Índice de la historia con su desorden necesario:
3. El principio del fin, un cambio de roles
1. Y en el principio fue el amor, o sea la tontería
4. Niño malo castigado sin tele, niño malo castigado sin vajilla
2. A grandes males, grandes apuestas
5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación
¡Tercer pasito, esta noche! Queda un poco largo, pero es, en mi opinión, el más gracioso. O el gracioso, a secas. Al menos yo me he reído horrores recordándolo. Pero antes de nada la canción del día, que hoy va dedicada a Elena y a, como se leerá, su profecía.
Y pasó que de pronto un día, después de que la maravillosa camaradería en la cuál cada uno conocía su rol, Leticia el de atribulada doliente y yo el de cleenex bastón de apoyo, se rompiese con la entrada de Manuel en el dramatis personae, se rompió también el de los derechos exclusivos: Entre las muchas leyes no escritas que teníamos, resultó que había una que decía que la única persona con derecho a tener problemas psicológicos era Leticia.
Yo, que como nunca tengo ni idea de nada, no lo sabía, cometí el terrible acto de egoísmo de deprimirme profundamente en la primavera; en fin, si vienes siguiendo este blog desde entonces recordarás aquellas disquisiciones sobre si tendría abstenia primaveral o qué, y las conclusiones que saqué al respecto, y si te libraste tampoco mereces que vuelva a torturarte con ellas. El caso es que yo estaba jodido, sospechaba que tenía un problema, y aquello me volvió especialmente poco hablador. Lo que en general importaba bastante poco, porque no es que las puertas cerradas den mucha conversación, y eso era lo único que un tipo que, como yo, tiene mucho Martín Romaña dentro, no puede cambiar en una situación de llamar a una puerta y buscar algo de ayuda o apoyo. Más que nada porque no es cosa de ir jodiéndole a nadie un polvo porque uno se encuentre triste, y al fin y al cabo sólo quedaba agachar la cabeza y tirar para alante, y eso es algo que podía hacer igual molestando a mi compañera de piso o sin molestarla (y, de todas formas, ya molestaba más bien demasiado con todo esto a gente que no vivía conmigo, en aquellos tiempos).
Ella, en cualquier caso, en un prodigio de empatía, debió notarme la cara huraña y el gesto mustio, y tomó medidas al respecto.
Un día llegué a casa, y no teníamos televisión.
¡Nos han robado!, me dije. O no. Por confirmar, miré en mi habitación: Mi ordenador (que creo recordar que estaba roto, aunque claro, quién se iba a parar a mirarlo a la hora de robar) seguía allí. Y miré en su habitación, y también su ordenador seguía en su sitio. Al lado mismo de la tele.
En fin, no es que hasta entonces las cosas hubiesen sido siempre un camino de rosas. Hubo bastantes discusiones, normalmente terminadas por el que terminaría siendo el único método de comunicación que Leticia empleó conmigo, el portazo, y que normalmente nacían del conflicto que surgía cuando yo veía que una norma que para mí era de obligado cumplimiento ella podía saltársela alegremente, porque ella siempre tenía una disculpa, pero yo nunca merecía ni defensa ni apelación. Pero en fin, aquella vez, de pronto, yo me había quedado sin poder ver la tele.
La televisión era suya, esto hay que dejarlo bien claro, igual que lo eran la vajilla, los cubiertos y, desde un desafortunado incidente en el que no me quemé vivo de milagro y gracias al cual comprendí que quienes estiman su vida no deben comprar sartenes en los chinos, también las sartenes, cazos y demás eran suyos. Como la escobilla del baño y un par de mantelitos muy cucos, la bandeja y la jarra del agua. Yo, por mi parte, contribuía con el frigorífico y la buena voluntad, y en principio, utópicos socialistas, habíamos asumido el lema D'Artacañesco reciclado en un todo para todos. Y de pronto la televisión estaba en su cuarto. Yo, no sé por qué, probablemente porque pensé en los capítulos de Padre de Familia que entonces echaba La Sexta a la hora en que yo comía, o en la Fórmula 1, me cabree, y la llamé, y por una vez venció su manía de no contestar el teléfono, y hablamos, y le pregunté que por qué de pronto la televisión había dejado de ser un bien común, y luego hubo un intercambio de gritos que terminó con un ¿ah, sí?, un colgar de teléfonos y conmigo sacando las cosas que ella guardaba en el congelador y tirándolas en la pila de la cocina.
Las tiré todas, y las miré, y pensé que no tengo doce años. Así que las volví a meter en el congelador, y la llamé, y le dije lo que había hecho y lo que había deshecho, y que me parecía infantil por mi parte y que podía seguir usando mi frigorífico, que a mí me bastaba y sobraba con la mitad, intentando no pensar mucho en esa cosa cristiana de la otra mejilla ni en Ghandi. Ella me dijo que no le hacía ninguna falta mi frigorífico, que podía vivir perfectamente sin él. Tú misma, pensé, dije algo amabable, y luego, cuando hablamos ocn más calma, ella, respecto a la televisión, me dijo que es que le gustaba mucho verla antes de dormir, y que por lo visto en su habitación la veía más cómoda que en el salón. Y era su televisión, así que dije que estupendo, allá cada uno con su concepto de compartir.
Luego, cuando ocurrió el incidente de la vajilla, llamé a una amiga común, muerto de risa, para contárselo, y retomamos el tema de la televisión. Me dijo mi amiga común que la versión de Leticia era que había escondido la televisión porque ya no hablábamos. La lógica de esa actitud, para mí, sigue siendo confusa. A no ser que se refiriese a la bronca telefónica que tuvimos, que no me pareció un ejemplo precisamente agradable ni constructivo de ocmunicación. Pero la lógica retributiva de Leticia siempre fue un tanto tangencial, cuanto menos, y eso pudimos confirmarlo más adelante, en la misma charla telefónica.
El incidente de la vajilla vino bastante después, y entre medias hubo tiempos mejores y peores. Yo sobrevivía viendo House en casas ajenas, con lo cuál hice bastante vida social, y mientras estuve sin ordenador leí muchísimo, cosa que venía echando de menos, así que con mi caracter optimista iba tirando para alante. Había temporadas en las cuales Leticia, las pocas veces que nos cruzábamos en el pasillo, sólo me respondía con enfurruñadísimos gruñidos a mis "hola", y en los que yo con la única persona con la que hablaba era con Manuel. Un chaval majísimo, el pobre. Luego me arreglaron el ordenador y yo descubrí los links que adornan la barra derecha del blog, así que realmente comencé a ver televisión de calidad porque, precisamente, me quedé sin televisión. Fue algo totalmente casual pero tiene su cosa reivindicativa: Lo primero que vi, de esta nueva manera, fue un capítulo de House.
Pero la vida seguía, y la convivencia iba cuesta abajo y acelerando. Yo, empezando a conocer a Leticia, comencé a pensar en irme de casa. Y como yéndome de casa necesitaría mis cubiertos, mi vajilla y mis sartenes, y como de todas formas, conociéndola, cualquier día era capaz de dejarme sin ellas, comencé a pensar en comprar todo eso y empezar a utilizar exclusivamente mis cosas. Y un día quedé con Vero, y fuimos los dos al Carrefour con intención de comprar esa parte de mi ajuar. Juro por todo aquello en lo que creo que, como lo cuento, aquella tarde fuimos mi agente y yo a comprar sartenes, platos, vasos y cubiertos. Pero no lo hicimos. Entre que de pronto a mí me entraron unas inmensas ganas de mear y que teníamos un hambre lobuna renunciamos a hacer cola y nos fuimos a comer algo, los dos, y yo, de camino, a transferir la mitad de mi peso a un inodoro público.
Y luego fui a casa, y donde antes estaban los platos, había un armario vacío. Donde antes estaban las sartenes, había otro estante vació. Y donde estaba el cacharro con los cubiertos, había una encimera vacía. A mí me dio un ataque de risa, y en pleno ataque de risa estaba cuando llamé a la amiga común que me contó lo de las razones de Leticia para privarme de televisión. Yo, hasta aquel momento, me había cuidado muy mucho de no andar contándole las miserias de nuestra vida doméstica a casi nadie, y la mejor prueba de ello es este blog: Si quisiese ir por ahí propagando mi versión de la historia, lo hubiese hecho desde el principio. Como sólo quiero no hacer cierto ese dicho de que quien calla otorga, me limito, ahora, a contar mi versión de la forma más exhaustiva que puedo y, espero, de la más objetiva que puedo, porque mentir no me hace ninguna falta. En fin, aquella noche se vio que ella no hacía lo propio, y sí iba contando sus historias. Y no mentía: Lo que hacía era contar las historias hasta la mitad. Por ejemplo, un problema esencial, en nuestra convivencia, fue el de que yo sea un fumador. Quedamos, dice ella cuando cuenta la historia, en que yo no fumaría en casa. Y ahora, egoísta miserable, cometo la herejía de fumar en mi habitación, cosa que a ella le resulta insoportable. Y deja la historia así. Sólo con eso, no sé, yo sinceramente creo que cualquiera que escuchase la historia probablemente pensase, al menos, que qué menos que alguien sea libre de darse a un vicio suyo en su habitación, pero es que la historia no es del todo así. Efectivamente quedamos en que no se fumaría en casa, pero con un matiz: Quedamos en que normalmente sería así y yo fumaría en la terraza, pero que un día a la semana, atendiendo a mi condición de fumador y a la de quien pudiese traer a casa, probablemente fumador también, se podría fumar en el interior, respetando siempre la habitación de ella porque la habitación de cada cuál es sagrada (excepto si es la mía y soy yo quien fuma, se entendió después). Esa regla, de las 53 semanas y media que hemos convivido, se ha cumplido sólo dos semanas. Se libra muy mucho Leticia de mencionar, cuando cuenta que vive con un fumador egoísta que la ahuma desde su habitación, que este fumador tenía permiso para fumar por toda la casa 51 días y medio más, y que no lo hizo.
Pero en fin, acababa de dejarme sin vajilla, sin previo aviso, sin mediar palabra, una noche, con la evidente intención de que, caso de llegar yo sin cenar, tuviese que cocinar sosteniendo un filete sobre el fuego con las manos, o yéndome a comprar un kebab. Yo lo veía todo tan infantil que, en serio, no podía parar de reírme, a pesar de estar cabreadísimo, y de sentir esa rabia inmensa que daba pensar lo gracioso que hubiese sido que yo, casualmente, hubiese llegado esa noche con mis sartenes, platos, cubiertos, vasos y cazos.
Así que cabreado y con agujetas de reírme me fui a mi habitación y me dediqué a perder el tiempo con el ordenador, como cada noche. Pero al rato escuché ruido fuera, y distinguí el ruido de alguien que se iba, hmmm. Salí al pasillo, al rato, y la casa estaba en silencio. Caminé de puntillas hasta su puerta, y escuché. Nada. Llamé con los nudillos y dije ¿Leticia? Y al rato, me respondió, ahogada por la puerta, su voz que decía "¿sí?", así que continué. Le dije que acababa de ver que me había dejado sin vajilla, y que muchísimas gracias por intentar putearme, y que era la chiquillada más inmensa que había visto en mi vida. En fin, le dije que después de aquello no tenía absolutamente nada más que decirle, aunque dos pasos más lejos cambié de idea, volví, le dije que sí, que en realidad me quedaba una cosa más que decirle, o que hacer. Y me puse a aplaudir y le dije que era la tía más ridícula que he conocido en mi vida. Y me volví a mi cuarto. Terminé de perder el tiempo con el ordenador, me metí en la cama, apagué la luz, y al par de minutos llamó ella a mi puerta y me tocó a mí decir "¿sí?", pero en vez de eso creo que dije un mucho más seco "¿qué?" Y ella abrió la puerta y, con su cara de sufriente justiciera, dijo "¿piensas venir más veces a mi habitación a gritarme a insultarme?" Yo le respondí que en primer lugar no le había gritado, sino que había hablado en voz alta, como es normal cuando uno se está comunicando a través de una puerta cerrada y pretende ser oído, y en segundo lugar que no le había insultado al llamarla ridícula, porque ridícula no es un insulto sino una palabra que tiene un significado recogido por el diccionario de la Real Academia: Que por su rareza o extravagancia mueve o puede mover a risa. Y a mí, desde luego, me había dado un ataque de risa al encontrarme aquello, lo cuál la convertía a ella en una ridícula de lo más literal.
Así que poco más. Continuó discutiendo un rato con su lógica particular y yo le dije que no me interesaba nada aquello, que era su opinión, yo tenía la mía, el diccionario estaba de mi parte y qué culpa tengo yo de que sean palabras como niñata o ridícula las que cuadran con sus actos, si no quería que fuese así que hubiese probado a actuar de otra manera, y le dije que si ella quería quedarse con el piso yo, al día siguiente, me ponía a buscar otro.
Me dijo que no, que ella se iba, que no podía seguir viviendo aquí, y se fue.
Yo, inmediatamente, cogí el móvil y llamé a Elena, porque Elena, mi queridísima Elena, me había dicho una vez, después de que me preguntase por la convivencia y le contase alguna de mis peripecias, que lo que tenía que hacer era librarme de ella y convencer a Juanito, grandísimo amigo mío (y no, no lo digo por su talla de pantalón) para que se viniese a vivir conmigo. Así que no me quedó otra, esa noche, que mandarle un mensaje diciendo que la primera parte de su plan estaba en curso.
Esa noche no pude dormir por la impaciencia, el optimismo y la alegría que me entró. No sabía yo que aún me quedaban 4 meses de larguísima espera, de aguantar portazos y de ver pasar al fantasma de Leticia de su cuarto al baño y de la cocina a su cuarto hasta la noche en que me mantuvo en vela el dulce escándalo de los cañones de la victoria.
(siguiente capítulo, 2. A grandes males, grandes apuestas)
5.11.07
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
he leído esto y era la, creo que tercera vez, que escuchaba/leía este fragmento del drama... y mientras te leía he recordado perfectamente tu escenificación de aquel aplauso a través de la puerta... es gracioso que recordemos ciertas cosas, pero es que te estoy viendo como si fuese ahora mismo, tu cara, tu gesto y el sonido de tus palmas...
ResponderEliminarme siento como si hubiese sido testigo privilegiada-virtual del absurdo este...
(sigo alegrándome de la paz, de las mutaciones que hacen que te de risa todo, y de las escaleras y los techos-suelos que separan!!!)
Leo tu historia y pongo una velita a San Bulbasur mártir, patrón de las convivencias alienantes.
ResponderEliminar¿Es cosa mía o realmente estaba intentando llamar tu atención? porque es lo mismito que hace un hermano mayor a un hermano pequeño: no le quita el juguete para hacerlo llorar, le quita el juguete para que venga la madre a echarles la bronca (y por consiguiente, a prestarle atención).
ResponderEliminarYo, hasta que no lleguemos al final de la serie, no comento.
ResponderEliminarPero si ya estoy comentando... en fin, que espero el resto con ardores (de estómago). Y luego opino (o no).
Besos
K
¡Vega, debería cobrarte siete pavos, precio de entrada de cine!
ResponderEliminarPerro, no sabes cuántas veces vino a mi mente la técnica Bulbasur, por llamarlo de alguna manera. Pero con una niñata malcriada aquello sólo podía terminar en la destrucción mutua asegurada. En fin, yo me he dado al estoicismo. Aunque tenía bien presente que, caso de tener que tragar más de lo que pudiese o de ver rebasada alguna línea irrebasable, ahí estabas tú como modelo inspirador y Bulbasur como grito de guerra.
Konrad, no sé qué decirte. Entre personas adultas la forma de llamar la atención yo creo que es mucho más sencilla, basta con hablar, y no es necesario ir castigando a nadie de antemano. Circunstancia esta que, además, le coloca a uno en una postura de sumisión que probablemente a ella le pareciese genial, pero que yo veo muy injusta.
Y Kika, que no te arda el estómago, mujer. Y una cosa es comentar y otra Comentar, tranquila, se entendía la diferencia ;)
Al final me ha dado tiempo a leerlo antes de irme XD Lo malo es que para acabar de leer la historia tendr� que esperar al lunes...
ResponderEliminarDe todas formas, con lo indignada que estoy con el tema, a lo mejor formo un comit� de venganza para Leticia o algo as� que no se puede tratar as� a los amigos, hombre!!!
En estos d�as que estar� fuera, ir� pensando en c�mo reclutar soldados para el comit� ;)
Yo creo que para los adultos es exactamente lo mismo. De hecho, para los adultos es peor porque están las apariencias, el orgullo y todas esas cosas que los niños no suelen tener o por lo que no se suelen preocupar.
ResponderEliminarUn ejemplo tonto: imagina que tengo un blog y que me molesto porque tú no comentas en mi blog. Pero claro, mi orgullo no quiere que tú sepas que estoy molesto, así que no comento en el tuyo hasta que tú no lo hagas en el mío como una forma de castigarte (y realmente para llamar tu atención).
Es una chiquillada, lo sé, pero pasa y mucho.
Elena, tranqui, antes de ponerte a reclutar gente para tu grupo de retribución paramilitar piensa que yo ya me estoy considerando reparado en mi orgullo simplemente contando la historia.
ResponderEliminarY Konrad, no es que para adultos sea exactamente lo mismo; es que los adultos pueden comportarse como niños, y a eso se le llama ser infantil. He vivido un año y diez días con un ejemplo andante.
Efectivamente están las apariencias y el orgullo y mil historias más (que yo, y en esto también discrepo, creo que los niños tienen como quien más), pero cuando convives con alguien no puedes dejar que el orgullo dicte tus normas de convivencia o vas a terminar a navajazos. Este año he agachado la cabeza y transigido con cosas que, a veces, incluso pensaba que eran gilipolleces; pero tragaba con ellas porque estaba intentando convivir, y para hacer tal cosa tengo que comportarme como una persona adulta. El problema está cuando uno es la única persona adulta.
En mi opinión tu ejemplo no es válido; para empezar, la cuestión de los blogs implica una simetría, yo no veo respuestas en mi blog y considero que las merezco porque respondo en otro, que en el caso de la televisión no se da: Yo no le he quitado a Leticia mi televisión. Más aún, la dejé bien claro, en su momento, que podía seguir usando mi frigorífico porque yo no iba a actuar así (aunque luego, porque exijo una cierta coherencia, en uno de nuestros correos finales, cuando me dijo que no usaba el frigorífico porque decía que estaba hecho un asco, la tuve que recordar que no, que si no lo usaba y no creía que debiese usarlo era porque ella misma dijo que no lo iba a usar porque no lo necesitaba).
Definitivamente es una chiquillada y pasa mucho, pero no por ello es disculpable, y yo no pienso tolerar que se me castigue por algo que, o no sé lo que es, o es algo que atenta contra mi libertad y que a ella no le incumbe. En el primer caso, si no sé cuál es un problema antes que cualquier castigo espero que se me diga cuál es ese problema y se discuta como personas adultas que en teoría ambos somos. En el segundo, lo que yo haga en mi habitación es asunto mío, y siempre he intentado no molestarla al respecto.
Elena yo quiero, yo quiero, por fi!! ¿un grupo de malignos de verdad? :D
ResponderEliminarMira, todo esto de la vajilla, la tele y...bueno y lo que venga después, ha hecho mucho bien a tus relaciones sociales, tus amigos nos reimos mucho (y lo que nos queda) con este tema!!....
Has olvidado contar lo de la pizarra aquella que te dejó en mitad del salón con un mensaje muy tierno escrito en ella... que gran momento!
Vero, corazón, si quiero escribir esto en cinco días no puedo ir putadita a putadita y día a día, ¡hay cosas que tengo que dejar fuera!
ResponderEliminarPero si alguien se ve con ganas de ampliar la historia, aprovechad los comentarios, todo el mundo está invitado a la fiesta.
Y lo de las relaciones sociales y las risas al respecto, ahí está la gracia de esta vendetta mía: Exponer lo patético, y reírse de lo ridículo, y hacerlo a los cuatro vientos, y dejarlo aquí, donde cualquiera pueda leerlo.
Sobre mi ejemplo, los comentarios son atención, al fin y al cabo estás dedicando tiempo de tu vida para leer lo que yo he escrito. Ella perdió tu atención y buscó castigarte con algo que fue la televisión.
ResponderEliminarNo trato de defenderla, simplemente por lo que has contado me ha dado la impresión esa, de que trataba de llamar tu atención como una niña pequeña. Está claro que hay que comportarse de manera adulta sobre todo cuando se vive en comunidad.
Y bueno, tampoco puedo discutir mucho en ésto ya que solo conozco lo que has escrito mientras que tú has vivido con ella mucho tiempo y sabrás más que yo.
Mira el lado bueno. Podría haberte puesto polvos pica-pica en tu ropa interior.
ResponderEliminarO haberte dejado la tele con Telemadrid puesto y haber escondido el mando...
Ahora tengo ganas de leer el 5 (>_<)
Konrad, sí, si lo de llamar la atención suena bastante plausible, pero desde luego no era el mejor método posible y no sé en qué estaría pensando para utilizarlo, si tenemos en cuenta que, por lo visto, lo que reclamaba era que nos comunicásemos. Y entonces cualquier argumento falla por tres razones.
ResponderEliminarPrimera, porque tampoco fue la mejor primavera de mi vida, yo estaba bastante poco comunicativo, y no sé hasta qué punto hay que estar pensando en otra cosa como para pensar que un método infantil vaya a mejorar algo.
Segunda, porque, se mire como se mire, se suponía que los dos éramos personas adultas, y si había un problema en vez de jugar a pues el escatérgoris es mío y me lo llevo, podría hablarse.
Y tercera porque, en realidad y después de todo, poca conversación puede tenerse con una puerta cerrada, y la inmensa mayoría del tiempo que Leticia pasaba en casa lo hacía acompañada y detrás de una puerta cerrada.
En fin. No sé. Si buscaba castigarme, consiguió sólo tocarme las narices, y viéndolo a posteriori tampoco lo veo tan difícil de preveer.
¡David, tocayo! Qué gusto leerte por aquí.
Ala, te jodes, como todo el mundo, a esperar a mañana.
Y respecto a mirarlo por el lado bueno, tranquilo, siempre pensé cosas peores... que los dos hemos escuchado a Sergio y lo que cuenta se queda grabado... Cada vez que cogía el champú, el aceite, comida congelada, cada vez que entraba en la cama, siempre pensaba en lo peor. Y en algo aún peor, por si las moscas.