Como en la ya penúltima reunión del taller literario no teníamos ningún tema que proponer ni ideas al respecto Peter tuvo un plan perfecto: Ya que la Muchacha se retrasaba, cuando llegase todos debíamos escucharla sin abrir la boca, mirándola silenciosos y expectantes, y la primera frase que dijese sería el tema sobre el que escribir nuestros siguientes relatos. A todos los presentes nos pareció bien y aguardamos impacientes, preguntándonos qué diría, con qué chispazo de misticismo nos sorprendería, qué verso habría de inspirarnos, si tal vez no le inquietase nuestra espera y atención y dijese algo al respecto; es lo que tiene ser poeta, que se generan expectativas. Cuando por fin llegó caminó hasta nosotros sonriente y saltarina, sin notar el silencio ansioso de nuestra espera, y dijo:
―Yo también he traído patatas.
Así que ese fue el tema. Por lo visto resultó todo un reto plantearse un relato alrededor de esa frase. Otra noche, entre copa y copa, hablamos sobre ello, y yo conté que andaba sobradísimo, que no sólo tenía tema sino que había descartado algunos, y les conté que uno era un cuento de espías en el que esa frase era la contraseña con la que un agente revelaba a su contacto su identidad. Javier, barriendo para casa, dijo que lo que sería ya la releche sería escribir eso pero no a mi manera, no a la venga folios y folios de prosa errática, sino a la suya, a la del microcuento, a la de la precisión de las 200 o 300 palabras.
Así que como cuantas más reglas y más feroces más divertido suele ser el juego, es lo que escribí, aunque me pasé por 23 palabras.
Este era el cuento:
Último día de Londres
"I mean, if the spaghetti hits the fan, now we're really in trouble"
(General "Buck" Turgidson en Dr. Strangelove, or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb)
―Yo también he traído patatas ―respondes. El hombre junto a ti estruja las suyas, se levanta, las tira a la papelera y se aleja arrebujado en su gabardina. Esperas un rato y lo sigues. No correr. No ponerte nervioso. Simplemente masticar tus patatas y mover los pies, doblar esquinas y poner cara de cretino; un paseante más. Al rato el hombre entra en un café. Le sigues. Intercambiáis los sobres en el baño: el dinero por el carrete fotográfico. Él sale. Tú tiras las patatas, abres el grifo, cuentas hasta veinte, cierras el grifo y sales. Cruzas nervioso el laberinto de calles hasta tu refugio, y escondes el carrete en la suela hueca de una bota. Sólo entonces cedes al optimismo, te dices que vas a salir de esta. La adrenalina remite. Miras la hora y haces cuentas... Ocho horas para el vuelo a Londres... Da tiempo. Sales, pasas tres horas en un infernal mercado comunista, y cruzas de nuevo la ciudad, silbando, feliz. Ilsa te recibe incrédula, la pobre pensaba que no volvería a verte. Hacía la comida, una sartén chisporrotea al fuego. La miras, le ofreces la compra, y repites la consigna; tú también has traído patatas. Te hace muchísima gracia. Ella, agradecida, se somete al capitalismo; paga en sexo. Mucho sexo, muy buen sexo. Tan bueno que a las cuatro horas descubres con espanto que, efectivamente, han pasado cuatro horas. Corres mucho y maldices más, para finalmente ver a lo lejos como tu avión alza el vuelo, perezoso, indiferente a tus jadeos, a tu sudor y a tus insultos en alemán. Y piensas que Elizabeth se va a enfadar, el siguiente avión no despegará de Berlín Este hasta mañana. Aunque da igual, porque por no hacer bien tu maldito trabajo a la hora prevista del aterrizaje de ese primer vuelo Londres ya sólo será un humeante cráter radiactivo, la fantasía rota de unos tiempos mejores que ya nunca, nunca ocurrirán.
(...Y según contó ayer y publica hoy, Vega también recogió el guante y escribió su relato de espías y de patatas en forma de microcuento, solo que ella sí que ha logrado frenar antes de la barrera de las 300 palabras)
(Y ya no recuerdo cuál iba a ser mi idea larga, ay la memoria)
Esta historia, así contada en segunda persona, parece uno de aquellos libros de "Elige tu propia aventura":
ResponderEliminarSi quieres acostar con Ilsa, pasa a la página 45; si no, pasa a la página 83.
Página 45: "Cuatro horas de sexo, blablablabla"
Y lo bueno del final, es que el protagonista no tendrá que preocuparse demasiado por que su jefe le vaya a echar la bronca. Si acaso por su pensión.
Heheheehehe.
(Ma gustao, eh?)
Ay, la segunda persona, desde que leí Aura, de Carlos Fuentes, me quedé prendadísimo con ella.
ResponderEliminarY la uso con saña. Precisamente anteayer en el taller alguien propuso que el tema fuese un relato en segunda persona y yo sólo pude decir ¿¡otro!?
Y más que pasar páginas aquí habría que pasar palabras... ocupa una y con generosos huecos antes y después, ji ji.
Me alegro de que te haya gustado :)