11.6.07

la frontera de las 4


Hay una frontera que está situada a las cuatro de la mañana, en mi huso horario, en mi vida. Coindice, por la hora a la que me levanto, con la frontera de las cuatro horas de sueño. Cruzarla es viajar a otro mundo y da igual que sea este mismo. Cruzarla supone pasar el día siguiente con jet lag, sorprendido por todo; por la luz, la misma luz de todos los días, por las caras de la gente, la misma gente de todos los días, por el tacto del viento, el mismo de siempre, por los giros y deslices de las mismas nubes de cualquier otro día.

Yo anoche crucé esa frontera. No es buena idea cruzarla, nunca es buena idea cruzarla, pero a veces no queda otro remedio; cruzarla tiene algo de suicida, y a veces, simplemente, es más necesario sentir en la cara ese viento imposible del salto al vacío que estar del todo despierto y completamente vivo al día siguiente, porque la sensación indescriptible de velocidad inmóvil del reloj al galope es algo hipnótico y hermoso. Cruzarla una noche de domingo acarrea también algo de condena; es una frontera que naturalmente cruzo sin pasaporte ni equipaje dos veces cada fin de semana, pero cuando al día siguiente te vas a levantar como pronto al mediodía (y si la gente tiene piedad y se sabe la lección y no te llama por teléfono, a las cuatro o las cinco o las seis de la tarde) aquello tiene más de safari para turista del primer mundo que de invasión desamparada. Cruzarla una noche de domingo implica una semana de tinieblas y bostezos, de no entender más de tres palabras seguidas, de sentir que el pensamiento se despega de las raspas de realidad que normalmente forman su dieta para comenzar a devorarse a sí mismo. La vida se vuelve un falso dormir, y la realidad, un sueño que suele usar las paletas de la pesadilla.

Crucé esa frontera porque tiene su morbo, básicamente. Por temerario. Por que no había respuestas convincentes al ¿por qué no? Por llevarle la contraria a los bostezos gordos y lustrosos que criaba en manadas desde las cuatro de la tarde. Crucé esa frontera porque anoche tuvimos en casa una conferencia de alto el fuego para la pequeña guerra civil de siempre, que terminó con el método ejemplar de la negociación en esos casos: Cada bando ejecutó mediante un tiro de gracia en la nuca a cada preso del bando contrario que encerraba en sus calabozos, y fin de todo problema. Crucé esa frontera porque me estaba terminando un libro y no quería dejarlo con 50 páginas, ni con 30, ni con 15, ni con 3. Porque era de noche y yo era feliz de que fuera de noche, de pasear a la terraza a mirar las estrellas valientes y tuberculosas que se atreven a brillar en los patios de Madrid. Crucé la frontera porque soy un valiente y un imbécil. Crucé porque estaba escuchando música y no me apetecía dormir.

Y desde el otro lado hago mis planes, valientes e imbéciles también. Esta tarde me iré a por libros, y aprovechando que estoy de este lado de la frontera te mandaré una postal ridícula con el sello mas raro que encuentre. Y luego me iré a casa, fregaré, recogeré, me daré una ducha, cenaré, veré una película, leeré. Y luego dormiré, supongo, y daré media vuelta y volveré aquí.

1 comentario:

  1. Debo ser tan valiente o temeraria, o imbecil como tú, porque a mi me encanta traspasar esa frontera una y otra vez. Pero, aunque lo haga, no me gusta hacerlo los fines de semana, ni los días festivos, no es igual hacerlo en vacaciones o cuando no toca trabajar al día siguiente. Entonces lo haces sí, y te sumerges en la magia que trae la noche consigo, pero está la carencia de lo prohibido. Muchas veces descubrimos lo maravilloso que encirran las cosas cuando hay algo que nos impide poder saborearlas en ese momento. Eso es lo que ocurre cuando, a pesar de tener que madugrar al día siguiente, haces lo que te apetece y no lo que debes hacer. Te sumerges en la noche con un buen libro, tu programa de radio favorito o una inmensa conversación que ha surgido justo en ese momento, no en otro, y los bostezos, el stress del trabajo y la obediencia a un estilo de vida quedan en un segundo plano. A la mañana siguiente vienen los arrepentimientos ... o no.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.