27.6.10

y si la montaña no va a mahoma...


Sucede que hace una semana fui al campo, a ver a la familia y a tomar unas copitas con Wilson, la Leyenda, pero a quienes no vi fue al resto de paisanos o de amigos que, en cambio, sí que habían ido la semana pasada con la excusa de hacer una capea a la que yo no asistí por diversos motivos que o no vienen al caso o ya he comentado alguna vez, y cuando me doy cuenta de que voy a hacerlo no me gusta repetirme, excepto si es para pedir albóndigas o algo por el estilo.

Total, que aquello debió ser muy indignante, y la horda de amigos toledanos debió entonar ese proverbio árabe que dice "si la montaña no va a Mahoma, las embarazadas y las camisetas de la selección abarrotarán su sofá", y después de soportar durante la tarde del viernes a mi amiga más plasta durante demasiado tiempo la arrastré a casa para que viese el partido con la Muchacha y conmigo, ¡ay, las ganas que tenía yo de ver el fútbol!, ¡ay, la de veces que había planeado la postura e-xac-ta en la que me tiraría en el sofá!, y bam, cuando llegamos ni se veía el sofá, por estar, claro, lleno de embarazadas. Por no verse, apenas se veía sitio en las estancias televisivas del palacete, porque allí estaba la horda en pleno, con las camisetas de la selección, invitados por sorpresa a cenar por la Muchacha, que es así de estupenda.

Así que al final ni caso le terminé haciendo al fútbol (menos mal que los goles los repiten), ocupado en corretear de un lado para otro, charlar aquí y allá, mover caballos y alfiles e vaciar sistematicamente toda botella de alcohol que entrase en mi campo visual.

Como eso de vaciar botellas se nos dio muy bien pese a que las embarazadas no colaboraron en absoluto, al rato nos fuimos a un bar, y luego a otro, y aguantamos la Muchacha y yo hasta las cuatro de la mañana, o quizá las cinco, lo que supone un récord absoluto en el parcial de estos últimos meses de astenia y exceso de vida social, de agotamiento etílico y del tren inferior. Y al día siguiente nos despertamos demasiado pronto y con demasiado que hacer, porque, cómo no, teníamos un evento social al que asistir, pero eso ya lo cuento en otro post, y probablemente mañana, en parte por no eternizar este, y sobre todo porque este va de lo que va, de la gente que cenó el viernes aquí. A todos, mil gracias por venir, y por medrar a mis espaldas para montarme la cena sorpresa que se curró la hiperactiva Muchacha. Os quiero a todos. Pena que Wilson, por la agenda jornalera, no se pudiera dar el paseo hasta aquí.

22.6.10

ensalada

Entre las innumerables virtudes que la Muchacha ha imbuído en mí, a golpe de cinturón y adiestramiento subliminal, destaca, en este preciso instante, la de ir a hacer la compra.

Digo "en este preciso instante" sabiendo que es una gilipollez tremenda, porque este preciso instante fue hace tres líneas, aquí, y puede ser dentro de una hora o catorce días para ti, oh lector, pero por autentificarme, explicar sin necesidad eso del destacar instantaneo y por afán de completitud explicaré que resalta ahora, y al final del párrafo pasado, principalmente porque las bolsas de la compra escoltan la pantalla del ordenador mientras mancho la pantalla con estas letras que por otra parte tampoco tienen ni el formato ni el color ni nada de lo que tienen esas que tú ves, cosa que da que pensar, pero no ahora, que me mueve el afán de contar mis aventuras.

Porque para mí ir de compras es partir a la aventura. Antes, siglos ha, la gente se enrolaba en navíos descascarillados y crujientes, siempre amenazados por el desguace de una ola especialmente rigurosa, o invadía países, o exploraba polos, o construía pirámides o invocaba, ouija mediante, a Napoleón, para consultarle dudas del libro de texto de Historia de sexto de EGB. Pero ahora nada de eso es necesario, al menos para un alma simple como la mía que, por contraste con mi simpleza de pared enyesada, lo ve todo tan sumamente complicada.

Porque ir a comprar es más o menos como convertirme en Jason Bourne en una de las películas del señor Greengrass, salvando las distancias porque en fin, a Bourne las cosas tienden a salirle bien, y a mí me devoran los despistes y los malentendidos. Pero no todo es culpa mía, también hay que tener en cuenta el mérito del espía: a fin de cuentas Bourne era un tipo adiestrado, aunque amnésico, y se desenvuelve con total maña por todas las películas en las que le veo. Yo, claro, no, yo voy recitando como un mantra la lista de cosas que pretendo comprar, hasta el punto de poder saludar a un tendero con la frase "...champú-café-pastadedientes...", o cosas por el estilo. Además me despisto y siempre que salgo de una tienda descubro el recuerdo de lo principal que había ido a comprar a ella, y como me da vergüenza pasar por tonto delante de desconocidos, lo que hago en ese momento es visitar otra tienda, donde el tendero siempre me mirará mal por llevar bolsas de la competencia, y de la que indefectiblemente saldré, de nuevo, sin el producto que buscaba.

Pero no todo son desventajas, en la torpeza. Por ejemplo hoy, ¡hazaña!, he recordado parte de lo que era conveniente comprar so pena de pasar calamidades, la pasta de dientes del mantra anterior, y he ido a comprarla a un establecimiento en el que me he acordado de ella, cosa histórica, antes de salir (aunque no antes de pagar una serie de productos brillantes de textura gelatinosa).

-Ésta está de oferta -me ha dicho la dependienta jugando con las tildes. Total, que me he decidido por la oferta.

-Ah, pues me la llevo -he respondido yo, viéndome el no va más del negociante.

-Eeeh... ¿tienes la tarjeta de compra de #%&\)=$? -me ha preguntado, donde "#%&\)=$" era el nombre de la tienda, que pongo así no por no hacerles una publicidad que sin duda merecen o por cubrir la reputación de la dependienta, sino porque no me acuerdo.

-¿Qué? -he respondido yo, torpe y sonriente. Pero no el "qué" del que no ha entendido, sino el de quien no sabe de qué narices le hablan.

-Es que sin la tarjeta la oferta no vale... -ha dicho ella, mirando si yo hacía ademán de comprender, la pobrecita ilusa. Yo, mientras, impertérrito en mi sonrisa, como si fuese Tom Sharpe de compras por su pueblecito de Gerona. Finalmene ha cogido aire como para ir a decir algo, ha cambiado de idea, ha resoplado, ha sacado una tarjeta de un cajón y me ha hecho el descuento. En la calle una ráfaga de viento ha henchido los plásticos de mis bolsas y me he alejado de allí cual pirata victorioso huyendo a toda vela, con el botín en las bodegas.

A todo esto, ahora que lo pienso, yo quería hablar de ensaladas, no de ir de compras, hum. Pero a ver quién es ahora que mueve el ratón arriba de la pantallita, donde el título, con lo cerca que está del botón que pone "publicar entrada".

15.6.10

una reflexión rápida sobre el Mundial y la gente de pueblo

Yo soy de campo, y eso es un hecho sabido. Y la gente de campo es gente cercana al terruño, local, mira más al suelo, por si hay residuos orgánicos de grandes bovinos, o al cielo, por si llueve, que al horizonte.

En estos tiempos eso no suele ser tan dramático como, supongo, sería en tiempos inmemoriales, cuando no había wifis ni emepetreses ni interné ni iPads. Eso nos hace abrir algún resquicio al mundo. Yo, por ejemplo, tengo el mío, y por eso escucho tanto death metal sueco. A otros entes esencialmente rurales, por poner otros ejemplos de grietas en la coraza localista, les da por hacer snowboard, bailar salsa, enviar postales desde Sri Lanka o practicar tai chi entre las tomateras.

Pero seguimos siendo lo que somos, porque así nos han parido, y siempre hay costumbres que resisten. Como por ejemplo, que lo raro, lo lejano, lo remoto no ya te sorprenda, sino que a veces te de risa, porque sólo puedes enfocarlo desde el terruño, desde la distancia infinita.

Es por eso que los mundiales son la leche de graciosos, porque va gente rarísima de todos los confines del mundo que fueron creados en las clases de geografía de sexto de EGB como manchitas en esa pelota azul que, sabíamos por el cine, era la Tierra. Y entonces podemos darnos el gustazo de jugar, con personas, a ese juego ineludible de pensar que qué risa dan los nombres que no nos son familiares.

Total, que viendo partidos y partidos del mundial se ha montado un campeonato paralelo para ver qué equipo tiene en sus filas al futbolista que más risas flojas provoca.

Inauguró el campeonato Alemania, que tiene un jugador que, lo pronuncien como lo pronuncian, a cierta joven promesa de la literatura y a mí, que vimos el partido juntos, no dejó de sonarnos como "Metesaca". Era mencionarlo el comentarista, y sonar, bajitos y felices, nuestros "ji ji ji" a dúo.

Enseguida empató Italia, con un jugador al que la periodista integral con la que vi ese otro partido y tu humilde servidor sólo podíamos oír llamar "Tonto'l'higo".

Y hoy presentaba su candidatura Brasil, de quien sospechábamos la estrategia, porque en fin, Kaká no es que suene a lo que suena, es que se llama así. Pero cuál ha sido mi sorpresa y mi tremendo jolgorio al descubrir, al comenzar el partido, que Brasil va ganando por goleada y que se lo curra como nadie, porque no solo tiene a Kaká, no, también tiene a su origen: hay un tipo al que no paro de escuchar llamar, cada vez que toca la pelota, "El Ano".

Y luego habrá quien diga que el fútbol no es gracioso.

13.6.10

Julio Verne

Cuando sea Emperador Absolutista de algún lugar lo segundo que haré, justo después de ordenar que le corten la cabeza a todos los publicistas de Citroën y justo antes de promulgar una ley que obligue a las teleoperadoras a no dar el coñazo a sus usuarios, será prohibir esos libros infantiles que resumen y adaptan literatura para que sean digeribles por niños y jovenzuelos.

Porque ¿a quién no le reventó un libro cojonudo una versión chusca que lo despachaba en tres patadas? Y luego ¿cómo leer y disfrutar una historia cuyo argumento ya le han destripado?

Y por eso yo jamás he leído nada de Julio Verne. Lo mío, en realidad, tiene menos delito, porque en lugar de un libro terrorista a mí lo que me pasó fue que me los leí en un cómic que tenía, gordo y detallista que, la verdad, algo habrá aportado a mi fantasía si durante años he recordado con fascinación los cachivaches y artilugios que salían, y si al escuchar la palabra "victoriano" inmediatamente me pongo en plan steam-punk y pinto la imagen naciente como una viñeta de aquél cómic (que, por cierto, ¿dónde diablos estará?). Pero, tras haberlo leído, nunca me dio por ponerme a leer al señor Verne y casi todas las veces que me lo he topado en un libro ha sido siempre en la calle Jules Verne, aquella avenida de Freeside que desembocaba, en gravedad cero, en la entrada principal de Villa Straighlight.

Total, que hace dos noches yo pensaba en todo esto acordándome de lecturas que lamento no haber hecho, y terminaba párrafo de diálogo diciendo "...y también debería leerme algún libro de Julio Verne".

Era tarde y la Muchacha, medio dormida, en postura de inminencia del sueño e incapaz, por la inminencia del dormir, de articular más letras que la eme, dijo "mmm mm m mmm mmmm".

A lo que yo respondí "sí, por ejemplo Veinte mil leguas de viaje submarino".

Entonces nos asustamos mucho, por entendernos así de bien, y luego ya nos dormimos diciendo "qué cosas" (yo: ella "m mm") y sonriendo contentuelos.

Y yo lo pongo aquí para acordarme de que tengo que saldar esa deuda histórica con mi yo adolescente y para que dentro de dos años, cuando nos de por hurgar en el pasado escrito, podamos determinar el momento exacto en el que comenzamos a entendernos a base de emes.

7.6.10

Tokio is in Huesca

Y Huesca no tiene nada que ver con Huelva. Es como lo de Palencia y Valencia: a alguien no se le ocurre el nombre de algo y dice "ea, cojo aquel y le cambio una letra". Porque se terminó lo de hacer provincias, si no seguro que un día nos encontrábamos una Badrid o un Marcelona. Y no acuso a Melilla de sevillear qué sé yo por qué.

El caso es que nos fuimos a Huesca. Ala, ahí, ¡a los Pirineos!, montañontes gordos en el imaginario colectivo, y en el mío también. Pero hurguemos a la caza de la brizna esencial, ¿por qué diablos se nos ocurrió ir a Huesca? Respondo, vale: pues un poco al azar, porque quedó dicho que a mí me tocaba elegir destino, puse en google "fotos pueblos aragón", le di a buscar imágenes, y vi unas cuantas de un pueblito que me gustaron y dije "ea, ahí".

Pero me estoy escapando con una respuesta que no es: ¿por qué puse en google "fotos pueblos aragón" y no, por ejemplo, "fotos pueblos cuenca"?

Pues porque un día estábamos la Muchacha y yo viendo la tele, por ser mundanos y fingirnos plebe, y ponían aquello de extranjeros por España, plagio de una idea mía, por cierto, que seguro que un día dije demasiado alto delante de quien no debía. Y salió un japonés muy gracioso, Tokio, que vivía en un pueblito del pirineo, soltaba tacos como un nativo, pintaba pintura hiperrealista y cantaba jotas y rancheras vestido de baturro. Y el pueblo era bonito y luego sólo recordé que estaba en Aragón.

Luego olvidamos el nombre del sitio y elegimos, como digo, en función de lo que nos enseñó Google.

Imagina entonces nuestra cara cuando llegamos al pueblito en cuestión y la primera persona con la que nos cruzamos era el mismísimo Tokio, en la parte nueva del pueblo de la foto de arriba.

2.6.10

Adrián

Es ayer y son las 10 y algo de la noche (es que me apetece escribir en presente, déjame, un caprichito tonto que tengo).

Adrián bosteza y todas dicen “¡oooh, mira, ha bostezado!”, “¡un bostezo!”, “¡cómo bosteza!”

Nadie hace ni caso de mis pobres bostezos, en cambio, pese a que son muchos y espectaculares.

Adrián hace una mueca y todas dicen “¡oooh, qué gesticuloso!”, “¡qué capacidad facial!”

Nadie hace caso a mis muecas dolidas porque llevo una hora bostezando (no es que me aburra, es sólo sueño) y nadie me hace caso.

Una amiga de la Muchacha ha tenido recientísimamente un churumbel de nombre Adrián, y hemos acudido a verlo y a visitar sus contentuelos fabricantes, y el afán de protagonismo que tenemos los hijos únicos, dicen, me corroe, y le tengo envidia. Pero no pasa nada: la venganza un plato que se sirve frío y se come con las manos, decían el Los Albóndigas II. Y ya me aseguraré yo de que tenga otro momento de absoluto protagonismo cuando, dentro de veinte años, le comente delante de la mayor audiencia posible que yo le he visto cagarse encima. A poder ser cuando esté rodeado de amiguitas. ¡Guardadita se la tengo!

En otro orden de cosas, el chaval es un triunfador de la vida, todo dormir, comer, dormir y comer, y un guaperas. Y sus padres tienen tales sonrisas en las caras que para desplegarlas al completo tienen que llamar al Control de Tráfico Aéreo para asegurarse de que no hay nada pasándoles por encima y entonces salir al patio y poner la cabeza de lado. Y sus sonrisas trazan rayas en el suelo, por un lado, y peinan la estratosfera por el otro.

Cómo nos alegramos, la Muchacha y yo.
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.