A día de hoy, trabajando como yo en una oficina y con un ordenador, es francamente complicado no saber en qué día se vive. Aún así yo me las apaño bastante bien; nunca tengo muy claro si estamos a principios de mes, a mediados o a finales. O en otro, ya. Vale, suele haber indicios que me hacen sospechar una cosa u otra, como por ejemplo que haya muchísima gente en el supermercado cuando entro yo a comprar lo que entro yo a comprar a los supermercados (por ejemplo un bote de mayonesas, uno equivocado de aceitunas –maldita manía de cogerlas con hueso– y una bolsa de patatas gourmet), o en los bancos, o en la taquilla del metro. Ah, qué gran idea fue prescindir del abono y dedicarme a los billetes de diez viajes, ¡cuánta ignorancia calendarial le permite a uno!
Yo siempre he sido muy bueno convirtiendo el tiempo en algo impreciso, continuo y elástico o, porque sospecho que esas son las cualidades esenciales del tiempo (de la interpretación), o porque me gusta presumírselas (aunque sospecho, también, que eso de sospechar mis sospechas quizá sólo sea una sospechosa manera de ponerme a pontificar sobre el tiempo, a atribuirle cualidades sospechosamente atractivas para mi sospechosa forma de ver la siempre sospechosa realidad).
Al fin y al cabo ¿qué es el tiempo?, me pregunto yo, y al escribirlo aquí lo pregunto así, al aire. Pues es un eje del espaciotiempo con la peculiar característica de no poder recorrerse en sus dos sentidos por mi yo consciente. Pero de igual manera que mi yo consciente entiende como le da la gana la parte espacial del espaciotiempo, lógico es asumir que haré con el tiempo lo mismo. Y así es. Si perderme y desorientarme es algo tan característico en mí, lógico será que me pase en todas las dimensiones de este nuestro espacio, no sólo en tres.
Y así muchas veces no sé ni en qué estación estamos y me descubro esperando veranos cuando vienen inviernos y florecillas y alergias cuando lo que vienen son los hermosos mantos secos de hojas que hacen cada otoño que los barrenderos refunfuñen de manera absurda mientras se pasean con esos inmensos cañones de aire (porque vamos a ver, ¿¡cómo puede refunfuñar alguien a quien se le permite usar una herramienta tan fascinante!?).
Para mi propia sorpresa (no paro de sorprenderme, no sé bien por qué) esto me parece fabuloso. Lo único que me hace pensar que qué gusto no ser ya universitario (un gusto muy mermado porque, bueno, ser universitario tenía un montón de cosas estupendas, que se resumen en la de poder quedarme en casa durmiendo un día entero si me daba la gana. Qué tiempos) es que me da igual que sea época de exámenes o no, que mi vida no gira en torno a epicentros de actividad (o de deseada y nunca del todo ejercitada actividad, las cosas como fueron) ubicados en torno a febrero, junio y septiembre.
Qué cosa fabulosa el tiempo. Y cuánto da para filosofar (y pasar, así de paso, el tiempo). El tema para esta semana del taller es, más o menos, el tiempo: hay que escribir un relato durante el cual transcurran 50 años. Y que transcurran, nada de trucos baratos tipo “se vieron una vez y cincuenta años más tarde, cuando eran dos viejitos arrugados y cachondos, se reconocieron y saludaron, sonrojados como púberes, en un viaje en autobús a Marbella. Pero a él ya sólo le quedaban dos meses de vida y ella seguía casada con uno que conoció a los 35”. Por eso –como si hicieran falta escusas– estoy yo empapándome de tiempo. Supongo que hablaré más de él, más adelante, porque cualquiera sigue y da pistas sobre mi cuento –que sigue sin ser más que una idea, en este instante del tiempo y probablemente en unos cuantos de los que vendrán–. Así que quizás hable de él. Y de vampiros: de esta semana no veo forma de salir (ni perdiéndome en el tiempo: la estructura de las semanas es algo demasiado demasiado tangible, demasiado cargado de acontecimientos regulares como que el viernes sea un día estupendo porque salgo al mediodía y los miércoles día de taller y martes y miércoles días de Copa de Europa) sin hablar de vampiros.
Avisada quedas.
Feliz primera semana de diciembre, si es que ya es diciembre, como sospecho, por la cola frente a la taquilla del metro de esta mañana.
qué descubrimiento tu blog ^^
ResponderEliminar¡te sigo!
feliz diciembreeeeeeeeeeee
ResponderEliminar(uoooh)
Para mí hoy es siempre un día después. Por mi oficina que se dedica a escribir lo que se leerá mañana...
Confusa profesioncilla.
Simó: pues nos perderemos. Seguirme a mí, qué suicidio geográfico.
ResponderEliminar¡Luego no digas que no te lo advertí!, y bienvenida.
Aroa, danke, bitte, igualmenten, y curiosa cosa la de tu trabajo con eso del tiempo, sí. Si yo fuese tú seguro que votaría los sábados y me mosquearía muchísimo cuando los lunes por la noche no pusieran fútbol por la tele. ¡Qué horror!