Últimamente todos los nombres de mujer que suenan a extranjero me suenan a amante de presidente francés.
Si mis despistes se materializasen, el francés este, Sarkozy, o Sarkozy, o Sarcovski, o como coño se llame, no podría gobernar. Estaría tendido en una camilla mientras unas cuantas enfermeras (feuchas, por prevenir) intentaban inflarle los testículos con bombas de aire de esas de las bicicletas, que al final nunca valían para nada porque los clavos en los caminos son mucho más profesionales.
Últimamente, me da por escuchar música alegre cuando estoy algo mustio. Suele ser al revés, suelo dejarme llevar, desplegar las velas, desentenderme del timón y marchar a hacerle algo de caso al mueble bar del camarote del capitán, pero ahora me siento un poco juerguista, un poco con ganas de clavarle la proa a las olas gordas y gloriosas. Que salpique la espuma, y si volcamos pues risa.
Últimamente, me da por escuchar música melancólica cuando estoy algo alegre. Las razones son distintas. Esta vez es más por explorar la gruta desde el otro lado de la barrera, desde la zona con tablitas en el suelo por donde se puede caminar sin resvalar y esnucarse o sin cruzar por donde una estalagtita ha estado engordando, glotona y paciente, esperando a que pase yo por debajo para hacerme un piercing craneal.
Últimamente me está dando por acordarme de cosas absurdas. Ahora que digo lo de las cuevas, me acuerdo de cuando fui a esas famosísimas que hay en Mallorca, esas que no nombro por no volver a dar palos de ciego como con lo de Zarco... Sarco... Sarko... el presidente francés, coño. Pero no me acuerdo de la última vez que fui, sino de la primera, que como sólo he ido dos veces, es la otra.
Últimamente me doy cuenta de que recuerdo muchas cosas que pensé que había olvidado, y he olvidado muchas cosas que pensé que recordaría siempre. Porque la primera vez que fui no hice mucho caso, era un crío y como buen crío no asumía nada como especial o único o irrepetible. Probablemente por la costumbre, porque entonces todo era especial, único e irrepetible. Pero era yo entonces, como todos, el espectador perfecto. Me dejaba llevar, miraba, mantenía mi interés lo que me daba la gana y luego pensaba en el sandwich que había visto yo meter a mi mami en el bolso en el hotel, o en la playa que habíamos pasado al venir y a la que mi padre había prometido que iríamos después.
Fui después las dos veces que visité esas cuevas legendarias que lamentablemente no consigo nombrar. Pero me gustó más la segunda. Siempre me ha gustado más el ver el mar, el acercarme al mar, que el meterme en el mar en sí. Con los años le he ido cogiendo el gusto, según iba yo asumiendo que a pesar de la existencia de la película Tiburón no estaba aquello infestado de bichos que pretendían almorzarme. Pero aún así uno llega y ahí tiene la inmensidad, el pulso eterno del mar y el viento contra la tierra, y se mete en el agua y sólo tiene, pues eso, agua por todas partes, y amenaza de medusas (cuando huyeron los tiburones de mi cerebro, acudieron las medusas).
De todas formas Mallorca siempre me pareció un lugar decepcionante: ¿Un lugar que tiene un sitio famoso porque ahí hacen perlas falsas? Por el amor del Monstruo de Espagueti Volador...
Pero fue en Mallorca donde yo vi por primera vez a un soplador de vidrio trabajando. Quedé fascinado, y quise aprender a hacer eso. Pero yo era un niño práctico. De vuelta al coche (fuimos a Mallorca en coche, pero la canción no fue cierta. Fuimos en ferry) pensé que ni tenía con qué hacer el vidrio, y aunque el tubo podría suplirlo, calculaba yo, con los palotes que sujetaban las cortinas de casa, que por experimentos anteriores yo sabía huecos, si hubiese hecho un fuego como el que hacía falta en casa mi madre me habría dado un par de tortas y me habría hecho una cena nefasta.
Quemar cosas es algo genético, sospecho, que yo he conseguido evitar. De mi horda de primos, de la que ya he hablado hace siglos, todos menos dos quemaron el monte en alguna ocasion, en nuestra tierna infancia. La fascinanción del fuego, y que éramos algo bobos. Pero que nadie se piense que los dos inocentes no abrasamos aquello por no ser bobos. Éramos muy corporativos respecto a la tontería.
Hacía siglos que no escribía de noche.
No lo sabía, pero lo echaba de menos. Es distinto.
La oscuridad, la oscuridad, la oscuridad. Y la música.
P.D: Un día tengo yo que contarte por qué la Muchacha me mira meneando la cabeza muerta de risa cuando pongo a los Russian Circles o los menciono o se tropieza con algún disco suyo en las entrañas de esta maquinita...
P.P.D: Me dice mi Agente que de hecho Carla Bruni es la mujer de Sarc... Zar... en fin. Y yo empiezo a dudar de si realmente vivo en este mundo o en otro en el que alguien me está colando pastillitas raras en la comida para que yo me olvide de cosas, hum.
11.3.08
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Me da miedo tanta casualidad, Ylacama. Precisamente anoche volvía una y otra vez a mi cabeza la idea de Sarkozy comiendo salchichas en una tasca del Palo. Miedo, digo miedo. ¿Será esto el síndrome del recuerdo absurdo recurrente encarnado en la figura de Sarkozy?
ResponderEliminarSalchichas frankfurt, sí. Sarko.
Si hay alguna forma de salir de este infierno, le ruego informe.
Sarkludos!!!
Lo triste para la Bruni es que se la recuerde por el Sr impronunciable... que forma más tonta de perder la Identidad...
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