Leo sorprendidísimo el –corto– debate que, en el post anterior, se han montado Lansky y Vanbrugh, sobre si el primero es o deja de ser un elitista. Resumo aquí, versionando para que se entienda sin el contexto:
–¡Eres un elitista! –dice Vanbrugh.
–¡No lo soy! –replica Lansky.
–¡Que te digo que sí! –rebate Vanbrugh.
–¡Que no, coño, que no! –se escurre Lansky.
Y yo parpadeo ante el intercambio de acusaciones y denegaciones, y afortunadamente también parpadeo cuando no se intercambian nada, porque si no se me secarían los ojos, y miro en Google si puede ser que a estas alturas de la vida aún no haya yo contado la aproximación Hannessiana al elitismo.
Y por lo visto no, aunque no me fío, porque Internet, vista desde las simas del mundo que habitamos los sectarios, no es tan grande como dicen voces más afortunadas o fantasiosas que por lo visto es.
Pues bueno, si he de repetirme me repetiré, como la cebolla, que por mucho que pueda repetir nadie deja luego de comer tortillas.
Érase una vez un mundo joven y brillante en el que un grupo de amigotes tuvimos bastante relación con una pintoresca colección de guiris a los que nos unían unos gustos algo retorcidillos y el nebuloso recuerdo mutilado por el Síndrome de Korsakov de un par de reuniones internacionales. Hablábamos mucho, por aquel entonces, y una vez alguien, nadie recordará quién, acusó a otro alguien de elitista, y se reprodujo una conversación como la que arriba reproduzco entre el representante oficial de la Conferencia Episcopal en este blog y su reverso tenebroso.
Y un tal Hannes rompió su silencio, curioso, para preguntar qué tenía de peyorativa la palabra elitista para que todo el mundo huyese de ella como de la peste. Y nadie tuvo muy claro qué responderle: es cierto que se suele asociar al elitismo con la prepotencia y el mirar por encima del hombro a la plebe, pero en su segunda acepción, un elitista es alguien “que manifiesta gustos o preferencias opuestos a los del común”.
Y como argumentó Hannes, él se consideraba a sí mismo una persona culta y curiosa, que había hecho lo posible por aprender de aquello que le interesaba, y que se había tomado un esfuerzo tremendo investigando entre las artes en general y en la música en particular aquellas que más le gustasen, no conformándose con lo que desde los medios mayoritarios se nos propone, y terminando, por contraste, siendo bastante impermeables a estos últimos.
“No sé por qué”, dijo Hannes, o algo parecido, “por qué eso debe implicar que me considero mejor que nadie, o por qué el hecho de que considere mis gustos mejores que los de los demás, cosa que obviamente son para mí porque son mis gustos, tiene que decirse como si estuviera cometiendo una blasfemia. La gente se pasa la vida viendo en televisión cosas que a mí no me interesan, leyendo libros que detesto y escuchando música que me aburre, y además es objetivo decir que tengo una formación cultural superior a la media, por la que estoy tremendamente agradecido, que he leído más, he visto más cine y escuchado más música y visto más arte, así que es evidente que sí, soy elitista, porque pertenezco a una minoría en lo que a gustos y educación se refiere. Y bien orgulloso que estoy de ello”.
Y desde aquel día cada vez que alguien nos llamó a alguno elitista le tuvimos responder que sí, que si pasaba algo.
No sé, dicen de la humildad que es una virtud, con ese tufillo rancio que desprenden ese par de palabras, humildad y virtud. Y yo creo que la humildad, cuando implica que uno no mire las cosas con objetividad, no deja de ser una muestra de hipocresía enmascarada, envuelta en su regalito del “no, lo digo porque no me toméis por arrogante”.
Y como Hannes yo considero que he recibido una buena educación. Sé que hay una cantidad ingente de cosas sobre las que no tengo ni pajorera idea, y sé tampoco que no soy ningún Einstein (Matemáticas es, en ese sentido, una carrera muy aleccionadora sobre lo mediocre que es uno comparado con los dos milenios de genios que le hacen estudiar), pero que estoy por encima de la media. Sé también que he leído más allá de los Dan Browns del mundo, y visto más películas más allá de Hollywood. Y el índice del contenido de mi querido iPod puede dar fe de que alguna curiosidad musical debo tener para que haya tanto grupo del que tan poca gente ha oído siquiera hablar. Así que yo personalmente sí que tengo que admitir que me considero alguien con un gusto más refinado de lo normal: hacer lo contrario sería insultar mi propio gusto y los años que me he pasado dándole de comer. Así que yo sí soy elitista, y como dijo Hannes, bien orgulloso que me siento de ello.
Y usted, señor Lansky, sospecho yo que debería hacer lo propio.