30.12.09

fin del 2009

Se acaba el año, y cuenta con mi permiso para hacerlo. Adiós, 2009, que te vaya bien en los anaqueles. Que venga ya el 2010, con sus estupendos horizontes de fútbol y de series (¡que vuelve Lost!) y de convivencias. Adiós 2009, y que te den morcilla los libros de historia.

La lluvia adorna las ventanas de la secta al gotelé, y el edificio, inmóvil, se finge galeón majestuoso según las nubes aletean a su alrededor, rumbo al norte (o a ese lugar geográfico hacia el que mi escacharrado sentido arácnido apunta el norte, más o menos al frente y a la izquiera de donde estoy sentado escribiendo).

Sol y nubes, dijo Google, esta mañana.

Una demostración (más) de mi cándida estupidez es esa, seguir haciéndole caso a Google a la hora de decidir si blandiré paraguas o me enfrentaré al mundo armado sólo con un libro (que nadie se fíe, porque los de pasta dura pueden ser mortales, con esas esquinas temibles).

Y bostezo, porque acabo de comer. Hemos tenido la visita de la Muchacha (que ha conocido por fin a los personajes de la secta, y estos a ella, así que ella creerá que estoy menos loco y ellos que no me la he inventado, por sospechosamente bien que hable de ella), que se ha ido al metro bajo la lluvia, sonriendo a la media vuelta, diciendo eso tan maravilloso de: luego nos vemos.

Y se va terminando el año. Nadie en la secta canta villancicos. Es de agradecer, pero los villancicos son tan odiosos que cuando se sufren molestan, y cuando no se padecen se añoran.

Nota mental para por si algún día, en contra de lo que sugiere lo que sabemos de física, se pudiera viajar en el tiempo: buscar al inventor del villancico y transportarlo hacia atrás al cretáceo, o al periodo que fuera el que habitasen los tiranosaurios.

Y ya en serio, pasado mañana dejaré de fumar.

Tengo un abuelo vivo y un abuelo muerto.

El que murió vivió sus últimos días atado a una máquina que le ayudaba a respirar.

No era una de esas máquinas de las películas, donde el personaje-paciente reposa en una cama y los tubitos de plástico le estorban el gesto con placidez y en calma. No, este iba conectado a un trasto al que denominábamos “el cacharro del aire”, que hacía el ruido característico de un martillo neumático.

Aquel fragor nos acompañó como banda sonora de la agonía de mi abuelo, y cuando por fin el pobre se murió yo sentí un odio tremebundo hacia aquel aparato que seguía rugiendo, atronando la casa, y fui a apagarlo.

No encontré el interruptor, así que tiré del enchufe, a la tremenda.

Pero tenía un seguro: cuando apagué su interruptor dejó de rugir, sí, pero empezó a sonar una sirena de alarma. Así que tuve que buscar el interruptor mientras la sirena espantaba a todos los gorriones del valle.

Era tan temible la máquina que me prometí que haría lo posible por no morirme yo, cuando me toque, atado a otro chisme de esos. Y lo posible, probablemente, pasa por dejar de fumar.

Así que ¡a la mierda el tabaco!: la próxima vez que escriba aquí, lo habré dejado. Y esta vez en serio, ¿eh?

¿Qué pasa? ¿¡Nadie me cree!?

29.12.09

balance del 2009 y mención al Papa™

Aquí va mi balance del año 2009 después del tal Cristo ese de marrás: este ha sido el año en el que he decidido que vale ya de balances y de propósitos y de bobadas.

Que si hacer gimnasia, aprender papiroflexia, completar un coleccionable de cochecitos a escala, que si ser mejor persona, vivir menos, dormir más y tal, ja.

Se cae una hoja del calendario. Pues bueno: aún quedan chopos por talar.

Que le den al fin de año y que le den al 2010. Mis propósitos de Año Nuevo ni siquiera me incumben a mí: me he propuesto (yo) que el Madrid (que no yo) gane la Champiñons Leage, y que España (que no yo) gane el Mundial.

Por lo demás, hacer balances le hace a uno mirar hacia atrás, todo el año, y obliga a quitar la vista del presente, con lo estupendo que es el presente. Ahora mismo acaba de pasar a mi lado una compañera de la Secta, eso es el presente, el presente es The Duellists, aunque sea una canción de principios de los ochenta, porque yo la estoy escuchando ahora. El presente, además, es siempre mentira (para empezar, porque se supone que cuando lo percibimos, por la magia del retardo de nuestro cerebro, de nuestro sistema nervioso, etc) ya no existe, sino que existió. El presente, entonces, es una leve proyección hacia el futuro, esa cosa negra y desafiante que no para de arrearnos bofetones con sus guantes retadores, blaf, blaf, bátete, bellaco (creo que me está influyendo la canción. ¿Tendrá que ver con la peli de Ridley Scott?).

Aunque considerando todo esto quizá sea mejor considera el presente, esa cosa, como el intervalo en el que suceden las cosas que pasaron hace poco y las que pasarán en breve, definiendo, por rigor, "poco" y "breve" como al autor de esta línea le venga en gana, que para algo soy yo el que desgasta epidermis dactilar con las teclas.

Así pues, consideremos parte del presente esa noticia que dice que el Vaticano le ha puesto Copyright al Papa©, razón ésta por la cual en adelante no se le va a poder ir por ahí mentando por las buenas, no. Dice el texto vaticanero que "tanto el uso de lo que se refiere directamente a la persona o al ministerio del Sumo Pontífice (nombre, imagen y escudo), como de la denominación Pontificio/Pontificia, debe contar con la autorización expresa y previa de la Santa Sede".

En consecuencia por lo visto decir que un filete es digno del pontífice o que alguien pontifica va a ser, en rigor, ilegal. Que digo yo que si estando al mando de la industria de control del pecado no habría bastado con condenarnos al infierno otra vez cada vez que lo dijésemos (Pontífice™, Pontificio®, Pontificación†, Pontifístula⁶⁶⁶) si alguna vez tengo un perro he decidido que le intentaré llamar o bien Benedicto XVI o bien Pontificio, excusa esta con la cuál en ese dorado futuro, futuro presente, futuro futuro pasado, podré cruzar un par de amenas misivas con el Vaticano (o lanzar, porque si nunca me han respondido no sé yo si les dará por hacerlo ahora).

23.12.09

vida inteligente extraterrestre

¡Os lo advertí!
Mucha gente se pregunta alguna vez si existirá vida extraterreste por ahí fuera, o estaremos solos en el mundo. Y casi todo el mundo suele responder que claro, que seguramente, que cómo no.
Y yo la verdad es que no creo que la haya.
Pero déjame que me explique.

Cuando todo el mundo argumenta a favor de la vida extraterreste lo hace en base a dos cosas. La primera, que el universo es un lugar inmenso. Hay billones de planetas girando alrededor de incontables estrellas, ahí fuera, luego existen muchos marcos donde puede darse la vida. La segunda, consecuencia directa del legado de Galileo, que sacó a la Tierra del centro del universo, y de Darwin, que nos bajó del podio de seres creados a la imagen y semejanza de un teórico jefazo del cotarro, consiste en presuponer que la Tierra no es un lugar ni excepcional ni privilegiado y que igual que aquí hay vida, pues siendo normalitos, como somos, la habrá en muchos otros de esa cantidad bárbara de planetas que dan vueltas por los cielos, alrededor de sus respectivas estrellitas. Que los habrá mejores, sí, y peores, que conocemos unos cuantos (suelta unas liebres en Venus o en Júpiter, por ejemplo, a ver qué les pasa), pero entre que no tenemos por qué pensar que somos privilegiados y que hay tantos, pues alguno habrá donde se den las condiciones para la vida y esta surja y evolucione lo necesario, etc.

Pero no me convence ninguno de los dos argumentos, porque los dos me chirrían, ligeramente, por las razones que, en desorden, les dedico en sendas réplicas. Tenía razón Galileo en que la Tierra no es el centro del universo, y la tenía Darwin a la hora de decirnos, a su manera, que vale, podremos escribir y hacer fuego, pero que como bicho vivo no tenemos más mérito ni privilegio que el ratón de campo o las bacterias que fermentan los yogures, sí, pero no hay razón para extrapolar esa línea argumental hasta su extremo: la Tierra sí es un lugar excepcional, porque conocemos su historia. En primer lugar, pensemos en el oxígeno: si no hubiera oxígeno nosotros no estaríamos aquí, así que qué bien que lo haya, pero no es que lo tuviera por las buenas, es que hace miles de millones de años unas bacterias muy cucas se dedicaron a producirlo durante eones, como residuo de sus procesos vitales, lo que acabó con casi todo bicho viviente de aquella era porque, en realidad, el oxígeno era venenoso para ellas. Y en segundo, en la serie de accidentes cósmicos, como choques de asteroides inmensos o glaciaciones o inundaciones o terremotos que han acabado con unos seres y, accidentalmente, nos han abierto a nosotros el camino, y eso hablando sólo de nuestro pedrusco, afortunado de no tener supernovas cerca, o de ser bien atinado por una fuente poderosa de rayos Gamma, o de haber estado demasiado cerca de un agujero negro, etc etc. Que exista vida, como la nuestra, inteligente, tecnológica, culta (deja de pensar en Belén Esteban y piensa en Richard Feynman, leñe), es algo jodido de cojones, fruto de muchas casualidades y bastante, bastante improbable, y nosotros, pese a esa improbabilidad, aquí estamos, pero no podemos asumir que por haber tenido suerte otros tienen por qué tenerla, por allá arriba. Sería como si al que le haya tocado hoy el Gordo (por cierto, sea quien sea, felicidades, capullo) dijese "si yo soy una persona normal, seguro que le ha tocado a todo el mundo", y no, el número del Gordo sólo sale una vez.

Resumiendo, que es jodido de narices. Pero por baja que sea la probabilidad, me dirás, si hay tanto sitio donde puede darse, es casi seguro que se dará no una, una cantidad inmensa de veces.
Pues sí, el bar es enorme, pero lo acaban de abrir, como quien dice: el universo es descomunalmente grande, pero tiene sólo unos 13.000.000.000 años, que leído así parece una barbaridad, pero que en términos cósmicos la verdad es que no es tantísimo, y plantea una asimetría que a mí me llama mucho la atención: pese a que en él quepan trillones de estrellas y aún así esté mayormente vacío, nuestro amable Sol, que ayer celebraba su solsticio (¡felicidades, bola de hidrógeno!), es sólo una estrella de tercera generación: lo han precedido sólo otras dos hornadas de estrellas.

Esto representa un problema para la vida. Por ejemplo hace 10.000.000.000 años sería muy improbable que hubiera, porque los átomos pesados, los que nos forman, los que permiten moléculas complicadas que sirvan para guardar y configurar información, es decir, los que sirven como ladrillos para la vida, se forman en las estrellas, o en la combustión de las mismas, cuando por fusión se unen átomos sencillos en átomos más pesados, liberando la energía que desprenden las estrellas (así nuestro sol genera luz y calor, pegando juntos átomos de hidrógeno, generando helio, que es algo más ligero, y desprendiendo la energía sobrante), camino este que se termina en el hierro (porque, creo recordar vagamente, ya es demasiado denso como para que pueda fundirse en algo más pesado ya que la presión necesaria haría explotar la estrella como supernova, o quizá porque quizá ya no salgan las cuentas de la fisión, no lo recuerdo bien), o bien mediante las sacudidas que produce la explosión de una supernova, que con la presión brutal que genera pueden mezclar más fusiones de elementos entre sí y generar lo que nos constituye y lo que forma nuestro planeta, oxígeno, carbono, hierro, calcio, etcétera, todos : cada uno de nuestros átomos está aquí porque estrellas cercanas de la generación anterior explotaron y lanzaron estos átomos complejos que nos forman desde sus entrañas al espacio, apretujando de paso una nube de gas que luego cuajó en nuestro sistema solar. Y casi todos estos átomos se terminaron de generar en la segunda generación de estrellas. Esto significa que sólo estrellas de nuestra generación disponen en sus sistemas de estos átomos que luego la vida usa de ingredientes.

Y el caso es que estos datos son necesarios para generar moléculas complicadas, y estas son necesarias para la vida. ¿Por qué?, puede preguntar alguien, ¿por qué no puede existir un ser de, no sé, hidrógeno?

Pues porque el hidrógeno es un átomo muy simple, abundantísimo (la mayoría de la materia es hidrógeno) y muy poco útil: con lo único que se combina cuando está solo es consigo mismo, forma H2, que es una molécula de sólo 2 átomos. Es imposible codificar en ella la información que un ser vivo necesita para realizar tareas a base de moléculas de hidrógeno.

Así que tenemos un universo enorme, pero donde sólo desde un tiempo astronómicamente reciente se ha dispuesto de las herramientas para formar vida. Y eso me hace pensar que aunque la vida pueda surgir en múltiples lugares, si ha requerido un tiempo considerable disponer de ellas y, además, sobre todo los primeros estadios de la vida orgánica parecen de evolución muy lenta (durante la mayor parte de la vida en la Tierra esto ha sido un zoo de amebas), quizá nosotros estemos en la franja mínima del tiempo imprescindible para andar rastreando el cielo con radiotelescopios.

Lo que sugiere que nos preguntemos ¿y qué pasa si somos los primeros? Porque a fin de cuentas, sabiendo que existen al menos N civilizaciones en el universo con N mayor que cero gracias a nosotros, alguna de esas N civilizaciones ha debido ser la primera.

Y con los datos que tenemos, la estimación más plausible hasta que el SETI no colapse las portadas del mundo detectando alguna señal alienígena es que nosotros somos, de hecho, esa primera civilización en romper el cascarón y mirar hacia arriba.

Y por eso no creo que haya más: por lo mismo que cuando uno queda con unos colegas en un bar sobre las 9 y llega a las 9:10 y no ve a nadie asume que puede ser el primero, en lugar de pensar que ya han llegado varios pero que todos a la vez han ido al baño.

Y como esto está quedando largo lo dejo aquí, aunque me dejo en la manga, si este post no mata a nadie, hablar otro día sobre las implicaciones filosóficas (mías, o sea, filosóficas de baratillo) de estar solos, porque es una idea que, no entiendo por qué, incomoda mucho a la gente, por lo general, y les hace decir esas cosas tan proyectivamente inquietantes sobre que qué desperdicio, tanto espacio desaprovechado, y les hace pensar en el cosmos como un lugar frío e inhóspito (como por lo general, por lo que sabemos, es exactamente).

instrucciones para dominar el mundo

Ya que por fin alguien ha cometido la imprudencia de preguntar, aquí va el método para dominar el mundo que se nos ocurrió el sábado por la noche, tomando unas cervezas en Casa Federica.

Aunque, eso sí, no te vas a librar de leer mi divagante reflexión sobre vida inteligente extraterrestre: como luego me voy, por eso de la Navidad, y no volveré hasta el sábado, como pronto, la dejaré luego como ladrillo disuasorio, para que espante a todo el que se acerque por aquí y nadie se percate de mi ausencia. He dicho.

Procedamos pues: el plan para dominar el mundo consisten en montar una fábrica de lavadoras hijas de nuestro tiempo, es decir, con wifi, conectadas a internet. Sus ventajas serían tremendas: uno podría sacar la ropa mientras consulta los resultados de su equipo, por ejemplo, o mientras lee críticas de cine, o poner la lavadora por internet desde la oficina, o verificar si ya ha terminado desde la panadería o el estado de humedad de su ropa interior desde el sillón del salón, mientras ve por la tele la remozada cara de algún deshecho social.

Las venderíamos como rosquillas, a precios muy baratos y, novedad con respecto a la lavadora habitual, construidas con baratos materiales resistentes, nada de esas piezas high-tech pensadas para que tras una vida útil de 3 o 5 años la lavadora muera. No porque nuestro negocio no será vender lavadoras, sino dominar el mundo, y cuanto más aguanten las lavadoras, mejor.

Y la idea sería dejar en cada lavadora, latente, un virus que nos permitiera a nosotros, los futuros dominadores mundiales, controlarlas desde nuestros ordenadores. Una vez hubiéramos vendido un par de millones de lavadoras podríamos mandarle un email a la ONU, con copia a Obama y a Zapatero (a Aznar no, porque nos dan miedo sus abdominales y –más– asco su persona), diciendo que o se nos paga un billón de dólares (lo diríamos así por si cuela el error de la nomenclatura yanqui) o provocaremos calamidades y catástrofes de diversa índole. Y, como demostración de nuestro poder y de que vamos en serio, y por ser tradición en estos menesteres, arrasaríamos París primero conectando a la vez todas las lavadoras allí vendidas, con el repentino gasto energético que esto supondría, y con el movimiento sísmico que generarían todas puestas a la vez en centrifugado. Mientras no pagasen, además, podríamos presionar a los líderes mundiales haciendo que sus lavadoras no limpiasen, que les destiñesen la ropa, y que la dejasen húmeda y rota. Les hundiríamos así, pues ¿qué democracia libre seguiría a un pordiosero, a un tipo que apesta, a un hombre que no lleva la raya del pantalón bien planchada y que se viste con una camisa desteñida a la moda hippy?

Luego, cuando nos pagasen, nos construiríamos una guarida subterránea, quizá comprándole las tuneladoras a Gallardón o obligándole a cedérnosla bajo la amenaza de su lavadora, y pensaríamos si seguimos siendo archimalvados o si, asegurada la universidad de los descendientes que nos sigan en este valle de lágrimas, nos pasaríamos al lado bueno de la justicia. Porque podríamos poner a nuestras lavadoras a castigar a los talibanes, o negarles las mudas limpias a los dictadores del mundo, o montar cabalgatas de lavadoras vibrantes para solaz de los niños, en Reyes. Pero, insisto, estos bellos planes ya con un billón de pavos en el banco, y con un Ford Mustang en el garaje.

Por último una advertencia: al que me copie la idea lo demandaré. Este blog tiene una licencia de Creative Commons con la cláusula de que su contenido puede reutilizarse, pero se reserva el derecho del autor a ser el ejecutor exclusivo de los planes de dominación mundial. Y el que avisa (de esto, y del plan de las lavadoras), etcétera.

21.12.09

facebook coharta mis derechos

Y me deprime profundamente casi tanto como no poder usar tildes (teclado, te odio). En estos tiempos de lucha por las libertades y de reconocimiento de los derechos de los otros siempre y cuando no atenten contra los propios, ¡Facebook me coharta!


Me ha salido este error:



No puedo ser mi amigo.

Facebook, te odio.

Aunque he conseguido escribir sin tildes, y eso me hace sentir ligeramente mejor, en fin.

andarse por las tramas

Una de las extrañas consecuencias que tuvo mi cumpleaños (dejando a un lado la paliza del 6-0 al pobre Zaragoza) fue la proliferación de ideas estupendas, sobre todo de tramas.

Una de ellas, la menos estupenda pero detontante de las otras, fue para el próximo taller del Bremen, cuyo tema propuso adivina quién, que consistirá en escribir un cuento del oeste. La idea fue: western + zombies. Luego pensamos que en un mundo polvoriento en el que quien más y quien menos lleva un revólver y sabe usarlo, a los zombies no les esperaba un gran porvenir. Pero entonces el tipo que estaba pariendo aquellas ideas se puso a sugerir más: Jack el destripador en el oeste (las fechas, estimábamos, concordaban más o menos). O Cthulhu en el oeste. O Godzilla en el oeste.

A partir de ese punto nos dedicamos a divagar un rato sobre las infinitas posibilidades del cine nipón, subgénero godzilliano, para el que también parimos una película, después de admirar todas las que ya se han hecho de Godzilla peleando contra todo. Porque hay algo contra lo que Godzilla no ha peleado: contra sí mismo.

La idea sería titular la película…

 

哥斯拉對他的心魔

 

…que según Google es como se escribe en japonés "Godzilla contra sus demonios interiores", y consistiría en una especie de crossover con el movimiento dogma, y serían dos horas de película de Godzilla sólo en un bar, tomándose un café frío mientras fuera llueve, contemplando en la ventana su reflejo deformado por la lluvia y sus lágrimas (de cocodrilo XXL).

Por cierto, espero que se vean los simbolitos japoneses. Me ha hecho una ilusión tremenda ver que recordaba cómo se escribe demonio.

Y la última trama que pensamos no la cuento, porque consistió en diseñar un plan para dominar el mundo y entre que esto ya me está quedando largo y que quizá sea mejor que sea una sorpresa, pues no lo cuento.

Aunque si un total de una personas me insisten para que lo haga, tendré que hacerlo en otro post.

Será eso, o explicar por qué creo que estamos solos en el universo (me refiero a solos como planeta habitado por bichos inteligentes tecnológicamente avanzados, no solos como alienados por el consumismo navideño, que conste).

20.12.09

18.12.09

el talento de mr. reverte

Esta última semana y pico se han estado mofando de mí, en la Secta, porque me estaba leyendo La Reina del Sur, del señor Académico T Mayúscula, Arturo Pérez Reverte.

Los compañeros se me acercaban cogían el libro entre sus manos, lo miraban sonriente y entonces decían alguna frase del estilo de

–Hombre, mira lo que se está leyendo el que no puede leer cosas normales, el que no se quiere leer lo que hemos leído los demás.

Yo me defencía, como todo buen hombre, con la verdad:

–Es que me obliga a leerlo la Muchacha, por eso de que sale México y hablan en argot.

–Ya ya, confiésalo, te gusta.

Y una vez superada la página 94 yo siempre les respondía, mosqueado

–Claro, adoro los libros detallistas en los que los aviones cruzan el Atlántico a una altitud de 3.000 metros, claro.

 

Y bueno, ya me lo he terminado, y lo confieso, y me tomo la venganza opinando sobre el libro que, tengo entendido, fue un éxito de ventas, como todo lo que escribe T Mayúscula.

Me ha costado un horror leérmelo porque llevo bastante mal algunas de las costumbres que tiene T Mayúscula cuando escribe, como por ejemplo esa compulsión por detallarnos los vestidos (colores y composición incluidas) de su protagonista, Teresa Nosequé, o esa otra de incluirse a sí mismo como el periodista que va detrás de la historia y que, evidentemente, es un reflejo del propio señor T Mayúscula. Y qué reflejo: “aquí estoy yo, que los tengo así de grandes, preguntándole a un narco mexicano por qué se cargó a tal tipo, porque yo lo valgo”. Vale, señor T Mayúscula, es usted o un valiente o un idiota. Yo ya lo sospechaba, no sé qué necesidad había de confirmarlo.

Más cosas que no me han gustado: esa forma de traslucir lo mucho que pilota el señor sobre gastronomía refinada. Y va la prota con su contable a tal restaurante superexclusivo y comen una pata de venado a la (insertar palabra en francés aquí) con salsa de (insertar cosa rara y exclusiva aquí) regado con un buen (insertar nombre de vino caro aquí). Vale que nos detalle hasta el hastío los islotes de la costa de Marruecos, porque luego, bueno, forman parte del marco de la trama, ¿pero no podría simplemente decir que los protagonistas comen, en lugar de abofetearnos con una carta de lujo?

Más: el argot es una cosa cojonuda para usar cuando 1. se hace para resultar un malote o 2. se hace para demostrar el amplio conocimiento que tiene el narrador de un entorno exótico. Los mexicanos hablan como mexicanos. En cambio el narrador español habla como una mezcla entre estibador y Señorita Rotenmeyer: es incapaz de decir palabras como “porro” o “canuto”. No señora, la señora Teresa no fuma porros ni canutos: fuma cigarros condimentados con hachís (que jamás se llama costo, claro. La heroína pueden llamarla de mil maneras los mexicanos, en el libro, pero el hachís jamás será costo, que eso saben decirlo los chavales de aquí, y es vulgar). Vale que una vez te lo diga, no sé, igual alguien no sabe lo que es un porro. Pero leerlo a lo largo de los cientos de páginas del libro es un hastío.

Más: esos protagonistas de Mr. T ¿son siempre los mismos, no? Está el arquitopo del que es buena gente, por mucho que trafique con órganos o sea reportero de sucesos: ese será silencioso, estará desencantado, y será honesto porque le sale de los cojones. Y cuando hable será sabio, y cuando calle, lo parecerá. Y luego está el que es un bocazas y un parlanchín, que se vende porque tiene sus vicios y sus cosas, y es un completo gilipollas a los ojos de Mr. T, o sea del universo, porque si lo eres para quien escribe el libro estás jodido, personaje. Y luego están los que sobran, como una tal Pati, que aparece en un capítulo y luego se pasa pidiendo morir a gritos tres cuartas partes de la novela, o los que desaparecen sin venir a cuento, como un piloto de helicóptero que saluda, se presenta y es mencionado en los agradecimientos del final, todo vale para ganarse una invitación a unas copas. Y la prota, entidad aparte, encantada de pasearse en bolas por unas cuantas páginas y de transformarse de don nadie mexicana en una vip marbellí con un par de consejos sobre tacones y peinados (austeros, obviamente, porque a Mr. T no le gusta que las protas se le peinen como fulanas).

Pero bueno, yo leía y la verdad es que me han gustado varias cosas. Concretamente dos:

La primera, una carrera en una planeadora cargada de costo, huyendo de la Guardia Civil en plena noche. Está contada de fábula, y me la tuve que releer, un gustazo.

Otra, el ruido del cerrojo de un Kalashnikov en el interior de un coche bajo la lluvia tropical.

Es un balance algo escaso para tanta página, pero en fin. Es lo único bueno que se me ocurre decir.

Pero lo peor, que dejo para el final, es el propio final. No sí si te has leído la novela o no, pero si aún no lo has hecho y pretendes hacerlo, sáltate lo que queda del post, porque para ponerlo a parir tengo que contarlo.

 

##### ¡Es poi ler, es poi ler! #####

 

El libro termina con que a la señora traficante le da por volver a México con su matón de confianza a testificar contra un narco contra el que sus motivos son algo tenues, pero bueno, igual es que le hice poco caso a un párrafo decisivo. El caso es que se planta allí en México, y el narco en cuestión pone precio a su cabeza.

Total, que ella está en una casa enorme, llena de federales, y rodeada por el ejército. Tiene una pistola con tres cargadores y a su matón con un revólver. Como si cuando te ponen una escolta te dejan una pistola para que juegues con ella, en fin, obviemos eso. El caso es que para rematar la novela a Mr. T se le ocurre que una noche los federales desaparecen, el pistolero de la prota se da cuenta, saca de la nada un Kalashnikov y granadas, y se lían a tiros con los maleantes que asaltan la casa, que se empeñan en intentar subir todos por la escalera a la primera planta. Al final saltan al patio, el escolta muere, y ella se salva por los pelos, voilà: The End.

Y digo yo, si como afirma la novela los federales se han vendido ¿para qué van a desaparecer de la casa, cómo explicarán eso después a sus superiores? ¿Cómo entran los sicarios a una casa rodeada por el ejército? ¿Por qué son tan gilipollas de dejar armadas a las dos personas que pretenden matar, y dejarles al alcance de las manos, además, un fusil de asalto y granadas?

¿Al grupo de profesionales de todo esto que forman el narco, su gente y los federales no se les ha ocurrido hacer algo más sencillo?

Por ejemplo: se crea una cuenta bancaria escondidilla pero detectable a nombre del pistolero-perrito faldero de la prota, se ingresa un pastón y luego los dos federales comprados van a la casa, dicen “hola, qué tal”, y mientras el primero fríe a tiros por la espalda al perrito faldero, el otro la mata a ella de un tiro con una pistola comprada en el mercado negro. Después se pone la pistola en la mano de él, y se da la alarma, ¡la emprendió a tiros con ella, el muy hijo de puta, mira que le advertimos a la tía esta que no queríamos darle un arma!, y a esperar que un juez descubra lo de la cuenta del banco. The End.

Es un plan mucho más creíble, pienso yo.

Y en una novela que da todos los detalles que puede por ser creíble (cometiendo de paso errores como aquel de la página 94, donde los aviones van bajitos sobre el Atlántico, imagino que por gastar más queroseno), un final enrevesado y estúpido es intragable.

Así que, sumándolo todo, me ha encantado la novela. Porque me hace pensar que vale, quizá yo no pueda escribir ni una novela así, pero que al menos no podría rematarla así de mal, tampoco.

16.12.09

el asunto este de la saharaui, y su solución

No es que pretenda sonar poco serio, líbrenme los dioses paganos (que hay que ir calentando motores, que nos faltan 5 días para el Yule), pero es que no recuerdo cómo se llamaba la buena mujer, son las cosas de mi memoria, y hay que quererme así, como soy, podría ser peor.

El caso es que el mundo es una mierda, sí, ya lo sabemos todos, y eso nos produce una gran tristeza, porque somos buena gente. Y pasan cosas como la de esta buena mujer, presupongo, porque yo siempre le presupongo la bondad a la gente, soy así de imbécil, y hay que queremre así, como soy, que ya digo que podría ser peor. Total, que no es que yo vea mucho la tele últimamente (¿cuándo fue el último partido de Champions del Madrid?), pero de algo me he enterado, eso que se resume en que está entre que si Marruecos no la quiere ni en pintura, que si España anda ahí haciéndose la loca (perdón por humanizar a los países, ya sé que es tremendamente desconsiderado hacia los humanos), y el Sáhara ahí, ese asuntillo que se despistó entre el tardofranquismo y la democracia. Y la buena mujer se puso en huelga de hambre para conseguir no tengo claro qué, y todo el mundo anda muy preocupado y bla bla bla.

Pero que no cunda el pánico, porque mientras nosotros, horrorizados, sólo alcanzamos a poner cara de pánico y gritar “¡aaah, el horrooor!”, hay una casta ahí de bravos héroes que ha tomado el toro por los cuernos y ha dado un paso al frente, dispuestos a resolver el problema, a hacer que el mundo sea una mierda, sí, pero un poquito menos.

Estos audaces individuos no son otros que los miembros del Patio Maravillas que, preocupados por la salud de la saharaui, sí, pero más aún por la funesta suerte del Sahara, decidió pasar a la acción, y resolver el problema. Esos que, con tal fin, prepararon una serie de plantillas y grabaron con espráis “libertad para el Sahara” y cosas así en las fachadas del barrio.

Y luego, supongo, se irían a su casa tan contentos, o a tomarse las cañas de la victoria, que sin duda, sabrán, es pequeña, pero es una victoria, al fin y al cabo. Porque los vecinos, pescaderos, fruteros, comerciantes y demás habitantes del barrio de Noviciado que desde aquella noche de revolución, de confrontación y batalla victoriosa con parte de la misera del mundo tienen sus paredes decoradas con pintadas reivindicativas no les quedará otra que, no sé, darle status de país al Sahara, liberar a la saharaui, y dejar de practicar esa política internacional cobarde y tiquismiquis que practican.

Porque todas esas cosas las deciden entre la plebe y los tenderos, ¿no?

Porque si no, no sé, alguien debería explicarme qué coño pretenden esas pintadas, o tendré que dejar de pensar bien y tachar a quienes las hacen de vándalos estúpidos e inmaduros que con la excusa de arreglar el mundo lo que hacen es ensuciarlo.

15.12.09

faith of rats, requetevisited

Que conste que este breve post post-post no va de Religión, por mucho que cite a Vanbrugh, es sólo la fe de erratas del anterior. Y dice así:

En la primera línea, donde dice “cine” debe entenderse que debió decir “teatro” y sólo pensar “ay, el cine de mis amores”.

Y en otra, donde dice “integrista religioso”, en realidad quise decir “integrista religioso”.

Ña ña ña.

en vivo

Rematamos nuestro domingo de elitismo cultural yendo al cine, a ver Glennosequé y Glenn Rose, de David Mammet. A esas horas ya padecíamos los efectos de, eso, el elitismo cultural, que implica, como ya infería yo de nuestra exposición quincenal a la literatura, ir un poco borracho y tambalearse ligeramente. Sentarse en el patio de butacas ayudó, le transfirió al desequilibrio esa seguridad de las butacas de los transatlánticos al alba, todo se mueve, pero mi silla, bajo las posaderas, calca mi posición, la estabiliza. Eso es bueno. Y yo miraba alrededor y veía a toda esa gente que también forma parte de la élite cultural, porque, bueno, aquello era un teatro, no un cine donde uno se sienta en la butaca con la alegre certeza de que en un momento pasado no muy remoto un Yoni y una Yuli han estado ahí sentados viendo una comedia absurda, mascando palomitas con caramelo y metiéndose lengüetazos. En el teatro eso no pasa, todo lo más uno le arranca a la butaca el eco del tacto del abrigo de piel de alguna viejecita largo tiempo cultivada, que va a ver al Gonzalo de Siete Vidas, o el vago recuerdo del aroma de la franela de la chaqueta de algún gafapasta que ha ido ahí casi por prescripción cultural, o porque conoce al iluminador, o porque pretende ligarse a la intelectual también gafapasta que tiene amurada en la butaca de estribor.

Y comenzó el teatro y me pasó lo de siempre, que me gustó, pero que no me gustó. Admiré la forma de comportarse de los actores, esos hablares interrumpiéndose, esa capacidad para dar pena o cabrearse, etcétera etcétera, que bien lo hacen, que bien se comportan de mentira, pero sin que se note, cómo nos mienten (porque eso es actuar, aunque la RAE, curiosamente, no lo diga). Pero no me gustó, primero por la obra, porque, vale, ya sabemos todos a qué conduce el capitalismo rampante, ya conocemos todos la vida del vendedor (por favor, todos hemos visto al vendedor desesperado de The Simpsons, a estas alturas de la vida), y a mí me inquieta verme sometido durante una hora y pico a las vicisitudes de un mundo que yo ya intuía antes, de verdad, que me parecería un coñazo de mundo. El mérito de Mammet fue confirmarlo, supongo, pero es un mérito trivial. Y tampoco me gustó porque el teatro me parece un despilfarro tremendo de recursos.

Por ejemplo, el escenario. Un escenario grande, inmenso, vacío en el 80% que va desde las coronillas de los actores hasta los focos del techo, y en gran parte del espacio entre ellos. Consecuencia: la mitad de las veces no veíamos otra cosa sino espacio vacío y la parte trasera de los cabezones sentados ante nosotros.

Y por ejemplo, bis, los actores. Un montón de gente ahí repitiendo noche tras noche la misma historia, convirtiendo la trama en un Día de la Marmota sin Bill Murray ni Andie MacDowell. Y eso me incomoda porque me hace ponerme fatalista. Es maravilloso ver En Busca del Arca Perdida y sentir que por muchas veces que la veamos todo ocurrió en 1936, que Indy no va a tener que pegarse todos esos costalazos noche tras noche, año tras año, o ver Réquiem por un Sueño y sentir, al terminar, que todo eso Ya Pasó, que ya, ya sé que en el teatro es lo mismo, pero me cuesta más ponerle el cepo, echar el cierre.

Dicho todo esto, y pese a que no me gustase, puedo decir, honestamente y para regocijo, espero, de la Muchacha, que me gustó. Porque mis prejuicios y mis resquemores son feroces, pero nunca me impiden tener la contradicción del gusto, cosa esta que tiene sus mil evidentes ventajas.

Y por la mañana habíamos ido a un concierto de la Joven Orquesta Y Coro de la Comunidad de Madrid, que usa las siglas JORCAM, aunque yo no entiendo por qué, porque ¿de dónde sale la R, por ejemplo, o por qué esa A, que parece sugerir un “autonómica” que no aparece en el nombre largo? Así que fuimos a ver a esa orquesta que, sospecho, le ha robado las siglas a la Joven Orquesta Rociera de la Confluencia Andaluza-Murciana, donde ya había yo tenido mi primera exposición al suceso en vivo y, de paso, a la presencia de Vanbrugh, que fue quien nos invitó al evento y mediante muchas cervezas nos puso en el modo elitista-cultural que, como decía por ahí arriba, implica el tambaleo.

Y fue distinto, porque la música no es lo mismo. Porque cuando empezaron a sonar los 10 violines, las 3 violas, los 3 violonchelos y el contrabajo (¿o es un bajo? ¿hay diferencia? ¿hay algún entendido en la salsa?), mi primer pensamiento no fue “como darle al play”, sino “así que de ahí sale la música”.

Vanbrugh me había prevenido que no estaría bien visto que corease los estribillos, encendiera mecheros o hiciera moshing. La organización de la sala me dedicó, además, un pregón prohibiendo hacer fotos con o sin flash.

No me importó, entiendo que el “clic-clic” del obturador, en ese silencio inundado de música de cuerda, puede sonar como un tiro.

Y si me hubiera importado se me habría olvidado al tener que soportar luego la mirada de Vanbrugh cuando a la Muchacha se le escapó un agradecimiento hacia arriba, y yo tuve que interrumpir y gritar “¡al azar, gracias al azar!” mientras él meneaba la cabeza y hacía el gesto de la victoria.

Para ser un integrista religioso no nos cayó demasiado mal, el señor Vanbrugh.

Lo único malo fue que se nos olvidó llevarle, al menos, un ejemplar del libro de cuentos del Bremen, para que nos baje del altar (es un decir), cosa que el aprovechó para humillarnos invitando a tantas rondas de cerveza.

Pero nos resarciremos, vaya si nos resarciremos.

Así que, el balance:

En vivo, el teatro, psé, bien, vale, pero mejor una obra que, no sé, me interese.

En vivo, la música de cuerda, gloriosa.

Y en vivo, Vanbrugh y familia y amigos, una colección de soletes.

12.12.09

2 años


Quizá fue Nano el culpable de que yo dejase de mirarme los zapatos.

-¿Habéis visto cómo sonríe? -dijo, sonriendo a su vez, por puro contagio del recuerdo-. Tiene una sonrisa brillante.

Pero yo soy muy torpe, tímido, y la primera vez (que nos vimos, ella, yo, todos, grumetes entonces del Bremen) le dediqué casi todas mis miradas a mis manos y a mis zapatos. A fin de cuentas no dejaba de resultar algo raro, yo ahí, obedeciendo aquella invocación porque no entendía qué razones había para obedecerla; qué pinta un matemático en un taller de relatos. Movido por la curiosidad del a posteriori y por el afán de contradicción. Si no lo sé, pues voy, a ver si lo descubro.

El día que Nano dijo aquello estábamos tomando algo en la previa de la segunda reunión del taller. Los puntuales, los impacientes, los que por casualidad no teníamos nada que hacer antes, estábamos ahí, compartiendo las impresiones del primer día, de las primeras palabras. De las primeras sonrisas que nos veíamos, también, o que veían, porque yo ya digo, vista gacha. Así que motivos hay para acusar al Nano de ser el culpable de que la curiosidad pudiese al miedo, y me hiciera apartar la vista de mis manos y de mis zapatos.

Luego comenzó el taller y al rato -porque trabajaba lejos, y salía tarde- llegó ella, nos saludamos con un gesto, porque ya entonces nos leíamos y nos escribíamos (con esa extrañeza que proporciona esto de internet, donde hablas con la gente, compartes con ellos lo que no sabes si querrán compartir, aquellas mañanas de mis resacas y sus viajes al patio, a romper el hielo para que los perros pudieran beber, aquellas noches negras, donde sospechaba yo, creía saber, que los dos, a veces, mirábamos ventanas oscuras y veíamos, reflejadas, las luces de dentro). Y en un momento dado, claro -no hubo que esperar mucho- sonrió, y yo, que ya estaba atento, ya no pude dejar de mirar aquella sonrisa.

Luego, claro, pasó lo que tenía que pasar, de tanto ver esa sonrisa. Se borró un poco el desconocimiento, la extrañeza se disipó, sólo quedó un miedo vago, lejano, algo informe, algo que se escabullía cuando me ponía a pensar en ello. Vinieron los talleres y sus postdatas, con ese vino suyo y esa copa mía y las palabras que logramos cruzar, una periodista poeta y un matemático que acababa de entrar a trabajar en una secta satánica. Pero por increíble que pareciese ella se reía, yo me reía, estábamos contentos, y aquello acotaba aquel temor sin nombre, y después, recordando, los dos llegamos a sentirnos fatal por odiar a terceros interlocutores que, por aquel entonces, a veces se nos cruzaban en aquella exploración, aquel descubrimento al que nos dedicamos así, con copas y la resaca de los relatos recientes. Y la noche del 12 de diciembre de 2007, quizá ya a las cuatro o las cinco de la mañana (y tenía su mérito, porque era un miércoles, claro) por fin entendimos qué era ese miedo cobardica y difuso, que no logró sobrevivir siquiera al primer beso.

Y luego amaneció sin tormenta de arena, pese a las predicciones de Google, y yo caminé como borracho sin alcohol, dando tumbos por las aceras al sol de la mañana, sonriendo como un idiota. Y así llevo dos años, y en la botella queda el vino justo para un brindis, así que, si me disculpan, me reclaman a una el recuerdo y el presente.

11.12.09

acento gaditano

Se celebró la reunión bisemanal del Bremen con una trágica noticia; por primera vez desde que comenzó la navegación del taller, me quedé sin relato para el mismo, porque toda mi creatividad de la semana se me fue en el tercer párrafo de esta epóstola (¿habíamos quedado en llamarlas así?). Tan dramático acontecimiento no fue al final tan dramático porque a nadie le importó, y yo me distraje mucho cuando nuestro gaditano virtual sacó en su cuento a un simpático Torquemada y yo me puse a recordar esa fantasía mía: ¿dónde y cuándo te habría gustado nacer, y qué te hubiera gustado hacer? Ya lo he contado, creo. Yo querría haber vivido los tiempos de gloria del Catolicismo en España, y ser inquisidor. Sospecho que se me habría dado de maravilla.

El caso es que el señor Nano nos contó, tras aquel relato, algo relacionado con la Iglesia y con Cádiz: por lo visto en los conventos gaditanos cambian los nombres de las monjas que, al llegar, se llaman Rita o Raimunda. “¿Por qué?”, quiso saber alguien, claro, porque nunca falta curiosidad en las bodegas del Bremen. “Imagínate, con el acento gaditano, que alguien llega al convento preguntando por ellas, ¿eztá Zor Rita? ¿Eztá Zor Raimunda?” Y nos descojonamos, claro. Grande Cádiz, enorme su acento.

Y la Muchacha no vino. Vino después y muy contenta, porque la he hecho un regalito, después de mucho pensarlo y de planificar la logística esa que ha sorbido con gula los grumillos de mi tiempo libre.

Después de pensar el regalo, un día le dije mira, verás, ahora con esto de que si la navidad, reyes, nuestro aniversario y tal, se avecina tiempo de muchos regalos. Y claro, los reyes son lo más, y el gordo debería dártelo ahí. Pero es que ya lo tengo pensado y me da una impaciencia tremenda esperar tanto, ¿y si les cambio el orden?

El comentario tuvo el efecto deseado, aunque no en el orden de magnitud esperado. Empezó con la Muchacha diciendo “oooh, ¡dámelo!, ¿qué es?, ¡dámelo ya!, ¡dime qué eees!” y terminó con ella trazando mapas sobre el alcance de los paseos que me doy en los que hipotéticamente podría ir a por su regalo. Alcance medido en el tiempo disponible para el paseo, con una precisión escalofriante.

La última noche antes de que se lo diera cambió de estrategia y estuvo recitando, por orden alfabético, posibles cosas regalables, mientras me vigilaba atenta por si algo en mi expresión me delataba al acertar con la palabra: “abrecartas… abanico… ¿¡¿albóndigas?!?...”

Y al día siguiente, taller. Escondí su regalo, y le fui dejando post-its con pistas por la casa. Busca en la lavadora… nooo, aquí no, donde el suavizante… ahora mira en la página 100 de tal libro… como la iba a encontrar cuando yo no estuviera (porque si no ni modo, a la segunda pista me hubiese atado a una silla e interrogado sobre el escondrijo del regalo), la primera pista incluía la instrucción de sacar a Lumita y grabar en vídeo la búsqueda.

Pena que no sepa subir vídeos a YouTube.

Y ahora tenemos el problema nomenclador. Antes nuestras cámaras se llamaban Canita, la Canon, y Lumita, la Panasonic Lumix. Y ahora tenemos otra Canon. Tiene pinta de que se llamarán Canota (la cámara antes conocida como Canita), Canita y Lumita. Pero si a alguien se le ocurre un bautismo mejor estamos dispuestos a escuchar sugerencias.

8.12.09

cambiando cambiando cambiando cam

Sucedió que trastear cinco minutos asíconprísa, digamos, resultó contradictorio: el resultado fue mucho más satisfactorio que el del diseño buscado, hurgado, escarbado, retocado, etcétera. Así que, en un arrebato, he cambiado el diseño del blog, que lo sepas, por si lo notas raro (no asustarse).

Luego, en siete ratos más, le he apañado el link al fotoblog, para que no quede estrechito, y ponga algo, y la foto de arriba, pues venga, cambiada también. Featuring, ahora mismito, a la mítica Muchacha, un día que remoloneaba, que es una cosa que a ella le gusta mucho hacer justo después de la publicidad subliminal, ese soniquete que consiste en repetirme muy bajito, mientras duermo: "compra el periódico, haz café, compra el periódico, haz café", y que no sé cómo le sigue funcionando, qué cosa tonta el subconsciente.

Y eso es todo. Me despido pronto, de rato empleado, que no de hora, pero es que estamos enterrando dignamente una botella de Matusalén, con una mujer que ha llegado arrastrando un cadáver a estas horas de la madrugada, cosas que pasan.

5.12.09

camarote 503


En otro orden de cosas, hemos hecho un blog del Bremen: camarote503.blogspot.com. La idea es poner ahí las actas y, de alguna manera, los cuentos de cada sesión del taller. Por si alguien quiere malgastar un rato de su vida cada quince días leyendo a la Malasaña literalmente underground, vaya.

Un taller como el nuestro, descabezado y autogestionado, se mueve a los impulsos que la pereza y el perdernos en disquisiciones le transfiere, así que la cosa está un tanto cogida con pinzas, por ahora, y aún estamos mirando cómo subir esos cuentitos, así que paciencia. Pero yo lo cuento, y de paso explico por qué a la barrita de la izquierda le ha brotado un link nuevo, con una fotito como esta que ilustra este post, pero en pequeño.

Como comentario de la foto, es un reprocesado de una foto original de enero de 1931, que obviamente no hice yo, del Bremen atracando creo que en Nueva York. Y patatín patatán, contaría ahora la historia del Bremen, pero como no recuerdo si ya lo hice, y bastante he dado ya la chapa hoy y además puedo ponerme bastante plasta con el tema del barquito, pues casi mejor para otro día.

la batalla contra el dragón

Aunque parezca mentira, con la cantidad de friquis que hay por el mundo haciendo música (tantos que parece que no hay no-friquis musicando, o desprendiéndose de la friquez por un momentito para hacer algo serio), existe alguna canción decente sobre dragones. Por ejemplo Dance of the Dragon King, de Spiritual Beggars, que no está en Google, aunque sí la que va justo después en el disco, que a fin de cuentas suena parecidilla, y que es esta:



En fin, dragones. Nos gustaban los dragones, bichos de 10 o 20 toneladas que escupían fuego, erizados de espolones, colmillos y garras, recubiertos por una armadura de escamas y movidos por una sangre que, para más inri y recochineo cuando conseguía uno taladrar su piel, era corrosiva.

Igual que una buena traca incluye un petardo final de espanto, cada una de nuestras partidas incluía un inmenso dragón al final (a veces algún otro antes, pero el del final era el bueno). Y olvídate de el rollo de la épica fácil en la que los aventureros personajes iban por ahí degollando bestias míticas como quien decapita amapolas: nuestros enfrentamientos con los dragones, punto final y colofón de toda la narrativa veraniega, eran bastante duros. La estadística era que entre la mitad y la totalidad del grupo palmaba en ese último round. Y la batalla de aquel verano, con Perico concentrado en la tarea de aniquilar al grupo y yo en la de llevar adelante las reglas dio esa dualidad maravillosa en la que yo, el maquinista, no podía dejarme llevar por romanticismos que salvasen a nadie, ni él podía distraerse en consideraciones ajenas al objetivo del dragón.

Sucedió todo, como suelen suceder estas cosas, en una cueva, en lo alto de un risco nevado. Una cueva grande y espaciosa, en la que el dragón, incluso, podía levantar el vuelo si lo creía conveniente, como luego sucedió. Así que allí se plantó el gran grupo, porque eran bastantes jugadores, esgrimiendo lanzas, espadas, mazos y mandobles, y el dragón abrió la boca, convirtió al primer guerrero en una pila de cenizas y hierro fundido, y comenzó la Última Batalla de Aquel Verano.

Había uno que llevaba un personaje cuya mayor particularidad era ser inmensamente gordo, porque nuestro Rolemaster, oiga, que para algo éramos así de friquis, era el de la versión americana, y el peso iba en libras, así que cuando determinamos lo que pesaba aquel personaje hubo una cierta confusión por eso de hablar yo siempre en libras y apuntar los jugadores sus pesos en kilos, y en fin, que aquel mostrenco pesaba unos doscientos kilos, en lugar de las doscientas libras que bastan para formar un bárbaro contundente.

Y Perico logró sacarle partido cuando decidió atacarle con una de sus garras (algo habitual) pero (y eh aquí el talento de Perico) no pretendiendo desgajarlo cual mandarina, sino atraparlo. Lo consiguió, y la siguiente maniobra fue lanzarlo sobre un monje que manejaba una naginata con bastante soltura. Y la siguiente, rociarlos a los dos con un buen chorro de llamas. Ahí murió el gordo. Al monje, que acabó ese asalto con una pierna rota y una armadura extra hecha de manteca fundida, casi lo mata pero le salvó aquel error de conversión de masas que nos resultó gracioso conservar.

Y siguió el combate y llegó mi despiste, el olvido de todos menos de uno y La Trampa; quedaron al final el dragón, ya malherido pero aún seria amenaza, y el monje, que tuvo su golpe de suerte, como antes la tuvo aquel goblin experimental que aniquiló al personaje breve pero estelar de Perico, al principio del verano: su tirada abierta y su crítico por encima de noventa.

Y el dragón cayó muerto, y el monje sobrevivió a la salpicadura última de su sangre. El jugador que lo llevaba saltaba de alegría, "¡lo maté, lo maté!", era el superviviente del verano, el asesino del dragón, nuestro campeón. Y ahí estábamos pensando el chorro de puntos de experiencia que se iba a llevar aquel cabrón cuando con mal disimulo dijo "aunque huyyy, ahora que me acuerdo, que hace una hora me rompí la pierna cuando el gordo me cayó encimaaa".

Tramposo.

Fallo mío, por no recordarlo, porque era mi tarea. Hipoputez suya, porque si otra cosa no todos éramos honestos con la partida, con Las Reglas. Perico empalideció por segunda vez aquel verano, porque el dragón habría ganado la partida, porque él, finalmente, habría vencido, habría reunido a todos los personajes con aquel, suyo, que virginal y recién salido del proceso de creación de personajes, cayó directo a la tumba.

Así que donde las dan las toman; concluimos que el personaje había vencido, sí, y que la rotura de su pierna no era muy grave y que no se había perjudicado por la misma en la batalla por el subidón de adrenalina. Pero que ya disipada, tenía toda la penalización efectiva.

-Y en fin, estás en lo alto de un risco en la cima de esa montaña helada. Tendrás que escalar montaña abajo para salir de ahí, para que te atiendan la herida, ¿no?

Asintió. Le tendimos los dados. Rodó ladera abajo y murió, estampado contra las rocas del fondo de un abismo.

No es una conclusión muy buena para mi yo narrador, porque el mundo no es así, no hay karma, no hay compensación cósmica, no hay rencor. Vale, bueno, pero aquel tramposo palmó. Y todavía hoy recordamos yo y sospecho que al menos Perico aquella batalla de aquel verano, qué tiempos aquellos.

4.12.09

las reglas del juego

Salía del metro, esta mañana, cuando en lo alto de las escaleras una mujer dio un traspies, estuvo a punto de caer, se rehizo con una pirueta y consiguió no caer y salir indemne de la boca del metro.

Y mientras salía miraba a su alrededor, algo incrédula en parte por no haber caído, por lo estúpida que es siempre esa situación en la que uno está a punto de caer y nuestro cerebro, eso que creemos que somos pero que no somos más que en parte, le arrebató el timón a eso que creemos que somos y encarga una dosis de aspavientos con los brazos que, cuando hay suerte, nos mantienen en pie.

Le funcionó a la mujer, esta mañana.

Pero decía que la incredulidad era por eso en parte, porque todos tenemos dentro un pequeño Narciso (que se lo pregunten a esa que yo me sé) y siempre resulta la mar de sorprendente verse sorprendido en un momento de tan repentina y, por eso, inefable confusión, y luego comprobar que el universo sigue impasible su rutina, su correr del tiempo, su runrún de raíles que leyes físicas.

Sentir eso, supongo, puede ser pavoroso, para según quién, porque por algo tenemos el catálogo de religiones que tenemos para acudir al irracional consuelo de que no pasa nada, es todo parte del plan de un tipo majo que nos quiere mogollón y que no va a dejar que nos estampemos, y si lo hace será para luego consolarnos con mercromina y golosinas mientras intenta distraernos para que no pensemos si la culpa no sería suya que para algo es omnipotente, pero en fin, no entremos -más- en detalles al respecto que se nos enciende nuestro defensor del obispado de cabecera.

Yo veo esas situaciones, siempre, como la mejor oportunidad posible para someterme al recordatorio de que no hay más que leyes y azar, y en función de las primeras y el segundo, y bueno, el libre albedrío (y el caos que generan el Principio de Incertidumbre y el tráfico de Madrid cuando llueve), y luego pienso que esa fidelidad absoluta a las leyes subyacentes y al azar es lo que distingue a la vida de sus imitaciones, ergo quienes recrean bien la vida deben dominar el arte del azar y el rigor (por mucho que luego la vida nos de sorpresas tan improbables como ciertas, pero es lo que tiene tener 6.000.000.000 años para escribir guiones sobre la marcha: que pasa de todo). Eh ahí una forma, pues, para reconocer a un buen escritor (qué tremenda obviedad, entonces, pedirle a un escritor que resulte creíble, a fin de cuentas, o mejor, y más retorcido, que sepa ser creíble, no necesariamente que lo sea) o a un buen narrador de juegos de rol.

Porque los juegos de rol no son otra cosa que recreaciones de universos que sólo existen en la fantasía de quien los juega (uno por mente, porque ¿qué dos personas imaginan lo mismo?), y que deben ser coherentes, que para arbitrariedades del que maneja los hilos ya tenemos otras cosas que no cito, que al final de esa senda también espera Vanbrugh con el mazo.

El caso es que he terminado caminando hacia la oficina pensando lo difícil que era narrar una buena partida de rol sin que se notase mucho la manipulación, las propias preferencias, el deseo de matar a aquel o perdonar al otro.

Y me he acordado de aquel verano de hace siglos que pasamos encerrados en un sótano, jugando todas las tardes a un juego aberrantemente complejo que se llamaba Rolemaster (en total teníamos unos 12 libros de reglas con sus tablas que nos sabíamos con un detalle la mar de preocupante). Cuando yo llegué al pueblo, el primer fin de semana de vacaciones allí, sólo estábamos mi primo Perico y yo en el pueblo. Le construimos un personaje la mar de minucioso, del que no hablaré porque era bastante ridículo (y daba igual, porque Perico hacía maravilloso cualquier engendro), y luego nos dio por probarlo, enfrentarlo a un goblin miserable, ver cómo lo hacía picadillo. Y pasó lo inefable, que en el Rolemaster solía recibir el nombre combinado de tirada abierta mas crítico de noventa para arriba, y en un par de mundos de fantasía levemente parecidos, un goblin bastante sorprendido contempló el cadáver de un personaje glorioso muerto a sus pies no se sabía muy bien cómo.

-Ups -dije yo. Perico, pálido, miraba paralizado los dados-. Bueno, no pasa nada -quise consolarlo-. Estos no han venido todavía, no hemos empezado, y esto era de prueba... en realidad esto no ha ocurrido...

Pero Perico levantó la mirada, clavo sus ojos en los míos y me dijo:

-Sí que ha ocurrido.

Tenía razón, algo había ocurrido, pero ¿qué?

-Hmmm, ¿te hacemos otro personaje, entonces?

Habíamos invertido unas 30 horas en aquel, haciéndolo con todo el detalle y minuciosidad que sólo dos personas que por aquel entonces sabíamos de memoria qué tirada tiene que sacar alguien que maneja una daga para herir decentemente a alguien que se cubre con una camisola de mallas y grebas de cuero.

-Paso -dijo.

-¿Y entonces qué coño vas a hacer, con tu personaje muerto?

-Matar a los de los demás -respondió.

Y pasó todo el verano sin personaje propio. Aquel verano, cada vez que los personajes de los jugadores tenían que enfrentarse a algún enemigo, el enemigo era Perico. Un oso salvaje aparece de la nada, y Perico -eso sí, bien metido en su papel de oso- atacaba, o huía, primero, y luego descuartizaba al enano idiota que intentaba darle caza pensando en el valor de su piel. Y así.

Al final de cada verano, por aquel entonces, siempre había un combate con un dragón. El de aquel verano fue, sin duda, el combate más glorioso que yo he visto jamás contra uno. Pero en fin, no lo cuento hoy, que esto me está quedando infinito.

3.12.09

monjas lesbianas

Creo que de todos es sabido que las monjas me dan repelús. Más todavía que los curas, porque una monja tiene mi cuota de repelús religiosa, que comparten, mas la de la sexualidad enfermiza, que también comparten, mas el plus que les da ser la greba femenina de la Iglesia, un plus que tendrían también, por poner ejemplos, una asociación de mujeres machistas que, sobre los malos tratos a su género, respondiesen anticorporativamente “algo habrán hecho las que se llevan la hostia”.

Además, las monjas huelen raro y se depilan poco, e incluso durante la adolescencia aquellas monjitas de la pornografía de finales de los ochenta (ah, los ochenta), cantaban bastante a no-monjas, como por ejemplo la que sale en el primer capítulo de la primera temporada de Californication.

Es decir, que la única cosa buena que tienen las monjas es que a veces hacen rica bollería. Por bollería yo había entendido siempre cabello de ángel y pastelillos, pero el mundo, a veces, es un lugar maravilloso por contener a gente como a nuestro protagonista de hoy, que ayer casi me mata de la risa.

Te pongo en situación: este verano la Muchacha y yo nos fuimos a México. Allí fuimos de un lugar a otro, y desde cada sitio por donde pasábamos yo escribía unas alegres palabritas destinadas, mayormente, a dar envidia. Pero hubo un día en el que tal cosa fue especialmente difícil, porque el tema de aquella jornada fue la Venganza de Moctezuma. Y de pronto, hará cosa de una semana y pico, ese post ha cobrado una vida increíblemente absurda e incomprensible, cuando aparecieron primero una tal Karla contando sus problemas para perder la virginidad debido a la elasticidad de su himen(!?), y luego una graciosa pareja de trolls veracruzanos, que llegaron no sé si insultándome a mí o a un tal Ignacio. En fin, todo en el hilo de las respuestas del post en cuestión, aunque, lo advierto, no es lectura recomendable para aquellos alérgicos a la mala ortografía.

Y en fin, ayer alguien, en aquel hilo, hablando ya de monjas, respondió esto:

Pues, " hombres necios que condenais a una mujer ...." , no creo que piense en Sor Juana, la verdad; Solamente es que con el perdón tuyo, hay que leer e instruirse un poco y viajar donde vosotros jamás habeis puesto pie en el lugar exacto donde empieza uno a desarrollar la cultura como es (…). Muchas miles de Hermanas de muchas ordenes, sabeís señor mío, no reparan en tener sexo entre ellas , lesbianas o como se les llame, aunque no lo fueren , lo hacen. Y esto en los parajes mas apartados del mundo donde ustedes jamás han puesto un impulso de su pensamiento. Ni idea tienen, pues que DELIRIO más grande es vivir en el mundo más mediocre donde viven. EPÍLOGO: Miren a su alrededor.Y mírense a si mismos.

Y yo no puedo permitir que tan grande respuesta se quede perdida entre las respuestas de un post casual de agosto; esto se merece salir aquí, en primera línea, como poco. Por la redención del mito erótico de las monjas, y por el consejo del epílogo: mirémonos en el espejo. Deliremos. Y veamos monjas, lesbianas o no, montándoselo entre ellas. Y quizá así, si alguien comparte mi monjafobia, la próxima vez que veamos a una en lugar de un escalofrío nervioso se nos plante una sonrisa en la cara pensando que qué habrán hecho las pobres para merecer una reputación como aquella, allá en Veracruz, donde en cualquier caso siempre todo es tan raro.

1.12.09

miedo al post en blanco

Todo el mundo, siempre, es pionero, porque su vida transcurre en el filo del presente, que es siempre esa frontera afiladísima que separa lo que está por suceder, y por tanto se puede intentar cambiar, de aquello que ya ha sucedido, y por lo tanto sólo es susceptible de cambio literatura (léase mentira) mediante.

Por eso es una solemne gilipollez que yo reclame para nosotros el papel de pioneros. Y como dijo Forrest Gump gilipollas es quien dice gilipolleces, y como, también, siempre es mejor ser gilipollas aposta que sin querer, de natural, diré la gilipollez:

Somos pioneros.

Uaaah.

Qué a gusto me he quedado.

¡En francés!: nous sommes des pionniers.

Y en bielorruso, si me dejan las fuentes raras: mы піянеры.

Y desarrollo:

Somos pioneros porque nunca antes se habían dado las circunstancias en las que vivimos ahora (y claro, eh ahí la perogrullada porque no pueden existir unas determinadas circunstancias que sean exactamente las mismas que las de otro momento dado, pero en fin, a ver si me dejo en paz y dejo de buscarme las pulgas a mí mismo, porque un día me voy a encontrar y qué, qué voy a hacer, ¿me digo a mí?, sí, a mí, en la calle te veo, vale, en la calle te veo, bocazas, listo, cernícalo, otentote, ¿eso es un insulto?, ni yo ni yo sabemos, la verdad). Y padecemos, por tanto, nuevas formas de esas alegres torturas que, mayormente, rellenan la tarea esa de esto que le llaman la vida, y tal, por lo general entre las horas comprendidas entre la ingesta matinal de una tostada y la caída en barrena en el primer sueño de la noche (porque los sueños, me tomo esta licencia porque me apetece, por abusar de mi autoridad como autor de esta gilipollez alevosa, pese a no estar ni yo de acuerdo con ella, no son vida). Una de esas nuevas formas, para mí, estos días, está siendo el reciclaje a los tiempos que corren (hacia atrás, porque el tiempo siempre corre hacia atrás. Bien mirado, el tiempo es el mayor cobardica posible) del síndrome de la página en blanco: tengo el miedo al post en blanco.

Me siento aquí y pienso "voy a escribir en el blog" y no se me ocurre nada. Llevo varios días así. Padeciéndolo en silencio, como sufrir almorranas o ser del Atleti (si ambas cosas no son equivalentes, como me hace sospechar Que No).

Así que me he dicho "pues voy a contarlo", y contándolo, coño, se me ha pasado, como prueban estas líneas.

Puta manía de llevarme la contraria a mí mismo.

O en polaco: prostytutka mania się przeczyć sobie.

O en francés: mania putain de me contredire.

O en checo: děvka mánie, že odporuje sám.

Y con ésto termino, que tengo cosas que hacer, como aceptar un duelo a mecheros y alaridos en un concierto de música clásica, si he entendido bien (pero claro, cómo voy a entender mal, yo, que sacaba notables en las geometrías esas).

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.