Pregunta:
¿Qué hacían ayer dos niños en la calle, cuando ya paró de llover –la ciudad húmeda de metal brillante–, enarbolando un paraguas inmenso abierto de par en par?
Respuesta:
Divertirse.
¡Ay los niños! Recordatorios con patas, denuncias andantes de la estupidez adulta. Ahí iba yo, con mi paraguas bien cerrado, no fuese a hacer el estúpido, no me fuese nadie a mirar mal. Como si el único objetivo de un paraguas –y por extensión de cualquier cosa– fuese el objetivo con el que se vende.
Ay los niños. Si no estuviese tan ocupado odiándoles –por gritones, por egoístas, por niños– les adoraría.
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