Índice de la historia con su desorden necesario:
3. El principio del fin, un cambio de roles
1. Y en el principio fue el amor, o sea la tontería
4. Niño malo castigado sin tele, niño malo castigado sin vajilla
2. A grandes males, grandes apuestas
5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación
Segundo paso, el de hoy.
La conocí, y a mí, que siempre he sido como siempre digo que soy, me pasó lo de siempre, qué le vamos a hacer.
La conocí hace muchísimos años, sobre todo por culpa de este último que ha descuadrado tantos calendarios, y que a su manera ha durado los siglos que hacen falta para que las placas tectónicas lleven de un lado para otro sus continentes inmensos y los arrastren de las zonas calientes a las frías, y los hagan chocar formando cordilleras, y los hundan en océanos burbujeantes. Y suceden glaciaciones y mueren los dinosaurios.
Yo, por aquel entonces, andaba tanteando qué pasaba con cierta muchacha que se llamaba María. Y una noche que, antes, no sé qué tenía que hacer y que iba con un amigo que no recuerdo, quedé con ella, y ella me dijo que no iba a estar sola, que estaba con una amiga que acababa de volver de París. Pues bueno, me dije yo, y fuimos a un bar de Malasaña donde ponen unos mojitos infames que a la gente, no sé por qué, le encantan, y allí estaban ella, tan maja como siempre, y su amiga, que resultó ser una muchacha con aspecto de profesora de inglés; la cara seria, la mirada concentrada, pinta de hablar poco. Pero sí que hablaba. De hecho, me habló muchísimo, aquella noche, y a mí siempre me llega al alma que la gente escuche mis paranoias y las continúe, que me pregunten, que me muestren un cierto interés. Así que cuando me fui a casa me fui pensando en la amiga de María, Leticia.
Volvimos a vernos. Me dio su teléfono, y me pidió que la llamase. Lo hice, y volvimos a vernos. Y nos vimos muchísimo. Hubo semanas, de aquella primavera o aquel otoño, en las que nos vimos a diario. Y yo la fui descubriendo, y me rendí a algo que entonces no supe lo que era.
En fin, no se le puede dar misterio a un capítulo que se titula como este, así que sí: Me enamoré. Me enamoré hasta las trancas, como nunca antes me había enamorado. Y en el modo en el que ella me trataba a mí, con esa necesidad de verme, con esa complicidad que desplegaba, con esa picardía que a veces se colaba en nuestras conversaciones, yo creí ver cierta reciprocidad, cosa que siempre resulta bastante inquietante para mí, siempre al borde del desgarro entre las fuerzas incompatibles del escepticismo y la autoestima por los suelos, tirando de un lado, y las ganas de que algo salga bien alguna vez y este optimismo bobalicón al que tanto he tardado en darme cuenta de ver que soy propenso.
Y todo fue bonito, y todo fue estupendo, y yo iba como van los enamorados, dando saltitos por las calles, mirando mucho a las nubes y felicísimo.
Hasta que, una noche, durante un concierto, una amiga común que a día de hoy ya no es amiga de nadie, tuvo la delicadeza de decirme que por lo que ella sabía Leticia estaba dudando entre dos hombres. Y que yo no era ninguno de ellos. A mí, entonces, no sé qué me pareció más increíble, si la elección del momento para dar una noticia así o el que aquello, algo de lo que yo no había visto ningún indicio, de lo que yo no había podido sospechar nada, fuese cierto. Pero eso fue entonces. Ahora a todo pasado lo que me parece increíble, lo que me parece significativo de esta parte de la historia, es que ella elegía, estaba eligiendo, uno u otro. ¡Como si uno pudiese elegir la lluvia que le cala hasta los huesos a la salida, precisamente, de un concierto, que diría Cortázar! Pero esto es ahora, desde este rincón junto a la ventana, y yo no soy quien era entonces, y toca volver con aquel yo.
Entonces, con aquel yo, pasó lo que pasa siempre, que yo, lo de no estar en la lista de nominados, no me lo creí hasta que me lo tuve que creer.
En aquel tiempo, recuerdo, nos manifestamos muchísimo, porque un gobierno de Aznar se entretenía apoyando a los yanquis que arrasaban Bagdag, otra vez. Nosotros íbamos, y cuando nos volvíamos Leticia me cogía del brazo y hacía sacarla de allí, hubiese quien hubiese, incluyese aquello a alguno de los candidatos que había dicho mi amiga común que a día de hoy no es amiga de nadie. A día de hoy comprendo cuál era el mecanismo de aquello; A Leticia le gusta que la quieran. Le gusta que la gente la ame de forma trágica, es algo que fomenta y que en cierto sentido necesita, aunque probablemente no lo sepa, o no sepa que lo hace por pura vanidad, por afianzarse la autoestima, por tener firmados unos cuantos planes B. La historia continuó con el par de coletazos que aún logró dar mi optimismo cuando decidió volverse, a la vez, ciego, sordo y loco, y así fuimos a un concierto de The Gathering en el que ella me besó, y así un día yo me las ingenié para decirle que la quería y ella se desvaneció en la nada. Y dejó de cogerme el teléfono, y dejó de aparecer donde yo estaba.
Yo sentí el dolor de la amputación. Las amistades comunes, la amiga que me la había presentado y la examiga que a día de hoy etc etc, tampoco tenían muy claro que hacer. Por un lado, yo entonces era increíblemente perseverante, digamos, y me tomaba las cosas con un romanticismo kamikaze del que me ha costado dios y ayuda desprenderme. Por el otro, ella simplemente pasaba del tema, y era perfectamente libre de hacerlo. Así que así estuvimos hasta que una noche yo estaba dando tumbos por las calles de Madrid y sin avisar y a la aventura me fui a una fiesta universitaria donde sabía que estaría la amiga que me la presentó, por hablar con ella, por desahogarme, y fui a la fiesta y junto a mi amiga estaba Leticia. Caminamos, mientras me contaba que había desaparecido por mí, porque entendía que su presencia a mí me dolía. A mí me parecía evidente que lo que me mataba era que desapareciese de buenas a primeras, pero como yo igual pienso que soy más listo que nadie pienso que soy más bobo que nadie, me lo creí. Caminamos, y ella me explicó que no podía ser con esa forma que tiene ella de explicar esas cosas: Asegurándose que uno continue soñando con ello.
Al fin ella se decidió entre sus dos candidatos y se fue a Londres con uno de ellos. Y la cosa duró un tiempo, terminó mal, volvió, y procedió a pasar al candidato número dos, un tipo al que yo sí conocía y al que entonces odié con la envidia del enamorado, y al que después, aunque esto es adelantar cosas del capítulo 2, he odiado por encargo.
Y Leticia se fue a Rotterdam. Comenzamos a hablar de nuevo, comenzó a desplegar de nuevo esa red de gestos y concesiones que hacen que uno pueda ascender y sobre todo que uno pueda enredarse. Ayudaba, increíble e inquietante pero a quién le importaban entonces las inquietudes, que estuviese lejos. Fui a verla. Paseamos. Había una foto del candidato número 2 en su pared, que yo ignoré maravillosamente bien. Y pintó un futuro de quiénes saben en el que la imagen de ella y yo paseando a nuestros niños de la mano por Central Park era tan probable como cualquier otra, y luego dormimos juntos, y al día siguiente yo me fui a Amsterdam inmensamente feliz. Pasaron los meses, volvió de Rotterdam, y retomó la costumbre de desaparecer de nuevo, además de desarrollar otra nueva de prometer cosas estupendas, sí sí vuélvete a Madrid aunque estés fuera que quedamos, que luego nunca cumplía, yo volviendo a Madrid para encontrarme con ella ausente y todos los teléfonos calladísimos. Pero con tiempo y con un empeño que nacía de un sentimiento de culpabilidad que a día de hoy, encendidas las luces de después de la función y vista la obra completa, ya no comprendo, me esforcé por reconstruir, o por montar, una amistad con ella.
Claro que a veces la amistad no es la cosa estupendísima que se le presupone. Sobre todo cuando no se basa en condiciones simétricas. Y encima, a uno le pueden terminar contando grandes males...
(siguiente capítulo, 4. Niño malo castigado sin tele, niño malo castigado sin vajilla)
4.11.07
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
No me atrevo a dar mi opinión del todo hasta que sepa, más o menos, la historia completa. Esto es solo para decirte que, no sé si tendrá mucho sentido dado mi desconocimiento de la historia pero, espero que estés bien de ánimo, que es bueno hablar de las heridas (cicatrizan antes) para descubrir tú mismo quien eras, y qué parte de lo que hiciste tiene la culpa de como eres ahora. Muchos besitos cibernéticos.
ResponderEliminarHola Atlántida, no te preocupes. Yo estoy contentísimo de haberme librado de ella y creo, sinceramente, que este año me ha servido para madurar muchísimo (vamos, como dices tú, que lo que ha pasado y he hecho ha influido en el mí actual, y eso, creo sinceramente, está bien), aunque prefiero no sacar muchas conclusiones todavía que eso lo reservo para el 5º capítulo, je je.
ResponderEliminarY no sé si hablar de las heridas es bueno o no, pero como acto de venganza le deja a uno un buen cuerpo que no te puedes imaginar.
¿Todo el año callándome mi historia y escuchando por ahí que ella iba contando la suya? Pues nada, nada, a contar lo que yo he vivido, con todos y cada uno de sus pelos, y todas y cada una de sus señales. Con un par.
Gracias por los besitos, aunque sean de esos que me dan miedo por si dan calambre. Otra ronda para ti.