15.1.10

ejemplo de la importancia de las tildes

Es teórico, pero podría darse el caso de que fuese práctico, y entonces sería tremendamente útil.

Pero antes, los antecedentes: hoy tenemos cena navideña en la Secta. A diferencia de la comida del miércoles, en la cena de hoy no habrá sumos sacerdotes, ergo no hay liturgias que cumplir, ni hay que llevar túnicas, ni pedir de postre el sorbete de sesos de mono. Así que pinta mejor. Además es en Moncloa, así que con algo de suerte a la salida podremos ver ese espectáculo tan madrileño de las lecheras de la Policía, las ambulancias y los jóvenes borrachos tirándose adoquines a la cabeza, ¡ah, la juventud, los bajos de Argüelles!

Total, que una compañera nos ha mandado un correo confirmando quienes vamos y tal, y en él aparece mi apellido con tilde, y un “Perez” así, sin tilde.

Ofendido, le he dicho que había equivocado la tilde de vocal y de palabra, y me ha respondido que bah, qué más da.

Así que yo me he puesto a pensar en un ejemplo de la importancia de las tildes, y así voy yo reconduciendo el post al tema que pone en el título, y sólo se me ha ocurrido este:

Si hablas con un argentino en una cafetería podrás distinguir si se está pidiendo un mate o si está confesando ser un asesino, según diga “ché boluda, yo mate” o “ché boluda, yo maté”.

Y en fin, seguiría divagando, pero acaba de venir una de recursos humanos con un vasito de pis y un requerimiento para que el lunes no desayune y vaya con él a no sé dónde a una hora inhumanamente temprana, así que si me disculpáis voy a ponerme a rememorar el diálogo del vasito de pis de El Último Boy Scout, que me va a hacer falta, y otro día seguimos hablando de tildes, esas rayitas pizpiretas.

7 comentarios:

  1. no desayunas pero haces café
    jum!

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  2. bah, ya sé que no está bien visto hablar mal de la lengua madre, ni de la madre en general, pero esta nuestra sólo permite una tilde por palabra, y eso es una racanería intolerable. Mirad el francés.

    (Vanbrugh, yo no soy elitista, pero el chinchón y el orujo en el divisor -ver post de david anterior- dan un número irracional: raiz de menos uno, vamos)

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  3. El ejemplo del francés no hace al caso, Lansky. Están en eso como nosotros o peor. Las tildes francesas no son más que fachadas, mariconaditas para poner la boca un poco más así o un poco más asá. Pero a la hora de la verdad solo tienen una vocal tónica por palabra, igual que nosotros, por muchas monadas que le cuelguen por encima. Y además, siempgué la mismá, la dernière. Por lo menos nosotros tenemos llanas, esdrújulas y hasta sobreesdrújulas, esas hermosuras. Y podemos permitirnos dudas tan estimulantes como la del argentino quer nos propone David.

    No, los que de verdad tienen varios acentos tónicos por palabra, aunque no pongan más que una tilde, o ninguna, son, como todo el mundo sabe, los aragoneses: Záragozá...

    Y no sé qué tienes: a) Contra el orujo b) Contra ser elitista -que además lo eres, que lo sepas-.

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  4. Señores, señores, no discutan. Empuñen los diccionarios, caminen 10 pasos, den media vuelta y arrójenselos a la cabeza, como mandan los cánones.

    Y Lansky, mi más sentido pésame por eso de no ser elitista, tú te lo pierdes. Pero en fin, el encanto de la charca, la Belén Esteban, el Dan Brown y demás masificación tendrá su encanto, para quien pueda reprimir los ascos.

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  5. hablo de tildes: ´´´, no de acentos tónicos, capullo (vanbrugh)

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  6. Y no soy elitista, insisto. La prueba es que tengo amigos como tú, vanbrugh, y que visito sitios como este de David. ¿Vale?

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  7. Si es de tildes de lo que hablas, y no de acentos tónicos, nuestra lengua sí permite más de una por palabra: en "ñandú", sin ir más lejos, tenemos dos.

    No sé qué consecuencias sacarás tú del hecho de tener amigos como yo. Del recíproco, esto es, que yo te tenga de amigo a tí, se deduce inmediata e irrebatiblemente tu enorme elitismo.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.