Esta última semana y pico se han estado mofando de mí, en la Secta, porque me estaba leyendo La Reina del Sur, del señor Académico T Mayúscula, Arturo Pérez Reverte.
Los compañeros se me acercaban cogían el libro entre sus manos, lo miraban sonriente y entonces decían alguna frase del estilo de
–Hombre, mira lo que se está leyendo el que no puede leer cosas normales, el que no se quiere leer lo que hemos leído los demás.
Yo me defencía, como todo buen hombre, con la verdad:
–Es que me obliga a leerlo la Muchacha, por eso de que sale México y hablan en argot.
–Ya ya, confiésalo, te gusta.
Y una vez superada la página 94 yo siempre les respondía, mosqueado
–Claro, adoro los libros detallistas en los que los aviones cruzan el Atlántico a una altitud de 3.000 metros, claro.
Y bueno, ya me lo he terminado, y lo confieso, y me tomo la venganza opinando sobre el libro que, tengo entendido, fue un éxito de ventas, como todo lo que escribe T Mayúscula.
Me ha costado un horror leérmelo porque llevo bastante mal algunas de las costumbres que tiene T Mayúscula cuando escribe, como por ejemplo esa compulsión por detallarnos los vestidos (colores y composición incluidas) de su protagonista, Teresa Nosequé, o esa otra de incluirse a sí mismo como el periodista que va detrás de la historia y que, evidentemente, es un reflejo del propio señor T Mayúscula. Y qué reflejo: “aquí estoy yo, que los tengo así de grandes, preguntándole a un narco mexicano por qué se cargó a tal tipo, porque yo lo valgo”. Vale, señor T Mayúscula, es usted o un valiente o un idiota. Yo ya lo sospechaba, no sé qué necesidad había de confirmarlo.
Más cosas que no me han gustado: esa forma de traslucir lo mucho que pilota el señor sobre gastronomía refinada. Y va la prota con su contable a tal restaurante superexclusivo y comen una pata de venado a la (insertar palabra en francés aquí) con salsa de (insertar cosa rara y exclusiva aquí) regado con un buen (insertar nombre de vino caro aquí). Vale que nos detalle hasta el hastío los islotes de la costa de Marruecos, porque luego, bueno, forman parte del marco de la trama, ¿pero no podría simplemente decir que los protagonistas comen, en lugar de abofetearnos con una carta de lujo?
Más: el argot es una cosa cojonuda para usar cuando 1. se hace para resultar un malote o 2. se hace para demostrar el amplio conocimiento que tiene el narrador de un entorno exótico. Los mexicanos hablan como mexicanos. En cambio el narrador español habla como una mezcla entre estibador y Señorita Rotenmeyer: es incapaz de decir palabras como “porro” o “canuto”. No señora, la señora Teresa no fuma porros ni canutos: fuma cigarros condimentados con hachís (que jamás se llama costo, claro. La heroína pueden llamarla de mil maneras los mexicanos, en el libro, pero el hachís jamás será costo, que eso saben decirlo los chavales de aquí, y es vulgar). Vale que una vez te lo diga, no sé, igual alguien no sabe lo que es un porro. Pero leerlo a lo largo de los cientos de páginas del libro es un hastío.
Más: esos protagonistas de Mr. T ¿son siempre los mismos, no? Está el arquitopo del que es buena gente, por mucho que trafique con órganos o sea reportero de sucesos: ese será silencioso, estará desencantado, y será honesto porque le sale de los cojones. Y cuando hable será sabio, y cuando calle, lo parecerá. Y luego está el que es un bocazas y un parlanchín, que se vende porque tiene sus vicios y sus cosas, y es un completo gilipollas a los ojos de Mr. T, o sea del universo, porque si lo eres para quien escribe el libro estás jodido, personaje. Y luego están los que sobran, como una tal Pati, que aparece en un capítulo y luego se pasa pidiendo morir a gritos tres cuartas partes de la novela, o los que desaparecen sin venir a cuento, como un piloto de helicóptero que saluda, se presenta y es mencionado en los agradecimientos del final, todo vale para ganarse una invitación a unas copas. Y la prota, entidad aparte, encantada de pasearse en bolas por unas cuantas páginas y de transformarse de don nadie mexicana en una vip marbellí con un par de consejos sobre tacones y peinados (austeros, obviamente, porque a Mr. T no le gusta que las protas se le peinen como fulanas).
Pero bueno, yo leía y la verdad es que me han gustado varias cosas. Concretamente dos:
La primera, una carrera en una planeadora cargada de costo, huyendo de la Guardia Civil en plena noche. Está contada de fábula, y me la tuve que releer, un gustazo.
Otra, el ruido del cerrojo de un Kalashnikov en el interior de un coche bajo la lluvia tropical.
Es un balance algo escaso para tanta página, pero en fin. Es lo único bueno que se me ocurre decir.
Pero lo peor, que dejo para el final, es el propio final. No sí si te has leído la novela o no, pero si aún no lo has hecho y pretendes hacerlo, sáltate lo que queda del post, porque para ponerlo a parir tengo que contarlo.
##### ¡Es poi ler, es poi ler! #####
El libro termina con que a la señora traficante le da por volver a México con su matón de confianza a testificar contra un narco contra el que sus motivos son algo tenues, pero bueno, igual es que le hice poco caso a un párrafo decisivo. El caso es que se planta allí en México, y el narco en cuestión pone precio a su cabeza.
Total, que ella está en una casa enorme, llena de federales, y rodeada por el ejército. Tiene una pistola con tres cargadores y a su matón con un revólver. Como si cuando te ponen una escolta te dejan una pistola para que juegues con ella, en fin, obviemos eso. El caso es que para rematar la novela a Mr. T se le ocurre que una noche los federales desaparecen, el pistolero de la prota se da cuenta, saca de la nada un Kalashnikov y granadas, y se lían a tiros con los maleantes que asaltan la casa, que se empeñan en intentar subir todos por la escalera a la primera planta. Al final saltan al patio, el escolta muere, y ella se salva por los pelos, voilà: The End.
Y digo yo, si como afirma la novela los federales se han vendido ¿para qué van a desaparecer de la casa, cómo explicarán eso después a sus superiores? ¿Cómo entran los sicarios a una casa rodeada por el ejército? ¿Por qué son tan gilipollas de dejar armadas a las dos personas que pretenden matar, y dejarles al alcance de las manos, además, un fusil de asalto y granadas?
¿Al grupo de profesionales de todo esto que forman el narco, su gente y los federales no se les ha ocurrido hacer algo más sencillo?
Por ejemplo: se crea una cuenta bancaria escondidilla pero detectable a nombre del pistolero-perrito faldero de la prota, se ingresa un pastón y luego los dos federales comprados van a la casa, dicen “hola, qué tal”, y mientras el primero fríe a tiros por la espalda al perrito faldero, el otro la mata a ella de un tiro con una pistola comprada en el mercado negro. Después se pone la pistola en la mano de él, y se da la alarma, ¡la emprendió a tiros con ella, el muy hijo de puta, mira que le advertimos a la tía esta que no queríamos darle un arma!, y a esperar que un juez descubra lo de la cuenta del banco. The End.
Es un plan mucho más creíble, pienso yo.
Y en una novela que da todos los detalles que puede por ser creíble (cometiendo de paso errores como aquel de la página 94, donde los aviones van bajitos sobre el Atlántico, imagino que por gastar más queroseno), un final enrevesado y estúpido es intragable.
Así que, sumándolo todo, me ha encantado la novela. Porque me hace pensar que vale, quizá yo no pueda escribir ni una novela así, pero que al menos no podría rematarla así de mal, tampoco.