Hablaba ayer de la contradicción que supone tener una abuela más roja que el Che cuyas ideas sobre inmigración deberían hacer las delicias de los adláteres de la extrema derecha (léase Federico*, léase Josemari**, léase Pío***), cosa que no resulta tan rara, y si tierna confirmación de ciertas sospechas, cuando se tiene en cuenta que mi pobre abuela es una ferviente católica que ha obtenido gran parte de sus conocimientos y juicios previos respecto a los inmigrantes en la casa de dios, donde los curas, en su pastoreo, a veces recorren tortuosos caminos a la hora de explicarnos cómo ser buenos. No es la única contradicción de la familia, ni probablemente la más llamativa, como tampoco lo es la que voy a contar hoy, que, vale ya de rajar de nuestros mayores, trata sobre mí, asunto este peliagudo pues yo tengo a mano redención alguna con la que equilibrar la balanza, como sí las tiene mi abuela (por ejemplo es una mujer adorable, adora a la Muchacha y hace unas croquetas por las que uno mataría). Tendré que recurrir a ponerle cara de pena a quien me mire mal. Con la Muchacha el truco suele funcionar. Es buenísima mi cara de pena. Bueno, cuando me sale bien, porque a veces yo intento componer el gesto, y la Muchacha me mira con cara de circunstancias diciendo “esa no es”, y yo recompongo el gesto y ella bufa y dice “esa tampoco”, y así hasta que acierto y pasa de los “esa no” al enternecido “¡ayyy, pobre!”. En fin, al grano, que me despisto.
Resulta que yo, que soy un orgulloso crítico de esa barbaridad que llaman “la fiesta nacional” y que consiste en vestir a un tío de travesti barroco de calzón apretado y ponerle a torturar hasta la muerte a un pobre hervívoro inocente mediante el empleo de una serie de métodos de engaño que eliminan casi todo riesgo hacia su persona y garantizan la ejecución lenta y dolorosa del animal, yo, pese a eso, soy un ávido seguidor de los Sanfermines, para sorpresa de algunas personas, cuando lo descubren.
Lo que pasa es que lo descubren y, como los lectores maliciosos que hayan llegado leyendo hasta aquí sin haberse leído las tres primeras notas a pie de página a las que se remitía al lector en el primer paréntesis del primer párrafo (qué largo ha quedado, ahora que lo miro) (claro que también la frase que va delante del párrafo anterior se las trae. ¡A ver quién es el guapo que las lee del tirón, sin pararse a respirar!****), sacan sus hirientes conclusiones a partir de lo circunstancial, sin ahondar en los motivos o las razones de las cosas. Y es que ¿qué es lo que yo disfruto de los Sanfermines? No es el correr de los mozos delante de los toros asustados. No es el morbo sádico del que espera ver cómo cornean a alguien y, tal vez, asista a una muerte en directo. No son las caídas, los atropellos y los zarandeos de las masas de mamíferos, etílicos o herbívoros. ¿Se escribe así, herbívoros? ¿Hervíboros, hmm? ¿Cómo coño lo escribí antes? No es nada de eso, decía. A mí lo que me gusta es ese momento sublime que sucede justo después de que un corredor salga al paso del toro que galopa perdidísimo y siente esa necesidad de sublimar ese momento en lo tangible y pim, coloca su mano en el lomo del animal, creando el peligro de que el toro interrumpa su carrera y se de la vuelta y monte una escabechina. A mí lo que me gusta es cuando aparece uno de los pastores, garrote en ristre, y plaf, le descerraja al tipo de las manos largas un estacazo en los lomos. Aún recuerdo la primera vez que me fijé en ellos, de pequeño, viendo los encierros junto a mi padre, que es un firme defensor de los animales que sí que ama con locura la tortura de los toros.
–¿Y por qué le sacuden a ese señor, papá? –le pregunté yo hace tantos años.
–Por gilipollas, hijo –me explicó mi padre.
Y desde entonces he amado los Sanfermines. No hay año, si uno los mira con atención, en el que no pueda verse a un imbécil llevándose un castigo en vivo y en directo. Y esto, desgraciadamente, no se suele ver ni por la tele ni en la vida diaria. Así que año tras año yo trato de verlos o, en su defecto, ver algúna repetición, para constatar, en cada uno de esos palos pegados a conciencia, que la justicia, aunque a veces le falle la cobertura, existe.
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* Aviso a posibles denunciantes: Ojo, que en primer lugar no menciono apellidos y ese Federico tal vez no sea Federico Jiménez Losantos, o tal vez sí, pero si no se especifica reclamo para mí el beneficio de la duda, y en segundo, obsérvese que el uso de la palabra “léase”, que quizá, no está claro pero de igual forma reclamo para mí el piadoso manto de la duda, sea un condicional por el que aconsejo, sugiero y conmino a la lectura del tal Federico (que tal vez sea el de la COPE, o tal vez no), circunstancia esta que no tiene por qué ser tan rara después de, como se ha demostrado con anterioridad en esta entrada, tener la contradicción en la sangre por evidentes cuestiones genéticas.
** Ídem, cambiando “Federico” por “José María”, “Jiménez” por “Az” y “Losantos” por “nar”.
*** Ídem de ídem, cambiando “José María” por “Pío” y “Aznar” por “Moa”.
**** Consultados mis abogados, son optimistas sobre las escasas posibilidades que frases como esa y como esta que en este momento quizá leas sean acogidas a trámite al interponer contra mi persona una denuncia por intento de homicidio por axfisia del lector, arf, arf, arf.
1- Díle a tu abogado que no subestime el poder de indignación y la capacidad de sentir rencor de la asociación conocida como Faes y sus aledaños.
ResponderEliminar2- De memoria diría que es herbívoro.
3- La abuela de mi novia es viuda de guardia civil, le he oído pronunciar la siguiente frase: "Si el maricón de Carrillo y la puta de la Pasionaria no nos hubieran robado el oro para dárselo a los rusos otro gallo nos cantaría", y, sin embargo, adora a los gays y se lo pasa pipa viendo las celebraciones del día del orgullo en el telediario. Debe ser algo generacional.
4- A pesar de que entiendo tu relación con los Sanfermines, para mí, el mejor momento es cuando cantan el pobre de mí, porque ya termina. Aun así (¿Irá ese aun tildado?), me parece menos salvaje que otras tradiciones, como lo que hacen en Coria.
Un abrazo.
Sigo siendo antitaurina, pero veo los encierros porque mi madre es ferviente y no vamos a discutir a esas horas, además este año el resumen lo ponían con "En blanco y negro" de Barricada de fondo y... en fin.
ResponderEliminarNunca jamás en mi vida habría yo caído en ese detalle que cuentas sobre los pastores jueces y verdugos de la estupidez en masa.
Cagüen, tendré que esperar un año entero para constatarlo y lo mismo de aquí hasta allí se me ha olvidado, aunque quién sabe.
Me suele aluciplipar muchísimo en los detalles en los que te fijas.