En cualquier caso igual recuerdas que alguna vez salió por aquí su nombre (el de Pauls), cuando llevaba a medias aquel libro suyo, El Pasado, del que hablaba entonces, y entonces, claro, también mencionaba a Bolaño. Así que como cuando hablé lo hice con el libro a medias voy a cerrar el paréntesis apelando al profesional de los mismos y hoy, tarde pero con el libro ya terminado y disfrutado, me voy a jugar la demanda de Anagrama y le cedo el micrófono a Bolaño no sin antes decir, señores editores, que me perdonen por lo del copyright pero que piensen que el libro del que copio, dejándome los ojos y los dedos, Entre Paréntesis, tiene mil cosas más y soy el primero en proclamarlo y que probablemente esta vulneración de sus derechos sea más beneficiosa que perjudicial para ustedes. Y si no les parece, me leen y así me lo piden, yo borro y todos amigos. Preciosa editorial la suya y no lo digo por cumplir.
ESE EXTRAÑO SEÑOR ALAN PAULS
Lo primero que leí de él fue un cuento absolutamente original, "El caso Berciani", publicado en la antología Buenos Aires, de Juan Forn, Anagrama, 1992. En dicho libro, compuesto por textos de escritores tan relevantes como Piglia, Aira, Saccomanno o Fresán, el cuento del señor Pauls sobresalía por diversos motivos, el más notable de los cuales era una anomalía: había algo en "El caso Berciani" que sugería un rizo espaciotemporal, no sólo en el argumento, que por otra parte no iba de eso, es decir no era de ciencia ficción ni nada parecido, en la feroz entropía apenas entrevista, en la disposición de los párrafos y las oraciones.
Durante mucho tiempo fui un lector fervoroso de este escritor del que sólo conocía un cuento. Sabía pocas cosas de él: había nacido en Buenos Aires en 1959, había publicado dos novelas que jamás llegué a encontrar, El pudor del pornógrafo y El coloquio, y un ensayo sobre Manuel Puig. Así que durante mucho tiempo me tuve que conformar -y fue más que suficiente- con leer y releer "El caso Berciani", que a estas alturas me parecía, es evidente, un cuento perfecto, si es que existen monstruos perfectos, supuesto poco razonable.
Hasta que un día entré en contacto con el fabuloso señor Pauls. No sé si yo le escribí a él o fue él quien me escribió. Creo que fue él. Una carta cuya sequedad me dejó impresionado. Temblando, incluso. En la carta me hablaba de un viaje en automóvil en compañía de su hija, una niña de edad similar a la de mi hijo, tal vez un poco menor. El viaje, según entendí, tras releer su carta diez veces (vicio adquirido con "El caso Berciani"), había empezado en el centro de Buenos Aires para terminar en el extrarradio. La jovencita Pauls parecía una niña inteligentísima. Su padre, un conductor de coches experto. El mundo, inhóspito. Contesté su carta mandándole saludos a la niña, de mi parte y de parte de mi hijo. Tal vez aquí cometí una falta de delicadeza, pues el señor Pauls tardó un poco en contestarme, aduciendo no sé qué problemas con su computadora. Su hija se hizo la desentendida con respecto a los saludos de mi hijo.
Poco después leí dos cuentos o dos fragmentos de una saga hipocondriaca o médica, firmados por el señor Pauls, y que hasta donde sé permanecen inéditos. Ambos cuentos o fragmentos o lo que sea me parecieron perfectos, monstruos perfectos. Llegado a este punto, como comprenderá cualquier lector, lo único que deseaba era seguir leyéndolo. De tal manera que le pedí a Rodrigo Fresán (quien, además de amigo del señor Pauls, durante un tiempo fue su vecino) que en su próximo viaje a Argentina arramblara con todo lo que estuviera firmado por ese autor. Así leí Wasabi, su tercera y por ahora última novela, en donde narra el crecimiento y a la postre imposible amaestramiento de un forúnculo, y su libro de ensaños sobre Borges, El factor Borges, un libro estupendo, como Wasabi, pero que desde el inicio plantea una serie de problemas borgeanos: el libro está firmado por Alan Pauls y Nicolás Helft, sin embargo en los créditos se aclara que el texto es de Alan Pauls y que las imágenes reproducidas con generosidad pertenecen a los Archivos de la Fundación San Telmo. ¿Entonces por qué el libro aparece firmado por Nicolás Helft? ¿Y quién es Nicolás Helft? Según Fresán, Nicolás Helft es el propietario de algunas de las ilustraciones o de los facsímiles que aparecen en el libro. Yo no lo creo. Tampoco creo que sea un heterónimo creado por el señor Pauls, poco dado a excesos portugueses, sino más bien por la sombra de una sombra, la sombra de un conde polaco, por ejemplo, o la sombra de cierta descorazonada lucided.
Recuerdo una carta que me escribió hace ya mucho tiempo el señor Alan Pauls. Me decía en ella que se había ido con su mujer -y presumiblemente con su niña- a una comuna hippie uruguaya. No a vivir, aclaraba, sino a pasar unos días. Durante esos días lo único que hizo, eso entendí tras leer su carta diez veces, fue terminar de leer una novela larga y contemplar una especie de duna que el viento cambiaba de sitio de forma más que perceptible. Pero lo raro fue que nadie se daba cuenta de ello. En fin, eso suele pasar, querido señor Pauls, pensé tras la lectura número diez. Es usted uno de los mejores escritores lationamericanos vivos y somos muy pocos los que disfrutamos con ello y nos damos cuenta.
Al margen de la envidia que da Bolaño hablando de lo que lee y de a quién lee, a mí me da cierta alegría releer eso y pensar que van saliendo voces donde uno menos se lo espera, o donde no se las espera para nada, diciendo que también han visto la duna (aunque sea un traidor y no lea los blogs de nadie).
Pauls. Qué envidia escribirse co´n él, pero es que da su mail pero no responde. Pobre pendejo. Dejémoslo para el mundo éste que nos gusta mirar, del que nos enamoramos. Ése de las coincidencias tremendas, de ver una sombra en un auditorio, decir, "me he enamorado" y de repente saber quién es, qué escribe, mirarlo, deleitarse (demasiado guapo para ser cierto, demasiado para mí para ser del 59, en fin), y bueno, después una lee y se encuentra rastros de una misma en ciertos personajes y situaciones. Y se asusta. Y deja de leer. Y mejor pone los pies en la tierra. Pauls. Me gusta cuando bebe Cardhu.
ResponderEliminarQué patetica! me he sentido una fan despechada en mi comentario anterior. Y no es verdad. Yo voy más allá, me enamoro de Horacio Oliveira, de un hombre que ni existe, (y argentino para colmo) como Dios manda,jajajaj. Tierra, agárrame los pies....
ResponderEliminarSigo pensando que, en su momento, tienes que contarme la historia de Pauls y tú. Pero en su momento; paciencia, paciencia. No sea que empecemos a llevarnos bien antes de tiempo, no lo quiera el cielo.
ResponderEliminarY de patética nada. El comentario te ha salido en plan "joderos cabrones que tengo su correo... pero no os jodáis tanto que luego no responde", lo cuál por un lado es elitista total y por el otro absolutamente mundano, y eso siempre da un curioso contraste de luces.
No paro de pensar en términos fotográficos, últimamente, ja ja.