5.12.07

el silbidito

En esta oficina satánica hay un tipo que trabaja a la antigua, es decir, sudando, o que al menos tiene pinta de, llegado el caso, resignarse a sudar. En este imperio de engalanamientos infernales, del que sólo yo hoy me escapo por un compromiso que yo no sé si se va a quedar en desilusión, como de costumbre (pero no me quiero poner fatalista hasta las seis de la tarde, al menos), y que hoy me ha permitido autoautorizarme a saltarme la etiqueta corporativa y venir como me ha dado la real gana (pero sin vaqueros. Mi pequeña contribución a la concordia y la paz mundial) (sin vaqueros pero con pantalones, ojo, que no cunda la euforia entre las señoras), el hombre este, Mario, tipo sonriente, campechano y obsequioso de esos que caen bien incluso antes de conocerles, viste guardapolvo azul y botas de neonazi. O eso creo, porque no tengo muy claro qué es un guardapolvo, en fin, la ignorancia.

Mario está hoy encaramado a una escalera, junto a mi mesa, porque hoy ha surgido un problemilla en el brutal tándem calefacción-aire acondicionado que aquí siempre funciona para compensar con el aire acondicionado los tórridos efluvios infernales que emanan de los múltiples portales al averno, por un lado, y el frío glacial del otoño madrileño que se cuela por las cristaleras, por el otro. Que igual podríamos apagarlo todo y confiar en el balance de fuerzas entre el bien y el mal y todo eso, pero la idea se antoja estúpida por ser mía, sobre todo, y también por sí misma a poco que uno recuerde un fragmento de telediario que no hable de fútbol (si siguen existiendo, que no sé yo).

¿Y cuál era el problemilla? Que una de las rejillas por las que emanan llamaradas o nubes de vapor congelado según toque se ha puesto, de pronto, a emitir un concierto de silbidos, que todo el mundo encuentra molesto excepto yo, que veo graciosísimo y que considero que es la forma que tiene el mundo de violar la prohibición musical de este sitio imponiéndonos un concierto de vientos interpretado por un sistema de calefacción (o refrigeración: Mario filosofa al respecto, sin llegar aún a ninguna conclusión). Hay poderes contra los que ni las sectas satánicas pueden luchar.

Mario, medio cuerpo metido en los recovecos del techo, aparte de filosofar gime, golpea, masculla, retuerce, gruñe y rompe, y el silbido se para y Mario se baja, pliega la escalera, se la coloca bajo el brazo y consigue alejarse seis o siete metros antes de que el silbido vuelva a surgir, alegre y desafinado. Mario vuelve, despliega de nuevo la escalera resignado a su labor de Sísifo y con un destornillador entre los dientes, en plan bucanero tecnológico, y esgrimiendo una llave inglesa del tamaño de mi puño a modo de maza arrastra sus botonas peldaños arriba de nuevo, consolándose con el pensamiento de que mañana es fiesta mientras la gente se tapa los oídos y grita, impreca, maldice y perjura. Yo silbo por lo bajo y golpeo mis pies contra el suelo al ritmo anárquico de la avería, contento de tener algo que escuchar y atentísimo a Mario, no vaya a ser que en una de sus violentas escaramuzas en lo alto de la escalera arregle el silbidito y, escuchando el mío, me arree con la llave inglesa en toda la coronilla, claro.

5 comentarios:

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  2. Qué manera de inspirarte, querido, si es que tus post casi casi que salen directamente desde el motivo que lo inspira, en directo, directito, wowwwww!!!

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  3. Vamos a ver. Yo creo que ese Mario pone ahí una grabadora que funciona a control remoto para activarla y subir allí, ocultar en el agujero la mitad superior del cuerpo y echarse un cigarrito. Porque por muy satánica que sea la secta, seguro que también os prohíben fumar en la caverna.

    Investiga, súbete con él a echarte otro y ya me contarás.

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  4. ¡Cuidadín, cuidadín con los techos...!
    Me he acordado al imaginarme a Mario ahí subido, de que el otro día a mí se me cayó en el trabajo el techo encima... Sí, sí, tal cual. Bueno, no, en realidad solo se cayó encima de mi mesa, a escasos milimetros de mi nariz, un cuadradito de esos de pladur que cubren el falso techo... ¡glups!
    Que ameno es esto de ir a trabajar...

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  5. Pi, gracias, sí, estaba escrito desde el más riguroso directo, aquello, con Mario aporreando y la climatización bufando mientras yo tecleaba. La vida, mientras pasa. O la vida, mientras, pasa. O la vida. A secas.

    NáN, bueno, no sé qué decir. Prohibido lo tenemos, ya sabes, ya hasta los satánicos tienen que atenerse a la ley o tragar querella, no sé dónde vamos a ir a parar.

    Pero yo para echarme el cigarrito prefiero bajar a la calle, suele ser entretenido.

    E Irene, sí, bueno, los techos son cosas terribles, sí. Y caray con tu techo, me alegro de que no te diese. A veces la materia tiene formas muy raras y contundentes y dolorosas de manifestarnos su cariño.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.