"It's a problem of success, and for the most part the problems of success are good problems to have."
(Neil Gaiman, en su Journal)
–Buenos días.
–Buenas.
Suena la puerta a mis espaldas, dejo el periódico a mi lado, me acomodo. Da a un botón, aparecen los números rojos de la cuenta, da el intermitente, mira al tráfico y me pregunta
–¿A dónde?
–Oh, hmmm, ¿si le digo que de vueltas a la manzana lo verá muy raro? –y él no contesta, sólo me mira por el retrovisor pensando que ya se le ha colado un loco en el taxi. Otro loco: nadie se hace ilusiones de unicidad en este Madrid–. Verá, sólo quiero pasar un rato sentado. Puedo gastar hasta 50€, si quiere se los pago ahora. ¿Podría ser?
Se lo piensa, frena en el semáforo, se rasca el cuello y mira por el retrovisor.
–Es su dinero –dice–. De acuerdo. Pero si le parece podemos ir a alguna parte y luego le dejo aquí otra vez. Dar vueltas a la manzana sería un poco raro.
Y aburrido, le leo.
–Vale, pues vaya donde quiera.
–De acuerdo. Y dígame.
–¿Perdón?
Me mira por el retrovisor, entrecerrando los ojos.
–Vamos a ver, si se monta en un taxi y no quiere ir a ninguna parte es que quiere hablar con alguien.
–Oyéndole cualquiera diría que pasa todo el rato.
–A veces uno se lo plantea, la verdad.
–¿Le dan mucho la lata, los pasajeros?
–Hombre, hay de todo. Pero oiga, no se corte, no puede ser peor que otros que ni se lo plantean. Y usted parece simpático.
Yo le sonrío y le doy las gracias. Nos vamos deslizando por el tráfico, entre esos camiones grandes y torpes que sus conductores mueven en un ballet chirriante pero delicado y los siempre peligrosos y descuidados autobuses urbanos.
–En fin, verá –empiezo, y carraspeo, y sigo–; Yo tengo una página web. Un blog, de estos que dicen, donde digo las tonterías que se me pasan por la cabeza, cualquier cosa.
–Ahá.
–Nada muy serio, en fin, soy un poco disperso. Cuento bobadas de mi novia, lo que veo por la tele, y lo que pienso de algunas cosas.
–Ahá –y pita a una furgoneta de reparto que le ha hecho una pirula. Acelerón e insultos de fondo, con efecto doppler.
–Y como hay más gente que hace lo mismo, y amigos que van ahí y tal, pues en fin, uno se gana una esfera de amistades en torno a eso –me emociono, y me voy poniendo pedante. Odio ponerme pedante con los taxistas y los camareros, así que carraspeo e intento no hacerlo.
–Ahá.
–De vez en cuando aparece gente que uno no sabe cómo ha llegado. Es normal, es público y está ahí a la vista de todo el mundo.
–Ahá.
–Y también de vez en cuando aparece alguien a quien no le gusta. Discute, y a veces uno hasta termina cogiéndole cariño, como me pasó con un tal Konrad.
–Ahá. Konrad. –mientras esquiva agilmente a una moto que intentaba estamparse contra nosotros.
–Pero otras veces no. En fin, hace poco entró un tipo, anónimo, no daba ni una cara, ni un nombre, ni nada, y se puso a discutir con absolutamente todo lo que decía.
–Ahá.
–Pero es que el tipo daba siempre razones absurdas, en seguida empezaba con las descalificaciones y los insultos, y era bastante insoportable. Además de ser anónimo y no ir nunca de cara, que eso siempre da cierto reparo.
–Totalmente de acuerdo. Hay que ir de cara –y clava de nuevo la mano en el claxon porque una anciana no termina de cruzar un paso de cebra. Si la anciana no hubiese incorporado esto como parte de su rutina, el escándalo probablemente le provocaría una crisis cardiaca.
–Pues sí. En fin, era un tipo pintoresco. Sus argumentos eran incoherentes, discutía sin ningún rigor, defendía ideas estrafal... eh, estúpidas, y lo más ridículo era que nos amenazaba con no volver, porque decía que él elevaba el nivel del blog.
–El blog.
–Sí, bueno, el blog, la página, lo que sea.
–Ahá.
–Lo que pasa es que como el tipo, pagadísimo de si mismo, nunca lograba con su lógica difusa que nadie le diese la razón, que el siempre pensaba que tenía aunque fuese tan fácil discutir las bobadas que decía –que me vuelve la pedantería, que me vuelve–, se fue echando a perder. Primero decía que se le insultaba y no se le daba argumentos, cosa que era precisamente lo contrario de lo que hacíamos, y luego, amparado en su anonimato, se dedicó simplemente a eso, a insultar a todo bicho viviente.
–Vaya.
–Era un poco patético, en fin, decía cosas como "tontolapolla", "julai", "caraculo-tontorrón"...
–¿En serio?
–Como se lo cuento. De patio de colegio total.
–¿Y por qué les insultaba?
Lo pienso un rato mientras él se salta un semáforo que casi casi casi estaba en amarillo.
–Supongo que querría llamar nuestra atención. O esconder la inseguridad que tendría machacada después de intentar discutir en serio, e intentar arruinarnos el día con sus insultos. Querrá compartir miseria, no sé.
–Pero es que esos insultos dan más risa que otra cosa, ¡tendría que oír lo que nos llaman a los taxistas! –cruza un paso de cebra esquivando un carrito de la compra.
–¿Qué es lo más fuerte que le han llamado?
Piensa un rato.
–No sabría repetírselo. Una vez alguien del este, desde una furgoneta, me dijo algo que sonó peor que nada de lo que haya oído nunca, da igual que no lo entendiese.
–Es lo que tienen los idiomas eslavos, la perfección respecto al insulto.
–Debieron pasarse siglos perefeccionando eso. ¡Qué voz! ¡Qué cara desencajada!
–Usted verá, esos inviernos larguísimos con todo helado y dos metros de nieve en la calle sin nada que hacer mas que beber vodka...
–Visto así es normal. ¿En fin, qué pasó con el tipo ese?
–Oh. No sé, me intrigaba. O sea, iba día tras día a ver una página que despreciaba, a que lo insultasen y a ser insultado, ¿quién hace eso y por qué hace eso?
–Por convertir su página en un estercolero, supongo, para darle por culo a usted –y toca el claxon con pasión y sin motivo aparente.
–Supongo. Y por joder.
–Sin duda.
Pasamos bajo un puente, la luz brilla entre dos tramos de carretera elevada, reflejo de luz en el costado de un camión, qué pena no tener aquí la cámara.
–Bueno –dice el conductor–. Piénselo así. Si ha llamado la atención de ese tipo es porque usted llama la atención. El lo intentó por las buenas y nada, y ahora está tan desesperado que le da igual llamarla en plan "oh, es verdad lo que dice este tipo" o convirtiéndose en un hijo de puta, y lo intenta con insultos.
–Intentaba.
–¿Ya no?
–No puede. Ahora sólo nos lee, no puede responder.
–¿Entonces dónde está el problema?
Miro al suelo del taxi, luego de nuevo por la ventana (árboles fugaces, un kiosko, una señal de stop), y luego miro de nuevo al taxista: hemos llegado a lo difícil.
–Es que tenía razón.
–¿Qué?
–Que tenía razón.
–¿Cómo? ¿Es usted un caraculo o algo así?
–Pues hombre, espero que no... no, es que él era de derechas, y a mí me estaba llamando siempre rojo, y partidario de Zapatero y tal, y yo no soy ni socialista.
–Ahá.
–Pero en fin, ya sabe cómo es alguna gente de derechas, tan apocalíptica, tan premonitoroa, como si fuesen los profetas del juicio final...
–La crispación que dicen –corta él mi nuevo arranque de pedantería.
–Eso.
–Pues con no hacerles caso...
–Es que no, que resulta que tiene razón.
–¿Pero a qué se refiere?
–Pare el coche.
–¿Qué?
–¡Pare el coche, por favor!
Él frena, da las luces de emergencia y se detiene en el lateral de una avenida tranquila y medio desierta, a estas horas. Yo cojo el periódico y paso páginas a manotazos, Finalmente le muestro una.
–Mire, aquí: En primer lugar ha nacido el Anticristo –y señalo con el dedo donde pone
Losantos sostiene que el PP le apoya y llama "hijo de Satanás" a Gallardón
–...¡Y tal y como ellos dicen se acerca el fin del mundo! –y paso más páginas y señalo ahora donde pone
La Tierra será tragada por el Sol en 7.590 millones de años
–¡Y todo esto sólo tres días después de las elecciones! ¡Tenían razón en todo!
El taxista me mira, por encima del periódico que tiembla entre mis manos. Pasan cinco segundos, diez, quince. Yo le dejo, hay que tomarse un tiempo para asumir el fin, la condenación, el horror de la suerte decidida, el arrepentimiento por los consejos que creímos estúpidos y que ahora comprendemos, cuando ya es tarde. Lloro en silenciosa contriccion, mientras pienso en lo injusto que he sido con el pobre troll, que sólo buscaba hacernos reaccionar. Y nosotros mientras riéndonos de sus insultos de instituto y de su capacidad reptiliana de raciocinio. Pero qué hijos de puta que somos. Y al fin, habla, y me dice sus últimas palabras, que son
–Fuera de mi taxi.
Santo dios! vaya forma de enterarme!!
ResponderEliminar¿podrías haber avisado con tiempo?!
Con razón el rácano de nuestro técnico de embarcaciones me ha invitado a un café. Ya decía yo que la situación tenía algún eco de la guía del autoestopista galáctico...
ResponderEliminar¡¡Señor, si es un castigo para la gente de Cádiz, recuerda que yo nací en Toledo!!
Ya sabes: mantén una toalla a mano y átate bien fuerte la bata.
ResponderEliminarY si puedes hazte con un iPod. Con Googlemaps y wifi, son la Guía del Autoestopista galáctico. ¡En serio!