29.1.10

piñas from the sky

Llueven piñas sobre los paraguas dorados y no son estos buenos tiempos para el contacto ocular. No violar los espacios personales, no invadir esa intimidad ajena que se proyecta desde las pupilas hacia el frente. Ni siquiera al saltar al interior de un ascensor que se cierra y parecer una carga de caballería, terrible entonces decir “hola, buenos días” y mirar dos ojos aterrados que tiemblan a un palmo de los tuyos.

Llueven neumáticos, carantoñas y azucareros sobre las avenidas de la ciudad, tamizadas de tamiflú, regadas de licor barato y peinadas con esmero por los tacones de los mendigos y los bastones de los ciegos que buscan, en cada esquina, una señal de tráfico o las piernas de una señora (a poder ser, desearán en secreto, de piel suave, con sentido del humor y guapa, por el qué dirán los otros, los que ven) a las que gritar ‘en garde!’ y con las que batirse en duelos épicos.

Que más, qué más cosas llueven: tapacubos y alfareros, domingos y emisoras de radio, donaires y tuneladoras que vuelven al subsuelo tras su majestuosa irrupción en la superficie, cual ballenas yubarta del inframundo.

Y bajo los paraguas dorados los dominicos pasean achuchados por dominicanas, musitando gatitooo, gatitooo mientras esperan con el alma parcheada en vilo a que ellas reconozcan la cita y les ataquen cual si fueran un Brett cualquiera vagando aterrorizado por los rincones de cualquier nave de la Weylan-Yutani.

Y yo les miro y me alzo sobre un coche (abollado su techo por las piñas que yo, con malicia, esquivo) y a ellos me dirijo cuando grito que exactamente la mitad del mundo está a mi lado izquierdo, y la otra mitad al derecho y que no hay animosidad en mí cuando rompo el total y no dejo disponible este pequeño centro del cosmos, que la culpa no es mía, oigan, sino de Wolfgang Ernst Pauli, aquel princioante aguafiestas.

Sabedlo todos, y el que quiera piña que aparte su paraguas, abra mucho la boca y la muestre al cielo.

27.1.10

cof, cof, cof

¿En qué andaré ocupado?, te preguntarás. ¿Habrá muerto por fin este blog?

Pues no, qué va. Lo que muere es mi pobre tiempo libre, que tiene una guerra abierta en tres frentes que lo están masacrando.

El primero, ya terminada, ha consistido en ver de manera compulsiva la primera y por ahora única temporada de Community, que recomiendo encarecidamente desde aquí; son 14 capítulos de unos 24 minutos que pasan como si fuesen 4. En total, pues, 5 horas y 36 minutos (en realidad más, porque el tal Abed hablatandeprisa que la mayoría de sus frases me las he tenido que poner dos veces, una para leer la primera mitad de los subtítulos y la segunda para la otra mitad) que pasan como si fueran 56 minutos, con lo que todo el que la ve pasa a ser inmediatamente 4 horas y 20 minutos más joven de lo que dice su DNI. Y además sale Chevy Chase y borda un papelazo.

El segundo, que ávido de aventuras épicas me he enzarzado en una lucha a muerte contra mis nuevos Archienemigos: el polvo y los ácaros. Armado con un aspirador estropeado y alimentándome a base de chupitos de jarabe contra la tos llevo en ello toda la semana, en un campo de batalla de moqueta, y la verdad es que voy perdiendo miserablemente y “cof, cof” se ha convertido en el sonido más frecuente que jamás salió de mis labios. Más incluso que “eventualmente” y demás mantras que en mi vida han sido. Es lo que tiene jugar en su terreno. ¿Es que no he aprendido nada de las pelis de Vietnam, ni de las de Afganistan? La próxima vez que rete a duelo a los Ácaros, lo haré en parqué. Pero en fin, es esta guerra la que me toca perder ahora. Y un hombre tiene que encarar su destino, y etcétera.

Y, bueno, me falta un tercer frente que detallar pero la verdad es que ahora mismo no recuerdo cuál era. Mierda. Si al empezar a escribir he dicho “a ver, cuento, uno, dos y tres”… ácaros… está dicho… ver Community está dicho… mierda, ¿cuál era el tercero?

Cagüenlaleche. Estoy hasta por subir hasta arriba y cambiar el tres por un dos y borrar todo este olvido.

Creo que es lo que voy a hacer, hmmm, sí. Así no quedo tan mal. Así nadie sabe que se me olvidan las cosas, o que no se contar. Sí, eso es precisamente lo que voy a hacer ahora mismo. Si no se me olvida, claro. ¡Oh, una florecilla! Cuan bella. Hmmm, ¿qué iba yo a hacer? Ah, sí, publicar esto. Vale. Va. Voilà.

22.1.10

vivir el peligro / oda a isabel coixet

-Hay, he perdido mis tijeras estupendas, las de punta -dice la Muchacha, buscándolas por la cocina.

-Búscalas en mi lado de la cama -la respondo yo, dándole sorbitos al café a ver si se me pasa el estado de shock(*)-, donde siempre guardas los objetos punzantes, cortantes e inflamables.



(*: El estado de shock, inducido al parecer por una siesta descomunal, consiste en que desde que me he despertado, hace ya una hora y 28 minutos, la vida parece una película de Isabel Coixet. No sé si es que ha aprovechado la pausa de mi vigilancia, mi ausencia protectora para mis minivacaciones en el reino de Sandman, para dar un golpe de estado y hacerse con el control del Universo, o quizá sólo desvaríe, pero en fin, las luces, la gente, coño, que he salido a la calle a comprar azucar y me he cruzado con una colegiala japonesa, con su mochila y sus coletas y todo, y joder, que estamos a 20 metros de Malasaña, no de Tokio, coño, que no, que estas cosas no se hacen, que tengo miedo, que no quiero volver a salir, que quiero dormir las 5 horas que faltan, a ver si así el mundo se arregla, y si no, si me despierto y Coixet sigue allá arriba, entre querubines y arcángeles, trazando guiones del destino empapados en melaza, entonces que alguien me abra un portal o algo que yo, en serio, de este mundo me voy, que me gustaba el mío, el mí o, no esta cosa cursi y acaramelada, arj, para qué me echaré siestas, si cuando me despierto al mundo siempre le ha pasado algo)

19.1.10

elitistas del mundo, alzad vuestra copa

Leo sorprendidísimo el –corto– debate que, en el post anterior, se han montado Lansky y Vanbrugh, sobre si el primero es o deja de ser un elitista. Resumo aquí, versionando para que se entienda sin el contexto:

–¡Eres un elitista! –dice Vanbrugh.

–¡No lo soy! –replica Lansky.

–¡Que te digo que sí! –rebate Vanbrugh.

–¡Que no, coño, que no! –se escurre Lansky.

Y yo parpadeo ante el intercambio de acusaciones y denegaciones, y afortunadamente también parpadeo cuando no se intercambian nada, porque si no se me secarían los ojos, y miro en Google si puede ser que a estas alturas de la vida aún no haya yo contado la aproximación Hannessiana al elitismo.

Y por lo visto no, aunque no me fío, porque Internet, vista desde las simas del mundo que habitamos los sectarios, no es tan grande como dicen voces más afortunadas o fantasiosas que por lo visto es.

Pues bueno, si he de repetirme me repetiré, como la cebolla, que por mucho que pueda repetir nadie deja luego de comer tortillas.

Érase una vez un mundo joven y brillante en el que un grupo de amigotes tuvimos bastante relación con una pintoresca colección de guiris a los que nos unían unos gustos algo retorcidillos y el nebuloso recuerdo mutilado por el Síndrome de Korsakov de un par de reuniones internacionales. Hablábamos mucho, por aquel entonces, y una vez alguien, nadie recordará quién, acusó a otro alguien de elitista, y se reprodujo una conversación como la que arriba reproduzco entre el representante oficial de la Conferencia Episcopal en este blog y su reverso tenebroso.

Y un tal Hannes rompió su silencio, curioso, para preguntar qué tenía de peyorativa la palabra elitista para que todo el mundo huyese de ella como de la peste. Y nadie tuvo muy claro qué responderle: es cierto que se suele asociar al elitismo con la prepotencia y el mirar por encima del hombro a la plebe, pero en su segunda acepción, un elitista es alguien “que manifiesta gustos o preferencias opuestos a los del común”.

Y como argumentó Hannes, él se consideraba a sí mismo una persona culta y curiosa, que había hecho lo posible por aprender de aquello que le interesaba, y que se había tomado un esfuerzo tremendo investigando entre las artes en general y en la música en particular aquellas que más le gustasen, no conformándose con lo que desde los medios mayoritarios se nos propone, y terminando, por contraste, siendo bastante impermeables a estos últimos.

“No sé por qué”, dijo Hannes, o algo parecido, “por qué eso debe implicar que me considero mejor que nadie, o por qué el hecho de que considere mis gustos mejores que los de los demás, cosa que obviamente son para mí porque son mis gustos, tiene que decirse como si estuviera cometiendo una blasfemia. La gente se pasa la vida viendo en televisión cosas que a mí no me interesan, leyendo libros que detesto y escuchando música que me aburre, y además es objetivo decir que tengo una formación cultural superior a la media, por la que estoy tremendamente agradecido, que he leído más, he visto más cine y escuchado más música y visto más arte, así que es evidente que sí, soy elitista, porque pertenezco a una minoría en lo que a gustos y educación se refiere. Y bien orgulloso que estoy de ello”.

Y desde aquel día cada vez que alguien nos llamó a alguno elitista le tuvimos responder que sí, que si pasaba algo.

No sé, dicen de la humildad que es una virtud, con ese tufillo rancio que desprenden ese par de palabras, humildad y virtud. Y yo creo que la humildad, cuando implica que uno no mire las cosas con objetividad, no deja de ser una muestra de hipocresía enmascarada, envuelta en su regalito del “no, lo digo porque no me toméis por arrogante”.

Y como Hannes yo considero que he recibido una buena educación. Sé que hay una cantidad ingente de cosas sobre las que no tengo ni pajorera idea, y sé tampoco que no soy ningún Einstein (Matemáticas es, en ese sentido, una carrera muy aleccionadora sobre lo mediocre que es uno comparado con los dos milenios de genios que le hacen estudiar), pero que estoy por encima de la media. Sé también que he leído más allá de los Dan Browns del mundo, y visto más películas más allá de Hollywood. Y el índice del contenido de mi querido iPod puede dar fe de que alguna curiosidad musical debo tener para que haya tanto grupo del que tan poca gente ha oído siquiera hablar. Así que yo personalmente sí que tengo que admitir que me considero alguien con un gusto más refinado de lo normal: hacer lo contrario sería insultar mi propio gusto y los años que me he pasado dándole de comer. Así que yo sí soy elitista, y como dijo Hannes, bien orgulloso que me siento de ello.

Y usted, señor Lansky, sospecho yo que debería hacer lo propio.

15.1.10

ejemplo de la importancia de las tildes

Es teórico, pero podría darse el caso de que fuese práctico, y entonces sería tremendamente útil.

Pero antes, los antecedentes: hoy tenemos cena navideña en la Secta. A diferencia de la comida del miércoles, en la cena de hoy no habrá sumos sacerdotes, ergo no hay liturgias que cumplir, ni hay que llevar túnicas, ni pedir de postre el sorbete de sesos de mono. Así que pinta mejor. Además es en Moncloa, así que con algo de suerte a la salida podremos ver ese espectáculo tan madrileño de las lecheras de la Policía, las ambulancias y los jóvenes borrachos tirándose adoquines a la cabeza, ¡ah, la juventud, los bajos de Argüelles!

Total, que una compañera nos ha mandado un correo confirmando quienes vamos y tal, y en él aparece mi apellido con tilde, y un “Perez” así, sin tilde.

Ofendido, le he dicho que había equivocado la tilde de vocal y de palabra, y me ha respondido que bah, qué más da.

Así que yo me he puesto a pensar en un ejemplo de la importancia de las tildes, y así voy yo reconduciendo el post al tema que pone en el título, y sólo se me ha ocurrido este:

Si hablas con un argentino en una cafetería podrás distinguir si se está pidiendo un mate o si está confesando ser un asesino, según diga “ché boluda, yo mate” o “ché boluda, yo maté”.

Y en fin, seguiría divagando, pero acaba de venir una de recursos humanos con un vasito de pis y un requerimiento para que el lunes no desayune y vaya con él a no sé dónde a una hora inhumanamente temprana, así que si me disculpáis voy a ponerme a rememorar el diálogo del vasito de pis de El Último Boy Scout, que me va a hacer falta, y otro día seguimos hablando de tildes, esas rayitas pizpiretas.

14.1.10

comida de empresa

Ayer tuvimos una comida de empresa en la secta. Los muy capullos de los sumos sacerdotes no nos habían invitado, en principio, ni a Que Sí ni a mí, pero a base de pasarnos todo el día poniendo cara de gato de Shrek, al final nos dijeron bueno, vale, pero dejad de poner esa cara de imbéciles, que os va a dar un pasmo y os vais a quedar así.

Así que nos fuimos a comer. Empezamos, ¿qué hora sería?, a las tres y media o así.

A las cinco y media, algo perjudicadillo, le mandé un mensaje a la Muchacha que decía "creo que ya vamos a pedir el segundo plato. No me encuentro muy bien". A las siete conseguí huir. Y yo creo que algo me sentó mal, aunque no tengo muy claro qué pudo ser, porque tampoco comimos nada raro.

Grabamos la comida en vídeo, eso sí:



Y luego llegué a casa y me quedé dormido, y tuve sueños muy extraños. Había uno en el que la casa estaba encantada, pero el fantasma se controlaba por ordenador y se podía configurar la probabilidad de que apareciera en tal o cual cuento, así que de tener una casa encantada pasábamos a tener una casa con un armario embrujado. Como lo de Narnia, pero sin CGIs.

Aunque el peor fue el otro: nada más dormirme soñé que venía a darme las buenas noches Ángeles González-Sinde, y era tremendo, porque yo no podía dejar de hablarle en verso, así que teníamos diálogos de este estilo:

-Buenas noches, David, que sueles con los angelitos y que descanses.

-Gracias, señora ministra, que sueñe usted que borra enlaces.

O:

-Deja de hablarme así todo el rato, coño, que parece que te quieres reír de mí.

-¡Nada más lejos de mi intención, señoría, que soltar este montón de tontería!

Así que entre unas coas y otras esta mañana me he despertado aterrorizado y con el estómago algo revuelto.

11.1.10

henchid con orgullo vuestros pechos, pájaros bobos

¿Y quién es el listo que se ríe ahora de los pingüinos, eh? ¿Quién es el listo?

Estamos sufriendo el invierno más invernal de los que yo tengo memoria, este año, habiendo pasado de que lo normal sea que nieve como un rato cada cinco o diez años a que nieve como cinco o diez veces cada par de ratos, y pasa lo que pasa. Siendo como es Madrid una ciudad norteafricana a tantos efectos, nos cae el nevazo y ala, el caos, con sus coches patinando y la gente gritando a campanilla batiente por las calles, “¡apocalipsis, apocalipsis!”

Pero pasa la noche y con la luz todo se ve con menos pánico. Vale, hay un barrillo asqueroso en las calzadas, y nieve y hielo en las aceras, pero como hay que ir al curro, pues bueno, todos como si nada.

Sí, claro, como si nada, ja.

Porque esta mañana cuando he salido a la calle todo el mundo caminaba como los pingüinos. Andares concienzudos y vacilantes, pasitos cortos, brazos extendidos para poder ganar algo de estabilidad.

Y yo me he acordado de estas pintorescas aves y me he imaginado al primer navío de palurdos que, pasando por allí, les mirasen y rascándose los sabañones les prejuzgasen así de alegremente.

–Mire, teniente Peláez*, unos pájaros extraños.

–Mira cómo caminan, así, bamboleándose, como idiotas.

–Si, ja ja, qué risa.

–¿Cómo los llamaremos, sargento Cazurro?

–¿Spheniscida?

–¡Virgen santa con el nombrecito, Cazurro! ¿Y algo sin latinajos, para que nos entendamos?

–Pues hombre, yo creo que Pájaro Bobo le pega, ja ja.

–Ja ja, qué cachondo, sargento Cazurro.

–Ja ja, se hace lo que se puede, teniente Peláez.

Sí, ja ja, mucho ja ja, pero ahí van los pingüinos, caminando por nieves congeladas todo el maldito día, que ya me gustaría a mí haber visto a Peláez y Cazurro caminar por aquel sitio sin eslomarse ni parecer idiotas.

Total, que veo a la gente caminar así y siento que parte del orgullo de aquel pajarraco se lava.

Y me parece bien, porque a ver qué nos creemos, con nuestros andares elegantes cuando no hay nieve, que así cualquiera.

Ala, feliz frío a todos, y un saludo para todos los pingüinos que me lean, que serán pocos, pero con esto de Internet nunca se sabe.

 

 

(* les llamo así, Peláez y Cazurro, porque por lo visto los primeros a los que le dio por ver pingüinos y contarlo fue a gente de aquí, que se liaría a la hora de volver a casa después del café de la tarde)

7.1.10

la obscenidad

Ni siquiera en aquellos primeros tiempos de modem y ojos rojos y madrugadas robadas a los apuntes en los que uno ya reconocía las caras de las mujeres que posaban en pelotas e el polvo de internet (hombre, holaquétal, otra vez tú aquí, tras el click del ratón), ni siquiera cuando he robado a ancianitas, mutilado insectos o dejado llamadas sin responder hasta la putrefacción; ni siquiera en aquellos momentos me he sentido tan sucio, tan obsceno como ahora mismo, en este preciso instante en el que escucho esto:



¡Tremendos!

5.1.10

hola, qué tal

Yo bien, por aquí.

Comiendo roscón y rechinando los dientes porque esta tarde la Secta no nos dejará salir antes para ir a ver la Cabalgata de Reyes.

Es una faena para aquellos que, como yo, hemos sido malos y teníamos esta tarde la única opción posible para resistir regalos: equiparnos con un pasamontañas y un cuchillo jamonero, tomar al asalto a los Reyes Magos y robarles el regalo de alguien.

¡Otro año será!

En otro orden de cosas: no fumar es la hostia de divertido.

Qué bien me lo paso, no fumando.

Ah, el aire puro y cristalino de la ciudad.

Ah, el rascarme compulsivamente el cuello.

Ah, el temblor nervioso en el pie derecho.

Ah, ah ah. Es todo tan estupendo.

Ayer la Muchacha hablaba conmigo por teléfono y me contaba que en su trabajo…

Un momento: yo creo que ya he comentado alguna que otras tres veces (más: trabajoenunasecta, trabajoenunasecta, trabajoenunasecta) que trabajo en una secta satánica, pero de ella nunca he dicho nada. Quizá eso de la impresión, si no la conoces, de que ella se dedica a, qué sé yo, ser musa, o diva, diván no, diva sí, o que trabaja a tiempo completo en intentar que lo que me queda de cordura no se me salga por las orejas, pero no: ella tiene su trabajo. Forma parte de un grupo armado que se dedica a asaltar las cajas de seguridad de los bancos del mundo. Entran, fusiles de asalto en ristre, asaltan las cajas y se llevan los libros que ven en ellas. Sólo los libros. Como una mezcla entre Heat y un club de lectura.

El caso es que, como decía, ayer me contaba que en su trabajo tienen, entre otros muchos, el librito ese legendario que sirve para dejar de fumar, que si lo quería.

Yo la dije que lo que me faltaba, que si no fumar me está dando una cierta ansiedad ya sería demasiado que encima no me dejase leer mis mil millones de libros pendientes porque encima me tengo que leer otra cosa que seguro que tiene un argumento de mierda.

Así que nada, me tiembla nervioso el pie derecho, pero que se joda. Si nunca me hizo caso a la hora de jugar al fútbol, si me hizo hacerme zurdo de cintura para abajo, que no espere que voy yo ahora a preocuparme por él. Te jodes, pie derecho, haberlo pensado entonces.

Y pienso en la ingente cantidad de cosas que debe hacer que no pueden ni soñar hacerse fumando.

Por ejemplo, leer en el metro. Recuerdo que antaño, cuando no fumaba, podía quedar con alguien en alguna parte, ir en metro, llegar pronto y pasar el rato en el andén, calentito en verano y fresquito en invierno, leyendo y mirando pasar a la gente. Y fumando es imposible, porque fumar es como tener un vecino panadero que se levanta todos los días a las 4 de la mañana que se va de vacaciones un mes de febrero y se olvida de apagar el despertador. Llegan las 4 y retumba por la calma de la madrugada el PIPIPIPÍ, PIPIPIPÍ del puto panadero de los cojones.

En fin, es una metáfora incompleta pero como completarla me obligaría a añadirla unas llaves, minas antipersona y un mueblebar bien surtido casi que dejaré que la devore la pereza.

Pereza, ¡a por ella!

–Ñam, ñam –dice la pereza.

Muy bien, pereza. ¡Sit! ¡Sit! ¡Volta Esquerra!

Mírala, ni se mueve, la muy perra. Qué capulla mi pereza. ¡Es tan consecuente!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.