muerte de otro taxista en madrid
Más o menos a la misma hora en la que anoche yo caminaba por la calle de vuelta a casa, alucinado mirando los charcos de la calle y filosofando sobre cómo las imágenes reflejadas en ellos le recuerdan a uno lo etereo y lo voluble de la realidad (las cosas que piensa uno; la idea es que ahí están los edificios, la gente, las cosas, nuestro solidísimo mundo real, y ahí abajo el charco en paz con su reflejo idéntico pero esperando el más leve soplo de viento para demolerlo todo y sumir al mundo en el caos y la destrucción, metáfora que no es muy fácil deshacer, aunque por cuestión de mantener la cordura no solemos dedicar mucho a pensar en ello y meterle una coma al "y así nos va" en un inocuo y practiquísimo "y así, nos va") mataban a un taxista en Madrid. A otro taxista en Madrid. La noticia ya no sorprende a nadie, ocurre cada cierto tiempo, anticipada por el olvido de la última y seguida, como siempre, por el coro de voces de compañeros del difunto que hablan de la gentuza que somos, de la inseguridad que sufren, del dineral que vale la mampara protectora y de lo indefensos que están. Todos asentimos, nadie hace gran cosa y el asunto se olvida porque así, al menos, nos va, y pasado un tiempo muere otro taxista.
Yo, la verdad, no sé qué hago hablando de un taxista muerto en mi blog, porque un blog no es lugar para hablar de estas cosas, los blogs tienen su función y, asumámosla, es una función básicamente ególatra y egocéntrica, y yo ahora debería estar hablando de mis charcos y de las tonterías que se me ocurren cuando los miro, pero el soplo de viento ha llegado por el lado inesperado, esta noche he cogido dos taxis para volver a casa (yo es que soy así, de oca en oca y tiro porque me toca) y no podía evitar pensar en el tema, y aunque sea una mierda de homenaje y no sirva para nada me gustaría hoy hablar de taxistas.
Aunque no tengo gran cosa que decir de ellos, la verdad. Cuando no nos estamos todos sintiendo conmovidos por eso de que se jueguen la vida por cuarenta euros noche tras noche, todo el mundo suele poner a caldo a los taxistas. Son unos cabrones al volante, decimos, son unos perros que te cogen cuando les sale de las narices, decimos, y son unos capullos que, a la que te despistan, te llevan donde sea dando el desvío turístico para cobrarte todo lo que puedan. Yo, como soy así de imbécil, siempre les defiendo amparándome en las generalizaciones (que no todos lo hacen ni vamos a estigmatizarles por dos capullos y hay que pensar que al fin y al cabo conduce así muchísimo no-taxista) pero, sobre todo, porque cojo muchos taxis por la noche y por lo general los taxistas me caen bien y me convierten una sesión de lucha libre grecorromana de media hora mas el tiempo de espera equivalente tiritando en cualquier parada, que es en lo que consiste utilizar los autobuses nocturnos, en un paseo de cinco minutos dejándome encima en el mismo portal de casa.
Así que tengo una cierta pena esta noche, la verdad. Pena porque han matado a este pobre hombre, como antes mataron a otros y como otros caerán, pena de estar sentado en el asiento de atrás pensando como puede haber alguien tan hijo de la gran puta como para degollar a un pobre taxista para robarle la miseria que llevan encima, pena de pertenecer a la misma especie que alguien así. Si no fuese por el riesgo de que te rebanen el cuello por nada, la profesión de taxista nocturno sería algo romantiquísimo. Veníamos hoy cruzando calles y rotondas, haciendo excursiones por los túneles incandescentes de la M-30, y el taxi no era un taxi, era un milagro, dos butacas preferentes alrededor de las cuales desfilaba la ciudad engalanada de noche cualquiera, bellísima como sólo pueden serlo esas mujeres que son guapas y no lo saben. Y el taxi abolía las distancias, buscaba caminos hacia el destino, elegía carriles, volaba sobre el asfalto libre y solitario. El taxi era un sueño.
Pero claro; qué sueño es. El sueño de alguien que duerme sin saber si esa persona que viaja tras él va a sacar un cuchillo para llevarse ese sueño, su vida y los cuarenta euros de la noche. Rutina cada cierto tiempo. Sopla el viento, y un mundo se deshace.
Descanse en paz, señor taxista.
Yo lo siento muchísimo por el individuo, pero gremio de taxistas cuenta con todo mi desprecio desde hace unos meses, cuando arrancaron mis lágrimas de desesperación y ni uno solo entre los más de ocho que allí había movió un dedo. Desde entonces pongo todos los transportes públicos y pédicos a mi alcance para no coger un “peseta”
ResponderEliminarCuando vi la noticia, pensé en los muertos en "acto de servicio"
La construcción se lleva la palma y en la mayoría de los casos son crímenes administrativos. Pero claro, no es lo mismo. Entonces pensé en los joyeros, ¿cuántos muertos lleva este gremio a sus espaldas? Pero claro, no se mide por el mismo rasero, los joyeros son de un gremio de “clase alta” mientras que los taxistas pertenecen más bien al sector obrero. (y esto habría que verlo), pero entonces ¿qué pasa con la hostelería y un buen montón de comercios que están a merced de los cacos-asesinos? ¿Y los que son asaltados en sus propios domicilios?
La inseguridad es para todos. Me niego a que este gremio vaya de víctima cuando cualquiera de nosotros puede ser asaltado en plena noche, por el simple motivo de no tener pelas para coger un taxi y terminar como cualquiera de ellos por 5 euros.
Lo repito, siento enormemente la muerte de este hombre, pero lo siento como individuo, como la de cualquier persona que haya tenido la desgracia de toparse con un asesino.
Los golpes en el pecho, los gritos de protesta del gremio, y la exigencia de ayuda, me parecen lógicos y están en su derecho, pero para mí no son ni más ni menos que, por poner un poner, los joyeros.
PD: por supuesto estoy generalizando, también he encontrado buena gente conduciendo un taxi y tengo un amigo taxista, aunque su opinión respecto al gremio no es muy diferente de la mía... si generalizamos.
Entonces lo que me queda por decir es:
ResponderEliminarDescanse en paz David Aníbal A.G.
u_u