3. El principio del fin, un cambio de roles
1. Y en el principio fue el amor, o sea la tontería
4. Niño malo castigado sin tele, niño malo castigado sin vajilla
2. A grandes males, grandes apuestas
5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación
¡Penúltima parada! Y hoy hay que poner una canción que un enfermo mental certificado, así que esta en la que Devin Townsend se marca unos gritos al final:
Y con el tiempo aquel amor mío, orlado con cardenales en el alma, fue dando paso a una amistad, construido con mucho esfuerzo y sumisión por mi parte y condescendencia por parte de Leticia, o al menos así es como se ve desde aquí, ahora. En cualquier caso a ella siempre he ha gustado tener alrededor gente que le dorase la píldora, y yo me sentía culpable por haber cometido la tropelía de haber estado enamorado de ella y de haber soñado con ser correspondido; Siempre se le ha dado muy bien rodearse de gente que tenga grandes complejos de culpabilidad.
Comenzamos a quedar de nuevo, comenzamos a contarnos nuestras vidas. Yo me sentía feliz porque había conseguido transmutarla de fantasma vacuo e inmaterial a persona de carne y hueso que uno podía, por ejemplo, tener delante, y ella porque podía contarle a alguien sus problemas. Comenzó por problemas laborales, luego empezó con los problemas de pareja, que siempre da mucho más juego cuando alguien se los cuenta a alguien que en su día estuvo enamorado de esa persona y en el momento de la narración aún no tiene las cosas muy claras al respecto, y terminó contándome lo mucho que sufría por todo, lo deprimida que andaba y el sufrimiento que para ella significaba el pasar de los días. Leticia no soportaba muchas cosas. No soportaba, para empezar, que Opción Número Dos no se pasase el día postrado ante ella las veinticuatro horas del día. Aunque el chaval, como todo el que pretende prosperar en una relación con Leticia, pasaba bastante tiempo besando el suelo que ella pisaba, a veces tenía algún ramalazo de personalidad propia que ella castigaba con la contundencia del inquisidor. Y en fin, también me contaba otras historias de una exnovia anterior del sujeto y alguna otra marranada que, a día de hoy y después de sospechar la clase de basura que va inventando sobre mí, único recurso que tiene de hacerme parecer al malo malísimo que proclama que soy, sospecho que tendrían bastante de mentira y de exageración. Pero en aquel entonces yo no veía razones para dudar de lo que ella me contaba, y comencé a odiar a Opción Número Dos con saña, y con un punto de envidia residual, por qué no contarlo. Y su otra gran calamidad, lo otro que no soportaba, era vivir, como veía, en ese punto remoto en el que la periferia de Madrid se convierte ya en el extrarradio de Guadalajara. Añoraba profundamente sus tiempos de Rotterdam, donde además de pasarse el día fumadísima tenía la comodidad de la vida independiente, y comenzó a pensar en hacer lo propio en Madrid, pero el coste del precio de los pisos y la miseria de los sueldos hacía de aquello un sueldo imposible.
Y así fue pasando el tiempo; las cosas de las que se quejaba que estaba en su mano cambiar no las cambiaba (ni se le pasaba por la cabeza dejar a Opción Número Dos, porque oh desgracia, lo quería, a pesar de lo que contaba de él), y las que no podía cambiar iban a peor. Me habló de su problema con el litio, de psicólogos y psiquiatras, de pastillas, de la medicación que a veces se resistía a tomar, porque le destrozaba la vida, y emprendimos así la travesía por los pantanos de la psique. Hablamos muchísimo, desde entonces. Correos, teléfono, messenger: Yo intentaba contagiarle algo de mi optimismo vital, y ella me premiaba diciéndome que me quería muchísimo, que era un tipo majísimo, más incluso de lo que yo ella pensaba (eso siempre me dio algo de grima), en sus propias palabras, y que tenerme como amigo era una de las cosas que la hacían feliz. Y así fuimos, yo tirando como podía, y ella quejándose de su inmensa carga. Comenzó el verano del 2006, y un miércoles de junio me dijo que estaba fatal. Un día, hablando por internet, ella desde su oficina y yo desde la mía, me dijo que no podía soportarlo más. Yo me asusté muchísimo, me puse de lo más oblicuo y terminé preguntándole que si me estaba hablando de suicidio. Me dijo que alguna vez se le había pasado por la cabeza, pero me tranquilizó. Habla con alguien, le dije yo. Cuéntale todo esto que me estás contando a mí a Opción Número Dos, para empezar y por ejemplo. Y en eso quedamos.
Pero el día siguiente, Jueves, iba a resultar uno de los días más intensos de mi vida. Aunque estoy pensando que, mejor que tirar de memoria y pese a que esto pueda quedar larguísimo, voy a tirar de lo que le escribí, condándolo, a una de las dos amigas que, aquel día, tuvieron que ayudarme a que yo mismo no me volviese loco:
Vaya día el de ayer... al final se aceleró un poquito la cosa. En fin, te cuento.
Yo estuve hablando con ella por el msn toda la mañana, y estaba hecha polvo. Además me dijo que a las 11 ya había tenido una discusión con Objetivo Número Dos, y luego tuvo otra con Amiga Sin Identificar... además por la mañana había ido al médico y llevaba toda la mañana intentando hablar con Objetivo Número Dos y este no la cogía el teléfono, y se fue desquiciando y a las 3, cuando yo me iba, me dijo que no lo soportaba más y que se rendía.
Yo, como te puedes imaginar, pensé "se acaba de levantar de la silla para ir a beberse un toner de impresora". Así que salí corriendo del edificio y me puse a llamarla por teléfono. No lo cogía. Pensé qué hacer, y no se me ocurría nada, excepto "bueno, a lo mejor no es para tanto, tal vez tenga que irme a casa"... pero luego pensé que qué coño estaba pensando, que esto no era ningún juego y que tal vez no se bebiese un toner pero bien podría tirarse a la vía de Chamartín a la que saliese del curro... así que imaginé que no me cogía el teléfono por no echarse a llorar y la mandé un mensaje diciendo que si no podía hablar con ella me plantaba en su curro, y que me prometiese que no iba a hacer ninguna tontería o llamaba a Objetivo Número Dos, a su madre y al 112, y que tenía un cuarto de hora para responderme antes de que empezase a hacer ruido y a acojonar a todo el mundo. Mientras, como no tengo el teléfono de Objetivo Número Dos, llamé a Amiga Sin Identificar y la espeté así según me lo cogió "hola, soy David, ¿qué tal?, ¿puedes darme el teléfono de Objetivo Número Dos?", y ella, sorprendidísima, me lo dio. Tan sorprendida que al rato, después de que me mandase Leticia un mensaje diciendo que por favor no avisase a su madre y que el teléfono de Objetivo Número Dos no lo tenía, y mientras yo le respondía otro mensaje diciendo "¿ah, no? 696..." me llamó Amiga Sin Identificar otra vez diciendo que para qué cojones quería yo el teléfono de Objetivo Número Dos (no con esas palabras, claro). Y yo la dije que bueno, que estaba muy preocupado por Leticia y que no sabía si llamarle y avisarle y que soy muy paranoico y se me pasaban toda clase de tonterías por la cabeza... y como ella no decía nada le dije que debería aprovechar que estaba histérico para preguntarme, y así conseguimos hablar con algo más de claridad, aunque yo no fui nada explícito, y me contó ella también que habían estado discutiendo esa mañana... total, que la dije que lo único que se me ocurría era cogerme un taxi, plantarme en su curro y llevármela a casa... y me dijo que le parecía una gran idea. Así que colgué y me puse a buscar un taxi como un loco, pero ya sabes como son, basta que busques uno para que no aparezca... y volvió a sonarme el teléfono y era Amiga Sin Identificar otra vez, que me decía que si le hacía el favor de dejar que fuese ella la que fuese a buscarla... yo la dije que si quería ir ella sola, me dijo que sí, y yo me convencí de que no es que le estuviese pasando la patata caliente a nadie ni nada, sino que si habían tenido ellas una movida esa mañana a lo mejor reconciliarse y tal le vendría mejor que el que apareciese yo en plan los Hombres de Harrelson, así que la hice prometer que me llamaría cuando la dejase y me fui a casa, caminando desde aquí hasta Atocha, con el solete que hacía, porque no quería meterme en el metro y quedarme sin cobertura... y llegué a las mil, claro. Luego me dediqué a intentar comer, decidir que no podía y mirar fíjamente el móvil, pero después recordé, de mis tiempos de bobo adolescente, que ese método no funciona para nada... vamos, que andaba bastante preocupado... al fin me llamó Amiga Sin Identificar a eso de las 7 y pico o las 8, medio conteniéndo las lágrimas, y me dijo que en fin, que la gente no siempre es como crees que es y cosas así que no entendí a qué se referían pero que me hicieron pensar que de reconciliación, poca cosa. Y que Leticia estaba fatal, y que le había dicho que me llamase para tranquilizarme pero que tal y como estaba no esperase muchas noticias suyas anoche.
Así que bueno, yo decidí dejarla un rato tranquila (me había pasado la tarde bombardeándola con mensajes, con eso de la histeria...), y escribí otro mensaje pero decidí esperar a mandárselo por la noche, cuando estuviese sola en su habitación, que seguro que se comía la cabeza otra vez. Pero no llegué a mandárselo. Cuando en Leganés caía una señora tormenta, a eso de las 9 y pico, me llamó llorando como una madalena, y entre las lágrimas y el ruido del viento me costaba horrores entenderla, pero por fin comprendí que me decía que se había ido a Villabotín, un pueblecito de Guadalajara que está más o menos cerca del suyo, al que fuimos una tarde de domingo ella y yo, a subirnos a un monte y ver ponerse el sol. Y me dijo que estaba fatal, y que no sabía qué hacer, y que no podía ir a su casa ni nada, y yo la dije que me iba a buscarla, y ella me dijo que no, que estaba a tomar por culo y ya era tarde, y yo la dije que me daba igual, y ella me dijo que me lo agradecía infinito, pero que quien ella desearía que se fuese hasta ahí a buscarla era Objetivo Número Dos, y yo le dije que bueno, que mejor yo que nadie y que la dije que no se preocupase por si yo estaba lejos y era tarde, que a mí, personalmente, ir a Villabotín a esa hora o a las 4 de la mañana me parecía preferible a dejarla allí sóla y en el estado que estaba, así que la dije que no se moviese, me metí en la Guía Campsa para ver cómo cojones se llega a Villabotín sin dar mucha vuelta, y me lancé como un loco por la carretera de Guadalajara con la lista de carreteras que tenía que coger apuntada en una libretita. Aún no sé no ya cómo no me perdí, sino cómo no me salí en alguna curva... Total, que llegué y allí estaba, subida en una montañita, mirando las nubes del oeste que ya se iban apagando. Y en fin, estuvimos hablando, me agradeció muchísimo que fuese a buscarla... me dijo que al final había hablado con Objetivo Número Dos hacía 20 minutos, y que él también estaba yendo para allá, y que le quiere mucho y que siempre lo querrá pero que nunca olvidará que fui yo el que se plantó allí sin que nadie tuviese que pedírmelo... y yo la decía que me parecía genial y que esperaba que lo recordase muchos años, y la pobre se reía... o la decía que no me lo agradeciese, que algún día esperaba que ella hiciese lo mismo por mí... dentro de unos 15 o 20 años... y que encima lo mío sería más jodido porque yo no me iría ahí sino probablemente a la cima del Pico de San Vicente, que quieras que no pilla más lejos. En fin. La dije todo lo que se me ocurrió para convencerla de que siga adelante. La prometí que nunca estaría sola, que al menos siempre andaría yo por ahí dándole la brasa. Intenté que me prometiese que seguiría viva, pero ella sólo sonreía y me decía que soy un capullo, porque yo aprovechaba cualquier comentario para meter alguna sugerencia de promesa... Y al final apareció Objetivo Número Dos, ella me dio las gracias otra vez, y yo me fui a casa, y no sé cómo no me maté con el coche en el primer cruce con tráfico.
Y no sé, llegué más tranquilo, porque bueno, con Objetivo Número Dos ahí ya veía yo las cosas mejor... pero luego a las 12 y 40 vino La Tranquilidad. Me llegó un mensaje suyo que te copio:
"Si tú me llamas, estaré en la montaña más alta de tu pueblo. Seguiré aquí, te prometo que no te dejaré solo. Haces que este mundo parezca mejor. Mil besos, Leticia".
Y a mí se me saltaron las lágrimas y se me saltan ahora que te lo copio.
Mira, como llevo horas escribiéndote (luego a cualquier cosa le llamas tú correo largo) acaba de conectarse ella... y dice que aunque sólo sea por si un día yo la necesito que tiene que seguir viviendo, que sabe que no va a ser fácil, pero que bueno, pasito a pasito, y en fin, otras cosas que no copio porque van directas a mi autoestima y a mi ego devorador de cosas de estas.
Vaya últimas 24 horas, buf.
(Lo de Amiga Sin Identificar es porque me gustaría mantener a la muchacha en cuestión en el anonimato, igual, supongo que a estas alturas está claro, que lo de Objetivo Número Dos, aunque sea una forma un poco cruel de llamarle, pero bueno. Y caray, qué cosa da sumergirse en el yo de hace apenas un año y pico).
Da una sensación curiosa leer, ahora, sus palabras de entonces, ver cuánto ha valido su gratitud y qué poco ha durado su para siempre. En fin. Las palabras valen lo que quienes las pronuncian, supongo.
Total, que yo me convertí en algo así como su remolcador psicológico particular. Aquel verano centré mi vida en torno a ella, descuidando miserablemente a otras personas que también me necesitaron y a las que ni siquiera acerté a ver necesitadas, cosa que aún me tortura y me hace sentir fatal. La saqué de Madrid, la distraje lo que pude, y finalmente, cuando dijo que necesitaba salir de su casa a toda costa (no es que su padre la violase ni nada de eso, era, simplemente, que vivía lejísimos y eso le hacía sentir que malgastaba su vida en el transporte público), acepté irme a vivir con ella.
Comenzamos a buscar piso, y el 20 de octubre nos dieron las llaves.
Y así comenzamos a vivir juntos. Gente que nos conocía a ambos, en concreto nuestra amiga María, que ha salido ya mencionada en esta crónica mía, me aseguró que era una idea malísima, que Leticia era muy especial para la convivencia, y que no iba a salir bien. Vale la pena arriesgarse, pensaba yo. Yo ya sabía cómo era yo, y sinceramente pensaba que vivir con alguien como yo, que está dispuesto a discutirlo todo y que puede ser un absoluto tocapelotas, le podía venir de puta madre para hacer callo, para tirar para alante. Y respecto a lo que pudiese pasarme a mí, me daba igual, entonces, con tal de intentar ayudarla de esta manera y de la otra, más rápida y vistosa, de ayudarla a salir de la frontera de Guadalajara.
La cosa, al principio, funcionó, más o menos. Yo me esmeraba en ser majo, y ella me premiaba con comentarios de aliento y con el veneno que ella va inyectándole a sus adoradores para que continúen convirtiéndola en adicción. Aunque a veces a mí me hacía dudar: Recuerdo que un día, hablando de Opción Número Dos, cuando finalmente lo dejó por tercera o cuarta vez (lo dejó muchas veces "finalmente" hasta que, por fin lo cerró finalmente por fin, digamos. Pese al, hasta donde yo sé, último polvo de despedida, que también contribuyó a engrosar la lista de adornos craneales del pobre Manuel), me dijo que muchas veces se descubrió pensando que ojalá se hubiese enamorado de mí (atención al comentario, atención al cebo y al anzuelo). Pero cuando escuché eso yo me descubrí pensando que yo, en cambio, a esas alturas y descubriendo lo que estaba descubriendo, me alegraba, en cambio, de que ella no se hubiese enamorado de mí.
Pero en fin, volviendo a la narración y terminando este capítulo, yo, asumiendo que tengo una facilidad considerable para producir dolores de cabeza defendiendo mis argumentos, pensé que vivir conmigo podía ayudarle a endurecerse, a ganar fuerzas mientras yo aún la sostenía.
El primer problema, claro, es que es difícil discutirlo todo cuando uno tiene el cargo indefinido de remolcador psicológico.
El segundo, qué pasa con el remolcador en cuestión cuando una noche en la que uno espera con el botiquín preparado ella aparece horas más tarde con otro nuevo y más eficaz.
(siguiente capítulo, 5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación)
0 réplicas:
Publicar un comentario