Por aquel entonces(*) yo fumaba. Así que aquella noche, cuando conducía a casa de vuelta de someterme a una sesión redentora de empacho de comida materna, bajé ambas ventanillas un par de centímetros, como tantas veces, y encendí un cigarro y fumé mientras conducía y escuchaba música, por hacer el viaje algo más ameno y por pensar asombrado que qué hábil soy, capaz de girar el volante con las dos manos mientras sostengo con una el cigarro sin quemarme el puño de la camisa de la otra mano. O de esa mano. De ninguna mano, doble maravilla.
Y en fin, por esas cosas del tráfico iba yo la mar de tranquilo hasta que en una calle por la que tengo que meterme obligatoriamente pasé sobre una serie de bandas de esas que se llaman sonoras pero que deberían llamarse saltarinas. Al pasar sobre ellas, como tantas veces, el coche pegó una serie de lozanos brincos en el aire. Boing, boing. De ahí a casa no hay nada: un giro a la izquierda, otro a la derecha, otro a la izquierda, otro a la derecha y a aparcar donde se pueda. Se pudo mal y lejos, después de otro giro a la izquierda, otro a la derecha, dos más a la izquierda, un amago de giro a la derecha y una rectificación a tiempo. Aparqué tras unos cubos de basura, junto a un parque que, como todos los parques de mi barrio, esconde la remota promesa de los yonquis y los atracos y los dulces sueños de atroces despertares de cicatriz en el costado y puntos frescos y sangre por todas partes y riñon en nevera portátil viajando rumbo a Hong-Kong (naturalmente, nada de eso es real. Naturalmente a mi subconsciente, que se crió escuchando leyendas urbanas de esas a todas horas, le importa un pito que nada de eso sea real). Eché el freno de mano, subí las ventanas, apagué luces y motor, salí del coche y me fui a casa (derecha, izquierda, derecha a fondo, y al final derecha otra vez y alehop, mi portal).
Dormí.
Me desperté.
Ese viernes iba a volver a por otro empacho familiar, y había quedado en llevarle a mi padre un libro que tenía en casa, así que como a comer con la familia iba a ir de nuevo en coche y como el coche lo cogería, sin pasar por casa, cuando volviese del trabajo, camino del metro pasé por el coche con el libro bajo el brazo, y cuando llegué y saqué la llave para dejar el libro ya en el coche vi que la ventana del copiloto estaba bajada dos centímetros. “Ups”, pensé. “Qué despistadillo soy”.
Así que abrí el coche desde el lado del copiloto, metí la llave en su sitio, activé la electricidad y le di a la palanquita que sube la ventanilla, pero la ventanilla no se movió.
Por probar otra variante me di la vuelta y entré por el lado del conductor, probé desde allí, probé poniendo el coche en marcha, activando y desactivando el seguro. La ventana, impertérrita, no se movió.
Yo, renegando, cerré el coche y me fui al trabajo, y volví, cogí el coche, fui a comer, volví, lo dejé aparcado con mucho miedo y me fui a pasarme el fin de semana por ahí. De vez en cuando pensaba en el coche, pensaba en mi barrio, pensaba en gente cachonda tirando colillas por esa rendijita (y mi coche convertido en un esqueleto al rojo vivo encharcado en goma quemada), dejando caer serpientes venenosas y arañas y bichos (y mi coche convirtiéndose en una escena de las viejas, o sea buenas, de Indiana Jones), tirando basura por ese hueco (y mi coche, bueno, quedándose como está). Y también pensé que algo debía haberse jodido en esos baches, que para mí habían marcado un antes y un después en el funcionar de la ventana, y pensé que algo se habría jodido o salido de su sitio o roto, y que me costaría un dinero arreglarlo, y que ya estaba otra vez en números rojos, hay que joderse.
Pero cuando volví a ver el coche estaba como siempre. Sólo quedó latente la amenaza del coste de la reparación. Así que con mucho miedo fui al taller que tengo más cerca de casa y pregunté al venerable anciano que lo regenta.
–Uy, lo siento –dijo, meneando la cabeza, cuando le dije qué coche era el mío–. Aquí coches japoneses no los trabajamos.
–Vaya por Dios –suspiré. Y me resigné a no poder hacer nada porque se me da de maravilla resignarme cuando hace frío y por las tardes ya es de noche y pasan cosas que requieren que hable con mecánicos o gente que amenaza con cobrarme dinero por arreglar cosas.
Esa noche la Muchacha me preguntó que cómo iba mi avería de la ventanilla. Le conté.
–¡No puedes dejar más días el coche en tu calle! –gritó, aterrada con motivos, puesto que en mi calle le robaron la antena del suyo–. Mañana mismo dejo yo el mío en el garaje y cojo el tuyo y me lo llevo a casa de mis padres, a encerrarlo tras las murallas de su fortaleza –pues ella es propietaria de un palacete, pero sus padres poseen un castillo en provincias–. A ver quién es el listo que salta el foso y trepa la muralla para quitarle la antena, hijos de puta –musitó.
–No tiene la antena, el día que dieron el coche la desenrosqué y la tiré al maletero, para que no me la robasen –comenté.
–¿Sigue ahí? –preguntóme.
–Supongo –respondile.
–Entonces la pondré de nuevo –continuó musitando–. A ver quién trepa por encima de los parapetos y los muros erizados de estacas.
Así que yo le di las gracias y al día siguiente me fui al trabajo tan contento sabiendo que el problema estaba en las manos de la Muchacha, que son las manos más eficaces del mundo. Tantísimo que a media mañana me mandó un mensaje diciendo que la ventanilla funcionaba de maravilla.
–¡Milagro! ¡Lo has arreglado! ¡Milagro! –dije yo, de rodillas.
–No, milagro no: el botoncito del bloqueo de las ventanas, al lado de los interruptores.
Yo hice memoria durante un buen rato, y por fin, respondí
–¡Milagro! ¡Había un botoncito ahí! ¡Milagro!
Y la Muchacha sonrió porque le encanta que a ratos yo me muestre así de imbécil, la verdad, no entiendo por qué (¡milagro!), aunque espero que le dure mucho, je.
(*: El jueves pasado, por la noche)
qué decepción..
ResponderEliminarcreía por el título que ibas a hablar de algo porno.
Mente calenturienta la mía.
Pues ahora que lo dices la verdad es que el título sí que invita al porno, sí.
ResponderEliminarMea culpa, siento muchísimo levantar expectativas y luego hablar de elevalunas eléctricos. Otro día hablaré de porno y titularé el post "el chorrito de agua del limpiaparabrisas funcionaba correctamente" o algo así.
Tu mente, calenturienta no sé, pero como todas, como todas. Qué despiste el mío.