3.1.08

leo gursky, diciendo "y sin embargo"

En realidad esta entrada iba a llamarse “La Historia del Amor” pero como últimamente está todo el mundo diciendo que si bla bla bla ya era lo que me faltaba, titular algo así y que algún miembro del público tenga problemas con la insulina desde el mismo título. Ya, ya sé que me arriesgo mencionándolo, de todas formas, así al principio, pero tomémonos tú y yo este párrafo como una oportunidad para el darwinismo. Si alguien no es capaz de sobrevivir a estas primeras líneas, es que no era apto para vivir. Y santas pascuas.

Pero no, nada personal hoy: La Historia del Amor es el libro que me regaló por mi cumple años aquí mi amiga Elena, después de prevenirme durante una hora sobre lo que haría con mi cráneo si yo me atrevía a salir huyendo del libro en cuanto viese el título mientras, aún, lo mantenía escondido en su bolsita más allá del alcance de mis ávidas manos de deditos prénsiles y mis gestos de “dame dame mío mío dame dame jooo”. Y por fin me lo dio para que yo, encantado de poder asumir mi papel de neandertal por un rato, me pudiese a vociferar sobre el costrosísimo título del libro y a proclamar, feliz como siempre en estos casos, que jamás en la vida me iba a leer yo algo con un título así de hortera, ¡faltaría más!

Dicho lo cuál y habiéndonos quedado los dos satisfechos con mi pantomima le estuve dando la lata un ratito a Elena para que me lo dedicase, cosa que no suele hacer, nos tomamos un café, hablamos del asco mutuo que nos damos (“no, tú más”, “no, tú más”, y así) y nos fuimos tan contentos, yo con mi libro y ella sin nada, que para algo el que cumplía años era yo.

Y en fin, empecé el libro. Lo empecé con un monólogo de un tal Leo Gursky, porque es así como empieza el libro Nicole Krauss, su autora, y en seguida me vi sometido por el ritmo de Leo. Por su forma de colocar los puntos. Por sus “y sin embargo”, porque Leo Gursky, superviviente, o algo por el estilo, tiene la forma más genial de decir “y sin embargo” que jamás he leído. Y sin embargo. Así, zas, entre punto y punto. Eso, eso es Ritmo. Su ritmo. Vaya forma tan sencilla de darle una pincelada a un personaje.

Pero Leo no es el único que le presta su voz a la historia, claro. Leo fue, simplemente, la primera voz que escuché. Si tuviese que quedarme con alguna, me quedaría con la de Alma Singer, y su fascinante velocidad para despachar capítulos y su genial forma de titularlos. Y total, que me ha pasado con el libro como con las buenas cajas de bombones, que anda uno cogiendo de aquí y de allá intentando ver cuál está más rico y a la que se descuida zas, son las nueve de la mañana, estás en el metro, Línea 6, Nuevo Ministerios, y el libro se te acaba de terminar entre las manos.

He levantado la cabeza, he mirado por la ventana el anden lleno de mierda (no los limpian desde el día de mi cumpleaños. Estoy por considerarlo un peculiar homenaje a mi persona), y he hecho lo único que me he sentido capaz de hacer (e incapaz de evitar) después de este libro, de ese final. Me he echado a llorar.

¿Cuánto hacía que un libro no me hacía soltar un par de lagrimones, al terminar, de historia redonda, de final perfecto, de pura felicidad?

Genial el libro. Tiene alguna cosa que no me gusta, muy literalmente lo de alguna porque sólo recuerdo una. Pero. Y sin embargo. Ni siquiera es una crítica, es sólo una tontería que a mí personalmente no me gusta. Pero vamos, que es que yo soy así. Total, que si andas a falta de un regalo de Reyes y quieres hacer feliz a alguien con un libro, ahí tienes mi recomendación. La Historia del Amor, de Nicole Krauss.

 

(Y una nota para la Muchacha: Muchacha, si leyeras esto, nooo, este no va a ser mi regalo de Reyes, tranquila. Que nooo. Qué va. Para nada).

(Y otra para el mundo. Alfonso Cuarón, uno de mis dioses particulares desde Children of Men, va a hacer película al respecto para el 2009. Así que lee deprisa).

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.