23.6.06

Un brindis por Elena

Una de las cosas buenas que tiene ser un friqui de la música es que uno tiene algo a lo que aferrarse cuando piensa en el futuro. En no mucho tiempo van a sacar discos Isis, Moonsorrow, Pain of Salvation, Circles Over Sidelights (espero), Dark Tranquillity y mil grupos más cuyas agendas no llevo al día o que, qué impaciencia, aún no conozco. Y eso, la verdad, resulta muy terapéutico, porque las personas obsesivas con arranques paranoides tendemos a angustiarnos bastante cuando pensamos en el futuro y lo vemos o confuso o directamente nefasto.

No es que yo lo vea nefasto, tranquila, que para eso me estado medicando durante años a base de gente como Roberto Bolaño (nunca podré agradecerle lo suficiente a Anna aquel regalo de cumpleaños, ay), Martin Amis (a quien creo que nadie me presentó y que descubrí por azar) y sobre todo Julio Cortázar (que conocí gracias a la protagonista del párrafo siguiente), complementados con una variada y polivalente dieta musical y unas compañías increíbles que merecerían un amigo mejor que yo que les hiciese justicia, pero bueno.

El caso es que para contar cómo conocí a Julio Cortázar tengo que contar cómo conocí a Elena, una flamante matemática que a partir del uno de enero de este año tiene planeado irse a vivir con su novio, un filósofo (no puedo imaginármelos discutir, pero debe ser la risa. Claro que siempre es la risa discutir con ella, a no ser que a uno le duela que le descubran que nunca tiene razón, en fin). Elena tuvo la desgracia de empezar a estudiar matemáticas el mismo año que yo, y encima con tan mala suerte de conocer a un tipo de su clase que, casualmente, era también del pueblo, un chaval que finalmente no terminó la carrera, sino que como la mayoría de la gente terminó K.O. y pensando que casi mejor prefería ser feliz yéndose a otra carrera donde de vez en cuando fuese posible aprobar algo. Así que claro, el primer día ella estaba en un cambio de clase fumándose un cigarro, sola y callada, y mi paisano, que siempre ha sido muy sociable con las chicas guapas hasta que le dijeron que pasando, se acercó a saludarla y se la trajo a nuestro nutrido grupo rural (él y yo no éramos los únicos toledanos, también estaban mi primo... bueno, ya sabes la historia con los parentescos, y otra mujer que también desapareció barrida por las andanadas de suspensos, que nunca me habló antes de compartir pupitre conmigo ni ha vuelto a hacerlo después). Así que a partir de aquel día se sentó a mi lado y nos hicimos amigos, a pesar de que aquel día, como me cayó bien (es de izquierdas, se conocía de memoria todas las canciones de Platero y conocía más escritores que nadie que yo hubiese conocido), yo fui especialmente simpático con ella (siempre soy así con la gente que me cae bien, es curioso): Cuando se enteró de que yo, de paso, era aparejador, me preguntó que cómo podía haberme dado tiempo a estudiar una carrera y estar ya empezando la segunda, y yo la respondí que porque no había estado perdiendo el tiempo como ella.

Años más tarde me reconoció que cuando la dije aquello se quedó alucinada de cómo un tipo que acababa de conocer le vacilaba de aquella manera, con tanta familiaridad y tanta mala leche, y que aquello la llevó a esmerarse conmigo a la hora de ser hiriente y cortante, cosa que yo siempre he agradecido, así que nuestras conversaciones siempre han tenido un algo de duelo de esgrima, con cada cuál intentando cada vez que puede colocarle una puñalada trapera al otro: Es divertidísimo hablar con ella, y siempre había que estar en guardia, recuerdo un día que volvíamos en tren y yo iba mirando los edificios de Chamartín, y no sé qué cosa la dije, algo íntimo y muy melancólico, y ella aprovechó el hueco a mi corazón abierto de par en par para soltarme una estocada de la que me acuerdo con una risa cada vez que vuelvo a ver aquellos edificios, y bueno, también a veces cuando no los veo, que ahora están un poco lejos.

Elena es, probablemente, la persona más inteligente que conozco, y además resultó ser una persona de valor inestimable como amiga, porque además de ser ocurrente y encantadora a pesar de llevar tanto veneno dentro siempre tuvo las ideas muy claras y era coherente a más no poder, y ninguno de los consejos que me ha dado desde entonces, y han sido muchos, ha sido malo, y ha sido una lástima no poder haberlos seguido todos. Y tengo que agradecerla que sospecho que ha sido una de las mayores influencias en mi vida, y estoy seguro de que de no haber sido por ella yo sería, a día de hoy, aún más gilipollas de lo mucho que lo soy. Y si te gusta leerme, también tienes algo que agradecerle, porque de no haber sido por ella dudo mucho que yo estuviese ahora mismo escribiendo nada.

Al poco de conocernos ella se enteró de que yo escribía, lo cuál no tenía gran mérito porque al fin y al cabo yo lo iba pregonando a los cuatro vientos, y se interesó por leer las patochadas que perpetraba yo entonces, y me dijo que le gustaron. Mucha gente lo decía, pero por lo que la había conocido aprendí que Elena no decía esas cosas a la ligera (aún recuerdo el ejercicio de sinceridad y crítica honesta que le hizo a otro compañero con aspiraciones de poeta, que me hizo darme cuenta de lo afortunado que yo había sido y del valor que tiene una crítica positiva cuando viene de alguien honesto), y cuando se enteró de lo que yo venía leyendo decidió encargarse de mi educación cultural. El primer libro que me dejó fue Cien años de soledad, y yo, por primera vez en mi vida, terminé dejándome el walkman en casa (en aquel entonces aún tirábamos de walkmans) y llevarme el libro para pasar el rato en el metro o el autobús. Y luego vinieron muchos más escritores, y por fin llegó Julio Cortázar, con quien en principio ¡no podía! Me dejó Rayuela y una de las cien mil recopilaciones de cuentos suyos que hay editadas, y yo abrí Rayuela, me encontré con esto,
A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes:
El primer libro se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue.
El segundo libro se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente:
73, 1, 2, 116, 3, 84, 4, 71, 5, 81, 74, 6, 7, 8, 93, 68, 9, 104, 10, 65, 11, 136, 12, 106...

Y yo decidí que no estaba preparado para aquello, así que abrí el libro de cuentos. Y comencé a leer, y aquello no prendía. No me arrancaba. No veía luz. Me costaba horrores pasar cada página, así que la primera semana no paré de quejarme a Elena, y sólo conseguí leer 50 páginas. Como ella me decía que perseverase, lo hice, y la segunda semana se repitió la historia, 50 páginas que me costó sudor y sangre dejar atrás. Y a la semana siguiente me leí el resto del libro en dos días, y fui con ojos como platos diciéndole que cómo podía nadie ser tan endiabladamente bueno. Así que aquel verano me planté un día en el patio de la casa, con el gato Bartolo dormitando junto a mí, y abrí Rayuela, y aún se me ponen los pelos de punta cuando leo...
Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinamos. Entonces es mejor pactar como los gatos y los musgos, trabar amistad inmediata con las porteras de roncas voces, con las criaturas pálidas y sufrientes que acechan en las ventanas jugando con una rama seca. Ardiendo así sin tregua, soportando la quemadura central que avanza como la madurez paulatina en el fruto, ser el pulso de una hoguera en esta maraña de piedra interminable, caminar por las noches de nuestra vida con la obediencia de la sangre en su circuito ciego.

Cada palabra es una joya, cada idea una revelación, y cada frase una sugerencia, una inspiración. No sé si Elena sólo pretendía que yo viese que había más armas en el arsenal de los escritores, y alguna demostración de su uso, pero aquello cambió tantas cosas en mí que no creo ser capaz de enumerarlas, porque Rayuela no es sólo un libro, es un ensayo de literatura con ejemplos prácticos, y un tratado filosófico también con ejemplos prácticos.

Por ejemplo, supongo que hay una relación directa entre el hecho de que yo coleccione tornillos y este párrafo que también está en ese primer capítulo 73,
En uno de sus libros, Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un síncope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo.

Pasaron los años, Elena se fue a Badajoz a vivir una vida de estudiante en tierras remotas, donde la hicimos alguna visita épica Perico y yo, y luego regresó a Madrid, donde terminó la carrera en la Complutense, curiosamente más o menos a la vez que yo (qué simetría, qué coordinación). Y ahora anda tan contenta en un trabajo que por lo visto se parece a este, con ese novio filósofo al que no conozco pero que me cae de puta madre porque la hace feliz, y cuando las agendas nos dejan nos vamos por ahí a tomarnos algo y terminar borrachísimos, a discutir para terminar reconociendo a regañadientes y casi nunca de forma explícita que siempre tiene razón y a contarnos cómo nos van las vidas. Y yo, cada vez, pienso que tal vez la mayor de mis deudas impagables sea la que tengo con aquel paisano mío que aquel primer día de universida tuvo la feliz idea de acercarse a saludar a una antigua compañera de instituto a la que apenas conocía de vista.

De todo corazón, Gracias, Miguel, estés donde estés, por cambiarme la vida.

5 comentarios:

  1. Es verdad, Elena es una gran influencia positiva para ti, estoy totalmente de acuerdo (y lo mismo con todo lo que has opinado de ella)
    Además, esas discusiones con Elena alguien debería de grabarlas para luego mostrar cómo se te puede dejar por los suelos con tus mismas armas XDD... para mi ha fue una gran experiencia veros la primera vez (sobre todo por todo lo que aprendí!:P )

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  2. Es que qué noches. En serio, opino que no hay discusiones como las discusiones entre matemáticos. No ya porque tengamos un rigor lógico que otra gente, claro, también puede tener, ni porque estemos acostumbrados a usarlo para demostrar y buscar contraejemplos, para atajar y poner zancadillas, sino que tenemos esa educación común que nos hace más fácil entendernos, en cierta manera, algo que se nota en la forma de decir las cosas sabiendo cómo hacerlo para que el otro te comprenda. Lo dicho, no hay discusiones como las discusiones entre matemáticos, pienso. O pensaba, porque últimamente me está empezando a hacer pensar que la antropología también ayuda a amueblar las cabezas (guárdame el secreto, ¿vale?).

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  3. Claro david, igual que no hay discusiones entre los antropologos por que los términos que utilizamos y las expresiones son comprensibles entre nosotros. Comunidad de sentido que lo llamó un tal Geertz, pero vamos que cómo con eso taaaampoco vas a estar de acuerdo por, claro, el rigor matemático es el rigor matemático....
    :P

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  4. No quiero decir que no discutamos, ojo. Sólo que las discusiones de matemáticas terminan porque al final uno puede probar si tiene razón o no (bueno, no siempre, claro: hay cosas que está jodido probar). Y de alguna forma yo creo que esta carrera me ha hecho coger eso y sacarlo fuera de las matemáticas, y que cuando alguien discute conmigo si es capaz de buscar salidas a mis peros tengo ahora menos reparos que antes en darle la razón. Por ejemplo, ahora: Creo que lo que dices suena bastante lógico.

    Y el rigor matemático es sólo una forma de tocar las narices y de obligarnos a construir razonamientos sólidos y sin agujeros, porque si no en seguida es muy fácil encontrarle peros a todo. Es acostumbrarse. Y a ti se te da bien, es más difícil y más divertido discutir contigo ahora que hace años. No sé si será por la carrera... pero muchas veces pienso si no será que te estás acostumbrando a lidiar con matemáticos (para ser los pocos que somos conoces a unos cuantos...), ja ja :D

    Eso no puede ser sano para la cordura, por cierto.

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  5. Oh, muchos de nadas por ese regalo :-) La verdad es que yo también tengo alguna deuda impagable contigo. Se para uno a pensar y está la vida llena de deudas impagables, eh? :-O

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.