22.6.10

ensalada

Entre las innumerables virtudes que la Muchacha ha imbuído en mí, a golpe de cinturón y adiestramiento subliminal, destaca, en este preciso instante, la de ir a hacer la compra.

Digo "en este preciso instante" sabiendo que es una gilipollez tremenda, porque este preciso instante fue hace tres líneas, aquí, y puede ser dentro de una hora o catorce días para ti, oh lector, pero por autentificarme, explicar sin necesidad eso del destacar instantaneo y por afán de completitud explicaré que resalta ahora, y al final del párrafo pasado, principalmente porque las bolsas de la compra escoltan la pantalla del ordenador mientras mancho la pantalla con estas letras que por otra parte tampoco tienen ni el formato ni el color ni nada de lo que tienen esas que tú ves, cosa que da que pensar, pero no ahora, que me mueve el afán de contar mis aventuras.

Porque para mí ir de compras es partir a la aventura. Antes, siglos ha, la gente se enrolaba en navíos descascarillados y crujientes, siempre amenazados por el desguace de una ola especialmente rigurosa, o invadía países, o exploraba polos, o construía pirámides o invocaba, ouija mediante, a Napoleón, para consultarle dudas del libro de texto de Historia de sexto de EGB. Pero ahora nada de eso es necesario, al menos para un alma simple como la mía que, por contraste con mi simpleza de pared enyesada, lo ve todo tan sumamente complicada.

Porque ir a comprar es más o menos como convertirme en Jason Bourne en una de las películas del señor Greengrass, salvando las distancias porque en fin, a Bourne las cosas tienden a salirle bien, y a mí me devoran los despistes y los malentendidos. Pero no todo es culpa mía, también hay que tener en cuenta el mérito del espía: a fin de cuentas Bourne era un tipo adiestrado, aunque amnésico, y se desenvuelve con total maña por todas las películas en las que le veo. Yo, claro, no, yo voy recitando como un mantra la lista de cosas que pretendo comprar, hasta el punto de poder saludar a un tendero con la frase "...champú-café-pastadedientes...", o cosas por el estilo. Además me despisto y siempre que salgo de una tienda descubro el recuerdo de lo principal que había ido a comprar a ella, y como me da vergüenza pasar por tonto delante de desconocidos, lo que hago en ese momento es visitar otra tienda, donde el tendero siempre me mirará mal por llevar bolsas de la competencia, y de la que indefectiblemente saldré, de nuevo, sin el producto que buscaba.

Pero no todo son desventajas, en la torpeza. Por ejemplo hoy, ¡hazaña!, he recordado parte de lo que era conveniente comprar so pena de pasar calamidades, la pasta de dientes del mantra anterior, y he ido a comprarla a un establecimiento en el que me he acordado de ella, cosa histórica, antes de salir (aunque no antes de pagar una serie de productos brillantes de textura gelatinosa).

-Ésta está de oferta -me ha dicho la dependienta jugando con las tildes. Total, que me he decidido por la oferta.

-Ah, pues me la llevo -he respondido yo, viéndome el no va más del negociante.

-Eeeh... ¿tienes la tarjeta de compra de #%&\)=$? -me ha preguntado, donde "#%&\)=$" era el nombre de la tienda, que pongo así no por no hacerles una publicidad que sin duda merecen o por cubrir la reputación de la dependienta, sino porque no me acuerdo.

-¿Qué? -he respondido yo, torpe y sonriente. Pero no el "qué" del que no ha entendido, sino el de quien no sabe de qué narices le hablan.

-Es que sin la tarjeta la oferta no vale... -ha dicho ella, mirando si yo hacía ademán de comprender, la pobrecita ilusa. Yo, mientras, impertérrito en mi sonrisa, como si fuese Tom Sharpe de compras por su pueblecito de Gerona. Finalmene ha cogido aire como para ir a decir algo, ha cambiado de idea, ha resoplado, ha sacado una tarjeta de un cajón y me ha hecho el descuento. En la calle una ráfaga de viento ha henchido los plásticos de mis bolsas y me he alejado de allí cual pirata victorioso huyendo a toda vela, con el botín en las bodegas.

A todo esto, ahora que lo pienso, yo quería hablar de ensaladas, no de ir de compras, hum. Pero a ver quién es ahora que mueve el ratón arriba de la pantallita, donde el título, con lo cerca que está del botón que pone "publicar entrada".

5 comentarios:

  1. Ay, puesto que tanto te gusta y tanta inspiración te da, deberías decirte a la buena Muchacha que te deje siempre ir a tí a la compra.

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  2. :) por tu texto.
    :) por el comentario de Aroíta.

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  3. Aroa: ahnononono, esosíqueno. Yo cuando mejor me lo paso es cuando vamos los dos, así que nada más lejos de mi ánimo que decirla que me pierdo eso por ir yo solo.

    Portorosa, siempre sospeché que quizá tuvieras dos caras, vale: confirmado. Lo raro es que las dos sean iguales. Lo buenísimo, que sean sonrientes.

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  4. No sabes cómo te entiendo, compañero de fatigas. He probado con mantras, con mantras asociados a ritmos musicales, a ir muchas veces a comprar y comprar dos artículos cada vez, a tatuar con bolígrafo, en mi sudorosa mano, una lista que se convertía en extraños jeroglíficos antes de pisar la calle, incluso a hacer la lista en la pizarra vileda que por ser imantada, es en extremo útil en la nevera y del todo frustante, para llevar a la compra... como la obra del alquimista lucho por perfeccionarme. Ah! hermano, cuánto queda y que vasto el universo...

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  5. Dí que sí, querido tocayo en lo que al menos a la primera letra del nombre se refiere: cualquier cosa antes que la rendición del cobarde que sale con la lista de la compra apuntada en un papelito en el bolsillo.

    ¡Confusión o muerte, hasta la victoria final!

    Eso sí, espero que tu lucha, finalmente, no sea la de los alquimistas.

    (Y totalmente de acuerdo con lo vasto del universo. Y a ratos, con lo basto, también)

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.