30.7.08

composición de sangre negrísima sobre césped negro

Dice el diccionario que una pesadilla es un sueño angustioso y tenaz.

Y de vez en cuando alguien dice que ha tenido una pesadilla. Yo no sé si las tengo. Yo tengo sueños que a veces son un tanto raros. A veces sueño que estoy despierto y que no pasa nada, yo qué sé, que vengo al trabajo o que paseo perdido, y esas cosas, que son bastante habituales en mi vida, que de hecho y por el tiempo que les dedico son, de hecho, una parte sustancial de mi vida, se me antojan pesadillas. ¿Tiene sentido, que soñar la rutina sea una pesadilla, que la consciencia dormida identifique lo que vive habitualmente la consciencia despierta sin mayor problema como una pesadilla? ¿No hay ahí un mensaje preocupante?

Supongo que sí, pero la verdad es que no me preocupa en lo más mínimo. Porque la rutina es parte sustancial de mi vida, pero mi vida tiene otras partes que son estupendas (e incluso en esas, a priori pesadillescas, existen iniciativas, como reivindicar mi nombre en la secta o vacilar a los compañeros o escribir esto o leer sobre hondas gravitacionales, viajes estelares y otra vez sobre los Puntos de Lagrange, donde no sabía yo que Gibson había puesto su colonia espacial en Neuromante, siempre pensé yo que aquello orbitaba la Tierra, hum).

Y luego están los otros sueños, que yo no veo como pesadillas porque no son angustiosos. Pero por ejemplo hoy he sonado con una playa sin mar, en la noche, donde la arena formaba miles y miles calaveras que seguían con la mirada de las sombras en sus cuencas los pasos de las personas que corrían por ellas. He soñado con la arena despedida por una carrera silenciosa en el fragor del viento, y una loma de viento y un algo terminal, y luego he soñado que uno de los hombres, caído y vencido, decidía dictar su final y se introducía una pistola en la boca y apretaba el gatillo. Pero la mala postura y la agonía le torcían los miembros y el tiro le ha salido por el carrillo, boca rota, dientes y sangre, y él sacaba la pistola ensangrentada, la apoyaba en su sien y a la segunda acertaba. Y luego el césped se teñía de su sangre, formando una obra abstracta de negro aún más negro que el del cesped, líquido y brillante, y la escena, que puede ser grotesca o siniestra, que debería ser grotesca o siniestra, era simplemente hermosa.

No recuerdo si yo estaba en ese sueño o si simplemente contemplaba, narrador de algún tipo o algo así como espectador cine. Da un poco igual, también a veces, en la vida, tengo esa confusión, ese doble papel, que a veces se cambia de golpe y me pega unos sustos descomunales (hmmm, un día tendré que hablar del primero que recuerdo). Da igual. Lo que ahora me tiene escamado es cómo puedo soñar una escena así de violenta, de gráfica, de literal, y disfrutarle de su lado estético, para luego despertar, confuso, y descubrir ordenadores y discos duros cambiados de sitio, a la Muchacha con un extraño cambio de vestuario y al mundo algo inquieto, como si acabase de adecentarse, como si con las prisas, antes de yo despertar, los encargados de enlazar la realidad la hubiesen dejado 10 grados ladeada o con los bordes deshilachados.

Y así camino yo hoy, dándome golpes con paredes que deberían estar 10º más a la izquierda, raspándome con costuras que no existen y pensando si seré un psicópata o simplemente un tipo con un alto sentimiento estético capaz de soñar ¡oh, qué bonita estampa forma toda esa sangre! después de que un personaje de un sueño se pegue dos tiros en la cabeza.

(Aunque, por otra parte, en el sueño él era de los malos, igual eso ayuda)

29.7.08

escondidos en (y con inmensas ganas de viajar a) brujas

Ayer la Muchacha tenía programado una revisión de las tropas del palacete y como a mí la visión de tanta alabarda y tanto bruñido me pone nervioso, y como además me dijo el psiquiatra que intentase no pasar mucho tiempo cerca de objetos afilados por si las moscas y por si la reincidencia echa por tierra aquella salida tan ocurrente del abogado de la enajenación transitoria, ja ja ja, que ya ves tú, enajenación transitoria, si yo aquello lo planee durante tres meses, con dibujitos y todo, más gores que el escaparate de una charcutería, je je, en fin, al grano y a lo que iba, pues eso, que la dejé cumplir sus deberes marciales a solas con sus tropas de asalto y sus centinelas y yo me di un paseo y fui al cine, que hacía siglos que no iba, o al menos, que no voy solo, y era un vicio al que yo le tenía bastante cariño y que yo creo que, en vista de la cantidad de películas ante cuya perspectiva de visionado yo me emociono y babeo, supongo que no viene de más recuperar de cuando en cuando, lo que me recuerda que probablemente a este párrafo tampoco le venga ya de más un punto y aparte porque venga frase y venga subordinada y ala y más y otra y sigue y me está quedando todo un poco estrangulado.

Ya. ¿Mejor? ¿Otro? Vaaale.

Dos puntos y aparte más tarde, sigo: así que cogí mis bártulos y el ipod y me fui al cine, a ver la de Escondidos en Brujas (In Bruges). De ella recordaba haber leído algún piropo en internet y un resumen de la trama que supongo que puedo contar, porque creo que no revienta la película –y casi más dice el cartel de la peli, leñe– y, bueno, yo fui sabiéndolo al cine y no me destripó nada: Los protagonistas son dos asesinos a sueldo ingleses que, después de un trabajo que se complicó, reciben de su jefe la orden de pasarse un par de semanitas en Brujas, medio escondidos. A uno le encanta la ciudad y se aplica en su papel de turista, el otro la aborrece... y en fin, ahí arranca la película, que se va saltando las fronteras de los géneros a placer, que logra incluir en una comedia negra de asesinos a sueldo un conflicto totalmente increíble y que, como dice la cita que enlazo luego, va más allá del manido y rutinario asunto del dinero, y una película que plantea unos personajes neuróticos, divertidos y absolutamente palpables que se dibujan a base de temblores de frío, sonrisas satisfechas, pisotones de impaciencia, miradas de soslayo y, sobre todo, una infinidad de conversaciones absurdas y casuales que siempre se les van de las manos y que terminan siempre ensartadas en los asimétricos engranajes de la lógica y lo absurdo. Jamás vi a Colin Farrell dar tanto en el blanco, jamás vi a un Ralph Fiennes tan divertido, y bueno, nunca recuerdo haber visto a Brendan Gleeson haciéndolo mal, y la película es una pequeña joya veraniega que asusta, cuando uno mira y ve que encima es la puesta de largo de un tal Martin McDonagh.

Salí del cine sonriente, satisfecho y con esa envidia utópica que da pensar que qué pena no ser guionista y poder escribir películas así.

En fin, si no te fías de mí, al menos cree las palabras de mi gurú para estas cosas, Roberto Piorno, de quien cito dos párrafos, o trozos de:

“La ópera prima de Martin McDonagh tiene un don que escasea, y mucho, en el cine occidental contemporáneo: es una película sorprendente. Huye como la peste de los caminos trillados del thriller, de las rutas prefijadas y de los clímax telegrafiados. "Escondidos en Brujas" es una película auténtica, inesperadamente compleja, de lecturas superpuestas y personalidad desbordante. Y esa es precisamente su mejor virtud, su exquisita ductilidad y la capacidad de mutación en movimiento amagando con ser muchas películas para acabar por ser una en la que brillantemente todas tienen cabida. La propuesta de McDonagh interactúa con el espectador a múltiples niveles porque no se cansa de redescubrirse, de plegarse sobre sí misma y de explorar quiebros alternativos.

Envasada como un hipnótico cajón de sastre genérico en el que las risas negras del enredo criminal con panorámicas medievales se engangrenan prologando la explosión de lo grotesco, en la oscuridad de un relato atroz, de implicaciones morales altamente inflamables, "Escondidos en Brujas" adquiere, progresivamente, un semblante gótico a juego con el espectacular paraje urbano que secuestra el relato. Brujas se presenta así como un personaje más, un escenario cambiante, cuyos misteriosos rincones milenarios parecen asfixiar el relato conduciéndolo, contra su voluntad, hacia las tinieblas de lo sórdido. Como thriller de ajuste de cuentas, la cinta de McDonagh se reivindica única porque la venganza está manchada por las implicaciones de un conflicto moral en toda regla, por el dilema ético de un criminal sin escrúpulos (soberbio Ralph Fiennes) con código de honor que rinde cuentas por la inmoralidad de un desliz humanamente abyecto y no por lo de siempre, por dinero, traición o mala praxis.”

Resumiendo: áltamente recomendable, y encima, si la película no gusta, puede uno dedicarse a ignorarla, mirar el fondo y llevarse, como premio de consolación, un viaje turístico invernal a Brujas.

28.7.08

para pensar en el paradigma del tiempo

Hoy toca anécdota robada prestada: Xavie (que se mira a si mismo un tanto sorprendido, últimamente, al verse convertido en personaje en este blog. ¡Sufre, maldito!) apareció por pura casualidad, porque de acuerdo, estábamos en su barrio, pero cuando alguien le advierte de que pasará por ahí alguna noche del fin de semana él acostumbra a decir a voz en grito que por ahí sólo sale entre semana y que los viernes y los sábados se va a otros rincones de la ciudad. Pero recibió la visita de Nano, un amigo que de cuando en cuando se acerca por su casa para devastarle las reservas de flamenquines, y harto del expolio al que Nano somete a su nevera con una cierta y preocupante periodicidad se lo llevó a vagar por las calles y fumar y hablar a gritos y así fue como nos los encontramos nosotros, más o menos.

Nano tiene un tío que en su día estuvo destinado al sur del Sáhara (¿ex-?)Español como piloto de helicópteros del Ejército del Aire, y que decía siempre que allí la gente era muy cordial, muy sociable y radicalmente distinta. Mientras tomábamos gintonics y dosis letales de Capitán Morgan contó que un día iban su tío y el copiloto de su helicóptero en coche camino del helipuerto cuando se encontraron con dos tuaregs que se pusieron a hablar con ellos, al principio las frases corteses de rigor que deben decirse en esos casos (hola que tal, refrescó anoche, se va levantando una brisita muy rica, pedazo de tormenta de arena la de ayer y cosas así, alcanzo yo a imaginar), y luego temas más profundos, empujados todos por la recíproca curiosidad. Contaba Nano que le dijo su tío que los tuaregs estaban acampados por allí cerca y que mientras permanecían acampados liberaban a sus camellos y los dejaban por ahí en algún terreno con pasto y agua, y que cuando iban a levantar el campamento alguien tenía que ir a recoger los camellos y esa era la tarea que tenían asignada aquellos dos hombres. Los españoles les preguntaron hasta dónde tenían que ir, y los tuaregs les indicaron una dirección que a los españoles les cogía de camino según la ruta que debían hacer en el helicóptero. ¿Y cuánto tardáis en llegar?, preguntaron, y los tuaregs les respondieron que caminando a buen paso, un día y poco. Pues si queréis os acercamos en el helicóptero, se ofrecieron los españoles, y fue entonces el turno de los tuaregs de preguntar que cuánto tardarían viajando de esa manera. Tres, cuatro horas, respondieron los españoles. Y los tuaregs se miraron, menearon la cabeza y dijeron que muchas gracias pero no, porque entonces ¿qué diablos iban a hacer ellos el resto del día y pico?

27.7.08

la aritmética de la pérdida



Tarde en la noche:

-¡Dilo!

-¡Nunca!

-¡¡¡Dilo!!!

-¡No!

-¿Uno partido por veinte?

-¡Cero coma cero cinco!

-¡No, cero coma dos!

-¡Eso es uno partido por cinco!

-¡Eso es uno partido por veinte, dilo!

-¡No!

-¡Uno partido por veinte es cero coma dos, mas el dolor de la pérdida!

-¡No! ¡Es cero coma cero cinco!

-¡Dilo! ¡Y di "creo en el más allá!

-¿Vale creer en Móstoles?

-¡No!

-¡Pues me niego!

-¡Pues no hay Bratwurst!

-Uno partido por veinte es cero coma dos, mas el dolor de la pérdida.

-Bien dicho.

-¿Bratwurst?

...

Moraleja: no discutir de aritmética con poetas. Por mucho que uno sea licenciado en matemáticas, tiene todas las de perder.

24.7.08

maneras de andar



Dice la Muchacha que yo camino a saltitos, lo que por lo visto le resulta muy gracioso y muy simpático y, añade con maligna perversidad, echa por tierra ese malotismo mío que tantas horas de estudio de personajes de Clint Eastwood me ha costado lograr.

Veo The Wire, y siempre que sale el teniente Cedric Daniels (Lance Reddick), yo pienso que tiene unos andares de felino, de pantera; pocas veces he visto a nadie andar así, con ese ritmo y con esas maneras que tienen algo de naval y de etéreo.

Y como veo mucho a la Muchacha y como veo mucho The Wire, y como me gusta mezclar cosas, termino mirando cómo camina la gente.

Recuerdo a Vero, mi agente, caminando y bailando, cuando queda con uno y llega y, cosa rara, no llega tarde, y no está dispuesta a desprenderse de la música hasta que termine la canción y guarde el emepetrés.

Recuerdo a Wilson, caminando como quien cuenta los pasos para dar los menos posibles, como quien planifica la instalación de una grúa o el transporte de material radiactivo.

Recuerdo a Juanito, mi compañero de piso, arrastrando los pies camino del baño, bostezando y rascándose, balanceándose de lado a lado.

Recuerdo a Elena, que más que caminar, participa en competiciones de velocidad, la vista gacha, la cabeza inclinada hacia delante, sin parar de agitar las manos y sin dejar de descuartizar el último amago de razonmiento que el jadeante yo que camina a su lado ha tenido el infortunio de decir en voz alta.

Recuerdo a Blanca, a la que cada verano hago una foto, andando como quien acaba de sobrevivir a un accidente de tráfico con profusión de vueltas de campana.

Hoy, volviendo a casa (a esta casa), pensaba en todo esto. Hasta me he parado un rato en un cruce de túneles de metro. En parte dudaba por qué camino volver (venir), ¿el corto con transbordo o el largo, que termina en paseo?), pero en seguida me he dedicado a mirar cómo camina la gente.

Cinco, diez minutos. Hasta que he recordado que me estaba muriendo de hambre.

Pero cuando me he vuelto a poner en marcha ya, tras tanta observación de campo, me he sentido preparado para vengarme, y he intentado recordar cómo camina la Muchacha, desenfundando mi malignidad perversa. He recordado la primera vez que la vi caminar, que me fijé en ella caminando. Era invierno, como quien dice. Yo iba del metro hacia ella, ella de un kebab hacia mí. Era la primera vez que quedábamos. Ella venía sonriendo, yo supongo que también, los dos pensando ¿y ahora qué, nos damos un beso, dos?, y con esa imagen se me ha deshecho toda la malignidad perversa y he sido incapaz de recordar nada que no fuesen sus ojos. Así no hay forma de ponerse a pensar en cómo camina nadie.

(Aunque por el movimiento de los ojos yo juraría, apostaría, asumo que, las cosas como son, ella también venía dando saltitos).

23.7.08

la vía oral

Me gusta mucho hablar con Xavie de literatura (asi, en minúsculas, porque estoy usando la palabra un poco a la ligera, de la manera más amplia que pueda entenderse) porque los dos compartimos respecto a ella una idea un tanto lúdica: Escribimos, escribir se nos da lo suficientemente bien para llevarnos un piropo de vez en cuando, pero no nos vemos como escritores sino como gente que juega a escribir. Y yo creo que ese sentido lúdico del tema es el que, paradójicamente, nos deja hablar de ella muy en serio, porque estamos dentro pero sintiéndonos extraños, porque en cierta manera miramos con algo de conocimiento de causa, pero un poco desde fuera, con algo de perspectiva.

Pues bien, anoche nos hinchamos a hablar de literatura, aunque tocase literatura oral, porque el grupo de cuentacuentistas de María, también como nosotros marinera del S. S. Bremen, iba a contar unos cuentos precisamente donde nosotros los bremenistas nos reunimos. Y a mí no es que me gusten mucho los cuentacuentos, pero Maria es amiguísima de la Muchacha y una mujer entrañable además de compañera, y sobre todo, qué coño, una fiesta es una fiesta, así que allá fuimos unos cuantos.

Una cerveza en la barra, una copa para la contada, y comenzó el show, y transcurrió, y terminó, y nos subimos a pedir más copas y a filosofar sobre todo lo que no nos tomamos en serio.

Tal vez, pienso de pronto, debería parecerme un coñazo hablar con Xavie de literatura, porque solemos estar muy de acuerdo, aunque tal vez, contra-pienso, lo que me guste de hablar con él de estas cosas es que al oír una opinión mía en boca de otra persona pienso que estoy menos loco o que soy menos idiota o que igual no es una soberana tontería. El caso es que Xavie, igual que yo, salió con unas cuantas quejas de la contada, de las que, como yo, sólo disculpamos a María, y no por ser compañera ni por ser amiga ni por sonreír así tan feliz, sino porque coño, es un rabo de lagartija graciosísimo y cuenta bien los cuentos, y sus cuentos no son malos.

Pero uy uy uy, los demás.

Yo creo que el problema de los cuentacuentos es que, por lo general, apelan a un cierto infantilismo: los cuentos que yo he escuchado así, por la vía oral, tienden a lo blanco, a lo blando, al humor inocente y a la extrema gesticulación como quien representa un algo para un niño, lo que no dejaba de ser un tanto absurdo, como apuntó la Muchacha, cuando probablemente un niño no habría entendido casi ninguno de los cuentos que escuchamos anoche, pero da un poco igual porque los cuentos están dirigidos a adultos, pero, sospecho, a adultos que, en general, deben sentirse un tanto infantiles por el tratamiento que reciben del narrador. Como si todo este asunto de los cuentos fuese un tema un tanto de críos, como si se diese por hecho que los cuentos son algo infantil y que hay que jugar a ser niño para que la cosa no resulte una soberana estupidez. Y sale de nuevo el verbo jugar, y yo ya dije, nosotros es que esto de jugar nos hace tomarnos las cosas muy en serio. Concluimos Javier y yo, en una epifanía que hizo poner los ojos en blanco a la Muchacha –que finge desesperarse y se divierte horrores cuando nos ve ponernos integristas–, que somos adultos, que nos gusta la literatura adulta, y que no nos importaría nada escuchar un cuento para adultos.

–De todas formas hay que tener mucho valor para ponerse así delante de un montón de gente y contar un cuento –dijo mi compañero de piso, que también andaba por allí y que, como tantas buenas personas, es una persona tímida y empática.

Pero más valor hay que tener para contar un cuento en serio, sin trucos, sin infantilismos, sin buscar una sonrisa ni una complicidad, sin buscar un “ji ji” adolescente de cuando en cuando con menciones a drogas blandas o sexo o políticas locales.

Hubo un cuento con el que nos cebamos especialmente: Uno de los compañeros de María (los otros compañeros) contó un cuento sobre un tal Borja, neonazi pijo que queda con sus colegas para ir de caza. Porque mola pisotear negros y que se vayan a su puto país y demás historias, explicaba desde el punto de vista del protagonista el narrador. Y en Plaza Elíptica la panda de neonazis encuentra a un pobre negro cansado y solo que se adentra en un callejón, y lo acorralan, y Borja le empieza a soltar patadas con sus botas reforzadas. Pero ahí el cuento cambió, porque el negro se quedó mirando a Borja a los ojos y de pronto (o no tan de pronto, porque en medio hubo una elipsis sobre lo chunga que es la inmigración, y la pobre aldea, y el drama de las pateras) plop, Borja está en el cuerpo del negro, siendo apaleado por sus compinches, y el negro, ahora ocupante del cuerpo blanco y rapado de Borja, finaliza el cuento alejándose, quitándose la cazadora con insignias nazis y descalzándose y recorriendo Madrid, descalzo, a torso descubierto y, por lo visto gran ventaja en este mundo nuestro, dijo el narrador, blanco. Aplauso del público.

Pues bien, nosotros opinamos que fue un cuento cobarde, que recurre al sucio truco de apelar a lo políticamente correcto, al sentimentalismo burdo y a buscar la empatía con el oyente de una forma de lo más burda.

El cuento pretende hablarnos de problemas reales que ya conocemos de sobra (la inmigración y el racismo), y para ello se sirve de dos protagonistas, uno realista, el nazi, y otro absolutamente fantasioso e irreal, el inmigrante que, deus ex machina, lo arregla todo cambiándose de cuerpo, alehop. Aunque lo del deus ex machina ya sea objetable por si mismo, por  truco barato y no justificado, nuestra crítica fue más por la falta de valor: está bien contar una historia por todos conocida, o sobre algo sobre lo que todos tenemos nuestra opinión crítica, que para algo somos todos jóvenes y comprometidos, y está bien contarla porque nunca está de más pensar en estas cosas, pero puestos a contarla, por qué no echarle un par y por qué no haber hecho el descenso en picado a los infiernos a tumba abierta, y haber contado como Borja, el neonazi, disfrutaba de su paliza, justificaba sus correrías y las celebraba con sus amigos. Por qué no echarle un par y contar un cuento sucio, realista y desde el lado de la tiniebla. ¿Es que el narrador cree que alguien va a tomarle por neonazi? ¿Es que el narrador, realmente, cree que está hablando con niños?

Y en fin, ese es su juego y no el nuestro, que es que para divertirnos tenemos que tomarnos todo esto muy, muy en serio.

Nosotros estamos dispuestos a aceptar fábulas, fantasías, personajes dulces y bondadosos, claro que sí, pero no queremos que nos encierren ahí: nosotros también queremos roña, realismo, personajes crueles y malignos, historias que terminen mal. No recibir todo masticado, no recibir el “oh, mira, ¡qué malo es el racismo!”, sino la historia racista, que ya traemos esa opinión de fábrica.

Así que cuando terminó, nos fuimos pensando en los cuentos, en el valor en los cuentos, en el juego sucio en los cuentos. Y a mí, por esto, en realidad, es por lo que me gusta ir a este tipo de cosas, porque lo disfrute o no, lo pase peor o mejor, siempre me voy pensando un montón de cosas que son la mar de serias, y por tanto divertidas, que uno debe tomarse muy en serio, y con las que puede jugar hasta romperlo todo, que es como en realidad siempre deberíamos jugar.

21.7.08

la cruzada de zhao bandi contra los ojos verdes

En general no se puede decir que este sea un blog de actualidad; no seré yo quien se dedique a analizar las noticias aparecidas en prensa y a iluminar al mundo y aburrirte a ti con mis concienzudas idas de pelota respecto a las editoriales de los periódicos. A eso ya se dedican otros, y bastante bien se les da, así que yo callo, me centro en esta manía mía de contar batallitas propias, y cada mochuelo a su olivo.

Pero hoy tengo que romper esta rutina porque hay una noticia que yo creo que merece un análisis que no he leído por ninguna parte(*). Digo hoy como podría haber dicho anteayer o dentro de dos semanas, porque la noticia ni siquiera es de hoy, pero tenía que asegurarme de no leer nada de ella por ninguna parte, en primer lugar, y sus instructivas revelaciones sobre el carácter humano son absolutamente atemporales, por el otro.

En fin, basta ya de circunloquios y pongámonos serios: La noticia es esta, un artista chino (caray con los chinos, últimamente, en este blog) denuncia a DreamWorks por considerar Kung Fu Panda una película ofensiva.

Resulta que Zhao Bandi, un artista chino de 42 años de edad que se autoproclama “rey del mundo panda” y que fue el primer poseedor de un Alfa Romeo descapotable en todo Beijin, se dedica a hacer arte y diseños de ropa y complementos para putas inspirándose en los pandas, y ha pedido a la productora de Spielberg, por la vía judicial, explicaciones sobre los motivos que han tenido para dotar al panda Po, protagonista de la película, de ojos verdes y ya de paso que le aclaren cómo puede ser que Po sea un panda, su padre sea un pato y su instructor de kung fu, ponte a temblar, ¡un yanqui!(**) Dicen que el bueno de Zhao no espera ganar el juicio, pero sí que al menos Paramount Pictures China pague su coste, y además relatan que una campaña de Zhao ha conseguido ya que la película se estrene con retraso en la provincia de Sichuan, donde por lo visto viven muchos osos panda y tal vez algunas personas, a quién le importan, y donde al parecer hace poco hubo un terremoto que alteró sobremanera a los pobres pandas. ¿Y que a las personas qué? ¿Qué personas? ¿A quién le importan? ¡Que hablamos de pandas, coño!

En una primera lectura todo el asunto parece una soberana estupidez y a cualquier lector casual probablemente le entre un deseo tenue de leer, algún día, que un panda ha castrado de un mordisco a un tal Zhao Bandi, artista que es conocido porque fue el primer propietario de un Alfa Romeo convertible en Beijin(***) y por dedicarse al arte de iconos pandíacos, y tal vez piense que este hombre debería mirarse su problema con respecto a los ojos verdes de la gente, pero como cualquier lector de Cortázar –y este chino sin duda lo es– los ojos verdes son un síntoma infalible de malignidad, y por otra parte no se puede olvidar que la película está, aunque sea de forma un tanto remota –ni siquiera figura como productor de la cinta– relacionada con Steven Spielberg, que es un obseso del color, basta recordar el tratamiento de la imagen en Salvar al Soldado Brian (¿al final hice el análisis de esa peli o es uno de mis proyectos apócrifos? ¿Alguien lo recuerda, o voy a tener que preguntárselo a Google?) y, sobre todo, en La Lista de Schindler, donde la cría que salía en plan caperucita roja al final salía así por algo más que por hacer bonito, que le escuché decir una vez a uno que la había visto entera.

Y es que es una vergüenza que un estudio de cine, sin otro fin que el de hacer toda la pasta que puedan de los bolsillos de los padres de criaturas principalmente humanas a base de mostrarles pelis con animalitos haciendo el tonto y mensajes de esos chorras sobre superación personal y mentiras vigorizantes sobre cómo un oso panda gordo de ojos malignos puede superar sus traumas y convertirse en un triunfador en el noble arte de dar tortas a la banda, utilice y explote a un pobre animal indefenso, que encima es, junto a la muralla china, el pasotismo con respecto a los derechos humanos y la censura en internet, uno de los iconos de ese inmenso y bello país que es China. Y yo, personalmente, entiendo que Zhao Bandi, el reputado artista pionero en la posesión de un Alfa Romeo descapotable, sienta que le tocan los cojones.

Así que yo juro solemnemente no ver la película por iniciativa propia y, si termino viéndola, al menos no soltar lagrimones de emoción, como puede corroborar la Muchacha que me pasó con Buscando a Nemo, y voy a utilizar este mi blog para contrarrestar el poderío de DreamWorks y dar a conocer el otro arte, el de Zhao Bandi, el que es respetuoso con el Panda, como bien puede verse en estos uno, dos(****) y tres ejemplos, firmados por el mismísimo “rey de los pandas”.

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* Y también porque era o esto o admitir en público que la Muchacha me ganó un uno contra uno al futbolín, si bien fue por un gol de diferencia, no por los diez mil de los que parece alardear en sus crónicas, ejem ejem...

** Cuando todo el mundo sabe que los yanquis son todos gordos y fofos y no pueden hacer kung-fu, ni falta que les hace, porque para eso duermen todos con Magnums .44 debajo de sus almohadas y M-4s bajo sus sábanas. ¿Eso no es xenofobia, o como es a un país poderoso y rico no importa?

*** La pena es que no sea un Seat Panda tuneado, que habría quedado tan propio.

**** ¿Habrá algún contexto en el que eso no parezca homófobo?

18.7.08

los serrano, un hito en la historia de la televisión

Pero no sólo hubo tertulia emilianobodorrista y malabares de cigarro, aquel sábado en el pueblo. La noche anterior la Muchacha y yo habíamos ido a una fiesta de cierta revista en la que ella, digamos, colabora, y que no cito por respetar la intimidad del medio y sus autores y colaboradores (*). Uno de estos era un tipo, de profesión guionista, que nos estuvo iluminando sobre su mundillo (ese tan loco que uno sólo alcanza a entrever a través de mesas cojas y pajas mentales) y sus siempre graciosos chascarrillos. La conversación fue fluyendo de manera natural hacia las regiones más destiladas de la cutrez y lo ridículo, y terminó profetizándonos que el final estaba por llegar: esta semana se emitiría el último capítulo de Los Serrano, y ya nos advirtió que sería algo histórico, lo más chapucero y ridículo que jamás había perpetrado una “ficción nacional”, como a veces se llama a las series de aquí.

Nos resumió el capítulo: La Teté y el hijo macarra fugados, el pequeño, en modo farruquito, robando un coche y atropellando a un tipo, y el padre que, superado por todo esto, decide matarse tirándose por un puente: el fin de fiesta perfecto para una serie que empezó como comedia familiar. Y luego el crescendo final: tras tirarse por el puente, el padre se despierta en la cama, con su mujer muerta hace un tercio de serie al lado, y toda la familia tal cual estaba en el capítulo uno. O fingiendo estar tal cual, porque han sido 147 capítulos y creo que 5 años, y los niños crecen. Nos avisaba de que le habían dicho que era brutalmente  ridículo ver a los ya no tan pequeños haciendose pasar por niños, con el pijamita apretando las turgencias de Teté, que han ido creciendo según pasaban los capítulos, o la hija mayor, que como está rodando alguna peli no podía aparecer, y que los guionistas idearon encerrada en el baño y respondiendo cosas del estilo de “¡ahora voy, ya salgo!” cuando alguien le aporreaba la puerta. 147 capítulos a la mierda, fingidos y obviados porque todo, absolutamente todo, se ha convertido en sueño.

Yo la verdad es que lo vi tan lamentable que no pensé que pudiese ser real. Así que escuché al guionista pensando que le habían tomado el pelo y al día siguiente, aparte de asistir a las proezas malabares de mi tocayo, conté aquello, porque recordé que una vez, hace mil años, creí entender que Bodorrios había dicho algo de que a veces la veía.

Y me olvidé del tema. Hasta que ayer nos fuimos la Muchacha y yo a cenar a casa de una amiga y a servirle de apoyo a ver si a la tercera podía ver sin dormirse Rebobine por favor, y en ello estábamos cuando me llegó un mensaje de Emilio que decía que Estaba Ocurriendo. Y paramos la película para asistir al despertar, al descojone, a la huida campo traviesa de los guionistas. Según El País, la productora ejecutiva se disculpa diciendo que al ser la serie tan larga y tener fans tan fieles, cualquier final iba a ser frustrante, así que (esto ya no lo dice, lo imagino yo), y también según El País andan los fans indignadísimos. Aunque yo la verdad es que me quedo contento por haber asistido al mayor ridículo que jamás he visto en la tele, y pensando que aquí tenemos otro ejemplo de justicia poética funcionando, con su moraleja perfectamente clara: al final a quien le gusta una serie lamentable le puede caer su correctivo. Pues mira que bien. Eso viendo The Wire no pasa.

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(* ¡Fascinante mundo este de las notas a pie de página! La revista en cuestión se llama Punto y Coma, o tal vez “;”. Y digo yo que aunque sea a esta humildísima escala habrá que citarles, para hacerles promoción, o al menos intentarlo)

 

 

 

 

17.7.08

nocturno

(...) “o como Maximiliano de Habsburgo, al que, esperando ser fusilado, otro condenado a muerte le preguntó: «¿Es ésa la señal para que nos ejecuten?» Y el respondió: «No lo sé, es mi primera vez».”

(Ruidoperro, en su blog)

 

–Pues estábamos el sábado por la tarde en el Batán...

–¿En Batán? ¿Y qué hacíais ahí?

–No, en El Batán, es un parque del pueblo donde de pequeños íbamos a emborracharnos y, algunas noches, a comer sandías.

–Aaah.

–Fuimos allí porque David y la Bodorrios querían que les hiciese unas fotos de prueba, por la luz y tal, para cuando se casen, y cuando terminamos nos sentamos a una mesita de piedra de las que hay por allí. Y Emilio se sentó frente a la Bodorrios y se puso a explicarle algo muy detalladamente y con mucha pasión. Ella le escuchaba atenta, y mientras David(*), frente a mí intentaba tirar hacia arriba un cigarro y cogerlo con la boca, al vuelo. Y yo mientras jugueteaba con la cámara. No estés celosa, mujer, que es una cámara.

–Ráscame aquí. Aaah. Sigue.

–Y pasó un rato, y cuando volví a levantar la cabeza la Bodorrios le estaba explicando algo a Emilio muy concienzudamente y él la escuchaba atento, y el David seguía con sus intentos hasta que de pronto, plaf, enganchó el cigarro con la boca.

–¡Uooo!

–Sí, ¡uooo!, pero claro, miró a sus lados, a Emilio y a la Bodorrios, a ver si lo habían visto, pero ellos ni se habían dado cuenta, y yo le veía la cara de “¡lo que acabo de hacer, tenéis que haberlo visto!”, y por fin me miró a mí, con el cigarro en la boca y los ojos abiertos de susto, y yo, en silencio, asentí, y él, en silencio, puso los ojos en blanco y suspiró aliviado, porque una cosa así, sin testigos, es como si no hubiese ocurrido. No sé, me hizo mucha gracia la cara de relajación que se le puso, porque alguien había visto la, no sé, digamos que la proeza.

–Y a eso os dedicáis los sábados.

–A eso, a tomar cañas y comer pinchos, y a humillar a nuestras visitantes dándoles palizas al futbolín, básicamente.

–Eso tendrás que demostrármelo, pequeño.

–Estoy pensando que debería contar eso en el blog. Cómo el David buscaba un testigo, pero no fama pública, porque le bastó con que yo me diese cuenta. Me pareció algo muy suyo, y muy bonito, de alguna manera.

–Pues cuéntalo.

–Es que me da cosa, porque no sales tú, y luego la gente me lee sin interés cuando tú no sales.

–Pero yo si salgo.

–¿Dónde?

–Bueno, me estás contando la historia.

–Pero no sales en ella.

Esta es la historia.

–Hmmm, visto así...

–Soy un personaje de tu blog. Como tú.

–¿Yo? Yo soy el autor.

–No, tu eres un personaje. Tú para hablar, “¡bli bli bli bli!”, usas tu boca, pero el autor usa las manos y la cabeza.

–¿Me estás diciendo que hablo sin pensar?

–Nooo...

–...porque a veces sí, pero oye, otras yo creo que no, ¿eh?...

–Que nooo...

–...o sí... joder, siempre me hacen un lío las frases con negaciones...

–Ráscame aquí. Izquierda. Izquierda. Izquierda. Arriba. Un poquito a la derecha.

–¿Aquí?

–Aaah.

–O sea que yo no soy el autor.

–No. El autor duerme debajo de tu cama, y te ha convertido en un personaje. Y David, las cosas como son: el narrador te trata fatal.

–...

–...

–¿Sabes?, deberíamos grabar nuestras conversaciones, luego siempre las olvido. Es una pena, podría escribir esto. Sales tú.

 

_______________

(* No confundir ni con el autor de este blog, ni con el personajillo habitual al que yo, el autor, desprecio y humillo, por mucho que compartan nombre. Hay varios Davides en el mundo)

15.7.08

la justicia existe

Hablaba ayer de la contradicción que supone tener una abuela más roja que el Che cuyas ideas sobre inmigración deberían hacer las delicias de los adláteres de la extrema derecha (léase Federico*, léase Josemari**, léase Pío***), cosa que no resulta tan rara, y si tierna confirmación de ciertas sospechas, cuando se tiene en cuenta que mi pobre abuela es una ferviente católica que ha obtenido gran parte de sus conocimientos y juicios previos respecto a los inmigrantes en la casa de dios, donde los curas, en su pastoreo, a veces recorren tortuosos caminos a la hora de explicarnos cómo ser buenos. No es la única contradicción de la familia, ni probablemente la más llamativa, como tampoco lo es la que voy a contar hoy, que, vale ya de rajar de nuestros mayores, trata sobre mí, asunto este peliagudo pues yo tengo a mano redención alguna con la que equilibrar la balanza, como sí las tiene mi abuela (por ejemplo es una mujer adorable, adora a la Muchacha y hace unas croquetas por las que uno mataría). Tendré que recurrir a ponerle cara de pena a quien me mire mal. Con la Muchacha el truco suele funcionar. Es buenísima mi cara de pena. Bueno, cuando me sale bien, porque a veces yo intento componer el gesto, y la Muchacha me mira con cara de circunstancias diciendo “esa no es”, y yo recompongo el gesto y ella bufa y dice “esa tampoco”, y así hasta que acierto y pasa de los “esa no” al enternecido “¡ayyy, pobre!”. En fin, al grano, que me despisto.

Resulta que yo, que soy un orgulloso crítico de esa barbaridad que llaman “la fiesta nacional” y que consiste en vestir a un tío de travesti barroco de calzón apretado y ponerle a torturar hasta la muerte a un pobre hervívoro inocente mediante el empleo de una serie de métodos de engaño que eliminan casi todo riesgo hacia su persona y garantizan la ejecución lenta y dolorosa del animal, yo, pese a eso, soy un ávido seguidor de los Sanfermines, para sorpresa de algunas personas, cuando lo descubren.

Lo que pasa es que lo descubren y, como los lectores maliciosos que hayan llegado leyendo hasta aquí sin haberse leído las tres primeras notas a pie de página a las que se remitía al lector en el primer paréntesis del primer párrafo (qué largo ha quedado, ahora que lo miro) (claro que también la frase que va delante del párrafo anterior se las trae. ¡A ver quién es el guapo que las lee del tirón, sin pararse a respirar!****), sacan sus hirientes conclusiones a partir de lo circunstancial, sin ahondar en los motivos o las razones de las cosas. Y es que ¿qué es lo que yo disfruto de los Sanfermines? No es el correr de los mozos delante de los toros asustados. No es el morbo sádico del que espera ver cómo cornean a alguien y, tal vez, asista a una muerte en directo. No son las caídas, los atropellos y los zarandeos de las masas de mamíferos, etílicos o herbívoros. ¿Se escribe así, herbívoros? ¿Hervíboros, hmm? ¿Cómo coño lo escribí antes? No es nada de eso, decía. A mí lo que me gusta es ese momento sublime que sucede justo después de que un corredor salga al paso del toro que galopa perdidísimo y siente esa necesidad de sublimar ese momento en lo tangible y pim, coloca su mano en el lomo del animal, creando el peligro de que el toro interrumpa su carrera y se de la vuelta y monte una escabechina. A mí lo que me gusta es cuando aparece uno de los pastores, garrote en ristre, y plaf, le descerraja al tipo de las manos largas un estacazo en los lomos. Aún recuerdo la primera vez que me fijé en ellos, de pequeño, viendo los encierros junto a mi padre, que es un firme defensor de los animales que sí que ama con locura la tortura de los toros.

–¿Y por qué le sacuden a ese señor, papá? –le pregunté yo hace tantos años.

–Por gilipollas, hijo –me explicó mi padre.

Y desde entonces he amado los Sanfermines. No hay año, si uno los mira con atención, en el que no pueda verse a un imbécil llevándose un castigo en vivo y en directo. Y esto, desgraciadamente, no se suele ver ni por la tele ni en la vida diaria. Así que año tras año yo trato de verlos o, en su defecto, ver algúna repetición, para constatar, en cada uno de esos palos pegados a conciencia, que la justicia, aunque a veces le falle la cobertura, existe.

_______________

* Aviso a posibles denunciantes: Ojo, que en primer lugar no menciono apellidos y ese Federico tal vez no sea Federico Jiménez Losantos, o tal vez sí, pero si no se especifica reclamo para mí el beneficio de la duda, y en segundo, obsérvese que el uso de la palabra “léase”, que quizá, no está claro pero de igual forma reclamo para mí el piadoso manto de la duda, sea un condicional por el que aconsejo, sugiero y conmino a la lectura del tal Federico (que tal vez sea el de la COPE, o tal vez no), circunstancia esta que no tiene por qué ser tan rara después de, como se ha demostrado con anterioridad en esta entrada, tener la contradicción en la sangre por evidentes cuestiones genéticas.

** Ídem, cambiando “Federico” por “José María”, “Jiménez” por “Az” y “Losantos” por “nar”.

*** Ídem de ídem, cambiando “José María” por “Pío” y “Aznar” por “Moa”.

**** Consultados mis abogados, son optimistas sobre las escasas posibilidades que frases como esa y como esta que en este momento quizá leas sean acogidas a trámite al interponer contra mi persona una denuncia por intento de homicidio por axfisia del lector, arf, arf, arf.

14.7.08

¿chino o japonés?

Nos pusimos a hablar de fútbol mi abuela y yo durante la publicidad. Es un tema espinoso, pero era mejor que la alternativa, que tenía toda la pinta de ser el explicarle a mi abuela que no es ninguna afrenta que la Muchacha no haya ido a verla y que el cumpleaños de una abuela suya es un buen motivo para no ir corriendo a cenar doscientos kilos de sus sublimes croquetas. Refunfuñaba ella, nada dispuesta ni a admitir que había disfrutado del fútbol de la Selección, ni a reconocer que, precisamente, se había pasado las tres semanas de Eurocopa gruñendo y negándole todo mérito a los malabaristas bajitos.

–Menos mal que por fin se ha terminado, qué lata –dijo, dando el tema por zanjado–. ¿Qué viene ahora, así de deportes?

–Pues las olimpiadas, ya mismo –contesté.

–¡Uy, no!, con lo que le gustan a tu tío, otra vez todo el día la tele puesta, ¿y dónde las hacen este año?

–En China.

Ella arruga el gesto, porque mi abuela es capaz de conjugar sin problemas el socialismo radical, el catolicismo y la xenofobia rampante.

–Ya. China. ¿No hicieron ahí un Mundial hace nada?

–No abuela, eso fue en Corea.

–¿Y no hacen ya ahí eso de correr y darse tortazos y pringarse de barro, lo que pones tú a veces en Cuatro?

–No abuela, eso es en Japón.

–Bah –sentencia ella–. Viene a ser lo mismo.

Como mi abuela es un ser humano ejemplar, sé, a partir de sus palabras, que una gran cantidad de gente verá de igual manera a chinos y japoneses, cosa que ellos encuentran bastante ofensiva, como suele pasar entre las naciones que han estado en bandos opuestos durante una Guerra Mundial. Así que yo le solté una clase magistral sobre las diferencias apreciables entre chinos y japoneses, primero, que fue más o menos esta,

  • Si el sujeto en cuestión tiene una tienda de alimentación barroca y misteriosa, tras cuyo mostrador ve telefilmes orientales, es chino.
  • Si el sujeto viste vermudas, sandalias, camiseta y alguna misteriosa prenda tipo chaleco con gran profusión de colores reflectantes y sangrantes a la vista mientras acarrea material fotográfico o cinematográfico por el valor de un puñado de tiendas de las del punto anterior, es japonés.
  • Si el sujeto en cuestión le está vendiendo bocadillos y cervezas en la calle a altas horas de la madrugada, es chino.
  • Si el sujeto coge taxis para desplazarse por Madrid sabiendo que le estafan y pagando propinas con meticulosidad neurótica, es japonés.
  • Si el sujeto en cuestión conduce una Nissan Vanette blanca y abollada y la aparca en doble fila delante de las tiendas mencionadas en el primer punto, es chino.
  • Si el sujeto está en un museo, es japonés.
  • Si el sujeto entra a restaurantes chinos y le sirven una comida misteriosa que no sólo no consiste en lollitos de plimavela sino que encima tiene una pinta riquísima, es chino.
  • Si el sujeto come pescado crudo, es japonés.
  • Si el sujeto mira a los japoneses con un recelo histórico, es chino.
  • Si el sujeto ni ve a los chinos cuando los mira, es japonés.

Y luego y al mismo precio y ya que estaba, la iluminé también sobre la forma de distinguir el cine chino del japonés, así,

  • Si hay muchos colorines, fantasía, musiquita épico-étnica y saltos de cincuenta metros, la peli es china.
  • Si habla de mafias y de policías corruptos, no hay música, o si la hay es imposible recordarla, es japonesa.
  • Si los guerreros son tipos estupendos que se pegan como quien baila y vuelan y detienen flechas atrapándolas entre dos uñas y manejan doce mil clases de espadas de aspecto ridículo, es china.
  • Si salen guerreros que no hacen más que mirar al suelo, deprimirse y, eventualmente, destriparse, es japonesa.
  • Si los personajes visten como drag queens, es china.
  • Si los personajes visten como mendigos, es japonesa.
  • Si no salen barquitos, es china.
  • Si salen coches, es japonesa.
  • Si hay planos inmensos de llanuras, es china.
  • Si sale Godzilla, es japonesa.
  • Si se puede apreciar el colorido de cada hojita de cada bosque como una pequeña explosión de fotoshop en nuestras retinas, es china.
  • Si todo parece una mierda y/o sale Takeshi Kitano, es japonesa.

Terminé, jadeante. Mi abuela me dedicó un suspiro se volvió hacia la tele.

–Será por las ganas que tengo yo de ver cine chino o japonés –gruñó.

Y se acabaron los anuncios, y seguimos viendo los dos, tan felices de la vida, Toy Story II.

13.7.08

si eres perro

Jamás he estado en un velatorio que no fuese surrealista. Claro que quizá sea imposible que alrededor de la muerte nosotros, como seres vivos, tendamos a otra cosa.

Las beatas entonaban sus salmos entre murmullos, y desde fuera sonaban como una colmena siniestra. Fuera, todo el mundo busca las sombras. Nosotros estamos bastante lejos. Hablamos.

-Además hay gente que se lo toma con mucho profesionalismo. Hace unos días vi un trozo de un documental que iba sobre prostitución, o cambios de sexo, o las dos cosas.

-¿Seguro que era un documental?

-Segurísimo.

-No sería una peli de esas, golfo.

-Que no, coño, que era un documental.

-Bueno, no te creo, pero sigue.

-Pues salía una tía. O un tío, no lo tenía muy claro.

-No lo tenías claro.

-A mí es que todo eso me confunde bastante. En fin, salía y le preguntaban qué era lo más raro que había hecho en la vida o lo que mejor le habían pagado, no recuerdo, y dijo que una vez le habían soltado tres mil pavos por follarse a un perro.

-¿¡Tres mil pavos!?

-Por follarse a un perro.

-¿¡Por follarse a un perro!?

-Tres mil pavos.

-La leche.

-Decía que como era una profesional del sexo, pues tampoco le dio mucha importancia.

-...

-...

-Jóder. Si eres perro irte de putas es una ruina.

Dentro las beatas continúan con su rancio ronroneo, por la calle pasa un gato, una bicicleta, una mujer ocn minifalda y un tipo al que nadie mira.

10.7.08

citando a Bruce Willis: ho ho ho!...

Es un chulo, es americano, y le cae como el culo a un motón de gente, pero Bruce Willis es, para mí, un pedazo de actor, y por mucho bodrio imperialista con rescates a guapas, idealistas y bobas ong-istas que perpetre siempre conservará un hueco en mi corazoncito aunque sólo fuese por tres cosas: Luz de Luna, esa serie surrealista y psicodélica donde los actores y los personajes no tenían por qué ser entes exclusivos de la realidad o la ficción, El Último Boy Scout, esa graciosísima y negrísima historia del perdedor que acosa a un senador y se emborracha a muerte, y trata con todo su empeño de vengar la muerte del amigo que planeo cargárselo y que se acostaba con su mujer, y de paso que no maten a su hija (con escenas dantescas como esa de “deme las llaves del coche o mato a la niña”, y ella protesta “¡papá!”, y el, bajito, “calla hija”), y naturalmente La Jungla de Cristal, primera de la saga que probablemente debería haber sido única muestra. En esta película, encarnando al aún no calvo John McClane, Willis es un cachondo que él solito se las ingenia para reventar un atraco / secuestro terrorista de un edificio a base de mala leche, ir descalzo sobre montañas de cristalitos, acumular roña en la camiseta más legendaria del cine de acción, muchos tiros y sarcasmos a cascoporro. Y todo en navidad. “Nueve millones de terroristas en el mundo y he tenido que ir a matar al único que tiene los pies más pequeños que mi hermana”, protesta una vez que ventilado un malo se le ocurre probarse sus zapatos.

En una de mi escenas favoritas, McClane mata a otro de los malos y le quita su subfusil. Ya no sólo tiene su pistola de policía. Tan contento se pone que sube al muerto en una silla, le pone en plan navideño, le cuelga un cartelito y lo manda a las plantas que ocupan los terroristas con los rehenes. Cuando Hans Gruber, encarnado por Alan Rickman tan de maravilla como Rickman encarna siempre a los malos, coge la nota, lee en ella “ho ho ho, ahora tengo una ametralladora”.

Y como al fin y al cabo ese cine le sigo recordando con un inmenso cariño y pienso que merece más aplausos que palos, sirva este momento de renovación de mi propio arsenal para hacerle un guiño y un homenaje, porque ¡ho, ho, ho!, ahora tengo una Canon EOS 40D.

Y de paso, aprovecho para mandarle de manera pública un mensaje a la Muchacha que, anoche, hacía ir su mirada inquieta de la cámara a mi persona y de mi persona a la cámara: Tranquila, corazón, que yo a quien quiero es a ti, que esto es sólo un trozo de plástico y metal y cables y lentes (¡...!), y sólo sirve para hacer fotos (¡...!), que vale, saldrán estupendas (¡...!), y aunque tú no hagas fotos yo, por todas esas cosas que tú sí haces y la cámara no, como mirarme de esa manera, siempre te tendré en mucha más consideración que a este mero objeto material. Porque sólo es eso. Un objeto. Material. Atomillos, y esas cosas. Y siendo así, dime, corazón, ¿qué importancia tiene que me empeñe en meter la cámara en la cama y en dormir abrazadito a ella? ¿Qué es eso, al lado del amor, de la vida, de los sentimientos? ¿Qué necesidad había de gritar y de asustarse ante el inesperado tacto –tan desangelado, tan insignificante– de la cámara en mitad de la noche?

Las fotos ya llegarán. Por ahora, se siguen subiendo las de París, que yo mientras voy mirándome el manual y haciendo pruebas.

9.7.08

tres cosas que hacer en la vida

Hablábamos ayer de planificar saltos en paracaídas para la Muchacha –sin haberla consultado al respecto, por cierto– y yo –anda que no estaría gracioso, los dos ahí cayendo y cayendo y moviendo manitas y piececillos gritando "¡ueeee!" y luego flflflop y boing y a flotar sobre los sembrados–, y luego pasamos al tema de los viajes en globo y nos contaba Nano al respecto que sale el viaje a unos 200 €, que cruzas Gredos, que aterrizar es una lotería, que dirección, lo que se dice dirección el trasto no lleva, que por tal motivo al globo lo va siguiendo una alegre y ruidosa jauría de jeeps con sus gps olisqueantes, y que a la llegada les sirven champán bien frío.

Contaba también la increíble sensación que produce ir cruzando una nube que tienes ahí, al alcance de la mano si las nubes pudiesen tocarse, y que apaguen la tobera y respirar el silencio atmosférico ahí, disueltos en la nada.

Contaba todo esto de prestado, narrando el viaje en globo que hizo su hijo, y contaba también que en ese viaje su hijo se encontró con una parleña a la que hacía mil años que no veía. Casualidades de la vida, en un mundo de 6.708.700.100 habitantes irte a topar con una amistad de la infancia en un viaje en globo.

Contaba, y juro por mi sangre que ya termino de dar vueltas, que su hijo le preguntó a la mujer eso tan clásico,

–Coño, ¿¡cómo tú por aquí!?

y que ella le respondió

–Pues hombre, en la vida hay que hacer dos cosas, que te den por culo y montar en globo, y como a mí ya me habían dado por culo...

Nos pareció una gran reflexión, y empezamos a hablar de variantes de aquello tan manido de escribir un árbol, plantar un hijo y tener un. Se dijeron un par, y Miguel se dejó una a medias que prometía y que empezaba con tener sexo con alguien sexualmente incompatible, matar a alguien y nada más, porque ahí lo detuvo la aparición de algún conocido, pero yo, que entre la disyuntiva de pasar el rato filosofando o dedicarme a ser laboralmente rentable siempre he tenido las cosas muy claras, aún sigo pensando en el tema. Y he aquí mi lista de las 3 cosas que hay que hacer para ser grande, grande, grande en la vida:

  1. dar la vuelta al mundo sin un duro en los bolsillos.
  2. ganar la medalla Fields, el Nobel de literatura y la final de Roland Garros ante Rafa Nadal en el mismo año.
  3. destruir una civlización extraterrestre hostil.

Quien logre eso que sepa desde ya que se ganará mi admiración eterna, y venga, por qué no, una foto dedicada.

Queden los comentarios para sugerir más listas de retos hacia la gloria.

6.7.08

ikea vs alfredo landa

Fue una de estas noches en las que en cuanto uno se descuida las botellas de tequila se le meten en el estómago y los sofás ajenos le inducen a uno al sueño. Dándonos cuenta de la trampa de bostezos que la noche tendía sobre nosotros, la Muchacha y yo decidimos huir de la fiesta a la francesa, sin decirle nada a nadie. Como dos aplicados espectadores de cine de intrigas nos deslizamos como sombras invisibles por los pasillos y las habitaciones, sin que nadie se diese cuenta de nuestras cortas y ágiles carreritas y nuestros gestos de comando infiltrado (ya es normal que se nos de bien). Todo fue de maravilla hasta llegar a la puerta de la vivienda y abrirla sintiéndonos vencedores y ver que en rellano había un retén de guardia que se empeñó en hablar con nosotros y en decir el estilo de cosas que siempre se dice en esos casos. Pasado el susto la Muchacha y yo optamos con la carga frontal, respondiendo "sí, sí, no, no, la, la" a todo lo que nos decían más por necesidad que por indiferencia. Por necesidad porque a mí ya me había dado por responderle a la gente "¡estás usando otra vez al Arte como un medio, no como un fin!" (tres veces creo que llegue a decir eso). Por necesidad porque la Muchacha aguantaba en la garganta revelaciones que sólo esperaban a poder ser dichas y cuyo lugar no era ese.

Así que huimos escaleras abajo y salimos a la calle abarrotada. Como eran las fiestas del Orgullo Gay, mi intuición detectivesca estuvo funcionando a pleno rendimiento un rato. Pero cuando llegamos a las calles menos transitadas la Muchacha comenzó a soltar una diatriba indignada contra el último premiado con el Príncipe Viana de Cultura, que no fue otro que Alfredo Landa.

-Porque Alfredo Landa es el culpable de que a todos los españoles os gusten las suecas -dijo, agitando furiosa mi dedo ante mis ojos, porque cuando se indigna, en vez de agitar su dedo agita el mío, cosas entrañables que tiene-. ¡Que sí que sí! ¡Que si no de qué os iban a gustar las rubias!

-Pero corazón -protestaba yo-. Si tú eres rubia.

-¡Infiltrada! Yo estoy con las morenas a las que tanto daño ha hecho Alfredo Landa.

-Y Alfredo Landa, que en paz descanse, hizo más cosas aparte de proselitismo sueco. Hizo una serie sobre un gasolinero que gritaba mucho cuando la gente se follaba a su hija, ¿no?

-¿Que en paz descanse? Si está vivo.

-¿Ah sí? Bueno, pero estará mayor, espero que a estas horas esté descansando tranquilo, que es tarde, y a ciertas edades hay que cuidarse. Y además tú a mí no me gustas porque seas rubia. Me gustas porque... -seguí protestando yo, y luego dije esa clase de cosas que uno piensa y que suelen terminar con un atropello mutuo y una tregua en un portal donde dar rienda suelta al lenguaje no verbal. Seguimos caminando y ella terminó de contarme su moreno secreto.

-Ahora que bien empleado os lo tenéis. Porque tengo que confesarte que soy, en realidad, la propietaria de Ikea, y que creé la compañía para arruinar a todas las tiendas de muebles de la carretera de Andalucía, como venganza en nombre de las rubias.

-¿Eres la dueña de Ikea? -yo siempre supe que estaba pegando el pelotazo de mi vida con la Muchacha.

-Claro que sí. Y ¿no queríais a Suecia? Pues toma Suecia. ¿Dónde quedan Mercamueble, Mueblesur, Masmueble e Hipermueble, ¿eh?

-¿En serio eres la dueña de Ikea?

-Claro que sí. Mira, me sé los nombres de todos sus tornillos. El glorifondi, el postriscostris, el lipolopi, el turiruro, el gflundungo.

-Eres la dueña de Ikea -admití yo, convencido por el despliegue.

-Y vosotros, españolitos adoradores de rubias os habéis quedado sin tiendas de muebles, por hacerle caso a un tío bajito y feo que hacía pelis cutres, al que le han dado un premio de cultura.

Luego llegamos al palacete, subimos los puentes levadizos, bajamos los fosos y trepamos a lo alto de su torreón. Y apagamos las luces y te prometo que ahí, en la oscuridad de la noche madrileña, el pelo de la Muchacha ¡pareció moreno!, y yo me asuste, no mucho, pero me asusté un poco, que para algo es uno un poco cobarde, y luego tuve que fingir una excusa, dar una luz un momento y ver que no, que el pelo de la Muchacha seguía siendo el mismo, y ya me quedé tranquilo sabiendo que sí, que soy un privilegiado, que salgo con una rubia, y sobre todo que Alfredo Landa, que en paz descanse, estaría orgulloso de mí.

4.7.08

de profesión, detective holístico

Antes de nada, siento muchísimo mi silencio de estos días. El último pobre troll, que no iba a decir que no fuese a escribir pero ya no escribe y aún así quizá lea, debe estar corroído por la impaciencia de poder marcar rayitas y rayitas de puntos negativos en su lista de juicios sumarísimos, en fin. La culpa de todo esto, como la culpa de todo lo que pasa en mi vida, es de la Muchacha. Como bien sabes a estas alturas del blog, ella viene a ser la fuente e inspiración de como el 90% de lo que escribo, pero es que el material que me ha estado dando últimamente es impublicable. Conversaciones telefónicas con su abuela y cosas así, que dichas así, en resumen inocuo, no parecen esconder peligro, pero es que qué conversaciones, en fin.

Así que tendré que retomar la costumbre prehistórica de hablar de mí, a secas. Aunque ella sale en la historia, que no cunda el pánico.

El caso es que hace ya un año que yo empecé a notar que tengo unos ciertos dones detectivescos que estoy empezando a considerar como posible opción laboral, a lo Dirk Gently. Por aquel entonces, recordemos, yo trabajaba en otra oficina, con otro grupo de gente, entre los cuales había un tal Junior, un tipo la mar de pintoresco que cobraba más que yo por dedicarse a ver películas de Harry Potter. Y yo noté ciertos detalles por lo general imperceptibles. Por ejemplo, cuando nos bajábamos a la calle a fumar un cigarrito y tomar el aire, él seguía tan pancho con la conversación cuando, digamos, pasaba alguna mujer minifaldísima y escotadísima. Qué interesantes deben estar siendo mis palabras, pensaba yo. Por ejemplo #2, tenía la barba postadolescente más arreglada que he visto en mi vida, y una pulcritud inverosimil. Y por ejemplo #3, decía que el porno que almacenaba en el ordenador del trabajo no iba a ser de nuestro gusto. Pues bien, el día de mi prodigiosa deducción estábamos tomando el café de media mañana (así llamado en parte por cuándo lo tomábamos y en parte por su duración), cuando él, contándonos sus tribulaciones sentimentales, utilizó un "le" referido al ente que provocaba sus mohines de tristeza. Y el "le" estaba bien usado, pero en esta tierra de laístas sonaba raro, así que cuando se fue al baño yo me quedé meditando y a la pobre mujer que nos soportaba durante los desayunos le dije

-Ando yo pensando que el Junior es un poquito gay, ¿no?

Ella me miró, y antes de contestarme sorbió ruidosa su café, y apuró de una calada el decimotercer cigarro de la pausa para el desayuno.

-¿Y que se pase el día hablando a gritos en la oficina de su novio, así, con o, no te había sugerido nada?

Yo es que escuchaba mucho death metal a todo volumen, por aquel entonces.

He usado este don en más ocasiones, me sirve por ejemplo para distinguir a las putas de las guiris desorientadas en la calle Carretas. Y el otro día se manifestó por última vez. Fue durante el taller. Acudió uno de sus integrantes especialmente dicharachero y espídico, y luego vino una mujer que ya había aparecido por sus proximidades unas cuantas veces, y las cosas como las veo: yo ya me olía algo por eso de que habitualmente venían juntos, se iban a la vez y se pasaban todo el tiempo pegaditos. Pero el último día de quedamos todos les vi darse un besito. Un besito de treinta segundos con profusión de barroquismos lingüisticos y océanos salivales. Y luego nos fuimos. De camino a casa, iba yo agarrado de la manita de la Muchacha, encajando piezas, y sabiendo que ella es así de cotilla decidí que la evidencia ya era razonable y le dije

-Yo creo que estos dos están liados, ¿eh?

Ella me miró con un gesto de piadosa paciencia, me agarró fuerte de la mano, y no dijo nada.

Ando impaciente por enfrentarme a mi siguiente misterio.

1.7.08

excuse moi, maldito

Somos lo que somos, entre otras cosas, porque también somos en parte lo que son los demás. Así por ejemplo el ser humano no crece y se educa sólo en función de su propia experiencia y de las enseñanzas de sus mayores cercanos, sino al abrigo de toda la cultura común y del conocimiento almacenado que nos enseña cosas como que hay que mirar las calles antes de cruzar o que esas frutitas rojas de aquel árbol podrán parecer muy ricas pero el tátarara-tatara-etcétera-abuelo Gnurgl se comió media docena y se pasó la noche inventando el break dance y finalmente muriendo. Como a mí la civilización esta nuestra ha intentado enseñarme mucho (otra cosa es que no pudiese por mi carácter de natural distraído y ¡oh mira, una mosca!, qué graciosa y ¿dónde dicen que estaban los Pirineos?) pues yo creo que lo menos que puedo hacer, cuando hago algún descubrimiento nuevo, es compartirlo aquí con todo el mundo para contribuir así desde mi humildad y mi modestia al bagage cultural de nuestra especie esta tan graciosa y tan cachonda.

A tal fin, vengo a desmontar un supuesto falso que yo tenía y que ha resultado ser falso. Comentába Vicky poco antes de que la Muchacha y yo nos fuésemos a hacer las francias esa escena de Matrix Reloaded, película nefasta como pocas, en la que el tipo aquel cuyo nombre no voy ni a intentar recordar decía que le encantaba el francés porque incluso los insultos en ese idioma suenan bonitos (él lo decía más cursi, pero era esto mismo). Pues resulta que no, que como tantos otros tópicos, como el de que un café vale lo mismo en París que un hígado en el mercado negro (vimos un cartel que anunciaba cafés ¡a 1€! Naturalmente huimos de allí buscando el café más caro que pudimos encontrar, aunque por error otro día terminamos en otro sitio donde el café valía un euro y poco) eso es rotundamente falso. O lo de que el idioma es incomprensible se coja por donde se coja.

Así, cuando aquella camarera dijo "excuse moi", todos los que la escuchamos, supiésemos francés o no, entendimos perfectamente lo que sus palabras significaban, que no era otra cosa sino "sal de mi camino, bestia infecta, o te reventaré los testículos a pisotones con los tacones".

Advertido queda el mundo. Otro día entraré en detalles sobre ese otro mito, también falso, de que los franceses pasan todas sus horas de ocio tirados en una cama, en camiseta imperio, fumando Galoises como si no hubiese un cancerígeno mañana y escuchando cantantes horteras soltando berridos de pena en gramófonos viejos cubiertos de polvo y ceniza y manchitas de vino ancestral.
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.