26.8.07

la contraprogramación

Tienen los ingleses una adorable expresión para esto de volver al trabajo y dejar la vida disipada, el golferío, las orgías culinarias (las otras no veo yo formas de dejarlas hasta, por lo menos, que sucedan, snif): Back to the grind, o sea, vuelta al molino. Lo que como excusa vale para poner esta canción de Skid Row que mañana por la mañana va a inaugurar, por mis muelas, mi temporada 07/08;



De Galicia no tengo gran cosa que decir, porque no se le puede hacer justicia. Por eso, y comprendiendo mis limitaciones y sabiendo, como buen perdedor, que nunca estaré a la altura de mis sueños, he intentado el truco de que una imagen vale más que mil palabras y he sacado fotografías por valor de 549.000 palabras, que eran 550.000, cifra redonda, hasta que una compañera de viaje decidió borrarme una porque el calvo que salía haciendo no era de su gusto.

En fin. Podría intentarlo, podría ponerme evocador, podría fantasear, robarle doscientas mil ideas a Baricco (o intentarlo, pasándolas por la turmix de mi mediocridad y por el pasapuré de mi inconstancia), y hablar de los atardeceres, del oleaje, de cómo me enamoré del Atlántico, esa masa inmensa ante la que tan fácil es imaginar a los dos romanos que terminaron de subir el último risco y apoyándose en sus pilums y sus escudos intentaron recuperar el aliento que el paisaje les robaba, y volvieron, sin pronunciar una palabra durante todo el camino de vuelta hasta que su oficial les preguntó qué había ahí y ellos dijeron que nada, que el mar y nada más, que absolutamente nada más que el fin de la tierra. Podría hablar de ese sitio donde el mundo efectivamente termina, donde la gente pierde el habla y se queda mirando, vacía de nada que no sea la inmensidad del océano, tan grande que se come el mismísimo horizonte, al que el dios de aquel sitio no le dio tiempo a pintar, de forma que el cielo y el mar se vuelven lo que en el fondo siempre han sido (como sospechamos los amantes frustrados del mar que vivimos vidas de secano) la misma cosa. Podría hablar de mis compañeros del viaje, algunos conocidos de este blog y de este fotoblog y otros que imagino que irán apareciendo por aquí y por allá, o de todo lo que se me pasó por la cabeza ante cada risco, cada ola, cada nube, cada gaviota, cada barquito de pesca (esos juguetes guerreros), cada rompiente, cada acantilado... Podría, pero nos iba a llevar demasiado tiempo y al final todo eso puede resumirse en cuatro palabras que son las que voy a decir al respecto, pero ojo porque son cuatro palabras de alto octanaje, de infinita objetividad y que tienen absolutamente todo el peso de su significado, y que pueden ser estas cuatro,

Galicia es muy bonita

...o estas otras cuatro,

Galicia es la hostia.

Y todo lo demás es verborrea. Y no es que yo no sea propenso a la berborrea, qué te voy a contar, pero hay cosas, como decía, ante las que uno no puede usar las manos en teclear porque, si uno lo piensa bien, lo único que se puede hacer con las manos pensando en aquello es dejarlo todo y aplaudir.

Así que hablemos del regreso. Los años, para mí, siempre han empezado más en septiembre que en enero. Porque termina el verano, porque uno vuelve al curro, porque las vacaciones suelen tener esa dosis de descontrol, impresibilidad y reseteo feliz que hacen que lo cotidiano, a la vuelta, tenga otra vez el barniz de lo nuevo. A la temporada 07/08, que decía en el primer párrafo.

Y los años, para mí, suelen empezar con un par de semanas depresivas que me concedo entre las vacaciones y las fiestas del pueblo, tope eficaz y totémico que para estas cosas viene de perlas. Y yo venía así ayer en el coche, mustio porque tocaba volver, porque va a ser difícil reunir juntos a todos los compis del viaje otra vez, porque, coño, salir a la terraza Y Ver Aquello no es algo que uno pueda hacer en una terraza madrileña y por mil razones demasiado numerosas y, algunas, deprimentes por su pérdida como para escribir sin peligro. Y así el regreso no era tanto el regreso a los madrugones, a los cafés mañaneros, las 8 horas de música y el trabajo en mi silloncito con ruedecillas sino el capítulo piloto de mi serie privada sobre la depresión vacacional, y así todo era sintomático y consecuente y, por poner el ejemplo más estúpido del día, así era tan normal que al Madrid le metiesen un gol en el minuto uno de partido.

Claro, luego pasa lo que pasa. Que a uno lo llama por teléfono una compañera de viaje que volvía por otro lado para preguntar qué tal ha llegado, y le mata la morriña. Que a uno le mandan mensajes agentes infiltradas a las que se temía ya perdidas, y le da la risa. Que el Madrid remonta, por poner también el ejemplo más estúpido. Y llega la tormenta. Castilla, entera, convertida en una tormenta infinita y apocalíptica. El pueblo a oscuras, la lluvia arreciando y las tormentas tejiendo alrededor del valle una corona de relámpagos y truenos. Y entonces es cuando está uno ahí, cansadísimo, en el alfeizar de la terraza a la que nos fuimos a beber, viendo diluviar, viendo la forma de las nubes pintada por los brochazos ultracortos de la tormenta, escuchando detrás a sus amigos, los que han venido con uno y los que no, y piensa en los mensajes al móvil y en las llamadas telefónicas, y vale, será una tontería pero también en las alegrías que promete Wesley Sneijder este año, y sonríe. Sonríe, y recuerda cada ola, cada golpe de viento, cada nube, cada avalancha de espuma muriendo indiferente y magnífica sabiendo que lo que ella no logre, contra el acantilado, lo logrará una hermana suya dentro de algún que otro millón de años.

Y entonces llega la contraprogramación y las palomitas tendremos que gastarlas en otra cosa porque por lo visto la serie sobre mi depresión postvacacional ha sido cancelada un día antes de su estreno, porque ni sus actores, ni su director ni su guionista han comparecido. Están ocupados, todos esos yoes, viendo fotos, hablando del viaje y mirando el otoño con un optimismo audaz y probablemente estúpido que, de momento, no tiene nada que envidiarle al de las olas que arremeten una y otra vez contra cualquier cosa que se les ponga por delante ahí en ese océano del que, decía, me he enamorado hasta la médula.

Así que ya sabes, avisa a todo el mundo, encended las hogueras, agarrad las horcas, tocad los tambores, levantad barricadas, prended las alarmas antiaéreas y huid o venid a lincharme, porque... he vuelto. ¡He vuelto! Ha ha ha ha ha.

3 comentarios:

  1. Pues ... bienvenido. Está bien el giro del guión que se han marcado todos tus yoes, total, eso de la depresión está muy visto y ya no obtiene las mismas respuestas que antaño.

    Me alegro de que te gustara Galicia, un ricón realmente para conocer. Otro año tendrás que darte una vuelta y acercarte hasta su prima hermana, Asturias, para ver si también te enamora.

    Insisto: bienvenido.

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  2. ¡Muchas gracias, muchas gracias!

    ¿Asturias, dices? ¿Asturias? Eh, que en Asturias ya he estado, ejem.

    Arj, qué lento va el mundo hoy. Le he dicho al informático que tengo el reloj del ordenador jodido, que no anda. Y el pobre hombre se lo ha tomado en serio. Cuanta desconfianza genera Microsoft, endevé.

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  3. que tormenta per deu! que tormenta!! acojonaita vine yo pensando que pasabamos del fin de la tierra al fin del mundo!
    pues nada chavalote, me alegro que la nueva temporada empiece radiante y que siga en la misma linea (que anda que no me echo yo unas risas ni ná cuando divagas XD)

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.