Es que siempre me pasa lo mismo, leo algo y zas, de pronto dejo de ser yo, perra personalidad-molde la mía, y comienzo a ser el personaje de alguien, zas, y así, de pronto, me veo convertido en una especie de versión madrileña del Martín Romaña de Alfredo Bryce Echenique. Y hasta veo jebecitos constantes por algún que otro lado, y eso que, naturalmente, sigo sin tener ni puta idea de qué es un jebecito (a ver, tío Google, dime algo. Dice que son gomitas, y guarda ese misterioso silencio que guarda cuando no tiene ni puta idea de algo. Como si no nos conociéramos, Goo).
En fin, podría darme por ser personajes mucho peores, así que no me quejo, y además, a mí me encanta ser un neurótico, me lo paso pipa siéndolo, angustiándome por todo, comiéndome a preguntas y sintiendo el mundo como una cosa amenazante y misteriosa que vibra, planeando maldades, justo en el borde de donde a uno le alcanza la vista. Pero nada preocupante, nada que no se quede en la mera literatura (pese a que la mera literatura tiene el mismo peligro, supongo, que un camión de diez ejes pilotado por orangután borracho) y que no se desvaneza ante alguno de mis yoes más habituales ante circunstancias más o menos habituales como, por poner algún que otro ejemplo, el escote de esa muchacha, o el preciosísimo culo de aquella, o la sonrisa perdida de esa otra que va escuchando mataría-por-saber-qué musiquita en su reproductor de mp3. Necesitamos una palabra para "reproductor de mp3". Necesitamos algo, definitivamente. Primero fue el walkman, luego fue el discman, y ¿ahora? Tal vez por eso yo me comprase un ipod. Al menos, tiene su palabra. Aunque creo que tiene más que ver el que por los 4 gigas que carga no era mucho más caro que lo demás que había. Ah, cómo cuatro gigas pueden quedarse tan cortos para alguien que hace trayectos de no más de 30 minutos del curro a casa y de casa al curro.
Supongo que se me nota, pero lo voy a decir explícitamente: Estoy contento. Y lo tengo que proclamar así, en mitad de mi divagación sobre cómo tiene uno que ser de neurótico musical para que no le basten 4 gigas de música para un trayecto de media hora, que mira que caben canciones y sieeempre me acuerdo de la que no he metido. Estoy contento por varias razones, y una de las cuales es que, tal vez, tal vez, a partir de ahora tarde 40 minutos en ir a trabajar, en vez de 30, pero bueno, ya volveremos a esto más adelante, mañana o pasado.
Otra razón para estar contento tiene que esperar, también, unos días, hasta que termine de gestarse. Ya estamos con los acertijos. Sí, lo sé, lo sé, yo también me odiaría si no fuese yo. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco es que me libre de mi propio odio, sobre todo a ratos.
Y la tercera razón es a la vez foco de neuras y de alegría de colegial, porque mañana es el asuntillo este tertulianotalleristicoliterario que elude las definiciones (pero todo llegará, todo llegará), y como eso ha tenido que ver con que olvide las razones por las que dejé yo de escribir (aunque poco a poco va uno recordando pero bueno, hay que aprovechar el optimismo del momento, ya habrá tiempo para ser realista) ando yo con lo literario desatado, si no bastase ya con sentirme personaje de Bryce Echenique una vez que uno le cambia el entorno y lo muda de una buhardilla de París a un primer piso de Madrid, y le quita a los franceses de alrededor y me mete a estos solemnes paisanos que cada mañana atestan el metro, para mi masoquista regocijo. Aunque eso me recuerda algo, a ver, se supone que yo soy el pervertido pero ¿por qué no es raro que de pronto alguna mujer se ponga a frotar su culo con el mío aprovechando las estrecheces de un vagón? ¿Le pasa a más gente? Lo juro, aposta; Raca, de pronto ahí está uno notando como su popa roza otra popa, y da un pasito al frente, cinco centímetros, diez, los que deja abanzar la marea humana, pensando en incomodidades y en a ver si tal o cuál, y raca, siguiente meneo del metro y la señora (o señorita, que menos pero también) está, ¡qué coincidencia!, cinco o diez centímetros más cerca: Qué desconcertante, en serio, algo rarísimo.
El caso es que además la literatura, además no de que se le restrieguen a uno en el metro, que no creo que tenga nada que ver, sino además de lo que contaba ayer, tiene otros efectos secundarios. Uno de ellos es la cantidad de cosas raras que aprende uno. Por ejemplo con este cuento he aprendido cantidad de cosas sobre los lobos, esos perros grandotes y listos, y he terminado dando con una noticia que, ahora que lo pienso y viendo que esto va quedando razonablemente largo, también (lo siento, lo siento, lo siento) me voy a guardar para otro día, con la certeza de que, bueno, tampoco es que vaya a perder más actualidad de la que ya ha perdido, pues data de la Primera Guerra Mundial. Ah, me encanta sonar así de pedantísimo, de verdad.
En fin. Que me voy a dormir, que mañana toca leer en voz alta, sospecho, regresión al cole total, previo visionado de un episodio de Californication, para copiarle, en la medida de lo posible, la personalidad al inmenso Hank Moody. Mañana, si hay suerte y tiempo, la primicia del cuentecillo, que para algo este es mi blog y algo tendré que mimarte, amable lectorcilla, después de las chapas que te meto.
24.10.07
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Lo primerísimo: Me alegro de que estés contento, sea por el motivo que sea, lo importante es el estado en sí, no tanto el desencadenante del mismo.
ResponderEliminarLo segundo: Me alegra estar de vuelta por aquí, después de las múltiples averías de mi vida. Veamos si consigo mantener la fidelidad, al menos, por un tiempo, que luego una no se entera de nada de lo que cuentas.
Lo tercero: ¡Debes estar buenísimo .... !Eso de que te rocen en el metro ya no está muy visto. Por si quieres estar más contento, más que nada, te lo digo.