completo muriendo. Está uno metido en un asunto realmente complicado, ahí. Es como si te toca pagar la hipoteca de una casa que ya es tuya en propiedad, especialmente si se tiene en cuenta que no hay evidencia histórica de que el Jesús de los evangelios existiese. Los registros de los que disponemos al respecto fueron escritos por gente que nacío mucho después de que muriese. Así que más bien se limitaban a transcribir lo que había oído. Y, por supuesto, lo mismo es aplicable a los mismísimos evangelios. Curioso, ¿verdad?, que nadie que se dedicase a escribir en aquellos tiempos pareciese saber nada de Jesús, a pesar de los fantásticos milagros que se dedicaba a hacer, las multitudes a las que predicaba, y por su puesto su monumental y espectacular muerte en público. Y no olvidemos que es un tipo cuyo nacimiento estuvo marcado por un evento delestial, y que nació de una virgen en el año seis antes de Cristo. Dos milagros al precio de uno (y eso es llegar pisando fuerte), y luego vino un milagro tras otro, alimentar a la masa, curar al enfermo, caminar sobre las aguas, levantar a los muertos... Fue clavado a un madero y volvió al a vida otra vez. ¿Cómo puede ser que nadie oyese hablar de él? Debería haber sido el chascarrillo del desierto. Debería haber sido tan famoso como Elvis. Y lo único que tenemos son rumores, comentarios de segunda o tercera mano que han sido revisados y editados y traducidos confusamente tantas veces que la verdad ya no guarda ningún parecido con los hechos, si alguna vez lo hizo. Así que no sé a quién le estaréis rezando, pero tampoco parece que os haya ido demasiado bien haciéndolo, ¿no? Tal vez deberíais probar rezarle a Elvis por un tiempo. Y ver cómo van las cosas. Quiero decir, al menos en el caso de Elvis sí que tenemos la certeza de que existió.

Pero simplemente porque Jesús sea el personaje de un libro, eso no significa que sea un mal personaje. No significa que no tenga una sabiduría que impartir. ¿No fue él quien dijo: "el Reino de Dios está entre vosotros"? Lucas 17, verso 21, creo que era. Y qué útil información es esa cuando uno se para a pensarlo. Me doy cuenta de que, como cristiano furioso, probablemente esas palabras hayan pasado por tus labios, pero que realmente no creíste en ellas. Y así, para ti, eso realmente no ocurre. Está claro que no ha ocurrido, de otra forma no estarías tan furioso, ¿verdad? ¿Poner la otra mejilla, perdonar al pecador, amar al enemigo? Eso no forma parte de tu idioma. No, tú quieres que haya castigo, ¿verdad que lo quieres? Quieres que haya tortura eterna. Quieres que haya sufrimientos inimaginables, para tu propia satisfacción. Así que creo que está bien que Jesús no existiese, porque si volviese y viese lo que la gente como tú habéis hecho con sus enseñanzas, se daría cuenta rápidamente de que nadie escuchó una palabra de lo que dijo, de que malgastó su aliento, y que desperdició su vida. Pero bueno, todos cargamos con nuestra cruz.

Paz a todo el mundo, especialmente a los cristianos, ya estén dentro o fuera del reino de Dios.







En fin, ese es el señor Condell. Acusado de xenófobo, de racista, de nazi (?), de pervertido (!?), y del catálogo habitual de cosas que suelen llamársele a quienes se lo pasan pipa tocándole las narices a los fanáticos que el mundo pueblan.

Y para terminar, otro par de fanáticos; un vídeo algo más serio sobre un debate televisivo entre dos personas que clamaban ser capaces de demostrar la existencia de dios y dos escépticos, que yo creo que tiene que tener truco porque en estos tiempos wikipédicos nadie puede ir por la vida con el argumento del relojero esperando que alguien trague con él...



Yo a eso sólo tengo algo que objetar en nombre del bando de los creyentes, que es que existe una teoría famosísima (holaaa, aquello del Big Bang) que puede considerarse como "la creación" del universo, con lo cuál este no sería infinito en el tiempo...

Y algo que replicar a eso del bando de los ateos, que es que esa creación, entre otras cosas, incluye la creación del mismo tiempo, que fuera del tiempo poco sitio hay ni para crear ni para creadores. Y apostillar que llamar al mismo universo "la creación" es plantar la semilla nada sutil de un futuro circulus in demostrando.

Apasionante el tema, en cualquier caso.

la velocidad de crucero



No me ayuda en nada a mi obsesión con las series que de pronto una de ellas termine con alguna canción que últimamente me esté volviendo loco.

Comentario este del que lógicamente uno no puede esperar más que indiferencia, pero al fin y al cabo esto es un blog, es concretamente mi blog, y sigo pensando, como he opinado últimamente por ahí (en lugares donde la velocidad de crucero me impide llegar, porque están detrás y porque están fuera de la ruta, y cuyas url no puedo copiar ni enlazar) que uno puede escribir aunque nadie lo lea, y una de las consecuencias de esa idea es que uno puede escribir para sí mismo y aunque a nadie le importe un bledo lo que escribe.

Que no será el caso porque gente hay mucha y cada cuál es cada cuál y al fin y al cabo yo también leo, he leído y leeré cosas que, en rigor, me han importado, importan e importarán un pimiento pero para las que encontré, encuentro y encontraré motivos de sobra para leer, aunque sólo sea el imaginar la voz detrás de esas palabras, o mecerme en ese sonido etéreo que le dejan a uno en el cerebro.

En cualquier caso, hay música que es genial para cuando uno pretende mantener velocidades de crucero, para cuando uno navega a velocidad de crucero. Y como yo no soy marinero y mis navegaciones no son más que envidiosas metáforas, puedo darme, polimorfismo de la mentira, a diversas navegaciones y tener diversos ejemplos.

Por ejemplo, hay poca música que puedan ser mejor para conducir en autovía un día en el que haya llovido que la pieza de Boccerini que aparece en la banda sonora de Master & Commander (cuyo nombre exacto, sintiéndolo mucho y con mil disculpas, debe recibir el mismo tratamiento que la url que no cité antes, por los mismos motivos: No voy a ponerme a buscar, ahora no).

Por ejemplo, hay pocas canciones como la que acompaña esta entrada para caminar, un octubre moribundo y revolucionario, por las calles de esta ciudad, o para sacudirle a uno una descarga de adrenalina y alegría cuando lo engancha totalmente por sospresa al final de un capítulo de Californication.

Y piensa uno cosas raras. Comentario tan vago que es inútil.

Y piensa uno cosas que se sorprende de estar pensando, como por ejemplo que da igual que la vida no parezca estar yendo a ninguna parte (siempre me pasa cuando no estoy enamorado, es lo que tiene ser idiota, o sea romántico), pero que me gusta el viento en la cara, la sensación de vértigo, la velocidad, los cambios que están sucediendo y van a suceder en un crescendo estupendísimo.

Sonrío, muerto de sueño.

Y (así, yo, otro coleccionista de flores muertas, un niño que señala lo obvio, aquel borracho que falla en ver que no despierta del público más que bostezos, el carroñero en un reino de herbívoros orgullosísimo de su menú de carne muerta al que nadie le acepta la invitación a almorzar) quería compartirlo.

Y ahora, si quiere, que empiece la semana; tiene mi permiso.

26.10.07

susceptibilidad vs televisión



Escribía no hace mucho Hernán Casciari, mi gurú televisivo, sobre cómo la estupidez de cualquier colectivo es capaz de conseguir que quiten un anuncio de la televisión porque alguien lo ve, termina ofendidísimo, se queja y las televisiones retiran el anuncio en cuestión, y sigue avanzando el contador de gilipollismo. ¿Has visto el anuncio ese de esa hamburguesería del pollo que rescata un gatito, y la voz en off te vende un pollo dulce, y el pollo tira el gatito a la basura, y la voz en off te dice que el pollo también lo hay amargo? Espero que sí, porque en YouTube mis torpes tentativas no lo han encontrado. En fin, graciosísimo e ingenioso el anuncio, estrenado hace bien poco, y hoy ya los periódicos recogían que se ha quejado la organización correctísima de turno, que quiere mucho a los animalillos y dice que el anuncio promueve su maltrato, como si a mí, después de haberme reído con el anuncio, fuese a darme ganas de ir por ahí buscando gatos para tirarlos a contenedores de basura.

En fin, la gente es estúpida, bienintencionada pero estúpida, y estas cosas pasan. Aunque luego seamos tan hipócritas por decir que hay que ver los yanquis, que sale en la Superbowl Janet Jackson enseñando un pecho y montan un circo de escándalo y todos nos llevamos las manos a la cabeza y les llamamos imbéciles puritanos, y luego pasan cosas como estas todos los días en la publicidad (y pasan todos los días: Pulsa en el link del principio de este post, y podrás ver diez ejemplos, para empezar, de anuncios inquisicionados) y nadie dice mu.

Pues qué cojones: Mu. Mu. ¡MU!

Es muy bonito pensar que la gente de allí es así y la de allá es asá y en cambio nosotros ya ves, tan magníficos y tan estupendos, pero no es nada difícil romper esa estúpida pompa de jabón. Basta con recurrir a la tele y a la tele de los que no tenemos tele pero tenemos esto, un ordenador, que podemos usar para ver la tele. Basta con comparar alguna manifestación de nuestra cultura, tan magnífica y tan estupenda, con la de esos paletos cerriles que a la que pueden censuran un pecho. Porque según he leído la noticia mi mente, bobalicona y asociativa como buena mente matemática, y obsesa como parte mía que es, ha pensado en lo que últimamente trago a palo seco y sin moderación, es decir, en series de televisión, que al fin y al cabo, al ir dirigidas a una cierta sociedad son, como producto de las mismas y en cierta manera, un espejo de esa cierta sociedad.

Así, la última serie que me tiene enganchadísimo es Californication, con mi tocayo el señor David Duchovny haciendo de Hank Moody, un escritor que comparte nombre de pila con el alter-ego literario de Charles Bukowski y nombres de libros con Slayer (que como buen friqui que es uno no puede dejar de levantar una ceja cuando ve que los libros publicados por el genial señor Moody se llaman God Hates Us All, South of Heaven y Seasons in the Abyss, discos todos ellos de ese grupo, Slayer, y obras maestras los dos segundos). Pongamos esa serie, que habla de la vida de un escritor amargado y seductor que se pasa el día frustradísimo por no poder escribir, follándose a todo lo que se mueve e intentando, por el camino, recuperar a su ex-mujer y a su hija, y pongamos por otro a Los Hombres de Paco, producto ibérico que habla de las supuestamente divertidas peripecias de unos policías patosos, supuestamente entrañables.

Dirás, con razón, que no hay comparación, que las tramas no tienen nada que ver. Pero sí las subtramas. En Californication hay una menor, y también en Los Hombres de Paco. Y en Californication la menor en cuestión sale desnuda en un plano memorable, y el bueno de Hank, sistemático como es con sus principios, se la tira sin ningún miramiento y ya luego, cuando se entera de su edad, viene lo que viene, que es él preocupadísimo y esquivo, y ella tratando de reincidir a toda costa, y todo el asunto se trata de frente, con honestidad, sin miramientos y yendo al grano, y todo es sincero, creíble y realista, con un par. Mientras tanto, a este lado del Atlántico, nuestro país desacomplejado y moderno presenta una menor que coquetea con un adulto durante una infinidad de capítulos en los que tropiezan con mil tabúes y mil neuras hasta que la serie, malherida por una vil trama secundaria, degenera en un miserable culebron en modo pause hasta que la menor pase la barrera de los dieciocho y ya que los guionistas piensen qué hacer después que quedan capítulos para rato. Y mientras tanto todo es bucólico y todo es cogidísimo con las pinzas del temor, del tabú y del terreno minado del qué dirán.

En fin. Sostenemos, desde nuestras libres mentes llenas hasta arriba de prejuicios, que los americanos son bobos, ignorantes, incultos, gilipollas y estúpidos, mientras que nosotros somos listos, simpáticos, dicharacheros y aunque seamos más bajitos somos más guapos, como si mi diosa Scarlett Johansson fuese oriunda de San Sebastián de los Reyes. Sostenemos eso igual que creemos, y generalizo porque a mí estas cosas no me incluyen, aunque alguna habrá que sí porque humanos somos y en el camino nos encontraremos etc etc, igual que creemos, decía, en los horóscopos, en que la gente del Barça es mezquina, y demás prejuicios que, como son nuestros, no llamamos prejuicios. Cuando en realidad somos tan estúpidos y tan gilipollas como los yanquis, inexistentes y caricaturescos, de los que nos reímos. Basta ver alguna serie de calidad de allí para sentirlo, para notar el vértigo de la audacia, de la falta de complejos. Basta ver un capítulo de Weeds, de Californication, de Los Soprano. Basta ver cómo How I Met Your Mother coquetea con el consumo de marihuana, si puedo añadir esto después de haber mencionado a Weeds. Basta ver una temporada de cualquiera de esas series para luego poner la televisión aquí y saber que por mucho que hayamos salido del franquismo, que por mucho que seamos estupendísimos europeos que se oponen a las guerras imperialistas, seguimos siendo los mismos paletos que éramos hace cincuenta años.

Los mismos que seguiremos siendo, dentro de cincuenta años, si seguimos permitiendo la estupidez y la insultante falta de sentido del humor que demuestran esas gentes bienintencionadas y disfuncionales que ven un auncio de hamburguesas donde un tipo disfrazado de pollo intenta hacer un chiste y ellos leen un alegato al genocidio gatuno.

¡País!

Y luego querrá Rajoy que me sienta orgulloso de pertenecer a él.

25.10.07

y de nuevo a recoger los bártulos, #1

No sé si queda alguien que haya resistido lo suficiente este blog mío como para tener algo de memoria pero hay que ver: Ya me pilla por el tercer cambio de trabajo, esto. Porque sí, señorita, sí. Me voy. Lo siento por las vistas, magníficas, y por lo mucho de menos que aquí Miss Nikon va a echar de menos esta planta once a la hora en la que el sol se pone, pero en fin, qué le voy yo a hacer si hay gente por el mundo que me ofrece un sueldo digno, y qué le voy yo a hacer si mis jefes por quince días todavía pero contando quedan conmigo para decirme que ellos no me suben el sueldo (dicen que sí lo han hecho; pero no, si no se nota diferencia, no), porque claro, aunque no sea culpa mía como no salen clientes yo no hago un trabajo que de un resultado visible y claro, aquí en la oficina pues ya se sabe y no hay gran forma de controlarme y un montón de palabrería más que significa que se me paga como si me estuviese tocando las narices porque, claro, podría ser exactamente lo que hago, como de hecho hace alguno que yo me sé, y yo, que para algo soy un cínico, también (yo soy de todo), me lo traduzco a un comunicado interno que dice así: "David, eres imbécil, estás trabajando y cobrando como si no dieses ni palo, cuando en esta situación lo normal sería no dar ni palo, que es, bien claro te lo dicen, exactamente por lo que te pagan".

Y como esas cosas no deberían ser así uno va un día y manda un currículum, y alguien le llama, y le hacen una entrevista, y va a un psicotécnico con otros dos candidatos, un chaval jovencito y una muchacha guapísima, y como buen matemático borda el psicotécnico y siente una lástima infinita por el chaval pero sobre todo por la muchacha, que es guapísima, y como buen cronopio se siente tentado de soplarles los resultados pero al fin y al cabo estamos ahí para que le den curro a uno de los tres y lástima que luego perdí la pista a la muchacha en la calle por un semáforo cabrón que se cerró tras sus pies y desató antre los míos una vorágine de tráfico, y luego lo llaman a uno diciendo que el director general quiere verlo para confirmar que no es, a primera vista, mal chico o que no tiene ninguna marca satánica en la frente, y al final lo llaman y hay que ir una última vez a que, esta vez sí, le ofrezcan a uno lo que sí que es un aumento de sueldo; tercer cambio de trabajo que vive este blog conmigo. Al final así a lo tonto sí que se está estirando el jodío.

En otro orden de cosas, ya tengo algunas definiciones para el acontecimiento de ayer. La gente, que era básicamente de letras, lo llamaba constantemente taller, aunque yo, por eso de ser literal y asociar los talleres con cosas con tornos, taladradoras, serrín, olores interesantísimos y cigarrillos prendidos en la comisura de los labios, lo voy a llamar, por ahora, reunión casi quincenal donde la gente lee cosas, que es una definición muchísimo más exacta, que se note que uno es matemático, más aún entre tanta gente de letras, que ha leído tantísimo (incluyendo a Cormac McCarthy, a quien por lo visto recuerdo -mi via crucis particular, siempre recordar a alguien- en el cuento que descansa bajo esta entrada) y que le intimida a uno bárbaramente.

En fin, gente muy maja, naturalmente, y una tarde entretenidísima escuchando a esta gente y descubriendo lo ya sabido, o sea confirmando, vaya, que uno no tiene ni idea de leer en voz alta, y mintiendo al personal diciendo que no leía en voz alta desde la comunión. Y no. He leído, desde entonces, un cuento, una vez, en voz alta, y en vista de los resultados ayer habría contratado a un lector o a una lectora profesional, si me hubiese acordado a tiempo y tuviese dinero para hacer tal gilipollez.

Así que nada. Parece que voy a tener una buen método para garantizar las victorias del Madrid en Copa de Europa, no poder verlas por andar escuchando cuentos, poemas, relatos o lo que se tercie un miércoles de cada dos.

Y en lo musical, hoy he descubierto el no va más de estrategia agresiva musical: The Pax Cecilia, grupo al que se le puede echar una ojeada, o una orejada, que suena fatal por propio que sea, en su página de MySpace, www.myspace.com/thepaxcecilia, y que hacen una mezcla entre post-rock, música clásica, indie y lo que se les ponga por delante. Pues bien, esta gente ha decidido, por lo visto, que no venden su disco, lo regalan a quienes les manden un correo con su dirección. Cosa que sólo puede aplaudirse, y que hace pensar muchísimo en la SGAE.

24.10.07

el cazador de lobos





We humans fear the beast within the wolf because
we do not understand the beast within ourselves
−Gerald Hausman.




Arriba el azul del cielo, telón de fondo de algún dios que dejó su obra a medias. Debajo, por todas partes, las montañas, talladas por el viento inmisericorde y atávico, y en medio de ellas el valle; una grieta apenas en aquel macizo de rocas heladas. Siempre había estado ahí, siempre estaría allí, robado al tiempo mismo, expulsado del mundo que abolían las inmensas murallas de roca que lo sitiaban por todas partes excepto, grieta en la grieta, por el paso que un riachuelo borracho y frenético había arañado durante eones en su huida de los glaciares, rumbo a algún mar remoto allá en el norte. Era ese río el único acceso al valle. Por su rivera, piedra desbastada salpicada por el agua rabiosa, tropezaba y se retorcía una tortuosa travesía que cada año tras el deshielo cruzaban, incansables y suicidas, los inmensos carretones que durante el breve verano iban y venían por aquel camino fugazmente transitable, llevándose en inmensos toneles el raro vino de las vides de las nieves y trayendo los cereales, las herramientas y el ganado que el pueblo necesitaba para subsistir durante el largo asedio al que la nieve lo condenaba de otoño a primavera. No era extraño que de cuando en cuando una cuadrilla de mulas enloqueciese con el fragor del río, que una rueda estallase o que el peso de la carga torciese el rumbo de un carro y diese con él en la corriente, donde estallaba desmadejado y eran tragados por aquel fragor invencible los gritos de agonía del conductor y los relinchos de pánico de los animales, y las aguas lamían la sangre y al poco ningún rastro quedaba del crimen del río insaciable.

Fue ese camino el que mis padres ascendieron cuando vinieron al valle, huyendo de nadie supo qué y trayéndome a mi en el vientre de ella, y era por ese camino por el que me decían que algún día eternamente cercano volveríamos de nuevo a alguna parte, a algún lugar donde existían mares y praderas, casas altas y esbeltas, calles, ciudades e invenciones arcanas como electricidad o la música que tanto añoró mi pobre madre. Soñaron con ese camino con tal fe que a veces les imagino soñando aún con él, si los muertos sueñan, desde la profundidad de sus fosas en el sombrío cementerio tomado por el musgo y la escarcha que hay tras la iglesia de esta aldea anónima, única población tan estúpida, imprudente y orgullosa como para existir en el valle. Fue ese camino traicionero el que, un año, subió el cazador de lobos, abriéndose paso a través de la nieve que lo bloqueaba con la determinación de los condenados al infierno, montando su recia mula, arrastrando su rosario de inmensos cepos y acunando su fusil veterano de guerras de las que jamás ninguno de nosotros había oído hablar.

Apareció entre la ventisca, con la mula moribunda y humeante. La encerró en el establo junto a la taberna de la aldea, entró chorreando nieve medio deshecha, descuartizando el silencio de los presentes con el aleteo sordo con el que golpeaba su sombrero contra la cintura para limpiarlo de nieve y el lento retumbar de sus botas de jinete sobre la madera del suelo, pulida por invierno tras invierno de parroquianos sin nada que hacer salvo esperar el deshielo mientras veían agonizar una a una las horas de las infinitas noches invernales, y se acodó en la barra, dejando el rifle junto a él. Señaló con una uña rota y negra un vaso vacío, el tabernero se lo llenó de vino turbio y ácido y le dijo su precio.

Pero el cazador de lobos, después de coger el vaso muy despacio y apurarlo hasta los posos de un solo trago lento y concentrado, después de gruñir y de limpiarse la barba revuelta con el dorso de su abrigo aún perlado por copos de nieve a medio derretir, le respondió con voz ronca y metálica en un idioma que ninguno entendimos: "Ich jage Wölfe". Y mientras todo el mundo luchaba con la sonoridad hostil y afilada de aquel idioma que desconocían hurgó en el interior de su pesado gabán, sacó la mano y la estampó con un ruido duro y pétreo sobre la madera de la barra. Cuando la levantó, todos pudimos ver unos colmillos. Colmillos de lobo. El silencio se tornó denso como la miel fría, la luz hacía brillar los dientes sobre la barra, amarillentos, brillantes y con rastros de sangre no del todo seca; el tabernero consiguió por fin apartar la vista de ellos y, con el asombro pintado en su rostro, levantarla hasta los ojos grises y amarillentos del extranjero. Le volvió a llenar el vaso, dejó la botella sobre la barra y la empujó hasta el cazador, que asintió y se acomodó en una crujiente banqueta, dejando el sombrero colgando del cañón de su fusil.

Tardaron poco en presentarse los dos ganaderos más importantes del pueblo, y en una mesa junto al fuego, murmurando palabras que dibujaban con gestos y materializaban esgrimiendo en el aire objetos como casquillos de bala y monedas, hablaron con el cazador utilizando sólo cuatro palabras; lobos, dinero, kugeln y pulver. Parecía que de pronto el idioma del extranjero hubiese abolido nuestro propio lenguaje; parecía que todos, escuchando en silencio, asistíamos al debate absurdo y mutilado de alguna pesadilla. Finalmente encargaron más vino y brindaron, los dos ganaderos sonrientes y esperanzados, y el cazador sin hacer el más leve gesto, como si su rostro de cuero curtido por la intemperie fuese incapaz de moldearse en una sonrisa, como si su mundo fuese otro y aquí festejase el acuerdo tan sólo la carcasa de su cuerpo. Los parroquianos, que poco a poco habían salido del embrujo del silencio expectante para atreverse a cuchichear por lo bajo, fueron retirándose a sus hogares, y yo, que trabajaba allí como mozo, recogí sus mesas y barrí el suelo antes de que el dueño me dijese que podía irme a la cocina, cenar algunas sobras y dormir en el jergón que ponía junto al horno del pan.

Aquella noche soñé con una inmensa masa líquida que en un silencio absoluto se abatía desde lo alto de las cumbres sobre la aldea, y que justo antes de arrasarla quedaba congelada formando un pozo de vidrio helado en el que podían distinguirse, arrancados como una maraña de astillas, los árboles del bosque que la marea onírica se había llevado por delante. Soñé que salía de la taberna a la luz de un diminuto sol azul y que trepaba de tronco en tronco, cortándome las manos y rasgándome la ropa, resbalando en cada paso y consciente de que al fin caería. Y soñé que ascendía y ascendía sin llegar nunca hasta la salida del pozo pero descubriendo, de pronto, que la forma que tenía aquel era la de las fauces de un inmenso lobo. Dos palabras retumbaron entonces en aquella garganta de hielo y madera astillada, "du, lauf", y vi alzada junto a mí una silueta negra y siniestra que se recortaba apenas de la penumbra azulada de un cielo de plomo en el que un amanecer ensayaba su primer acto. Apareció el tabernero con mis ropas, un cuchillo y un zurrón con pan, queso y carne ahumada, y apenas comprendía que ya no soñaba cabalgaba la mula del extranjero aferrado a su abrigo manchado de intemperie, camino de los bosques, sobre el crujir de la nieve helada de la madrugada y bajo un cielo que iba volviéndose rojo como un augurio de nuestro futuro.

Cabalgamos entre los bosques durante cuatro días, las mula extenuada y hundida en la nieve hasta los codos. El cazador desmontaba una vez cada par de horas, extendía uno de sus cepos entre la nieve, lo cebaba con un trozo de carne rancia y maloliente que sacaba de un saco que cargaba su mula, extendía sobre él ramas de arbustos y puñados de nieve y proseguíamos nuestro camino, que yo creía aleatorio con el delirio del perdido. Por las noches dormíamos sobre la nieve, junto a las brasas de una hoguera malherida y vacilante, tiritando entre mantas húmedas y escuchando, en una lejanía inmedible, aullidos remotos que se confundían con el ulular del viento entre los robles congelados. Cuando yo pensaba que aquella sería la rutina de nuestras vidas hasta que muriésemos congelados, cruzamos una fronda especialmente espesa y desembocamos en un pequeño claro del que provenía un quejido agónico y visceral. Y allí, atrapado en uno de los herrumbrosos cepos del cazador, encontramos un lobo, en torno a un charco de sangre. El animal nos gruñía agachando las orejas sobre su cabeza y mostrándonos sus colmillos, encabritando a la mula, que no quiso acercársele. Desmontó el cazador y se aproximó hacia él como si no existiese, observando en torno suyo las huellas que la nieve aún no había logrado desdibujar. Finalmente su caminar en círculos lo llevó a un metro mismo del animal atrapado, y él se detuvo encarándolo, forcejeo con su pantalón y descargó su vejiga sobre la bestia atrapada, que se retorció cual demonio salpicado con agua bendita, aullando de rabia y de dolor al contacto humeante de la orina. Después el cazador caminó hasta donde esperábamos la mula y yo, y mientras montaba de nuevo me dijo las primeras palabras que pronunció desde que partimos del pueblo; "keine lagerfeuer mehr". Sacó un cuchillo largo y afilado, cortó la cuerda que sujetaba el saco con el cebo, y la dejó caer sobre la nieve.

Nuestra rutina cambió. Comenzó a nevar copiosamente, y durante tres días y tres noches cabalgamos monte arriba, sin colocar más cepos y sin detenernos nunca más de un par de horas para que descansase la mula. A ratos él desmontaba y nos guiaba al animal y a mí y era entonces, con los pies bien engarfiados en los estribos a los que a duras penas lograba llegar, cuando yo aprovechaba para internarme en un duermevela siempre interrumpido ahora por aullidos cada vez más próximos a nuestra espalda. El cazador, ya cabalgase o nos condujese a pie jamás miraba atrás, como si se limitase a segur el rumbo dictado por algún espíritu arcano que lo orientase y que aboliese a sus ojos todo lo que no fuese su camino, como si se limitase a descifrar, entre los árboles frente a él, la ruta que su destino le marcaba. Finalmente, al morir el cuarto día después de hallar al lobo atrapado, llegamos a las ruinas grises de un monasterio del que yo jamás había escuchado una palabra, roídas por la maleza, demolidas por el paso del tiempo, muertas desde épocas sin recuerdo. Sólo la galería de un amplio claustro y los muros y la torre de una iglesia vencida, a un lado, insistían aún en su batalla perdida contra el tiempo. El cazador se detuvo en el mismo centro, mirando los grandes sillares derruidos semienterrados por la nieve, y finalmente señaló la torre de la iglesia. Desmonté y comencé a caminar hacia el portalón de la misma cuando escuché a mis espaldas el amago de un relincho y un gorgoteo agónico, y cuando me di la vuelta la mula tropezaba y se desplomaba, sangrando a borbotones por el cuello, con los ojos a punto de salírsele de las cuencas, mientras el extranjero se me acercaba, con su fusil al hombro y el cuchillo chorreante en la mano, y llegando a mi altura lo limpió de dos trazos rápidos y precisos contra mi manga, sin detener el paso. Contemplé la agonía del pobre animal entre los cepos que aún colgaban de su arnés y sobre la nieve empantanada de sangre que rápidamente se volvía de un siniestro color marrón, y no sé cuánto tiempo estuve allí antes de que un silbido llamase mi atención. Miré a la torre y allí estaba ya apostado el cazador, sentado a horcajadas sobre el pretil del campanario, con el fusil sobre las rodillas. Me señaló, señaló después las puertas de la iglesia y juntó sus manos palma contra palma. Yo entendí la orden sin palabras, corrí hacia la entrada, cerré las pesadas puertas ruinosas, las apuntalé con algunos escombros del viejo techo del edificio, que llenaba el interior de la nave como los restos de un naufragio, y busqué y trepé los escalones que se enroscaban hasta el campanario por el interior de la torre. Allí estaba el cazador de lobos, enrollando la correa de su fusil en torno a su antebrazo, vigilando el claustro. Yo me senté en un rincón, tiritando y asustado. Sonó, solemne y aterrador, el primer aullido, un aullido que era puro dolor y pura rabia y que parecía surgir, al mismo tiempo del bosque, de las piedras y hasta de las mismas estrellas que comenzaban a brillar en el cielo, y justo tras él, eco mecánico, respuesta rotunda, sonó el primer disparo.

La noche, eterna, transcurrió entre los aullidos, los ruidos de los lobos corriendo sobre la nieve del claustro y el retumbar seco del fusil. La única luz era la de los propios disparos y la tenue fosforescencia que emanaba de las estrellas y que la nieve devolvía desde el suelo, y cuando por fin la luz de un nuevo día alcanzó a iluminar el mundo el cazador soltó un alarido, “¡du hurensohn!” Por fin me atreví a levantarme de mi rincón, me levanté, caminé hasta la ventana y miré a la plaza. Se veían en ella cinco cadáveres de lobo sobre la nieve cubierta de trazas de sangre. Pero no quedaba más rastro de la mula que un círculo de nieve enrojecida. El cazador, con los ojos encendidos de un odio que iba más allá de lo humano, pasó a mi lado sin verme, descendió los escalones, y escuché después el ruido de sus gritos mezclados con los de la madera al romperse. Finalmente llegó hasta mí el rumor de un fuego miserable y famélico y el olor del humo, y cuando descendí junto a él lo encontré sentado frente al patético fuego que había logrado prender con los restos de la madera del antiguo tejado. Me senté a su lado, rebusqué en mis bolsillos y le tendí lo que nos quedaban de las provisiones del posadero, un pedazo de carne reseca y un chusco de pan duro como las rocas que nos encerraban a salvo de los lobos. Él sacó la bayoneta con la que había degollado a la mula, lo partió todo en dos mitades y me tendió mi parte, que yo comencé a devorar con ansia. Cuando terminé y levanté la vista vi que el cazador me miraba fijamente con sus ojos grises y amarillentos, sin haber probado bocado aún.

No tuvimos noticias de los lobos durante todo ese día ni durante la noche siguiente, que pasamos encerrados, yo en mi rincón, el cazador apostado en su lugar de acecho, y tan sólo a lo largo del día que vino a continuación vi al cazador alzar de pronto su rifle y buscar una presa fugaz que se escurría entre las rocas, aunque pocas veces llegó a disparar y en ninguna de ellas alcanzó a presa alguna. Durante la tarde el cazador comenzó a pasar más tiempo mirando al cielo, intentando sin duda pensar un nuevo plan, y al fin, a última hora de la tarde, le vi dejar su fusil, apoyar ambas manos en el muro y mirar a los pies de la torre, bajo él. Entonces se giró hacia mí, y mientras me hacía un gesto para que me acercase me dijo las que iban a ser sus últimas palabras: “zeit die tiere zu füttern”.

Caminé lentamente, con una serenidad sorprendida y una audacia cuyo motivo no comprendí todavía, mientras el volvía a mirar hacia abajo y me hacía un hueco a su lado. Llegué, apoyé mis manos en la barandilla, y miré a la base de la torre, en la que no había absolutamente nada más que nieve apelmazada y el cadáver de uno de los lobos. Entonces sentí como el cuchillo del cazador, largo y más helado aún que la nieve que habíamos tenido que masticar para beber, se abría paso a través de mis costillas. El cazador me alzó mientras yo buscaba mis inexplicablemente perdidas capacidades de gritar y de sentir dolor, me sostuvo por encima de la barandilla y me dejó caer al vacío. Y sólo un rato después, cuando comprendí que aún vivía, cuando comprendí que eso que me calentaba primero la ropa para dejármela helada después era mi sangre que se extendía, es cuando pude gritar, y aquel grito fue la llamada que los lobos estaban esperando. Disparó el rifle, en lo alto, y alcancé a ver caer muerto al primero de los lobos que, audaz y salvaje, atravesaba el claustro directamente hacia mí.

El rifle continuó disparando, allá arriba, tenaz y metódico como el reloj del infierno, mientras caía la oscuridad y yo me sentía desfallecer. Intenté, como pude, contener mi hemorragia sin saber para qué, sin saber si detenerla y morir despedazado por los lobos era mejor que dejarme desangrar a secas, pero de todas formas arranqué una manga de mi abrigo y hurgando entre la ropa, que ya comenzaba a helarse pegada a la herida, lo deslicé hasta donde mayor era el dolor, y apreté con todas mis fuerzas. Cuando terminé, ignorando el regular y mortífero estampido del rifle, un lobo se alzaba a mi lado, junto al muro, clavando en mí sus ojos amarillos, inmóvil como una estatua. Yo le devolví la mirada como pude, intentando escupir sangre, intentando poder seguir respirando, y así estuvimos, frente a frente, durante un tiempo que se deshizo del entramado de la realidad y vagó por mundos propios, un tiempo inconmensurable e irracional, que sólo terminó cuando, ya caída la oscuridad, la nieve junto al lobo inmóvil estalló y, levantando la cabeza, pude ver al cazador, medio cuerpo fuera de la ventana, recargando el rifle y volviendo a apuntarlo hacia aquel lobo que, indiferente a todo, seguía mirándome. Y comprendí.

Como pude, me arrastré por entre la nieve, ignorando el dolor de fuego de la puñalada y las punzadas de los huesos rotos, mientras una segunda bala, más cercana a su blanco, nos bañaba al lobo y a mí en una nube de nieve. Llegué hasta la puerta, me puse en pie sobre ella, mientras otro disparo casi rozaba al lobo. Comencé a empujarla, forcejeando con el picaporte, luchando por mantenerme consciente, empujando por los lugares por los que recordaba no haber colocado maderas apuntalándola. El tercer disparo se incrustó entre mis pies. Comencé a sentir cómo por fin comenzaba a ceder, cómo cinco lobos más salían de sus escondrijos corriendo hacia nosotros, cuando otro disparo me traspasó un muslo, y por fin caí dentro de la iglesia en una madeja de maderos rotos, y los lobos, todos menos uno, saltaron sobre mí, y los siguientes disparos retumbaron allá arriba, mezclando los ecos de las detonaciones con el de los impactos de las balas entre las mismas paredes, y sólo quedábamos allí yo y aquél lobo que seguía mirándome como si sostuviese mi alma en vilo sobre el abismo del fuego eterno. Así estuvo hasta que arriba los disparos dieron paso a los gritos, así siguió cuando de arriba ya sólo nos llegaban los ruidos de las dentelladas, y así continuó hasta que los lobos descendieron la escalera y pasaron junto a nosotros sin siquiera mirarnos, con los hocicos brillantes de sangre, y sólo entonces se echó hacia atrás, aulló una sola vez a la noche, un grito de tierra vengada, de sangre pagada con sangre, de furia satisfecha, y giró sobre sí mismo y desapareció en la noche.

Yo sentí frío.

Y como pude, me levanté.

Y como pude, comencé a caminar.

neurótico yo

Es que siempre me pasa lo mismo, leo algo y zas, de pronto dejo de ser yo, perra personalidad-molde la mía, y comienzo a ser el personaje de alguien, zas, y así, de pronto, me veo convertido en una especie de versión madrileña del Martín Romaña de Alfredo Bryce Echenique. Y hasta veo jebecitos constantes por algún que otro lado, y eso que, naturalmente, sigo sin tener ni puta idea de qué es un jebecito (a ver, tío Google, dime algo. Dice que son gomitas, y guarda ese misterioso silencio que guarda cuando no tiene ni puta idea de algo. Como si no nos conociéramos, Goo).

En fin, podría darme por ser personajes mucho peores, así que no me quejo, y además, a mí me encanta ser un neurótico, me lo paso pipa siéndolo, angustiándome por todo, comiéndome a preguntas y sintiendo el mundo como una cosa amenazante y misteriosa que vibra, planeando maldades, justo en el borde de donde a uno le alcanza la vista. Pero nada preocupante, nada que no se quede en la mera literatura (pese a que la mera literatura tiene el mismo peligro, supongo, que un camión de diez ejes pilotado por orangután borracho) y que no se desvaneza ante alguno de mis yoes más habituales ante circunstancias más o menos habituales como, por poner algún que otro ejemplo, el escote de esa muchacha, o el preciosísimo culo de aquella, o la sonrisa perdida de esa otra que va escuchando mataría-por-saber-qué musiquita en su reproductor de mp3. Necesitamos una palabra para "reproductor de mp3". Necesitamos algo, definitivamente. Primero fue el walkman, luego fue el discman, y ¿ahora? Tal vez por eso yo me comprase un ipod. Al menos, tiene su palabra. Aunque creo que tiene más que ver el que por los 4 gigas que carga no era mucho más caro que lo demás que había. Ah, cómo cuatro gigas pueden quedarse tan cortos para alguien que hace trayectos de no más de 30 minutos del curro a casa y de casa al curro.

Supongo que se me nota, pero lo voy a decir explícitamente: Estoy contento. Y lo tengo que proclamar así, en mitad de mi divagación sobre cómo tiene uno que ser de neurótico musical para que no le basten 4 gigas de música para un trayecto de media hora, que mira que caben canciones y sieeempre me acuerdo de la que no he metido. Estoy contento por varias razones, y una de las cuales es que, tal vez, tal vez, a partir de ahora tarde 40 minutos en ir a trabajar, en vez de 30, pero bueno, ya volveremos a esto más adelante, mañana o pasado.

Otra razón para estar contento tiene que esperar, también, unos días, hasta que termine de gestarse. Ya estamos con los acertijos. Sí, lo sé, lo sé, yo también me odiaría si no fuese yo. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco es que me libre de mi propio odio, sobre todo a ratos.

Y la tercera razón es a la vez foco de neuras y de alegría de colegial, porque mañana es el asuntillo este tertulianotalleristicoliterario que elude las definiciones (pero todo llegará, todo llegará), y como eso ha tenido que ver con que olvide las razones por las que dejé yo de escribir (aunque poco a poco va uno recordando pero bueno, hay que aprovechar el optimismo del momento, ya habrá tiempo para ser realista) ando yo con lo literario desatado, si no bastase ya con sentirme personaje de Bryce Echenique una vez que uno le cambia el entorno y lo muda de una buhardilla de París a un primer piso de Madrid, y le quita a los franceses de alrededor y me mete a estos solemnes paisanos que cada mañana atestan el metro, para mi masoquista regocijo. Aunque eso me recuerda algo, a ver, se supone que yo soy el pervertido pero ¿por qué no es raro que de pronto alguna mujer se ponga a frotar su culo con el mío aprovechando las estrecheces de un vagón? ¿Le pasa a más gente? Lo juro, aposta; Raca, de pronto ahí está uno notando como su popa roza otra popa, y da un pasito al frente, cinco centímetros, diez, los que deja abanzar la marea humana, pensando en incomodidades y en a ver si tal o cuál, y raca, siguiente meneo del metro y la señora (o señorita, que menos pero también) está, ¡qué coincidencia!, cinco o diez centímetros más cerca: Qué desconcertante, en serio, algo rarísimo.

El caso es que además la literatura, además no de que se le restrieguen a uno en el metro, que no creo que tenga nada que ver, sino además de lo que contaba ayer, tiene otros efectos secundarios. Uno de ellos es la cantidad de cosas raras que aprende uno. Por ejemplo con este cuento he aprendido cantidad de cosas sobre los lobos, esos perros grandotes y listos, y he terminado dando con una noticia que, ahora que lo pienso y viendo que esto va quedando razonablemente largo, también (lo siento, lo siento, lo siento) me voy a guardar para otro día, con la certeza de que, bueno, tampoco es que vaya a perder más actualidad de la que ya ha perdido, pues data de la Primera Guerra Mundial. Ah, me encanta sonar así de pedantísimo, de verdad.

En fin. Que me voy a dormir, que mañana toca leer en voz alta, sospecho, regresión al cole total, previo visionado de un episodio de Californication, para copiarle, en la medida de lo posible, la personalidad al inmenso Hank Moody. Mañana, si hay suerte y tiempo, la primicia del cuentecillo, que para algo este es mi blog y algo tendré que mimarte, amable lectorcilla, después de las chapas que te meto.

22.10.07

por qué escribir, ¡ah, era eso!


Ya sé, ya sé; Ya sé que los lunes había dicho que eran los días en los que iba a escribir aquí cuentos, y ya sé, también, que no puedo sorprender a nadie no haciéndolo, pero hoy el asunto no deja de ser irónico, en cierta manera, porque de he hecho hoy he estado escribiendo. Más aún, ¡hoy he estado escribiendo! Así que un día de estos podré poner algo que, incluso, no tenga fecha del 99, lo que probablemente, no lo sé aún, implique una peor calidad, pero a mí me deja un mejor sabor de boca.

El caso, sirva esto de excusa, es que me han reclutado para algo que, a falta de un nombre bien definido (entendiendo "bien definido" como lo entendemos los matemáticos neuróticos y agerridos, o sea, con una definición con letras góticas, exacta y sin espacio para la duda), llamaremos "algo", o mejor, "algo", con link y todo porque así por mal que yo me explique seguro que tú te haces una idea, y aunque ya el asunto no sea los martes ni sea en el café Galdós (Desperados a 3€). Y lo bonito del tema es que visto lo visto igual este reclutamiento hace que cada par de semanas yo, por las buenas, termine escribiendo alguna cosa que otra.

Por lo pronto, los deberes para esta semana, me contó alguien a quien ya estoy pensando nombres pero a quien habrá que ver cara a cara por eso del rigor definitorio (claro que igual me lee y se asusta la pobre; que no se preocupe, que no se preocupe, que mis definiciones son efímeras y múltiples y no muerden ni nada, excepto alguna, claro, pero esas son de otro contexto y en fin) que había que escribir un cuento que tratase del frío, o que intentase, de alguna manera, meterle a uno frío en el cuerpo. Así que yo adopté la pose de pensar y empecé con un par de párrafos una ideíta que se ha ido extendiendo y extendiendo y ha terminado, hoy, ocupando siete folios, cuando resulta que la extensión máxima eran tres como detalle para con el reloj, que marca las horas le cante uno rancheras o no y que debe contener horas y minutos suficientes para todos los participantes, a falta, también, de definición mejor (el miércoles va a ser día de muchas definiciones, por lo visto). Aparte del primer par de párrafos, los primeros y los últimos tres folios están escritos del tirón, y el cuento está escrito como me gustaba escribir los cuentos hace diez años: Sin saber qué demonios va a pasar, teniendo una idea, un tono, una escena y algún personaje que otro y viendo cómo se las apañan.

No deja de ser maravillosa esa dualidad del escritor, de ser quien está a cargo de los botones y las cuerdas y los títeres y los escenarios pero, también, de poder convertirse en un mero espectador que asiste, sorprendido, a lo que a él mismo se le ocurre. Esto, normalmente, no pasa, o esto, normalmente, no me pasaba, y por eso, sospecho, dejé yo de escribir de facto hace tanto, tanto tiempo ya. Y cuando pasa uno no comprende por qué narices dejó de escribir hace tanto, tanto tiempo ya. Cuando he terminado el cuento sentía escalofríos (en ese sentido, al menos, el cuento ha sido un exitazo; lo de transmitir frío, cumplido), se me han saltado las lágrimas, y he sentido una euforia que no puede sentirse de ninguna otra manera. Escribir es ser un dios, escribir una historia y encontrarle no un final sino el que sientes que es su final, y con esto no quiero decir que sea el mejor final posible o el que mejor queda sino el que, siente uno dentro, le pertenece, es sentir el abandono de dios a la inevitabilidad. Y en momentos así uno comprende que el dios de los cristianos montase todo el tinglado para luego tumbarse a mirar. Y en momentos así uno siente que le corre la adrenalina por dentro, y que la vida es estupenda.

En fin. Llegará el miércoles y el cuento será horrible. Pues puede ser, bueno. Lo leeré dentro de un par de años y me parecerá lo peor. Pues quizá, vale. Pero ese instante, después de terminarlo, ese poner el punto y final, echar la silla para atrás y poder quitar por fin los grupos noruegos que le han servido de banda sonora (básicamente Sólstafir, si es que son noruegos, y Ulver, claro), ese instante, que quizá de vez en cuando olvide, ese instante no me lo quita nadie. Ni yo mismo.

21.10.07

muerte de otro taxista en madrid



Más o menos a la misma hora en la que anoche yo caminaba por la calle de vuelta a casa, alucinado mirando los charcos de la calle y filosofando sobre cómo las imágenes reflejadas en ellos le recuerdan a uno lo etereo y lo voluble de la realidad (las cosas que piensa uno; la idea es que ahí están los edificios, la gente, las cosas, nuestro solidísimo mundo real, y ahí abajo el charco en paz con su reflejo idéntico pero esperando el más leve soplo de viento para demolerlo todo y sumir al mundo en el caos y la destrucción, metáfora que no es muy fácil deshacer, aunque por cuestión de mantener la cordura no solemos dedicar mucho a pensar en ello y meterle una coma al "y así nos va" en un inocuo y practiquísimo "y así, nos va") mataban a un taxista en Madrid. A otro taxista en Madrid. La noticia ya no sorprende a nadie, ocurre cada cierto tiempo, anticipada por el olvido de la última y seguida, como siempre, por el coro de voces de compañeros del difunto que hablan de la gentuza que somos, de la inseguridad que sufren, del dineral que vale la mampara protectora y de lo indefensos que están. Todos asentimos, nadie hace gran cosa y el asunto se olvida porque así, al menos, nos va, y pasado un tiempo muere otro taxista.

Yo, la verdad, no sé qué hago hablando de un taxista muerto en mi blog, porque un blog no es lugar para hablar de estas cosas, los blogs tienen su función y, asumámosla, es una función básicamente ególatra y egocéntrica, y yo ahora debería estar hablando de mis charcos y de las tonterías que se me ocurren cuando los miro, pero el soplo de viento ha llegado por el lado inesperado, esta noche he cogido dos taxis para volver a casa (yo es que soy así, de oca en oca y tiro porque me toca) y no podía evitar pensar en el tema, y aunque sea una mierda de homenaje y no sirva para nada me gustaría hoy hablar de taxistas.

Aunque no tengo gran cosa que decir de ellos, la verdad. Cuando no nos estamos todos sintiendo conmovidos por eso de que se jueguen la vida por cuarenta euros noche tras noche, todo el mundo suele poner a caldo a los taxistas. Son unos cabrones al volante, decimos, son unos perros que te cogen cuando les sale de las narices, decimos, y son unos capullos que, a la que te despistan, te llevan donde sea dando el desvío turístico para cobrarte todo lo que puedan. Yo, como soy así de imbécil, siempre les defiendo amparándome en las generalizaciones (que no todos lo hacen ni vamos a estigmatizarles por dos capullos y hay que pensar que al fin y al cabo conduce así muchísimo no-taxista) pero, sobre todo, porque cojo muchos taxis por la noche y por lo general los taxistas me caen bien y me convierten una sesión de lucha libre grecorromana de media hora mas el tiempo de espera equivalente tiritando en cualquier parada, que es en lo que consiste utilizar los autobuses nocturnos, en un paseo de cinco minutos dejándome encima en el mismo portal de casa.

Así que tengo una cierta pena esta noche, la verdad. Pena porque han matado a este pobre hombre, como antes mataron a otros y como otros caerán, pena de estar sentado en el asiento de atrás pensando como puede haber alguien tan hijo de la gran puta como para degollar a un pobre taxista para robarle la miseria que llevan encima, pena de pertenecer a la misma especie que alguien así. Si no fuese por el riesgo de que te rebanen el cuello por nada, la profesión de taxista nocturno sería algo romantiquísimo. Veníamos hoy cruzando calles y rotondas, haciendo excursiones por los túneles incandescentes de la M-30, y el taxi no era un taxi, era un milagro, dos butacas preferentes alrededor de las cuales desfilaba la ciudad engalanada de noche cualquiera, bellísima como sólo pueden serlo esas mujeres que son guapas y no lo saben. Y el taxi abolía las distancias, buscaba caminos hacia el destino, elegía carriles, volaba sobre el asfalto libre y solitario. El taxi era un sueño.

Pero claro; qué sueño es. El sueño de alguien que duerme sin saber si esa persona que viaja tras él va a sacar un cuchillo para llevarse ese sueño, su vida y los cuarenta euros de la noche. Rutina cada cierto tiempo. Sopla el viento, y un mundo se deshace.

Descanse en paz, señor taxista.

19.10.07

otro viernes de tantos

Una de las poquísimas cosas que tengo escritas y terminadas, y diría que probablemente la más patética si ese cargo no tuviese tantos aspirantes, fue un librillo que, plagiando al simpático alienígena de Eduardo Mendoza que recorría Barcelona en busca de Gurb, escribimos un tocayo mío y yo en unas cuantas tardes de aburrimiento objeciondeconciencieril, años ha, y se llamaba Un Viernes de Tantos. La mejor idea del libro era que el protagonista vivía en perpetuo viernes; Pasaba el día, hacía el ganso, le ocurrían cosas extrañas (recuerdo un submarino aparcado en la Castellana, y poco más), y cuando se emborrachaba y lograba despertarse a un nuevo día era el día siguiente, también viernes, aunque no sé si lo terminamos cuando despertó y era sábado o jueves o la idea quedó descartada por fácil, que no creo, porque el libro, de por sí, era tirando por lo facilón y no nos complicábamos mucho la vida: Tras cada punto pensábamos cada uno una gansada, y poníamos la más gorda. Lo pasamos pipa).

Lo recuerdo de vez en cuando, normalmente los viernes, así que aprovecho para llamar a esta entrada como aquel engendro psicodélico.

El caso es que es viernes y me visto de nuevo mi traje de superheroe salvador para intentar hacerte el tedium vitae más soportable si por lo que sea te quedas encerrada en algún lugar sin posibilidad de escape pero con conexión a internet.

Y para este viernes, jo jo jo, JO JO JO, tengo algo realmente underground y realmente genial que entronca con uno de los vídeos de hace una semana y lo sublima: Korgoth de Barbaria, el episodio piloto de una serie que, se supone, iba a salir esta pasada primavera pero de la que no ha habido más noticias. Y es una pena, viendo lo visto, o sea, esto,

parte primera,

parte segunda,

y tercera y última,


Y por ahora eso es todo y da para una media hora, yo me voy que tengo cosillas que hacer. Este fin de semana, de todas formas, no huyo del mundanal ruido, así que ya daré la lata mañana y/o pasado.

18.10.07

que dice el nobel ese que los negros son tontos

Yo que venía hoy tan contento a hablar de cine y al final me tengo que poner la boina de peroratar. Hay que joderse. En fin: Luces, música y acción.



Andan revueltos las prensas y los blogs porque a James D. Watson, ganador de un premio Nobel en 1962 por descubrir, con Francis Crick, la doble hélice del ADN, se le ocurrió comentar en una entrevista al The Sunday Times que piensa él que los negros son menos inteligentes que los blancos, y anda indignada la gente porque el comentario, aparte de ser sumamente incorrecto, puede hacer un daño terrible, he llegado a leer por ahí, al venir de quien viene.

Yo, sinceramente, creo que el comentario a lo único que puede dañar es, por ignorancia, al prestigio de la misma ciencia: Tiene la gente la manía de asumir que todo lo que sale por la boca de un científico es la verdad absoluta y es materia de libro de texto de las generaciones por venir, porque, al fin y al cabo, esa gente se encarga de investigar la realidad, el mundo y esas cosas, y de intentar establecer verdades al respecto. ¿Y aún así un señor así suelta una gansada como esta? Y se frotan las manos los racistas, descubriéndose apoyados por un premio Nobel, tipo con caché para citar entre las referencias de uno, oiga, y se las llevan a la cabeza los defensores de la igualdad. Todas ellas actividades manuales para nada justificadas, por una de las ventajas esenciales de la ciencia frente a, digamos, y ya puestos por lanzar un par de salvas contra la cerrazón, la religión: Donde la segunda presenta dogmas de fe y verdades más allá de toda duda (tenga usted fe, señorita, y si quiere los papeles de la garantía ya si eso se los damos cuando se muera) la primera consiste, en esencia, en dudar de todo y en no creerse nada que no se pueda probar con todo el rigor que la más perversa mente lógica pueda exigir.

Y todo lo demás son hipótesis, y las hipótesis son lo que son, sugerencias, opiniones e ideas que pueden llevar a alguna parte o pueden quedarse en errores puros y duros. Pasa esto porque en ciencia no hay gente infalible sino personas de carne y hueso, que a veces tienen razón y a veces no. La ciencia, simplemente, tiene su método, su rigor y su lógica al servicio de descubrir, en sus asuntos, cuándo uno se equivoca, para poder asumir provisionalmente que tiene razón, y lo de provisionalmente es porque nunca se sabe si algún día va a llegar un cerebrito cambiando paradigmas y a echarle a uno por tierra el invento (le pasó al mismísimo Newton con su cosmología, así que le puede pasar a cualquiera). Pero fuera de ella un científico no es una persona imbuida en un aura de infalibilidad que va sentando cátedra y levita de un lado para otro. Un científico es alguien ordinario, y así los científicos hacen la compra, van al cine, se emborrachan, ven partidos de fútol, hacen lo que pueden para desfogarse sexualmente, madrugan, bostezan, se rascan y si pasan mucho sin lavarse huelen mal, como tú y como yo, y cuando opinan sobre algo sus opiniones son simplemente eso, opiniones, y valen exactamente lo que las tuyas o las mías. Darles razón por defecto es caer en la falacia lógica, y darles un privilegio que ni merecen, ni suelen desear, ni necesitan.

El señor Watson pasará a la historia por co-descubrir la hélice del ADN, indígnense por ello o no las hordas antirracistas, que igual quieren echar la genética por tierra porque uno de sus padres ha dicho una soberana tontería. Como antes Einstein pasó a la historia por revolucionar nuestra comprensión sobre la gravedad y el espaciotiempo aunque terminase pidiendo a gritos la construcción de bombas nucleares o no fuese un padre ejemplar, precisamente, con su primer hijo, epiléptico él. Como Gödel figura como el mayor lógico de todos los tiempos aunque fuese tan paranoico como para morir de hambre sospechando que "alguien" le envenenaba la comida. Como Newton será siempre reconocido y admirado como uno de los padres del cálculo moderno aunque fuese, como persona, un soberano capullo, y como Pitágoras será siempre considerado uno de los mejores matemáticos de la historia aunque fuese de esa clase de gente que por no cruzar un campo de habas prefiere que lo maten.

Porque la ciencia es así, busca la verdad, y es la verdad lo que reconoce y lo que homenajea. Tras ella, están las personas. Y las personas, esos seres con patas que son como tú y como yo, se equivocan, como tú y como yo, dicen gansadas, como tú y como yo, y tienen opiniones estúpidas. Porque no son ayatolás. Sólo son gente, como tú y como yo. Quien busque beatos, modelos de conducta y gente a la que admirar por su forma de ser, su ética y su moral, sin duda podrá encontrar en el panteón de la ciencia alguien a quien ponerle una velita (Bertrand Russell, al primer bote), pero igual que lo encontrará en casi cualquier lado. Encontrarlo será la pura cuestión de suerte que lo es siempre cualquier búsqueda en el lugar equivocado.

17.10.07

el cumpleaños de John Kennedy Toole



Para la lista de cosas absurdas que se pueden hacer durante un concierto, si estás tocando, todo lo que Metallica hizo en esa canción. Ah, ¡pero qué grandes fueron! Y luego, lástima, qué pena que hicieron que para pasar esa frase del fueron al son hayan hecho obligatorio meter un "gilipollas" entre las palabras "qué" y el nuevo verbo atemperado. Empiezas improvisando, preguntas al público si le importa que toques otro rato, luego te entretienes destrozando clásicos del grupo, tocándolos a trocitos y mal, para finalmente arrancarte con una versión punki y, cuando la gente empieza a considerar no lincharte, lanzarles el Battery a quemarropa. Me sigue poniendo los pelos de punta, a pesar de los catorce años pasados y a pesar de lo que ha pasado en esos catorce años.

Para la lista de cosas absurdas de la vida que a uno le hacen ilusión: Cumplo años el mismo día que el difunto John Kennedy Toole. Un motivo más para sentirme pariente, de alguna manera bastante literaria (o sea, falsa pero indiferente a su falsedad) de Ignatius Reilly. Y del bueno del patrullero Angelo Mancuso, claro. Aunque Elena, que es una lista completaídems, siempre dijo que de ser algún personaje del libro yo sería indudablemente la señora Reilly. Que, de nombre de pila, se llamaba Irene. Vade retro angelus niger.

Para la lista de absurdas ocupaciones nocturnas: Anoche pensaba estar estableciendo una marca, ¿cuánta gente dedica la madrugada de un martes a traducir un currículo del italiano al españo, eh?, ¿eh?, ¿eh? Pero victoria futil y breve la mía: Hablando con una amiga me dice que esa misma noche a ella le cortó el pelo, de madrugada, una joven promesa de la peluquería nacional y, en breve, internacional. La clase de peluquero que se va a trabajar a Nueva York. Dicho así a mí, que el pelo me lo ha cortado siempre excepto una vez mi padre, me impresiona profundamente.

Para la lista de coincidencias absurdas, el apodo clásico de mi familia en el pueblo corresponde a un pueblo de Zamora de 200 habitantes. Y a un restaurante de Barcelona, con un 53 detrás, que parece indicar, por el número, una dirección. Entre que 53 es primo y el nombre, dan ganas de ir. Tiene pinta de caro, eso sí.

Para la lista de hechos absurdos que suceden en los descansos laborales: ¿Cómo puede ser que uno empiece contando que cumple años el mismo día que John Kennedy Toole (sin decir quién es, naturalmente, que para algo va uno de pedante intelectualoide por la vida) y termine la conversación sobre lo típiquísimo sagitario que es uno?

Para la lista de formas absurdas de llevar la contraria a los fans de la astrología: Y de golpe, claro, me he acordado de aquella noche en comencé metiéndome en una conversación ajena que hablaba de Babel, la tercera película de Alejandro González Iñárritu y re-remake de Amores Perros, para mí, opinando además que era una inmensa patraña de película y siendo satanizado en el acto por el grupo de desconocidas que la alababan hasta mi llegada, una de las cuales terminó luego vomitando en mi casa mientras yo me iba a desayunar con mi agente (lo cuál ya fue bastante absurdo de por sí). Pues bien, aquella noche resultó que las muchachas además de ser adeptas a los refritos de Iñárritu (¿por qué a la gente de apellidos raros siempre les llamamos por el pintoresco?) eran grandes fanáticas de la astrología, y que todos mis actos y conductas eran explicados con un apático "típico de un sagitario". Al final terminé encendidísimo discutiendo el asunto con una de ellas (no la que luego vomitó, que nadie saque moralejas equivocadas de esta historia), negándome a que mi conducta y mi forma de ser vengan determinadas por el plazo arbitrario de un mes y por astros que están a tomar por el culo de aquí y que tienen cosas mejores que hacer que influir en mi insignificante vida. Pero no había manera: Cada maldito acto mío era típico. Así que yo la dije "si eso es cierto, entonces yo no soy responsable de mis actos, que vienen dictados por los astros, ¿no?, pues" y procedí a darle un mordisco en el cuello. Un mordisco de bofetón, por explicarlo de alguna manera. Ella me miró entrecerrando los ojos y despachó el asunto con una sentencia inapelable, "típico de un sagitario borracho".

Y este post, para la lista de post absurdos, ala.

16.10.07

el fin del mundo

Lo prometido es deuda (sobre todo cuando pagarla es tan fácil como cortar y pegar):

El fin del mundo ocurrió el jueves 27 de mayo de 1999, sobre las siete y pico de la tarde. Nadie se dio cuenta excepto Marta y yo, porque quiso el azar –o la fatalidad, por no culpar a dioses en los que ninguno creemos– que ocurriera justo frente a nuestras narices. Hacía un calor horrible por lo inesperado, el verano había embestido de pronto sin piedad y todo el mundo andaba tratando de hacerle sitio en sus roperos a mantas, abrigos y calcetines de invierno. Claro que por otra parte las mujeres comenzaba a lucir esos preciosos y ligeros trajecitos de verano, que con buena luz se vuelven deliciosamente traslúcidos, y eso compensaba con mucho –y, en parte, provocaba– el acaloramiento.

Como todos los años por esas fechas, vaya.

Habíamos quedado Marta y yo en el Quiet Man, un pub de maderas oscuras, aire tranquilo y unas maravillosas (y caras, todo hay que decirlo) pintas de cerveza tostada. Como siempre que quedo con ella, una insidiosa conjura de escurridizos transportes públicos y mujeres de aspecto demoledor me hizo llegar resoplando con mis eternos cinco minutos de retraso, encontrándola ya sentada en un rincón con esa cara de cabreo mal fingido propia de estas ocasiones. Repetimos divertidos el conocido ritual de saludo, saludo, disculpas, recriminaciones, intercambio de cigarros, mechero y nubes de humo, el qué vas a tomar, yo también lo mismo y llamar al camarero. Llegaron las cervezas, nos concedimos unos minutos de silencio para calmar la sed, pensar algo incoherente que decir y saborear el lento ritmo de blues que acariciaba el lugar. Como Marta tiene peor saque que yo dejó antes su jarra sobre la mesa, sonando un golpeteo sordo en dos tiempos, totalmente desacompasado.

–La mesa está coja –denunció con toda seriedad. Ambos recordábamos el viejo axioma que reza “cualquier excusa es buena para cambiar cualquier cosa”, así que alegremente (cómo íbamos a saber entonces...) recogimos todo lo que ya habíamos conseguido extender sobre la madera barnizada (exceptuando, claro, la cerveza derramada por Marta) y nos colocamos en otra mesa cercana, aprovechando que aún era pronto y el lugar andaba prácticamente vacío. Comenzamos a discutir, primero hablamos de música, luego de escritura, rozamos de pasada la política y el mundo laboral, luego nos metimos con el fútbol y luego con el arte. Yo andaba saboreando un nuevo trago mientras Marta proponía una definición no tan absurda como la que yo acababa de sugerir, cuando sin buscar nada concreto pasee la mirada por la mesa y, casi en su centro, descubrí un pequeño descosido:

El fin del mundo.

Parpadeé con fuerza varias veces, pensando en un comprensible fallo de mi pobre vista, cansada tras todo el día tratando de atravesar los vaporosos vestidos de las mujeres, pero el descosido insistía obstinado en permanecer sobre la mesa. Luego pensé con desconfianza en la pinta ya casi vacía: La cerveza era fuerte, pero ¿tanto?

–Eh, gañán, no me estás escuchando –me llegó la protesta de Marta, ofendida.

–Si, perdona... –traté de disculparme–. Oye, ¿ves algo raro, ahí, en la mesa?

–¿Qué quieres decir con alg...? –comenzó a preguntar, pero la voz se la deshizo en un suspiro cuando su vista también descubrió el pequeño roto:

El fin del mundo.

Silencio: Allí estaba, justo entre nosotros. Inconscientemente apartamos las manos de la mesa, contemplando embobados el catastrófico agujero por el que se distinguía con total nitidez lo que sin duda era el infierno, cuyos bordes vibraban ligeramente, tal vez movidos por la brisa del Día del Juicio. Nuestras miradas se unieron cuando por fin logramos arrastrarlas fuera del roto final.

–¿Sabes lo que esto significa? –me preguntó ella, escondiendo tras la pregunta la esperanza de que yo sugiriera una explicación convincente.

–Que todo es mentira, o que todo se ha terminado, o que estamos muy drogados –respondí.

–No estamos drogados –protestó ella.

–Quizá estemos tan drogados que ni siquiera sabemos que lo estamos.

–Ese razonamiento no afirma nada.

–Impide negar nada, también.

El debate terminó ahí, no estaba la cosa para sofismas. Pasamos unos instantes en silencio, midiendo la pequeña brecha que afortunadamente no parecía tener intención de crecer, y por el momento parecía conformarse con existir y tenernos a los dos allí, aterrados, contemplando a toda clase de diablejos que bailaban con manifiesta alegría en torno a calderas hirvientes y músicos de pelo largo y gesto compulsivo.

-Tal vez debiéramos... –dije, pero no supe cómo terminar, no se me ocurrió una forma lógica de completar la frase. Debiéramos qué: ¿avisar a alguien? ¿para qué? ¿O tal vez extender la mano y aferrar el borde descosido del centro de una vieja mesa de madera barnizada? Descosidos puede uno esperar encontrarse en un mantel, en un pañuelo, en una camiseta, en los calcetines, en los bajos de los pantalones, en un toldo, en mil sitios, ¿pero desde cuando en el centro de una plancha lisa de vieja madera?

–En fin –dijo ella–, creo que no nos veremos en el cielo...

–Si es que existe, porque que veamos el infierno no quiere decir...

–Vale, vale, es igual, exista o no ni tú ni yo iremos ahí, lo que estaba pensando... ¿crees que será tarde para vender nuestras almas? Tal vez ahora den facilidades, y luego...

–No lo se, pero tampoco sabemos cómo funciona el asunto, supongo que tendrás que rellenar un formulario o algo, no se si dará tiempo, ya sabes cómo son esas cosas...

–Si, debe ser como lo de la matrícula de la universidad.

Comenzaba a escucharse una musiquilla pegadiza y machacona que evidentemente venía de la grieta, porque todos los diablillos agitaban sus cuernos y sus colas al ritmo de la misma. Miré a Marta sobre las cervezas, pensando que tal vez aquella fuese la última vez, la última cerveza, la última tarde...

–Marta... –dije, tras aclararme la voz.

–¿Qué?

–Mira, tal y como están las cosas, creo...

Sentía que me estaba ruborizando, así que me terminé mi cerveza de un trago y pasee la vista por el bar. Nadie nos miraba, nadie nos prestaba atención, nadie se daba cuenta de nada. Marta me miraba fijamente, esperando.

–Creo que deberíamos acostarnos –murmuré. Sus ojos se abrieron al máximo, pero no consiguió reaccionar. Tal vez fui demasiado brusco–, juntos... hacer el amor... ya sabes... por despedirnos... por si acaso...

Bajé de nuevo los ojos hacia el descosido maligno. Ahora se distinguía a alguien que tal vez fuese Belcebú, encaramado a un escenario, con un micrófono en la mano. Creí distinguir un par de frases en inglés, y no se por qué me dio por preguntarme si tocaría Cliff Burton el bajo.

–Em, em... –comenzó a responder Marta– antes deberíamos probar otra cosa.

En fin, ella es muy decidida y muy de ciencias, yo nunca hubiera podido hacerlo. Cuidándose mucho de no rozar el agujero, del que ya comenzaba a emanar un cálido olorcillo a azufre y marihuana, agarró con ambas manos mi jarra vacía. Comprendí lo que se proponía, mi cuerpo se puso en tensión, preparado para saltar. Lentamente dio la vuelta a la sólida jarra, provocando una pequeña lluvia espumosa sobre la mesa, y la colocó sobre la abertura primigenia. Una gota de cerveza cayó largamente a través de la nada hasta impactar sobre uno de los demonios, que comenzó a mirar hacia arriba, olisqueando, sin perder el compás. La jarra se situó sobre el agujero. El demonio sonrió, mirándonos, y desplegó sus alas: nos había descubierto. La jarra cayó ruidosamente sobre la mesa, rodeando el agujero, y los dos salimos corriendo. El barman gritó (“¡hijos de mala madre, no habéis pagado!”), soltó una maldición en gaélico y trató de saltar sobre la barra para perseguirnos. Resbaló y cayó al suelo con ruido de cristales rotos.

Durante horas caminamos en silencio, muy satisfechos de nosotros mismos. Se hacía de noche en Madrid, el viento acunaba un par de nubes rosadas y comenzaba a refrescar. Al fin nos detuvimos frente al portal de Marta.

–Menuda tarde –dijo. No contesté, no hacía falta–. No parecía un mal sitio...

–¿El infierno?

–Si... bueno, lo que fuera.

–Supongo que no.

–No parece que cocieran a nadie en las ollas esas.

–En realidad olían muy bien...

–Y la música...

Nos callamos, mirando los dos una nube que se arrastraba lentamente. Se parecía sospechosamente a un motorista con cuernos y tridente.

–¿Crees tú que esa jarra de cerveza...? –pregunté. Tampoco hizo falta que terminara la frase.

–No. Y, ¿sabes? En el fondo me alegro.

–Entonces, ¿para qué la pusiste?

–No lo sé. Para ganar tiempo. Para pensar.

–¿Y qué has pensado?

Se giró hacia mí, toda sonrisa. Me dio un escalofrío, sentí una opresión sorda en el pecho.

–Que vale, de acuerdo –dijo, abriendo la puerta y dejándome el paso libre–. Pero sólo porque se acaba el mundo, ¿queda claro?



Y así están las cosas. Llevamos semanas celebrándolo. Un día pasamos por la puerta del Quiet Man, estaba cerrado. De dentro salía un golpeteo sordo y una serie infinita de insultos varios. Oteando por una ventana descubrimos al barman, en un estado bastante lamentable, que se afanaba en la difícil tarea de colocar un tablón sobre la mesa que Marta y yo reconocimos como el portal al infierno. Cuando consiguió sujetar la tabla, comenzó a martillear clavos sobre ella frenéticamente. Había más trozos de tablas chamuscadas ya clavadas, y por entre el hueco que formaban dos asomó una punta de tridente que apenas llegó a rozar al barman, que soltó un alarido.

–¡Hijos de puta! –gritó. Los demonios y nosotros reímos. El barman continuó clavando. Marta y yo nos alejamos, cogidos de la mano y felices de que el Fin del Mundo nos deje tanto tiempo para despedirnos. Y toda la eternidad para estar juntos.

15.10.07

música para la historia

Hay que ver lo poco que duran las rutinas: Dos semanas intentando poner cada lunes un cuentecillo y a la tercera voy y me lo salto, hay que ver. Tengo disculpa, tengo disculpa: Hoy no he ido al trabajo y es en aquel ordenador donde tengo el cuento que iba a ir hoy, que es el que tiene que ir a continuación de los otros dos aunque sea porque a la gente a la que siempre le gustaron los dos primeros siempre le encantó el tercero (aunque yo cada vez que lo releo le veo menos gracia. Claro que eso me pasa con todos). Y por cierta coherencia argumental porque repiten dos personajes aunque estén totalmente sacados de su contexto.

En cualquier caso toca tirar de otra de las manías recurrentes de este blog, junto a la de la inconstancia: La música. Oh, sí, la música, lo siento. Es que este fin de semana nos fuimos aquí mi agente y yo al pueblo en el coche, los dos solos, y ella se llevó un cd de los Red Hot Chilli Peppers, un recopilatorio que, como buen recopilatorio, no tiene ninguna de mis canciones favoritas de los R. H. C. P. (siempre me pasa. Excepto con Kula Shaker. Claro que tenían dos discos cuando sacaron el recopilatorio, y les estaba difícil fallar... y aún así se dejaron la mejor, en fin).

El caso es que iba mi agente abstraída pensando en sus cosas y yo iba escuchando la música y pensando que, realmente, los Red Hot Chilli Peppers (pensaba abreviarlo pero me parece un nombre demasiado gracioso para evitarme la molestia de teclear quince letras de más) son un grupo inmenso, y que no sería de extrañar que igual que ahora de épocas pasadas hay gente que se ha ganado la gloria (como por decir unos cuantos nombres al azar Ella Fizgerald, los Beatles, The Doors, Led Zeppelin o Janis Joplin, y sé que me dejo a miles pero es por decir cinco -tenían que ser cinco. Si es que...- de los que todo el mundo conoce, y esa es la idea) a los californianos estos (porque son de allí, ¿verdad?) se les recuerde en tiempos venideros como algo bueno de esta actualidad nuestra en la que por pura saturación va a ser dificil destacar y en la que, y he aquí la maldición de nuestra música, precisamente por eso habrá cantidad de grupos que caigan en el olvido aunque sean buenísimos.

Total, que me dio por pensar en las cinco bandas que, en mi opinión, más fácil lo tienen para pasar a la posteridad del reconocimiento de generaciones por venir. Y me ha salido esta lista:

  • Red Hot Chilli Peppers: Porque hacen una música estupenda, porque son originales, porque Flea merece la gloria eterna y porque con el trajín que han tenido de guitarristas a mí siempre me han parecido un grupo que aún manteniendo una serie de patrones (una batería simplísimaa para mi gusto, por lo general y para empezar) siempre terminan sonando diferentes y hacen pensar si muchos grupos no serían mucho mejores si hiciesen precisamente eso, largar a sus guitarristas cada cierto tiempo.


  • Muse: Porque son uno de los grupos con más talento que hay ahí fuera, no suenan parecidos a nadie más y porque son la transición entre la música del romanticismo y el rock. No se me ocurre un sólo músico al que poder criticar ni un sólo disco que no me guste, y eso me pasa con contados grupos.


  • Tool: Tres cuartos de lo mismo en lo referente al talento, tampoco se parecieron a nadie y marcan un estilo preciosista, como quien es consciente de que tiene una banda de virtuosos y decide exprimirla al máximo. No me cuesta nada imaginarme a gente escuchando el Lateralus dentro de cincuenta años y poniéndole la etiqueta de obra maestra.


  • Green Day: Si siguen por el camino del American Idiot, fijo. Qué capacidad compositiva, y qué pedazo de madurez que le puede dar a uno después de andar trasteando con el punk más comercialillo. A mí me tienen rendido con las canciones largas.


  • The Killers: Una apuesta bastante más personal y bastante más arriesgada, pero son más o menos recientes y si siguen así yo creo que pueden llegar a ser inmensos. Es por grupos así por los que uno se descubre de pronto haciéndole caso al pop, con lo mucho que en su día (los tiempos de los pelos largos y los Iron Maiden a muerte, ah) lo aborrecí.



Así que quede aquí mi mensaje a las generaciones del futuro: Si por un casual alguno conseguís leer esto, o que os lo lean (pero por lo que más queráis, leed, ¡leed!), que escuche esos grupos, que nos perdone por lo de los bosques, los mares, el petróleo, la mierda y la atmósfera, y por lo que más queráis, si mandáis a alguien al pasado ¡no lo hagáis para que le de detergente a ningún ama de casa, joder!

Por lo demás el fin de semana me ha dejado con esa sensación confusa que, tantas veces, significa ser yo: Soy un tipo la mar de desagradable por lo general, que es capaz de agradecer las preocupaciones con ladridos (pero es que leñe con la sobreprotección, hay que joderse), pero que piensa que los demás tendrían que ser él (o sea yo) de vez en cuando. Y nos libraríamos de borrachos cansinos (que nadie me niegue que la frase de "me he cortado el pelo porque me ha salido de los cojones, ¿estamos?" es un buen disuasor) y de mucha gente plasta, pero que de cuando en cuando es capaz de dar alguna clase de etiqueta social, y ahí queda mi alternativa al clásico "¿qué tal?" / "bien". Por dar otra respuesta, toda una noche hablando. Si es que cuando me pongo...

Pero eso sí, lo que ha quedado clarísimo este fin de semana, sospecho, es que mi habilidad para perderme no es algo mitológico ni de lejos. Aunque luego, vistas las carreteras a la luz, resulte que uno no se había perdido aún cuando ya pensaba que sí se había perdido. Aunque uno se perdiese, realmente, cuando pensaba que ya sabía dónde estaba.

Y qué filosófico es perderse, oye. Me daba a mí por pensar en lo frágiles que somos, en lo seguros que estamos en nuestro mundo a medida y zas, una glorieta por donde no es, un giro en el cruce equivocado y el mundo es un vacío hostil y negrísimo y la vida se reduce a subsistir en el campo por los siglos de los siglos (o lo que tarden en encontrarle a uno y a su acompañante los servicios de rescate), enseñar a una gata a cazar, cavar un pozo con las uñas y volver a aprender, desde el principio, qué clase de cositas de esas que crecen en los árboles son venenosas y cuáles se pueden comer.

En fin. Perderme es parte de mi naturaleza. Qué le voy a hacer. O lo compensan mis otras virtudes, o lo esconden mis otros defectos.

Y conste que he escrito más para darle más tiempo a quien haya decidido escuchar las cancioncitas, dios me libre de hacerle perder el tiempo a nadie sin razón ni motivo alguno.

En cualquier caso esa es mi apuesta de cinco bandas para la posteridad. Si se te ocurren otras ya sabes, responde y proponlas. Y dentro de cincuenta años quien más acierte se lleva un chiquipunto.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.