18.9.09

con lo que yo he sido

Qué decepción. El otro día, movido por una súbita e inexplicable curiosidad (ya verás), me puse a hacer una estadística, y concluí que de las 3665 canciones(*) que pueblan mi iPod, sólo 11 de ellas comienzan por la palabra “blood”.

Toda la vida viendo pelis de tiros y aplaudiendo los salpicazos de sangre a la cámara (desde aquellos míticos de Braveheart hasta el último que me hizo ronronear en District 9, peli de la que no sé por qué no estoy hablando, qué asco me doy), y mi iPó, sangre de mis tímpanos, es sólo un 0,3% sanguinario.

Así, he pensado, no me extraña que la gente deje de hablarme. Porque hay gente que deja de hablarme. Bueno, claro, la mayoría de la gente con la que me cruzo y, por ejemplo, saludo en un portal o me cruzo con un “disculpa” o a la que reclamo con ese confuso “¿está libre la silla?” no me vuelven a dirigir la palabra porque no me vuelven a ver ni me conocen. A lo que me refiero es a la gente que uno conoce y con la que tiene un trato cercano (que se ven cada cierto tiempo, se cruzan y en teoría deberían interactuar, aunque así excluya a algún elemento abucheado que me aumentase esa estadística), que de un día para otro deja de hablarme.

Que pueda recordar (consideremos esto una cota inferior), existen (al menos) seis siete personas en esta categoría. De ellas, cuatro cinco me retiraron la palabra (y alzaron sus ofendidas narices. El gesto completo) por decirles lo que pensaba respecto a algo, justo después de escuchar la suya e incluso de ser preguntado por la mía. Sin insultos ni nada, ¿eh?, que hay gente que se toma fatal que uno pueda opinar distinto, se lo toman como un ataque personal, como si las opiniones no fuesen seres que vale, son nuestros, pero hay que tener con ese desapego de saber que si uno no quiere convertirse en un imbécil dogmático tiene que estar siempre preparado para el momento en el que se revelen como falsas y haya que echarlas por el retrete.

Siempre que me acuerdo de esas cuatro cinco personas me da la risa. Si siento curiosidad por saber de sus vidas es con la esperanza de echarme unas risas a su costa, cosa que suele pasar, pero que no siempre da sus frutos porque, en fin, esa maldita manía de tener el Facebook abierto sólo para quien tú admites es un coñazo.

De las otras dos a una le tengo algo de tirria, porque fue la razón de que algún grupo de gente a la que le tenía cariño dejase de llamarme (no sea que la señorita vinagre… ups, ahora que veo esto debo subir el contador a siete. Antes estaba en seis Eso explica los tachones, claro. No es que la séptima sea cercana, pero no se puede hablar de vinagre sin incluir a La Auténtica Vinagre) (a lo que iba: no sea que la señorita vinagre se mosquee y se pase toda la noche callada poniendo morros, por ejemplo). En rigor la perdí por una estupidez que hice, aunque había hecho antes mil más y después las sigo haciendo con la constancia del bobo que soy, claro, pero por lo que me dijo la última vez que me habló no me mandaba a la mierda por eso, sino por más cosas, de mucho tiempo. Sinceramente no tengo ni puta idea de cuáles serían ni ella quiso decírmelas. Y yo me dije que si alguien que se decía mi amiga era capaz de mosquearse a muerte sin dar una explicación (y negándome así la esperanza de la redención al saber qué estaba mal) tampoco merecía tanto la pena. Así que por esta la verdad es que ni me pregunto. Me pregunto por la gente que no veo por su culpa, en todo caso.

Y a la última la echo de menos bastante. Pero me digo que a lo largo de nuestra amistad ella se enfadó mortalmente conmigo mil veces, y yo sólo me he enfadado una, al final.

Y pienso que si alguien que se decía mi amiga no es capaz de tragarse lo que sea, como yo hice esas mil veces, por la amistad que decía que teníamos, entonces esa amistad ya estaba muerta.

Y espero que le vaya bien. Y que cuando alguien le diga que no puede hacer algo piense que quizá no sea que no le da la gana, sino que no pueda. Y la echo de menos. Y me aguanto.

Sólo dos canciones de mi iPod empiezan por la palabra “fair” (en realidad, “a fair”).

Qué terrible estadística se deduce de eso.

5 comentarios:

  1. Estaba un sociólogo platicando con un estadístico junto a un portal. Mientras, vieron entrar dos personas y salir tres. "¿Cuánta gente habrá ahora mismo en esta casa?", preguntó el sociólogo en una digresión. "Menos una", contestó el estadístico, y retomó el tema en el que estaban.

    El ámbito, el objetivo, la metodología son cosas que limitan esa ciencia. Si no, me pasaría la vida buscando a quien se come mi medio pollo a la semana.

    Es duro que un amigo te deje sin que realmente sepas muy bien por qué. Solo sabes (ahora) que mil veces lo sometiste a presión, pero en esos momentos no lo sabías. De pronto sube un poquitín el vapor y la olla explota. Y echas de menos lo bueno que salía el cocido con ella.

    No hay blood que haga olvidar eso.

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  2. ¡Sí que hay blood, sí!

    El Blood on blood de Bon Jovi, que es una canción cojonuda de amistad.

    Y tengo que romper una lanza en favor de los estadísticos, que son como los primos pequeñitos de los matemáticos (al menos desde la prepotencia específica de cada carrera nosotros los vemos así, je), la respuesta es rigurosamente cierta desde el concepto matemático de menos una, mas las que hubiera antes.

    Aunque lo del medio pollo, deja de buscar, creo que yo soy ese al que buscas.

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  3. la vida da muchas vueltas, te reencuentras, te distancias, eso también esta en las estadísticas.

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  4. Pero mire que es Usted chiquitito.

    "Desde" Breveheart, dice.

    Pero si eso fue ayer. Le sugiero algo de Pekinpah, que los chorritos de sangre suelen salir a cámara lenta, mucho antes de que filmaran Conan. Para que se haga una idea.

    En fin.

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  5. Y por cierto... ¿Le ha dado para clacular que si una canción dura tres minutos de media (que suelen durar más, pero bueno), tiene Usted unas ciento ochenta y tres horas (y cuarto) de música en su Ipod?

    Lamento informarle de que está Usted un poco tarumba. En fin de nuevo.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.