26.7.07

bajo la piel del mundo

Hoy venía para casa y bajo una valla publicitaria del metro, arañada y rasgada, se veía la materia prima de la realidad. Era marrón, del color del óxido y textura metálica a la vista. Más o menos del aspecto que tiene la carcasa metálica de esas vallas metálicas cuando ya llevan un tiempo sin que nadie las cambie. Incluso sin el más ni el menos: Era precisamente eso lo que yo estaba viendo.

Pero por un momento, al primer vistazo, cuando las primeras neuronas han lanzado sus ráfagas eléctricas a través de mi cráneo, la asociación no sólo no era obvia sino que ni siquiera existía. La valla no era real, y lo real ha sido la materia prima de la realidad, su forma estructural. Y sobre ella se apilaban las cosas que hacen parecer a los objetos lo que son, la pintura azul, el resto de inmenso papel pregonando viajes baratos a Londres, la papelera, la pared de suciedad racheada, la gente que caminaba, todo.

Pensamos y pensamos que pensamos lo que pensamos, pero los pensamientos fluyen, se transforman según los vamos pensando, descartando, corrigiendo. Vemos y pensamos que vemos lo que creemos estar viendo, y esos primeros pensamientos, salvajes, incoherentes y libres, se convierten, por un instante, en la realidad. Y así hay lobos en mi calle, hay gente que aparece de la nada (o que desaparece en ella, o que de pronto nunca han estado), vemos a alguien que está a quinientos kilómetros, observamos a una anciana atravesar una pared y de una ventana sale un brazo huérfano de resto del cuerpo. Realidad fugaz y moribunda, luego enfocamos los ojos, registramos todo, pasamos todo por el filtro que nos hace creer lo que vemos y todo eso se desvanece y queda este mundo que yo lleno de bostezos y con el que somos tan crédulos, simplemente porque ha pasado nuestros primeros algoritmos de detección de fantasías, errores y locuras. Así nos va. Llega algo que nos trastoca el lado salvaje, intuitivo, adivinatorio (un perfume de mujer, una canción, una película, un miedo, una droga) y la primera realidad consigue sobrevivir, engalanarse como cierta, y alucinamos, y nos confundimos, y creemos lo que no es.

Somos bombas de realidad ambulantes. Nadamos en la sopa de campos electromagnéticos y partículas subatómicas, y la transformamos en reinos de dragones y patrañas, de misterio y belleza. Siendo su consecuencia, somos transformadores de la realidad. Somos fantasía. Somos nosotros, y no alguna de nuestras alucionaciones; los dioses somos nosotros.

3 comentarios:

  1. No sé si decirte que dejes los alucinogenos o si pedirte uno... no sé, pero el caso es que me ha gustado un montón esta lectura.

    Por mi parte estás honorificamente nominado.

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  2. El pasado viernes estábamos de tertulia en la terraza de mi casa cuando de pronto, a traves de los cristales de la ventana contigua, pude ver entre sombras la figura de un monje, con su hábito marrón y la cara huesuda y pálida. Un nudo atravesó mi garganta que solo acertó a compartir lo que mis ojos veían con el resto de tertulianos. Estos, se incorporaron y miraron al monje misterioso:
    - Es verdad, parece un monje, jeje, pero cuando te acercas ves que solo es una sombrilla de playa, ves?
    Efectivamente lo era, pero yo preferí pasar el resto de la velada mirando de vez en cuando al pálido monje que espiaba desde lejos.
    Me ha gustado como describes ese primer momento de incertidumbre donde aún tu mente no es capaz de decidir si es fantasía o realidad lo que tus ojos ven, me encanta mientras se produce esa decisión mental, ese pequeño momento de suspense.

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  3. Pip, no creo que me duren los efectos de la galleta aquella así que creo que el único alucinógeno que ando tomando últimamente es el aire de Madrid, que bocanada a bocanada viene servidito de productos químicos e igual causan estas cosas.

    Pero viendo lo que suele traer, yo no iría por ahí respirando de más. No compensa.

    Atlantida, te entiendo perfectamente, ese error (ver otra cosa) es un error que yo desde pequeño aprendí a distinguir y a cultivar. Ay, me acabas de recordar que una noche vi un troll de cristal... y cuando te movías la ilusión se deshacía. Pero nada, ya tengo software para estas patrañas de los sentidos: En parte lo descarté como inexistente, y en parte lo archivé como un troll capaz de desvanecerse. Que no porque las cosas no existan va uno a dejar de fantasear con ellas, digo yo.

    Vamos, que intento abolir esa decisión. Sucede, porque no existía el troll, pero en parte, para poder jugar con ella, cojo las dos soluciones. Porque nunca se sabe de cuál de las dos decisiones va a salir la mejor idea, y no está uno como para ir malgastando ninguna... como decía, simplemente porque no sea real. O no me lo parezca.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.