“En un momento de la noche Galeón se sacó la polla al viento y empezó a saltar sobre su cama, causando cierta incomodidad en las valencianas, que huyeron despavoridas y gritonas por los pasillos del hotel.”
(Martin, en Una bitácora de cuadritos)
Hoy surco los mares de la pereza infinita.
Tengo un algo de resaca, un bastante de sueño y un muchísimo de vagancia superlativa. Pero llama el deber, a ver qué cuento.
Pues nada, como siempre que hay cansancio, la mera realidad, que la fantasía reclama demasiados sudores.
Ayer la Muchacha secuestró a la tripulación en pleno del Bremen (o casi; la desertora-antiguamente-conocida-como-la-capitana se había fugado con un editor al Palacio Real a secuestrar algún bebé o algo así) y se la llevó al Palacete en la oscuridad de la noche y en pleno Madrid-Barça (4 – 0, en aquel momento). Me puso a entretenerlos repartiendo ceniceros, dando fuego, agilizando el uso y abuso de unas cuantas botellas de ron y palmeando espaldas mientras ella llamaba a familiares y seres queridos pidiendo rescates astronómicos, primero, normalitos, después, y de saldo, por último. Nadie quiso soltar un duro, porque los escritorzuelos tendemos a ser pesadísimos y a quien más y quien menos le hace una cierta ilusión verse libre de nosotros. Es comprensible, a mí me pasaría si no estuviese perpetuamente drogado por los viruses del amor, y esas cosas. Así que los desencadenamos, les abrimos las rejas, les contamos que aquello era el spa del torreón C y fingimos que todo era una invitación a enseñarle su casa ya reformada. Como se pasan la vida fantaseando y pensando guarrerías, lo vieron de lo más normal, y tras ocho horas, doce botellas de ron añejo y quince kilos de matarratas conseguimos que se fuesen y procedimos a meternos en la cama y cogernos de las manitas, que es lo que hacemos la Muchacha y yo cuando nos quedamos solos, digan lo que digan esos pervertidos que no tienen ni idea de nada ni saben de pureza y de cast... cast... en fin, la palabra que sea, esa de la que viene casto, ¿castitud?, ¿castramiento?, qué horror, olvidemos eso. Castez. Sí, castez, eso.
Y ha amanecido lloviendo, y la Muchacha sonreía adormiladilla, y a mí eso siempre me pone la mar de contento, y con mi caminar, tan apropiado para las aceras encharcadas por sus característicos saltitos, he venido a la oficina, donde hoy, tras la lata que me han dado estos días, voy a dedicarme con total dedicación y con mucho ímpetu a no hacer absolutamente nada.
Y en cuanto el vino de la comida acabe con la resaca, a tomar el sol sobre la cubierta de mi yatecillo, en el mismito centro de los mares de la pereza infinita.
(Para otro día menos comatoso tengo un proyecto, elaborar una lista de las cosas absurdas que podría hacer si me sobrase pasta a patadas. Se me ha ocurrido la primera, des-tunear coches, comprar coches tuneados y restaurar, tal cual salieron de fábrica, esos Renault Twingo, Opel Corsa y Ford Fiesta. Iré pensando más cosas.)
castidad, tal vez?
ResponderEliminarAsí que ahora los jóvenes lo llamáis "darse la manita"??
Es bueno saberlo...
Un abrazo cibernético
¡Esa, esa, esa era la palabra! ¡Casteza! Digooo ¡castidad! Es que mi memoria ya no es lo que era. Si es que fue algo, que tampoco me acuerdo.
ResponderEliminarY hey, los jóvenes, los jóvenes, que tengo la sospecha creo que bien fundada de que tú eres más joven que yo, ejem. Que sí, que sí, que nos damos la manita.
(Que nos leen niñooos)
Otro abrazo, ea.