El 9 de noviembre de 1979 yo aún tenía 3 añitos. Balbuceaba, andaba tropezándome con las cosas y con la vida, crecía, aprendía lo básico que uno tiene que saber para ser una persona.
Ese día pudo terminarse el mundo. Poco antes de las tres de la tarde los ordenadores del Centro de Defensa Aeroespacial de Estados Unidos, el Pentágono y el Centro de Mando Alternativo detectaron un ataque nuclear masivo por parte de la Unión Soviética; miles de cabezas nucleares saliendo de sus silos dispuestas para cruzar el firmamento y cargarse medio mundo del tirón. Así que Estados Unidos puso sus misiles en alerta, hizo despegar a sus bombarderos y el avión del presidente (curiosamente sin este a bordo) y esperó a que los radares de la costa confirmaran lanzamientos de submarions próximos a sus costas y los primeros misiles asomando sobre la curvatura de la Tierra, para tener alguna confirmación por otra fuente más directa que aquello que llamaban el sistema de "alerta temprana". No apareció nada, y más tarde se descubrió que las alarmas habían saltado porque alguien había metido una cienta de entrenamiento "realista" por error en el ordenador que llevaba esos programas de defensa temprana. Yo no sé qué le harían al responsable de ese error. Pero puedo imaginarme a la gente que tenía sus dedos temblorosos sobre los botones que mandarían megatones y megatones al otro lado del mundo para arrasar la media Europa que dejasen los rusos y la Unión Soviética de lado a lado, a los pilotos despegando pensando que igual luego no tenían dónde volver, a los responsables de retrasar la decisión de responder a lo que tenía pinta de ser el fin del mundo. No sé qué le harían a quien metiese esa cinta, pero estuvo a punto de ser, a la vez, el error más grande y más terrible de toda la humanidad a lo largo de su historia... y el último.
Y no me cuesta nada imaginarme a todos esos hombres sudorosos y temblorosos inclinados sobre conmutadores dobles, rasgando sobres de claves, cerrando escotillas y mirando con los ojos llorosos las fotos de sus familias porque crecí durante la estapa final y durante el último arreón de la Guerra Fría, con Ronald Reagan y Margaret Thatcher en su escalada internacional contra la Unión Soviética. Crecí en un tiempo en el que era preocupación común la amenaza nuclear. Las encuestas, hoy día, dicen que a lo que tememos es al terrorismo y al precio de la vivienda. Entonces los niños manteníamos en el colegio conversaciones en las que las palabras megatón e invierno nuclear aparecían de cuando en cuando. Sabíamos distinguir tipos de misiles por su perfil. Sabíamos qué diferencia había entre una bomba de fusión y una de fisión. A veces me costaba dormirme porque me imaginaba el cielo surcado de este a oeste por la estela de misiles. Me los imaginaba cruzándose en las dos direcciones, me imaginaba uno de ellos desviándose hacia Madrid. Tengo amigos alemanes a los que sus padres enseñaron, además de a montar en bici y cultivar judías, a ponerse máscaras antigas y buscar refugio en el sótano. Cuando yo nací había en el mundo 50.000 armas nucleares sumando sólo las de EEUU y la URSS. Cuando Gorvachov llegó al poder sumaban ya 70.000. Los planes de guerra con los que trabajaban ambos países suponían la destrucción inmediata de 1.000 ciudades. Mil millones de toneladas de humo saldrían a la atmósfera (sin contar las que vendrían de los incendios de los bosques y demás) y taparían los cielos de todo el hemisferio norte del planeta; este polvo no dejaría pasar la luz solar directa pero sí la radiación infrarroja, no podría entrar luz pero sí podría salir calor. Sólo el polvo generado por la explosión de una bomba como la del video, con una potencia equivalente a la de toda la artillería empleada en la Segunda Guerra Mundial ¡multiplicada por tres! (y aún así tres veces y pico menos potente que la mayor bomba construida por los rusos) pesaría entre uno y quince millones de toneladas. Temperaturas bajando entre 20 y 40 grados en sólo un mes. La parte superior de la atmosfera recalentándose, alterando las corrientes, extendiendo la nuve de polvo también hacia el hemisferio sur.
Todo eso estuvo a punto de ocurrir el 9 de noviembre de 1979; piensa qué hacías aquel día, si ya habías nacido. Piensa cuánto te quedaba para nacer, si no. Luego piensa qué era de tu vida el 3 de junio de 1980, cuando las alarmas saltaron de nuevo como locas, detectando lanzamientos aleatorios por culpa de un chip defectuoso. O el 26 de septiembre de 1983, cuando un satélite soviético confundió el sol reflejado en nubes altas con la estela de misiles balísticos intercontinentales. O la última, el 25 de enero de 1995, cuando un cohete científico noruego siguió ante las pantallas de radar rusas el comportamiento que habría seguido un misil Trident. Incluso en 1995, 6 años después de la caída del Muro de Berlín, Rusia estuvo considerando la opción de lanzar un ataque nuclear a gran escala contra Estados Unidos. En esa fecha, aún mantenía cerca de 30.000 bombas nucleares.
A día de hoy se estima que en el mundo hay sólo unas 27.000, más de el 95% en poder de Estados Unidos y Rusia, y el resto repartidas entre Inglaterra, China, Francia, India, Sudáfrica, Pakistan e Israel. A día de hoy es difícil entender el mérito que tiene una película como Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb; sobre el mayor de nuestros miedos de aquel entonces, con todo esto en mente, Kubrick intentó hacer un drama y le salió una de las mejores comedias de todos los tiempos, en un acto de valentía y lucided que tienen pocas películas (sólo se me viene a la cabeza así al primer bote Ser o no Ser de Ernst Lubitsch, que en 1942, cuando Alemania parecía ir a ganar la Segunda Guerra Mundial, hizo esa gloriosa comedia tomándose a los nazis a cachondeo; el resto, las demás películas, las demás circunstancias, simplemente no tienen al lado un abismo como el que tenían estas dos, o no tienen la valentía de ser comedias o el mérito de ser tan buenas). Todo eso va quedando atrás, convirtiéndose en fantasmas. Ya no existe el gigante soviético, EEUU ya no tiene ni de lejos el poder de entonces, por mucho que aún casi no se note, y ahora los miedos nucleares se trasladan a conflictos locales como el de India y Pakistan, que pueden jodernos la atmósfera a todos, si les da por tirar de arsenal, pero quieras que no no tienen 50.000 bombas en stock, o a la posibilidad de que Al Qaeda se haga con una bomba nuclear y la aparque en un camión en mitad de alguna ciudad.
Eso significa dos cosas. La primera, que nuestros miedos pueden olvidarse rápidamente. Y la segunda, que yo (optimista irredento) prefiero, que no somos tan estúpidos como la lectura de los periódicos de cualquier día parece demostrar. Lo tuvimos facilísimo para aniquilarnos. Esas fechas, mas la crisis de los misiles de Cuba, y no nos transformamos todos en ceniza. Me da esperanzas pesar que a pesar de lo que abundan el fanatismo y la estupidez, incluso cuando algunas personas, algunos seres como tú y como yo, con su gente querida, sus lugares favoritos, sus recuerdos de puestas de sol y sus esperanzas y metas pensaron que todo eso se iba a acabar bajo una lluvia de misiles resistieron sin pulsar los botones que eran su única defensa y, a la vez, la otra causa de todos sus terrores.
Si las dos Guerras Mundiales marcaron una etapa en nuestra madurez como especie, demostrando hasta qué punto somos capaces de organizarnos para matarnos muy concienzudamente, la Guerra Fría marcó otra, demostrando que, al menos, no queremos matarnos del todo.
Y con este mensaje tan positivo, me voy de vacaciones. Pásalo bien. Y si estás en la ciudad y no sabes qué hacer, ves a ver Tristram Shandy: A Cock and Bull Story. Es sorprendente y original, lo que ya es toda una novedad estos días en una sala de cine.
4.4.07
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Es cierto, hay un optimista, un optimista global pero optimista a fin de centas!!(donde anda el individual?)
ResponderEliminarGracias optimista por considerarme una de tus influencias, me da no se que, cierto sustillo y un poco de risa. Penita me da pensar como vamos a terminar si nos influenciamos mutuamente, la guerra fría es un buen ejemplo. Ya me veo acumulando grúas como una posesa para contrarrestar tu arsenal!!!
El optimista individual anda por aquí buscando un disco que poner para quitar este de Queensrÿche que es un tanto tristón para un lunes como este...
ResponderEliminarPor las influencias no te preocupes. Siempre viene bien tener muchas, así cuando se reciben críticas se puede trasladar parte de la culpa ;)
Pero vamos, que no creo que debamos empezar una escalada gruística. Dejemos ese asunto para las constructoras, que de todas formas nos llevan una ventaja considerable en el tema.