25.11.08

el salto del semáforo y la finta del diccionario

Qué cosa curiosa la de los cambios en los parámetros que definen el humor de uno. Recuerdo un tiempo en el que cuando un coche se saltaba el semáforo yo lo miraba indignadísimo, puño en alto, venas en el cuello y espumarajos en las fauces, ¡capullo, tenías que haber frenado, bla bla bla! Ahora sólo los veo pasar, premiándoles como mucho con un giro ocular o, si el transgresor conduce algo como un Ford Mustang (ayer, precisamente, vi uno), un giro de cuello y un “oooh” extasiado. Total, no suelo llevar prisa, para qué indignarme. Lo peor siempre fue cuando encima de pasar a destiempo se disculpaban alzando una mano (si es que se estaban disculpando y no te estaban avisando, “quieto ahí”, que todo podía ser). Ahora me dan una risa floja, como si me importase a mí su disculpa o como si necesitasen mi permiso para algo que van a hacer de todas maneras. Últimamente cuando alguien hace eso yo me lo tomo como un saludo y, educadísimo, se lo devuelvo, pero hoy, viendo pasar al último coche que se ha saltado el semáforo y detenerse al primero que lo ha respetado, he pensado si no debería empezar a cruzar los pasos de cebra pidiendo disculpas (o saludando, o avisando, “quieto ahí” a los coches que estén parados tras la línea blanca, esa frontera que marca el terreno que yo, bajo la éjida del hombrecillo verde espatarrao, puedo reclamar como pasto de peatones.

En fin. Recapitulando, sé que dejé a medias lo de la semana pasada, pero no fue cosa mía. Ni hablar de asumir culpas, que uno aprende rápido. Lo bueno de los contratos que uno firma consigo mismo es que puede romperlos en cuanto le de la gana. Ya seguiré otro día, pero es que los medios no acompañan: desde aquí no puedo poner ni ecuaciones ni gráficos, y para hablar de fractales o caos o geometría o toplogía, vienen bien. Pero ya seguiré, ya, quizá los fines de semana, aprovechando coyunturas.

Y también tengo otra cosa pendiente, contar del fin de semana, pero como habla de gente que se pasa las noches entretenidísima leyendo diccionarios mejor por ahora no lo cuento, que ya están las reputaciones lo suficientemente mal como para echarlas más fango encima.

Así que contaré sólo un diálogo.

–Es que te estás convirtiendo en una gran influencia para mí –le dije con fervor a la Muchacha–. Dentro de nada me voy a poner a escribir sonetos.

–¿A que te parto el diccionario en la cabeza? –me respondió, con más fervor aún.

Ah, las mutuas influencias, cuánto daño nos han hecho, y cuánto nos harán.

5 comentarios:

  1. yo hubiera cambiado diccionario por "El María Moliner" o "la espasa ilustrada" o el "corripio".
    Y tienes un pequeño chiste de matrimoniadas.

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  2. Martin, pues yo me alegro de que las cosas fueran como fueron: imaginarte a ti en lugar de a la Muchacha, blandiendo un María Moliner, da un poco de miedo.

    La conversación fue así y yo, cronista, no puedo cambiarla, hombre. Aunque gracias por incluirme en el club matrimoniero, ejem.

    Aroa: supongo que todo se pega. ¡Mea culpa!

    Lara: y a mí tu respuesta, lará lará :P

    ¡Besos!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.