11.7.07

estar malito



Ayer me puse malo. Arrastraba el cansancio extremo que traía acumulado y que me hizo pasar la mañana en ese estado medio inconsciente que es bastante incómodo pero sobre todo divertido, y cuando después de comer y de echar un par de buscaminas (va bajando la media, va bajando. 135 segundos. Nada al lado de Las Máquinas, pero voy bajando mi media personal) me tumbé en la cama intentando dormir media hora me resultó una tarea imposible, y tuve que darme un plazo de otra media hora porque, simplemente, no podía despertarme y permanecer despierto. La media hora se convirtió en otra hora extra que sólo se vio interrumpida cuando definitivamente me descubrí malo y tuve que hacer el primer sprint de la tarde al baño. Y era un agobio porque, igualmente, me era imposible seguir despierto, ya fuese sentado en la taza o apoyado en el lavabo, mis ojos, en el espejo, se cerraban no ante mi vista, porque obviamente si se te cierran los ojos la vista deja de ser tal, pero bueno, ante mí. Así que me volví a la habitación a padecer y a lloriquear, que es lo que uno debe hacer cuando se pone malo. Como para dedicarse exclusivamente a ello esta es tarea algo aburrida, cuando pude despertarme del todo me entretuve amenizando mi languidez convaleciente con música y literatura. Terminé de leer un libro, segundo de mi lista, de Cormac McCarthy, el mejor paisajista del desierto del sur de Texas y el norte de México y un tipo de lo más deprimente por lo realista de sus imágenes hiperviolentas, descreídas y enfermizas de la condición humana; definitivamente sus libros son bombas de relojería para los fans de los finales felices. No son nada felices, y ni siquiera son finales, en el sentido en el que el último punto final no cierra la historia, simplemente nos saca de ella pero dejando sueltos a los lobos para que acechen a los rebaños de corderos, dejando a los asesinos magullados o ilesos, empapados en sangre o inmaculados pero siempre en la brecha, siempre adelante en su tarea de ejercer hasta el límite esa parte de humanidad, de ejercerla hasta el límite y luego de pegarle un tiro en la cara el que haya puesto ahí el límite para seguir internándose en el desierto vertiginoso e implacable que todos tenemos dentro. Cuando lo terminé, como ya no me queda (casi) nada pendiente de leer, me dediqué a hacerle otro poco de caso a aquel otro ilustre enfermo, Bolaño, y a pasear con él por la biblioteca inmensa y borgiana que forma su prosa nítida y cuerda como ninguna. Y para que no todo sonase a ecos del desierto de Sonora, de fondo escuchaba Solefald, uno de esos grupos de black metal poco aptos para el paladar del fan del black metal y mucho, más de lo que te piensas, para el paladar de cualquier otra persona. Solefald son un grupo curioso, de esa clase a la que no hay otro remedio que venerar que pillan tan a traspiés a todo el mundo que para definirlos hay que remitirse al vanguardismo con un siglo de retraso y se les llama avant-garde post-black metal, lo que en el argot del adicto al metal incluye dos inmensos avisos luminosos de que ahí hay gente experimentando y jugando a cargarse cosas, el primero el de "post", que significa que esa gente escuchó a los grupos de referencia y pensó que muy bonito todo y que les gustaban pero que ellos iba a hacer otra cosa, aunque tal vez en algún momento sonasen parecido, y el segundo, monolítico, el aviso de "avant-garde", que significa que si sientes cierta querencia a las reglas del estilo de música en cuestión debes mantenerte lejos del grupo en cuestión, porque probablemente las pisoteen todas, o las vuelvan del revés, o las rocíen con tequila y las prendan fuego mientras bailan, alrededor, pintados de naranja sin otros ropajes que unos inmensos pañales de color pistacho. Es una metáfora, no tiene por qué ser exactamente así, pero musicalmente creo que da una idea de qué pasa en el seno de cierto estilo cuando nace un grupo así. Imagínate esos personajes entre todos aquellos tipos estirados de lacia melena negra, cara pintada de blanco y amigos de los pentagramas, las cruces invertidas y la sangre, ajena o no. Uno de esos grupos, recapitulando, que daría igual que no me gustasen, porque su mera existencia me hace sentir más tranquilo, mejor conmigo mismo, porque siempre es tranquilizador pensar que si bien la naturaleza humana tiene su parte caníbal y asesina, como tan bien cuenta Cormac McCarthy, también tiene un algo de locura sublime y genial, un algo de desafío, de inquietud. De cruzar de nuevo fronteras, aunque sean otras y no se crucen disparando a nadie en la cara.

Como muestra, un botón. Yo conocí a este dúo (el grupo lo forman Lars Are "Lazare" Nedland, presentador de la televisión noruega, y Cornelius Jakhelln, escritor y poeta) en 2003, cuando sacaron In Harmonia Universali, disco cuya primera escucha me dejó meditando sobre qué podía significar incluir saxos y trompetas en un disco de black metal. Pues bien, dos años antes habían sacado Pills Against the Ageless Ills (pastillas contra las enfermedades eternas, más o menos), un disco conceptual sobre dos hermanos, Caín el pornógrafo y Joder (Fuck en el original) el filósofo. El disco cuenta sus últimos días de vida, durante los cuales Cain, el director porno, es declarado culpable del asesinato de Kurt Kobain, mientras su hermano Joder es expulsado del país y agoniza enfermo en un hospital de París.

Suena a broma y a tomadura de pelo, pero una vez uno se mete en la música la coña es a costa suya, no a la de quien escucha. Filosofías sobre la cultura occidental, sobre quién nos controla, a dónde nos lleva y cómo lo hace, crítica social, cuestiones políticas, mil mensajes tienen cabida en sus letras, igual que mil estilos lo tienen en su música. Puñaladas a la conciencia, con formas como

The billion lives that never spoke
Broadcast the crucifixion of the poor
Wake the human beings and arm them for war
The Third World War rages below their feet
Information works for their defeat
Before my fur suits the somber ladies
Before my wolf soul belongs to Hades
Bring wind to the forest of the crosses
Comfort the people who suffered the losses
Stop the media murders
Rumour after rumour
Kill the weak
Say it's postmodern humour


Y uno termina descubriendo, a la que rasca un poco en la pintura cirquense, a la que agarra el regalo para desenvolverlo, que en vez de cordel viene envuelto en alambre de espinos y que los fantasmas de Cormac McCarthy también pueden campar por dentro de la música de un par de locos geniales, igual que la locura de estos refulgía en los árboles en llamas, los relámpagos sin tormenta y los fuegos de San Telmo sin mástiles de los desiertos de Cormac McCarthy.

El mundo, al final, es un pañuelo, en el que huir, mucho y sin mirar atrás, de algo, puede terminar con uno dándose de bruces precisamente con ese algo.

Claro que tal vez, como ya cantaba Mikael Stane en 1999 (cómo pasa el tiempo), therein lies the beauty.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.