30.10.09

ahí se marcha el tren, sin mí

Miradle, ahí se va, humeando, atravesando profundos valles boscosos, rumbo a paraísos que jamás serán los míos.

Ahí va el último tren que perdí. Ah, mis ansias por sufrir por fin una pandemia. Ah, mis suspiros por una baja laboral decente. Todas para nada, todos en vano.

Todo el mundo padeciéndola, pasando alegremente un par de días de fiebre y luego unos cuantos más de baja diciendo aquello de “¡pues vaya mierda de gripe, si la normal es peor!”, y yo aquí, sorbiéndome los mocos, mitad de pena, mitad de enfermedad cutrecorriente (bueno, más que mitad y mitad el reparto es 3% vs. 97%), descubriendo por qué al simple resfriado común de mierda (he tenido que ponerlo, lo de “de mierda”; con “simple” y “común” no bastaba) a veces se le llama trancazo.

Lloro, desconsolado, y la gente de la secta se acerca a darme palmaditas y esperanzas, “no te preocupes, David, seguro que la próxima pandemia global te infecta”, o “chico, quizá esta cepa del resfriado se extienda y se haga pandemia también por ahí lejos”, o “como no viniste el miércoles, te he mandado al correo el himno del Alcorcón” (esto último lo ha hecho Que No).

Y yo lloro, desconsolado, pensando la cantidad de veces que estos días me he podido medir la temperatura, entusiasmado ante cada décima de más, y como casi lloré, también pero de alegría, cuando por error creí ver que por fin superaba los 38 (y qué va, por debajo de 37, estaba).

En fin. Se fue el tren. Sin mí.

Y yo aquí, agitando mi cleenex saturado, infectado de la enfermedad más cutre el catálogo médico.

Qué vergüenza, qué ordinariez, un elitista como yo.

En fin. Se fue. Sin mí.

La muy pandemia hija de puta.

28.10.09

doc


Antes de que llegase Microsoft, es decir, en la Prehistoria, doc era gracias a las pelis yanquis una forma corta y cariñosa de llamar a los doctores, porque los yanquis son así, cariñosos y concisos, excepto cuando ponen nombre a sus farras militares, donde curiosamente son poetiquísimos, en fin, estoy empezando a desvariar y creo que ya ha quedado claro que con "doc" no quiero hacer pensar a nadie que voy a hacer un análisis sobre el formato clásico del Microsoft Word, líbreme Linus Torvald de la tontería. Aleluya, amén.

Tras la escalada de violencia enfermedadiana que sufrí ayer, tras los avisos estornudiles del lunes, hoy me he despertado diciendo ufff, con los ojos dos tallas más grandes que sus cuencas, la garganta como el asfalto de una carretera secundaria, el Madrid perdido 0-4 con el Alcorcón, la cabeza como un tablao flamenco y la nariz tan llena de mucosidades que para caminar debía apoyarla en el suelo y después arrastrarla. Tremenda lista apocalíptica, la de mis síntomas, en especial lo del Madrid. Así que en vez de ir a trabajar y a soportar a Que No mofándose de mí todo el maldito día me he quedado en casa quejándome, ay, ay, ay, viendo capítulos de Modern Family y yendo al médico de la mano de la Muchacha.

Es todo un hallazgo, para mí, la cosa esta de los médicos, porque con el desprecio a lo carnal que se nos presupone con acierto a todos los hartistas hiluminados yo siempre me he hecho mucho el tonto cuando a mi cuerpo le ha dado por renquear y dolerse y segregar cosas. Ah, no, disculpa, querido cuerpo, creo que está claro que el alma, bien sea una propiedad emergente emanada de la complejidad del entramado neuronal, bien sea un parásito extraterrestre, en realidad es otra cosa, y yo no soy eso que los espejos me reflejan con descaro, sino otra cosa cálida, pequeña, húmeda y genial, faltaría más, o menos. Así que ha sido todo muy sorprendente, en mi visita al médico.

¿Y cómo son las visitas al médico? Contarélo, por si alguien, como yo, no es ducho en estas cosas: el médico es un tipo que te mira dos veces, te pasa un estetoscopio por la espalda y luego hace un cuestionario, asumo que de los de Facebook, cuyas preguntas te hace a ti y respondes tú, que si de qué color son tus babas, que si cuántos litros de agua bebes al día. Como si alguien en su sano juicio los fuese a contar, o a seguir su sugerencia de beber el agua directamente de botellas de litro para facilitar la cuenta.

Y en fin, me ha recetado medicamentos varios que supongo que pasado mañana olvidaré tomar, y nos ha despachado con viento fresco, y cómo no, si ya estamos casi en noviembre.

Pero que conste que yo he salido maravillado. Tras tanto ver capítulos de House, todo eso de que esté todo tipificado, que el tipo se base en lo que vea en su pantallita del ordenador, que estemos ya a un paso de que directamente uno pueda seguir una aplicación desde su casa y hasta publicarlo en su perfil, me hace sentir terriblemente moderno.

¡Qué tiempos fascinantes estos!

Y pensando esto y pensando en que estoy pensando esto me dice una vocecita mía que sí, claro, por eso al volver a casa me ha dado por escuchar música de 1974. Claro, la modernidad. Pero por una vez tengo con qué darle en los morros a esa vocecita tocapelotas, porque a ver a cuénto de qué iba yo a poder escuchar ahora así, de repente, por capricho, una canción de 1974, si no fuese por la modernidad de marrás. ¡Touché!

Me lo apunto en mi marcador. Va así: David 17453 - David 17455. ¡Me estoy cogiendo ventaja!

27.10.09

los ojillos y sus cosas (y mis narices, al final)

Aviso: antes de leer este post hay que leerse el anterior, y seguir las instrucciones de ir a esta página y ver el vídeo de 30 segundos que sale, donde se ve una serie de jugadores de baloncesto, unos con camisetas negras y otros con camisetas blancas, y contar cuántas veces se pasan la pelota.

Así que si sigues leyendo tienes que haber ido ahí y todo eso, ¿verdad?

¿Verdad?

¿Verdad?

No me fío.

¿En serio?

Vaaale. Venga, voto de confianza.

En fin: la pregunta, en realidad, no es cuántas veces se pasan la pelota los unos a los otros, sino ¿has visto el gorila? Sospecho que darnok (con discreción y elegancia) y confirmados Microalgo y a filla do mar lo han visto. Lo normal es que concentrados en la escena, no nos demos cuenta de que mientras los jugadores andan ahí trasteando con las pelotas de baloncesto hay alguien que aparece en escena hacia el segundo 11 disfrazado de gorila, se coloca en mitad de la escena, saluda a la cámara aporreándose el pecho y sin prisa sale de la escena.

Estaremos de acuerdo en que ver a alguien disfrazado de gorila aparecer y hacer un rato el tonto debería llamarnos la atención, ¿no? Y sin embargo la inmensa mayoría de la gente no lo vemos (si alguien lo ha visto a la primera, que pruebe a ponerle el vídeo a gente), pese a que miramos la escena concentrándonos en ella. O eso creemos.

Queda la conclusión de que no nos podemos fiar de ese tándem al que le tenemos tanto respeto injustificado que forman los ojos y el cerebro. Solemos asumir como hechos las cosas que vemos. Y sin embargo si alguien nos preguntase ¿has visto al gorila?, la mayoría de nosotros responderíamos ¿qué gorila?

Luego nos sorprendemos cuando alguien ve platillos volantes alienígenas o la cara de alguna deidad suya flotando en la espumilla del café. Luego pensamos que la realidad es eso que creemos ver.

Y nuestros ojillos y nuestro cerebro, simplificando como les da la gana, escamoteándonos información.

Es algo a recordar, a tener en cuenta.

Como dice Dawkins en el libro que me estoy leyendo, hace pensar en los testigos oculares de los juicios, y en cuánta fe les concedemos.

Por lo demás, te cuento que estoy malito. Anoche estornudé en un bar y ya no paré de moquear y toser y soltar espumarajos por la boca, fue un comienzo de resfriado demoledor.

Y hoy en la secta, nada más llegar, he ido ilusionadísimo a echarle un ojo al documento interno que tenemos sobre la Gripe Puerca. Y nada: no tengo fiebre y sí tengo mocos, ergo no es Gripe Puerca. Cagüenlaleche, no hay forma de que me pille ninguna pandemia, con la ilusión que me hace a mí estar en cuarentera, o en su defecto una semanita de baja.

Pobre yo, con mis enfermedades cutres y aburridas, soltando mocos como se ha hecho toda la vida. Qué doble asco.

26.10.09

la venganza de mi cerebro

Aviso: este post trae deberes. Pero son divertidos, útiles y se hacen en lo que tarda en cargar una página más treinta segundos. ¡Mañana pasamos lista!

El sábado salimos Juanito, Jaimito (resumiendo, los señores Jotas) y yo por Lavapiés. Las mujeres (la Muchacha y, por eso del plural, otras mujeres) habían decidido montar una cena de género, así que nosotros salimos así, de género.

Jaimito lo llamaba noche de solteros, por matizar más allá del género.

Y la noche estuvo graciosa excepto por la copa que me mató precisamente después de haber hablado largo y tendido (tendidos en las sillas de una terraza, concretamente) sobre las borracheras dignas.

Dile yo un sorbito a aquella última copa, slurp, y el mundo descarriló.

Apenas me dio tiempo a palidecer, donar mi copa y salir de allí a la carrera zigzagueante.

Pero lo de mi cerebro sucedió antes: me acompañaron los señores Jotas a un cajero, a que sacase dinero para financiar copas como por ejemplo la que después me mataría, la muy puta. Pero en fin, era hora de optimismos y de rellenarse la cartera, por si la noche. Y así nos pusimos a la cola del cajero, porque en sitios como la Latina no existe noche ni fin de semana sin cola delante de los cajeros. Y delante de nos, dos chavalas, intentando sacar dinero. Y no podían. Y uno de los Jotas, al que no nombraré por no arruinar su estupenda reputación cívica (aunque sí diré que no era Juanito, que es un cacho de pan y no merece la sospecha), se puso a carcajearse al respecto, que si no tienes pasta no te va a dar, que si bla bla bla.

Así que cuando por fin se iban y nosotros nos acercábamos, cuando nos las cruzamos, se despidió preguntándoles “¿habéis olvidado el pin o qué?”

Y el efecto inmediato es que a mí se me olvidó mi pin.

Metí la tarjeta, probé dos veces, nada. Se morían de la risa, los señores Jotas.

–¡Pero cómo no te vas a acordar!

–Pues ya ves, así, no acordándome. Si es que para qué le dices nada a las chavalas, con lo empático que es mi cerebro con el olvido.

–¡Pero hombre, para la tarjeta hay que tener un pin del que te vayas a acordar!

–Sí, sí, claro, hasta que se te olvida. Yo me acordaba hasta hace cinco minutos.

Y en fin, se rieron mucho y luego Juanito me prestó un dinero que encima después medio perdí, sospecho.

Y encima a mi móvil le dio por pedirme el dichoso puk. Que pins vale, pero ¿puk? ¿Quién coño se sabe el puto puk de su teléfono?

Así que se rieron muchísimo.

Al día siguiente se lo conté a la Muchacha y nos acercamos al banco. Me salió el pin a la primera.

Si es que el cerebro es una máquina rara y caprichosa, pensé, a la que el mundo real le viene importando más bien poco, y que almacena y pierde la información como le da la gana. Y entre eso y que leí sobre él en un libro, recordé un experimento curiosísimo sobre el que leí alguna vez por alguna parte, que es el que si te parece podemos hacer aquí.

El experimento tiene dos partes: en la primera, hay que ir a esta página y darle al vídeo que tiene en el medio. Es un vídeo de 30 segundos en el que unos chavales vestidos de blanco y otros vestidos de negro se pasan unos balones de baloncesto, y consiste en contar la cantidad de pases que hacen.

¿Alguien sería tan amable de perder en total 1 minuto de su vida yendo, viéndolo y posteando aquí la respuesta?

Si me hacéis el favor, así sigo otro día con la segunda parte, que es la que esconde chiste.

24.10.09

lo que pasa cuando los niños prodigio se juntan y sacan muchos discos



¿Cuántos bombos tiene la batería de Mike Portnoy, y por qué?

Tres. Porque cuando se apuntó al proyecto de Transatlantic se apañó una batería más pequeñita y coqueta a la que le cogió gusto, y a la hora de volver con Dream Theater y su batería descomunal no supo qué hacer y decidió que, bueno, siempre podía pegar las dos y llevárselas juntas.

¿Cuántas cuerdas tiene la guitarra de John Petrucci?

Siete.

¿Y cuántos pedales?

¡Uno!

¿Y el bajo de Myung?

Seis.

¿Y qué tiene el teclado de Jordan Rudess que le llena de orgullo?

Que gira.

¿Y qué se puede esperar cuando Dream Theater toca sin teloneros y se arrancan con una versión de un grupo que, casualmente, sea la primera canción del disco en el que sale la versión?

Que versioneen el disco entero.

¿Y por qué Liquid Tension Experiment no pretende sacar más discos?

Porque, básicamente, son Dream Theater sin LaBrie cantando.

¿Y cuál es el fan más feliz de Dream Theater?

El japonés de la camiseta blanca que en el DVD del directo en el Budokan pasa de la última fila a tocar la batería con Mike Portnoy.

¿Y cómo suena James LaBrie?

¡Como un gato al que le pisan la cola!

Si hubiese exámenes de Dream Theaterismo, sacaría mínimo un notable sin estudiar. Dream Theater, aparte de el grupo más grande del metal progresivo, es un mito con (ocho) patas (y tres bombos). Una leyenda viva, y probablemente la mayor concentración de talento interpretativo por metro cuadrado de escenario que existe. La gente que tiene su grupito y toca metal suele estar loca por ellos al margen del género particular que toque. Conocí a un cantante de death metal sevillano que contaba con lágrimas en los ojos el viaje que hizo con su novia a verles a París, por ejemplo. Y la gente que monta un grupo a veces, con mucho esfuerzo y meses practicando, aprende a tocar una canción suya. Pero ellos, los tipos geniales, se las saben todas, los condenados, y además suelen tenerlas ensayadas (las suyas y, en fin, otras, porque siempre pueden aparecer y tocarse entero el Master of Puppets de Metallica, o el The Number of The Beast de Iron Maiden, etc), porque cuando Mike Portnoy planea el setlist de cada concierto va cambiándolo a conciencia, por si a algún fan le da por asistir a dos conciertos de la gira, para que no vea dos noches lo mismo. Teniendo en cuenta la cantidad descomunal de notas que tienen sus canciones, la cantidad de trastes de las guitarras de siete cuerdas y los bajos de seis, las mil teclas del piano y el incontable número de timbales, platos, cajas, tambores y bombos de la batería, que toquen todo bien y que toquen como tocan es, en realidad, algo sumamente improbable, pero que sucede en cada concierto.

Además, por darle algo más de mérito, lo complican más. Por ejemplo, ¿para qué tocar el Pull Me Under como siempre, con lo complicado que es, cuando se puede complicar más metiéndole en pleno centro el solo de otra canción y acelerándola al doble de velocidad?

Y van y lo hacen, los músicos geniales. Y sus dedos rompen la velocidad del sonido. Y Portnoy, además, saca tiempo para saludar, ponerse de pie, pasearse alrededor de la batería sin dejar de tocar, tirarle una baqueta a un tipo que pasa por allí para que se la devuelva y seguir tocando.

En fin. Debería hablar del resto del concierto (porque, además, estaba Opeth, con Mikael Akerfeldt diciendo "buenas noches, ¡feliz navidad!" y "we are Opeth, from Stockholm. And we are very popular... mostly with the ladies... we are trying to understand why"), pero no hay manera, porque el viernes vi a Dream Theater, que ni siquiera me gustan tantísimo, pero es que son Dream Theater. Que viene a ser como si uno es creyente y una tarde llama Dios a su puerta diciendo que trae cervezas y patatas, que viene a ver el fútbol, por ejemplo.

En fin, para qué decir con unos cientos de palabras lo que se puede escuchar y ver en unos miles de notas; échales un ojo. Aunque sólo sea por ver al mejor batería del mundo (acompañado por unos de los mejores teclistas, bajistas y guitarristas del mundo, y sin el gato maullando):


21.10.09

¿dónde está la calle mayor y qué pasa con google?

Esta mañana hemos desayunado en el local que, en ese idioma particular que desarrollan las parejas, la Muchacha y yo denominamos como El Bar de la Esquina.

Es una cafetería típica de café mañanero y desayunos con churros. Típico excepto por la pintura colores crema y marrones y por el cartel que, sobre la cafetera, avisa de que no se sirve alcohol antes de las 12.30. Supongo que eso nos hace perdernos la parte más cañí del amanecer madrileño, pero lo convierte en un lugar tranquilo. Curiosamente tenían la televisión apagada y la radio puesta. Sonaba una cancioncita rockandrollera, voz de mujer. No me gustaba, pero era de agradecer. La Muchacha y yo, como decía, desayunábamos.

Está malita, ella, de la espalda. Alguna lumbalgia, o algo así, agudizada anoche por ese empeño suyo en desafiar a la adversidad y a los músculos y ponerse a fregar bañeras en su condición.

Que no es que ella estuviese ahí puesta a limpiar baños y yo estuviese tirado en el sofá viendo capítulos de House, que conste; mientras yo ponía una lavadora.

Eso fue antes del Gran Ay, claro. Después a lo que me dediqué fue a tumbar a la Muchacha en la cama, regañarla a cada movimiento que hacía (y se seguía empeñando en hacer miles), arroparla bien, buscar en Google Farmacias abiertas las 24 horas o farmacias de guardia y empuñar un paraguas y salir a la noche.

Resultó que la primera farmacia que Google me dijo que estaría abierta no lo estaba. La segunda tampoco. La tercera estaba más lejos, así que fui en taxi, y el taxista me informó de la derrota del Barça (en serio, qué gran labor informativa tan poco reconocida la de esta gente) y me dejó en la puerta de otra farmacia, en la Calle Mayor. Toqué el timbre entusiasmado, pero nada: también cerrada. Así que blasfemé un rato, me cagué en Google, herético perdido, y decidí ir caminando a la siguiente de la lista, en la calle Toledo.

Y cuando llegó el momento de empezar a caminar me di cuenta de que a Madrid le había pasado una de esas cosas que les pasan a veces a las ciudades; se había laberintizado. Porque yo estaba allí, en plena calle Mayor, preciosa bajo la lluvia nocturna, pero ¿dónde quedaba Sol? ¿Dónde la Plaza Mayor?

Y me descubrí perdido en un rincón en el que recordaba haber estado miles de veces.

Es una sensación maravillosa que, pese a la urgencia del papelito que llevaba en el bolsillo con una lista de medicamentos posibles y necesarios, me hizo sonreír como un demente, apresurar unos cuantos pasos por cualquier calle, esquivar charcos y mirar y descubrir todas esas fachadas que conozco rutinariamente. Hay que aprovechar esos momentos en los que la ciudad se olvida de que uno la conoce y se revuelve y se vuelve exótica, un cruce de París, una calle de Lisboa, un avenida de Amsterdam despojada de tranvías y coffe shops, un callejón de Budapest con las grietas valladas en el suelo, en lugar de en las paredes, y sin Danubio ronroneando por ahí detrás, en alguna parte.

Llamé a la Muchacha, que más que indicarme me animó para que saliese de allí. Y ante mis pies se desplegó con una facilidad absurda la Plaza Mayor, con sus terrazas vacías y atestadas de gotitas de lluvia y sus escaleras brillantes, y bajé un trozo de Calle Toledo.

Tardé un rato más en comprar los medicamentos, principalmente porque había un tipo en la cola empeñado en desmenuzar un debate exhaustivo sobre no sé qué con la resignada farmacéutica, y secundariamente porque nos llevó un rato a la farmacéutica y a mí desgranar de mi lista aquellas medicinas que no necesitaban receta y podrían ser apropiadas para los dolores de la pobre Muchacha.

Al fin conjuramos unas pastillas, pagué, decidí volver en metro, cenamos pizza, vimos un capítulo de How I Met Your Mother, se durmió, terminé de ver House, me dormí.

Y me he despertado al segundo sorbo de café, mirando ese cartel que dice que no se sirve alcohol antes de las 12.30.

¿Por qué las 12.30, me preguntaba yo esta mañana? ¿Por qué no las 11, o las 2?

Y he comprendido que alguna frontera tenía que tener, por tempranez, la hora de las cañas.

Y sintiéndola acotada así, por delante, me ha dado algo de pena, la hora de las cañas, aunque no me ha importado mucho, porque total, cuando quedamos una mañana para irnos de cañas jamás nos despertamos antes de esa hora.

Y total, si lo hiciésemos hay otro bar cercano, al que en nuestro idioma de pareja se llama El Bar de los Platos Combinados, donde probablemente puedas pedir una ginebra a palo seco a las siete y media de la mañana sin ningún problema.

19.10.09

el destello de los flashes

El sábado por la noche, en un bar, alguien se empeñaba a nuestro lado en retratar para la eternidad (o el colapso de algún disco duro) la inmortal escena de unos colegas tomándose unas copas. Flash va, flash viene, y codazos a quienes estaban detrás del fotógrafo (nosotros). Que digo yo, no se podrán hacer las cosas con educación, y que digo yo, también, no se habrán hecho ya demasiadas fotos de colegas haciendo el ganso y tomándose unas copas.

Así que uno de los que allí estábamos comenzó a blasfemar sobre lo plastas que son los fotógrafos y patatín patatán. Yo le miré indignado para nada, porque evidentemente no me iba a hacer caso, y porque comparto esa manía a las omnipresentes cámaras, aunque yo creo que más por ver qué están fotografiando y sentir un poco de asco ajeno, porque es eso, algo de asco, no unidades de vergüenza.

En fin: salíamos de ver mi tercer concierto de Cromática Pistona, el segundo que veo en el Café la Palma. Está bien el Café la Palma para ver a los pistones, porque es un sitio pequeño. Los músicos se apiñan (esta vez fueron pocos: nueve. Creo recordar que una vez conté once, aunque que nadie se fie de un matemático contando, somos temibles), el público se apiña. Y lo mejor es que a las groupies que colapsan las primeras filas las conozco, por amigas de la Muchacha, y son amables y me hacen hueco si me acerco con la cámara de fotos. Porque sí, llevé la cámara de fotos, y aproveché para sacarles un par de docenas, de las cuales hay como cuatro que no quedaron horrorosas o movidas o que directamente fueron una mala idea, o combinaciones lineales de las tres cosas. Y lo de lo propio del sitio para verles por la paridad de las estrechuras a ambos lados del borde del escenario no fue reflexión mía, por cierto, pero si el tipo ese no me hace caso cuando pongo cara de indignación y además siempre dice eso de que no quiere salir en mi blog a no ser que sea para reírse de mi gorda cabeza. Así que qué menos que robarle una reflexión.

En fin, tocó Cromática Pistona y se acuñó el término Rouco’n Roll, por lo que salimos de allí con la sensación de haber asistido a un momento cumbre de la historia de la música y con la imperiosa necesidad de tomarnos tres o catorce copas.

Pero allí no pudo ser: el responsable de la música del Café la Palma decidió que era una idea estupenda pasar de los Ramones al dance, o a lo que coño fuese aquello (como todo el mundo, uno se pierde con los nombres cuando le llevan muy lejos de casa). Nosotros pusimos más caras de indignación a las que nadie hizo caso y nos fuimos a otra parroquia, que dicen en mi pueblo.

En el trance nos detuvimos un rato en la puerta del sitio. Como mucha otra gente. También se detuvo una furgoneta, para cargar el equipo de los músicos. También se detuvieron, tras ella, un par de coches. El primero empezó a pitar. Alguien le dijo que no pites, hombre, que están cargando el equipo, que acaban de dar un concierto, a lo que los ocupantes del coche responderían –no los oí, sólo vi los gestos– que a ellos les importaba un pimiento, que eran seres libres y dinámicos y que aquella furgoneta cortaba la progresión de sus vidas. Así que alguien le dio un cachete al coche y allá que se bajaron por todas sus puertas, raudos y feroces como todos aquellos seres que se mueven por la noche buscando montarla, yéndose felices sólo si consiguen hacer sangrar a alguien. Subieron los tonos, pero no pasó nada. Así que se volvieron a los coches porque la furgoneta arrancó, y arrancaron.

Y avanzaron un metro y frenaron en seco, porque un par de simpáticas transeúntes les levantaron el limpiaparabrisas trasero. Así que bajaron de nuevo, el conductor al grito de que no me toques el coche y el copiloto blandiendo el cepo del coche, como quien va a la guerra o como quien pretende ir a la cárcel. Insultaron a las dos mujeres, a la esperanzada espera de alguien de nuestro género que las defendiese, al que mandar al hospital sin quedar mal. Sólo se les interpuso el puerta del Café, que se llevó un puñetazo en el pecho y supo contemporizar tremendamente bien. En un tremendo arranque de valentía, un coche de los varios que ya estaban detenidos tras ellos pitó. Y viendo que nadie quería seguirles su juego macabro se fueron, con las cabezas vueltas, esperando cualquier desafío para frenar de nuevo y montar una tragedia.

Pero todos preferimos esperar hasta que se largasen de una puta vez para reírnos a gusto de ellos.

Y yo pensaba si no se les pasaría por la cabeza eso, mientras se alejan tan contentos con su adrenalina, a la búsqueda de otra movida: “ahí detrás hemos dejado a cincuenta personas que ahora mismo se están riendo de nosotros cosa mala”. Probablemente no, porque hay cerebros para los que lo que se deja detrás no existe, porque en fin, requiere usar materia gris.

Yo siempre que veo algo así, alguien como esa gente, me acuerdo de aquel tipo inmenso de mi pueblo que alardeaba de haberse peleado en toda su vida un total de cero veces. Que fue capaz de recomendarle una vez a uno que se buscase a otro en la cola de concierto en la que estaban, que él pasaba pero que seguro que si se lo proponía encontraba a alguien tremendamente feliz de partirle la cara.

Me dijeron que se había ido a Barcelona, aquel tipo, y me dio penilla, porque era un gran tipo. Aunque me dijeron que se fue con una zagala, y así se le entiende, y sólo se le pueden enviar, mentalmente, buenos deseos.

En fin, que la gente es imbécil. Pero no toda. Estimando por lo del sábado, por cada 50 personas tranquilas hay dos energúmenos. Más o menos la estadística concuerda con la cantidad de gente que toca el claxon en los atascos. Porque aunque se les vea tanto (aunque se les oiga tanto) hay que recordar eso, que son menos de un 4%. Que no podemos odiar a la humanidad entera por su capa putrefacta.

Y que me quedo preocupado aunque contento porque aunque me dieron ganas de sacar la cámara cuando se pusieron a hacer el imbécil, no lo hice.

Porque yo no soy mucho de retratar bobadas nocturnas, como decía ahí arriba.

16.10.09

venga vaaa, cuento lo de el tamaaaño

En la secta tenemos varios externos, que dan color. Uno de ellos es un pobrecillo; le gusta el fútbol y para su tormento le ha salido un hijo del Valencia. El caso es que esta mañana estaba hablando con Que No, y no sé a cuento de qué le ha dicho

–Si es que tú ya naciste siendo del Atleti…

Y yo no he podido evitar el comentario,

–Todos nacemos siendo del Atleti, Paco: todos nacemos llorando.

Y… ¿qué?

¿Qué no interesa este tema?

¿Por qué no?

¡Si ha sido la mar de gracioso, en serio…!

¿Qué?

¿Que queréis que hable de eso que decía la gente del taller en el último acta sobre el tamaño de un miembro?

Qué pervertidos y qué plastas que sois. Haciéndome incluso saltarme mi referencia directa y cariñosa al lector mediante la segunda persona del singular, para pasar al plural. Perdóname, lector. Es que son unos pesados. Prometo que no volverá a pasar. Y venga, contaré la batallita. Aunque no debería. Creo que pertenece a ese género de bobadas que son más graciosas en la imaginación de quien las desconoce que en la de quien sabe, pero bueno. Va. Post a la carta:

 

Después del último taller, este mismo miércoles, la bandada bremenista se dispersó. Unos se fueron a reírse viendo el monólogo de una conocida suya. Otros, en cambio se quedaron a reírse de este conocido vuestro.

Entre los quedantes estaban la Muchacha y María, que tenían una cita breve a la que atender, y Xavie y vuestro humilde servidor, que por no dejarlas solas pensamos que ya que su cita era breve las podríamos acompañar, establecer un campamento base en algún bar cercano al lugar al que iban, y esperarlas mientras construíamos una empalizada de botellas de cerveza vacías, o algo así.

El sitio era lo suficientemente cercano como para que ir andando fuese un paseíllo agradable, y lo suficientemente lejos como para que Xavie decidiese llevarse la moto, para luego no tener que volver a por ella. Así que acordamos el bar de la reunión, las mujeres decidieron ir andando, y nosotros en la moto. Partieron ellas, y nosotros, en cuanto Xavie terminó una de sus típicas reflexiones sobre no recuerdo qué exactamente (entiéndase “típicas” como “eternas”, al gusto), comenzamos los preparativos de la expedición. Se truncaron cuando me proporcionó un casco. Lo alcé sobre mi genial cráneo, a modo de corona,  y luego lo bajé para introducir la testa. Plonk, sonó aquello.

–Oye tú, esto no me cabe –le dije.

–Pero cómo no te va a caber, hombre, si es grande, le entra a todo el mundo.

–Que no que no –protesté, repitiendo el proceso, plonk otra vez –, que no me entra a mí esto.

–Espera, que seguro que es que estás dejando las correas por dentro y por eso –dijo él, acercándoseme–… ah coño, no, las tienes por fuera…

En ese momento le dio un ataque de risa y comenzó a llamarme cabezón. A mí, que con el casco a medio embutir tenía la barbilla al aire y el campo visual limitado a los segundos pisos de la calle en la que estábamos, también me dio por reírme a carcajadas. Y a la gente que pasaba por la calle, también, que ya ves tú, puede uno disfrazarse de payaso y pasear por Malasaña tan panchamente, pero si te dejas un casco a medias por lo visto eres gracioso.

Estuvimos apretando un rato el casco, mi cabeza, el cuello. Xavie no paraba de reírse mientras yo le explicaba que de pequeño me ponía las gorras agarrándolas por el último agujerito, y que por eso debía yo tenerle el cariño que le tengo a los cascos esos abiertos de motoristas, los que son como los de un oficial prusiano de la Gran Guerra, y él, en vez de solidarizarse, venga a descojonarse más todavía. Y a pegarme el descojone, en fin.

Al fin pudimos darnos un respiro, literal, es decir, paramos de reírnos para poder respirar un rato y recuperar el resuello. Aproveché para llamar a la Muchacha. Le pregunté dónde estaban, me lo dijo, me dijo que qué pasaba. Le dije que yo no podía ir en moto.

–¿Y eso por qué? –preguntó asustada.

–Luego te lo cuento –me escabullí, colgando.

–Tío, tienes que contárselo –me dijo Xavie, que ya podía respirar y, por tanto, comenzaba a reírse de nuevo.

–Mejor luego, cuando estemos todos –le dije–. Así nos echamos todos juntos las risas, mejor, ¿no?

Y lo hicimos, lo hicimos.

Y al rato, cuando se fueron y volvieron, nos comimos unas arepas muy ricas, pero a quién le importa eso, cuando se puede uno reír de mi privilegiada cabeza.

En fin, yo lo cuento sobre todo por quitarle armamento a Xavie, para que no tenga con qué vengarse de mí el día que me ponga a hablar de él. Porque no le gusta nada que le mencione en mi blog, al hombre. Que yo no sé por qué. O sea, la gente se pega por la calle por salir por aquí, que yo lo veo, que leo las noticias, que cuando apalean a alguien sé por qué lo hacen, para que hable de ellos, y ya ves, el señorito, que dice que no quiere salir. En fin. Nos va a invitar a comer cocido un día, habrá que perdonarle, o fingir; ya veremos.

Total, que mejor cuento todo esto. Así al menos no podrá chantajearme amenazando con contarle al mundo que no, que los cascos de talla L no me valen, que yo necesito un XL.

Si puede ser como este.

 

Coda: ¿bueno, qué, cómo anda la ortografía, le pongo tilde a ese último “este”, el del link, o no se la pongo? Porque yo ya estoy hecho un lío, ¿eh?, y además, que jode, que cuando por fin comienzo a entender eso de los laísmos van y los legalizan, a la mierda mi esfuerzo, hay que joderse.

14.10.09

bernard madoff, the movie

Leo hoy con pasmo y delectación que el señor Madoff, el tipo ese que está en la cárcel condenado a 150 años por una de las estafas más gordas de la historia (copio de Le Pays, así que no sé cómo estará el ranking de estafas gordas, porque no viene) y que casi hunde él solo el mundo occidental, ha protagonizado ya su primera pelea carcelaria.

Lo leo y siento un orgullo extraño, una necesidad urgente de pegarle un telefonazo a Sylvester Stallone para que haga una película sobre la vida de este hombre a la de ya mismo, porque esto ya tiene material para montarnos el mejor drama carcelero desde aquella del tipo ese alto que está casado con la Sarandon, sí hombre, aquella en la que Morgan Freeman hacía el papel de Morgan Freeman  (ese mismo por el que luego en otra peli le cayó el Oscar, y en fin, ese que hace en todas las películas en las que no hace de Dios o similar).

En fin, lo cuento desordenado pero en orden, o sea, en otro orden que el que viene en la noticia, por eso de currarme yo algo, que para algo me vas a pagar algún día no muy lejano, ya verás, ya.

La cosa es que cuando a Madoff lo pillaron le dijeron ala chavalote, a la trena, pero en inglés, o sea, hey bugger, your ass is going to jail. Pero antes Madoff, en un gesto que le honra hacia el cineasta que decida acometer la filmizancia de su vida haciendo un guiño a tantas y tantas películas desde Karate Kid hasta Kill Bill, antes se dedicó a entrenarse y contrató a un experto para que le enseñase a desenvolverse en una prisión. La noticia, traducida por Google al francés, lo cuenta así:

Selon le Post, cet incident a fait croître le respect et la crédibilité qui compte parmi ses pairs Madoff, qui, avant d'entrer en prison, il a payé un expert de lui enseigner les clés de la vie en prison et lui donna “Conseils de survie, derrière les barreaux.”

Supongo que el entrenamiento consistió en consejos sobre la mejor forma de ganar al poker cajetillas de tabaco, sugerencias acerca de la conveniencia de dar por perdido el jabón si se le cayese en la ducha, y por su puesto tácticas de defensa personal y cursos para el reconocimiento de aquellos personajes inevitables con los que se encontraría entre rejas, o sea el chaval simpático que siempre friega los baños, el negrito cachondo que siempre dobla los calzoncillos, los neonazis que hacen pesas y el viejecito entrañable que tiene una mascota y que se suicidará hacia la hora y media de metraje cuando por fin le den la condicional y no soporte el estrés de la vida off the rejas.

El caso es que tras recibir el entrenamiento y de que probablemente su sensei se descojonase de Madoff, este fue por fin a la dura prisión de Butner, Carolina del Norte, que está en el ranking de las 10 prisiones más cómodas de Yanquilandia (tampoco viene el ranking, pero sí dice Le Pays que ese ranking lo hace Forbes, institución que por su parecido con Borges y sus reminiscencias a Forges y a las nueces se merece toda nuestra confianza). Mira, mira, si no me crees:

La prison de Caroline du Nord est l’un des “dix de prison plus confortable” du pays, selon l'une des listes compilées par le magazine Forbes.

Total, que una vez que llega Madoff a tan cinéfilo infierno, con su raída cazadora vaquera, su mirada de hierro y sus ahora mortales manos en los bolsillos, habrá trabado amistad con el tipo que reparte libros en un carrito y con un indio que juegue al ajedrez. Pero le faltaba un archienemigo, y por fin lo ha encontrado.

Autrefois l'un des conseillers financiers américains les plus réputés, 71, a parlé avec un de ses codétenus, dont le journal a décrit comme “un homme blanc de plus de 60 ans”, état du marché stock et la conversation a dégénéré jusqu'à ce que son interlocuteur, en colère, l'a poussé.

Topose Madoff con otro viejete con el que se puso a hablar del mercado de valores, el equivalente para este hombre, supongo, a hablar del tiempo o de caballos de carreras. Y el otro vejete debió decir algo que mosqueo a Madoff. ¿Y qué hizo Madoff? Pues mosquearse…

”Madoff le repousser avec force et avec les deux mains, et était tombé sur un autre détenu”, a expliqué le journal, citant des anonymes à certains des autres détenus, qui disent la prison des détenus les plus célèbres Butner sortit comme "gagnant" du match après que son adversaire ran out.

…y luego darle una paliza al tipo que osó discutirle a él sobre bolsa, vamos a ver, faltaría más. Bueno, no es que le diese una paliza, por lo visto le empujó y el otro señor se tropezó y se cayó al suelo, pero eso definitivamente quedará mejor cuando Stallone caracterice a Madoff, y quizá pueda arrojar a su rival a un pozo con cocodrilos, ensartarlo en alguna reja o acertarle con 584 disparos de un fusil de asalto hábilmente sustraído a un guardia en alguna escena previa que quizá podamos invocar ahora con un oportunísimo flasback (y vemos a Stallone acechando y reemplazando la ametralladora por, hummm, un osito de peluche tuerto, por ejemplo).

Veinte personas presenciaron el terrible combate, que por lo visto a disparado por las nubes su prestigio y el reconocimiento de los reclusos. En el pabellón geriátrico de la prisión seguro que ya le dejan sentarse en el rinconcito donde pega el sol en invierno y todo. Y yo leo y pienso que olé el Madoff, fue el rey de la jungla cuando la jungla era el capitalismo, y lo sigue siendo ahora que es un presidiario.

Desde aquí mi más sentido aplauso para él. Sigue así, chavalote (ejem), dándole caña a los tipos duros de la cárcel, demostrando que no hay reto que te frene, ni adversidad que amodorre al tigre que, cual si de un frosti fueses, hay en ti.

Y qué graciosos que son los podridamente ricos en la cárcel, hay que joderse, habría que encarcelarlos a todos aunque sólo fuese por leer más noticias así.

 

(Si alguien termina aborreciéndome por poner todas las citas en francés que no se preocupe, la próxima vez será en Noruego, y la noticia original, sin traducir, está aquí)

13.10.09

un brindis por hipatia

En el albur de los eones, cuando la migraña cósmica se retiraba hacia el fondo del espectro barrida por el efecto doppler, la vida como tal empezaba y la Muchacha y yo comenzábamos a salir, ella, un día, vio el nombre de mi disco duro externo y me preguntó que qué nombre era ese, Hipatia.

Yo le dije que nombro a mis discos duros como matemáticos famosetes, y que Hipatia era la matemática más famosa de la historia, aparte de un símbolo contra la discriminación de las mujeres y la estupidez de los fanáticos. En pleno siglo IV, con los cristianos dándose la revancha de aquello de los leones en el circo, con un par de ovarios.

Por todo esto cuando supe que el señor Amenabar preparaba una película sobre ella mi pensamiento, dual como las cosas duales, se dividió en dos frentes. Uno de ellos decía ¡coño, qué bien!, y el otro decía ¡como la cague se va a cagar el Amenabar, que escribiré un post poniéndole a parir!

Y este domingo fuimos a ver la película, y mi tremenda amenaza se quedará sin cumplir, porque en fin, la película se toma sus licencias poéticas, suavizando el final, lo que yo creo que es una muestra de piedad para con quienes menos la merecen (pero en fin, asumo que soy yo, que soy así de nazi, y en cualquier caso ese final era necesario para justificar un par de papeles de la película), y porque, en fin, probablemente a Hipatia la idea de que los cuerpos celestes recorriesen el firmamento en órbitas elípticas le pareciera una gilipollez, porque las observaciones a las que apela la película no pudieron darse con la precisión necesaria hasta mil años después. Reconoce la película, sí, que fue Kepler quien propuso lo de las elipses, sí (entre otras cosas porque hasta entonces no hubo observaciones precisas, y eso incluye las griegas), pero lo hace más como forma de darle a Hipatia el crédito dudoso de ser pionera y, a la vez, último eslabón de una cadena que se rompería y no se apañaría hasta mil años después. Eso es injusto con el pobre Kepler y sesgado, porque en cualquier caso el genio del asunto no fue Kepler, que dijo “¡coño, son elipses!”, sino Newton, que sacó las formulitas que explicaban, entre otras cosas, por qué tenían que ser elipses.

Pero en fin, licencias (apañadas con cosas tremendamente coherentes, como las rayaduras bastante creíbles para la época de por qué las cosas caían hacia el suelo y las estrellas no). Como esas otras licencias de los planos de la tierra y ese giro de cámara de 180 grados en vertical que parte del público contempló con deleite y yo como el pavoneo de un director que es buenísimo, vale, ya lo sabemos, Alejandro, pero no sé a cuénto de qué pretende proclamarlo así en mitad de una escena que con un “vulgar” plano secuencia hubiera quedado regia.

Vale, Amenabar, vemos que has pegado la cámara a un cacharro que gira. Uau.

Pero pese a los peros, la mayoría de ellos disculpables si se tiene en cuenta que las licencias sobre la vida de Hipatia son necesidades argumentales y que a fin de cuentas se trata de una película, y no de un documental, la película tiene un par de pros estupendos.

El primero, a mi humilde entender, la forma en que refleja la relación con los esclavos. Sí, muy majos, los esclavos, los pobres, sí, se les puede tratar mal o bien, sí, pero cuando llega el momento de la verdad, sea uno un amo progre que los mime o un tirano que los fustigue, los esclavos son unos inútiles a los que insultar y azuzar para que hagan lo que se les dice. Le agradezco yo mucho a Amenabar que haya pintado así las cosas, cuando hubiera sido facilísimo hacer de Hipatia una gazmoña políticamente correcta para estos cánones nuestros ventiunescos de haberla hecho buena como los ángeles. Pues no, Hipatia era griega, pertenecía a una élite social y cultural, y por mucho que fuera había cosas que asumía con naturalidad, por mucho que al espectador occidental postmoderno aquello le choque.

El segundo, que me gustó la peli.

Pese a que el final, insisto, no fuera así, sino bastante peor (y avisando que esto es un espoiler para quien no se conozca su vida ni haya visto la peli, aquí dejo el link, y lo pongo en la versión inglesa porque la española, curiosamente, dice tejas donde debería decir conchas de ostras, no me preguntes por qué extraña razón).

Así que yo salí del cine ansioso de explicar las inexactitudes históricas de la ciencia de la peli, pero sobre todo de alabarla.

Y me fui a casa con un relativo buen sabor de boca.

Porque por un lado la historia de la película es muy triste, es una historia del triunfo de la barbarie, de la consecuencia de los fanáticos, dirán los moderados, y de las religiones, diré yo que no soy moderado. Y al final al tal Cirilo le hicieron santo, como sí cuenta la peli. Y eso estuvo feo, sí, y pasó.

Pero por otro, cualquier matemático sabe quién era Hipatia, pero a día de hoy ¿quién recuerda al hijoputa de Cirilo, excepto la Iglesia, esa entrañable ONG nuestra?

En ese sentido Hipatia, sin duda, perdió. Pero también Cirilo y la Iglesia (aquella, apostillarían los moderados, siempre queriendo marcar un punto de inflexión en algún lugar supongo que posterior al nazismo que marque la conversión de secta asesina y totalitaria a esta ONG nuestra). Y a la larga ganó la ciencia.

Y me quedo yo con el corolario de que apostar por la realidad frente al dogma es lo que tiene, que a la larga el mundo te da la razón.

La realidad es más agradecida que las fantasías, en la carrera de fondo del tiempo.

Y me dieron ganas de brindar por Hipatia, esa pobre mujer.

Y de pensar que cómo se lo pasaría ahora la señora si pudiese tener una charla con cualquier astrónomo.

 

Coda: y me quedo también pensando que ahora me falta otra película, complementaria a esta, que hable de Córdoba en el siglo X, y que le cuente a la gente, sorpresa sorpresa, vía quiénes se conservan los textos griegos de los que nosotros, los civilizados occidentales, aún conservamos. La respuesta, alucinante, vía los árabes. Nosotros lo reciclamos todo para escribir salmos, cuando no lo prendimos fuego directamente, por decir cosas tan poco bíblicas.

premios nobel

Anda la gentecilla indignada porque le han dado el premio Nobel de la Paz a Obama por, supongo, ser medio negro, presidente de EEUU y haber dicho cosas bonitas, aunque no haya hecho nada por la tal Paz, esa, excepto quizá, quien sabe, ser fan de Paz Vega. Lo entiendo (sobre todo lo de ser fan de Paz Vega, porque quizá los presidentes también sean seres humanos), aunque no lo veo tan criticable, la verdad, por las implicaciones del asunto. Si se puede dar un premio Nobel por la intención, que no por los hechos, entonces yo, por ejemplo, podría ser premio Nobel de literatura sin toda la farragosa tarea de escribir doce o trece novelones espléndidos.

Así que a mí me parece estupendo que le hayan dado el Nobel a Obama. Pero vaya desde aquí mi sugerencia para los señores suecos, y ale, a ponerse y a ser coherentes, y mi Nobel que me lo manden contrarreembolso si quieren, que no tengo esmoquin para la fiesta, de todos modos.

Y este post es así de breve porque se me acumulan los temas y en un ratito pongo otro. No se vaya nadie a pensar que me ha dado por ser conciso y dejar de torturar al personal escribiendo, por fin, posts que tengan menos de cuatrocientos párrafos. De eso nada, aquí se viene a sufrir, como decía aquel otro tipo.

9.10.09

ríete tu del espaciotiempo


Ha suscitado muchos comentarios mi referencia –bastante tangencial, por cierto– del lunes a la guardia siempre constante de la estabilidad del espaciotiempo. Concretamente creo que un comentario o dos, es decir, muchísimos, si tenemos en cuenta que el número habitual de comentarios recibidos para cada una de las paridas que he dicho desde que abrí este blog el ya remoto día del 18 de octubre de 2005 (¡coño, ahora que lo veo, que le faltan 9 días a esto para cumplir su Año 4!) es de cero.

Así que quizá deba profundizar en el tema: como sabe cualquiera que haya jugado demasiado al rol durante la adolescencia o que haya hecho demasiado caso a cualquier autor de literatura fantástica o que haga caso al filósofo griego aquel, el universo es una especie de balancín que se tambalea, apoyado en su punto medio y zarandeado por los extremos. Y si en uno de los extremos hay mucha actividad (en el ejemplo del balancín porque, por ejemplo, un niño aficionado a la crema y la bollería industrial se ha encaramado en uno de los lados mientras que al otro un niño escuálido y renqueante se ha caído al suelo por no haberse tomado la medicación) entonces todo se desploma, se cae, se hunde, llega el apocalipsis, hay que llamar a un soldador industrial para que arregle el columpio, a un Monstruo de Espagueti Volador para que venga con aguja e hilo cosmológicos y le haga un remiendo al Universo.

Aterrado ante esa posibilidad yo vigilo, atento, porque antes del colapso siempre se dan señales que nosotros, los tipos que no tenemos nada que hacer excepto mirar las musarañas, nos dedicamos a eso para no aburrirnos, a vigilar la estabilidad del espaciotiempo y los signos de su deterioro.

Es un estrés, en realidad. Por ejemplo el otro día subíamos Que Sí y yo en el ascensor gracioso de la Secta (creo que hablé ya un día de él, aunque Google se encoge de hombros cuando le pregunto) y el indicador del mismo, que anda un poco turulato (sí que lo conté, ¿no? Espero que sí, era muy divertido, jo jo) terminó dejándonos, según decía él, en la planta 15, en lugar de en la 5ª, que además es la última del edificio (volviendo a lo que no sé si conté o no del ascensor, olvídalo. No era tan divertido). Así que él se rio pensando “está roto, qué gilipollez”, pero yo, vigilante, le dejé salir primero cuando se abrieron las puertas, porque podía suceder que hubiéramos atravesado el techo y estuviésemos suspendidos 10 plantas por encima de la azotea o que nos hubiese pasado algo parecido a lo del final de la primera temporada de Fringe (no digo más por si no la has visto, que ya te vale). Pero resultó que no, que simplemente la pantallita que dice las plantas estaba a lo suyo, pero el resto del espaciotiempo parecía todo lo normal que puede parecer en estos tiempos de Gürtel.

Pero hoy si que sucede un acto que pone en serio peligro el Calancín Cósmico: hoy toca un tal Paco Cifuentes en Utopía 8, un cantautor, horreur, y cierta gente que conozco va a ir a verlo. Todos sabemos cómo son los cantautores de nefastos para el espaciotiempo, cualquiera puede imaginar lo mal que lo tienen que pasar las supercuerdas, por ejemplo, sometidas al vibratto becerril de Ismael Serrano, por ejemplo. Así que mientras la Muchacha y un grupo de simpáticos secuaces van a ver el peligroso acto yo me quedaré en casa escuchando death metal melódico progresivo sueco a todo volumen, para contrarrestar.

Y mañana nos despertaremos y, si mi plan funciona, todos tendremos nuestros protones ligados a nuestros neutrones, nuestros electrones corriendo como locos alrededor, y el universo seguirá en su sitio.

Y si protestan los vecinos les explicaré que lo hago por sus protones y por las costuras del espaciotiempo, y digo yo que si les digo que es por eso no serán tan cabestros de llamar a la policía, ¿verdad?





Coda: edito esto para poner la "foto" de cabecera. Está sacada de artfromcode.com. Y diría algo de ella pero es que he descubierto el sitio por casualidad, y en fin, que no me he traído los calcetines de pontificar, esta tarde.

7.10.09

La ciencia española no necesita tijeras


Hoy toca alzar la pancarta manifestante blogueril y escribir unas palabritas en contra de los recortes presupuestarios con los que este país nuestro y quienes alegremente lo gobiernan (ver la escena del “¡más madera!” de los hermanos Marx, para metáfora completa) pretenden terminar de estrangular la ciencia.

Cuando leí sobre esa iniciativa pensé ¡qué bonito, escribir sobre algo útil para variar!

Luego pensé que yo soy matemático y que qué pinto yo hablando de recortes presupuestarios, si como bien decía Richard Feynman en sus descacharrantes memorias a los físicos teóricos y a nosotros los matemáticos nos vale con una pizarra y tiza para ponernos con lo nuestro.

Luego pensé que bueno, vale, sí, pero también no. A fin de cuentas usamos ordenadores, y en invierno en las universidades está bien que haya calefacción. Y tampoco estaría mal que alguien me asignase unos cuantos millones de euros y un billete de avión a Las Vegas para hacer un estudio de campo sobre teoría de juegos.

Hablando en serio, la utilidad de la ciencia está más allá de toda duda, a no ser que uno sea un cabestro que no piense cómo funciona su teléfono móvil, cómo diablos hace su wifi para dejarle bajarse los capítulos de Hostal Royal Manzanares que pretende ver sin liarse con el porno que se está bajando por la suya el vecino de arriba, cómo el microondas consigue calentar la comida en cuestión de segundos o cómo su reproductor mp3 reproduce música. Entonces, pienso yo, los recortes de los gastos en ciencia no son otra cosa que uno de los indicadores más claros de que a nuestros gobernantes marxistas (por lo del “¡más madera!”, no por la pegatina de la S del PSOE) les importa un pimiento nada que no sea el corto plazo, el mantener su butaca, el que les cuadren las cuentas. Cuando se recortan gastos de protección civil en el monte se sabe que se está invocando el incendio. Cuando se recorta en sanidad, todo el mundo tiene claro que tendrá problemas cuando tenga que ir a un hospital (sobre todo si como yo vive en Madrid). Pero cuando se recorta en ciencia se invocan las montañas de dinero que requiere, por ejemplo, el Large Hadron Collider, y se queda todo el mundo tan pancho pensando que qué diablos nos importará andar hurgando en el funcionamiento de esas particulitas tan pequeñas que el ciudadano corriente desconoce y, por tanto, puede verse llamado a pensar que le importan un carajo en su vida.

Estas cosas siempre se ven en perspectiva, siempre resultan útiles a largo plazo. Por eso lo suyo quizá sería mirar atrás:

¿Qué habría pasado si cuando se empezó a hurgar en mecánica cuántica se hubiera dicho que a qué diablos venía todo aquello, con lo raro que es, y las escalas tan ínfimas en las que se investiga? Pues sin aquello, por ejemplo, no tendríamos ordenadores, porque los transistores son una consecuencia de los descubrimientos en física cuántica.

¿Qué habría pasado si cuando se empezó a volar al espacio se hubiera dicho que a cuento de qué gastar tamañas montañas de pasta en combustibles e infraestructuras que, recordemos, salieron adelante porque había de por medio una guerra fría? Pues que no tendríamos satélites para predecir el tiempo, para ver la tele o para hablar por teléfono.

En resumen, cortar gastos en ciencia e investigación es instalarse en la autocontemplación de nuestros ombligos, ciegos al futuro. Bastante mal tenemos ya la investigación en este país, donde cualquiera que valga, en su campo científico, sabe que debe irse al extranjero para poder trabajar, como para apañarlo recortándoles todavía más las posibilidades.

Pero en fin, aquí queda esta pataleta. Y en manos de nuestros políticos el decidir si quieren que vivamos en un estado avanzado y moderno, o que seamos un país de camareros y taxistas, de labradores y de políticos, si quieren que las cosas vuelvan a la escala de los años 60 entre nosotros y el primer mundo.

Yo preferiría lo primero. Pero conociéndoles casi dan ganas de montar una ONG de defensa del científico e ir extraditándoles a donde puedan ser útiles y trabajar, y aunque sea por otro lado intentar que este mundo sea un poco mejor, que encontremos curas contra el cáncer, remedios al cambio climático, que logremos plantar bases en otros cuerpos celestes, que vivamos más y mejor, que podamos preveer cuál será y hacer algo con el siguiente pedrusco gigante que vuela por el espacio en ruta de colisión con la tierra. Siempre podremos verlos por la tele dentro de veinte o treinta años en Españoles por el Mundo, y reírnos de sus acentos, y quizá entonces ya seamos tan imbéciles de preguntarnos para qué coño se irían, si como en España no se come en ninguna parte.

5.10.09

party praxis

Las cosas como son, yo no tengo mucha costumbre de ir invitado a fiestas (porque, por ejemplo, lo primero que hago al recibir la invitación es responderles con el requerimiento judicial que me imposibilita el acudir a sitios donde se pueda acceder a cuchillos con punta, mecheros, cerillas y materiales que hagan chispa mediante el procedimiento habitual de abrir un cajón), pero a veces todo el mundo se despista, y me invitan a una, y voy.

Así pues, este sábado fui a una con la Muchacha.

Y estuvo bien. Bueno, supongo. Quiero decir, como no voy a muchas fiestas no es que tenga mucho criterio en base al cual construir un juicio. Más que decir “la fiesta estuvo bien” o “la fiesta estuvo mal”, debo quedarme en el literalmente cierto “la fiesta estuvo”, porque en efecto, a cierta hora estuvo en un lugar.

Y como decía en ese lugar estuvimos la Muchacha y yo. Vigilando que la fiesta también estuviese allí, no fuese a derrumbarse el espaciotiempo.

La fiesta, por lo visto, fue de una clase especial de fiestas, que consiste en que los que la montan le dicen a un montón de gente más o menos conocida que vayan y que se traigan a más gente, no necesariamente conocida, y así se llena la casa, se vacía el minibar y se logran maravillas como que el único fan del hip hop termine haciéndose dueño del equipo de música, para propia maravilla (suya y mía, que me pirro por las situaciones apocalípticas) y espanto del resto. Así que allí estuvimos horas rodeados de desconocidos (porque quienes la montan, para completar el rito, además de invitar a desconocidos deben llegar todos muy tarde), odiando visceralmente a un tipo que no paraba de sonreír y de decirle a todo el mundo “¡vaya mierda de fiesta, me voy!” (y cuando muchas horas después nos fuimos ahí seguía, sonriendo, renegando de la fiesta y yéndose), supongo que como forma de resultar chocante, en fin, esas cosas que hace la juventud barbada cuando pretende ser graciosa.

Y yo me sentía fatal, además, porque el único tema de conversación que se me venía a la cabeza, y por tanto lo único con lo que podría romper el hielo con alguno de los desconocidos, era contarles que justo esa tarde venía de ver un vídeo de YouTube donde se veía al autor de xkcd.com firmándole un libro a un robot.

Se lo conté a la Muchacha, que me dijo que en lugar de eso fuese a ver si conseguía ponerle una copita antes de que los desconocidos completasen el genocidio del alcohol.

Como debe correr algo de sangre griega por mis venas que me convierte en un bicho eficaz a la hora de la épica lo conseguí, y al rato, mientras le dábamos sorbitos a un par de copas y despachábamos a manotazos al plasta que decía que vaya mierda de fiesta, llegó gente conocida, lo que propició los redobles del tipo que nos torturaba con la música para, a aquellas alturas, indiferencia de todos los asistentes, y terminamos como siempre hablando de esas cosas que se habla en las fiestas, y riéndonos, y pasando un buen rato. Y yo conseguí no mencionar lo del vídeo del autor de xkcd.com y todo, y no logré forzar el cajón que guardaba los cuchillos, aunque al final no me importó demasiado, porque harto de no poder torturar a nadie (es lo que tiene el dolor, que si es constante se vuelve rutina y se puede ignorar) ya el autoimpuesto DJ totalitario se tiró por la ventana en un arranque de despecho al que nadie atendió.

Supongo que todas las fiestas son así, no lo tengo muy claro. Supongo que debo leer más a Fresán para saberlo, que últimamente cada vez que lo leo no hace más que hablar de fiestas y fiestas y más fiestas.

Debe ser majo el Fresán y no tener requerimientos judiciales a cuestas, me digo yo, cuando le leo hablar de ellas, con un poquito de envidia, y pienso que debe ir a docenas, cientos de fiestas.

 

En cualquier caso felicidades a la cumpleañera festiva, que no sé cuándo era exactamente su cumpleaños, pero me suena que a principios de esta semana. Así que ¡felicidades, prima de Bruce Lee! (es que se apellidan igual, y cuando se ríe achina los ojillos).

2.10.09

capas y el respeto perdido

En su infinito ansia de proporción de consuelo los Gobiernos de esta, la Urbe en la que otros y yo vivimos, han pasado como un año cortando, al azar, tramos de cierta línea de metro, para que otros y yo, que la utilizamos para ir a nuestros trabajos, sectas y ocupaciones no caigamos en la rutina y la costumbre, que son a los ingredientes de las depresiones otoñales lo que las patatas a la tortilla española.

Por eso, cada dos o tres semanas, durante todo este año, otros y yo hemos tenido que ir trazando nuevas rutas en los planos del metro para ver cómo nos las ingeniábamos para llegar a nuestros destinos, una actividad que le aporta a la vida y a las modorras mañaneras un carácter de aventura la mar de entretenido, porque no es lo mismo meterse todos los días a la misma hora en un tren que te lleve a donde sea en el mismo tiempo que andar por ahí pululando y explorando como quien busca las fuentes del Nilo.

Fue gracias a esta ocurrente costumbre de los Gobiernos de esta, la Urbe en que otros y yo vivimos, que descubrí, por cierto, que si cojo la línea de metro en cuestión cuando está libre de obstrucciones por entretenidas obras (la excusa oficial de los tímidos Gobiernos para los cortes) y la dejo aquí a las puertas de la secta, cosa posible por ser línea directa, tardo en el recorrido diez minutos más que si la dejo al poco de cogerla y empiezo a hacer transbordos entre acordeonistas, tonadilleras y carteristas por el subsuelo de Madrid.

Así que pese a que ya la han reabierto, sé que tengo una forma de venir que es más corta y mucho más entretenida, aunque el método original de la línea directa aún me merece cierta simpatía, porque siendo como soy una persona de carácter digamos vago y tendente a minimizar mis actividades motrices podía venir sentado todo el camino (o, en caso de montar en un convoy particularmente perezoso en el que se hubieran acumulado viajeros de más, podría colocarme frente a la carpeta y las coletas revolucionarias de alguna estudiante de universidad y sentarme en la parada en la que todos ellos se apean en ruidosa y alegre manada), mientras que por las nuevas rutas por lo general tengo que viajar de pie y, las más de las veces, apretujado.

Entonces, me dije, lo mejor será optar por la vía lenta/sentada, sabiendo que si por lo que sea me despierto un poco más lento de reflejos de lo habitual o tardo cinco minutos más en leer el As y tomarme el primer café del día puedo recortar la diferencia mediante el trazado alternativo.

Obviamente, desde que pensé eso me he dormido queriéndolo o no todos los días, y he tenido que venir todos los días por la ruta aventurera.

Lo peor de ella son los viernes. Como los viernes en la secta antes que llegase la libertad vestuarial de la que hablaba ayer (perdón por poner un link que equivale a darle al botón de avanzar página) eran conocidos porque la hora límite para llegar son las 9, en vez de las 9:30, y como mi ansia juguetona me hace siempre buscar los límites, todos los viernes por la mañana tengo que viajar para acá con bastante prisa y, naturalmente, media hora antes.

Así que esta mañana pensaba yo en cómo cambia un elemento más o menos fijo (el metro, con su trazado más o menos –quizá no mucho, pensándolo bien y pensando en mi querida línea directa– inamovible, las escaleras mecánicas, los trenes) dependiendo de la hora,  y que la ciudad, en realidad, tiene la composición de una cebolla, con sus miles de capitas dependiendo de la franja horaria, y cómo un viaje que entre semana puedo hacer con espacio para respirar y mantener un libro abierto ante mis ojos los viernes tengo que hacerlo con un carrito de bebé incrustándoseme entre las piernas y quince personas intentando volcarme en él aplastándome las espaldas.

Entusiasmado con mi estúpida hipótesis de las capas, me he puesto a aplicarla en otros contextos, por ejemplo el de los bares, y las distintas calañas que, según la hora, los pueblan, que no son los mismos a la hora de la apertura que a la del cierre.

Pero según he pensado eso mi cabeza, que siempre fue muy buena buscando contraejemplos, se ha dicho a sí misma “bueno: muchas, muchas veces tú y estos amigotes tuyos habéis abierto y cerrado un mismo bar sin moveros más que para ir al baño”.

Y he pensado que si esta, la Urbe en la que otros y yo vivimos, fuese una fruta hecha por capas y capas de pieles y nutrientes, entonces nosotros somos los gusanos que, perpendiculares a la superficie y apuntando a su corazón, nos estiramos durante muchas de ellas.

A lo que me he vuelto a decir a mí mismo “¿acaso me estoy llamando gusano, gusano”?

Y efectivamente, creo que así ha sido.

Cómo no me va luego a faltar al respeto la gente si yo mismo me trato así.

1.10.09

liberté, egalité, fraternité

Estamos de revolución en la secta (consulta rápida: 4 canciones del iPod la mencionan. Y un grupo, y un disco). Esta mañana nos hemos encontrado este comunicado de la jefa de recursos mortales:

“A partir del 1 de octubre se permitirá acudir al trabajo los viernes con una indumentaria menos formal de lo habitual, excepto aquellos viernes que se tengan concertadas ceremonias, rituales, sacrificios etcétera con personas externas, bien en la Secta, o fuera de ella.

El resto de los días se mantiene la necesidad de utilizar una indumentaria formal.

Indumentaria formal: mantos y túnicas, portado de cirios, crucifijos invertidos y flagelos.

En caso de duda sobre la aplicación de estos criterios consultar al Sumo Sacerdote del departamento correspondiente”.

Como se comprenderá andamos todos revueltos, alegres y felices, saltarines y retozones. Cada cuál puede venir mañana como alegremente quiera (o no tan alegremente, porque hay gente que, en fin, son demasiado alegres, digamos). Por fin mañana Que Sí puede venir en chándal y chanchas. Por fin Que No puede venir con la chupa de cuero y la camiseta de Leño. Por fin puedo yo venir mañana vestido como en mi tiempo libre, de frac, con sombrero de copa, bastón y monóculo.

¡Qué dulce, el sabor de la libertad!

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.