Día 3, y yo sin abono transporte; con tanta tarea el fin de semana en lo último que piensa uno es en los tornos del metro. Tornos, palabra prohibida, por la rima, claro. Tornografía, je je je.
Total, que amanece el lunes, y yo no soy yo: yo soy mi propio bostezo. Descomunal. Descoyuntado, casi. Confuso, también; he tenido que escupir a unos cuantos usuarios del transporte público y a dos repartidores de periódicos que me han confundido con una nueva boca de metro. Y plantarme en la cola de delante de la cajera y esperar mi turno para, por fin, pedirle mi abono transporte. Para ello tienes que darle la tarjetita, y la mía se cae a trozos. Esa suele ser una expresión figurada pero, bueno, en este caso es absolutamente literal. Y la cajera la ha cogido con algo de grima, algo de ternura y una cierta admiración, porque a pesar de ser un colgajo doblado y retorcido aún no se disgregue con sólo mirarlo, y luego me ha mirado a mí.
-Está un poco deteriorado esto, ¿no?-me ha dicho. Yo sólo he podido sonreír y asentir. Y como soy idiota y me encanta dar explicaciones que nadie pide, responderle
-Es que me gusta mucho la decadencia.
Y luego bajar camino del andén, inmerso en la música y pensando que, en efecto, es así. Que por eso tardo meses en llevar el ordenador a arreglar, y en recoger esta mesa en la que tengo que escarbar para llegar al teclado. Que por eso no me gusta peinarme, ni me importa tanto (qué remedio, también, sin dinero) que el objetivo de mi bendita Nikon se haya jodido, y adoraba las fachadas medio ruinosas de los edificios de Budapest. Que por eso adoro los grupos que ya no existen, o esos que nunca nadie conocerá, que nunca llegarán a nada.
Soy un tipo decadente, orgulloso de la decadencia.
Y pensándolo mucho yo creo que por eso yo no puedo creer en la vida eterna. Porque yo quiero decaer, quiero la tanda completa de la decadencia. Desde el ahora, desde el hoy, desde este preciso instante, el filo del presente, hasta el día en el que me broten florecillas, me lloren cuatro cronopios y yo deje de dar la lata.
4.12.07
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Las fachadas de Budapest, Oporto o Vigo. Sí, tienen su encanto. Y el gotelé, y las cortinas de terciopelo, y los chales de lana y las mantas de ganchillo que no son de Zara Home. Es bonita la decadencia, sí. Y sin embargo.
ResponderEliminarUna, que no se limita a esperar bonitas florecillas silvestres cuando llegue el momento, ;)
No nos pongamos a enumerar ruinas o terminaré incluyendo las del castillo árabe de mi pueblecico o, ya puestos, las mías. Y por el camino pasaré un montón de envidia leyendo ruinas que ni yo ni la señorita Nikon, perra traidora, hemos visto.
ResponderEliminarDe todas formas no creo que tengas que esperar hasta entonces para que alguien traiga un poco de justicia a este mundo gris y te regale las florecillas sin tener que pasar por el trámite del entierro y la putrefacción. Qué estupenda palabra, putrefacción. El día que deje de asociarla a mi frigorífico, la querré horrores. Putrefacción. Me la apunto en una servilleta.