maneras de andar
Dice la Muchacha que yo camino a saltitos, lo que por lo visto le resulta muy gracioso y muy simpático y, añade con maligna perversidad, echa por tierra ese malotismo mío que tantas horas de estudio de personajes de Clint Eastwood me ha costado lograr.
Veo The Wire, y siempre que sale el teniente Cedric Daniels (Lance Reddick), yo pienso que tiene unos andares de felino, de pantera; pocas veces he visto a nadie andar así, con ese ritmo y con esas maneras que tienen algo de naval y de etéreo.
Y como veo mucho a la Muchacha y como veo mucho The Wire, y como me gusta mezclar cosas, termino mirando cómo camina la gente.
Recuerdo a Vero, mi agente, caminando y bailando, cuando queda con uno y llega y, cosa rara, no llega tarde, y no está dispuesta a desprenderse de la música hasta que termine la canción y guarde el emepetrés.
Recuerdo a Wilson, caminando como quien cuenta los pasos para dar los menos posibles, como quien planifica la instalación de una grúa o el transporte de material radiactivo.
Recuerdo a Juanito, mi compañero de piso, arrastrando los pies camino del baño, bostezando y rascándose, balanceándose de lado a lado.
Recuerdo a Elena, que más que caminar, participa en competiciones de velocidad, la vista gacha, la cabeza inclinada hacia delante, sin parar de agitar las manos y sin dejar de descuartizar el último amago de razonmiento que el jadeante yo que camina a su lado ha tenido el infortunio de decir en voz alta.
Recuerdo a Blanca, a la que cada verano hago una foto, andando como quien acaba de sobrevivir a un accidente de tráfico con profusión de vueltas de campana.
Hoy, volviendo a casa (a esta casa), pensaba en todo esto. Hasta me he parado un rato en un cruce de túneles de metro. En parte dudaba por qué camino volver (venir), ¿el corto con transbordo o el largo, que termina en paseo?), pero en seguida me he dedicado a mirar cómo camina la gente.
Cinco, diez minutos. Hasta que he recordado que me estaba muriendo de hambre.
Pero cuando me he vuelto a poner en marcha ya, tras tanta observación de campo, me he sentido preparado para vengarme, y he intentado recordar cómo camina la Muchacha, desenfundando mi malignidad perversa. He recordado la primera vez que la vi caminar, que me fijé en ella caminando. Era invierno, como quien dice. Yo iba del metro hacia ella, ella de un kebab hacia mí. Era la primera vez que quedábamos. Ella venía sonriendo, yo supongo que también, los dos pensando ¿y ahora qué, nos damos un beso, dos?, y con esa imagen se me ha deshecho toda la malignidad perversa y he sido incapaz de recordar nada que no fuesen sus ojos. Así no hay forma de ponerse a pensar en cómo camina nadie.
(Aunque por el movimiento de los ojos yo juraría, apostaría, asumo que, las cosas como son, ella también venía dando saltitos).
Buah,pues sí que es la leche la Muchacha que hasta ablanda al descendiente directo de Eastwood... Yo creo que ando balanceándome, ¿es grave, doctor?
ResponderEliminarAhora andáis cogidos de la mano...
ResponderEliminar¡¡Ayyy!
Cuando te pones tierno, David, es que desmontas a un pelotón!
Un beso!!!!
andan de la manita y dando saltitos???? demonio de muchachos! puaj
ResponderEliminarYo creo que no siempre se anda igual. Pero sí que hay una manera prioritaria.
ResponderEliminarCuando en la oficina estaba colocado de espaldas a la entrada, casi al principio, una de las maneras de acabar con el tedio era fijarme en los pasos y ver quién era el aparecía ante mi vista. A los dos meses podía reconocer casi a la totalidad de la gente que trabaja conmigo.
Pregunta, a veces, por casualidad, he dado con esa serie y me he quedado embobado. PEro nunca apunto en qué cadena, qué día y a qué hora es. ¿Me puedes informar?
¿De la mano y a saltitos? ¡¡Puaj, puaj!!
Cría fama y échate a dormir.... yo no llego tarde, lo que pasa es que la mayoría de las veces que hemos quedado se han dado todas las circunstancias posibles para que yo llegue tarde y tu te desquicies...
ResponderEliminarY lo demás... es verdad, que curioso :D
Carmen: si será grande, que a mí, ¡a mí!, me llama pequeño.
ResponderEliminarBalancearse no es grave, es buena idea. Fluir, y tal.
Lara: gracias. Sí que nos cogemos las manitas, sí. Bastante. Hum. ¿Nos vigilas, o qué?
Aroa. Andan de la manita, qué vergüenza.
Nán: cierto, cierto.
Qué observador. Yo también reconozco los andares de algunas personas de mi oficina. Pero es que parecen nazis invadiendo Polonia, de los pisotones que pegan. Para no reconocerles.
Y la respuesta a su pregunta es: Dame un dvd y la ves cuando quieras en el ordenador en versión original, hombre, ¡qué es eso de la tele, la tele!
Y de puaj nada, eh.
Vero, vale. En general, no llegas tarde. Vale. Pero en particular, en todas y cada una de las ocasiones en que he quedado contigo a lo largo de mi vida, que son como ochocientas mil, siempre has llegado entre 10 y 30 minutos tarde. Pero nooo, en general no llegas tarde, nunca. Es el paso a lo particular lo que te jode un poquillo esa estadística.
(Mentirosa).