16.3.09

el tripis y el mckein

Ya hablé una vez muy de pasada del Campa, por aquí. En tiempos fue el encargado de pasarme la ITV con la Muchacha, es decir, de darme el visto bueno, confirmar que yo no era un tremendo gilipollas o un maníaco homicida. No le juzguéis sin clemencia, al pobre.

El caso es que este fin de semana yo ya he decidido elevarle a los altares de los personajes que merecen una religión propia basada en ellos, junto a otros seres magníficos como John Locke (quien, bien pensado, ya tiene su culto propio, siendo la gran sacerdotisa otra amiga de la Muchacha, Erru, inclemente y fanática como para que su mayor desprecio sea la frase “no eres digno de Locke”), mi tocayo Dave Lister o Florentino Pérez (más sobre eso otro día, aunque este, en la prensa deportiva madrileña, también tiene ya el culto montado y funcionando).

El sábado la Muchacha y yo nos fuimos a Toledo a echar la tarde viendo cómo las hilachas de nubes correteaban sobre las tejas viejas y a comernos un plato de albóndigas. Estando allí la Muchacha habló con Campa, con quien pensábamos quedar luego. Es decir, pensábamos quedar con él y con otros doscientos amigos de la Muchacha, pero en fin, habló con él, y le informó que el plan que tenían era hacer una oda a la adolescencia yéndose a un parque a hacer botellón, así que cuando volvimos a Madrid y después de dar un par de vueltas nos situamos todos en mitad de la nada, tomando el fresco y alguna copa a la luz de los reflectores de los helicópteros de policía a los que, educados, saludábamos con la mano cuando nos alumbraban. Pasamos un rato así, y luego, nómadas nocturnos, decidimos buscar un bar por allí cerca. Conocíamos uno que estaba tan cerca como se podía desear, o sea al otro lado de la calle más cercana, pero el tipo de la puerta nos informó que estaba hasta arriba y que si pretendíamos entrar los doscientos que éramos tendríamos que esperar un rato a que saliese gente. Como de allí no saldrían juntas 16 horas mas que a la hora de echar el cierre, continuamos buscando un garito y así pasamos junto a la puerta de uno que, en fin, desde las ventanas iluminadas se parecía bastante a lo que yo creo que sería el infierno, de existir y ser un bar de copas.

Antes de seguir, quizá debiese contar algo más de las costumbres y hábitos de los amigos de la Muchacha. Para que se vea qué tendencias tienen, qué capacidades. Algunos de ellos adoran una forma de divertimento nocturno que llaman “ir a China Town”, que consiste en buscar a la chinita más próxima que, en cualquier esquina, esté vendiendo sándwiches terroríficos y latas de cerveza, comprarle unas cuantas de las últimas y dedicarse a beberlas debajo de la farola más cercana, y así durante horas. Sigo.

El caso es que cuando pasamos por la puerta del sitio ese aberrante, la mitad de los que íbamos nos quedamos paralizados de puro terror, mientras la otra mitad dijo “hostia, qué sitio más ridículo” y se lanzó dentro de cabeza. Salieron pronto en estampida casi todos ellos, el último el Campa. Y tras ellos salió el tipo bronceado y dicharachero que se encargaba de las relaciones públicas del garito, a quien llamaré RRPP. Y RRPP esgrimió su sonrisa de trabajo y nos dijo que qué prisas, que dónde íbamos, que doscientos gallardos borrachos eran una fuente de ganancias que al bar le vendrían de perlas, que había que amortizar la inversión en la decoración aberrante (esto no lo dijo en voz alta, pero se leía en el brillo de sus incisivos). Ah, no, es que hemos quedado, es que llegamos tarde a un sitio, huy, que nos esperan en tal otro lado, dijimos todos, e hicimos el gesto de la estampida. Pero Campa, de pie justo al lado del RRPP, nos detuvo, alzando la mano y diciendo:

–Un momento, que faltan [Insertar nombre de amigo #1 aquí] e [Insertar nombre de amigo #2 aquí] –no es que pretenda preservar anonimatos, es que no recuerdo quienes eran.

–¿Y dónde están? –le preguntó alguien.

–Dentro –dijo, señalando el antro infernal con un gesto del cuello.

–¿¡Y qué coño hacen ahí!? –le preguntó otro alguien, sorprendido.

–Es que se han encontrado con dos colegas y les están saludando.

Todos miramos el bar y la gente que lo poblaba. Era inconcebible que ninguno de ellos pudiese tener la clase de amigos que pueden estar dentro de un sitio así, excepto si están haciendo una expedición surrealista, y todo ente capaz de tal cosa, bueno, ya estaba allí, es decir, éramos nosotros. En rigor, nosotros, entre los doscientos, sumábamos todos los colegas existentes por la rama de las amistades de la Muchacha.

–¿A quiénes? –preguntó alguien, aún más sorprendido. Y Campa, con un aplomo y una entereza de órdago, nos informó:

–Al Tripis y al McKein.

Y con más aplomo y más entereza de órdago, todos, a coro, dijeron:

–Ah.

Excepto el RRPP, que varió en longitud y en la elección de la vocal, para decir:

–Eeeh… –y luego proseguir– si me disculpáis… tengo que volver dentro…

Y se desvaneció, probablemente a la búsqueda de alguien que había dentro de su bar que tenía el incómodo apodo de Tripis. Y entonces Campa se encogió de hombros y me explicó:

–Hombre, están meando, pero no le iba a decir a este pobre hombre que aparte de que no vamos a entrar ninguno dos de nosotros están usando el baño así por la cara.

Y yo le miré y comencé a pensar de qué tamaño habrá que hacerle el altar al Campa cuando le ponga en marcha el culto que se merece. Qué habilidad, qué velocidad, qué apaño de una salida y, caramba, qué mérito de los doscientos que allí estaban para pillarlo todos a la primera.

3 comentarios:

  1. ¡Caramba, 33 años que tiene la carrocería y las ITVs valen para tres años!

    Casi no se nota que te tengo comprado, ji ji.

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  2. un poquillo de pedestal y ya le pasas la itv! estás blandito campanario de brumas.

    yo la neta que no lo pillé y pensé que el tripis era uno de Los Robles...

    besoncios

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.