24.10.05

Hoy toca, hoy toca.

Y si hay que renunciar a la cordura ¡pues bueno! Pues vale. Pues estupendo. Vuelen almendras por el cielo, broten floreros de los pasos de cebra, surgan arcoiris de los ojos de los enfurecidos taxistas que gritan caracoles y escupen hermosísimas turistas danesas.

Suena un violín, sabe usted, imponiéndose a duras penas a una publicidad que no quiero oír, pero me aguanto. Suena un violín, el instrumento más triste del mundo, pero la tristeza suena concentrada y moribunda; violín esperando a convertirse en el instrumento más alegre del mundo, es lo que tienen los violines, eso y esa tendencia a ser agradecidos cuando los manipulan irlandeses borrachines y algún que otro compositor clásico de nombre para mí desconocido.

Porque yo compositores italianos conozco a uno, y gracias, Luigi creo que se llamaba, y el apellido no lo digo porque eso es de sucios intelectuales, que leen a Kafka de forma compulsiva y van al teatro y no precisamente por la posibilidad de ver alguna guapa, lozana, prieta y desconocidísima moza en cueros al natural, que es por lo que, confieso, yo voy al teatro cuando voy, que suele ser nunca y menos.

Es que no me gusta el teatro. Ya, ya sé que es raro, que nadie lo dice (menos gente, de hecho, que la que confisea no ver los documentales de La 2) (que, por supuesto, yo no veo). Pero es que lo veo tan inquietante... Ahí están los actores, representando algo que representaron ayer y representarán mañana. Y yo me reiré donde ayer se rieron otras tantas personas y donde mañana se reirán tantas otras. Y me siento parte de una fábrica de montaje; soy la puerta de un Seat Córdoba, voy detrás de otra puerta, que tiene otra delante. A la de delante de la de delante la pintan de rojo. A la de delante, también. Y yo digo "oh, ¡qué ilusión!" Pues no. Ya, ya sé. En el cine también repiten, en el actuar en directo es donde se demuestran las cosas, bla bla bla. Pero nada. Oh, hay otro argumento; ¡a veces improvisan! ¡Puedes asistir a una función única, irrepetible! Pero ¿y los que asistieron ayer? ¿Y los que vendrán mañana? ¿Y si fueron ellos quienes vieron la función óptima? ¿Y si no la vieron, por qué yo, y no ellos? ¿Y por qué diablos me complico tanto la vida? Mucho mejor volver a zambullirse en el instinto primario, en el niño que aún me corretea por dentro, que ve a una muchacha guapa desprenderse de la blusa, por eso de que el personaje lo requiere, y da brincos en la butaca, con una risita tonta enarbolada en la cara y las manos convertidas en dos garfios acorazados que se hunden lentamente en los carnosos brazos de la butaca.

Ah, ah, ah, ya ha vuelto el surrealismo, lápices afilados surcan el aire tenebroso del cuarto, notas siniestramente alegres se atropellan el cadáver del viento que se mata contra la ventana, y lo pisotean, y lo levantan, y bailan con él, sanguinolenta marioneta de huesos rotos, títere gore, cazador cazado, y la música busca su siguiente víctima y me mira y las notas se enroscan en sus pentagramas, apurando las energías, preparando su salto, y no saben que a mí me da igual, que si son ellas las que me ahogan, bueno, yo muero feliz, aunque mañana tenga que madrugar.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.